Federica Montseny
¿Qué es el Anarquismo?
Origen y desarrollo del anarquismo
El anarquismo entre la Revolución Rusa de 1917 y la Revolución Española de 1936
El anarquismo, desde la Revolución Española hasta nuestros días
El anarquismo, definido por sus teóricos y los acuerdos de sus congresos
Breve introducción al tema
La Enciclopedia Quillet, en una de sus ediciones, define así al anarquismo: «Sistema político y filosófico, basado en el ideal de una sociedad sin gobierno».
La palabra anarquía deriva del griego AN —no— y ARKIA — gobierno. Sin embargo, de una manera deliberada, se ha generalizado otra acepción del vocablo. Anarquía es hoy sinónimo de desorden, de caos. Anárquico es interpretado como algo desordenado, caótico.
El anarquismo jamás es definido como «ideal de una sociedad sin gobierno», sino como un movimiento compuesto por individuos violentos, propensos a utilizar, en todo momento, del terror, de la intimidación para imponerse en la sociedad y para entablar la lucha con sus adversarios. El anarquismo ha sido difamado, deformado y calumniado con igual unanimidad por conservadores y por comunistas.
No obstante, nadie puede negar las bases científicas y filosóficas del anarquismo. Sus teóricos más eminentes han sido hombres de ciencia como el príncipe Pedro Kropotkin, el geógrafo Eliseo Reclus, el economista Dómela Nievehuis, el pensador Rudolf Rocker, el historiador Max Nettlau.
El estudio de las sociedades primitivas y de la evolución de la especie, llevó a Kropotkin y a Reclus a la conclusión de los efectos nocivos del. Estado, que en lugar de ejercer función de árbitro y regulador de las relaciones sociales, se convirtió universalmente y a lo largo de sus múltiples transformaciones, en defensor de los intereses creados por los que lo detentaban y por los que habían confiscado los bienes de la colectividad en beneficio propio. Es decir, lo que lanzaran como grandes líneas políticas y filosóficas Proudhon y Bakunin, lo iluminaron con la luz de sus estudios y de su experiencia científica los hombres que continuaron y ampliaron su obra.
El anarquismo es, pues, una doctrina social basada en la libertad del hombre, en el pacto o libre acuerdo de éste con sus semejantes y en la organización de una sociedad en la que no deben existir clases ni intereses privados, ni leyes coercitivas de ninguna especie. El hombre, movido por sus dos instintos paralelos, el egoísmo y el altruismo, que con él nacen y en él viven, sin imposiciones ni educaciones destinadas a dominarlo y a malearlo, sabrá, por egoísmo, ponerse de acuerdo con los demás hombres, para facilitar su trabajo, su defensa y el medio en que debe desenvolverse, y, por altruismo, sabrá aportar su apoyo solidario a los más débiles y desvalidos.
Sin caer en el infantilismo roussoniano, el anarquismo ha creído en el hombre y ha considerado que si se producían anormalidades fisiológicas, determinadas por la herencia o por malformaciones congenitales, la ciencia, la medicina estaban ahí para curarlo, para remediarlas.
Un pensador anarquista argentino, Rafael Barret, definió con estas palabras profundas la posición de los anarquistas en este sentido: «La maldad es cosa de enfermos». Un hombre normalmente constituido, en posesión de todas sus facultades, sano, libre, con todos los medios a su alcance para vivir feliz, no será malo y buscará la sociedad de sus semejantes, ya que el hombre, como especie, es sociable, necesita la compañía de los demás hombres para desarrollarse y vivir armoniosamente.
Para el anarquismo, sin embargo, la sociedad no puede ser y no debe ser sinónimo de esclavitud, de uniformidad ni de promiscuidad. Los derechos del individuo a la soledad, si así lo desea, al trabajo solitario, si sus inclinaciones a ello le llevan, son siempre reconocidos. La base del anarquismo es el hombre, sus derechos inalienables, el pacto libre con los demás hombres y la organización de una sociedad donde esos derechos estén garantizados por el conjunto armonioso de todos los hombres reunidos.
Pi y Margall, que, sin ser específicamente anarquista, tantas ideas libertarias expresara en su obra, definió muy bien los límites únicos que tiene el ejercicio de la libertad individual, tal como la conciben los anarquistas: «La libertad de uno termina donde empieza la libertad de otro».
A lo largo de este opúsculo iremos exponiendo las diversas fórmulas prácticas de organización social, ideadas por los anarquistas y expuestas, sea en escritos redactados por sus teóricos, sea en acuerdos tomados en los diversos Congresos en que el tema de la organización de la vida en una sociedad liberada del Estado pensaron los anarquistas.
Porque, contra lo que piensa el vulgo mal informado, nadie se preocupó tanto de los aspectos prácticos de la organización del mundo, después de la revolución social que debería terminar con la existencia del Estado y establecer las líneas generales de la sociedad futura, como los anarquistas. Los teóricos marxistas, atrincherados en la teoría del Estado en manos de la clase trabajadora o de las minorías dirigentes, rara vez abordaron el tema. Nosotros no sólo lo abordamos, sino que nos esforzamos en resolverlo, como se verá más adelante.
Origen y desarrollo del anarquismo
Es evidente que la teoría anarquista no surgió de una pieza, armada y presta a formularse, de una sola cabeza. Hasta llegar a la formulación de un Godwin, de un Proudhon, a la tesis polémica de un Bakunin, pasó por, un largo período de maduración que se extiende desde los filósofos griegos, el pensamiento chino de Lao Tsé hasta nuestros días, pasando por la Edad Media, el Siglo de Oro español, el Renacimiento italiano, la Revolución francesa, sin olvidar las agitaciones sociales del siglo XIX en Rusia, Italia, España, Francia, Alemania y la aportación de los economistas ingleses.
Sócrates, Heráclito, Demócrito, Epicuro, Epicteto, Diógenes, Platón, Aristóteles, en el conjunto de su concepción filosófica aparecen ideas sobre el hombre, la vida, las pasiones, la sociedad, en las que hay atisbos de crítica común a lo que más tarde debía ser pensamiento anarquista. En los primeros apóstoles del cristianismo, así como en Jesús, tal como nos lo muestran los pensadores que lo han estudiado como revolucionario y como hombre, las formulaciones aparecen aún más claras. En la propia Edad Media, calificada como período de máximo oscurantismo, fueron numerosos los pensadores que expusieron teorías audaces, demoledoras, socialmente hablando. En nuestro Siglo de Oro, el pensamiento ya se afina y se perfila. Baste sólo recordar el Discurso a los pastores del inmortal Cervantes.
Rabelais, Montaigne, Restif de la Bretonne, aportaron ya ideas concretas. El «Haz lo que quieras» rabelaisiano, inscrito en el pórtico de la abadía de Theléme, es todo un poema y todo un programa.
En las Utopías aparecidas por esa época —«La Ciudad del Sol», de Campanella y la «Utopía», de Tomás Moro— por el contrario, la obsesión autoritaria aparece muy presente. Pero, en cambio, en obras literarias del Renacimiento italiano, y sobre todo en las personas y el pensamiento de algunos de sus hombres —Vanini, Leonardo de Vinci, Giordano Bruno, Miguel Servet, Luis Vives, San Juan de la Cruz, por no citar más que algunos— se muestran las aspiraciones a la libertad, la concepción de un hombre en plena posesión de sus derechos individuales y deseando la justicia, la igualdad, la fraternidad sobre la tierra.
Pero es en el siglo XVIII, antes y durante la Revolución francesa, como las ideas más definidamente libertarias florecen y se manifiestan. Los llamados enciclopedistas y los hombres que prepararon en las conciencias la Revolución, llevaban ya en ellos las fórmulas que más tarde expresaran con mayor coordinación y fuerza, Proudhon en Francia, Pi y Margall en España. La aparición del famoso libro de Godwin «Investigación sobre la justicia política» y de la primera Declaración de los Derechos del Hombre de Paine, son ya considerados formando parte de los clásicos del anarquismo. En ellos, y en Coeurderoy, Rousseau, La Boetie, Bellegarrigue y Dejacques,[1] encontraron Proudhon y Bakunin principios y críticas por ellos ampliados y profundizados.
En los años II, III y IV de la Revolución francesa, cuando se escribe y se pronuncia por primera vez la palabra «anarquistas», como sinónimo de hombres con un pensamiento social y político revolucionario. El grupo de Los Iguales, Babeuf y sus amigos, fueron calificados de «anarquistas». Hubo incluso un joven barón alemán, Clotz, subyugado por los principios de libertad, igualdad y fraternidad de la Revolución, que los hizo suyos y que transformó su nombre patronímico convirtiéndolo en Anarchasis.
No es posible tampoco pasar sin citar la aportación al anarquismo de los individualistas americanos, sobre todo de Thoreau, Mackay, Tucker y Warren, que tanto contribuyeron a la evolución de la literatura y del pensamiento americano. No hay que olvidar que en un momento dado, hasta políticos como Jefferson, sintieron simpatía por el anarquismo. Ello explica el auge obtenido en Estados Unidos por el Movimiento Libertario, que llevó a la burguesía americana a buscar el pretexto para destruir la serie de organizaciones de grupos y de periódicos que existían en U. S. A. en los años 1880. El pretexto fue la huelga en la fábrica MacCormick de Chicago, la bomba arrojada contra la policía, obra probablemente de un agente provocador, el arresto y condena a muerte de los mártires de Chicago que dio origen al 1.°de Mayo en 1886.
Figura señera del movimiento y de la literatura anarquista americana fue una mujer, muerta desgraciadamente muy pronto, Voltaire de Cleyre, hija de emigrados franceses y cuyo aporte como escritora y como poetisa es inestimable.
En otro capítulo de este estudio, al tratar del anarquismo internacional desde la Revolución rusa de 1917 a la Revolución española de 1936, hablaremos de otra mujer excepcional, Emma Goldmann. Aunque de origen ruso, la mayor parte de la vida de Emma Goldmann y del que fue su compañero, Alejandro Berkman, transcurrió en Norteamérica.
En Estados Unidos, como obra extraordinaria y perdurable, se citará siempre lo que fueron las joyas tipográficas, realizadas por un hombre que editó con amor y arte exquisito diferentes obras maestras de la literatura libertaria universal y singularmente de Thoreau, Kropotkin, Reclus y Voltairine de Cleyre: Joseph Ishill, fundador de la célebre colección «Prensa de la Oropéndola». Nettlau lo admiraba profundamente y a la obra de Ishill dedicó un escrito.
Tampoco puede desdeñarse la aportación de los individualistas alemanes como Max Stirner, Nietzsche. Del primero citemos «El Único y su Propietario» y del segundo «El Anticristo», «Así hablaba Zarathustra», «Genealogía de la Moral», «La Gaya Ciencia», etc., que tanta influencia tuvieron entre la juventud de fines del siglo XIX y principios del XX. Pero sería injusto olvidar lo que aportaron a las ideas libertarias, la obra y la acción de hombres como Juan Most, Gustavo Landauer, Rudolf Rocker, Max Nettlau, el austríaco Pierre Ramus y Fritz Kater, primer secretario de la Asociación Internacional de los Trabajadores, fiel a la línea bakuniniana, reconstruida en Berlín en 1922 y que pese a los múltiples avatares y persecuciones sufridas por las sindicales que la integran en los diversos países, la mayor parte caídos bajo regímenes de dictadura, aún existe.
Inglaterra fue, como Suiza, lugar de refugio, a últimos del siglo XIX, de perseguidos políticos. Allí fueron a parar Malatesta huyendo de Italia, Kropotkin, expulsado de Suiza y de Francia, Fernando Tarrida del Mármol, ingeniero y anarquista español, expulsado de España. Todos estos hombres aportaron al movimiento anarquista inglés y a la cultura británica en general contribuciones valiosas. Buena parte de la producción literaria de Kropotkin, así como Tarrida del Mármol, apareció en la famosa «Nineteenth Century», la célebre revista científica que fue exponente de las más audaces teorías.
Pero cabe recordar que Godwin y su «Investigación sobre la justicia política» están en los orígenes del anarquismo; que Darwin, con su teoría de la evolución de las especies, y Herbert Spencer, con su «El Hombre contra el Estado», sin ser anarquistas, verificaron y dieron base a numerosas afirmaciones libertarias. Es en inglés donde se editó, por primera vez, lo que consideramos obra fundamental de Kropotkin, «Ética: Origen y evolución de la moral».
Sin calificarse específicamente de anarquistas, hubo hombres, como el poeta Shefley, primero, y el escritor William Morris, después, que expusieron ideas completamente libertarias y que nosotros consideramos como poetas y pensadores tan estrechamente emparentados con el anarquismo como lo fue Guyau en Francia. Tampoco es posible desdeñar el aporte de los economistas, como Stuart Mili y Henry James, entre muchos otros, cuya crítica y cuyo análisis fueron importantes y sirvieron de base a mucha argumentación libertaria.
En el terreno que nos es propio, la obra realizada por la revista «Freedom» llena varios años de actividades del movimiento libertario en Gran Bretaña.
En Bélgica, durante un período agitado de luchas políticas en Francia y en Alemania, se reencontraron allí también muchos hombres perseguidos por los gobiernos de los países en que nacieron o que, por oposición a los regímenes allí establecidos, en Bruselas buscaron asilo. Aparte el más conocido e ilustre de estos emigrados, Víctor Hugo, no hay que olvidar la parte activa que tuvo en la creación y funcionamiento de la llamada Universidad Libre de Bruselas, nuestro compañero Elíseo Reclus, profesor en ella.
Naturales de Bélgica y figuras destacadas e insignes, cabe citar los nombres del filósofo Paul Gille, autor de «La gran metamorfosis» y del publicista Ernestan, cuyos escritos, de una limpidez y una elegancia de estilo inimitables, continúan siendo de actualidad permanente.
Más cerca de nosotros, tampoco es desdeñable la obra realizada por Hem Day y sus cuadernos «Pensamiento y acción».
En Holanda, una figura lo domina todo y ella sola basta para que el nombre de los Países Bajos ocupe lugar predilecto en este pequeño recuento de figuras libertarias: el de Dómela Niewenhuis, uno de los pocos anarquistas que posee un monumento público. La estatua de Dómela domina el puerto de Amsterdam y dice el grado de influencia y el enorme prestigio adquirido por este hombre, uno de los mejores y más profundos pensadores anarquistas.
Bakunin tuvo en Holanda amigos fieles, que le ayudaron en su combate, como César de Paepe, que apoyó la actitud de su compañero en sus luchas contra Marx, que no vaciló en calificar a Miguel Bakunin de «agente del zarismo». Tal infamia ha sido recogida por discípulos de Marx, cuando de atacar y de difamar a los anarquistas se ha tratado.
En Rusia el nihilismo fue poco a poco adquiriendo fisonomía ideológica. Primero fue un movimiento de protesta y de acción contra los abusos y atrocidades del zarismo.
Por ejemplo, los llamados diciembristas no tenían características ideológicas muy definidas. Estaban movidos por un espíritu de justicia y por la vaga influencia del hegelianismo, pero aún no habían llegado a conclusión alguna. En ese ambiente de agitación casi mística se forjó el joven Bakunin y, con él, los primeros socialistas revolucionarios que, más tarde, se definieron como anarquistas.
Fue asimismo en ese clima de luchas, de persecuciones, de sacrificios y de actos individuales desesperados, como se formaron, surgieron e irradiaron hacia el mundo, el anarquismo científico del príncipe Pedro Kropotkin y el anarquismo cristiano del conde León Tolstoy.
Hay países en donde las ideas libertarias adquirieron más rápidamente influencia y difusión. En Francia, después de La Commune, se produjo un período de enorme actividad anarquista. Figuras como la de Luisa Michel, Sebastián Faure, Carlos Malato, Juan Grave y tantos otros que sucedieron a los Reclus y demás pensadores que, a su vez, habían ampliado y definido el pensamiento proudhoniano, crearon periódicos, revistas y, unidos a los obreros sindicalistas revolucionarios como Pataud, Pouget, Pelloutier, Grifuelhes, etc., constituyeron en 1905 la C. G. T.
Señalemos, para ilustración de los lectores, que de ese período del anarquismo en Francia, extraordinariamente rico, en el que florecieron numerosas revistas, como «Le Temps Nouveaux», fundada por Kropotkin y continuada por Grave y en que nació «Le Libertaire», fundado por Luisa Michel y Sebastián Faure, la historia general apenas hace referencia. Lo que de él retiene, son los nombres de los que realizaron actos de terror, movidos por la desesperación y guiados por las reacciones de sus temperamentos. Se cita a Vaillant, a Emilio Henry, a Ravachol, pero no se habla de Reclus, de Kropotkin, de Jean-Marie Guyau, estrechamente emparentados con el anarquismo y tantos otros.
Se citan los actos de Ravachol, pero no se dice que en aquellos tiempos aparecieron obras fundamentales como «El Hombre y la Tierra» y la «Geografía Universal» de los hermanos Reclus, «La Conquista del Pan», «El Apoyo Mutuo», «Campos, fábricas y talleres» de Kropotkin, «Ensayo sobre una moral sin obligación ni sanción», «La irreligión del porvenir», «El Arte desde el punto de vista sociológico», de Guyau, «La sociedad moribunda y la anarquía», de Grave, «El dolor universal» de S. Faure. Y paramos la lista, que se haría interminable. Siempre se ha procurado desfigurar al anarquismo y destacar sólo de él los aspectos de violencia o de ilegalismo. Así también, de los años que precedieron a la primera guerra mundial, al tratarse del anarquismo en Francia, no se cita más que la «banda Bonnot». Para nada se habla de las actividades culturales, sociológicas y sindicales de los anarquistas, como hemos dicho antes, primeros y auténticos creadores de la C. G. T. y del sindicalismo revolucionario.
En Italia, al producirse la división de la Primera Internacional —una parte siguiendo el pensamiento político de Carlos Marx, partidario de la acción múltiple y de la intervención parlamentaria, y otra— la posición de Miguel Bakunin, partidario de la acción directa y revolucionaria contra el Capitalismo y el Estado, sin admitir la actuación política y mucho menos parlamentaria, convencido de que los socialistas que intervendrían en ella serían fatalmente absorbidos por el Estado al servicio de las clases dirigentes y poseedoras en Italia, repetimos, el movimiento anarquista adquirió inusitado auge e influencia. Justo es decir que en Italia surgieron figuras magníficas de pensadores y de revolucionarios, pertenecientes a todas las clases sociales, desde el aristocrático Duque de Pisacane, protector de Bakunin al que tanto ayudó financieramente, hasta el humilde obrero electricista Enrique Malatesta, pasando por grandes abogados como Pedro Gori y hombres de acción y de pensamiento como Giovanni Bovio, Cafíero y Merlino.
La realidad es que en Italia ha existido siempre un movimiento anarquista prestigioso y respetado, hasta por Mussolini, que tuvo a gala conservar en vida y en libertad vigilada a Malatesta, considerando que con ese gesto se honraba al fascismo, que respetaba a la figura más prestigiosa de un ideal que nunca cesó de inspirar simpatía a los italianos. Por eso, al producirse en 1945 la caída del fascismo resurgió con fuerza en Italia el movimiento libertario, aunque tradicionalmente muy influenciado por el individualismo.
En España a donde había acudido a aportar su concurso a la revolución de 1936, murió a manos de los agentes rusos, en mayo de 1937, el pensador e historiador Camilo Berneri. Diseminados por el mundo, sobre todo en América latina, actuaron y vivieron grandes figuras del pensamiento anarquista italiano como Luigi Fabbri, Hugo Treni, Armando Borghi, Virgilia d’Andrea y muchos otros.
Durante todo el siglo XIX y parte del XX, Suiza fue uno de los centros de reunión internacional al de los anarquistas. Los rusos, perseguidos, allí iban a parar. Allí murió Bakunin. Y cuando se produjo la división de la Internacional, la Federación del Jura, una de las más importantes de la Primera Internacional, siguió la línea bakuninista. Había una potente organización obrera —la de los relojeros— y hubo un hombre, amigo personal de Bakunin, que tuvo enorme influencia sobre el proletariado suizo y los diversos grupos étnicos en Suiza refugiados. Nos referimos a James Guillaume. Muerto éste, le sucedió, en la misma obra y con considerable influencia, Luigi Bertoni, que publicó durante largos años, «Le Réveil — Il Risveglio», revista en francés y en italiano, que había sido fundada por el propio Kropotkin, que en Suiza vivió también varios años refugiado.
En América latina, donde mayor influencia e irradiación adquirió el anarquismo fue en Argentina. Es allí donde existió la única organización obrera que se calificó a sí misma de anarquista, la F.O.R.A. Se publicó allí un diario anarquista, órgano de la F.O.R.A., «La Protesta», que además constituyó una de las mejores bibliotecas de ediciones existente en el mundo a fines y principios de siglo. Nettlau publicó en ella diferentes obras de historia y allí empezaron a editarse las obras completas de Bakunin en español. Y allí apareció la primera edición española de «Ética: origen y evolución de la moral» de Pedro Kropotkin.
El anarquismo argentino contó con grandes escritores, como José Ingenieros, Rodolfo González Pacheco, Teodoro Antilli, Emilio López Arango, con excelentes poetas, como Alberto Ghiraldo y Herminia Brumana. A primeros de siglo realizaron Luisa Michel y Pedro Gori una histórica gira de propaganda, que ganó para el anarquismo miles de adeptos en diferentes lugares de Hispano-América. Todo esto duró hasta que las dictaduras, de Irigoyen primero, de Uriburu después, lo aniquilasen todo, encarcelando, deportando a los hombres más representativos de la izquierda y suprimiendo la prensa, ediciones y organizaciones obreras y políticas.
Hubo otros hombres, a caballo sobre diversas nacionalidades y países, como Rafael Barret, nacido en España, pero que vivió en la Argentina, hijo de padre inglés y de madre española, como Enrique Nido y Pierre Quiroule, asiduos colaboradores de «La Protesta», pero que allí habían ido a parar después de múltiples avatares.
En México, la Revolución de 1910 estuvo profundamente marcada por la influencia anarquista, a través de la acción y de la presencia de tres hombres, entre otros muchos, que dejaron huella indeleble: Librado Rivera, Ricardo Flores Magón y Práxedes G. Guerrero, a quien se debe la frase de que más tarde de apoderó la Pasionaria; «Vale más morir de pie que vivir de rodillas». De pie murió Guerrero, ya que dio su vida por la libertad y los derechos de los campesinos mexicanos.
En el Perú, el anarquista González Prada es hoy considerado como un maestro de periodistas y de escritores, pues su estilo, la profundidad de su pensamiento hacen de él un hombre realmente excepcional.
Es imposible detallar todo lo que ha sido la influencia anarquista en ambas Américas y a través de los diferentes países.
El mundo ignora lo que ha sido la labor propagandística, cultural, de liberación de las conciencias y simplemente las manifestaciones artísticas del pensamiento mundial del anarquismo.
No puede esta breve síntesis dar más que una ligera idea de ello.
El anarquismo en España
Estamos obligados a dedicar capítulo aparte al anarquismo en España, no sólo por el hecho de que el libro se publica en nuestro país, sino porque, por razones que son y probablemente serán misteriosas, es en España donde, desde el primer día que hubo una formulación clara y concreta del anarquismo, éste adquirió más base popular, más arraigo e influencia que en el resto del mundo.
Los que han examinado el fenómeno con visión simplista, han deducido que prendió antes y mejor en España porque era nuestro país, en el siglo XIX, uno de los países pobres de Europa. Pero les desconcierta el hecho de que fuera en Cataluña, región tradicionalmente próspera y la más avanzada de España en todos los sentidos, donde primero se constituyeron grupos anarquistas y donde la idealidad libertaria adquirió antes prestigio e influencia.
Y es que, en realidad, el anarquismo nada tiene que ver con el estado de atraso ni de miseria de los pueblos. Es una toma de conciencia individual que lo mismo puede producirse en el campesino iletrado que en el obrero rebelde, que en el intelectual o el aristócrata inquieto y atormentado por el problema de la justicia y de la felicidad entre los hombres. Y es precisamente hasta en las regiones más pobres, entre los hombres más ilustrados, más capaces, donde se manifiesta primero la simpatía y después la adhesión al anarquismo.
En España existe, por otra parte, una larga tradición rebelde y libertaria, que nos viene de la Edad Media y que se engarza en la mezcla de razas y en la propia geografía. El español es anarquista por temperamento, por carácter, por fiereza, por amor a la libertad, por independencia y porque, confusamente, siempre ha sabido o intuido que sólo en un orden social como lo conciben los anarquistas se sentirá bien y conseguirá realizarlo plenamente.
Sin entregarnos a ninguna euforia de tipo racista, Hemos de decir, sin embargo, que antes incluso de que llegaran a España las ideas anarquistas claramente formuladas en la obra de Proudhon, traducido al español por P¡ y Margall, había ya aparecido en España un primer periódico anarquista en 1845: «El Porvenir», que editaron Ramón de la Sagra Peris y Antolín Faraldo. Este periódico apareció en Santiago de Compostela y fue suprimido por un decreto del general Narváez.
Ramón de la Sagra, su redactor principal, es el primer anarquista que hubo en España. Las obras de Proudhon no fueron traducidas por Pi y Margall más que en 1854.
Por lo demás, Ramón de la Sagra, emigrado a París víctima de la persecución de Narváez, se unió a Proudhon y le ayudó a fundar su «Banca del Pueblo».
No es un secreto para nadie que cuando llegó a España Fanelli, para fundar la Sección Española de la Primera Internacional, en España existían ya grupos anarquistas, compuestos por individualidades que trabajaban en diversos sentidos, fundando Fomentos de las Artes, Centros de cultura o dedicándose a otras muchas actividades propagandísticas y culturales. Como existían ya las llamadas Sociedades Obreras de Resistencia al capital, que fueron los primeros núcleos organizados de la Internacional.
Por lo demás, la mayor parte de los federales de la época como Joarizti, Bohórquez, Pi y Margall y tantos otros, sintieron simpatías por el anarquismo, y su concepción de la República por la que combatían difería mucho de lo que fue la proclamada en 1871 y que tan efímera vida tuvo.
El anarquismo español poseyó desde sus orígenes, muchos y muy interesantes hombres, en los que se confundieron todas las clases sociales, desde médicos como los doctores Soriano, García Viñas, y Gaspar Sentiñon, a obreros tipógrafos como Anselmo Lorenzo y Rafael Farga Pellicer, pasando por campesinos ilustrados como Francisco Rubio, de Montejaque.
Estos hombres, desde el primer día, hicieron suya la convicción de Bakunin de que era entre los trabajadores donde debían sembrarse las ideas libertarias porque era la fuerza del proletariado organizado la sola que podría, en un mañana que se esforzaban de aproximar lo más posible, destruir la sociedad capitalista e instaurar una sociedad sin clases.
De ahí que las figuras más señeras del movimiento obrero, lo mismo antes de la Internacional que después de ella, actuaron entre los trabajadores y se confundieron con ellos. Más tarde, esta posición, históricamente sostenida durante medio siglo, fue definida con el nombre de anarco-sindicalismo.
Otro fenómeno curioso y que debe ser destacado, cuando del anarquismo en España se habla, es que, así como en los demás países la preocupación por las formas de organización de la sociedad no acostumbraba a ser motivo ni tema de discusión en Congresos, en España constantemente ello les preocupaba... Quizá porque es el país donde más cerca y más viable hemos visto la realización de una sociedad libertaria, por su impregnación del ambiente y porque las propias evoluciones de su historia en diversos momentos nos han hecho esperar un cambio posible.
Quizá esto explica también el encarnizamiento con que han sido en España perseguidos los anarquistas, a lo largo del siglo XIX y en todo lo que va del XX. Las clases poseedoras han tenido conciencia de que en el anarquismo residía un peligro de destrucción de sus privilegios y que los métodos y tácticas del mismo convertirían a la clase obrera en un formidable instrumento de combate.
Por lo demás, los obreros comprendieron muy bien que sólo las tácticas y los principios imprimidos por la influencia libertaria en el movimiento obrero, podían acelerar la emancipación de los trabajadores, que según el lema de la Primera Internacional, sólo puede ser obra de los trabajadores mismos... Esto explica igualmente la tenacidad con que han renacido las organizaciones obreras destruidas por las persecuciones y cómo de nuevo, fielmente, los trabajadores las han poblado con su presencia. Tantas veces como fue disuelta la Federación de Trabajadores, que sucedió a la Sección española de la Primera Internacional, fue reconstituida. Cuando, en 1910, este movimiento obrero, numerosas veces aniquilado, se articuló nacionalmente con el nombre de C. N. T., ¡cuántas veces fue también juzgado muerto! Como nueva Ave Fénix, renació siempre de sus cenizas, no faltando nunca en sus filas los que habían sido y continuaban siendo sus orientadores, los que, confundidos con los trabajadores, alentaban el espíritu de protesta y conseguían mejoras en la condición de los explotados.
Sería, no obstante, limitar la acción libertaria, si la circunscribiéramos a la simple intervención de los anarquistas en el movimiento obrero. Son centenares las revistas publicadas, los periódicos. Se suman por millares los libros y folletos editados.
Desde las Escuelas laicas de Gabarro, a las Escuelas racionalistas que se multiplicaron en España en los años que van de 1915 a 1936, pasando por el ensayo heroico de Ferrer Guardia, que quiso crear una Escuela Moderna en España (ensayo que le costó la vida, ya que fue muerto fusilado por el solo crimen da haber intentado fundar una escuela liberada de la influencia religiosa en un país donde la Iglesia era todopoderosa y su criterio y sus procedimientos impregnados todavía del espíritu de la Inquisición), la labor libertaria fue múltiple, constante y lo abarcó todo, sin descuidar ningún aspecto.
Precisa haber vivido, bañado en lo que era la atmósfera libertaria, el fervor y la fiebre de actividad permanente, para comprenderlo y explicarse muchas cosas.
Cabe además destacar que el anarquismo en España jamás fue algo estático ni uniforme. Hubo siempre individualidades independientes, que crearon revistas, periódicos, editoriales. Señalemos, por ejemplo, Serrano Oteyza, fundador de «La Revista Social», Federico Urales y Soledad Gustavo, fundadores de «La Revista Blanca» —dos épocas: 1898-1905; 1923-1936— y una importante editorial, en la que se publicaron muchas obras anarquistas y otras que no lo eran, pero pertenecían al acervo común de la literatura universal, como «La Reacción y la Revolución», de Pi y Margal!, y «Las grandes corrientes de la literatura en el siglo XIX», de George Brandes.
Tampoco fue jamás exclusivista en la interpretación de las ideas. Hubo, eso sí, polémicas apasionadas entre anarquistas colectivistas y anarquistas comunistas. La fórmula colectivista: A cada uno el producto íntegro de su trabajo, pareció fuente de desigualdad y de injusticia a Kropotkin y algunos otros pensadores anarquistas. Aquel que, más fuerte que los otros, produciría más, poseería por derecho propio más bienes que el débil o enfermo. De ahí que lanzasen la fórmula comunista: De cada uno según sus fuerzas; a cada uno según sus necesidades.
Hubo anarquistas españoles, como Mella, que jamás dejaron de llamarse colectivistas. Pero la mayoría se inclinó muy pronto hacia el comunismo, que se adjetivó libertario, para diferenciarse del comunismo autoritario o marxista. Otros, como Urales y como Tarrida del Mármol, resolvieron el problema llamándose anarquistas a secas.
El anarquismo estuvo organizado generalmente en grupos de afinidad, que, a su vez, se federaban entre sí, constituyendo Federaciones Locales de Grupos. Esto fue así hasta que, en 1927, se creó en Valencia la Federación Anarquista Ibérica, englobando España y Portugal. Pero de eso hablaremos más tarde.
El movimiento anarquista, en España, consiguió movilizar de tal manera la opinión pública, que, a base de campañas de Prensa, se consiguió el indulto de los presos supervivientes del Proceso de Montjuich y después de los que aún vivían en los presidios de África, supervivientes de los procesos de. la Mano Negra y de Jerez.
Se sabe hoy que el proceso de la Mano Negra fue inventado por los servicios policíacos y de la Guardia Civil para justificar la destrucción, en Andalucía, de lo que restaba allí de la Internacional. Se sabe hoy también que el proceso llamado de Montjuich, en el que fueron fusilados cinco anarquistas en 1896, fue en realidad un remedo del que costó asimismo la vida a cinco anarquistas en Chicago, en 1886. Una bomba fue arrojada al paso de la procesión del Corpus, en la calle de Cambios Nuevos, en Barcelona. Hubo víctimas e inmediatamente se atribuyó el hecho a los anarquistas. Sin embargo, más tarde se ha sabido que el autor del atentado, un agente provocador al servicio de la policía, logró salir de España y fue a para a la Argentina.
Pero ello sirvió para encarcelar, torturar, fusilar y deportar a los anarquistas, para poner fuera de la ley a la organización obrera por ellos orientada, la Federación de Trabajadores, y para desarticular todo cuanto, en materia de centros culturales, de escuelas laicas y de Ateneos tenían organizado los anarquistas.
Antes de que tal objetivo se obtuviera por los medios a que antes nos hemos referido, los libertarios catalanes habían organizado los dos Certámenes socialistas, de los que restan los trabajos premiados, reunidos en dos volúmenes, obra rara e inapreciable, que sólo puede encontrarse en algunas bibliotecas.
Pese a todo, enterrados los muertos, vueltos los desterrados, liberados los supervivientes, el movimiento anarquista reanudó sus actividades, llegando, en 1900 a publicar en Madrid hasta un diario, «Tierra y Libertad», fundado por Urales y Soledad Gustavo y al que ayudó económicamente Ferrer Guardia.
Figuras señeras del anarquismo en España, son, por orden más o menos cronológico, los internacionalistas Tomás González Morado, Rafael Farga Pellicer, Pellicer Paraire, sobrino del anterior; los doctores Gaspar Sentiñon, José García Viñas y Trinidad Soriano; los periodistas José Llunas y E. Borrell; Juan Serrano y Oteyza, editor de «La Revista Social» y suegro de Ricardo Mella, que casó con su hija Esperanza; Fermín Salvoechea, símbolo del espíritu de revuelta de la región andaluza, fundador del periódico «El Socialismo», en Cádiz, antiguo federal y cantonalista, ganado pronto por el anarquismo; Anselmo Lorenzo, juzgado con justicia padre espiritual de la CNT[2] internacionalista que continuó y abrazó con entusiasmo y perseverancia las ideas de Bakunin, trabajando sin descanso por la constitución de una organización obrera poderosa y que reuniera el mayor número posible de afiliados; Ricardo Mella, el pensador más profundo con que ha contado el pensamiento anarquista en España; Fernando Tarrida del Mármol, ingeniero y escritor, orador asimismo —hablaba con la misma facilidad e igual elocuencia en tres idiomas: el español, el francés y el inglés—; Pedro Esteve, escritor y propagandista, emigrado a Estados Unidos, donde dio vida a un semanario «Cultura Obrera» y animó al movimiento libertario de habla española;[3] Teresa Claramunt, oradora obrera de natural elocuencia, muchas veces encarcelada y deportada a Inglaterra en el momento del proceso de Montjuich, verdadera encarnación ibérica de la Luisa Michel francesa; Federico Urales, escritor, publicista, novelista, cuya obra marcó profundamente el pensamiento español; Soledad Gustavo, su compañera, que le secundó en sus campañas y en su esfuerzo propagandístico. Más tarde hablaremos de los que aparecieron después y que llenan la historia del movimiento anarquista en los años que se escalonan entre la Revolución rusa de 1917 y la Revolución española de 1936.
Precisa mención aparte un hombre, cuyo nombre no es generalmente citado. Nos referimos a José López Montenegro, antiguo coronel del ejército español, pasado al anarquismo y el primer propagador en España de la huelga general como arma total contra el capitalismo. Ayudado asimismo por Ferrer Guardia, publicó un semanario. «La Huelga General», dedicado a propagar este método de lucha, consiguiendo que él fuese muy pronto adoptado en España por la clase trabajadora.
También precisa mención aparte, por su singular personalidad, Francisco Ferrer Guardia. Procedía éste del republicanismo, pero estuvo siempre obsesionado por la idea de fundar una escuela moderna en España. Consiguió ganar a su tesis a una vieja señorita francesa de ideas avanzadas, Mademoiselle Meunier, que le dejó toda su fortuna, para realizar lo que era el objetivo de su vida: crear en España esa escuela moderna, imaginada por su espíritu de librepensador. Porque Ferrer, en sus comienzos, no era más que un francmasón y librepensador.
Pero al contacto de sus amistades parisinas —Malato, Paraf-Javal, el doctor Paul Robín, Madeleine Pelletier y sobre todo Léopoldine Bonnard, señorita de compañía de Mlle. Meunier y que fue más tarde la compañera de Ferrer y la madre de su hijo Riego, le hicieron concebir las ideas anarquistas. Al fundar, pues, la Escuela Moderna, se rodeó sobre todo de anarquistas, siendo uno de sus hombres de confianza Anselmo Lorenzo, al que hizo director de sus ediciones.
Ya que además de las escuelas que fue fundando, sobre todo en Cataluña, la Escuela Moderna se dedicó a la edición de libros de texto que pudieran servir al fin propuesto: crear una pedagogía libre que preparase a los futuros hombres para la libertad. Fue una calumnia desprovista de toda base real, la que hicieron circular los clericales y los reaccionarios, sobre el adoctrinamiento anarquista de las criaturas. Aún mayor infamia el acusar a los pedagogos que secundaron a Ferrer de que enseñaban a los niños el manejo de las armas y la fabricación de explosivos. Se acusó también a la Escuela Moderna que, anticipándose casi medio siglo a la pedagogía moderna, practicaba la escuela mixta, de alentar las experiencias sexuales entre niños y niñas de diez o doce años. Todo era mentira y en realidad la Escuela Moderna se limitaba a enseñar de acuerdo con lo que eran concepciones pedagógicas de María Montessori, de Froebel, Clemencia Jacquinet, y que más tarde Jean Zay convirtió en reglas pedagógicas de la enseñanza en Francia.
Pero Ferrer, además de un aficionado a la pedagogía, era un revolucionario. Estaba convencido de que sólo transformando la sociedad e instaurando otro orden social, podría realizarse la liberación integral del hombre. Por ello ayudó económicamente a Urales y Soledad Gustavo para convertir «Tierra y Libertad», semanal, en diario, ayudó después a López Montenegro a publicar y propagar «La Huelga General», en la que Ferrer veía un medio revolucionario, al movilizar en bloque a la clase obrera.
Colaboró en la Prensa libertaria utilizando el seudónimo Cero, defendiendo las tesis que le eran familiares y a las que dedicó su vida.
Cuando se produjo el atentado de Mateo Morral, el día de la boda de los reyes de España, Alfonso XIII y Victoria Eugenia, en 1907, se acusó a Ferrer de ser el instigador del gesto de Morral, que era un empleado de la Escuela Moderna. Se tejió una novela en torno de la pasión de Morral por Soledad Villafranca, compañera de Ferrer en la época. Leopoldina Bonnard y Ferrer se habían separado.
Todo ello son conjeturas. No está en mi ánimo ahondar en ellas ni es éste el motivo de este libro. Lo cierto es que nada pudo comprobarse contra Ferrer, que fue absuelto en el proceso intentado contra él —por cierto que en aquellos días Ferrer fue defendido por Melquíades Álvarez.
Pero el cuarto militar del rey y las fuerzas conservadoras de la época habían condenado a muerte a Ferrer. Y se aprovechó la Semana Sangrienta de Barcelona, en julio de 1909, en la que ninguna intervención tuvo Ferrer, como se ha demostrado más tarde y no ciertamente por escritores ni historiadores libertarios, para encarcelarle, acusarle, juzgarle y fusilarle, a pesar del clamor internacional levantado a favor suyo.
El proceso contra Ferrer, su muerte, la destrucción de la Escuela Moderna, el encarcelamiento y deportación de Anselmo Lorenzo y los más próximos colaboradores del condenado, la represión general desencadenada, todo ello dio a España una celebridad que en nada sirvió a la imagen que, de nuestro país, los españoles liberales hubieran deseado dar al extranjero. Se ponía de manifiesto el poder omnímodo de la Iglesia, los métodos inquisitoriales todavía practicados en España y el divorcio profundo entre lo que se dio en llamar las dos Españas.
La Escuela Moderna había hecho ediciones prestigiosas, como fueron la de «El Hombre y la Tierra», vertido al español por primera vez, «Preludios de las lucha», de Pi y Arsuaga, hijo de Pi y Margall, «Sembrando Flores», de Federico Urales, del que se han hecho centenares de ediciones, «Las Aventuras del Nono», de Jean Grave, libros de lectura para niños difícilmente superables, numerosas obras científicas de Kropotkin, una «Historia de España», de Nicolás Estébanez, que fue el primer libro de texto dando a los niños una versión de la historia de nuestro país, en la que las guerras y los caprichos de los reyes no ocupaban el lugar principal.
Es imposible citar toda esta labor editorial, completamente ecléctica, libre de todo sectarismo. Pues Ferrer se rodeó de hombres como Lorenzo, anarquista conocido, tuvo como amigos y colaboradores a Tarrida y a Malato, pero también tuvo como director científico y literario a Odón de Buen y otras eminentes figuras del pensamiento liberal español.
Es precisamente contra todo esto que se urdió el complot la muerte de Ferrer y la destrucción de la Escuela Moderna, sus ediciones y su labor pedagógica. Muchos de los maestros que Ferrer había reclutado fueron encarcelados y deportados, como, por ejemplo, Cásasela... Sin embargo, esos maestros y otros como ellos fueron los que, sólo cuatro o cinco años más tarde, empezaron a animar las escuelas racionalistas que los sindicatos obreros de la recién nacida C. N. T. sostenían económicamente.
El anarquismo entre la Revolución Rusa de 1917 y la Revolución Española de 1936
Los primeros años del siglo XX, hasta llegar a 1917, fueron ricos y fértiles para el anarquismo mundial. En Rusia los anarquistas tomaron parte activa en la revolución frustrada de 1905. En Estados Unidos, Pedro Esteve, emigrado de España, en unión de otros compañeros consiguió crear un fuerte movimiento anarquista de habla española. Después del movimiento libertario judío y a la par del italiano, el español constituyó uno de los conjuntos étnicos más importantes. Se publicaron diversos periódicos y revistas en español, y se crearon numerosos centros.
En lo que se refiere al movimiento libertario americano, después de la tragedia de Chicago se reconstituyó lenta y difícilmente. A él llegaron, un poco más tarde, ya en el siglo XX, a aportarle su sangre joven y su dinamismo, muchos refugiados rusos, alemanes y polacos. Emma Goldmann y su compañero Berkman realizaron una labor incansable y fructífera, interrumpida por persecuciones, expulsiones y diversos percances.
En 1907, se celebró en Amsterdam, uno de los primeros y más importantes Congresos internacionales anarquistas. En él, Enrique Malatesta defendió por primera vez en un Congreso libertario, la necesidad de la actuación de los anarquistas en el movimiento obrero, así como la conveniencia de la estructuración de una organización anarquista. Para no extendernos demasiado en este estudio, nos abstendremos de dar textos sobre los diferentes enunciados de ese Congreso, uno de los más interesantes celebrado por el anarquismo internacional.
En el capítulo anterior nos hemos referido largamente a lo que fueron, grosso modo, esos años para el movimiento en España. Lo reducido de este volumen y la necesidad de tratar lo más esencial en lo que se refiere a la historia, las finalidades y los militantes más activos del anarquismo, hace que pasemos sin mencionar períodos enteros de actuación seguida, por ser el resultado normal de una trayectoria de propaganda y de acción nunca interrumpida.
Sin embargo, antes de llegar a la Revolución rusa, que tanto eco universal alcanzó, preciso es referirnos a la perturbación producida en las filas libertarias por la primera guerra mundial. En efecto, en aquellos días el anarquismo internacional se dividió profundamente. El llamado Manifiesto de los 16, por el que un grupo de anarquistas de diversos países se proclamaban partidarios del triunfo de los aliados, considerándolo un mal menor frente a lo que representaban en la época los llamados imperios centrales —Austria y Alemania— produjo una honda conmoción en numerosos países. Encabezaba el Manifiesto Pedro Kropotkin y a su posición se sumaron, en Francia, Carlos Malato, Juan Grave, entre otros militantes, y en Esparta, Federico Urales, Ricardo Mella y Fernando Tarrida del Mármol. Amistades entrañables, como eran la de Kropotkin y Malatesta y la de Tarrida y Lorenzo se resquebrajaron, ya que Malatesta y Lorenzo sostuvieron la tesis de la absoluta neutralidad de los anarquistas frente a los dos bloques, juzgando el conflicto una guerra más desencadenada por el capitalismo mundial para resolver sus contradicciones internas.
Esta fue la actitud mayoritaria dentro del anarquismo mundial. Los 16 fueron duramente juzgados y sólo poco a poco, al producirse otros acontecimientos, como fue la revolución rusa, ese episodio fue olvidado y los militantes, que por sí mismos se relegaron al ostracismo, volvieron a ocuparse de los problemas vitales que la duración de la guerra y el estallido de la Revolución en Rusia hacía emerger del general maremagno.
Resulta difícil dar hoy una idea de la inmensa esperanza, de la conmoción profunda que produjo en el mundo el estallido de la Revolución de 1917. Durante el período de Kerenski todas las esperanzas nos fueron permitidas. En Rusia los anarquistas jugaron un papel muy importante. Los sindicatos estaban todos más o menos orientados por los anarco-sindicalistas. Lenin y Trotski consiguieron convencer a los libertarios que actuaban en los sindicatos y a todos los anarquistas rusos en general de que, para hacer dar a Rusia un salto en adelante y salvarla del destino que le preparaban Kerenski y sus amigos, no había más remedio que ir al golpe de Estado, a la toma del Poder circunstancial, comprometiéndose a destruirlo tan pronto como la revolución habría creado los órganos reguladores de la producción y la distribución que asegurasen la supervivencia del nuevo orden establecido. El grito: «¡Todo el poder a los Soviets!», equivalía al ahora actualizado de «¡Todo el poder a los Consejos!», que propagan en Francia y otros países ciertos sectores más o menos próximos del movimiento libertario.
La toma del poder por el partido bolchevique se hizo pues, en Rusia, gracias a la ayuda de los anarquistas, de los anarcosindicalistas y de los socialistas revolucionarios. Los comunistas eran minoritarios, aunque se llamasen «bolcheviques», mayoritarios, frente a los mencheviques que seguían más o menos a Kerenski y que representaban el ala socialista moderada del marxismo. Una vez dueños del Poder, todos sabemos lo que se produjo. Primero, la destrucción de los mencheviques, de los socialistas revolucionarios; luego, la de los anarco sindicalistas y anarquistas. Por último, las terribles purgas del año 1936, ya bajo el poder de Stalin.
Pero antes de llegar a este resultado, internacionalmente la mayoría de los trabajadores y de los anarquistas vivieron momentos de euforia v de entusiasmo. Pedro Kropotkin, Emma Goldmann, Alejandro Berkman, entre muchos otros rusos emigrados regresaron a Rusia. La C. N. T. española se adhirió a la III Internacional, creada por los rusos frente a la II, social demócrata.
Pronto vino, sin embargo, la desilusión. Emma Goldmann tuvo que huir de Rusia, publicando un libro que hizo sensación: «Dos años en Rusia». Pestaña, enviado por la C. N. T., regresó a su vez publicando otro libro: «Sesenta días en Rusia: Lo que yo he visto». Se multiplicaron las delegaciones de obreros franceses, españoles, italianos, alemanes, ingleses, que visitaron Rusia y que regresaron, dando informaciones desoladoras. Algunos no pudieron regresar, desapareciendo para siempre.
Se produjo la rebelión de los marinos de Kronstadt, reprimida despiadadamente por Trotski, Mackno, Archinof y los campesinos de Ukrania declararon un movimiento insurreccional contra el centralismo de Moscú que duró bastante tiempo y que fue al fin ahogado en sangre, logrando salvarse casi milagrosamente Archinof, Voline, Schapiro, Mackno y algunos, pocos, de sus amigos.
Los testimonios directos de todos estos hombres, cuyas narraciones se iban sucediendo, abrieron los ojos de los libertarios y de los trabajadores en general, sobre todo en los países donde la clase obrera estaba fuertemente influenciada, sea por los anarquistas, sea por lo socialistas demócratas.
En España la C. N. T. se separó de la Tercera Internacional, adhiriéndose en 1922 a la Internacional de Berlín, reconstituida como continuación de la Primera Internacional y de la que fueron secretarios sucesivos diferentes destacados militantes anarcosindicalistas y anarquistas internacionales, como Fritz Kater, Rudolf Rocker, Armando Borghi, Pierre Besnard, etc.
Pero otro de los efectos de la Revolución rusa fue generalizar el pánico entre las clases pudientes y la burguesía dominante. El hecho de que hubiera sido posible la revolución en un país sometido a la dura férula de los zares y su legión de sicarios aterró al capitalismo y determinó la organización internacional de regímenes fascistas y la floración de dictaduras militares.
En España se vivió el trágico período de la represión de Anido y Arlegui en Cataluña, del conde de Salvatierra en Levante, de Regueral en Vizcaya. La C. N. T. fue puesta fuera de la ley, los militantes libertarios encarcelados, asesinados. En Italia, las ocupaciones de fábricas justificaron el fascismo y la marcha sobre Roma. La Dictadura militar de Primo de Rivera en España, de Irigoyen en la Argentina, de Machado en Cuba, las tentativas de putsch en diversos países, la aparición de movimientos militarmente organizados de las derechas, como los «camelots du roi» en Francia, fueron la respuesta internacional de las clases poseedoras a la revolución rusa. ¡Lástima que ésta, a su vez, por la política despótica y personal de los hombres del partido bolchevique malograron todas las esperanzas puestas en ella y forzaron a los anarquistas, perseguidos por el fascismo y las dictaduras, a enfrentarse también con los que, en Rusia, habían monopolizado la revolución y ejercían la dictadura de un partido contra el pueblo!
La confusión y el caos se establecieron en todas partes y se generalizaron. Frente a la organización mundial del capitalismo contra la revolución rusa y el poder establecido, numerosos intelectuales y algunos libertarios tomaron partido prefiriendo el comunismo al fascismo. Fue necesario llegar al descubrimiento de lo que se ha dado en llamar «crímenes de Stalin», para que la reacción se produjese y muchos ojos se abrieran.
En lo que respecta a los anarquistas, no necesitaron esperar tanto para darse cuenta de una realidad que estaba subrayada por la desaparición de miles de nuestros compañeros, fusilados o deportados a la Siberia por los zares rojos.
Pero entre las divisiones ocasionadas por la Revolución rusa y las represiones internacionales de los regímenes fascistas y dictaduras militares, nuestro movimiento se debilitó considerablemente. La propaganda comunista puso en circulación mucho dinero y supieron maniobrar y jugar con las cartas que les ponía en manos la propia burguesía. Si antes se citaba al anarquismo como el movimiento y la idealidad colocados más a la izquierda, se dio paso al comunismo como el «non plus ultra» de las ¡deas avanzadas. Cuando, en realidad, no era más que una de las muchas transfiguraciones del principio de autoridad y otra de las mutaciones de la idea del Estado.
Por otra parte, los emigrados libertarios rusos que habían sentido cruelmente la falta de una organización anarquista, que les hubiera quizá permitido defenderse y resistir mejor a la ofensiva del partido bolchevique, plantearon con carácter de urgencia la necesidad de una plataforma de organización. Hubo polémicas apasionadas entre anarquistas partidarios de la organización y anarquistas que consideraban que toda forma organizativa era un lazo en que se encasillaba al anarquismo. Los libertarios rusos fueron quizá demasiado lejos en su concepción casi militar de la asociación libertaria. Por esta causa la mayor parte de los anarquistas italianos, franceses, españoles, ingleses, alemanes, holandeses, belgas, se enfrentaron con ellos.
Pero el problema que planteaban era real y algunas de sus observaciones no cayeron en saco roto. Esas polémicas y la luz que ellas pudieron aportar debieron contribuir a la creación de la Federación Anarquista Ibérica, que se constituyó en 1927, en plena dictadura y con la intención de aunar mejor los esfuerzos de los anarquistas dirigidos, en España, a un doble objetivo: hacer más eficaz y sincronizada la acción de ataque y de defensa frente al capitalismo y al Estado y, de otra parte, prepararse mejor para la lucha contra las tentativas reformistas que se perfilaban dentro de la C. N. T.
Un terrible drama social y humano sacudió la conciencia universal con tanta extensión y fuerza como la había sacudido, en 1909, el asesinato de Francisco Ferrer Guardia. Nos referimos al proceso, condena a muerte y ejecución de los compañeros italianos Bartolomé Vanzetti y Nicolás Sacco, sentenciados a muerte y ejecutados en 1927 después de siete años de aplazamientos de la ejecución y pese a las protestas mundialmente producidas. Eran inocentes del crimen de que se les acusaba —un atraco en el que hubo una o dos víctimas—. Más tarde se conocieron los verdaderos responsables del hecho, unos gangsters no desconocidos por la policía. Ésta, al servicio de la plutocracia americana que, como en 1886, quería buscar pretexto para hacer un escarmiento entre los emigrados políticos italianos, se cerró en banda y no intentó descubrir otros autores del hecho que los dos italianos que tenía detenidos, uno de los cuales, Vanzetti, era propagandista activo.
Hubo un escándalo internacional, manifestaciones de centenares de miles en todas las capitales del mundo, incluida Nueva York. Pero todo fue inútil: Sacco y Vanzetti fueron electrocutados. El mensaje dejado por los dos mártires aún hoy ha encontrado eco en millares de hombres y mujeres, que han llorado presenciando el film «Sacco y Vanzetti» y escuchando la canción a ellos dedicada por Joan Báez.
El fascismo se había instalado sólidamente en Italia y el nacional-socialismo avanzaba en Alemania. Numerosos compañeros italianos debieron huir de Italia y trasladarse a la América del Sur o a la América del Norte. Otros se instalaron en Francia y en España. No tardó mucho en llegar el turno a los compañeros alemanes. Los que pudieron salvarse de los campos de concentración, ganaron ellos también la América del Norte, Inglaterra o Francia, Rocker fue a Estados Unidos. Nettlau se trasladó a Austria, de donde también tuvo que huir, al llegar el momento del Anschlus, que devoró a lo que quedaba de libertades en Viena. Se trasladó a Holanda, a Amsterdam, donde debía morir en 1945, pocas semanas antes de la victoria contra el nazismo. Otros compañeros, como Erich Mûsham, menos afortunados, murieron bajo la bota de los nazis. Como en los años que preludiaron al triunfo del nazismo, había muerto Gustav Landauer, asesinado como Rosa Luxemburgo, Carlos Liebchnecht, Kurt Eisner y tantos otros de diferentes partidos y organizaciones de izquierda.
Frente al fascismo que se veía avanzar en la mitad de Europa, mientras en América del Sur se multiplicaban los golpes de Estado militares y las dictaduras, las fuerzas de izquierda se organizaron en diferentes formas. Fue la hora del Frente Popular en Francia y en España. Gracias a él la clase obrera obtuvo en el país galo ciertas ventajas, arrancadas al capitalismo y al Estado. Y en España la unión de las fuerzas políticas en otra forma de Frente Popular, permitió la instalación de la segunda República. Ella no hubiera sido posible, sin embargo, sin la serie de levantamientos y de acciones insurreccionales que la precedieron, en los que tomaron parte activa los anarquistas, desde la tentativa abortada de levantamiento de los cuarteles en la que pagaron el tributo de sus vidas dos anarquistas: Llácer y Montejo hasta la sublevación de Jaca, sofocada y a consecuencia de la cual fueron fusilados los capitanes Fermín Galán y García Hernández, pasando por la tentativa de invasión de España por grupos armados catalanistas y anarcosindicalistas en Prats de Molió dirigida por Maciá, pero de la cual fue alma inspiradora nuestro compañero Francisco Ascaso.
La caída de la Monarquía en España y el advenimiento de la República, el 14 de abril de 1931, suscitó grandes esperanzas entre los trabajadores, que habían luchado por ella y que de ella esperaban transformaciones más profundas que las que suponía la proclamación simple de un régimen republicano, sustituyendo aun sistema monárquico. Pronto la desilusión se hizo sentir, al ver que no se acometían las reformas prometidas y esperadas, y al ver que, de hecho, el Poder era exclusivamente monopolizado por socialistas y republicanos, sin que éstos acometieran las labores más urgentes, como eran la desmantelación del ejército, iniciada por Azaña, la supresión de latifundios y de la llamada «rabassa morta», en Cataluña, comprendida en los proyectos de reforma agraria; la nacionalización de las bancas, a fin de evitar la evasión de capitales y otras muchas cosas que el pueblo esperaba y que no se hacían, perdiendo el tiempo en interminables debates parlamentarios, sin eficacia alguna.
En aquellos días, la C. N. T., la F. A. I. y el movimiento libertario en su conjunto vivieron horas muy difíciles. Y el que resistieran victoriosamente a la ofensiva combinada de la reacción y de los socialistas, que querían imponer la U. G. T. en detrimento de la C. N. T., demuestra el arraigo profundo que tenía nuestra organización en la conciencia del pueblo. Además, era la única organización independiente, no ligada a ningún partido y que pudo, con las manos libres, identificarse con los anhelos y las necesidades populares. La República no regateó las persecuciones contra la F. A. I. y la C. N. T. En la memoria de todos hay todavía las deportaciones a Bata y a Río de Oro, la represión desencadenada después de los sucesos de Figols y un año después de Casas Viejas y, más tarde, en 1934, las atrocidades cometidas contra los trabajadores, esta vez todos unidos, Genetistas, ugetistas, socialistas, comunistas y anarquistas en Asturias, después de la insurrección abortada y en pleno bienio negro. Allí demostró ya sus dotes de estratega y lo implacable de su carácter, un joven general republicano llamado Francisco Franco. Digo republicano, porque Franco, como Queipo de Llano, Yagüe, Cabanellas, Várela, López Ochoa y tantos otros, habían jurado fidelidad a la República.
Quizá fueron los anarquistas españoles los que mejor y más clara visión tuvimos de lo que se preparaba en el mundo. El fascismo italiano y el fascismo alemán proyectaban la anexión de Europa, sea por acciones políticas, utilizando las propias armas del sufragio universal, sea por golpes de Estado, sea por medio de un conflicto bélico. De ahí que, a partir de octubre de 1934, la idea de la necesidad de un frente antifascista se hubiese hecho para nosotros imperativo de la hora. Pero un frente que rebasase los límites electorales del llamado Frente Popular y que preparase a las izquierdas para oponerse al peligro fascista que veíamos cada vez más cercano. De ahí también que fuese tomando cuerpo la idea de la Alianza Sindical CNT-UGT, que había ya empezado a practicarse en la base, en Asturias, por acción espontánea de los trabajadores Genetistas, socialistas e incluso comunistas.
Aparecieron, en ese período y en España, una nueva legión de hombres que fueron sucediendo a la vieja guardia de fines y principios de siglo. Para no citar más que los que mayor renombre adquirieron, en la actuación orgánica, en el seno de la organización obrera, en la Prensa, en la tribuna, en huelgas y conflictos, citemos a Ángel Pestaña, a Salvador Seguí, a Eusebio C. Garbo, a Juan Peiró, a Eleuterio Quintanilla y a Pedro Sierra, discípulos y amigos de Ricardo Mella, que prepararon y realizaron la primera edición de «Ideario», del pensador anarquista; a Avelino González Mallada, a A. González Entrialgo, a Manuel Buenacasa, a Sebastián Oliva, a José Villaverde, al Dr. Pedro Vallina, continuador de la obra y el pensamiento de Salvoechea, a José Sánchez Rosa, a José Viadiu, a Juanonus, a Tomás Herreros, a Evelio Boal, a Hermoso Plaja. Un poco más tarde aparecieron los hermanos Alcrudo, de Zaragoza, los hermanos González Inestal, de Madrid, Ramón Acín, R. Abós, Felipe Aláiz excelente periodista, A García Birlan, conocido con el seudónimo de Dionisios, Germinal Esgleas, Cipriano Mera, Valerio Mas, Francisco Isgleas, J. García Oliver, Buenaventura Durruti, Francisco Ascaso, Manuel Pérez, Sinesio García, conocido bajo el seudónimo de Diego Abad de Santillán, de los hermanos Cano Ruiz, Santana Calero, Vicente Ballester, Bernardo Pou, entre otros muchos.
Varias mujeres marcaron también este período con su presencia en huelgas, en conflictos, en la Prensa. Libertad Rodenas, Lola Ferrer, Aurora López, Rosario Dulcet, Balbina Pi, la maestra Antonia Maymón, la doctora Amparo Poch, Lola Iturbe, que usaba el seudónimo de Kyra Kyralina, María Riu, Lucía Sánchez Saornil, excelente poetisa, y la que esto escribe, aportaron su concurso al movimiento confederal y anarquista, siempre estrechamente unidos.
Mención aparte merecen, por su destino singular y triste dos hombres, uno de los cuales parece medio olvidado y el otro cuyo fin rubricó trágicamente el esfuerzo de toda su vida. Nos referimos a Valeriano Orobón Fernández, traductor predilecto de Nettlau, escritor y trabajador infatigable, que consumió su vida en las privaciones y el estudio, pues murió a comienzos de 1936 cuando aún no tenía treinta años, destruido por la tuberculosis. El otro es el doctor Isaac Puente que popularizó el seudónimo «Un médico rural», escribiendo muchos y muy interesantes estudios. Era médico de Maeztu, localidad en la que fue fusilado en 1936 por el crimen de haber contribuido poderosamente a la difusión de la idea del comunismo libertario por medio de un folleto que trazaba las grandes líneas de lo que los campesinos y los obreros españoles realizaron con el nombre de colectividades.
En el resto del mundo, pese a un relativo eclipse bajo la avalancha de la moda «comunista», la obra de esclarecimiento y de definición del anarquismo se marca con el apogeo del poderoso pensamiento de Rocker, con los estudios de Ernestan, con la producción del profesor Gille, con el aporte científico del doctor Pierrot en Bélgica y Francia, con los trabajos literarios e idelógicos de Herbert Read, por la obra editorial de «La Protesta» de Buenos Aires, las Ediciones de «La Revista Blanca», de Barcelona, de «Estudios», de Valencia, entre otras muchas actividades de carácter internacional entre las que debe destacarse la persistente aparición de la excelente publicación «Freedom», de Londres, donde aparecieron los trabajos de otro compañero inglés conocido y celebrado, G. Woodckock.
Sebastián Faure inició en París la redacción y la publicación de la monumental Enciclopedia Anarquista, en la que colaboraron las mejores plumas del anarquismo internacional y de la que se ha hecho recientemente en México una edición en español del único tomo aparecido, completada y modernizada. Es de lamentar que Faure no pudiese pasar de la letra A, pues se trata de realmente de una obra de interés extraordinario.
En esos años, Faure escribió y publicó dos obras que podemos considerar fundamentales: «El Dolor Universal» y «Mi Comunismo», definiendo lo que es el comunismo libertario en oposición al comunismo de Estado. También intervino en la edición de «La Revue Internationale Anarchiste». Sebastián Faure, como orador y como escritor, realizó una obra difícilmente comparable a la de ningún otro propagandista. Su espíritu lógico y polémico lo hacía invencible en la discusión sobre temas políticos y religiosos.
En otro orden de trabajo literario, el filósofo y poeta Han Ryner colocó el pensamiento anarquista entre los mejores exponentes de la cultura francesa en esa primera mitad del siglo XX.
La Editorial «La Protesta», de Buenos Aires, editó «La Alianza y la Internacional en España», de Max Nettlau, así como los tomos de la traducción española de las Obras Completas de Bakunin, anotadas por Nettlau. Fue en este período que apareció gran parte de la producción de este historiador, calificado por Rocker de «Herodoto de la Anarquía». Editado también en Buenos Aires por la Editorial Argonauta apareció la hermosa obra de Rudolf Rocker
«Artistas y rebeldes», así como la traducción española de «El alba de la anarquía», de Max Nettlau y «Dictadura y revolución», de Luigi Fabbri. Las Ediciones de «La Revista Blanca» publicaron, de Nettlau también, la biografía de Elíseo Reclus.
En el Brasil existió un movimiento anarquista de habla portuguesa muy importante. Alrededor primero de «A Plebe» y después de «Agao Directa» se reunieron excelentes escritores. Cabe destacar al Dr. Fabio Luz. Al terminar la revolución y la guerra civil en España, llegó a Europa Manuel Pérez sumándose a este movimiento, en el que dejó honda huella de su paso. Cabe mencionar el nombre de una mujer que, por su posición intelectual, consiguió influir poderosamente en la opinión brasileña, abordando temas de libertad sexual y de liberación de la mujer, mucho antes de que de ello se hablase universalmente. Nos referimos a María Lacerda de Moura.
El anarquismo, entre las dos revoluciones y las dos guerras, no cesó de proyectarse y de interesar grandes capas de opinión. Aquellos que no fueron deslumbrados por los fuegos de la propaganda comunista y que, por otra parte, buscaban explicaciones y perspectivas fuera de la vulgar crítica burguesa al comunismo de Estado, una vez más volvieron los ojos hacia el anarquismo y en la lectura de nuestros teóricos enriquecieron su pensamiento y formaron su conciencia.
Pero de ello no tomaban nota los historiadores sin espíritu analítico y aún menos los periodistas sujetos al atractivo vocinglero de la actualidad. Por ello cuando, el 19 de julio de 1936, supo el mundo que en España el pueblo había hecho frente al fascismo y además había llevado a cabo una revolución social, inspirada y animada por las ideas anarquistas, el estupor fue grandioso. ¿De dónde habían salido esos anarquistas cuya presencia no sospechaban los enviados de las agencias, polarizados por lo que era el pretexto agitado por Franco: para anticiparse a un golpe de Estado comunista en España, parecido al de octubre rojo en Rusia se habían ellos, los militares, levantado en armas?
Hubo, sin embargo, enviados de agencias, como Burnett Bolloten, que se dieron inmediatamente cuenta del error cometido y de la realidad española. Y ha habido historiadores honestos, como Southword, que han escrito la verdad más tarde. Basta leer «El mito de la Cruzada de Franco» de este americano que comprendió como pocos el drama y lo que era la realidad española, para saber a qué atenerse sobre el tema.
No puede decirse que las colectivizaciones efectuadas por los obreros españoles fuesen integralmente anarquistas. Pero, espontáneamente, a la hora de tomar en manos la producción y la distribución, los trabajadores de la ciudad y del campo tomaron como base prácticas y principios libertarios, siendo el más fundamental de todos la organización de la sociedad al margen del Estado, prescindiendo del Estado y rehusando tanto como les fue posible la intervención de éste en el control de la economía.
Fue, la Revolución española, algo más avanzado e importante, por el alcance de sus realizaciones, que la revolución rusa de 1917. Y fue éste su gran pecado, la causa principal que las democracias abandonaran a España, prefiriendo el triunfo del fascismo en nuestro país que la extensión de una revolución peligrosa para los intereses capitalistas, y fue también por esa causa por lo que los rusos, al no poder conformar la revolución española dentro de los cánones del comunismo de Estado, la abandonasen también. Todo tenía que hacerse dentro de la concepción autoritaria. Un pueblo rebelde, que osaba practicar la autogestión libertaria, que prescindía del Estado y demostraba con hechos que era posible vivir, trabajar, organizarse local, comarcal y regionalmente por el principio federativo y oponiéndose a todo centralismo y a toda burocracia estadista, a toda nueva casta dirigente, no debía prosperar. Ellos también preferían el triunfo del fascismo franquista-, al peligroso ejemplo dado al proletariado mundial por los obreros españoles.
No está en mi ánimo, dado lo reducido de este volumen, hacer un largo análisis de la Revolución española. Se ha escrito ya mucho sobre ella. Críticos y exegetas han proyectado su linterna sobre cuánto vivió España entre el 18 de julio de 1936 y el 5 de marzo de 1939. Aún no hemos terminado de dar explicaciones sobre los errores o los aciertos de aquellos días. Los que deseen documentarse sobre lo realizado, deben leer «Colectivizaciones: La obra constructiva de la Revolución española», de la que se han hecho varias ediciones y seguramente se harán muchas más.
En todo caso, lo ocurrido en España en 1936 y años siguientes marca un hito importante en la historia universal del anarquismo. Fue la primera vez que las ideas de Proudhon y de Bakunin pasaron por la prueba del fuego de la práctica y no fracasaron, pese a la cantidad de obstáculos que se pusieron a ese ensayo y a la cantidad de enemigos que tuvieron esas realizaciones en las propias filas del antifascismo español. Y cabe decir, también, que esas realizaciones no tan sólo no significaron dificultad para la lucha contra el fascismo, sino que es gracias a ellas que este combate pudo sostenerse. Baste, como sólo ejemplo, entre mil, la organización de las Industrias de Guerra, que paliaron a la imposibilidad de adquirir material bélico destinado a la República española. Las democracias fueron los artífices de la No Intervención y Roosevelt —no podremos olvidarlo nunca— el que decretó el embargo de todas las armas destinadas a la España antifascista, mientras nada se hacía para evitar el abastecimiento en material bélico por parte de Italia y Alemania, que no regatearon su ayuda a Franco y los suyos.
Podríamos escribir mucho en torno a este tema, pero la necesidad de sintetizar nos obliga a ser breves y concisos.
El anarquismo, desde la Revolución Española hasta nuestros días
El fin de la guerra de España, con la pérdida de todas las conquistas revolucionarias y la muerte de millares de compañeros, fue una tragedia de carácter internacional para las ideas anarquistas y para todas las izquierdas en general.
En España murieron excelentes compañeros, entre los cuales cabe citar Buenaventura Durruti, Evaristo Viñuales, Vicente Ballester, fusilado en Cádiz, José Villaverde, fusilado en La Coruña, Santana Calero, fusilado en Málaga. Y miles de muertos en los frentes, en la lucha contra el fascismo, sin contar los que habían caído en el curso de las jornadas de julio, como Francisco Ascaso.
En los sucesos de mayo de 1937, encontraron muerte alevosa, a manos de los agentes de Moscú, Camilo Berneri, profundo pensador italiano, Barbieri, italiano y también compañero, así como Alfredo Martínez, de las Juventudes Libertarias, el argentino Rúa, Domingo Ascaso, hermano de Francisco, entre otros más.
Pero la hecatombe mayor vino al perderse ¡a guerra y al ser ocupada toda España por el fascismo vencedor. Entonces nuestros compañeros cayeron a millares y muchos más tuvieron que refugiarse en el exilio, en Europa y América.
Pronto el estallido de la segunda guerra mundial dio características universales al drama de España. Al ir avanzando los ejércitos italianos y alemanes por las diversas zonas de Europa que iban ocupando, las persecuciones contra socialistas, anarquistas, comunistas o simples hombres de izquierda se multiplicaron. En la América latina fueron instalándose dictaduras. De 1939 a 1945, se vivieron días de absoluto eclipse para las ideas de libertad en el mundo.
Millares fueron los antifascistas muertos en los campos de extermino de Alemania. En lo que respecta a los españoles, 11.000 fueron deportados a Mathausen, Dachau, Auschwitz, Belsen, Buchenwaid, Oranienburg. De ellos apenas regresaron 1.500. Entre estos antifascistas, hubo gran número de compañeros.
Al producirse la caída de Mussolini en Italia, a ese país afluyeron los compañeros italianos diseminados por el mundo, muchos de los cuales habían tomado parte activa, primero en la guerra de España y después en la resistencia en Francia. Así pudo reconstruirse rápidamente el Movimiento libertario en Italia, renaciendo la FAI en el país vecino con toda la influencia y la aureola de heroísmo que le diera la participación de los compañeros en las resistencias italiana y francesa. Asimismo los españoles, después de pasar por la terrible prueba de los campos de concentración en que fueron enterrados por los franceses, sin guardar rencor alguno, tomaron parte activa en la resistencia en el país galo, contándose por miles también los que cayeron en el maquis o en los distintos cuerpos de ejército aliados. Baste decir que los llamados Pioneros —británicos y sobre todo la División Leclerc estuvieron constituidas por una gran mayoría de españoles y, de ellos, una mayoría de libertarios. Para ellos, esto no significaba más que continuar la lucha contra el fascismo.
De la misma manera que los compañeros italianos, al producirse la liberación de Italia y antes de que ella se produjese, se reintegraron a la lucha en ese país, los españoles, tan pronto terminó la guerra en Francia, en 1944, empezaron a proyectar hacia España el esfuerzo militante. En el interior de nuestro país no había cesado la lucha y la resistencia. En la clandestinidad, y pese a las persecuciones que no cesaban, se habían ido reconstituyendo las organizaciones y los militantes actuaban. El exilio confederal y libertario se organizó rápidamente, y el 1° de mayo de 1945, lo que entonces se llamaba Movimiento Libertario- CNT en Francia, celebró un Congreso de Federaciones Locales, con asistencia de más de 400 delegados, representando cerca de 50.000 afiliados, exiliados en Francia, África del Norte, Bélgica, Inglaterra, América del Norte, México, Venezuela, Argentina, Chile, Santo Domingo y demás países de Hispanoamérica a donde afluyeron refugiados.
En estos diversos países existieron, hasta 1951, delegaciones de la CNT independientes. En 1951, estas delegaciones se fusionaron en un sólo organismo, llamado CNT de España en el Exilio, con un Secretariado Intercontinental que las representaba a todas y federativamente organizadas en núcleos de Francia y del Exterior, con la autonomía propia de todas las regiones en la mecánica confederal y libertaria.
Pero fue ya en el Congreso de París de mayo de 1945 donde se llegó a la cancelación del período de colaboración política, que llevara a la CNT hasta la participación en el Consejo de la Generalidad de Cataluña y en el gobierno de Largo Caballero, en Madrid. No creemos interesante detenernos en el pleito interno producido por los que a pesar de haber suscrito las Mociones de Congreso de París en octubre de este mismo año 1945, obedeciendo, según ellos, las instrucciones del Comité Nacional de España, aceptaron formar parte del primer gobierno de la República en el exilio —el presidido por Giral— y produjeron una escisión que duró 15 años. Escisión cancelada en el Congreso de Limoges en 1961, unificándose de nuevo la CNT.
Estos compañeros se dieron cuenta de que nada había podido hacerse en los años de esperanza y de forcejeo con las otras fuerzas políticas y reintegraron la posición antipolítica y antiparlamentaria del grueso del movimiento libertario y de la CNT que habían sostenido la necesidad de un frente antifascista y de la alianza con todas las fuerzas obreras en la lucha activa contra el franquismo, pero sin conceder crédito alguno a la eficacia de una colaboración política que se limitaba a esperar una solución al problema de España por parte de las cancillerías europeas y americanas.
En estos años se produjeron pérdidas sensibles para el movimiento libertario internacional, como fue la muerte de Nettlau en Amsterdam, donde se había refugiado, muerte acaecida en los comienzos de 1945, cuando ya se perfilaba el total aplastamiento del fascismo, como hemos dicho antes. Más tarde murieron también Luigi Fabbri, Rodolfo Rocker, Hugo Treni, Enrique Nido, entre los más conocidos internacionalmente.
En Royan, donde se había refugiado, en el momento de la ocupación de París por los ejércitos nazis, murió también durante la segunda guerra mundial, Sebastián Faure, de cuya obra como propagandista y de cuyo talento hemos hablado antes.
Pero a la vez que se apreciaban estas pérdidas, se iban haciendo conocer nuevos valores. Aparecieron los trabajos históricos de Renée Lamberet, continuadora de la obra de Nettlau y que ha terminado el segundo tomo de «La Internacional y la Alianza en España», dejado sin concluir por el historiador más prestigioso del anarquismo. En Montevideo empezó a conocerse el profundo pensamiento de Luce Fabbri, hija de Luigi. En Inglaterra María Luisa Berneri, muerta prematuramente, hija de Camilo, realizó asimismo una obra literaria muy importante, siendo uno de sus libros más conocido «Viaje a través de la Utopía». Su compañero Vernon Richards ha escrito varios libros sobre la revolución española.
El anarquismo emergió lentamente de la terrible prueba que para él habían sido la pérdida de la guerra y de la revolución en España, los diversos avatares de esa experiencia y el paso del nazi-fascismo por una Europa devastada y dividida.
En París apareció el diario «Le Libertaire», fundado por Sebastián Faure y Luisa Michel a principios de siglo, bajo la dirección de Marcel Lepoil y con la colaboración de Georges Brassens, más tarde célebre como compositor y como cantante. Se afirmó la presencia en la tribuna y en la prensa de Arístides Lapeyre, amigo y discípulo de Sebastián Faure, de André Prudhomeaux, autor, con su compañera Doris, de uno de los mejores análisis de la revolución en Cataluña.
Emma Goldmann, que tuvo que abandonar los Estados Unidos, murió en Toronto (Canadá). La pérdida de esta mujer excepcional dejó huérfano un movimiento que había sido, años antes, muy rico en hombres y en ideas.
En este confuso y agitado período, se produjo otro acontecimiento de características mundiales, cuya importancia conviene destacar. Nos referimos a la toma del Poder, en China, por Mao Tsé Tung y sus amigos, después de la larga lucha que les opusieron a Tchang Kai Chek y a los que representaban los intereses capitalistas mundiales en la inmensa China. De este acontecimiento hemos de destacar solamente lo que se refiere a la influencia de los anarquistas.
Desde fines del pasado siglo, existió en Shangai un fuerte movimiento libertario. Las obras de Kropotkin habían sido traducidas al chino y difundidas a través de China por estos compañeros, de entre los cuales destacamos el nombre de Lu Chien Bo. Estos militantes y los jóvenes que les sucedieron, propagaron las ideas anarquistas en todo el inmenso territorio que las fuerzas comunistas fueron recuperando, primero de manos de los japoneses, después de las de Tchang Kai Chek.
Los anarquistas se vieron forzados a integrarse al nuevo sistema. Numerosos son los que viven en China, realizando en secreto la obra que pueden. Pero responde tanto el anarquismo y sobre todo la interpretación comunista libertaria y comunalista de Kropotkin— a la mentalidad china, que no pocas de las realizaciones sociales efectuadas en China llevan la impronta del pensamiento kropotkiniano. En poder de la que esto escribe existe una traducción al chino de varias obras de Kropotkin, entre ellas «El Apoyo Mutuo», «Ética» y «La Conquista del Pan».
Un día llegará en que será conocido el aporte del anarquismo a la revolución china, que se parece muy poco a la revolución rusa, a pesar de que los vencedores militares y políticos sean en ambos casos marxistas.
Con el último compañero chino con quien hemos sostenido correspondencia es con Li Pei Kan. Se nos asegura que vive y que continúa trabajando silenciosamente por nuestras ideas.
En el Japón, al producirse la ocupación americana, los anarquistas, terriblemente perseguidos, casi diezmados por la reacción, resurgieron nuevamente, aunque su radio de acción y sus actividades se pierden en el dédalo de interpretaciones que los dividen y que imposibilitan una acción coordinada y fecunda. Destaquemos, sin embargo, la obra callada y persistente que realiza el compañero Agustín Miura, continuador de la que realizara el llorado compañero Yamaga, muerto demasiado pronto, víctima de la leucemia, secuela de las bombas atómicas lanzadas sobre el Japón por los «libertadores» americanos.
En la Argentina, destruida la Editorial «La Protesta», desaparecida la Prensa libertaria, la Editorial Argonauta habiendo dejado de existir, surgió otra con el nombre de Americalee, que ha editado obras excelentes, entre las que cabe destacar las Obras completas de Barret, los tomos de Memorias de Rudolf Rocker, entre otras muchas. En México se han hecho también ediciones excelentes, como es la de «El Proletariado Militante», de Lorenzo, «El Herodoto de la Anarquía», de Rocker, «La Anarquía a través de los tiempos», de Nettlau.
Pero el fenómeno más sorprendente —sorprenden te para los que no comprenden la verdadera naturaleza de la idealidad anarquista, fuerza moral y corriente social y filosófica subyacente, que corre como un río subterráneo durante tiempo, para surgir bruscamente a la superficie cuando menos se lo esperan— fue el renacer de las ideas anarquistas a partir de los años 60. Renacer en Francia, en España, en Estados Unidos, en Inglaterra, en la India.
En América del Norte se redescubrió a Thoreau y su librito «Desobediencia civil» inspiró todo un movimiento de juventud, enfrentada con la guerra del Vietnam y sobre todo con las condiciones de la vida americana. El movimiento «provo» en Holanda y los hippies en los países anglosajones se han nutrido de ideas anarquistas, desgraciadamente desviadas por los que han hecho todo lo posible por amortiguar todo carácter revolucionario a la acción de esa juventud, precipitándola en los brazos de los mercaderes de la droga, que, en muchas ocasiones, la hacían circular con el acuerdo de la policía. Pero los movimientos estudiantiles en casi todo el mundo —en Europa, en América del Sur y del Norte particularmente— estuvieron fuertemente impregnados de anarquismo.
En Francia, durante los acontecimientos de mayo de 1968, el anarquismo y las realizaciones de la revolución española fueron el tema predilecto en las discusiones en la Sorbona, en París, y en todas las universidades y centros culturales de Francia. Hábilmente, la Prensa quiso desviar este movimiento, polarizándolo en torno de la figura de Daniel Cohn-Bendit, un joven estudiante judío alemán, de gran cultura, pero de espíritu irónico y aún no maduro para esta peligrosa prueba, a fin de arrancarlo a lo que podemos considerar contornos clásicos del anarquismo. Pero la realidad es que, en aquellos días, todas las obras que hablaban de anarquismo se arrancaron de las manos de los vendedores y que todo el mundo tuvo que reconocer que el anarquismo, no tan sólo no había muerto, sino que aparecía más pujante que nunca, con fuerzas nuevas e innegable simpatía entre la juventud.
Hoy, el mismo fenómeno producido en Francia en 1968 se está produciendo en España, donde nunca cesó de ser una ideología de enorme arraigo popular, afincada en el alma de la clase obrera, gracias a lo que ha sido, es y será su acierto mayor: su implantación entre los trabajadores, siguiendo fielmente lo que había sido genial premonición de Bakunin y obra persistente, perseverante de los primeros internacionalistas ibéricos y de los que les sucedieron.
Un escritor francés escribió un libro, «L’increvable anarchisme», que refleja exactamente la singular potencialidad de nuestra ideología, a la que nadie ni nada ha podido matar, aunque hayan muerto por millares los hombres que la habían abrazado y por ella se sacrificaban.
El anarquismo, definido por sus teóricos y los acuerdos de sus congresos
«La Anarquía es la más alta expresión del orden» — Elíseo Reclus
«Anárquico es el pensamiento y hacia la Anarquía va la Historia» — Giovanni Bovio
«Más allá del ideal habrá siempre ideal» — Ricardo Mella
En el Congreso de la Unión Anárquica Italiana, celebrado en julio de 1920, Enrique Malatesta presentó un proyecto de programa anarquista-comunista, que fue aprobado por unanimidad. Por considerarlo una síntesis clara y concreta de lo que queremos, reproducimos a continuación las conclusiones, lamentando que la falta de espacio nos impida incluir los considerandos. Aquellos lectores interesados en documentarse a fondo sobre el pensamiento de Malatesta, uno de los mejores teóricos del anarquismo, podrán encontrar el texto íntegro en el libro de Vernon Richards «Malatesta, vida e ideas», publicado por la colección «Acracia», de Barcelona.
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Abolición de la propiedad privada de la tierra, de las materias primas y de los instrumentos de trabajo, para que nadie pueda vivir explotando el trabajo ajeno y todos, al ver garantizados los medios de producir y vivir, sean realmente independientes y puedan asociarse a los demás libremente, por el interés común y según las propias simpatías.
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Abolición del gobierno y de todo poder que establezca la ley y la imponga a los demás: por lo tanto abolición de monarquías, repúblicas, parlamentos, ejércitos, policías, magistraturas y de cualquier institución dotada de medios coercitivos.
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Organización de la vida social por obra de libres asociaciones y federaciones de productores y consumidores, creadas y modificadas según la voluntad de los componentes guiados por la ciencia y la experiencia y libres de toda imposición que no derive de las necesidades naturales a las que cada uno, inspirado por el mismo sentimiento de necesidad ineludible, voluntariamente se somete.
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Asegurar los medios de vida, desarrollo y bienestar para los niños y para todos aquéllos que se encuentran en estado de impotencia para proveerse a sí mismos.
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Guerra a las religiones y a todas las mentiras, incluso si se ocultan bajo el velo de la ciencia. Instrucción científica para todos y hasta sus grados más elevados.
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Guerra a las rivalidades y a los prejuicios patrióticos. Abolición de las fronteras; hermandad entre todos los pueblos.
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Reconstrucción de la familia, de tal manera que resulte de la práctica del amor, libre de todo vínculo legal, de toda opresión económica o física, de todo prejuicio religioso.
Hubiéramos querido transcribir Mociones aprobadas por los Congresos Internacionales anarquistas, de Amsterdam (1907) hasta nuestros días (Conferencia Internacional anarquista de París, en 1949, Congreso Internacional anarquista de Londres en 1958). En la imposibilidad de poder hacerlo por el limitado espacio de que disponemos, creemos poder resumirlas todas, reproduciendo la Moción aprobada por el Congreso constitutivo de la I. F. A. (Internacional de Federaciones anarquistas) celebrado en Carrara (Italia), del 30 de agosto al 8 de septiembre de 1968.
Esta Moción fue presentada por la Federación Anarquista Ibérica —interior y exilio— y fue adoptada por el Congreso para ser sometida al estudio y consideración de las Federaciones de los diversos países representados.
Ella correspondía al Punto 6: «La organización de la economía en una sociedad anarquista, o durante la etapa de transición revolucionaria hacia la anarquía».
Moción-estudio
Revolución social libertaria indispensable
La organización de la economía de fondo, orientación y finalidad libertarias y su desarrollo y desenvolvimiento hace indispensable un cambio radical del sistema capitalista estatal y asimismo del llamado comunista de Estado, imbuido de todos los principios marxistas leninistas. Este cambio implica necesariamente abolir y superar ambos y asentar las bases fundamentales de la nueva economía y de la sociedad anarquista o del socialismo ácrata en marcha hacia ella.
Ni la sociedad anarquista ni siquiera la comunista libertaria se van a realizar por arte de encantamiento ni en un día, ni de manera sincronizada en el plano mundial, en una fase dada de la historia universal. La revolución social no será simultánea en cada uno y en todos los países del mundo a la vez. Ni tampoco podrá ser uniforme, a base de un tipo o patrón único, pues las condiciones geográficas, climáticas, étnicas, demográficas, las de desarrollo industrial, de riquezas naturales, de existencia o no de materias primas, de posibilidades agrícolas, las de ambiente, mentalidad y cultura, etc., influirán en sus variantes constructivas, aun bajo la influencia determinante de la savia y de la orientación libertaria, haciendo que, según la densidad de ésta y de los caracteres específicos señalados, aparezcan, no ya sólo universalmente sino en cada país propiamente dicho, el sistema y sus estructuras nuevas bajo perfiles y aspectos polifacéticos, múltiples y pluralistas, en la rebusca de un incesante perfeccionamiento y armonioso equilibrio.
Pero las características esenciales de la sociedad anarquista o anarquizante y de los medios y procedimientos prácticos y eficaces para llegar a ella, deben manifestarse con recios y claros lineamientos para prender en la realidad y abrir surco profundo en ella, con miras a las eclosiones fecundas del mañana libre, ya desde hoy.
La finalidad de la nueva economía libertaria y de la sociedad anarquista debe ser la libertad y el bienestar de todos y de cada uno de los seres que la compongan, en un medio de igualdad social de solidaridad humana.
Para realizar este fin se hace indispensable la desaparición del Estado bajo todas sus formas; de la dictadura, aunque se llame transitoria; de todas las instituciones autoritarias; del capitalismo; de la propiedad privada; de todas las formas y procedimientos de explotación y de opresión del hombre por el hombre, de las clases sociales, rangos, jerarquías y privilegios; del asalariado.
Aunque la revolución social en un país no puede ir, desgraciadamente, en sus primeras fases, más allá de ciertas condiciones determinadas que impondrán inevitablemente las características del propio país y los medios con que el mismo cuente en el momento que estalle o se produzca aquélla, al menos en el orden económico, pues la economía globalmente considerada no se crea ni se desarrolla en un instante, desde el primer momento, imprimiendo su huella fecundante y su voluntad realizadora firmemente definida, por parte de los anarquistas se ha de tener la preocupación de plasmar en la realidad la máxima sustancialidad, realizaciones y desarrollo libertarios.
Y el lema debe ser: Libertad, pan, vestido, vivienda, cultura y recreo para todos. «De cada uno según sus medios, a cada uno según sus necesidades». Habrá que destruir y barrer todos los obstáculos interiores, supervivencias de un pasado de autoritarismo y de explotación, que se opongan a la libre organización de la sociedad nueva.
Y no se podrá contar mucho con la solidaridad revolucionaria mundial apoyando la revolución social del país que fuere, sobre todo si se presenta con tipología preponderante definidamente anarquista. Toda ayuda de los bloques predominantes internacionales tenderá a la satelización.
Y hay que contar, además, que en todo cambio revolucionario profundo se produce un período de marasmo económico, de tanteo experimental, de ajuste de las estructuras más idóneas a los objetivos y fines perseguidos, que pone a prueba la corriente revolucionaria transformadora y su valor y capacidad realizadora y constructiva.
Asegurar la existencia y el funcionamiento libre de la Sociedad
Desde el primer momento se hace necesario asegurar la producción, el abastecimiento, incrementar el rendimiento, la productividad, sin explotar al hombre productor, sin extenuarle, sin aprisionarle en normas de trabajo alienadoras.
El triunfo inmediato de la revolución social y su consolidación y las fases futuras de su desenvolvimiento progresivo, dependerá en mucho de la propia capacitación social, económica, cultural e ideológica de los trabajadores, de lo que podríamos llamar capacidad específica revolucionaria y libertaria, individual y globalmente considerada. El factor esencial del orden nuevo debe ser el hombre libre y consciente de sí mismo.
Ningún tipo de economía, ya desechando todo cuanto puede suponer sistema capitalista estatal o comunista de Estado, es consubstancial con el anarquismo.
Nuestro fin es vivir en libertad y hacer todo lo posible para que todos los seres puedan disfrutar de ella y gozar, en igualdad de condiciones, de cuanto la Tierra, la naturaleza y el esfuerzo solidario de los hombres puede proporcionar a todos y a cada uno indistintamente.
Amplia concepción del anarquismo social
Por las mismas razones nuestra concepción del socialismo integral, del socialismo ácrata es amplia y no exhaustiva, ni unilateral ni uniforme en sus posibilidades y modalidades de aplicación práctica. Y si nuestras preferencias van hacia el comunismo libertario, como régimen económico abierto y perfectible no rechazamos sistemáticamente, aparte las burguesas y autoritarias, otras modalidades de organización social, ya sean de tipo mutualista, colectivista, cooperativista, etc., siempre que de ellas quede excluida toda raíz de explotación del hombre por el hombre. La libertad de experimentación de modalidades económicas las más justas y adecuadas para dar satisfacción a las necesidades humanas y asegurar al hombre el máximo de libertad y el mayor bienestar, deberán tener vía abierta en la sociedad anarquista, tratando, naturalmente, de que marchen de común concierto con la convivencia del conjunto y del sistema general cimentado en la asociación federativa de los productores libres y de consumidores solidarios.
Libertad de experimentación
La experimentación y coexistencia de modalidades de tipo socializador, mutualistas (Proudhon), colectivistas (Bakunin-R. Mella), comunistas (Kropotkin Malatesta), cooperativistas (no comercializadas), etc., a la escala local, comarcal, regional o nacional, puede ser posible, dentro del sistema libertario, salvaguardado el principio anárquico esencialmente antiautoritario, fundamentalmente autónomo y federalista. Y máxime si se entiende, como es lógico libertariamente, que la evolución humana y la de las formas sociales no se estanca y que ninguna estructura económica podría considerarse definitiva e inmutable. Crear siempre más libertad, más bienestar, más abundancia de todo, mayor perfección, y las más óptimas condiciones para el pleno desarrollo del individuo, del grupo social, del conjunto humano, tal debe ser la orientación y el fin de la sociedad anarquista, de la organización social y económica libertaria.
Esbozos sociales y económicos libertarios
La economía no puede desarrollarse sin base social. Y donde exista el ser o el grupo humano, surge la sociedad, de la misma convivencia. Las necesidades se presentan, con sus inapelables exigencias, hasta por el mismo orden simple y natural biológico y, manifestándose en el plano general, trascendiendo el conjunto colectivo, hacen que los hombres se vean en el deber de buscar una ordenación o principio regulador, para hacer al menos compatible la propia convivencia humana, ya sea a base de pacto o de contrato libremente aceptado y conscientemente consentido, voluntariamente aplicado.
En la concepción anarquista —al menos en la que admite la base organizadora por pacto libre— el comunismo libertario es el sistema o mecanismo estructural que hace más viable la formación y el desenvolvimiento de la sociedad cimentada sobre postulados ácratas, interpretados con lúcido realismo, sin mixtificación del sentido y contenido de aquellos.
Base de la nueva sociedad. La Comuna libre
La piedra angular o célula viviente de la nueva organización social libertaria, para nosotros, además del individuo, del grupo, de la colectividad, del sindicato, es la Comuna libre.
La Comuna libre, constituida por todos y cada uno de los ciudadanos, puede tener la función de coordinación social general, en el aspecto simplemente administrativo; no de poder o institución política sino de servicio social, en el plano territorial local. Sus funciones deben ajustarse a aquellas resoluciones y decisiones que las propias asambleas libres comunales hayan tomado de consenso mutuo. De la organización comunal ha de desterrarse todo autoritarismo y toda burocracia.
Las Federaciones comarcales, regionales y nacionales de Comunas libres podrán constituirse en el plano general de un país o zona geográfica y étnica determinadas, y confederarse internacionalmente.
La Comuna no debe concentrar en sí el poder político, y menos militar, que debe éste igualmente desaparecer en absoluto. Ni siquiera poder revolucionario.
Todo poder político ha de ser abolido y nadie debe ejercerlo. Tampoco debe haber en la Comuna propietarismo económico, que haga de su término geográfico e histórico un coto cerrado o un feudo. Toda Comuna debe estar abierta a la solidaridad, practicarla y recibirla, basándose en el principio de que toda riqueza natural o creada o fabricada, todo producto, utillaje o bien material, es patrimonio común y permanece a la disposición de todos, siendo su usufructo regulado por las normas colectivas libre y voluntariamente establecidas.
Del sindicato revolucionario y de sus funciones
El organismo que en la sociedad socialista ácrata mejor puede asegurar la organización del trabajo y su función es el sindicato de característica sindicalista revolucionaria, constituido por los trabajadores libres de la industria, del campo, de la mina, de los laboratorios, de los centros de investigación y estudio, los de especialidades técnicas. Los sindicatos, agrupados por ramos e industrias, en Federaciones locales, comarcales, regionales, nacionales e internacionales y administrando directamente, bajo su responsable control, fábricas y talleres, campos, minas, marinas, institutos científicos y tecnológicos, son organismos aptos para asegurar la producción de todos los artículos y cosas indispensables a la sociedad y a sus componentes, a tenor de las necesidades que se hagan sentir y se presenten, persiguiendo el objetivo de crear la abundancia con la aportación de cada uno al esfuerzo común, según sus fuerzas y capacidades y sin explotación de nadie ni privilegio alguno. Todos los recursos materiales, económicos y técnicos, los artículos manufacturados, los productos agrícolas, ganaderos, de pesca, etc., habrán de considerarse y ponerse a disposición común, por medio de los organismos adecuados y más idóneos, para la distribución, el cambio y la repartición más equitativa.
Las Federaciones de sindicatos podrán formarse por categorías de producción, ya sea industrial, campesina, etc., o de servicios públicos, correos, comunicaciones, transporte y demás.
La revolución social, con la desaparición de la burguesía y de las estructuras capitalistas y autoritarias, deberá establecer una nueva ordenación económica, que implicará necesariamente otras modalidades de trabajo, reajustes de fabricación, reconversiones profesionales, especialidades distintas de la producción. Los sindicatos por profesión o industria tampoco habrán de disponer de poder político ni de propiedad de fábrica, de maquinaria o de productos elaborados. Al propietarismo corporativista tampoco hay que dejarle tomar raíz en la sociedad anarquista o comunista libertaria.
La autogestión ha de tener por base asegurar la mejor y más racional organización del trabajo y la función de producción, controlados por un elevado sentido de responsabilidad individual y profesional consciente y voluntario.
Los comités o comisiones de autogestión de fábrica, empresa, taller o colectividad productora serán nombrados directamente por el propio personal ocupado en las mismas, estando sujetos a renovaciones periódicas y siendo revocables.
El burocratismo debe desterrarse de los comités y de todas partes. Al mismo personal técnico o calificado en especialidad, no ha de conferírsele en ninguna circunstancia, categoría de mando.
Nos manifestamos contrarios a admitir el principio de «todo el poder a los sindicatos», como el de concederlo, de dirección-mando, a cualquier persona técnica o especializada, encargada responsablemente de un trabajo, quien deberá considerar a los demás trabajadores en un plano de igualdad moral y efectiva, como hombres y como productores, cooperando en las labores de un empresa común al servicio del bien general.
Sobre el salario o remuneración
Si los anarquistas nos hemos fijado por finalidad el suprimir la explotación del hombre por el hombre, el abolir las clases y el asalariado, lógicamente no podríamos pronunciarnos, en una organización social de tipo libertario, por el mantenimiento de un tipo de salario o de categorías salariales de retribución por el trabajo efectuado.
Indudablemente son varios los problemas ya de orden moral, efectivo, práctico y social que supone la supresión del salario. Y buscar procedimientos de remuneración por concepto de trabajo o unidades de especialidades del mismo, tampoco sería una solución libertaria y menos compatible con un alto sentido de justicia y de solidaridad humana.
Partiendo de este razonamiento, nos manifestamos partidarios de la aplicación del principio de «de cada uno según sus fuerzas, a cada uno según sus necesidades», considerando que el trabajo de cada uno le da derecho a la satisfacción de sus necesidades personales y a procurarse libremente el abastecimiento de cuanto se le haga preciso e indispensable en los almacenes, cooperativas o centros de distribución común.
Una carta de trabajador o de productor —carta especial para impedidos, inválidos, ancianos o niños— puede tener valor adquisitivo en todas partes y dar derecho a ser beneficiario de todos los servicios comunes. La socialización de los mismos, como también los de la vivienda, sanidad, seguridad social, espectáculos y recreos, ha de considerarse como una de las fórmulas más prácticas y accesibles al usufructo individual, familiar y común.
Es indispensable que cada hombre o mujer válidos tengan asegurada una plaza, un empleo o colocación útil en la organización común o colectiva del trabajo, como un derecho inalienable e imprescriptible reconocido y establecido por la sociedad anarquista, por la nueva organización social comunista libertaria.
Distribución y consumo
El fin de la organización social que defendemos y preconizamos no debe ser el beneficio o el provecho industrial o comercial, manipulado o monopolizado por un grupo, clan, entidad u organismo cualquiera, sino el bien común, dentro de la Federación o Asociación de Comunas libres y solidarias.
Por otra parte entendemos que las formas y mecanismos económicos de la sociedad anarquista no deben encajarse en una rígida armadura, en un régimen monolítico y de estructuras inamovibles.
Respetando el principio fundamental de no explotación del hombre por el hombre, de comunidad de riquezas, bienes, tierras, máquinas y productos, todo ha de ser puesto a la disposición, consumo y utilización individual y común.
Y así la libertad, el pan, la cultura y la independencia dentro de la unión y de la solidaridad quedarán mejor garantizadas y asegurados para todos.
La distribución general coordinada y al detalle de productos agrícolas y manufacturados podrá ser asegurada por las asociaciones o federaciones de consumidores, a base de almacenes de abastecimientos y suministro al por mayor, donde los sindicatos de producción y colectividades podrán suministrar y depositar los productos, y por medio de las cooperativas de consumo y de los economatos o centros calificados para la distribución al detalle, exentos de todo mercantilismo.
Organismos de la Revolución: Las colectividades
Las colectividades de producción, y hasta las mixtas de producción y consumo, sobre todo en el agro, en el medio rural y campesino, pueden ser también un factor importante entre los medios idóneos y eficaces de asentamiento y desenvolvimiento de la nueva economía, como organismos vitales funcionando sobre el principio de libre cooperación en la nueva economía solidaria, sin mercantilismo ni concurrencia.
La experiencia de los sovkozes y de los kolkhozes es demostrativa de los grandes defectos que aquejan esos organismos, sobre todo de la factura estatal de los primeros, ya a la vez de su ineficacia.
Los kibbutz, a través de sus modalidades conocidas y de su mismo funcionamiento interno, tampoco pueden ser preconizados como tipo de organización económica y social libertaria. En tal sentido, descartamos igualmente la fórmula del soviet, cuya experiencia en la U. R. S. S. ya hemos podido comprobar lo que ha podido dar de sí.
Hasta la fecha, experimentalmente, como expresión práctica y eficaz de realización colectivista-comunista viviente, puede ofrecerse el de las colectividades de tipo libertario durante la Revolución española, en una situación dada de trascendental realismo histórico, manifestándose como organismos eficientes para asegurar el desenvolvimiento económico de un pueblo, sobre todo desenvolviéndose vinculadas de concierto con los sindicatos y demás organismos comunales, complementarios unos de otros y atendiendo, cada uno en su esfera delimitada y característica respectiva, las necesidades y funciones económicas y sociales inherentes a la sociedad o comunidad.
Consejos sociales y económicos
Entre esos organismos complementarios de utilidad, a título de asesoramiento, de información y de estadística, de orientación técnica, de rebusca de modalidades de organización más perfecta, de coordinaciones de plano local y general, de enseñanzas prácticas deducidas de las mismas experiencias diversas comparadas de producción y de consumo, de explotación y estudio de las posibilidades de desarrollo económico y de explotación de nuevas riquezas en común, puede haber los consejos de economía locales, comarcales y regionales, desembocando en el Consejo general de economía nacional federada.
Esos consejos de economía no deben tener ninguna potestad ejecutiva, sino simplemente misión consultiva y de asesoramiento. Podrán ser formados por delegados designados por la Comuna, los sindicatos, las colectividades, las cooperativas y centros de consumo, los organismos técnicos y culturales.
Los miembros de esos consejos, que incluso podrían éstos ser denominados consejos sociales y económicos, serán designados por los organismos respectivos y delegados a aquéllos, a título temporal renovable y revocable.
Teniendo en cuenta las necesidades esenciales, materiales, productivas, relacionadoras, culturales y artísticas, etc., entre los consejos sociales y de economía que podrían formarse hay el de alimentación, el de la vivienda, el del vestir, el de la producción agrícola, ganadera y forestal, el de la minería, «I de la pesca, el de transporte, de comunicaciones, de artes gráficas, prensa y libro, el de la industria metalúrgica y siderúrgica, el de agua, luz, fuerza motriz y nuclear, el de la industria química, el del ramo del vidrio y cerámica, el del ramo de la madera, el de la construcción, el de sanidad, el de la cultura, artes y recreos, el de ciencias, investigaciones y técnicas, el de depósitos, créditos e intercambios, el de relaciones exteriores, el de importación y exportación, los cuales, a través de sus ramificaciones locales, comunales, sindicales, de colectividades, cooperativas y agrupaciones autónomas, sin centralismo alguno, de abajo a arriba, se entrelazarán en un consejo general de coordinación y solidaridad de entidades y organismos autónomos, sin atribuciones ejecutivas.
Las denominaciones de los diversos consejos que enumeramos podrán ser distintas de las que damos nosotros, los acoplamientos tener más o menos amplitud, las demarcaciones por especialidad, o rama más variadas o sintéticas que las apuntadas. Y serán siempre adoptadas de común concierto, entre los interesados, directamente, sin imposición alguna.
(Fin de la Moción adoptada por el Congreso de Carrara).
Conclusión
A pesar del pesimismo de los futurólogos, que prevén calamidades sin cuento a la humanidad de los siglos venideros; pese a las amenazas y a los peligros que hace correr al mundo las armas atómicas y las formidables fuerzas que puede liberar la energía nuclear; sin olvidar los problemas que cada día planteará al mundo la demografía y los que son ya una realidad, como es la polución, plaga de las modernas ciudades creadas por el universo concentracionario en que se han encerrado los hombres, somos optimistas.
Estamos convencidos de que el instinto de conservación del hombre y sus excepcionales facultades de adaptación, salvarán a la especie de sí misma y desbaratarán los planes de los que, consciente o inconscientemente, laboran contra ella.
Y estamos convencidos también de que profundas transformaciones del medio social en que vivimos son inevitables. Ellas llevarán a ensayar todas las nuevas concepciones de la sociedad ofrecidas a la humanidad por la inquietud y el propio sentido de continuidad de las generaciones que se han ido sucediendo sobre la tierra. Y sabemos que, ensayadas todas las fórmulas autoritarias, gastada hasta el tuétano la idea del Estado, en sus múltiples interpretaciones y transfiguraciones, fatalmente, por la fuerza misma de las cosas y la dinámica de los hechos, las sociedades venideras adoptarán las soluciones propuestas por los anarquistas.
Estas soluciones, por lo demás, no son ni serán jamás definitivas, ya que, como dijo el profundo pensador libertario Ricardo Mella: «Más allá del ideal habrá siempre ideal».
No hemos pretendido nunca los anarquistas, crear ideologías inamovibles, modelos de sociedad para siempre. Con Malatesta, creemos que hay que ir hacia la libertad total, esto es, la Anarquía, por caminos de libertad.
Estos caminos los hemos ido abriendo a lo largo de nuestra práctica militante y seguirán abriéndolos los que nos sucederán en el combate y en el esfuerzo por dar cada día un poco más de felicidad a los hombres, por medio de realizaciones sociales basadas en la justicia, en la fraternidad, en la solidaridad, en el apoyo mutuo, en el pacto entre iguales, constantes del anarquismo.
[1] «La Anarquía a través de los Tiempos», de Max Nettlau. Ediciones Vértice. Méjico, 1972.
[2] Véase «El Proletariado Militante».
[3] Véase «Breve historia del movimiento anarquista en América del Norte», de Alberto Martín, W. Muñoz y Federica Montseny.