Albert Libertad
Socialismo y anarquismo
Ciertas ideas flotan en la atmósfera en determinadas épocas. Por todos lados —como si tal trabajo se hiciera de común acuerdo— se plantean ciertos problemas. Dichas cuestiones se presentan de forma precisa en tal medio, de forma borrosa en tal otro, pero en todos ellos solicitan la atención de los hombres que piensan.
Los camaradas recordarán la apasionante discusión que provocó en Le Libertaire y en las Causeries populaires la idea de la constitución de un partido libertario, el cual enviaría representantes al Parlamento. Representans de la oposición, como va de suyo. Y apenas acabábamos de salir de una discusión sobre sindicalismo y política, partido del Trabajo y partido libertario.[1] Aún vemos empeñados en esta batalla a Paraf-Javal y Georges Paul,[2] a Niel[3] y Malato.[4] Para los leaders de la discusión, los argumentos recíprocos no resultaron convincentes, o al menos eso me parece, y cada uno se mantuvo en su terreno [...]. Las últimas elecciones han hecho revivir la cuestión del partido libertario, del partido de concentración revolucionaria.
Algunos han llorado moderadamente para sus adentros la decepción de no ver la palabra anarquista resonar en la tribuna del Palacio Borbón.[5] Otros daban incluso por supuesto que, de buena gana, habrían aceptado sacrificarse por la causa. De nuevo, vuelta a empezar... ¿Se tratará también de la misma aceptación? No lo creo.
La influencia del medio, las corrientes populares penetran incluso entre los anarquistas. Estos han oído hablar por todos lados de victoria de la democracia, de república, de partidos progresistas. De ahí llegan a dar por descontado el triunfo legal de la anarquía... Y, puesto que la anarquía es un poco demasiado dura para atravesar la grieta parlamentaria, tan solo se desliza por ella el pequeño engendro del libertarismo.
Si Guesde, pontificando en los cafetines del norte; Gérault-Richard,[6] zascandileando en los cabarés de Montmartre; Coutant,[7] perorando en las tabernas de mala muerte de los alrededores de París; y Jaurès, charloteando en los cafés meridoniales, pusieron sus esperanzas en que su verbo resonase desde lo alto de las tribunas parlamentarias y sus interrupciones salpimentaran las sesiones legislativas, no extrañará que también entre nosotros haya muchachos incomprendidos que no pidan más que manifestar su valía.
A menudo he pensado que la idiotez general de mis contemporáneos y la imbecilidad cobarde de los camaradas me permitirían colocarme en algún escalafón oficial. He entrevisto el gesto y el ruido entrecortado de mis zurriagazos dominar a la turba de diputados mejor que los débiles timbrazos presidenciales. Tras esta humilde confesión, me permitiréis mostraros todo el absurdo, todo el peligro que encierra dejar caer al anarquismo, bajo el pretexto que sea, en la trampa del parlamentarismo.
Por todos los medios se intenta lograr dicha caída. Tanto los medios más sinceros como los más pérfidos ofrecen diferentes argumentos. Para empezar, se establece un acuerdo con los socialistas, dejando al margen la cuestión del voto y del parlamentarismo. Marcharíamos junto a los socialistas ultra-revolucionarios, los sindicalistas de la acción directa; nos uniríamos en una lucha común. Ya se bosqueja el plan de un diario basado en una idea de concentración revolucionaria. Los elementos se asocian en él de forma barroca.
Aquí mismo, Ludovic Bertrand ha hablado de un acuerdo con los socialistas, descuidando la táctica parlamentaria. Marcharíamos de la mano hasta una determinada encrucijada. Otros se esfuerzan por mostrar que los anarquistas no son más que socialistas. Quieren escamotear el sentido actual de la palabra «socialismo» bajo su sentido en el pasado.
Sí, somos socialistas porque tenemos un pensamiento social, porque nos preocupamos por los problemas sociales: socialistas-anarquistas. Pero, para decirlo con menos palabras, somos anarquistas. No somos nosotros los que rechazamos el término; son ciertos individuos, cierto partido, los que abusan de él: los socialistas, el partido socialista.
Este último se ha complacido en hacer, de un apelativo general, un apelativo particular.
Si el socialismo ha de significar la doctrina del señor Jaurès o del señor Guesde, el allemanismo[8] o el broussismo,[9] que no se nos busque en él. Podemos ocupar un espacio legal. El anarquismo y el estatismo podrán situarse el uno al lado del otro. Pero ¿acaso quiere esto decir que no se combatirán igualmente?
Nuestro individualismo, nuestro comunismo no tienen nada en común con el estatismo, con el colectivismo allemano-guesdo-broussista. Algo de lo que no se habla lo suficiente y que separa por completo a los anarquistas de los socialistas es el hecho de que la doctrina de los segundos no es más que un conjunto de programas políticos, en tanto que la de los primeros comporta toda una enseñanza filosófica.
El socialismo —en el sentido relativo de la palabra— resulta incompleto al lado del anarquismo. El programa del socialismo toma al elector y carga con él entre sus derechos y deberes políticos. La filosofía del anarquismo toma al individuo desde la cuna y lo acompaña hasta el horno crematorio.
El anarquismo concierne al individuo, no solo frente a la colectividad, sino frente a sí mismo. El anarquismo no se dirige al ciudadano, sino al hombre. Lo para a las puertas de los cabarés, de los colegios electorales, de los burdeles o de los cuarteles, de las iglesias o de los fumaderos de opio. Lo conduce al terreno de la ciencia, del libre examen, de la observación.
Mientras que el socialismo de Guesde puede hacer buenas migas con el catolicismo, mientras que el socialismo de Bebel[10] se reconoce en el patriotismo más puro, mientras que el socialismo de Viviani,[11] de Briand[12] o de Millerand[13] se conchaba con los «mejores jueces», el anarquismo auténtico destruye los tribunales, los panteones y las catedrales que la idea de justicia, la idea de patria y la idea de Dios construyen en el cerebro de los hombres.
Puede lamentarse, en ocasiones, que nuestra elección, nuestra opinión, no salten al rostro de la opinión general, junto a la de los líderes del radicalismo o del socialismo. Yo no lo lamento.
El día en que nuestra idea esté lo bastante generalizada como para llevar a algunos de los nuestros al Parlamento, tendremos cosas mejores que hacer que ir a pontificar en él. Seremos los suficientes en número como para lanzar el libro o el folleto a todas las manos, como para hablar en todos los medios sin imponernos la palinodia de la elección y la mentira del voto.
Ya ahora, la minoría que formamos hace vibrar las cuerdas del espíritu del pueblo más poderosamente que el partido socialista unificado o independiente. Nuestros folletos se distribuyen por millares. La biblioteca socialista no puede competir con la biblioteca anarquista. El socialismo no tiene equivalentes a los folletos de un Kropotkin, de un Reclus, de un Paraf-Javal, de un Grave,[14] de un Nieuwenhuis o de un Malatesta. Nuestros folletos están por todos lados, penetran en cualquier lugar.[15]
No es el Palacio Borbón o el de Luxemburgo[16] lo que necesitan sus sanas y fuertes ideas, sino hombres que las piensen, las escriban, las divulguen. Las ideas, arrojadas desde una tribuna legislativa, toman una forma legal que disminuye toda su fuerza. Pasan bajo la mirada de la censura gubernamental.
Las ideas anarquistas no toman su fuerza, su «autoridad», del lugar desde donde se lanzan, sino de su propio valor. Solo los partidos decadentes tienen necesidad de la autoridad del voto y del número. El anarquismo está demasiado vivo. [...]
[1] Sobre este debate: Émile Pouget, La Confédération générale du travail, seguido de Le Parti du Travail, introducción de Jacques Toublet, Editions CNT-RP, 1997.
[2] Jardinero y militante anarquista. Fue, desde 1907 hasta 1913, secretario de la Bolsa de Trabajó de Ivry. En 1908 fue candidato al puesto de secretario adjunto de la CGT, sección Bolsas, contra Desplanques, que fue elegido adjunto de Georges Yvetot (1868-1942).
[3] Louis Niel (1872-1952). Camarero y, más tarde, tipógrafo. Fue Secretario general de la CGT. En torno a 1906 evoluciona hacia el reformismo. Durante el Congreso de Amiens, defiende, frente a anarquistas y guesdistas, la independencia del movimiento obrero, exaltando la primacía de la acción sindical.
[4] Charles Malato (1857-1938). Militante anarquista, escritor, publicista y francmasón. Fue autor, entre otras obras, de La filosofía de la Anarquía (1889) y de Revolución Cristiana y Revolución Social (1891). Deportado junto con su padre, defensor de la Comuna de París, a Nueva Caledonia en 1874, poco después de su retorno a Francia, funda la Liga Cosmopolita, en cuyo seno defiende el ilegalismo. Será condenado a quince meses de prisión por «incitación al asesinato, pillaje e incendio». Durante el asunto Dreyfus, colabora en el Journal du Peuple de Sébastien Faure y forma parte del comité revolucionario de coalición encargado de responder a las manifestaciones nacionalistas. En 1905 y debido a su cercanía a Francisco Ferrer, se le imputa la participación en el atentado contra Alfonso XIII; saldrá absuelto. Su explícito apoyo a los aliado con el estallido de la Primera Guerra Mundial y su firma del Manifiesto de los 16 causará una gran polémica en los medios anarquistas.
[5] Palais Bourbon, esto es, la Asamblea Nacional francesa.
[6] Gérault-Richard había conocido cierta fortuna, en sus años mozos, como intérprete de canciones de inspiración campesina y socialista en las tabernas y cabarés del barrio parisino de Monmartre.
[7] Jules Coutant (1854-1913). Obrero, militante socialista (de tendencia blanquista a partir de 1895) y diputado por el Sena. En 1905 se adhirió a la SFIO (Section française de l'Internationale ouvrière; en 1969, se transformó en el Partido Socialista Francés), aunque la abandonó poco después por no poder soportar la disciplina de partido. Fue reelegido en su circunscripción como republicano-socialista en 1910.
[8] De Jean Allemane (1843-1935). Tras ser excluido del Partido Obrero de Jules Guesde en el Congreso de Châtellerault (1890), funda su propia organización: el POSR (Partido Obrero Socialista Revolucionario), que preconiza la huelga general como medio de acción revolucionaria. Aunque ideológicamente cercanos al anarcosindicalismo, en la práctica, los allemanistas perseguirán siempre la unidad con otros miembros de la familia socialista y su presencia en las instituciones políticas burguesas. De hecho, en 1902, el POSR se fusionará con los socialistas independientes y la FTSF (Federación de los Trabajadores Socialistas de Francia) de Paul Brousse para crear el PSF (Partido Socialista Francia), que tendrá como portavoz a Jean Jaurès.
[9] De Paul Brousse (1844-1912). Médico y militante anarquista de primera hora, se convertirá al socialismo en la década de 1880. Representante de un socialismo no marxista (o incluso anti-marxista), Brousse considerará posible el advenimiento de un régimen socialista mediante reformas progresivas, tanto en el ámbito nacional (mediante leyes) como en el municipio (a través de la descentralización), centradas fundamentalmente en los servicios públicos. Su reformismo será conocido como broussismo o posibilismo.
[10] Auguste Bebel (1840-1913). Fue uno de los fundadores del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) y director de la publicación socialista Vorwärts. Entre sus obras se encuentran La guerra de los campesinos en Alemania (1876), La mujer y el socialismo (1883), Charles Fourier (1888) y Mi vida (1910).
[11] René Raphaël Viviani (1863-1925). Fundó el Partido Republicano Socialista en el año 1910. Fue Ministro de Instrucción pública entre 1913 y 1914 y Presidente del Consejo desde el 13 de junio de este último año hasta el 29 de octubre de 1915.
[12] Aristide Briand (1862-1932). Pasó de posiciones cercanas al sindicalismo revolucionario, en su juventud, a la defensa de un socialismo de tonalidades más suaves, cuya expresión organizativa fue la creación de una efímera Fédération des gauches en el año 1914. Ocupó diversas carteras ministeriales y la Presidencia del Consejo en varias ocasiones. En 1926 recibió el Premio Nobel de la Paz (junto a Gustav Stresemann) por su labor en pro de la reconciliación entre Francia y Alemania (Acuerdos de Locarno).
[13] Étienne Alexandre Millerand (1859-1943). Como Briand, abandonó su inicial militancia izquierdista para irse escorando paulatinamente hacia la derecha. También estuvo implicado en la fundación de la Fédération des gauches y, más tarde, en la creación de la Ligue républicaine national. Fue el primer socialista que formó parte de un gobierno francés; entre el 29 de septiembre de 1920 y el 11 de junio de 1924, ocupó la Presidencia de la República.
[14] Jean Grave (1854-1939). Militante y teórico anarquista francés. Fue fundador de la revista Les Temps Nouveaux, que acogió, entre otras, las firmas de Élisée Reclus y Kropotkin. Se convirtió en divulgador de las tesis de este último con La société mourante et l'anarchie (1892). Escribió Las aventuras de Nono, una utopía libertaria para niños, que, tras su traducción al castellano por Anselmo Lorenzo, sería utilizado como libro de texto en la Escuela Moderna de Ferrer i Guardia. Fue, por cierto, Grave, adversario de la corriente anarco-individualista dentro del movimiento libertario, el que hizo correr la voz de que Libertad era, en realidad, un confidente de la policía.
[15] Ferdinand Domela Nieuwenhuis (1846-1919). Pastor luterano convertido al socialismo y, más tarde, al anarquismo. Fue el primer socialista que ocupó un escaño en el parlamento holandés. Estuvo también entre los organizadores del Congreso Antimilitarista de Ámsterdam de junio de 1904. Fue un ardiente propagandista de la huelga general en caso de conflicto, pero se opuso a una organización anarquista estructurada y se mostró muy crítico frente al anarcosindicalismo.
[16] Sede del Senado en Francia.