Errico Malatesta
Algunos pensamientos sobre el sistema de propiedad post-revolucionario
Nuestros oponentes, los beneficiarios y defensores del sistema social actual, tienen el hábito de justificar el derecho a la propiedad privada señalando que la propiedad es la condición y garantía de la libertad.
Y estamos de acuerdo. ¿No decimos nosotros repetidamente que la pobreza es esclavitud?
Pero entonces, ¿por qué nos les oponemos?
La razón es clara: en realidad la propiedad que ellos defienden es la propiedad capitalista, es decir la propiedad que permite a sus dueños vivir del trabajo de los demás y que por lo tanto depende de la existencia de una clase de desheredados y desposeídos, forzados a vender su trabajo a los dueños de la propiedad por un salario inferior a su valor real.
Por cierto, en todos los países del mundo moderno la mayoría de la población debe vivir buscando empleo donde aquellos con el monopolio de la tierra y los medios de trabajo y cuando lo obtienen reciben un salario que es siempre menor a su valor y a menudo apenas suficiente para cuidarse de la inanición. Esto significa que los trabajadores están sometidos a un nuevo tipo de esclavitud que, aunque puede variar en el grado de severidad, siempre implica inferioridad social, penuria material y degradación moral, y es la causa primaria de todos los males que aquejan al orden social de hoy.
Para llevar libertad a todos, para permitir que todos, en completa libertad, obtengan el máximo grado de desarrollo moral y material, y disfruten todos los beneficios que la naturaleza y el trabajo pueden conceder, todos debe tener su propia propiedad; todos, esto es, deben tener el derecho a ese pedazo de tierra y aquellas materias primas y herramientas y equipamiento que se necesitan para trabajar y producir sin explotación y opresión. Y ya que no podemos esperar que las clases propietarias entreguen espontáneamente los privilegios que han usurpado, los trabajadores tendrán que expropiar esa propiedad y ésta debe volverse propiedad de todos.
Esta ha de ser la tarea de la siguiente revolución y a ella debemos prestar nuestros mejores esfuerzos. Pero dado que la vida social no puede permitirse interrupciones, debe al mismo tiempo dar consideración a los medios prácticos usando los bienes que para entonces tendríamos en común, y a los modos de asegurar que todos los miembros de la sociedad disfruten de iguales derechos.
El sistema de propiedad será por ende el problema que surja en el mismísimo momento en que procedamos a la expropiación.
Naturalmente no podemos clamar o esperar pasar de un tirón del sistema actual a otros sistemas perfectos y definitivos. Durante el momento de la revolución, cuando la primera prioridad es actuar rápido e inmediatamente satisfacer las necesidades más urgentes, todo lo posible se hará, dependiendo de la voluntad de los involucrados y de las condiciones reales que están determinadas y circunscritas por ellos. Pero es esencial que, desde el mismo comienzo haya una idea de qué se requiere hacer para impulsar las cosas lo más allá posible hacia ese fin.
¿Debiese la propiedad ser individualmente o colectivamente poseída? ¿Y el poseedor colectivo de bienes indivisos debiese ser el grupo local, el grupo operacional, el grupo de afinidad ideológico, el grupo familiar — o ha de involucrar a todos los miembros de la nación completa y, más allá, de toda la humanidad?
¿Cuáles serán las formas de producción e intercambio? ¿El sistema victorioso será el comunismo (asociaciones de productores y libre consumo para todos) o el colectivismo (producción en común y distribución de bienes de acuerdo a la labor del individuo) o el individualismo (a cada quien los medios individuales de producción y la posesión del producto de su propia labor), o alguna otra forma compuesta que los intereses individuales y los instintos sociales, iluminados por la experiencia, puedan sugerir?
Probablemente todas las formas posibles de distribución serán experimentadas simultáneamente, en la misma u otra locación, y serán fundidas y adaptadas en diversas formas hasta que la experiencia práctica identifique la mejor manera o maneras.
En tanto, como ya lo he mencionado, la necesidad de no interrumpir la producción y la imposibilidad de suspender el consumo de las necesidades básicas asegurará que poco a poco, a medida que la expropiación tome lugar, se alcanzará el consenso en vías de seguir la marcha de la vida social. Lo que sea posible se hará, y en tanto se haga todo para prevenir el establecimiento y consolidación de nuevos privilegios habrá tiempo para hallar mejores soluciones.
¿Pero cuál es la solución que me parece mejor y hacia la cual hay que apuntar?
Me denomino a mí mismo comunista porque el comunismo me parece el objetivo ideal para la humanidad, pues el amor mutuo entre las personas crece y la producción a gran escala les libera del temor al hambre, y por ende destruye el principal obstáculo de la solidaridad. Pero, en realidad, más que las formas prácticas de organización económica, que deben necesariamente ser adaptadas a las circunstancias y estarán bajo un desarrollo continuo, lo importante es el espíritu que mueve a estas organizaciones y los métodos con los que se monten. Lo que es importante, es mi opinión, es que estén guiadas por el espíritu de justicia y un deseo por el bien de todos, y que siempre sean creadas libremente sobre bases voluntarias.
Toda forma de organización, si realmente hay libertad y un espíritu de solidaridad, apunta al mismo fin —la emancipación y el progreso humanos— y terminarán por concordar unas con otras y fundiéndose. Pero si, por el contrario, hay una carencia de libertad y buena voluntad para con todos, entonces no hay forma de organización que no engendre injusticia, explotación y despotismo.
Miremos brevemente los principales sistemas que han sido propuestos como solución al problema.
Respecto a las aspiraciones anarquistas, los dos sistemas básicos en disputa son: el individualismo (con lo cual quiero decir individualismo como medio de distribución de la riqueza y no lidiaré con abstrusos conceptos filosóficos que, en este contexto, son irrelevantes) y el comunismo.
El colectivismo, del que poco se dice hoy por hoy, es un sistema intermedia que reúne los méritos y los defectos de los dos sistemas ya mencionados y, quizás, precisamente porque es una casa a medio construir, será ampliamente aplicada, al menos durante la transición entre la sociedad antigua y la nueva. Pero no lidiaré específicamente con éste porque las mismas objeciones se puede hacer de él como del individualismo y el comunismo.
El individualismo completo pareciera consistir en dividir entre todos los individuos toda la tierra y toda otra riqueza en proporciones que son virtualmente iguales y equivalentes, de tal manera que todas las personas, desde el inicio de sus vidas, están provistas con iguales medios, y cada individuo puede elevarse a alturas que sus facultades y actividades permitan. Para preservar esta igualdad desde el inicio la idea de herencia sería abolida y periódicamente habría nuevas divisiones de tierra y riqueza para llevar el paso a los cambios en la población.
Este sistema sería claramente no viable económicamente; esto es, no sería conducente al mejor uso de la riqueza. Aún si pudiese ser aplicado en comunidades agrarias pequeñas y primitivas sería ciertamente imposible en una civilización agro-industrial colectiva y avanzada extensa, en la cual una porción considerable de la población no estaría en contacto directo con la tierra y el equipamiento para producir bienes materiales, pero estaría llevando a cabo servicios útiles y esenciales para todos. Además, ¿cómo puede la tierra ser dividida con al menos relativa justicia, dado que el valor de las diversas áreas de tierra difiere tanto de acuerdo a la productividad, la salud del suelo y la posición?
¿Y cómo puede uno dividir las grandes empresas industriales que, para operar, dependen de la labor de un gran número de trabajadores, trabajando simultáneamente? ¿Y cómo fijar el valor de las cosas y el comercio sin al mismo tiempo caer nuevamente en los males de la competencia y el acaparamiento?
Es muy cierto que los avances en la química y la ingeniería tienden hacia una equiparación de la productividad y fertilidad de distintas áreas de tierra; que el desarrollo de los medios de transporte —el auto a motor y el aeroplano— tenderán a esparcir beneficios mucho mayores; que el motor eléctrico es un factor descentralizador en la industria y permite a los individuos aislados y a los grupos pequeños que realicen trabajo de máquinas; la ciencia podría, en todos los países, descubrir o sintetizar las materias primas necesarias para la producción. Y luego, cuando éstos y otros avances se realicen, la facilidad y la abundancia de producción dejarán de ser el problema económico predominante que es hoy y el crecimiento en solidaridad humana será inútil y repugnante cualquier diminuto y nimio cálculo respecto a lo que una u otra persona tenga o no derecho.
Pero estas son cosas que ocurrirán en un futuro más o menos distante, mientras que aquí he estado tratando con el hoy[1929] y el futuro cercano. Y hoy una organización social basada en la posesión individual de los medios de producción, manteniendo y creando antagonismos entre productores y un conflicto de intereses entre productores y consumidores, estaría siempre bajo la amenaza del posible advenimiento de la autoridad, un gobierno que restablecería los privilegios que habían sido derrocados. En cualquier caso no podría existir, siquiera provisionalmente, a menos que fuese moderado y fortalecido por todo tipo de asociaciones y cooperativas voluntarias.
El dilema principal para la revolución sigue siempre siendo: ya sea organizarse voluntariamente para beneficio de todos, u organizarse bajo el poder de un gobierno para beneficio de la clase gobernante.
Volquémonos ahora hacia el comunismo. Teóricamente, en cuanto a las relaciones humanas concierne, el comunismo parece el sistema ideal para reemplazar la lucha por la solidaridad, para hacer el mejor uso posible de la energía natural y del trabajo humano y para hacer de la humanidad una gran familia de hermanas y hermanos cuyo propósito sea ayudarse y amarse unos a otros.
¿Pero es esto practicable en la condición moral y material en la que la humanidad se encuentra ahora? ¿Y cuáles son su límites?
El comunismo universal —una sola comunidad de seres humanos— es una aspiración, una meta ideal hacia la cual moverse, pero ciertamente no podría ahora tomar forma concreta de organización económica; probablemente tampoco podría hacerlo en largo tiempo por venir: el largo plazo será asunto de nuestros descendientes.
En el presente uno puede pensar solo en una multiplicidad de comunidades compuestas de poblaciones vecinas y afines, que tendrían un número de distintas relaciones unas con otras, ya sea comunistas o comerciales; y aún dentro de estos límites siempre hay el problema de un posible conflicto entre el comunismo y la libertad. Porque al menos que haya un sentimiento residual, que impulse a las personas hacia una solidaridad consciente y deseada que nos induciría a luchar por y a poner en práctica el mayor grado posible de comunismo, creo que el comunismo total —especialmente si se extiende en un gran área de territorio— sería tan imposible y anti-libertario hoy como el completo individualismo sería económicamente inviable e imposible.
Para organizar una sociedad comunista a gran escala, toda la vida económica —medios de producción, intercambio y consumo— tendrían que ser radicalmente transformados. Y esto solo podría hacerse gradualmente, como lo permiten las circunstancias objetivas, y en el grado en que la mayoría de la población comprenda las ventajas y sepa cómo mantenerse. Si, por otra parte, esto pudiese hacerse de un solo golpe, según los deseos y por medio del poder excesivo de un partido, las masas, acostumbradas a obedecer y servir, aceptarían la nueva forma de vida como una ley nueva, impuesta por un nuevo gobierno, y esperaría a que un poder supremo imponga sobre todos cómo producir y controlar el consumo. Y el nuevo poder, no sabiendo y no siendo capaz de satisfacer inmensamente variadas y a menudo contradictorias necesidades y deseos, y no queriendo declararse a sí mismo un espectador inútil dejando a las partes interesadas la libertad de hacer lo que quieran y pueda, reconstituiría un Estado, fundado, como todos los Estados, sobre poder militar y policial; y esto, si se las arregla para perdurar, solo sustituiría nuevos y más fanáticos patrones por los antiguos. Bajo ese pretexto (y por cierto con la honesta y sincera intención de regenerar el mundo con un nuevo evangelio) un solo liderazgo debe ser impuesto sobre todos, todas las libertades suprimidas y toda libre iniciativa vuelta imposible. En consecuencia, la disuasión y paralización de la producción comenzaría; prácticas comerciales clandestinas y fraudulentas reinarían; habría una burocracia arrogante y corrupta, miseria general y, finalmente, un retorno más o menos completo a las mismas condiciones de opresión y explotación que la revolución suponía abolir.
La experiencia rusa no debe haber ocurrido en vano.
Para concluir, me parece que ningún sistema puede ser viable y realmente liberar a la humanidad del cautiverio atávico, si no es el resultado del libre desarrollo.
Si ha de haber una sociedad en la que las personas vivan juntas sobre bases libres y cooperativas para el bien mayor de todos y nunca más conventos y despotismos, sostenidos por la superstición religiosa o la fuerza bruta, las sociedades humanas no pueden ser la creación artificial de una persona o secta. Deben ser el resultado de las necesidades y deseos competentes o conflictuantes de todos los miembros de la sociedad que, mediante repetido ensayo y error, encuentren las instituciones que, en un momento dado, son las mejores posibles, y las desarrollen y las cambien de acuerdo a las circunstancias y deseos variables.
Comunismo, individualismo, colectivismo o cualquier otro sistema imaginable puede ser preferido y su triunfo construido mediante la propaganda y el ejemplo. Pero, a riesgo de seguro desastre, de lo que siempre se debe tener cuidado es de clamar que el sistema propio es el único e infalible, bueno para todos, y en todo lugar y en todo momento; y esa victoria puede obtenerse de otros modos que por la persuasión, en base a la evidencia de los hechos.
Lo importante, e indispensable, y además el punto esencial de partida, es asegurar que toda persona tenga los medios para ser libre.
Cuando el gobierno, que defiende a los propietarios y a los terratenientes, sea vencido, o de cualquier manera considerado impotente, será tarea de todos, y especialmente de aquellos entre la población que tengan el espíritu de iniciativa y habilidad organizativa, proveer para la satisfacción de las necesidades inmediatas y prepararse para el futuro, destruyendo privilegios e instituciones dañinas y al mismo tiempo haciendo que las instituciones útiles, que hoy exclusivamente o principalmente sirven a las clases dominantes, funcionen para el beneficio de todos.
La misión especial para los anarquistas es estar en guardia por la libertad contra los aspirantes al poder y contra el posible despotismo de la mayoría.