Anselmo Lorenzo
Contra la ignorancia
La Sociedad de Cultura Racional, de Pueblo Nuevo, Barcelona, en vista de mi respuesta a una consulta del Centro Obrero de Cultura, de Ferrol, publicada en Tierra y Libertad, me pidió una conferencia de ampliación.
Con el presente trabajo satisfago la demanda, utilizando aquel escrito como exordio.
El Centro Obrero de Cultura, de Ferrol, me pide mi opinión acerca de la obra de las instituciones obreras de cultura.
No puedo responder categóricamente; desconozco la importancia de esa obra, porque carezco de datos sobre la organización, extensión y actuación de tales instituciones, a mi parecer harto escasas y faltas de necesaria solidaridad para los principios, la subsistencia y el ideal.
Lo único que puedo decir, y diré aprovechando la oportunidad, en prueba de afecto a los compañeros que forman la corporación que me honra con su demanda y de mi deseo de contribuir a la ilustración de los trabajadores, es lo que a mi juicio debieran hacer.
En aquel embrión de la organización proletaria llamada La Internacional, se instituyeron congresos internacionales para el avance del entendimiento y del pensamiento, fundados sobre el estudio previo de las secciones que nombraban los delegados que constituían aquellos congresos de buena memoria.
Pero aquellas secciones eran grupos informes y de organización primitiva, que vivían por el entusiasmo de las masas y por la actividad extremada de algunos individuos, de lo que aun quedan por desgracia muchos vestigios, y de lo que menos se cuidaban era de cultivar la inteligencia. Los esfuerzos intelectuales se reducían a la propaganda en las reuniones y en los periódicos obreros, y el trabajo de los congresos era producto casi exclusivo de los delegados.
Algunas agrupaciones nacionales, entre ellas la Federación Regional Española de Trabajadores, pensaron en normalizar el estudio para la orden del día de sus congresos nacionales y para el internacional, por medio de discusiones en asambleas de sus secciones de oficio y de las federaciones locales; pero, bien mirado, la cosa no pasó de intento o de ensayo, muy distante de llegar a hecho positivo.
No podía ser de otro modo; faltaba ambiente para el trabajo intelectual. Con obreros analfabetos y con los que, aun conociendo las letras, carecían de suficiente cultura y no estaban habituados a prácticas societarias, poco podía hacerse en el sentido de recoger, sintetizar y extender conocimientos.
Lo que entonces no pudo hacerse, inténtase y viene haciéndose ahora por la prensa obrera y por los diferentes centros culturales: ateneos obreros, centros de estudios sociales y ateneos sindicalistas, con autonomía, pero disgregados, sin aprovechar la fuerza resultante de un pacto de mancomunidad.
El moderno sindicalismo representa un progreso sobre La Internacional; es el proletariado consciente realizando su natural evolución, que, como la burguesía que precedió a la revolución, se dispone a elaborar su Enciclopedia. No satisfecho con haber proclamado que los trabajadores han de emanciparse por sí mismos, quiere capacitar individualmente a todos para tal fin.
Mas frente al privilegio y a sus principales manifestaciones el poder, la propiedad y el capitalismo, predomina todavía la combatividad atávica en el proletariado, y en su organización atiende con preferencia a la idea de lucha, sin dar aún la debida importancia a la educación y a la instrucción, grandes fuerzas que podrán formar aquellas reservas tan importantes, tan necesarias y siempre decisivas en el último combate.
Esa deficiencia pueden y deben suplirla las instituciones obreras de cultura estableciendo escuelas racionalistas para la infancia de ambos sexos, y cursos, conferencias, discusiones y lecturas colectivas para adultos.
Todo sindicato, y mejor aún, toda federación local de sindicatos ha de fundar por lo menos una escuela y un ateneo; y los ateneos regionales pueden celebrar pactos solidarios que podrían aumentar extraordinariamente su poder y su eficacia.
Considérese que si la enseñanza ordinaria es tradicional en primer grado, y con tendencia exclusivista individual en los grados superiores, puesto que la una transmite de generación en generación el respeto y acatamiento a doctrinas, instituciones y jerarquías arcaicas, y la otra arma para la lucha para alcanzar y conservar el privilegio, —la educación y la instrucción por y para los obreros ha de ser esencialmente humana y progresiva.
Para imprimir ese carácter a la enseñanza, o, por mejor decir, para despojarla de pesados y atávicos accesorios, es necesaria la unión de todas las instituciones obreras de cultura en un objetivo común, cuya unión puede establecerse por la adopción de un programa amplio y racional, por todos adoptado, y por la adopción de bases de solidaridad y de apoyo mutuo.
Sin relaciones recíprocas, sin programa y sin acción mancomunada, las escuelas tradicionales seguirán el impulso rutinario domesticando rebeldías más que cultivando inteligencias, y las llamadas laicas y las impropiamente llamadas modernas servirán de preparación para la lucha individual más que para la acción generalizada y altruista, y los centros de estudios y ateneos no pasarán de torneos para la vanidad con escaso provecho para la generalidad.
Ha de establecerse, pues, sobre la autonomía de cada centro obrero docente, una acción común que fortifique y multiplique el poder educador e instructor de cada uno y de todos hasta lograr que no haya obrero que no sepa leer y escribir y que ignore que en sociedad todos, sin distinción privilegiada, hemos de ser libres y partícipes del patrimonio universal.
Realizada esa mancomunidad, ha de interesarse en pro de ella a todos los trabajadores, demostrándoles que es tan importante y necesaria para la lucha contra el privilegio como la resistencia al capital.
Considérese que no debe haber disidencia entre los que se dedican a la resistencia y los dedicados a la cultura popular, y si por parte de algunos individuos se manifestaran tendencias enemigas, han de ser sofocadas como resabios atávicos perjudiciales. Lo único admisible en este caso es la preferencia de cada cual a trabajar en sentido resistente o en el instructivo, según su vocación especial.
En resumen: en la sociedad actual el trabajador está destinado a la explotación y a la ignorancia, porque el privilegio sólo puede vivir sobre ignorantes.
No basta que los explotados, por sentimiento de digna rebeldía, quieran emanciparse si continúan en la ignorancia, porque los ignorantes pueden ser fácilmente engañados por cualquier ambicioso que les presente sofismas con elocuencia, como por desgracia ha sucedido y sucede aún con los desviadores de todo género, especialmente los políticos, que han separado tantos trabajadores del movimiento puramente emancipador para dejarlos después sumidos en el abismo del más desesperante escepticismo, y retrasando a la vez el ansiado momento de la justificación de la sociedad y de la fraternidad humana.
Hasta aquí llegué en mi respuesta al Centro Ferrolano de Cultura. He aquí la ampliación pedida por la Sociedad de Cultura Racional de Pueblo Nuevo.
La gran selección humana histórica cristalizó en las castas de la India, produjo después el monopolio teocrático-científico de Egipto, floreció en el esplendor artístico-filosófico de Grecia y fructificó en la gran hegemonía mundial que ejerció la Roma conquistadora y autoritaria en vida sobre las antiguas naciones sometidas por las armas, y la influencia tradicional y constitucional que siguió ejerciendo después por su legado jurídico a las naciones modernas. Esa hegemonía sobre el mundo entonces conocido creó el antagonismo entre el hombre-persona, el patricio, y el hombre-cosa, el esclavo y aun el plebeyo, por su concepto de la propiedad, así fijada en nuestro Código Civil:
El propietario de un terreno es dueño de su superficie y de lo que está debajo de ella, y puede hacer en él las obras, plantaciones y excavaciones que le convengan... La propiedad de los bienes da derecho por accesión a todo lo que ellos producen, o se les une e incorpora, natural o artificialmente... Pertenecen al propietario los frutos naturales, los frutos industriales y los frutos civiles... Todas las obras, siembras y plantaciones se presumen hechas por el propietario.
El monismo o idea de unidad, que comprende todo el género humano y que sirve de fundamento a la gran solidaridad, que sobrevive, aunque menoscabada en su grandeza, a pesar de cuantos obstáculos se opongan a la vida individual, en cumplimiento de las leyes vitales, donde la mortalidad era enorme por la miseria o por la desavenencia, se estableció una normalidad relativa, susceptible de mejoras progresivas, o terminada por esas grandes tragedias históricas de los pueblos que desaparecieron, dejando con su recuerdo su haber intelectual como legado a sus sucesores.
Rota la unidad, mejor dicho tal vez, establecido el dualismo antagónico por no haber conocido en la ignorancia primitiva principios sociales perfectamente solidarios, el antagonismo ha llegado hasta nosotros tras larga serie de siglos de dominación, después de haber causado tremendas catástrofes bajo pretextos de raza, de religión, de patriotismo, de clase, de política, y habiendo ejercido sobre la naturaleza humana esa gran depresión moral que produce el atavismo tras tantos siglos de vivir sin llegar al cauce racional por donde la humanidad futura regenerada realizará la bellísima y perfecta armonía de la vida.
No la raza, no la religión, no el patriotismo conquistador acorralará y dividirá siempre a la humanidad; no el monopolio de la riqueza social y la vileza del despojo subdividirá además en pobres y ricos a los acorralados en las fronteras: el proletariado, aquella sexta clase social que idearon los romanos y que si no con ese número de orden existe como clase ínfima, concibió un día la idea de su emancipación, emancipándose idealmente y organizándose para conquistar su emancipación material.
Es admirable, es consolador, da consistencia positiva al ideal, constituyéndole en promesa de cumplimiento infalible, ver que termina el ciclo histórico de luchas por los objetivos parciales de los pueblos con el resumen en una aspiración única internacional aceptada por los desheredados, mientras los privilegiados, dueños del poder y usurpadores de la riqueza, se han cerrado el paso con un militarismo absorbente e insostenible.
Si los privilegiados mandarines forjaron sus Estados nacionales como fortalezas defensoras de sus privilegios contra invasiones exteriores y contra protestas y rebeldías interiores, los trabajadores desheredados bosquejaron un día una sociedad que se sobrepone a todos los Estados, que a todos los contiene en su seno y que sobre todos prevalecerá.
Quiero dar a la enunciación de esta idea todas las garantías posibles de verosimilitud y seguridad, y para esto me basta con exponer que siendo inevitable el avance hacia el reparo de los errores y las injusticias sociales, siguiendo la vía de mejoras y perfeccionamientos parciales inspirados en la idea de perfección absoluta por ley del progreso, mientras los privilegiados han llegado al absurdo, al imposible de la paz armada y del presupuesto de guerra en cada nación, en todas las naciones, los trabajadores con La Internacional se unieron en lazo fraternal sin distinción de raza ni de nacionalidad en una sola nación, sobreponiéndose a todas las tradiciones y a todos los obstáculos de la actualidad. Al si vis pacem, para bellum (si quieres la paz, prepara la guerra) de la Triple Alianza (Alemania, Austria, Italia) y de la Triple Entente (Inglaterra, Francia, Rusia) que consumirán en el año actual un presupuesto de diez mil millones en pura pérdida, sin contar el derroche militarista de los demás Estados europeos y de China, el Japón, los Estados Unidos y de las repúblicas latinoamericanas, que representará una suma también enormísima, el proletariado responde invariablemente: no hay derechos sin deberes ni deberes sin derechos, y declara con nobleza libertaria: no queremos el privilegio ni para nuestro beneficio.
Persistiendo en su error, los privilegiados acumularon fuerzas en sus naciones, no sólo en defensa de sus privilegios nacionales y particulares, sino con miras de conquistas coloniales o de países de civilización inferior, o de Estados enemigos en la contienda sobre la preponderancia o hegemonía, confirmando el pensamiento de un publicista célebre, que afirmó que las relaciones de Estado con Estado son la enemistad y la desconfianza, y al efecto han acuartelado muchos millones de hombres improductivos, han acumulado armamentos formidables, han invadido con artefactos destructores el fondo de los mares y las alturas de la atmósfera, en tanto que los desheredados, pobres, ignorantes y desprovistos de todo recurso salvador si hubieran de continuar insolidarios y abúlicos, por la conquista de la solidaridad y con el empeño de su emancipación son fuertes, son poderosos, son invencibles, son futuros triunfadores. No tienen ejércitos, ni generales, ni armada, ni castillos, ni baterías, ni submarinos, ni voladores; pero su tecnicismo práctico es la producción y el transporte, es el municionamiento y la provisión, es el abastecimiento diario de la aldea y de la gran ciudad, es el trabajo de que depende la vida humana en cada momento, y esa producción puede paralizarse un día a una señal convenida, mostrada desde un punto cualquiera del mundo productor asalariado, para imponer una reparación justiciera como resolución adoptada previa conveniente y extensa elaboración intelectual; más aún, como único medio de abrir paso al necesario e indispensable avance progresivo contenido por el estancamiento del privilegio.
Todo lo puede hoy el privilegio, y, sin embargo, teme y vacila; materialmente impotentes son hoy los desheredados, como sus antecesores históricos, y, no obstante, el proletariado concibe un ideal, confía y espera.
Con el monopolio de la riqueza, de la ciencia y del mando, los privilegiados se han cerrado el paso con la injusticia; por el anhelo de libertad, fortalecido por la solidaridad, el proletariado romperá el muro contentivo, única manera de que la humanidad no sucumba.
Se ha dicho: “querer es poder”; no lo niego; pero yo prefiero esta otra fórmula determinante de la acción: “saber es poder”. Y la prefiero porque el querer, producto del deseo impulsado por la necesidad no satisfecha, cuando el sujeto está sumido en la ignorancia, se estrella ante la dificultad y cae en la desesperación de la impotencia.
Eso, aparte de que los deseos del ignorante, como resultado de su limitada mentalidad, se reducen a lo indispensable a la vida animal, sin elevarse a la altura de la ciencia y del arte, por carencia absoluta de motivos determinantes.
Cuando el ignorante quiere algo fuera del estrecho círculo de lo rutinario y de lo que constituye su propia experiencia, por desconocimiento de la idea de relación entre la causa y el efecto, suele incurrir en la locura de querer lo imposible, o sí no, quererlo por medios improcedentes. Por el contrario, cuando lo que se desea cabe en lo posible, si para lograrlo se ponen en práctica los medios racionales y necesarios, se consigue indefectiblemente. En tal caso el fracaso es imposible. Claro es como la luz del día, que si a una fuerza resistente determinada se le ataca con una fuerza igual o superior, la resistencia ha de ceder, dejando paso libre al vencedor.
El desheredado, privado del saber, con su cerebro lleno de leyendas, misterios, supersticiones y milagros, ejercitando la fe y dejando inactiva la razón, si aspira individualmente a librarse de su mísero estado, piensa en la fortuna; si se une a la aspiración colectiva y no se ha penetrado bien de que la emancipación ha de ser obra de sí mismo y de todos, dará crédito a los malos pastores y se entregará a organizaciones político-socialistas o a partidos democrático-burgueses, confiará en el parlamentarismo revolucionario o en la revolución parlamentaria, dos fases del mismo error por no decir del mismo engaño, y resultará que hablará de revolución con idea de violencia, creyendo que las revoluciones históricas se originaron solamente en actos de rebeldía, desconociendo las causas anteriores y determinantes de aquellos actos, y sin explicarse tampoco las reacciones consiguientes a los triunfos revolucionarios fracasados, o creerá en la teoría democrática de la soberanía popular votando candidatos que prometen la emancipación barata, y caerá, por último, en el desengaño pesimista.
Por efecto de ese estado intelectual tan deficiente, resto de siglos de sistemática ignorancia, han surgido los ambiciosos desviadores, los inteligentes faltos de la necesaria abnegación para continuar la obra salvadora de la educación popular, que, huyendo de los peligros del apostolado, prefirieron abusar de la ignorancia prometiendo ventajas irrealizables para atraerse partidarios.
Por eso es necesario que los convencidos, los verdaderamente iniciados, los exceptuados de las redes atávicas, los que viven como precursores de la sociedad futura, sin dejar de la mano la acción sindicalista que interponga su influencia en el desenvolvimiento de los acontecimientos y la marcha de los asuntos económicos, dediquen a la cultura popular la atención correspondiente a su necesidad e importancia, porque el primer paso emancipador consiste en la emancipación de la ignorancia.
Una colectividad como el proletariado, que se atribuye la elevada misión de reconstituir racionalmente la sociedad humana para que en el mundo se establezca la reciprocidad del derecho y del deber, ha de despojarse en lo humanamente posible del carácter de masa colectiva para alcanzar el de totalidad de unidades equivalentes, y al efecto ha de procurar, por cuantos medios tenga a su alcance, educar e instruir a los individuos. Se ha de procurar a todo trance, como condición esencial, esencialísima, sin la cual no se emancipará jamás y será vil asalariado eternamente, que el proletariado tenga juicio libre y razón desapasionada, para que las voliciones determinantes de la voluntad tengan las condiciones necesarias de conciencia y energía. Según la frase del mártir de la Escuela Moderna, el insigne Ferrer, “es necesario que cada cerebro sea el motor de una voluntad”.
No hay peor tiranía que la que lleva el ignorante dentro de sí mismo: envuelto en las tinieblas de la ignorancia no sabe complacer sus deseos, satisfacer sus necesidades, regir su voluntad y, guiado por la simple rutina, que me atrevo a asegurar que es inferior al instinto de los animales, camina a ciegas sin evitar los peligros y tendiendo su mano en demanda de protección a sus explotadores y tiranos.
La necesidad, la urgencia, la impetuosidad del deseo y la irreflexión impulsiva dio a la fuerza material indebida preponderancia en concepto de muchos trabajadores. De ahí la forma actual de la organización obrera y también todos sus fracasos o la exigüidad relativa de sus triunfos.
El Sindicalismo, para convertir en positiva toda su fuerza teórica, ha de desdoblarse en organización intelectual y organización luchadora, en cerebro y brazo, en pensamiento y voluntad, en conocimiento y acción. De lo contrario, con la fuerza de la razón y del número continuaremos indefinidamente dominados por el relativamente corto número de los dominadores privilegiados.
Muchos millones de trabajadores asalariados analfabetos o que apenas leen, reducidos a ignorancia perpetua, han de ser necesariamente siervos de los monopolizadores de la ciencia.
Y no se diga que hay ricos ignorantes, porque el poseedor del dinero compra todo, porque todo se vende en el régimen propietario-capitalista, desde los placeres terrenales hasta la bula que promete la felicidad eterna. Por dinero tiene el rico en su palacio médico y farmacia, bufón y bailarina, cocinero y repostero, abogado y notario, capellán y capilla con manifiesto y todo cuando la salud o el negocio necesitan la intervención de lo sobrenatural.
Buen contraste ofrece el que presentan aquellos buenos campesinos andaluces que, presintiendo el mérito del saber, se reúnen en la gañanía, durante las horas de descanso, en rededor del compañero que sabe leer y les lee penosamente a la luz del candil el periódico o el folleto emancipador, que les habla de la lucha de clases, del poder de la asociación obrera y del futuro triunfo revolucionario que dé a todos la debida participación en el patrimonio universal.
Por eso afirmo, en consecuencia, que el proletariado en marcha no debe dejar rezagados, y rezagados son, que impiden el avance y que pueden convertirse en enemigos, los infelices compañeros que por desconocimiento de las letras, por falta de haber intelectual, por dificultad y aun imposibilidad de juicio y de raciocinio se prestan a servir de esquirols, sea individualmente impulsados por el hambre, sea maliciosamente enredilados en esos patronatos que recogen las inmundicias inadaptables a la solidaridad e inspiran a los esquirols un misoneísmo u odio a todo lo nuevo que les lleva hasta el fratricidio. Rezagados son también, dicho con los respetos de la tolerancia y con la libre franqueza del deber, todos los obreros que, abandonando el puro ideal emancipador, se alistan en los partidos políticos burgueses o aburguesados que se agitan por intereses mezquinos, olvidando que el problema político del mundo quedó resuelto en 1789 en Francia con su gran Revolución, y que si de ella no resultó la solución del problema social que hoy se halla planteado con aterradora urgencia en todas las naciones, fue por la traidora renuncia que del progreso hizo la burguesía, una vez realizada la revolución política en su exclusivo beneficio.
La escuela tradicional y aun la escuela laica a la francesa tienden a formar creyentes y súbditos, buenos cristianos, buenos ciudadanos, buenos trabajadores, buenos padres de familia, sumisos a las leyes y dispuestos a defender la patria, a cuyo fin enseñan dogmas e imponen cuanto puede ser útil a la Iglesia y al Estado, a cuyas entidades sacrifican al individuo. Desde la escuela, tanto laica como tradicional, el niño se somete a la creencia, a la obediencia y a la disciplina, y adquiere las costumbres propias del creyente, del soldado y del asalariado. Aprende a leer y escribir palabras que no le suscitan ideas, aprende aritmética con demostraciones o cálculo de ganancierismo burgués, gramática de memoria sin arraigo en el entendimiento ni dominio del análisis y de la síntesis del idioma, y así algunas otras nociones de una manera irracional, porque el maestro quiere obtener resultados visibles en la ceremonia de los exámenes, necesita congraciarse con sus superiores jerárquicos o acreditar su establecimiento, y cultiva casi exclusivamente la memoria del niño a costa de la razón. Tampoco puede hacer otra cosa; encargado de numerosos alumnos no puede adaptar su enseñanza a la inteligencia de cada uno; habla para todos; la regla es la misma para todos los temperamentos y para todas las inteligencias, y por ello puede decirse que la escuela, que debiera ser la racional iniciadora de la vida individual y social, mata los gérmenes de la personalidad y de la iniciativa.
He ahí el ideal de los privilegiados: la unidad de la masa, el desvanecimiento en la totalidad, la confusión en la más baja medianía como condición indispensable para la inalterabilidad del orden, o sea estabilidad inalterable del orden burgués, de la usurpación de la propiedad común y de la riqueza social, del reinado del privilegio.
Al obrero se le adiestra mecánicamente: lejos de iniciarle en los principios generales y en los secretos de la industria, se le cierra el paso a toda otra profesión; después de mutilar su inteligencia, se le petrifica, se paraliza su entendimiento como sus brazos. El que maneja la sierra se inutiliza para el componedor, el pintor de brocha gorda es inaccesible al manejo del pincel, al que cava se le escapa el buril de los dedos: del mismo modo el que discurre con nociones legendarias o se guía por rutinas técnicas queda incapacitado para formar juicios propios, para adaptarse pensamientos ajenos y para descubrir nuevos procedimientos científico-industriales.
Si durante los primeros años después del aprendizaje puede alimentar alguna ilusión, la dureza de la vida social y la monotonía del trabajo le sumergen en la conciencia de su degradación, viéndose reducido a ser un vil engranaje, sin personalidad propia, y entonces cae en la desesperación.
Si es verdad que el hombre nace con sentidos y facultades, pero sin ideas, viene al mundo con inclinaciones atávicas, y por atavismo es humilde y aun servil el hijo del pobre, y soberbio y dominante el hijo del rico.
La inclinación atávica, junto con la ignorancia, refuerzan la masa plebeya sometida al dominio de los patricios y sirve de pedestal a los ambiciosos.
En resumen: tanto en la escuela religiosa tradicional, como en la escuela cívica, que con el nombre de laica sostiene o intenta sostener la burguesía liberal o democrática, se forman seres pasivos en quienes no se desarrolla el juicio crítico, porque los dogmas escolares constituyen el objeto único, desentendiéndose del medio ambiente y sin contar para nada con la vida del niño. Ambas escuelas parten del principio que el individuo ha de amoldarse a la sociedad, no la sociedad al individuo, y realizan el abominable símbolo del lecho de Procusto, en el que se estiran o se encogen y aun se cortan las facultades, para reducirlas a la medida de la moral y de la capacidad que el privilegio exige, a fin de evitar toda manifestación de noble y digna rebeldía.
Para contrarrestar los efectos de esas escuelas surgió la enseñanza racionalista, con la cual se abandona el esoterismo popular y se destruye el esoterismo privilegiado, para fundar la universalidad del conocimiento, fundada en el gran principio de que la verdad es de todos y se debe a todos.
La enseñanza racionalista es una renovación total de los viejos y nuevos métodos de transmisión del saber. No representa un grado más en la escala de los adelantos pedagógicos, sino que, valiéndome de una frase vulgarizada, es una revolución que rompe los viejos moldes de la pedagogía servil y convencional y se posesiona de la verdad que nos rodea, que nos toca por todas partes y que se nos metería por los ojos si no los tuviéramos cerrados por el error en que se nos ha criado y en que nos hemos desarrollado y vivimos.
En la Escuela Moderna concebida por Ferrer, la generación nueva, niñas y niños sin distinción, cursan una especie de bachillerato sin clasicismo inútil pero de orientación perfectamente científica.
Una infancia racionalmente educada, que establece la relación prudente entre lo que se sabe y lo que se cree, es decir, entre los descubrimientos de los especialistas científicos y la adaptación de los que no pueden elevarse personalmente a tales especialidades, lleva la renovación social realizada y triunfante en su corazón y en su cabeza; la propagará con el prestigio sugestivo de la sinceridad, de la convicción y de la evidencia, y tomará en su día su parte de posesión en el patrimonio universal con facilidad admirable, sin confiar en falsos redentores, sin necesidad de complots terroríficos, sin esperar imaginarias catástrofes, como resultado lógico y natural de una evolución cumplida, a la manera que concibió Zola aquella Crecherie de El Trabajo, en que la revolución social no fue más que un desprendimiento y un desmoronamiento de lo viejo y caduco, que despojó de obstáculos la bellísima organización que ya funcionaba con galanura y grandeza resultante de todas las voluntades racionalmente determinadas para el bien.
Dígase si no: ¿Quién y qué contendrá en las serviles y miserables estrecheces del salario a la nueva generación racionalmente educada e instruida? ¿De dónde sacarán los privilegiados prestigio y fuerza para continuar la usurpación de los bienes naturales y de los productos del trabajo, toda vez que ese prestigio y esa fuerza tienen como único fundamento la ignorancia popular?
Para la realización del ideal emancipador del proletariado, la enseñanza racionalista es un elemento poderoso; más aún, es indispensable; es el complemento necesario del Sindicalismo; me atrevo a sostener que ha de ser su inspirador y su guía, a la manera que en el individuo inspira la inteligencia a la acción.
Los niños que en la escuela racionalista, en la Escuela Moderna, —nombre histórico escrito con sangre de un mártir—, aprenden la unidad y la eternidad de la materia, que adquieren nociones positivas acerca de la constitución del universo, de la formación de los organismos, de las leyes de la evolución, que conocen el origen del hombre y en síntesis positiva la constitución de la sociedad y el curso de la historia, todo despojado de misticismo, metafísica y leyenda, no pueden ser individuos pasivos sometidos al absurdo tradicional. Por fuerza han de dar nuevo impulso al mundo por iniciativa propia, desoyendo toda sugestión, firmes contra todo intento arribista desviador y dispuestos en todo momento a hacer práctica en el mundo la verdad que atesora su entendimiento.
La enseñanza racionalista tuvo en Ferrer un revelador y un mártir, hoy ya conocida, sólo necesita propagadores entusiastas y decididos, y éstos nadie más obligados que nosotros, los trabajadores, interesados en sustraer nuestros hijos a la nefasta influencia de aquella doctrina que enseña la sumisión a los superiores, la no resistencia al mal, la caridad impotente contra la injusticia dominante, la gracia en substitución de la justicia y la arbitraria mentira del milagro contra la inflexibilidad de las leyes naturales.
Leyendo las estadísticas de la emigración, las del embargo de la pequeña propiedad por los sacamantas administrativos, las noticias de las manifestaciones de obreros que piden a las autoridades pan y trabajo, las de las humillaciones impuestas a los hambrientos por la caridad oficial o particular, abruma la consideración del fondo de inercia en que se hallan tantos miles de individuos, cada uno de los cuales, debidamente educado e instruido, hubiera podido contribuir al tesoro de ciencia, de riqueza y de felicidad que constituye el patrimonio de la humanidad.
La verdad científica hállase en pugna con los intereses particulares de toda confesión religiosa, de toda agrupación política y de toda clase privilegiada.
Así debe comprenderlo el proletariado moderno, no limitándose al propósito de socializar la tierra y los instrumentos de trabajo, sino que ha de socializar también la ciencia universalizando la universidad, o sea poniendo la ciencia al alcance de todo el mundo en vez de permitir que sea una escuela especial de privilegiados donde se enseña a pelear con trampa y con ventaja en la llamada lucha por la existencia.
En algunos pueblos de la antigüedad, dice Carnegie, al que enseñaba a leer a un esclavo se le condenaba a muerte. Manteniendo sus esclavos en la ignorancia, los amos obraban por instinto de conservación, porque instruir al esclavo es romper sus cadenas.
Aprovechemos esa lección histórica, y consideremos como esquirol, no para tratarle como enemigo sino para elevarle a la dignidad de luchador por el ideal, no sólo al infeliz que ocupa el puesto de un huelguista, sino también al que por no dominar las letras se ve privado del mejor medio de saber y se ve reducido a creer, al que por no poder nutrir su entendimiento con la lectura se halla abismado en la creencia.
Vivir reducido a la imposibilidad de adaptarse, con criterio racional por la lectura, el pensamiento ajeno, y no poder transmitir por la escritura el pensamiento propio, incapacita al iletrado para el ideal; aceptar el ideal por creencia, hallándose incapacitado para la crítica y el raciocinio por no saber leer ni escribir, o por saber y no practicar racionalmente, es caer en el fanatismo o en el iluminismo, sin más guía que la imaginación inculta o la fe ciega que impulsa a vitorear a sus tiranos y a perseguir a los hombres de pensamiento salvador y sentimiento altruista. Recordemos con horror que en España se ha llegado a gritar en bárbaro lenguaje apropiado al caso ¡vivan las caenas! Y no olvidemos que Ferrer, el ilustre mártir de la Escuela Moderna, antes que apóstol de la enseñanza racionalista, fue y continuó siendo un ardiente revolucionario, que se desengañó de alcanzar el ideal por los motines y las cuarteladas en vista de la dudosa moralidad de los caudillos y de la estulticia de los partidarios, y pensó en la absoluta necesidad de preparar racionalmente las generaciones en vista del triunfo revolucionario y de la renovación de la sociedad ultrarevolucionaria.
He aquí lo que el mismo Ferrer escribió en su obra póstuma La Escuela Moderna:
“La experiencia adquirida durante mis quince años de residencia en París, en que presencié las crisis del boulangismo, del dreyfusismo y del nacionalismo, que constituyeron un peligro para la República, me convencieron de que el problema de la educación popular no se hallaba resuelto, y no estándolo en Francia, no podía esperar que lo resolviera el republicanismo español, toda vez que siempre había demostrado deplorable desconocimiento de la capital importancia que para un pueblo tiene el sistema de educación.
Imagínese lo que sería la presente generación si el partido republicano español, después del destierro de Ruiz Zorrilla, se hubiera dedicado a fundar escuelas racionalistas al lado de cada comité, de cada núcleo librepensador o de cada logia masónica; si en lugar de preocuparse los presidentes, secretarios y vocales de los comités del empleo que habrían de ocupar en la futura república hubieran trabajado activamente por la instrucción popular; cuánto se hubiera adelantado durante treinta años en las escuelas diurnas para niños y en las nocturnas para adultos.
¿Se contentaría en ese caso el pueblo enviando al Parlamento diputados que aceptan una ley de asociaciones presentada por los monárquicos?
¿Se limitaría el pueblo a promover motines por la subida del precio del pan, sin rebelarse contra las privaciones impuestas al trabajador a causa de la abundancia de lo superfluo de que gozan los enriquecidos con el trabajo ajeno?
¿Haría el pueblo raquíticos motines contra los consumos en vez de organizarse para la supresión de todo privilegio tiránico?”
Tenemos en la sociedad tremendas y odiosas manifestaciones de la desigualdad, no siendo la peor la generalmente conocida, la del millonario y el mendigo; hay otra más grave por cuanto además de ser efecto es a la vez gran parte de causa o de culpa, la del sabio y el ignorante. Si hay quien puede decir: “No necesito la hipótesis Dios”, hay muchos a quienes se lanzó esta injuria: “Se necesita un Dios para la canalla”.
Si estamos explotados como trabajadores, si el trabajo es maldito en la sociedad del privilegio, no se debe únicamente a nuestra falta de enérgica rebeldía, sino también a nuestra ignorancia. Fuertes materialmente durante el corto apogeo de su vida son nuestros compañeros que cultivan la tierra, que huronean en la mina, que modifican la fibra, la madera o los metales, que transportan los productos por mar y por tierra; pero si con la fortaleza de sus músculos tienen un cerebro lleno de supersticiones y prejuicios, si sólo emplean su fuerza en ganar su salario, les quedará para su emancipación la debilidad más absoluta.
Ante todo no podemos olvidar que nuestros hijos, sujetos como nosotros mismos a sistemática ignorancia, o no reciben instrucción alguna, quedando para formar unidades en la horrible cantidad de los analfabetos, o reciben una instrucción primaria ineficaz cuando no contraproducente; hállanse sujetos además a la ignorancia de nuestras compañeras, como nosotros lo hemos estado a la de nuestras madres, y con tales elementos vienen indolentes y cansinos al sindicalismo, o quedan rezagados formando la negra legión de los esquirols, o se dejan seducir fácilmente con las desviaciones burguesas con que a tantos compañeros extravían la cooperación, la política radical, el regionalismo, el patronato católico y las mil frivolidades con que nuestros explotadores nos salen al paso para distraernos cuando no nos amenazan y nos persiguen para aniquilarnos.
Necesitamos instruirnos y educar a nuestros hijos, considerando esa instrucción y esa educación como digno complemento de nuestra organización sindicalista y segura garantía del triunfo de nuestro ideal.
Tanto como el Sindicato y la Federación y Confederación de Sindicatos se necesita el Ateneo para los adultos y la Escuela para los niños.
Tiénese por cierto que la burguesía logró su emancipación cuando sus filósofos fueron capaces de concebir, escribir y publicar la Enciclopedia. Es probable que el proletariado no logre la realización de sus aspiraciones hasta que desaparezca de su seno la negra mancha del analfabetismo.
Abranse, pues, escuelas donde se fomente la instrucción; dése a nuestros hijos educación racionalista, y habremos así logrado un primer triunfo moral, y después, tras nuestro futuro triunfo material, la más firme garantía de su estabilidad.
Los trabajadores deben librar sus hijos de las perniciosas enseñanzas de nuestros dominadores, y lo conseguiremos reemplazando las escuelas municipales burguesas por las sindicales. Impidamos que nuestros hijos sean resignados inconscientes, para ahorrarnos el trabajo de convertirles luego en conscientes y dignos; es más metódico y más seguro; es realizar la esperanza largo tiempo acariciada de una educación de libertad, de un aprendizaje de la vida. Considérese que no es la educación dada por el Estado, por medio de sus funcionarios, la que puede preparar hombres capaces de hacer viable una sociedad. No es tampoco la escuela oficial donde se puede enseñar la libertad. Menos lo será el analfabetismo, que aísla al hombre como a un bruto, desconocedor de lo pasado, aislado en lo presente, imprevisor de lo futuro, privándole de esa gran comunidad del pensamiento que se sostiene y conserva brillantemente por los dos grandes e insuperables descubrimientos del humano ingenio: el alfabeto y la imprenta.
Claro es que rechazados todos los dogmas, no han de elaborarse dogmas sindicales para uso de los hijos de la clase obrera; pero sí ha de enseñárseles a vivir en la integridad de la vida, previniéndoles contra la jerarquía y la tiranía de propietarios y capitalistas, suscitándoles horror al fraude que representa el salario, el amor a la actividad útil, a la libertad y a la concordia.
La generación que sube, y que formará el proletariado de mañana, necesita una mentalidad superior a la presente; no una enseñanza que produzca pastores y rebaños, sino una educación que formen individuos que quieran y sepan ser libres, que sean capaces de realzar la Ayuda mutua sobre la Lucha por la existencia y que lleguen a querer y poder suprimir el Patronato y el Salariado.
Conste, pues; así como el niño no debe ser sometido físicamente a un régimen corporal que le atrofie los órganos, tampoco ha de sometérsele a una engañosa enseñanza que le incapacite para el conocimiento de la verdad y para la práctica de la moral.
La pedagogía racional, la que toma a la infancia sin distinción de sexos para secundar su evolución natural, constituye uno de los más poderosos elementos para la solución positiva y definitiva del problema social.
Niños y niñas que salen de la escuela, y, con el pensamiento fijo en su porvenir, se hallan de pronto ante las encrucijadas de los caminos de la vida, vacilantes y sin saber qué vía emprender, sugestionados además por los pregoneros de los sistemas, que con discursos exagerados ponderan sus ventajas, mientras los rutinariamente educados seguirán a quienes concuerden con sus preocupaciones, los que hayan recibido la educación racional y la instrucción científica de la escuela sindicalista determinarán fácilmente su voluntad por su buen juicio y por su propia iniciativa, sin peligro de equivocarse y con la totalidad de su natural energía.
Sobre esta consideración deseo fijar la atención de los obreros emancipadores, inclinándoles a pensar especialmente sobre la educación e instrucción de la mujer en relación con su derecho propio, como persona consciente y libre y también como conservadora, educadora y maestra de sus hijos.
Es evidente que para cumplir los fines sociales que le corresponden, la mujer ha de instruirse. De poco sirven todos los proyectos reformistas si la mujer, por atavismo sin corrección, tiene como única fuente de inspiración la tradición religiosa.
La sociedad actual continúa sosteniendo la inferioridad moral y jurídica de la mujer en todas las clases sociales, del mismo modo que retiene al trabajador en el despojo sistemático de su participación en la riqueza social; pero si a los privilegiados, teniendo en cuenta las conveniencias en la posesión y en la transmisión de la propiedad, les conviene la inferioridad femenina, los desheredados hemos de conceder, o mejor dicho, reconocer a la mujer ampliamente sus facultades y sus derechos por lo que en ese reconocimiento hay de justo y además por lo que hay de útil.
La mujer piensa, siente y trabaja como el hombre, y, según la más sana filosofía, participa de aquellos derechos inmanentes a la personalidad humana.
Por el desconocimiento de esos derechos, si el proletariado cometiera tan vil error, se cerraría él mismo el paso a su emancipación, remacharía sus cadenas y, duro es decirlo, pero lo pienso y lo digo, merecería su esclavitud.
A pesar de la tiranía masculina, la mujer ha brillado en las ciencias, en las artes y en todas las manifestaciones del saber y del poder, ha de reconocérsele la capacidad y el derecho.
Hablando en términos generales y descontando las excepciones, ella es nuestra compañera, la que nos excita en nuestras vacilaciones, la que nos ayuda en nuestros desfallecimientos, la que nos aconseja en nuestras dudas, la que nos aplaude en nuestros éxitos, la madre de nuestros hijos, la que completa moral y materialmente nuestra personalidad; es, pues, nuestra igual, aunque otra cosa enseñen los libros sagrados y otra cosa preceptúen los libros legales.
Hemos dejado a la mujer en la superstición y la ignorancia, y de ahí resulta que, siendo nuestra compañera, no sea nuestra colaboradora.
Corrijamos nuestro error, primero en la escuela racional, después en nuestros sindicatos. Tengamos siempre presente este pensamiento de Condorcet: “Cuando se instruye a un niño se prepara un hombre instruido, pero cuando se instruye una niña se elabora la instrucción de una familia”.
Tened por cierto que la sociedad regenerada que anhelamos no podrá existir con toda su magnificencia y su justicia, hasta que la igualdad social entre el hombre y la mujer haya vencido el dualismo existente entre el propietario y el obrero.
Excitad en la mujer el ansia de saber, inspiradla el amor a la justicia, interesadla en las luchas por el ideal, hacedla comprender que de ello depende la felicidad del hombre que ama y de los hijos a quienes da vida, y la habréis transformado en sentido racionalmente progresivo, y será vuestra compañera, no sólo en el hogar, sino en el sindicato, en el ateneo y hasta en la barricada.
Tratando de la educación y la enseñanza, no debemos referirnos exclusivamente a la escuela y al profesorado; hay una escuela más grande que todas las escuelas y aun que todas las universidades. Esa escuela es la vida, en la que todos ejercemos de buenos o de malos maestros, por la influencia del ejemplo, y en la que todos somos alumnos por la tendencia a la imitación y por la necesidad de la adaptación.
Los normales y conscientes darán buenos ejemplos a sus hijos y ejercerán ejemplar influencia entre sus compañeros, amigos y vecinos; pero la criatura que nace en una familia en que los padres hayan descendido algunos grados en la escala de la normalidad; si el padre es alcohólico y la madre descuidada y sucia y sus relaciones se hallan al mismo nivel intelectual, formarán entre todos un ambiente de ignorancia y vicio apropiado para esa descendencia degenerada que sirve de rémora a todo progreso cuando no de causante de todo estancamiento y aun de toda regresión.
Hay una desigualdad social contra la cual protestamos todos, porque nos hallamos siendo víctimas inocentes de ella; pero hay una parte de esa desigualdad de que podemos ser causantes y sobre la cual llamo vuestra atención, porque es preciso que todos nos desprendamos de tan grave responsabilidad.
Ved en qué consiste:
Hágase un paralelo entre el niño nacido de padres, no ya ricos o pobres sino educados, instruidos y conscientes de sus deberes paternales, y el niño nacido de padres ignorantes y viciosos; supongamos las dos parejas procreadoras en idénticas condiciones sociales, pobres o ricos, y veamos sus consecuencias: el uno se desarrollará irracionalmente entre servidores, si es rico, o en el abandono si es pobre, o relativamente bien atendido según los recursos paternales, y la marca de la educación quedará perenne en aquellos individuos; los unos cumplirán en el curso de la vida dando impulso a las ciencias o al ideal redentor, y los otros serán apaches de casino o de taberna.
Es preciso que todos, pero principalmente los trabajadores, se propongan no dar vida a seres degenerados, no ser causantes de tal y tan grave desigualdad, y considerando que una descendencia degenerada renueva y refuerza la masa social de donde se echa mano para la recluta de sayones de todo género, de esquirols, de timadores, de majos de navaja y revólver al servicio de explotadores y usureros y de cuantos viven al margen de la moral racional, reprimamos la bestia sexual y demos cuerpo y vida únicamente a una descendencia que podamos cobijar bajo nuestra digna responsabilidad, sea contando con nuestro poder individual, sea sintiéndonos apoyados por d gran poder de instituciones creadas por la solidaridad.
Aquí terminaría mi trabajo, si por agotamiento mío, no por haber agotado el tema; pero quiero aquí rendir el homenaje de un respetuoso recuerdo al fundador de la Escuela Moderna, al mártir de la enseñanza racionalista, al que dio su vida por la universalización de la ciencia, con la intención de emancipar al proletariado y establecer definitivamente en el mundo la igualdad social.
Al efecto, leeré el final de mi prefacio al libro La Escuela Moderna, póstuma explicación y alcance de la enseñanza racionalista, por Francisco Ferrer Guardia, publicado por su sucesor.
“En junio de 1908, hallándose Ferrer reposando en Amelie-les-Bains, me invitó a que le acompañara, a lo que accedí gustoso, y en la tranquilidad de aquel bellísimo repliegue de los Pirineos, en el descanso requerido tras muchos años de actividad incesante y uno de privación de libertad y peligro terrible, recordó los pasos dados en la vía progresiva, y concertamos propósitos de continuación aprovechando las lecciones de la experiencia.
Allí, Ferrer, en consideración a cuanto se había fantaseado por amigos y adversarios sobre el significado de la Escuela Moderna durante la campaña de su liberación, formó el propósito de escribir una Memoria explicativa de su significación, que se publicaría en la prensa española y francesa y fijaría clara y terminantemente el concepto, la aplicación y la extensión de la enseñanza racionalista.
Para la realización de su propósito requirió mi colaboración, y en aquel hermoso oasis y disfrutando de una breve tregua en la lucha por el progreso, por el bien, por la justicia, en la calma de un paisaje espléndido, gozando de aromáticas brisas y del armónico murmullo de aves e insectos a la orilla de un riachuelo, escribió la presente explicación que, por ser suya y por haberse ratificado y confirmado en hora trágica y solemne en Monjuich ante el pelotón de ejecución, rectifica errores, ratifica verdades y puede servir de guía a los continuadores de una iniciativa salvadora, emancipadora y libertadora de la humanidad.
En aquel medio, en presencia de Ferrer y oyendo su palabra inspirada por el más generoso altruismo, sentí aquellas emociones que exaltan el sentimiento y el pensamiento, y mientras él bosquejaba su Memoria, yo escribí las siguientes líneas, que no pude presumir habrían de incluirse en el prefacio de la obra póstuma de Ferrer.
La Escuela Moderna
Existe un tesoro natural, en cuya formación no han intervenido los hombres, y otro artificial, aglomerado con el concurso de los observadores, los pensadores y los trabajadores de todos los tiempos y de todos los países.
Por la existencia de ese tesoro natural viven los hombres, por la aglomeración de ese tesoro artificial vive la humanidad; porque es evidente que sin condiciones de vitalidad necesaria y aun excedente las especies inferiores no hubieran evolucionado hasta formar el organismo humano, ni el aprovechamiento de la excedencia hubiera creado la ciencia, el arte y la industria reuniendo el saber, el querer y el poder de todos de modo que se fundara la humanidad por la adopción de la solidaridad.
Si esos tesoros no tienen creador en nuestra especie ni en la generación viviente, claro es que la apropiación individual, la transmisión hereditaria y el goce de todas las ventajas consiguientes por cierto número de privilegiados, con exclusión de otro número infinitamente mayor que permanecen míseros e ignorantes desheredados, no tienen razón de ser, son un absurdo, constituyen una usurpación.
Ello es así: no busquemos causantes y responsables; no demos vana satisfacción al sentimiento buscando el enemigo a quien quisiéramos abrumar con nuestras quejas o destruir con nuestra ira, pero reconozcamos el hecho en toda su sencillez: la gran riqueza natural y la no menos grande riqueza social, que juntas forman el patrimonio de esa gran aglomeración solidarizada llamada la humanidad, lo viene detentando en el mundo un relativamente corto número de privilegiados, desde el brahmán al burgués, en perjuicio de todos los explotados y oprimidos del mundo, desde el paria al jornalero, tomando la denominación de esas clases históricas como representación de todas las desigualdades más o menos conocidas que hayan existido entre los hombres.
Obra humana es el dualismo que tanto nos daña, obra humana ha de ser el monismo reparador que ha de favorecernos.
Antes que los legisladores codificaran la injusticia legalizando la usurpación propietaria y el despojo de las clases ínfimas, los sacerdotes habían santificado la ignorancia con el esoterismo, reservándose con el esoterismo el privilegio del saber, y así quedó creado el absurdo antisolidario que representa el dualismo que nos divide, causante del antagonismo de intereses que corroe la Sociedad.
La Ciencia, precursora siempre, como el pensamiento precede necesariamente a la acción a título de determinante de la voluntad, rebasó por su propio poder las reservas y los secretos de la iniciación, pasando del templo, donde la usurpaban los sacerdotes, a la universidad, donde la usurpan los burgueses; pero interpretado el símbolo, desvanecido el mito y derribado el ídolo, último refugio de la injusticia exotérica, ni en la universidad se detiene, y pasa a la escuela racional, verdadera y positiva universidad donde se enseña a todas y a todos la ciencia de la vida, convirtiendo en aula infantil la naturaleza en toda su inmensa amplitud, y toma como objetivo de su enseñanza todas las manifestaciones del saber y del poder de los hombres.
Para condensar en un punto inicial la nueva vía libre emprendida por la humanidad surgió la Escuela Moderna”.