Andrew Flood
Civilización, primitivismo y anarquismo
Durante la última década algunos autores, la mayoría afincados en los EEUU, han hecho una crítica general de la civilización. Algunos de ellos han optado por presentarse a sí mismos como anarquistas, aunque generalmente prefieren presentarse como primitivistas. Su tesis central es que la «civilización» es en sí misma un problema que conduce a nuestro fracaso en llevar una vida agradable. La lucha por el cambio sería, pues, una lucha contra la civilización y por un mundo donde la tecnología haya sido eliminada.
Es una propuesta interesante que tiene algún mérito como ejercicio intelectual. Pero el problema es que algunos de sus partidarios han usado el primitivismo como base para sus ataques contra otras propuestas de cambio social. Para encarar este reto, los anarquistas necesitamos en primer lugar ver si el primitivismo ofrece algún tipo de alternativa realista para el mundo tal como es.
Nuestro punto de arranque es que la expresión «la vida es dura» siempre puede ser contestada con la réplica «es mejor que la alternativa». Esto constituye una prueba importante para todas las críticas al mundo «tal como lo conocemos», incluida la anarquista. ¿Qué problema habría si la alternativa es mejor?
Incluso si no pudiéramos esbozar nuestra «alternativa mejor», las críticas del mundo tal y como lo conocemos podrían tener cierto valor intelectual. Pero tras el desastre del siglo XX, cuando las consideradas alternativas, como el leninismo, crearon dictaduras de gran duración que mataron a millones de personas, la pregunta «¿es vuestra alternativa algo mejor a lo que hay?» tiene que ser hecha a cualquiera que abogue por el cambio.
La crítica primitivista al anarquismo se basa sobre el argumento de que han descubierto una contradicción entre la libertad y la sociedad de masas. En otras palabras, ven imposible que una sociedad que englobe a grupos mayores que una aldea sea una sociedad libre. Si esto fuera cierto, haría inviable la propuesta anarquista de un mundo construido sobre la “libre federación de pueblos, ciudades y campos”. Dichas federaciones y centros de población son evidentemente una forma de sociedad de masas/civilización.
Sin embargo, el movimiento anarquista ha respondido a esta aparente contradicción desde sus orígenes. Ya en el siglo XIX los liberales defensores del Estado apuntaban dicha contradicción para justificar la necesidad de que unos seres humanos mandaran sobre otros. Miguel Bakunin respondió esto en 1871 en su ensayo sobre “La comuna de París y la noción de Estado”:
“Se dice que el acuerdo y la solidaridad universal de los individuos y de la sociedad no podrá darse nunca porque esos intereses, siendo contradictorios, no están en condición de contrapesarse ellos mismos o bien de llegar a un acuerdo cualquiera. A una objeción semejante responderé que si hasta el presente los intereses no han estado nunca ni en ninguna parte en acuerdo mutuo, ello tuvo su causa en el Estado, que sacrificó los intereses de la mayoría en beneficio de una minoría privilegiada. He ahí por qué esa famosa incompatibilidad y esa lucha de intereses personales con los de la sociedad, no es más que otro engaño y una mentira política, nacida de la mentira teológica que imaginó la doctrina del pecado original para deshonrar al hombre y destruir en él la conciencia de su propio valor… Estamos convencidos de que toda la riqueza del desarrollo intelectual, moral y material del hombre, lo mismo que su aparente independencia, son el producto de la vida en sociedad. Fuera de la sociedad, el hombre no solamente no sería libre, sino que no sería hombre verdadero, es decir, un ser que tiene conciencia de sí mismo, que siente, piensa y habla. El concurso de la inteligencia y del trabajo colectivo ha podido forzar al hombre a salir del estado de salvaje y de bruto que constituía su naturaleza primaria. Estamos profundamente convencidos de la siguiente verdad: que toda la vida de los hombres, es decir, sus intereses, tendencias, necesidades, ilusiones, e incluso sus tonterías, tanto como las violencias, y las injusticias que en carne propia sufren, no representa más que la consecuencia de las fuerzas fatales de la vida en sociedad. Las gentes no pueden admitir la idea de independencia mutua, sin renegar de la influencia recíproca de la correlación de las manifestaciones de la naturaleza exterior”.
Qué nivel de tecnología
La mayoría de primitivistas eluden la pregunta de a qué nivel de tecnología querrían retornar escondiéndose bajo el argumento de que ellos no proclaman una vuelta a nada, sino que por el contrario quieren ir hacia delante. Teniendo esto en mente, un resumen de su posición al respecto es que ciertas tecnologías son aceptables, hasta el nivel de una pequeña aldea sustentada por la caza y la recolección. El problema, para los primitivistas, comienza con el desarrollo de la agricultura y de la sociedad de masas.
Por supuesto que “civilización” es un término muy genérico, lo mismo que “tecnología”. Algunos primitivistas han llevado sus argumentos hasta sus conclusiones lógicas. Uno de ellos es John Zerzan, que identifica las raíces del problema en la aparición del lenguaje y del pensamiento abstracto. Éste es el corolario lógico del rechazo primitivista de la sociedad de masas.
Para este artículo tomaré como punto de partida que la forma de sociedad futura propugnada por los primitivistas fuera similar, en lo que a tecnología se refiere, a la que existió hace 12.000 años, en el umbral de la revolución agrícola. Con esto, no quiero decir que pretendan “volver atrás”, algo que de todos modos sería imposible. Pero debido a que buscan ir hacia delante haciendo tabla rasa de toda la tecnología incorporada desde la revolución agrícola, el resultado no puede más que parecerse bastante a las sociedades preagrícolas de 10.000 años a.c. Dado que éste es el único modelo que tenemos sobre una sociedad de ese tipo, parece razonable usarlo para examinar los argumentos primitivistas.
Una cuestión de números
Los cazadores-recolectores vivían de la comida que podían cazar o recolectar. Los animales podían ser cazados o atrapados, mientras que lo que se recolectaba era fruta, frutos secos, hierbas y raíces. Hace 12.000 años todo ser humano vivía como cazador-recolector. Hoy sólo un reducido número de individuos lo hace, en regiones aisladas y marginales del planeta como el desierto, la tundra ártica o la selva. Algunos de estos grupos, como los Acre, sólo han empezado a tener contacto con el resto de la humanidad en décadas recientes, otros como los Inuit han tenido contactos desde hace muco tiempo y han adoptado tecnologías que van más allá de las desarrolladas localmente. Estos últimos grupos forman parte plenamente de la sociedad global y han contribuido al desarrollo de nuevas tecnologías.
En ecosistemas marginales la caza y la recolección a menudo suponen el único modo viable de obtener comida. El desierto es demasiado árido para una agricultura sostenible y el ártico demasiado frío. La única posibilidad restante es el pastoreo, el uso de animales semi-domesticados como fuente de alimentación. Por ejemplo, en el ártico escandinavo, el control de movimientos de los renos por parte de los Sami les proporciona recursos alimenticios regulares.
Los cazadores-recolectores sobreviven gracias a la comida que cazan y recolectan. Esto requiere una densidad de población muy reducida; del mismo modo, el crecimiento de la población está limitado por la necesidad de evitar una sobreexplotación de la caza. Demasiada recolección de vegetales comestibles puede asimismo reducir el número de ellos disponibles posteriormente. Aquí reside el principal problema que presenta la idea primitivista de que todo el planeta podría vivir como cazador-recolector: con la comida obtenida en los ecosistemas naturales no se podría alimentar más que a una reducida fracción de la población actual.
Debería ser evidente que la cantidad de calorías que un ser humano puede obtener de una hectárea de bosque de robles es mucho menor que la que puede conseguir de una hectárea de maíz. La agricultura proporciona más, muchas más, calorías por hectárea que la caza y recolección en el mismo espacio. Esto es así porque hemos estado 12.000 años seleccionando plantas y mejorando las técnicas agrícolas de modo que por hectárea obtenemos cada vez más ejemplares útiles para servirnos de alimento y desechamos plantas que no lo son. Basta comparar cualquier superficie cultivada de cereal con una salvaje para ilustrar esto, la cultivada tendrá ejemplares de cereal mucho mayores que la otra y habrá mucha mayor proporción de cereal que de malas yerbas. Hemos seleccionado plantas que producen una elevada proporción de biomasa comestible.
En otras palabras, un pino puede ser tan bueno o mejor que una lechuga en capturar la energía solar que cae sobre él. Pero con la lechuga un alto porcentaje de la energía capturada se convierte en comida (alrededor de un 75%). Con el pino, la energía no produce alimento que podamos comer. Comparemos el alimento que puede obtenerse de un bosque cualquiera con el que puede obtenerse de un par de metros cuadrados de huerto cultivado incluso con un escaso aporte de energía orgánica y veremos por qué la agricultura es una necesidad para la población del planeta. Un acre de patatas cultivadas ecológicamente puede aportar 15.000 libras de comida. Un cuadrado de 65 metros de lado es algo más grande que un acre.
La población estimada del planeta antes de la aparición de la agricultura (10.000 a.c.) estaba según las estimaciones más bajas en torno a los 250.000 habitantes. Otras estimaciones son más elevadas y llegan hasta los 6 o los 10 millones. La población actual de la Tierra se acerca a los 6.000 millones.
Estos 6.000 millones están casi en su totalidad sustentados por la agricultura. No pueden ser mantenidos por la caza y la recolección, incluso se sugiere que los 10 millones de cazadores-recolectores que podían haber existido antes de la agricultura tampoco eran ya sostenibles. La evidencia para esto está en la catástrofe del Pleistoceno, un período entre el 12.000 y el 10.000 a.c. en el cual 200 especies de grandes mamíferos se extinguieron. Una hipótesis de las barajadas es que se debió a un exceso de actividad cazadora. La aparición de la agricultura (y de la civilización), de ser esto cierto, pudo tener que ver también con la ausencia de una amplia gama de caza que forzó a los cazadores-recolectores a sedentarizarse y hallar otras vías para obtener alimento.
Lo cierto es que está comprobado que una sobreexplotación de la caza similar tuvo lugar a la llegada del ser humano a islas de la Polinesia. El exceso de caza provocó la extinción del dodo en las islas Mauricio y del moa en Nueva Zelanda, por mencionar algunos ejemplos.
Vivir en la ciénaga en invierno
Para mostrar desde otro ángulo que el primitivismo no puede mantener a toda la población del planeta usaré Irlanda (donde vivo) como ejemplo. Abandonado a sí mismo, el paisaje irlandés estaría constituido, mayormente, por robledales, algunos avellanos, maleza y ciénagas. Entra en un bosque de robles y a ver cuánta comida encuentras. Bellotas, zarzamoras, algunos ajos silvestres, fresas salvajes, setas comestibles, miel y la carne de animales como el ciervo, la ardilla, la cabra salvaje y la paloma. Pero eso son muchas, pero que muchas menos calorías, que las que aportaría la misma área cultivada con patatas o con trigo. Simplemente, no hay bastante territorio en Irlanda como para alimentar a 5 millones de personas, la población actual de la isla, como cazadores-recolectores.
Los cazadores-recolectores suelen vivir con una densidad de población de 1 habitante por 10 kilómetros cuadrados (la densidad de población actual de Irlanda es de alrededor de 500 habitantes por 10 kilómetros cuadrados). Aplicando este baremo, el número de habitantes de Irlanda debería ser menor de 70.000. Probablemente menos del 20% de Irlanda sea tierra cultivable. Las ciénagas y los pedregales aportan poco en materia de alimentación a los seres humanos. En invierno hay poco que recolectar (quizás algunas nueces escondidas por ardillas y algo de miel salvaje) e incluso sólo esos 70.000 individuos viviendo de la caza extinguirían a los grandes mamíferos (ciervo, cabra salvaje) rápidamente. Las áreas costeras y los grandes ríos y lagos probablemente serían la principal zona de caza y el modo de obtener algo de pesca y de algas comestibles.
Pero aun siendo benévolos y asumiendo que Irlanda podría mantener a 70.000 cazadores-recolectores, resulta que necesitaríamos “eliminar” unos 4.930.000 habitantes. Es decir, el 98´6% de la población actual. La arqueología estima en 7.000 el número de habitantes de Irlanda antes de la llegada de la agricultura.
Al hecho de que cierta cantidad de terreno puede mantener a cierto número de gente dependiendo de cómo sea (o, en este caso, cómo no sea) cultivada se conoce como su “capacidad de carga”. Puede calcularse para el planeta como un todo. Un cálculo reciente para los cazadores-recolectores da un máximo de 100 millones, pero para darse cuenta de lo que significa este máximo hay que saber que el máximo para un mundo agrario es de 30.000 millones. ¡Seis veces más que la población actual!
Cojamos este número máximo de 100 millones en vez de la aproximación histórica máxima de 10 millones. Esta sería una estimación generosa, bien por encima de las cifras que los primitivistas se atreven a calcular. Por ejemplo, Ann Thropy estimaba en la revista norteamericana “Earth First!” que “Ecotopía sería un planeta con cerca de 50 millones de habitantes que cazarían y recolectarían para subsistir”.
Actualmente el planeta tiene alrededor de 6.000 de habitantes. Una vuelta a un planeta “primitivo” requiere, pues, que desaparezcan 5.900 millones. Algo le tiene que pasar al 98% de la población mundial para que los 100 millones de supervivientes tengan una mínima esperanza de una utopía primitiva sostenible.
¿Juego sucio?
Al llegar a este punto algunos autores primitivistas, como John Moore, protestan, rechazando la sugerencia de “que los niveles de población previstos por los anarco-primitivistas tendrían que ser alcanzados por matanzas colectivas o por campos de exterminio al estilo nazi. No se trata de otra cosa que de difamaciones. El objetivo de los anarco-primitivistas de abolir todas las relaciones de poder, incluido el Estado con todo su aparato administrativo y represivo, y toda clase de partido u organización, significa que cualquier tipo de matanza organizada de este tipo queda fuera de toda duda, así como planes horrendos semejantes”.
El problema, John, es que esas “difamaciones” no sólo están basadas en las conclusiones lógicas de las premisas de un mundo primitivista, sino que han sido defendidas explícitamente por otros primitivistas. Los 50 millones de Ann Thropy ya han sido apuntados. Un FAQ primitivista afirma “tendrán lugar drásticos recortes de población sean voluntarios o no. Sería mejor, por razones obvias, que fueran graduales y voluntarios, pero si no los hacemos, la población humana será recortada de todos modos”.
La Coalición contra la Civilización escribe “Necesitamos ser realistas acerca de lo que pasaría en el momento de dar el salto a un mundo pos-civilizado. Algo elemental es que gran cantidad de gente moriría en el transcurso del colapso civil. Aunque sea difícil de decírselo a una persona moralista, no podemos pretender que eso no sea así”.
Más recientemente Derrick Jensen, en una entrevista recogida en el número 6 de “The ‘A’ Word Magazine” decía que la civilización “ha de ser combatida activamente, pero no creo que podamos hacerla caer. Lo que podemos hacer es ayudar a la naturaleza a derribarla… Quiero que la civilización colapse y lo quiero ahora”. Acabamos de ver más arriba cuáles serían las consecuencias de “derribar” la civilización.
En unas palabras, no son pocos los primitivistas que reconocen que el mundo primitivo que desean requeriría “matanzas colectivas”. No me he encontrado con nadie que abogue por “campos de la muerte al estilo nazi”, pero quizás John no hace más que extender sobre el tema una cortina de humo. Primitivistas como John Moore pueden seguir negándose a afrontar esta cuestión de las muertes masivas recurriendo a la justificación emocional y a acusar a quienes señalan la necesidad de ellas de recurrir a la “difamación”. Pero es él quien aún debe explicar cómo podrían alimentarse 6.000 millones de personas o admitir que el primitivismo no es más que un pasatiempo intelectual.
Mi punto de vista es que cualquiera que se plantee esta necesidad de muertes masivas concluirá que el “primitivismo” no ofrece nada por lo que luchar. Unos pocos, como los superviventistas confrontados a la amenaza de guerra nuclear de los 80, acabarán concluyendo en que todo esto es inevitable y empezarán a planear cómo sus seres queridos podrían sobrevivir cuando los demás murieran. Pero este grupo está, a mi modo de ver, lejos, muy lejos de cualquier clase de anarquismo. Por tanto, el prefijo de “anarco” que reclaman los primitivistas no tiene razón de ser.
La mayoría de los primitivistas huye de la cuestión de la necesidad de muertes masivas de dos maneras.
Los más conciliadores han decidido que el primitivismo no sea un programa para un modo diferente de funcionamiento del mundo. Existiría como una crítica a la civilización pero no como una alternativa a la misma. Esto es bastante saludable y tiene su valor el re-examinar los presupuestos básicos de la civilización. Pero en ese caso el primitivismo no es un sustituto de la lucha anarquista por la liberación, que incluye el adoptar la tecnología para nuestras necesidades en vez de rechazarla. El problema es que a los primitivistas les gusta atacar los métodos de organización que son necesarios para acabar con el capitalismo. Es bastante razonable si piensas que tienes una alternativa al anarquismo pero bastante nocivo si todo lo que tienes es una crítica interesante.
Otros primitivistas, sin embargo, han tomado el camino del oráculo, diciéndonos que no son más que meros profetas de un Apocalipsis inevitable. Ellos no desean la muerte de 5.900 millones de personas, sólo apuntan que no puede ser evitada. Merece la pena examinar esto detalladamente precisamente porque es bastante desmovilizador. ¿Qué sentido tiene luchar hoy por una sociedad mejor si, al fin y al cabo, mañana o pasado el 98% de nosotros va a morir y todo lo que hemos construido quedará convertido en polvo?
¿Estamos todos condenados?
Los primitivistas no son los únicos que usan la retórica catastrofista para que la gente acepte sus propuestas políticas. Reformistas como George Monbiot usan argumentos del tipo “estamos condenados” para intentar que la gente acepte sus propuestas reformistas a favor de un gobierno mundial. En las últimas décadas, la creencia de que el mundo está de un modo u otro condenado se ha convertido en parte de la cultura común, primero durante la guerra fría y después ante un desastre medioambiental. George Bush y Tony Blair crearon pánico sobre las armas de destrucción masiva para dar cobertura a su invasión de Iraq. La necesidad de examinar y desmontar esos pánicos es clara.
La forma más recurrente de pánico al “fin de la civilización” es la de la crisis energética que hará la vida imposible tal y como la conocemos. Y la energía en la que se centran quienes usan este argumento es el petróleo. Todo lo que producimos, incluida la comida, depende de aportes masivos de energía y el 40% de la energía que se usa en el mundo es generada por el petróleo.
La versión primitivista de esto viene a ser que “todo el mundo sabe que en X años el petróleo se acabará, esto quiere decir que la civilización tocará a su fin y que un montón de gente morirá. Por eso debemos asumir lo inevitable”. El argumento del fin del petróleo es para los primitivistas el equivalente de “la crisis económica final que resultará de las contradicciones del capitalismo” para un marxista ortodoxo. Y, exactamente igual que los marxistas ortodoxos, los primitivistas proclaman que la crisis final está a la vuelta de la esquina.
Examinado de cerca, este argumento se desmorona y se hace evidente que ni el capitalismo ni la civilización afrontan una crisis final a causa del fin del petróleo. Esto no es así porque el petróleo sea inagotable, de hecho debemos haber alcanzado el pico de la producción de petróleo hacia 1994. Pero lejos de suponer el fin del capitalismo y de la civilización, es una oportunidad para obtener beneficios y reestructurarse. El capitalismo, a pesar de ser reacio a ello, se está preparando para obtener beneficios por una parte del desarrollo de fuentes de energía alternativas y por otra del acceso a abundantes pero más destructivos yacimientos de combustibles fósiles. El segundo camino lleva, por supuesto, al calentamiento global y otras formas de contaminación mucho peores, pero esto no es suficiente para frenar a la clase capitalista global.
No sólo los primitivistas han quedado hipnotizados por la crisis del petróleo, por eso me ha ocupado del tema en otro ensayo. Pero resumiendo, mientras que el precio del petróleo seguirá subiendo durante décadas, el proceso para desarrollar sustitutos para él está ya en desarrollo. Dinamarca, por ejemplo, se propone producir el 50% de la energía que necesita mediante molinos de viento para el año 2030 y empresas danesas ya están ganando grandes cantidades de dinero porque son las principales productoras de turbinas eólicas. Todo indica que las horas contadas del petróleo supondrán una oportunidad para el capitalismo de obtener ganancias en vez de algún tipo de crisis final para él.
Podría producirse una crisis energética de modo que empezara a subir el precio del petróleo y las tecnologías alternativas aún no fueran capaces de llenar ese 40% de generación de energía que actualmente supone el petróleo. Esto ocasionaría que el petróleo y por tanto el precio de la energía aumentaran aún más, pero esto sólo sería una crisis para los pobres del mundo y no para los potentados, algunos de los cuales incluso sacaría más beneficios. Una crisis energética severa podría desencadenar una caída económica global, pero son los trabajadores los que más sufren sus consecuencias cuando se producen. Hay un buen argumento, el que las elites del mundo ya están preparadas para esas eventualidades, muchas de las recientes guerras de los EEUU se explican en términos de asegurar reservas de petróleo para las compañías norteamericanas.
El capitalismo es capaz de sobrevivir a una crisis muy destructiva. En la II Guerra Mundial muchas de las principales ciudades europeas quedaron destruidas y la mayoría de la industria de la Europa central quedó desecha (por los bombardeos, por la guerra, por la retirada alemana y por el avance ruso). Millones de trabajadores europeos murieron como resultado de la guerra y de los años que la siguieron. Pero el capitalismo no sólo sobrevivió, sino que floreció, ya que el hambre permitió que se redujeran los salarios y aumentaran los beneficios.
¿Qué pasaría si…?
Sin embargo, está bien especular con la idea del fin del petróleo. Si fuera cierto que no hubiera alternativa ¿qué pasaría? ¿Podría emerger una utopía primitivista del amargo precio de 5.900 personas muertas?
No. Los primitivistas parecen olvidar que vivimos en una sociedad de clases. La población del planeta está dividida entre unos pocos con vastos recursos y poder y el resto de nosotros. No estamos en las mismas condiciones de acceso a los recursos, al contrario, hay una increíble desigualdad. Entre aquellos que perecerían en esas muertes masivas no estarían Rupert Murdoch, Bill Gates o George Bush, dado que esta gente tiene el dinero y el poder que les permiten monopolizar los recursos.
Por el contrario, los primeros en morir en gran número serían los habitantes de las megalópolis más pobres del planeta. En Egipto, El Cairo y Alejandría tienen una población de 20 millones de personas entre las dos. Egipto es dependiente, en materia de alimentación, tanto de la importación como de la agricultura extremadamente intensiva del valle del Nilo y de los oasis. A excepción de una restringida elite, estos 20 millones de habitantes urbanos no tendrían ningún lugar a donde ir y no hay más tierra que pueda ser cultivada. La alta productividad de las cosechas actuales depende en gran parte de elevados aportes de energía barata.
La muerte de millones de personas no es algo que destruya al capitalismo. Al contrario: ha habido periódicos históricos en los que se ha visto como natural e incluso deseable para la modernización del capital. La hambruna de la patata en los años 40 del siglo XIX que redujo la población de Irlanda en un 30% fue vista como deseable por muchos defensores del mercado libre. Del mismo modo, el hambre de 1943/4 en la Bengala inglesa, a causa de la cual murieron cuatro millones de personas. Para la clase capitalista, tales muertes masivas, en particular en las colonias, ofrecen oportunidades para introducir reestructuraciones económicas que de otro modo serían combatidas.
Como resultado real de una crisis de “fin de la energía” veríamos cómo los que manejan el cotarro monopolizan los recursos sobrantes y los usan para alimentar el armamento usado para controlar a aquellos de nosotros lo suficientemente afortunados como para trabajar para ellos en los campos de energías renovables. A la desgraciada mayoría se la mantendría donde está y allí podrían morir tranquilamente. Más parecido a “Matrix” que a una utopía, vaya.
Otro punto que hay que destacar es que la destrucción puede servir para regenerar al capitalismo. Nos guste o no, la destrucción en gran escala permite a algunos capitalistas ganar grandes sumas. Pensemos en la guerra de Iraq. La destrucción de la infraestructura iraquí puede constituir un desastre para los iraquíes, pero está suponiendo una bendición para Halliburton y compañía. No por casualidad la guerra de Iraq está ayudando a los EEUU, donde están establecidas las mayores corporaciones, a hacerse con el control de las zonas del planeta donde se produce y se producirá la mayor parte del petróleo.
Podemos llevar nuestro ejercicio intelectual mucho más lejos. Dejad que imagine por un momento que algunos anarquistas fuéramos transportados como por arte de magia desde nuestro planeta hasta otro planeta parecido a éste. Y que nos encontráramos allí sin ninguna clase de tecnología. Los pocos primitivistas que hubiera entre nosotros puede que empezaran a correr tras los ciervos, pero la mayoría se asentaría y se pondría manos a la obra a crear una civilización anarquista. Muchas de las habilidades que tenemos tal vez no serían allí de utilidad (saber programar, sin ordenadores vale para poco) pero entre nosotros tendríamos conocimientos básicos de agricultura, ingeniería, hidráulica y física. La siguiente vez que los primitivistas merodearan por nuestra zona de asentamiento se encontrarían con un paisaje de granjas y presas.
Tendríamos al menos carros y posiblemente animales domesticados, si de los existentes hubiera alguno bueno para ello. Enviaríamos partidas para buscar yacimientos de carbón y de hierro y si los encontráramos los extraeríamos y transportaríamos el mineral. Si no, estaríamos talando un montón de árboles para convertirlos en leña de la que podríamos usar para extraer hierro o cobre a partir de lo que pudiéramos estar encontrando. El horno y la fundición también formarían parte del panorama. Tenemos algún conocimiento médico y, lo que es más importante, un conocimiento de los gérmenes y de la higiene, de modo que tendríamos tanto un sistema básico de purificación de agua como sistemas para tratar las aguas residuales.
Comprenderíamos la importancia del conocimiento, de modo que tendríamos un sistema educativo para nuestros niños y al menos los rudimentos de un almacenamiento a largo plazo del conocimiento (libros). Podríamos probablemente encontrar los ingredientes para la pólvora, que son bastante comunes, lo cual nos daría la tecnología explosiva necesaria para la minería y la construcción. Si hubiera una cantera de mármol cercana, podríamos ponerla en uso, pues es un material constructivo mucho mejor que la madera o el barro.
La tecnología no nos llegó de los dioses. No fue impuesta al ser humano por alguna misteriosa fuerza exterior. Por el contrario, fue algo que desarrollamos y continuamos desarrollando. Incluso si pudieras dar marcha atrás al reloj, empezaría a contar de nuevo hacia delante. John Zerzan parece ser el único primitivista capaz de reconocer esto y sitúa la aparición del problema en la aparición del lenguaje y del pensamiento abstracto. Él es al mismo tiempo lúcido y ridículo. Su visión de la utopía requiere no sólo la muerte de la inmensa mayoría de la población mundial, sino que también requeriría una lobotomía con ingeniería genética para quienes sobrevivieran y para sus descendientes. No es por supuesto algo por lo que abogue, sino el punto de llegada lógico de su argumentación.
¿Por qué nos molestamos en rebatir sus tesis?
De modo que ¿por qué emplear tanto espacio en demoler una ideología tan frágil como el primitivismo? Una razón es la desconcertante conexión con el anarquismo que algunos primitivistas buscan establecer. Además es importante denunciar que el primitivismo, tanto por sus implicaciones como por sus proclamas, llama a sus seguidores a rechazar el racionalismo por el misticismo y la fusión con la naturaleza. No es el primer movimiento ecologista irracional que lo hace, un buen segmento del partido nazi alemán provenía de los movimientos de adoración al bosque, a la sangre y a la tierra que surgieron en Alemania con posterioridad al fin de la primera guerra mundial.
Éste no es un peligro imaginario. Dentro del primitivismo una autoproclamada ala irracional, si no ha abogado aún por “campos de la muerte al estilo nazi”, sí que ha celebrado abiertamente, como primer paso, las muertes y el asesinato de gran número de personas.
En diciembre de 1997, la publicación norteamericana “Earth First” escribía que “la epidemia del SIDA, lejos de ser un scourge, es un proceso bienvenido en la inevitable reducción de la población humana”. Hacia las mismas fechas en Gran Bretaña Steve Booth, uno de los editores de una revista llamada “Green Anarchist”, escribía que:
“Quienes pusieron las bombas en Oklahoma tuvieron una idea acertada. La lástima fue que no hicieran explotar ninguna oficina gubernamental más. Incluso así, hicieron lo que pudieron y ahora hay al menos 200 automatones del gobierno que no tendrán nunca más capacidad de oprimir.
La secta del gas sarín de Tokio tuvo una idea acertada. La lástima fue que al probar el gas un año antes del ataque, se pusieron al descubierto. No fueron lo bastante secretistas. Tenían la tecnología para producir el gas pero el método de ponerlo en práctica fue inefectivo. Algún día los grupos serán totalmente secretos y sus métodos de fumigación serán completamente efectivos”.
Así es como acabas cuando celebras que la racionalidad deje paso a la irracionalidad. Cuando el sueño de “correr con los ciervos” tiene que abordar el problema de hacer una revolución en un planeta de 6.000 millones de personas. Las ideas de arriba sólo pueden tener conclusiones reaccionarias. Su lógica es elitista y jerárquica, poco más que una nueva versión semi-secular de gente elegida por los dioses que extermina a los no creyentes. Ciertamente, no tiene nada en común con el anarquismo.
Necesitamos más, no menos tecnología
Lo que nos lleva de nuevo al principio. La civilización trae consigo muchos, muchos problemas, pero es mejor que su alternativa. El reto para los anarquistas es transformar esta civilización en una sin jerarquías ni desequilibrios de poder o de riqueza. Este reto no es nuevo, ha sido siempre el reto del anarquismo, como expone la larga cita de Bakunin al principio de este ensayo.
Para hacerlo necesitamos tecnología avanzada para limpiar nuestras aguas, procesar nuestros residuos y vacunar o curar a la gente de las enfermedades de una población muy densa. Con un mundo de sólo 10 millones de habitantes puedes echar basura en el bosque con tal de que sigas moviéndote. Con 6.000 millones, aquellos que cagan los bosques están cagándose en el agua que ellos y quienes están a su alrededor tienen que beber. Según la ONU “cada año, más de 2´2 millones de personas mueren a causa de enfermedades relacionadas con el agua y el sistema de alcantarillado, muchos de ellos niños”. Cerca de 1.000 millones de habitantes urbanos no tienen acceso a un alcantarillado sostenible. Se calcula que “en 43 ciudades africanas… el 83% de la población no tiene excusados conectados a un sistema de alcantarillado”.
El reto no es simplemente construir una civilización que mantenga los niveles de vida actuales. El reto es elevar el nivel de vida de todos haciéndolo de un modo sostenible. Sólo puede conseguirlo un mayor desarrollo tecnológico unido a una revolución que elimine la desigualdad en todo el planeta.
Es una desgracia que algunos anarquistas que viven en los países más desarrollados, más ricos y más tecnificados prefieran jugar al primitivismo en vez de preocuparse en pensar sobre cómo podemos realmente cambiar el mundo. La transformación global que se requiere hará que todas las revoluciones precedentes parezcan insignificantes.
El principal problema no es simplemente que el capitalismo no tenga el menor reparo en dejar a una gran proporción de la población mundial en la pobreza. El problema es también que el desarrollo se ha orientado a crear consumidores para futuros productos en vez de a proveer a la gente de lo que necesita.
El transporte constituye el ejemplo más sencillo. Exista una gran variedad de medios de transporte de masas que pueden mover gran número de personas de un lugar a otro a gran velocidad. Pues en la última década el capitalismo se ha concentrado en sistema que usa mayores recursos por viajero tanto en lo que respecta a construirlo como en lo requiere para andar. Es el coche individual.
A lo largo de amplias zonas de las áreas más desarrolladas del mundo esta es prácticamente la única forma de moverse de manera eficiente. El coche ha creado las extensas megalópolis de las cuales quizás sea Los Ángeles el modelo más infame. Allí se ha creado una ciudad cuya disposición urbana hace de la propiedad individual de un coche algo casi obligatorio.
Esta forma de transporte no es una solución para la mayoría de la población mundial. Y no es simplemente que la mayoría no pueda actualmente costearse un coche. Los recursos empleados en la construcción de los 3.000 millones de coches necesarios para que cada humano adulto tuviera uno no existen. Ni existen los recursos (el petróleo) necesarios para que esos 3.000 millones de automóviles marchen.
De modo que mantener las tecnologías existentes y desarrollar otras nuevas no puede consistir simplemente en asumir la producción capitalista (o sus métodos de producción) bajo bandera rojinegra. De la misma manera que la futura sociedad anarquista buscaría abolir el aburrido y monótono trabajo en cadena, necesitaría también cambiar radicalmente la naturaleza de lo producido. A un nivel básico, en lo que se refiere a los transportes, esto podría empezar por una gran reducción en la producción de coches y un gran aumento de la de bicicletas, motocicletas, trenes, autobuses, camiones y minibuses.
No soy ni un “experto en transportes” ni trabajo en el ramo, de manera que no puedo hacer más que tratar de adivinar por dónde irían esos cambios. Pero deberíamos ser conscientes que fuera del mundo occidental la necesidad de transporte a menudo se solventa mediante métodos mucho menos individualistas que aquí. Sólo los ricos pueden permitirse un coche, pero el común de la población se desplaza casi tan rápido como ellos de un punto a otro usando no sólo el autobús y el tren, sino también sistemas colectivos de larga distancia, como taxis colectivos y minibases que viajan de una localidad a otra cuando están llenos.
Éste es el reto para el anarquismo. No sólo abolir el orden mundial capitalista actual, sino asistir al nacimiento de un mundo nuevo. Un mundo que sea capaz al menos de ofrecer el mismo acceso a los bienes, al transporte, a la sanidad y a la educación que el que goza actualmente la “clase media” en los países escandinavos.
Será esta nueva sociedad la que decida sobre qué nuevas tecnologías se necesitan y cómo adaptar las ya existentes a los retos del mundo nuevo. Es bastante probable que algunas tecnologías, si no descartadas, sí que serán mucho más infravaloradas. Es difícil de creer, por ejemplo, que decidiéramos construir nuevas centrales nucleares. Los organismos genéticamente modificados deberían probar que son algo más que una posibilidad de obtener mayores beneficios y un mayor control sobre el mercado por parte de las corporaciones, al menos probar que los beneficios son mayores que los riesgos.
Mientras el capitalismo exista continuará contaminando el entorno con tal de obtener beneficios. Sólo reaccionará a la crisis energética cuando sea rentable y por ello pasarán muchos años antes de que el petróleo sea reemplazado, y esto posiblemente signifique pobreza y muerte para muchos de los seres humanos más pobres. Pero no podemos solventar estos problemas soñando en una especie de edad de oro perdida donde la población del mundo era tan baja que podía sustentar la caza y la recolección. Sólo podremos aportar una solución construyendo los movimientos masivos que además de derribar el capitalismo abran paso a una sociedad libertaria. Y para el camino necesitamos encontrar formas de frenar e incluso hacer dar marcha atrás a algunos de los nocivos efectos sobre el entorno que está generando el capitalismo.
El primitivismo es un cuento de hadas – no ofrece ningún camino en la lucha por una sociedad libre. A menudo sus adherentes acaban por socavar esa lucha al atacar a las verdaderas cosas, como la organización de masas, que se requieren para conseguirla. Aquellos primitivistas que se planteen seriamente cambiar el mundo deberían replantearse por qué están luchando.