José Antonio Gutiérrez
El anarco-comunismo ante las elecciones
Cada vez que se vienen elecciones encima, las paredes de nuestra ciudad aparecen pintarrajeadas con los nombres de tal o cual candidato, con tal o cual consigna, con promesas y promesas de que, ahora sí, todo va a cambiar. Los transeúntes ya generan un cierto acostumbramiento visual a un panorama que les es familiar, que se repite cada tantos años: las calles se vuelven inmundas de propaganda (la cual, a su vez, también suele ser inmunda), propaganda que quedará ahí hasta que las lluvias el próximo invierno la borre. Y entre medio de todo ese cúmulo de candidatos y consignas, aparecen, los infaltables también, llamados a anular: en ese campo se agrupa casi toda la izquierda que cae dentro de la categorización de “revolucionaria”. Claro, eso sí, algunos están en la postura de anular más por incapacidad de llevar sus propios candidatos que por alguna cuestión política más de fondo (la reciente experiencia de PODEMOS es buena prueba de ello, en la cual los que alguna vez fueron campeones del voto nulo, aparecieron como flamantes candidatos de la nueva coalición).
Otros tienen razones de más peso que los asuntos de orden logístico. Y es ahí donde encontramos una amplia gama de argumentos para llamar a anular en las elecciones: desde quienes no quieren validar la constitución de Pinochet, hasta los que se oponen a toda forma de “poder”. Y entre medio, encontramos, frecuentemente, algunas consignas más o menos conocidas y usadas hasta el cansancio, con una A encerrada en un círculo. Esas son las de los anarquistas. Nadie se sorprende de la postura de los anarquistas; ni siquiera se nos piden las razones para este rechazo casi siempre visceral. No es necesario, ser anarquista significa no ir a elecciones (ojo con el subrayado). De hecho, frecuentemente, el anarquismo es reducido, por desconocimiento o mala fe, al antiparlamentarismo. Y de hecho, son muchos de quienes se proclaman anarquistas los que, efectivamente, reducen su actividad a este ámbito.
En lo relativo al tema de las elecciones, debemos reconocer como anarquistas, que es frecuentemente abordado de forma abstracta y sin análisis de contexto. Esta situación es bastante extraña dado a que éstas han sido un pretexto tradicional de muchos anarquistas para salir a las calles o para hacer algo de agitación (para no perder la costumbre...). Y sin embargo la falta de reflexión suele ser asombrosa: el análisis político es reemplazado por un cúmulo de fórmulas prefabricadas y viscerales, por un dogmatismo de muy pocas palabras (por lo general, de insultos a diestra y siniestra). En estos contextos, el eslogan fácilmente desplaza a la reflexión y ocupa su lugar. Y esta situación no deja de ser preocupante, dado que a común, cuando se imponen la falta de argumentación consistente y de reflexión, y la pobreza teórica se vuelve norma, aparece un campo fértil para el oportunismo, para el simplismo y para toda la suerte de deformaciones que acarrean consigo. De tal forma, se cimientan las bases para una práctica errática.
Entre las argumentaciones que encontramos para “justificar” la posición anarquista de rechazo ante las elecciones, encontramos, antes que nada, las de carácter moralizante, las cuales se caracterizan por ser las más débiles... esta clase de argumentaciones permanecen en el plano de las cualidades personales de los candidatos (que son ladrones, que venden la pomada, etc.), y por lo mismo son discutibles desde ese mismo plano, eludiendo las cuestiones realmente políticas. Que los políticos profesionales sean o no ladrones (y la mayoría efectivamente lo son) no es lo verdaderamente relevante; a lo más, es un argumento que puede ser utilizado entre candidatos rivales, pero no va al fondo mismo del problema.
Otras veces se cae en una visión grosera del problema, que nace de dar al problema un tratamiento abstracto, en la cual se confunde el método con las instituciones dentro de las cuales éste se ejerce. Así, todas las elecciones (sean dentro de una asamblea, dentro de un sindicato, dentro de un club deportivo, como presidenciales) son lo mismo, pues la “impureza” se encuentra en el acto mismo de votar. Los anarquistas no nos manchamos con ninguna clase de elecciones, permanecemos “puros”... cómo tomar las decisiones, cómo elegir los representantes o delegados, lo que ya es una cosa de orden práctico, es algo que no se aclara nunca en esta clase de argumentaciones (¡¿consenso siempre?! ¡¿designaciones?!). Se supone que hay algo “malo”, una esencia impura y corruptora en el voto, independiente de su contexto. El voto como método adquiere una dimensión mágica y malévola en la mitología de ciertos ácratas que dan pie a un genuino fetichismo del voto.
El anarquismo, en primera instancia, no tiene nada en contra del voto en cuanto método, en cuanto mecanismo para saldar cuestiones que requieren soluciones prácticas, como puede ser la toma de ciertos acuerdos una vez que ya han sido planteadas y discutidas las diversas posiciones, o como puede ser la elección de un delegado o de algún representante. Lo realmente importante es el contexto dentro del cual se aplica el mecanismo. El problema es de fondo y no de forma, y precisamente la discusión de cuestiones formales obscurece el debate político.[1]
Los anarquistas no estamos de suyo, por definición, en contra de las “elecciones” como mecanismo; si en las elecciones llamamos a anular el voto o a no votar, es por el contexto dentro del cual este voto se ejerce: dentro del aparato de Estado, que de esta forma valida su dominación sobre quienes nos vemos excluidos de la toma de decisiones (que coincidentemente, somos los mismos que nos vemos excluidos del festín de los empresarios). Cuando llamamos a anular, llamamos en realidad a la lucha en contra del Estado y el Capitalismo, no en contra de las “elecciones” como un suceso. Nuestra oposición no es al voto en cuestión, sino que al aparato estatal en toda su dimensión.
Esto nos lleva, de hecho, a la cuestión de fondo ¿la falla está en la administración del sistema? ¿o es necesaria su superación revolucionaria? Y precisamente es este el tema central del cual las elecciones burguesas nos desvían, ayudando a limpiar el rostro al capitalismo.
Otro efecto perverso de las elecciones burguesas, es la disociación que generan en nuestras existencias; las elecciones crean un espacio artificial, ad-hoc y ficticio, dentro del cual se maneja, supuestamente, el ámbito de lo político, dentro de lo cual se mueve la administración del poder. Esta es la lógica subyacente al principio mismo del Estado. Y es en este punto en el cual debe estar la crítica medular de los anarquistas a esta forma de ejercer la política: porque en nuestra concepción, el poder debe ser ejercido por los propios afectados, en los espacios cotidianos, en todos los ámbitos de nuestra existencia y no sólo en instancias “generadas-para-ello”. Porque el poder de la burguesía, aunque ideológicamente lo niegue, aunque ideológicamente se muestre sólo dentro de ciertos espacios artificiales, aunque ideológicamente utilice hasta la saciedad expresiones como “libre albedrío”, penetra hasta los más hondo de nuestras existencias, se inmiscuye en todos los ámbitos de nuestras vidas. Es por eso que el poder popular le debe hacer frente de la misma manera, enseñoriándose de nuestras propias vidas a cabalidad.
Tenemos entonces que las elecciones nos arrancan de nuestros problemas concretos (con la ilusión de solucionarlos) y generan un espacio de lo “político”, espacio enajenado de las masas. Sin embargo, muchos anarquistas, sin quererlo, caen dentro del mismo juego de la izquierda reformista, que hace girar en torno a este estrecho marco de lo “político” toda su actividad, dejando de lado, muchas veces, o canalizando otras, la construcción de base en función de la pugna electorera. Así, se valida la concepción burguesa de la política. Muchos anarquistas, por oposición, terminan obrando de igual manera: aparecen (al igual que los candidatos) sólo en épocas de elecciones, pero para llamar a “anular”. Y en lugar de contar votos, cuentan anulaciones, como si eso bastara en lugar de la lucha y la organización real. De tal modo, se sigue reduciendo el marco de lo “político” a los límites de lo estatal, más que a un verdadero trabajo de base, de todos los días, tendiente al fortalecimiento de los sujetos populares y a la clase con perspectivas revolucionarias. Nuestra acción, entonces, se vuelve efectista y ad-hoc.
¿Se trata entonces de ser indiferente a las elecciones? ¿se trata de no tener posición? En absoluto. Por supuesto que debemos tener una posición clara en contra del aparato democrático-burgués, y por consiguiente, en contra de toda pugna por la administración de la opresión y la miseria; pero debemos ser lo más claros posibles. NO SIRVE el tener tantos votos anulados; la efectividad de la propaganda anarquista no se mide por el número de votos nulos, sino que por nuestra influencia en el grado de combatividad y organización de las masas populares. El sistema se desacredita solo; nuestra verdadera labor es mostrar, por la propaganda y por los hechos, que el sistema puede y debe ser transformado.
Nuestra propaganda debe enfocarse, ante todo, a fortalecer la lucha y la organización; la lucha y la organización populares son las mejores armas para mellar al Estado y el Capitalismo en sus mismas bases. Esto implica, para los anarquistas, dar el salto, desde el activismo a la militancia (lo cual implica, desde luego, un trabajo más sistemático, constante y coordinado, tendiente al desarrollo de los distintos sujetos populares, en tanto que el activismo es sólo coyunturalista)
De lo anteriormente expuesto, se desprende la frivolidad de la declaración reduccionista “somos anarquistas porque no vamos a elecciones”, lo cual es una visión grosera y pobre de los fundamentos básicos del anarquismo. Nuestras políticas NO se desprenden del hecho de no ir a elecciones, sino que es precisamente el hecho de no ir a elecciones el cual se desprende de nuestras políticas. Y el punto medular de esta política está dado, precisamente, por la construcción del Poder Popular.
La no participación en elecciones burguesas, no puede ser considerado uno de los fundamentos políticos de la militancia anarquista revolucionaria, sino que se debe desprender naturalmente de nuestra estrategia de construcción en el seno de la clase obrera.
Es hoy más necesario que nunca el saber construir un camino para quienes convocamos a la lucha en contra del sistema y superar un cierto anarquismo ingenuo y muchas veces infantil, plagado de dogmatismos y fraseología visceral.
Debemos ser categóricos: para los anarco-comunistas no hay un espacio en las elecciones burguesas, pues nuestro espacio natural está en la construcción de poder popular, para resistir, y porque nuestra lucha está en otro lado —en nuestras poblaciones, universidades y lugares de trabajo.
¿Y qué hay respecto a otra clase de elecciones?
Precisamente de la ya mencionada falta de reflexión seria en torno a la cuestión de métodos y posiciones políticas, es que surge una actitud negativa de muchos anarquistas en contra de “cualquier clase de elecciones”. ¡Cómo si criticáramos el simple acto de elegir o de votar, en lugar del contenido y del contexto democrático-burgués dentro del cual este acto se aplica!. De esta forma se confunde la participación en el aparato del Estado, con la participación en organismos populares o sociales (sindicatos, agrupaciones vecinales, etc.) La presencia anarquista en ésta última clase de espacios no sólo es positiva, sino que necesaria si queremos garantizar alguna influencia dentro de un proceso de construcción de largo aliento. El ausentarse de esos espacios, ha hecho que, históricamente, dejemos campo libre al reformismo y a toda clase de vertientes autoritarias. Es necesario que los anarquistas seamos capaces de generar una incidencia real dentro de los espacios en que nos encontramos. Es verdad que nuestra presencia no puede limitarse, como la de muchos otros grupos y partidos, a la pura pugna por cargos en los organismos sociales; nuestra presencia debe ser, ante todo, de base. Pero muchas veces hemos despreciado la lucha por los espacios de representatividad, por creer que nuestra presencia en la asamblea basta. Creemos que es necesario que sea ese nuestro fuerte; y sin embargo, debemos ser capaces también de lograr que ese trabajo se vea expresado a su vez en las instancias superiores de las organizaciones en las cuales trabajamos, y no creemos que tal cosa represente en absoluto un abandono de nuestros principios en la medida en que nosotros tengamos claro:
-
Que la participación en la pugna por espacios representativos tiene que ser la expresión de un trabajo previo, de base, real, que dé sustento y legitimidad en esta pugna. Sin este trabajo previo, sin comenzar la construcción desde abajo, la pugna por espacios de representatividad constituye la misma lógica verticalista de otros sectores políticos.
-
Que nuestra participación no debe ser, bajo ninguna óptica, como la de un grupo más; sino que debemos ante todo plantear un proyecto de verdadera democratización, que no se limite sólo a los espacios de representatividad, sino que ante todo sea planteado desde la base, entregando a ésta la decisión última sobre las cuestiones cruciales. Esto implica implementar de hecho principios democráticos como la participación asamblearia, implementación de canales desde la base, revocabilidad, etc...
-
Que nunca se confunda lo táctico con lo estratégico; la hegemonía política dentro de los organismos sociales, populares o de masas no son un fin en sí mismos. Son importantes en la medida en que nos ayudan a impulsar cambios reales que traspasen los límites de la organización popular, del sujeto popular, y lleguen a remecer la estructura de la sociedad capitalista. En definidas cuentas, no importa ganar el sindicato sólo por el sindicato, sino que en la medida en que este hecho sirve a la acumulación de fuerzas revolucionarias. El fin no es permanecer en el plano de las luchas reivindicativas, sino que alcanzar el plano de las transformaciones revolucionarias como camino a la liberación de los oprimidos y explotados.
-
Y no menos importante es la estricta observancia de la ética libertaria: no podemos anular nuestras ideas, nuestro programa. No por estar en un cargo dirigente tendremos que silenciarlas. Sin embargo, no podemos tampoco imponerlas. Es necesario ganar la pugna de nuestras ideas en la base, en la asamblea, y no abusar de la representatividad
Creemos que estos cuatro puntos son importantes para el desarrollo de una política correcta hacia el tema de las elecciones en las organizaciones sociales. Recientemente, el ejemplo de un compañero cercano en la CUT es un buen ejemplo de cómo se desperdició una excelente oportunidad de trabajo en el mundo sindical: primero, hubo un trabajo previo (aunque insuficiente) en el ámbito laboral, con diversas instancias sindicales comprometidas con la formación de un sindicalismo de “nuevo cuño”. Pero no hubo una táctica congruente entre esa acumulación y la candidatura del compañero, que se vio solo, que no logró plantear una nueva forma de hacer sindicalismo, y que no apostó, a fin de cuentas, a la constitución de una corriente que cristalizara el proceso comenzado antes y que tuvo uno de sus momentos más interesantes en la conformación de la Multisindical.
No podemos suponer que la lucha en elecciones sindicales o estudiantiles (espacios legítimos, generados por los mismos actores sociales —y degenerados por las burocracias— que nada tienen que ver con el aparato estatal-capitalista) engendre una “corruptibilidad” inherente. Ese temor al ser “corrompidos” por el “poder” (!) es absolutamente injustificado en este caso, e inviable de desarrollarse el trabajo dentro de los puntos antes enunciados. El trabajo de la generación anarcosindicalista de los años ‘50, que llevó a la formación de la CUT, con Ernesto Miranda a la cabeza de este grupo, da buena cuenta de eso.
[1] Algo semejante puede decirse de la discusión en torno a la “democracia”; se ha gastado mucho papel en dar la discusión en abstracto, independiente del sentido detrás del concepto. De tal forma, se ha llegado a diálogo de sordos entre si la “democracia-sí” o “democracia-no”, sin considerar qué se entiende por democracia. Obviamente, cuando el pueblo exige democracia, exige algo muy distinto a la democracia burguesa, que se sustenta en las contradicciones de clase. Y cuando la prensa revolucionaria ha atacado la “democracia”, lo que ha hecho es develar el carácter de dominación tras las políticas del consenso y a la democracia de los ricos.