Durante los primeros años de la restauración, cuando D. Manuel conspiraba en París con los Martos, los Montero Ríos y los Canalejas.
Cuando eran muchos los generales que le ofrecían su espada y hasta Sagasta y Serrano estuvieron á punto de entrar en la conjura, la revolución republicana era la constante preocupación de Cánovas y su amo.
Demasiado honrado el Sr. Ruiz Zorrilla para dudar de la buena fe de sus entonces amigos, se confió á ellos, y resultó lo que ha de suceder siempre tratándose de políticos:
Que la mayoría abandonó al caudillo republicano para aceptar una cartera ó un puesto elevado, que la monarquía ofrece siempre en signo de paz á vividores.
Y se quedó el impenitente con los Muro, Llano y Persi, Santos de la Hoz, Ezquerdo, etc., todos furibundos revolucionarios en su decir, pero aún no ha parecido la capa.
A no haber sido por Asensio Vega, Cebrián, Mangado, Villacampa y alguno más, D. Manuel hubiera sido juguete durante veinte años de hombres que no eran más que aspirantes á canongías, cuando no especuladores de bolsa, como podría servir de modelo un actual concejal de esta ciudad.
Después de los pronunciamientos de Badajoz y de Madrid, todo el empeño de Martínez Campos y Cánovas fué impedir su repetición, á cuyo efecto se disolvió el cuerpo de sargentos, y se espurgó del ejército todo jefe ú oficial que hubiese servido con cariño la República ó fuese tan sólo tildado de liberal.
La Monarquía pudo entonces dormir tranquila.
Y ha podido después dormir tranquila, porque el revolucionarismo de los republicanos ha consistido en formar comités, esperar órdenes de la Junta, la que á su vez las aguardaba del jefe quien, por su parte, continuaba prometiéndoselo todo del ejército.
¿Y el pueblo?
En su mayoría tan cordero como antes: ir a votar, hacer coaliciones, retraerse, volver a votar, buscar jefes creándose directores y amos siempre.
Unicamente los anarquistas emprendieron el buen camino; despertar el valor individual, instruirse con el estudio de las cuestiones sociales, hacer prosélitos, organizarse y federarse con el propósito de hacer la Revolución social tan luego haya dado sus frutos la propaganda a favor de la huelga general.
Si los republicanos se hubiesen unido al pueblo para ir a la verdadera revolución, entonces si que de nada sirviera a la monarquía la fidelidad de los soldados, pero no lo hicieron y ahora es demasiado tarde para intentarlo.
La propaganda libertaria ha penetrado demasiado en las masas para que se vayan detrás de políticos de oficio, que no tienen medios de hacer la revolución ni se atreven á prometer otra cosa que cuanto hayan concedido las otras repúblicas.
Por esto los trabajadores conscientes no les hacen caso, sabiendo demasiado lo que está pasando en las repúblicas [cerca]nas ó lejanas, convencidos también que en la mitad del tiempo que los [dos] han empleado banqueteando y [bo]cinando á plazo fijo el día de la nue[va] victoria, ellos estarán capacitados [par]a la gran batalla.
[Esp]ero no será revolución de nombre [sino] de hecho; no para elegir diputados [...] Constituyentes que voten nuevas le[yes] sofisticadas todas, sino para apode[rar]se de toda la riqueza social y orga[niz]ar el trabajo de manera que los [pro]ductos sean propiedad de todos y [no] de unos en detrimento de otros, [ell]o ha de suceder bajo no importa [que] gobierno.
[C]uando la burguesía se vea la Revo[luci]ón social encima intentará detener[la] ofreciendo la república, las ocho ho[ras], el mínimo de salario y cuantas mon[serg]as se hayan puesto antes sobre el [tape]te de los políticos; mas, cual lo hizo [la] Revolución del año 30 en Francia [man]dando á paseo á Carlos X y sus tar[días] reformas, enviaremos los anarquis[tas] en horamala á los explotadores con [sus] mentidas concesiones.
[N]o nos basta ya la República.
Preparemos ya la huelga general.
CERO
Transcripción y edición por La Conquista del Panda.
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