Albert Libertad
El Verbo
Cuando todo parece dormido: los poderosos en un tranquilo farniente, los sufrientes en un sueño hecho de lasitud y agotamiento;
Cuando los gobernantes tunden a los gobernados, los sacerdotes y los sabios patentados corrompen al pueblo, los señores asfixian a sus siervos y los patrones roban a los obreros;
Cuando, en sangrientos choques, los hermanos de miseria cubren la tierra con lo mejor de sus venas bajo el ojo ferozmente enternecido de sus amos, cuando los miserables en uniforme protegen la propiedad frente a los miserables en camisa;
Cuando todo parece ir lo mejor posible en el mejor de los mundos;
Entonces, digo, presto y terrible como el rayo, el Verbo pasa...
Y esa falsa tranquilidad, esa calma hecha de cobardías, de concesiones, de perversiones, esa parada inútil en la eterna marcha hacia delante, se muestra en toda su fealdad. Periodo nefasto en el que las conciencias se debilitan, en el que se emascula a los cuerpos; parte por parte, burlón y severo, insinuante y violento, el Verbo lo diseca: su voz resuena del castillo al chamizo, de la fábrica al palacio.
Golpea al poderoso en la mejilla, empuja rudamente al abúlico esclavo, violenta a los pueblos para conducirlos hacia la luz. Rompe, como si fuese una baratija, el cetro de los reyes, el sable de los militarones; a menudo, a su paso, ruedan las cabezas al fulgor de violentos incendios que tiñen de púrpura el horizonte.
¿Qué es, pues, el Verbo?
Es el grito largo tiempo contenido de los sufrimientos humanos.
Es el odio hacia las cadenas morales y físicas; es el deseo de vida y de libertad.
Ha pasado, a través de las eras y las leyendas, bajo millares de nombres y de formas.
Es Prometeo, Lucifer o Azrael llevando el estandarte de la rebelión contra los dioses; es Caín contra Abel, es Jesús expulsando a los mercaderes del templo. Es su voz potente la que subleva a los albigenses, a los Jacques, a Jan Hus[1] y a Bohemia, a los anabaptistas; y los castillos arden, y los señores tiemblan.
Además, está por todos lados y a la vez; las artes tienen su Renacimiento, las costumbres su Reforma.
Es Galileo arrojando su E pur si muove a la cara del tribunal de la Inquisición.
Y cuando todo se adormece, es él de nuevo, una vez más, el que despierta a los pueblos; es Voltaire, Rousseau, es los enciclopedistas; es el aliento del 4 de agosto; es los Girondinos, es Marat, es Hébert el Violento, Babeuf el Filósofo, Anacharsis Cloots[2] el Terrible Soñador; bajo los pasos del autócrata, de los nihilistas.
Es, en tales tiempos y en toda su sublime belleza, esos iniciadores a los que Deibler[3] segó a la vida o a los que la chusma asesinó; aquellos a los que los muros aprisionan y las torturas rematan.
Se diría a menudo vencido, pero no podría impedirse que clame lo que es, lo que debe ser. ¿Qué importan las mordazas y la prisión, las torturas y la muerte? El Verbo descubre, poco a poco, al mundo enceguecido, el cuerpo ideal de la Verdad, dejando en cada hoguera, en cada horca, en cada cuchilla, un jirón de esa camisa de Nessu[4] hecha de errores y de mentiras.
Ahora bien, a partir de todos esos gritos arrojados a la cara del mal, de esas mil encarnaciones del Verbo ante la opresión, el Verbo actual debe ser construido. Debe flagelar desde el pequeño hasta el grande; ningún amor, ningún respeto podrían detenerlo; deja para otros la piedad.
¡Vamos, pechos viriles! ¡Adelante, cerebros sanos! ¡Venid a clamar vuestros deseos de belleza y de verdad!
Más que la hora de las reivindicaciones, es la hora de la justicia. Las sacrosantas instituciones tiemblan desde los cimientos. Un violento soplo agita el aire; es el verbo de rebelión que pasa.
[1] Jan Hus (1370-1415). Teólogo, filósofo y predicador checo; fue un pionero del protestantismo.
[2] Jean-Baptiste Cloots (1755-1794). Nació en Alemania en el seno de una rica familia de origen holandés. En 1789 se instala en Francia y, tres años más tarde, se convierte en ciudadano francés. Fue miembro de la Convención y, durante un breve período de tiempo, presidente del Club de los Jacobinos. Será excluido de ambos por su radicalismo y, a instancias de Robespierre, llevado ante el Tribunal revolucionario, que lo condenará a ser guillotinado.
[3] Alusión al verdugo Anatole Deibler, que ejecutó a 395 condenados a muerte entre 1885 y 1939.
[4] Nessus o Neso: centauro hijo de Ixión y Néfele. En un arrebato de lujuria, intentó raptar a Deyanira, la esposa de Heracles. Este lo descubrió cuando intentaba violarla y le disparó una flecha envenenada al pecho. En sus últimos estertores. Nesus le aseguró a Deyanira que su sangre haría que su marido le fuera siempre fiel. Deyanira lo creyó y untó la camisa de Heracles con la sangre del centauro, provocando su lenta y dolorosa muerte a causa de la sangre emponzoñada.