Errico Malatesta
La situación
Mussolini sigue en el trono y el parlamento se arrastra más que nunca a sus pies. Los plenos poderes han sido concedidos con la premura de siervos que compiten en bajeza. Mussolini había dicho: «dádmelos a mí o a nadie», y ninguno tuvo la dignidad de responder: Tómalos, pero no nos obliguen a interpretar el papel de patrones en la comedia, cuando somos siervos y nos complacemos de serlo.
Los mismos socialistas no han entendido que no pueden mantenerse dignamente en una asamblea que funciona bajo el terror de la porra, o de la disolución, y donde la oposición puede ser sólo una farsa.
La dictadura triunfa: dictadura de aventureros sin escrúpulos y sin ideales, que arribó al poder y permanece allí por la desorientación de las masas proletarias y por la ansiosa avaricia de la clase burguesa en busca de un salvador. Pero todos sienten que la situación es tal que no puede durar, y los conservadores más iluminados, mientras hacen los regalos necesarios al patrón del momento y engañan con cada palabra el pavor que les domina, demandan la restauración del «Estado liberal», es decir, volver a las mentiras constitucionales.
Los conservadores incluyen ciertamente todo el humor al demandar un régimen de libertad, aunque sea limitado, a personas que tienen la costumbre de imponer la propia voluntad con la porra, el aceite de ricino y, aún peor, a personas hechas antes desarmar prudentemente; pero a ellos no les preocupa la libertad. Lo que quieren es un régimen, cualquiera de los regímenes considerados constitucionales, que logre hacer creer al pueblo que es libre, y que asegure así a los propietarios y a los gobernantes el tranquilo gozo de sus privilegios.
El método con el que Mussolini ha llegado al poder no permite el engaño; y es esto lo que atormenta a las cándidas almas de los conservadores.
Mussolini, si logra consolidar su poder, hará ni más ni menos que lo que haría cualquier otro ministro: servirá a los intereses de la clase privilegiada… y se hará pagar por sus servicios. Pero no engañará a nadie con que él ha llegado al gobierno por la voluntad del pueblo. Su tiranía es demasiado reciente para poder esconder su origen: ¡quizás por esto su turbia consciencia le aconseja apelar a Dios!
De los proyectos y propósitos, reales o no, sinceros o menos, del nuevo gobierno no queremos ocuparnos. Es siempre el usual remastique de viejos engaños, el viejo intento de arreglar con una mano de pintura una casa que se derrumba.
Para nosotros el único cambio importante es este: Fuimos hostiles al gobierno porque el gobierno no es sino el defensor armado de todas las injusticias sociales, el creador de nuevas injusticias, el enemigo de la libertad, el obstáculo material sobre el camino de la civilidad. Y fuimos hostiles al fascismo porque es un movimiento que pretende defender los privilegios burgueses, impedir el ascenso proletario, sofocar toda aspiración a una sociedad más justa y más libre, y que se sirvió de medios brutales, feroces y viles para alcanzar sus objetivos.
Ahora gobierno y fascismo se han vuelto la misma cosa, y se conforman del mismo personal: por lo tanto, hay mayor posibilidad de duda que cuando esas dos fuerzas de la opresión parecían en desacuerdo entre sí.
Situación simplificada: tanto mejor. Tanto mejor si esto puede servir a reunir todas las fuerzas del progreso en la lucha contra la barbarie triunfante.