Alfredo Masferrer
Manifiesto antielectoral
Hoja segunda de propaganda del grupo “Los Iguales” de Madrid
Mientras todos los partidos políticos se aprestan a la lucha electoral, nosotros, anarquistas convencidos, nos dirigimos a los asalariados en primer término, porque ellos son las víctimas propiciatorias del artificioso mecanismo que nos rige, y a cuantos, sin serlo, se rebelan contra la actual organización de la sociedad, para exponerles, en el lenguaje sincero que un pensamiento honrado dicta, las razones que abonan la propaganda abstencionista de que somos constantes y convencidos mantenedores.
Está tan arraigada la preocupación electoral, que se tacha de temerario a quien se atreva, no ya a negarla, sino tan solo a ponerla en duda. Nace de tal manera con nosotros y con tal fuerza se encarna en los individuos el prejuicio del indiscutible derecho de las mayorías, que el dictado de loco es lo menos a que se hace acreedor el que se atreva a discutir derecho tan torcido. Sin embargo, toda una categoría de hombres familiarizados con las ciencias y un número no pequeño de trabajadores, se pronuncian hoy resueltamente contra la ley de las mayorías y contra toda legislación o administración política, cualquiera que sea su objeto.
Entendemos que la ley o el derecho de las mayorías, en que se apoya el procedimiento electoral, ha dado ya más que suficientes resultados para que la experiencia los rechace. Un siglo de ensayos electorales, de renovación constante de poderes, de confección de leyes, reglamentos, etc., es más que suficiente para demostrar la ineficacia del sistema engendrado por la Revolución francesa para servicio de la clase media, desde entonces acá preponderante.
Esto aparte de que no son las mayorías las que prevalecen. Casi nunca el número de votantes llega a estar representado por una mitad de los electores; y si a los que no votan se agregan los que están en minoría y son vencidos, y se añade a estos las mujeres, cuyos intereses son tan respetables e importantes como los de los hombres, resulta claramente que de la urna electoral no salen ni saldrán jamás los representantes del pueblo, sino los representantes de un partido o de una agrupación de políticos de oficio interesados en que prevalezcan sus particulares miras, ideas y propósitos.
Y no hablemos de la inmoralidad electoral, del tráfico indigno de las conciencias, de las infamias, de las grandes iniquidades que en todos los tiempos se cometen para sacar triunfantes a los candidatos. Queremos examinar desde más alto las cuestiones, porque ese lodazal infecta cuanto toca. Queremos todavía suponer que realmente fuesen las mayorías las que prevaleciesen, ¿qué se haría de los intereses de las minorías? ¿No son intereses de hombres como los de los otros hombres?
No; lo que no se da en cada uno de nosotros no puede darse en todos juntos. Si un hombre no tiene derecho a reglamentar la vida de otro hombre, mil hombres juntos carecerán también de ese derecho. Creer que la mayoría tiene la facultad de dictar leyes o administrarnos es tan absurdo como si creyéremos que una reunión de ciegos, por el mero hecho de ser una reunión, adquiera milagrosamente el don preciado de la vista.
¡No, no votéis! El monárquico que os solicita os quiere dar un amo. El republicano que os acerca os ofrece varios. Y como resultado de esta herencia maldita que se llama preocupación legislativa, os saldrán también al paso socialistas que tratan de que surja de la urna electoral el prometido maná como obra de un milagro.
Monárquicos y republicanos mantienen al mundo en la esclavitud, en la división de castas, en la propiedad individual, que es el privilegio del monopolio y la usura. Monárquicos y republicanos os prometerán, quizá, una mentida igualdad ante la ley, pero os dejarán de hecho esclavos los unos de los otros mediante el jornal, que es la sanción del derecho de propiedad a favor de unos cuantos escogidos. Monárquicos y republicanos os ofrecerán una libertad escrita en un pedazo de papel, pero mantendrán uno o más poderes que os cohíban en todos los instantes de vuestra vida. Monárquicos y republicanos os prometerán el reino de la justicia, y continuarán reverenciando al ladrón atildado que estafa a la nación y al capitalista que roba al obrero, y castigando al hambriento que se apodera de un panecillo.
Y a vosotros, trabajadores, especialmente a quienes solicitarán con empeño los falsificadores del socialismo, os decimos:
El que anda con lobos, a aullar se enseña; no serán mejores los candidatos obreros que a las Cortes o Municipios mandéis, ni podrán hacer lo que solo revolucionariamente puede hacerse.
Perder el tiempo en la vil comedia electoral es renunciar a la emancipación anhelada.
Pero aunque supongáis realizados sus propósitos, conquistado el poder político, vencidas las clases dominantes, ¿qué hará ese partido socialista que ha juntado a todas las preocupaciones del tiempo viejo las ideas emancipadoras del tiempo nuevo?
No, trabajadores; monárquico, republicano o socialista, siempre os daréis un amo con el nombre de candidato si votáis delegando en otro todas vuestras prerrogativas. Monárquico, republicano o socialista, quienquiera que os solicite, desea vuestro voto porque con él se reviste de todo el poder, de toda la fuerza, de toda la energía que en vosotros reside. Votar es abdicar, es anularse; ¡no votéis, no abdiquéis, no os anuléis!
La emancipación social definitiva solo puede obtenerse revolucionariamente. Después de un siglo de práctica individualista, después de un siglo de ejercicio de privilegios, monopolios y acaparamiento de la riqueza, solo un medio resta para modificar radicalmente las condiciones de la vida, y este medio es la Revolución social. Las soluciones anarquistas se imponen actualmente por la ineficacia de los viejos sistemas, se impondrán mañana por la ineficacia de las doctrinas amalgamadas del socialismo doctrinario.
Para obtener de una vez para siempre la anhelada libertad, hay que expropiar revolucionariamente todos los poderes. Que todos los miembros sociales obren por sí mismos, mediante mutuos convenios, sin delegar en nadie sus derechos, sus facultades, sus atribuciones, sin esperar órdenes superiores ni confiar en centrales administraciones que todo lo monopolicen, y la independencia quedará establecida de una manera más firme, más real que por medio de todos los poderes artificiales y organismos e instituciones forjados para establecerla y garantizarla.
Para que impere, en fin, la deseada Justicia y brille esplendorosa un día sobre la superficie de la tierra, es preciso que todo el mundo pueda alimentarse, instruirse y gozar y vivir en armónica bienandanza.
Y no es ciertamente como obtendremos un pedazo de pan, alguna instrucción, el más ínfimo goce, depositando un pedazo de papel en la urna electoral. Con esta práctica se nos acostumbra a esperar de los gobernantes el alimento necesario, la instrucción indispensable, el goce siempre negado. Cuando esta práctica se abandona empieza a ser posible la conquista de esas cosas, porque empezamos ya a buscarlas por nosotros mismos, y al término de este camino se encuentra siempre la Revolución; la Revolución que traerá inevitablemente la libertad completa dentro de la más estricta igualdad de condiciones económicas y sociales.
Un cambio más o menos radical de personas, una modificación más o menos profunda de instituciones, ¿qué puede darnos? Mirad en derredor: Repúblicas federales, repúblicas unitarias, monarquías, clases, todo vive y subsiste para defender y mantener la propiedad y el privilegio de los propietarios, para afirmar y continuar la esclavitud de los obreros. El hambre reina en todas partes, la ignorancia se enseñorea de todas las naciones, la relajación moral y el crimen todo lo abarcan. ¿Qué os importan que sean estos o aquellos los amos? Lo que debe importaros es no tener un amo. Pues mientas votéis no haréis más que confirmar vuestra esclavitud, porque el que elige un amo se confiesa esclavo. ¡Y ni siquiera sois libres de elegir el que os plazca! El que os da el jornal en el campo o en la fábrica, el casero que arrienda vuestro garito, el tendero que os vende robándoos y envenenándoos, todos pueden condenaros a perecer de hambre en unión de vuestras compañeras y vuestros hijos, si no votáis a su gusto. ¡Andad, pobres siervos de la gleba y del taller, y poned en manos del capataz el látigo con el que debe cruzaros el rostro! ¡Andad, y que cierren de una vez para siempre el último eslabón de la cadena que aún os sujeta! ¡Andad, y no faltéis en calidad de comparsas en el sainete electoral que vuestra sangre y vuestra existencia convertirán en drama terrible de lágrimas sin cuento!
Y si no vais, si la rebelión invade vuestro espíritu y sentís aliento y fuerza para sacudir violentamente todo poder, toda tiranía, venid a nosotros, rebeldes también, y la Revolución social será pronto un hecho. Venid a nosotros y con nosotros decid a todos los partidos, desde el absolutista hasta el que os seduce con la promesa de un mejor estado social:
No votamos porque no queremos delegar en nadie nuestros derechos, porque queremos gobernarnos por nosotros mismos, porque queremos la libertad efectiva, la igualdad real, a fin de que la sociedad viva en la Justicia. No votamos porque tenemos algo más grave de qué ocuparnos; porque es necesario dar alimentos y abrigo, instrucción y comodidades a la mayor parte de la humanidad que vive miserable y desamparada, sin que de ello os preocupéis para nada ni nada podáis hacer, aunque queráis, con vuestros votos, vuestros diputados y vuestros ministros. No votamos porque la emancipación humana no puede salir de la urna, no puede surgir más que de la Revolución triunfante.
Somos anarquistas, y la Anarquía tiene por base la igualdad de condiciones económicas, por método la libertad y por fin la solidaridad de todos los hombres. Todo esto excluye las clases, los privilegios, la propiedad, el gobierno. Vamos en pos de un nuevo mundo y tratamos de destruir vuestro carcomido mundo.
¡Guardaos vuestras papeletas! ¡Guardadlas, y abandonad toda esperanza, que el porvenir es nuestro!