Errico Malatesta
Por qué el fascismo vence
La fuerza material puede prevalecer sobre la fuerza moral, también puede destruir a la más elegante civilización si ésta no sabe defenderse con medios adecuados contra los retornos ofensivos de la barbarie.
Toda bestia feroz puede devorar a un gentilhombre, también a un genio, un Galileo o un Leonardo, si éste es tan ingenuo como para creer que puede frenar a la bestia mostrándole una obra de arte o anunciándole un descubrimiento científico.
Pero la brutalidad difícilmente triunfa, y en todos los casos sus éxitos no han sido nunca generales y duraderos, si no logra conseguir cierto consentimiento moral, si los hombres civiles la reconocen por lo que es, y si además impotentes en develarla la rehuyen como a una cosa inmunda y repugnante.
El fascismo que compendia en sí toda la reacción y reclama en vida toda la ferocidad atávica dormida, ha vencido porque ha tenido el apoyo financiero de la gran burguesía y la ayuda material de varios gobiernos que quisieron servir contra la apremiante amenaza proletaria; ha vencido porque ha encontrado en su contra una masa cansada, desengañada y vuelta cobarde por una propaganda parlamentarista de cincuenta años; pero sobre todo ha vencido porque su violencia y sus crímenes han provocado el odio y la venganza de los ofendidos, pero no despertó la desaprobación, la indignación general, el horror moral que nos parece que debió nacer espontáneamente en cada alma gentil.
Y lamentablemente no podrán éstas imponerse materialmente si antes no hay una revuelta moral.
Digámoslo francamente, por doloroso que sea el constatarlo. Fascistas también hay fuera del partido fascista, hay en todas las clases y en todos los partidos: hay gente de todo el mundo que no siendo fascistas, incluso siendo anti-fascistas, tienen el alma fascista, el mismo deseo de abuso que distingue a los fascistas.
Ocurre, por ejemplo, de encontrar hombres que se dicen y se creen revolucionarios e incluso anarquistas que para solucionar una cuestión cualquiera afirman con orgulloso ceño que actuarán fascistamente, sin saber, o sabiendo también, que eso significa atacar, sin preocupación de justicia, cuando se está seguro de no correr peligro, o porque se es mucho más fuerte, porque se está armado contra un desarmado, o porque son varios contra uno, o porque se tiene la protección de la fuerza pública o porque se sabe que al violentado le repugna la denuncia — significa en fin actuar como camorrista y como policía. Lamentablemente es cierto, se puede actuar, y a menudo se actúa fascistamente sin necesidad de apuntarse entre los fascistas: y no son ciertamente los que actúan así, o se proponen actuar fascistamente, los que podrán provocar la revuelta moral, el sentido de disgusto que matará al fascismo.
¿No vemos a los hombres de la Confederación, los D'Aragona, los Baldesi, los Colombino, etcétera, lamer los pies de los gobernantes fascistas, y luego seguir siendo considerados, también por sus adversarios políticos, como gentilhombres?
Estas consideraciones, que por lo demás hemos hecho muchas veces, que se vinieron a la mente leyendo un artículo de “L'Etruria Nuova” de Grosseto, y que nos hemos asombrado de ver cortésmente reproducido por “La Voce Repubblicana” del 22 de agosto. Es un artículo de “su valeroso director”, el buen Giuseppe Benci, el decano de los republicanos de la fuerte Maremma (para usar las palabras del “La Voce”), que nos parece un documento de bajeza moral, que explica por qué los fascistas han podido hacer en la Maremma lo que hicieron.
Son conocidas las hazañas de bandoleros de los fascistas en la desventurada Maremma. Allí, más que en otros lugares, han ventilado sus pasiones malvadas. Desde el asesinato brutal a golpes, de incendios y devastaciones, hasta tiranías menudas, las pequeñas vejaciones que humillan, los insultos que ofenden el sentido de dignidad humana, todo esto han cometido sin conocer límite, sin respetar a nadie aquellos sentimientos que, además de ser condición de todo vivir civil, son la base misma de la humanidad en cuanto se distingue de la más ínfima bestialidad.
Y aquel fiero republicano de la Maremma habla en tono humilde y los trata de “gente de fe” y mendiga para los republicanos su apoyo y casi su amistad, aduciendo los méritos patrióticos de los mismos republicanos.
Él “admite que el gobierno (el gobierno fascista) tiene el derecho a garantizarse el libre desarrollo de su acción” y deja entender que cuando los republicanos vayan al poder harán lo mismo. Y protesta que “nadie podrá admitir que de nosotros (a Grosseto) el partido republicano haya intentado con acto alguno obstaculizar la experiencia de la parte dominante” y se jacta de no haber impedido para nada la acción del gobierno retrayéndose hasta de las luchas electorales para esperar que el experimento se cumpla. Es decir, esperar que se cumpla el experimento de dominación sobre toda Italia por parte de aquella gente que ha torturado a la Maremma.
Si el estado de ánimo del señor Benci correspondiera al estado de ánimo de los republicanos y la suerte del gobierno fascista tuviera que depender de ellos, tendría razón Mussolini cuando dice que se quedará en el poder treinta años. Se podría también quedar trescientos.