Max Nettlau
La anarquía a través de los tiempos
Libertad y anarquía: sus más antiguas manifestaciones y las concepciones libertarias hasta 1789
William Godwin; los iluminados; Robert Owen y William Thompson; Fourier y algunos fourieristas.
La idea anarquista en Alemania desde Max Stirner a Eugen Dühring y a Gustav Landauer
El anarquismo comunista en Italia; su interpretación por Malatesta y por Merlino (1876-1932)
Los movimientos anarquistas y sindicalistas en Holanda y en los paises escandinavos.
Postescriptum. a todos los interesados en el estudio de la historia de las ideas libertarias.
Libertad y anarquía: sus más antiguas manifestaciones y las concepciones libertarias hasta 1789
Una historia de la idea anarquista es inseparable de la historia de todos los desarrollos progresivos y de las aspiraciones hacia la libertad, ambiente propicio en que nació esta comprensión de vida libre propia de los anarquistas y garantizable sólo por una ruptura completa de los lazos autoritarios, siempre que al mismo tiempo los sentimientos sociales (solidaridad, reciprocidad, generosidad, etc.) estén bien desarrollados y tengan expansión libre. Esta comprensión se manifiesta de innumerables maneras en la vida personal y colectiva de individuos y de grupos, comenzando por la familia, ya que la convivencia humana no sería posible sin ella. Al mismo tiempo la autoridad, sea tradición, costumbre, ley, arbitrariedad, etc., ha puesto desde la humanización de los animales que forman la especie humana, su garra de hierro sobre un gran número de interrelaciones, hecho que sin duda procede de una animalidad más antigua todavía, y la marcha hacia el progreso que se hace indudablemente a través de las edades, es una lucha por la liberación de esas cadenas y obstáculos autoritarios. Las peripecias de esa lucha son tan variadas, la lucha es tan cruel y ardua que relativamente pocos hombres han llegado todavía a la comprensión anarquista más arriba descrita, y aquellos incluso que luchaban por libertades parciales no los han comprendido más que rara e insuficientemente y en cambio han tratado a menudo de conciliar sus nuevas libertades con el mantenimiento de antiguas autoridades, ya quedasen ellos mismos al margen de ese autoritarismo, o creyesen útil la autoridad y capaz de mantener y de defender sus nuevas libertades. En los tiempos modernos tales hombres sostenían la libertad constitucional o democrática, es decir libertades bajo la custodia del gubernamentalismo. De igual modo en el terreno social esa ambigüedad produjo el estatismo social, un socialismo impuesto autoritariamente y desprovisto por eso de lo que, según los anarquistas, le da su verdadera vida, la solidaridad, la reciprocidad, la generosidad, que sólo florecen en un mundo de libertad.
Antiguamente, pues, el reino de la autoridad fue general, los esfuerzos ambiguos, mixtos (la libertad por la autoridad) fueron raros, pero continuos, y una comprensión anarquista, al menos parcial y tanto más una integral, ha debido ser muy rara, tanto porque exigía condiciones favorables para nacer, como porque fue cruelmente perseguida y eliminada por la fuerza o gastada, desamparada, nivelada por la rutina. Sin embargo, si de la promiscuidad tribal se llegó a la vida privada relativamente respetada de los individuos, no es sólo el resultado de causas económicas, sino que fue un primer paso de la marcha de la tutela a la emancipación; y de sentimientos paralelos al antiestatismo de los hombres modernos, han pasado los hombres de esos tiempos antiguos a esta dirección. Desobediencia, desconfianza de la tiranía y rebelión han impulsado a muchos hombres enérgicos a forjarse una independencia que han sabido defender o han sucumbido. Otros supieron sustraerse a la autoridad por su inteligencia y por capacidades especiales, y si en un tiempo dado los hombres pasaron de la no-propiedad (accesibilidad general) y de la propiedad colectiva (de la tribu o de los residentes locales) a la propiedad privada, no sólo la codicia de posesión, sino también la necesidad, la voluntad de una independencia asegurada, han debido impulsarlos a ello.
Los pensadores anarquistas integrales de esos antiguos tiempos, si los hubo, son desconocidos, pero es característico que todas las mitologías han conservado la memoria de rebeliones, e incluso de luchas nunca terminadas, de una raza de rebeldes contra los dioses más poderosos. Son los Titanes que dan el asalto al Olimpo, Prometeo desafiando a Zeus, las fuerzas sombrías que en la mitología nórdica provocan el crepúsculo de los dioses, es el diablo que en la mitologíá cristiana no cede nunca y lucha a toda hora y en cada individuo contra el buen Dios, ese Lucifer rebelde que Bakunin respetaba tanto, y muchos otros. Si los sacerdotes, que manipulaban esos relatos tendenciosos en el interés conservador, no han eliminado esos atentados peligrosos a la omnipotencia de sus dioses, es que las tradiciones que tenían por base han debido estar tan arraigadas en el alma popular que no se han atrevido a ello y sólo se contentaron con desnaturalizar los hechos, insultando a los rebeldes, o bien han imaginado más tarde interpretaciones fantásticas para intimidar a los creyentes, como sobre todo la mitología cristiana con su pecado original, la caída del hombre, su redención y el juicio final, esa consagración y apología de la esclavitud de los hombres, de las prerrogativas de los sacerdotes como mediadores, y esa postergación de las reivindicaciones de justicia para el último término imaginable, para el fin del mundo. Por consiguiente, si no hubiese habido siempre rebeldes atrevidos y escépticos inteligentes, los sacerdotes no se habrían tomado tanto trabajo.
La lucha por la vida y la ayuda mutua estaban quizás inseparablemente entrelazadas en esos antiguos tiempos. ¿Qué es la ayuda mutua sino la lucha por la vida colectiva, protegiéndose así una colectividad contra un peligro que aplastaría a los aislados? ¿Qué es la lucha por la vida sino un individuo que reúne un mayor número de fuerzas o capacidades triunfando sobre otro que reúne una cantidad más pequeña? El progreso se hizo por independencias e individualizaciones fundadas en un medio de sociabilidad relativamente segura y elevada. Los grandes despotismos orientales no permitieron verdaderos progresos intelectuales, pero sí el ambiente del mundo griego, compuesto de autonomías más locales, y la primera floración del pensamiento libre que conocemos fue la filosofía griega, que ha podido en el curso de los siglos, tener conocimiento de lo que pensaban en la India y en China algunos pensadores, pero que ante todo hizo una obra independiente, que ya los romanos, a quienes les interesaba tanto instruirse en las fuentes griegas de la civilización, no pudieron comprender y continuar y menos aún el mundo inculto del milenio de la edad media.
Lo que se llama filosofía fueron al comienzo reflexiones todo lo independientes que es posible de la tradición religiosa por individuos que dependían de su ambiente, y sacadas de observaciones más directas y, algunas, resultados de la experiencia; reflexiones por ejemplo sobre el origen y la esencia de los mundos y de las cosas (cosmogenia), sobre la conducta individual y sus mejoras deseables (moral), sobre la conducta colectiva cívica y social (política social) y sobre un conjunto más perfecto en el porvenir y los medios de llegar a él (el ideal filosófico que es una utopía, derivada de las opiniones que esos pensadores se han formado sobre el pasado, el presente y la dirección de la evolución que creen haber observado o que consideran útil y deseable). Las religiones se habían formado antes aproximadamente de manera parecida, sólo que en condiciones generales más primitivas, y la teocracia de los sacerdotes y el despotismo de los Reyes y de los jefes corresponden a ese estadio. Esa población de los territorios griegos, continente e islas, que se mantenía contra los despotismos vecinos, fundando una vida cívica, autonomías, federaciones, rivalizando en pequeños centros de cultura, produce también esos filósofos que se elevaron sobre el pasado, que trataban de ser útiles a sus pequeñas Repúblicas patrias y concebían sueños de progreso y de felicidad general (sin atreverse o sin querer tocar a la esclavitud, claro está, lo que muestra cuan difícil es elevarse verdaderamente sobre el ambiente).
De esos tiempos datan el gubernamentalismo de formas en apariencia más modernas, y la política, que tomaron el puesto del despotismo asiático y de la arbitrariedad pura, sin reemplazarlos totalmente. Fue un progreso semejante al de la revolución francesa y al del siglo XIX, comparados con el absolutismo del siglo XVIII, y como este último progreso dio un gran impulso al socialismo integral y a la concepción anarquista, así al lado de la masa de los filósofos y de los hombres de Estado griegos moderados y conservadores, hubo pensadores intrépidos que llegaron ya entonces a las ideas socialistas estatales, los unos, y a las ideas anarquistas, los otros —una pequeña minoría, sin duda—, pero hombres que hicieron su marca, que no se les pudo ya borrar de la historia, aunque rivalidades de escuela, persecuciones o la incuria de edades ignorantes hayan hecho desaparecer los escritos. Lo que de ellos subsiste se ha preservado sobre todo como extractos en textos de autores reconocidos que se han conservado.
Había en esas pequeñas Repúblicas siempre amenazadas, y ambiciosas y agresivas a su vez, un culto extremo al civismo, al patriotismo, y había también riñas de los partidos, demagogia, y la preocupación del poder, y sobre esa base se desarrolló un comunismo muy crudo. De ahí la aversión de otros contra la democracia y la idea de un gobierno de los más prudentes, de los sabios, de los hombres de edad, como soñaba Platón. Pero también la aversión contra el Estado, del que había que apartarse, que profesó Aristipo, las ideas libertarias de Antifon, y sobre todo la gran obra de Zenon (342-270 a. de C.), el fundador de la escuela estoica, que elimina toda coacción exterior y proclama el impulso moral propio en el individuo como único y suficiente regulador de las acciones del individuo y de la comunidad. Fue un primer grito claro de la libertad humana que se sentía adulta y se despojaba de sus lazos autoritarios, y no hay que asombrarse de que ese trabajo fuese ante todo depurado por generaciones futuras, luego completamente dejado al margen para irse perdiendo.
Sin embargo, como las religiones transportan las aspiraciones de justicia y de igualdad a un cielo ficticio, también los filósofos y algunos jurisconsultos se transmitieron el ideal de un derecho verdaderamente justo y equitativo, basado en las exigencias formuladas por Zenón y los estoicos; fue el llamado derecho natural que, como igualmente una concepción ideal de la religión, la religión natural, iluminó débilmente numerosos siglos de crueldad y de ignorancia, y a su resplandor en fin se rehicieron los espíritus y se comenzó a querer hacer realidades de esas abstracciones ideales. Ese es el primer gran servicio que la idea libertarla ha prestado a la humanidad: su ideal, tan enteramente opuesto al ideal del reino supremo y definitivo de la autoridad, es absorbido después en más de dos mil años y queda implantado en cada hombre honesto que sabe perfectamente que es eso lo que haría falta, por eséptico, ignorante o desviado que esté, a causa de intereses particulares, en relación a la posibilidad, y sobre todo a la posibilidad próxima, de realizaciones.
Pero se comprende también que la autoridad —Estado, propiedad, iglesia— veló contra la popularización de esas ideas, y se sabe que la República y el Imperio romano y la Roma de los Papas hasta el siglo XV, imponían al mundo occidental un fascismo intelectual absoluto, con el despotismo oriental que renacía en bizantinos, y turcos y zarismo ruso (continuado virtualmente por el bolcheviquismo ruso) como complemento. Entonces, hasta el siglo XV y más tarde aún (Servet, Bruno, Vanini), el pensamiento libre fue impedido bajo peligro de pena de muerte y no pudo transmitirse más que secretamente por algunos sabios y sus discípulos, tal vez en el núcleo más íntimo de algunas sociedades secretas. No se mostró en plena luz del día más que cuando, entremezclado con el fanatismo o el misticismo de las sectas religiosas, no temía ya nada, sintiéndose impulsado al sacrificio, sabiéndose consagrado o consagrándose alegremente a la muerte. Aquí las fuentes originales fueron cuidadosamente destruídas y no conocemos más que las voces de los denunciadores, de los insultadores y a menudo de los verdugos. Así Karpokrates, de la escuela gnóstica en Egipto, preconizó una vida en comunismo libre en el siglo segundo de la era presente, y también esta idea emitida en el Nuevo Testamento (Pablo a los Galateos): si el espíritu os manda, no estáis sin ley — pareció prestarse a la vida fuera del Estado, sin ley ni amo.
Los últimos seis siglos de la Edad Media fueron la época de las luchas de autonomías locales (ciudades y pequeños territorios) dispuestos a federarse y de grandes territorios que fueron unificados para formar los grandes Estados modernos, unidades políticas y económicas. Si las pequeñas unidades eran centros de civilización y habrían podido prosperar por su propio trabajo productivo, por federaciones útiles a sus intereses, y por la superioridad que su riqueza les dio sobre los territorios agrícolas pobres y sobre las ciudades menos afortunadas, su éxito completo no habría sido más que la consagración de esas ventajas a expensas de la inferioridad continua de los menos favorecidos. ¿Es más importante que algunas ciudades libres, Florencia, Venecia, Génova, Augsburg, Nurenberg, Bremen, Cante, Brujas y otras se enriquezcan o que todos los países en que están situadas sean elevados en confort, en educación, etc? La historia, hasta 1919 al menos, ha decidido en el sentido de las grandes unidades económicas y las autonomías fueron reducidas o han caído. La autoridad, el deseo de extenderse, de dominar, estaba verdaderamente en ambas partes, en los microcosmos y en los macrocosmos y la libertad fue un término explotado por los unos y por los otros; los unos rompieron el poder de las ciudades y de sus conjuraciones (ligas); los otros el de los Reyes y de sus Estados. Sin embargo, en esta situación las ciudades favorecían a veces el pensamiento independiente, la investigación científica, y permitieron a los disidentes y heréticos, proscritos en otras partes, hallar en ellas un asilo temporal. Sobre todo allí donde los municipios romanos situados en los caminos del comercio, u otras ciudades prósperas, eran más numerosas, había focos de esa indepedencia intelectual; de Valencia y Barcelona hacia la Alta Italia y Toscana, hacia la Alsacia, Suiza, Alemania meridional y Bohemia, por París hacia las Bocas del Rhin, Flandes y Países Bajos y el litoral germánico (las ciudades hanseáticas), tal fue ese país sembrado de focos de libertades locales. Y fueron las guerras de los emperadores en Italia, la cruzada contra los albigenses y la centralización de Francia por los Reyes, sobre todo por Luis XI, la supremacía castellana en España, las luchas de los Estados contra las ciudades en el mediodía y en el norte alemán, por los duques de Borgoña, etc., las que produjeron la supremacía de los grandes Estados.
Entre las sectas cristianas se nombra sobre todo a esos Hermanos y Hermanas de espíritu libre como practicantes de un comunismo ilimitado entre ellos. Partiendo probablemente de Francia, destruidos por la persecución, su tradición ha sobrevivido más en Holanda y en Flandes y los Klompdraggers del siglo XIV y los partidarios de Eligius Praystinck, los libertinos de Amberes en el siglo XVI (los loistas), parecen derivarse de ellos. En Bohemia, después de los husitas, Peter Chelchicky preconizó una conducta moral y social que recuerda la enseñanza de Tolstoi. También allí había sectas de prácticos, llamados libertinos directos, los adamitas sobre todo. Se conocen algunos escritos, sobre todo de Chelchicky (cuyos partidarios moderados se conocieron más tarde como Hermanos moravos), pero en cuanto a las sectas más avanzadas se han reducido a los peores libelos de sus perseguidores devotos, y es difícil, si no imposible, distinguir en qué grado su desafío a los Estados y a las leyes era un acto antiautoritario consciente. Porque se dicen autorizadas por la palabra de Dios, que es así su amo supremo.
En suma, la Edad Media no pudo producir un libertarismo racional e integral. Sólo el re-descubrimiento del paganismo griego y romano, el humanismo del Renacimiento, dio a muchos hombres instruidos medios de comparación, de crítica; veían varias mitologías tan perfectas como la mitología cristiana, y entre la fe en todo eso y la fe en nada de ello, algunos se han emancipado de toda creencia. El título de un pequeño escrito de origen desconocido, De tribus imposioribus, sobre los tres impostores (Moisés, Cristo y Mahoma) marca esa tendencia y, en fin, un sacerdote francés, François Rabelais, escribe las palabras libertadoras Haz lo que quieras, y un joven jurista, Etienne de la Boetie (1530-1563), nos dejó el fámoso Discours de la servitude volontaire.
Estas investigaciones históricas nos enseñan a ser modestos en nuestras expectativas. No sería difícil hallar los más bellos elogios de la libertad, del heroísmo de los tiranicidas y otros rebeldes, de las revueltas sociales populares, etc.; pero la comprensión del mal inmanente en la autoridad, la confianza completa en la libertad, eso es rarísimo, y las manifestaciones mencionadas aquí son como las primeras tentativas intelectuales y morales de los hombres para marchar de pie sin andadores tutelares y sin cadenas de coacción. Parece poco, pero es algo, y no ha sido olvidado. Frente a los tres impostores se erigió al fin la ciencia, la razón libre, la investigación profunda, el experimento y una verdadera experiencia. La Abbaye de Thézeme, que no ha sido la primera de las islas dichosas imaginadas, no fue la última, y junto a las utopías autoritarias, estatistas, que reflejan los nuevos grandes Estados centralizadores, hubo aspiraciones de vida idílica, inofensiva, graciosa, llena de respetos, afirmaciones de la necesidad de libertad y de convivencia en esos siglos XVI, XVII, XVIII de las guerras de conquista, de religión, de comercio, de dIplomacia y de las crueles colonizaciones de ultramar —el sometimiento de los nuevos continentes —. Y la servidumbre voluntaria tomaba a veces impulso para poner fin a sí misma, como en la lucha de los Países Bajos y contra la realeza de los Stuart en los siglos XVI y XVII y la lucha de las colonias norteamericanas contra Inglaterra en el siglo XVIII. hasta la emancipación de la América latina a comienzos del siglo XIX. La desobediencia entró así en la vida política y social. De igual modo el espíritu de la asociación voluntaria, de los proyectos y tentativas de cooperación industrial en Europa, ya en el siglo XVII, de la vida práctica por organizaciones más o menos autónomas y autogobernadas en América del Norte antes y después de la separación de Inglaterra. Ya los últimos siglos de la Edad Media habían visto el desafío de la Suiza central al Imperio alemán y su triunfo, las grandes revueltas de los campesinos, las afirmaciones violentas de independencia local en varias partes de la Península ibérica; París se manturo firme contra la realeza en diversas ocasiones, hasta el siglo XVII, y de nuevo en 1789.
El fermento libertario, lo sé bien, era todavía demasiado pequeño, y los rebeldes de ayer se quedan prendidos en una nueva autoridad al día siguiente. Todavía se puede hacer matar a los pueblos en nombre de tal o cual religión y, más aún, se les inculcó las religiones intensificadas de la Reforma y por otra parte se les puso bajo la tutela y la férula de los jesuitas. Europa, además, fue sometida a la burocracia, a la policía, a los ejércitos permanentes, a la aristocracia ya las Cortes de los Príncipes, aun siendo sutilmente dirigida por los poderosos del comercio y de las finanzas. Muy pocos hombres entreveían a veces soluciones libertarias y hablaban de ellas en algunos pasajes de sus utopías, como por ejemplo Gabriel Faigny en Les Aventures de Jacques Sadeur dans la découverte et le voyage de la Terre australe (1676); o sirviéndose de la ficción de los salvajes que no conocían la vida refinada de los Estados policiales, como por ejemplo Nicolás Gueudeville en los Entretiens entre un sauvage et le baron de Hontan (1704); o bien Diderot en el famoso Supplément au Voyage de Bougainville.
Hubo el esfuerzo de acción directa, la recuperación de la libertad después de la caída de la monarquía en Inglaterra en 1649, hecha por Gerard Winstanley (the Digger); los proyectos de socialismo voluntario por asociación, de P. C. Plockboy (1658), un holandés, John Bellers (1695), el escocés Robert Wallace (1761), en Francia de Rétif de la Bretonne.
Razonadores inteligentes disecaban el estatismo, como —no importa que haya sido una extravagancia— Edmund Burke en A Vindication of Natural Society (1756), y en Diderot fue familiar una argumentación verdaderamente anarquista. Hubo aislados que impugnaban la ley y la autoridad, como William Harris en el territorio de Rhode Island (Estados Unidos), en el siglo XVII; Mathias Knutsen, en el mismo siglo, en el Holstein; el benedictino Dom Deschamps, en el siglo XVIII, en un manuscrito, dejado por él, en Francia (conocido desde 1865); también A. F. Doni, Montesquieu (los trogloditas), G. F. Rebmann (1794), Dulaurens (1766, en algunos rincones de Compêre Matthieu), esbozan pequeños países y refugios felices sin propiedad ni leyes. En las décadas anteriores a la revolución francesa, Sylvain Maréchal (1750-1803), un parisien, propuso un anarquismo muy claramente razonado, en la forma velada de la vida feliz de una edad pastoral arcadiana; así en L’Age d’Or, recueil de contes pastoraux par de Berger Sylvain (1782) y en Livre échappé ou déluge ou Pseaumes nouvellement découverts (1784-). El mismo hizo una propaganda ateísta de las más decididas y en sus Apologues modernes, a l’usage d’un Dauphin (1788), esboza ya las visiones de los Reyes deportados todos a una isla desierta en que acaban por destruirse unos a otros, y de la huelga general, por la cual los productores, las tres cuartas partes de la población, establecen la sociedad libre. Durante la revolución francesa Maréchal fue impresionado y seducido por el terrorismo revolucionario, pero no pudo menos, sin embargo, de poner en el Manifeste des Egaux de los babouvistas, estas palabras famosas: desapareced, repulsivas diferencias de gobernadores y de gobernados, que fueron radicalmente desaprobadas durante su proceso por los acusados socialistas autoritarios y por Buonarroti mismo.
Se encuentran ideas anarquistas claramente expresadas por Lessing, el Diderot alemán del siglo XVIII; los filósofos Fichte y Krause, Wilhelm von Humboidt (1792); (el hermano de Alejandro) se inclinan del lado libertario en algunos de sus escritos. De igual modo los jóvenes poetas ingleses S. T. Coleridge y sus amigos del tiempo de su Pantisocracy. Una primera aplicación de esos sentimientos se encuentra en la reforma de la pedagogía entrevista en el siglo XVII por Amos Comenius, que recibió su impulso por J. J. Rousseau, bajo la influencia de todas las ideas humanitarias e igualitarias del siglo XVII, y particularmente atendida en Suiza (Pestalozzi) y en Alemania, donde también Goethe contribuyó de buena gana. En el núcleo más íntimo de los Iluminados alemanes (Weishaupt), la sociedad sin autoridad fue reconocida como objetivo final. Franz Baader (en Baviera) fue impresionadísimo por la Enquiry on Political Justice de Godwin, que apareció en alemán (sólo la primera parte en 1803, en Würzburg, Baviera) y también Georg Forster, el hombre de ciencia y revolucionario alemán leyó ese libro en París, en 1793, pero murió pocos meses después, en enero de 1794, sin haber podido dar una expresión pública sobre ese libro que le fascinó (carta del 23 de julio de 1793).
Estas son referencias rápidas de los principales materiales que he discutido en el libro Der Vorfrühling der Anarchie, 1925, págs. 5-66. Es probable que por algunos meses de investigaciones especiales en el British Museum, las completase un poco, y son sobre todo libros españoles, italianos, holandeses y escandinavos los que no he consultado sino muy poco. En los Iibros franceses, ingleses y alemanes he buscado ya mucho. En suma, lo que falta puede ser numeroso e interesante, pero no será probablemente de primera importancia, o su repercusión sobre los materiales ya conocidos nos habría advertido de su existencia.
Los materiales no son, pues, muy numerosos, pero son bastante notorios. Todo el mundo conoce a Rabelais; a través de Montagine se llegó siempre a La Boetie. La utopía de Gabriel Foigny fue bien conocida, varias veces reimpresa y traducida. La idea juvenil o la escapada de Burke, tuvo gran voga, y Sylvain Maréchal hizo hablar de sí bastante. Diderot y Lessing fueron clásicos. Así esas concepciones profundamente antiautoritarias, esa crítica y rechazo de la idea gubernamental, los esfuerzos serios para reducir e incluso negar el puesto de la autoridad en la educación, en las relaciones de los sexos, en la vida religiosa, en los asuntos públicos, todo eso no pasó desapercibido para el mundo avanzado del siglo XVIII y se puede decir que, como ideal supremo, sólo los reaccionarios lo combatían y sólo los moderados ponderados lo creían irrealizable para siempre. Por el derecho natural, la religión natural o la concepción materialista del tipo d’Holbach (Sisteme de la Nature, 1770) y de Lamettrie, por el encaminamiento de una menor a una mayor perfección de las sociedades secretas, todos los cosmopolitas humanitarios del siglo estaban intelectualmente en ruta hacia el mínimo de gobierno, sino hacia su ausencia total para los hombres libres. Los Herder y los Condorcet, Mary Wollstonecraft como no mucho después el joven Shelley, todos comprendieron que el porvenir va hacia una humanización de los hombres, que reduciría a nada inevitablemente el gubernamentalismo.
Tal fue la situación en vísperas de la revolución francesa, cuando no se conocían sino todas las fuerzas que un golpe decisivo dado al antiguo régimen iba a poner en movimiento para el bien y para el mal. Se estaba rodeado de aprovechadores insolentes de la autoridad y de todas sus víctimas seculares, pero los hombres del progreso querían un máximo de libertad y tenían buena conciencia y buena esperanza. La larga noche de la era de autoridad iba al fin a terminar ...
William Godwin; los iluminados; Robert Owen y William Thompson; Fourier y algunos fourieristas.
Una gran revolución, es el río de la evolución súbitamente cambiado en torrente, derramándose por cataratas y fuera del control de sus navegantes que se extraviaron y perecen casi todos y cuya obra es vuelta a emprender más lejos en nuevas condiciones por sus continuadores. Los que quedan en pie durante una parte de la revolución, perecen también o son transformados, de suerte que después de la tormenta casi nadie tiene una influencia sana y saludable sobre la nueva evolución. En otros términos, como la guerra, la revolución destruye, consume o cambia a los hombres, los vuelve autoritarios cualquiera que sea su disposición anterior, y los hace poco aptos para defender una causa liberal después de tales experiencias. Los que han quedado en las filas, los que han aprendido una nueva enseñanza por los errores de la autoridad, los que poseen un ímpetu revolucionario de fuerza excepcional, atraviesan las revoluciones inermes —Eliseo Reclus, Louise Michel, Bakunin, representan esas tres categorías—, pero sobre casi todos los otros el autoritarismo, que es todavía inseparable de las grandes conmociones populares, pesa fatalmente. Fue así como, después de un período inicial de pocos meses, en Francia, en 1789, como en Rusia, en 1917, el autoritarismo tomó la hegemonía, y esos cuarenta y más años antes de 1789, el brillante período de los enciclopedistas, de una crítica tan liberal y a veces libertaria de todas las ideas e instituciones del pasado, ese siglo de luchas políticas y sociales en Rusia hasta 1917, fueron como nulos y no acontecidos ante la lucha más aguda de los intereses y por la toma del Poder, la dictadura.
Fenómeno que no se puede negar ni disminuir, y que tiene por causa la enorme influencia de la autoridad sobre el espíritu de los hombres y los inmensos intereses que son puestos en juego cuando el privilegio y el monopolio son amenazados. Es entonces la lucha a muerte y tal lucha en un mundo autoritario se hace con las armas más eficientes. Hubo en Francia, en 1789, en los primeros meses, cuando los Estados Generales se reunieron, y después del 14 de julio, de la toma de la Bastilla, algunas horas, algunos días de alegría inmensa, de solidaridad generosa, vibrante, y el mundo entero compartió esa alegría, pero ya en las mismas horas la contrarrevolución conspiraba, y hubo la defensa encarnizada con medios abiertos o pérfidos todo el tiempo subsiguiente. Por eso los elementos avanzados obtuvieron muy poco después del 14 de julio, gracias al consenso general, el buen sentido, la generosidad; todo se planteó mediante jornadas revolucionarias, grandes impulsos populares bien dirigidos por militantes iniciados, y por la dominación del aparato gubernamental total, intensificado entonces en el interior por la dictadura central de los Comités y local de las secciones, y que, después de haberse impuesto así en el interior, tuvo su centro de gravedad en los ejércitos y de ellos salió la dictadura del jefe de uno de esos ejércitos, Napoleón Bonaparte; y su golpe de Estado del Brumario, en el VIII, su Consulado y su Imperio, la dictadura sobre el Continente de Europa. La aristocracia se había convertido pronto en el ejército blanco de los emigrados; los campesinos, para ser protegidos contra un retorno del feudalismo, se aliaron al Gobierno más autoritario y militarmente poderoso; la burocracia entre ambos se enriquecía, aunque fuese a costa del hambre, aunque fuese por medio de las provisiones para las guerras. Los obreros y artesanos de las ciudades se vieron engañados por todas partes, reducidos al silencio por los gobiernos de hierro, entregados a una burguesía floreciente y pasto de los ejércitos insaciables en hombres.
No hay que asombrarse, pues, de ver manifestarse en tales condiciones del comunismo ultra-autoritario de Babeuf y Buonarroti, en 1796, mientras que durante el período más avanzado de la revolución, de 1792 a 1794, las aspiraciones socialistas se confundían con las reclamaciones de los grupos populares más radicales, el ambiente de Jacques Roux, de Leclerc, de Jean Varlet, de Rose Lacombe y otros. Los Enragés, los hebertistas más decididos, Chaumette, Momoro, Anacharsis Cloots también, fueron todos hombres abnegados, de acción popular directa, indignados ante la nueva burocracia revolucionaria, todo lo que se quiera como bravos revolucionarios, pero si uno u otro tenían algún hábito libertario, no dijeron nada, y Sylvain Maréchal se calló también bajo ese aspecto. Buonarroti, inspirándose sin embargo en el verdadero socialismo de Morelly (Code de la Nature, 1755), vio en Robespierre el hombre que iba a imponer la justicia social. Es decir, todos los socialistas se asociaban al gobierno del terror o exigían que se le llevase adelante, y el gobierno alternativamente aceptó e incluso solicitó ese concurso o hizo guillotinar y destruyó a los socialistas demasiado poco disciplinados. Jacques Roux, como más tarde Darthé, se matan ante el Tribunal; Varlet y Babeuf y otros son ejecutados.
Las matanzas se extienden a los revolucionarios, que son algunos grados menos avanzados que el matiz que ha tomado las riendas del Poder; se mata a Danton y a Camille Desmoulins, como se ha matado ya a los Girondinos, y Condorcet no escapa a la guillotina más que suicidándose en su prisión. Atreverse a dudar de la centralización absoluta, ser sospechoso de federalismo, era la muerte. La leyenda nos ha habituado a ver actos heroicos en esos envíos múltiples de revolucionarios a la guillotina por sus camaradas de la víspera. Después de lo que vemos sucederse en Rusia desde más de cincuenta años, no creemos ya en el heroísmo de hombres que no saben mantenerse más que por la supresión feroz de los que no reconocen su omnipotencia. Es una manera de obrar inherente a todo sistema autoritario y que los Napoleón y los Mussolini han practicado con la misma ferocidad que los Robespierre y los Lenin.
La idea libertaria declinó, pues, en Francia poco después de 1789, y apenas un mínimo de liberalismo ultra-moderado y socialmente conservador continuó vegetando en algunos hombres, a quienes sus medios permitieron mantenerse al margen de las carreras del Estado, esos hombres a quienes Napoleón con desprecio llamaba los ideólogos, que vo]vieron a la escena en 1814 para confundirse después de 1830 con la burguesía próspera del reino de Luis Felipe. En los otros países del continente europeo, la expansión guerrera de la revolución a partir de 1792, hallaba algunos adeptos entusiastas en Italia, en Bélgica, Holanda, en Alemania misma (en Mainz) en Ginebra, etc.; pero bien pronto esas guerras de liberación, fundando Repúblicas de corta vida, fueron consideradas como simples guerras de conquista y el resentimiento nacional se hizo muy grande, en España, en Alemania, en Austria, etc., y para casi todos, Napoleón, de héroe se transformó en tirano, cuya caída, en 1814 y 1815, fue un alivio general.
No debo describir aquí el bien que ha causado la revolución francesa; pero como el sistema ruso de ]os últimos cincuenta años ha hecho poco bien a la causa anarquista presente, así se puede decir que ha hecho poco bien la revolución francesa a la causa libertaria de entonces. Esta causa en la segunda mitad del siglo XVIII, estaba en ascenso, la autoridad en descrédito, en decadencia moral, pero las primeras cuestiones de fuerza y de interés de la Asamblea de 1789, pusieron frente a frente la antigua y la nueva autoridad, y en lo sucesivo era preciso ser reaccionario o partidario ardiente de la autoridad republicana, consular, imperial y continuar siendo adepto de la autoridad constitucional o republicana desde 1789 a este día, un autoritarismo que una dictadura sindicalista no podría menos de continuar. La Anarquía debía volver a comenzar de nuevo hacia 1840, con Proudhon, y luego, otra vez, cuarenta años más tarde, hacia 1880. La libertad en 1789 perdió, pues, su iniciativa en Francia y en todas partes en Europa, lo que fue una gran interrupción de una bella floración apenas comenzada. Lo que se fundó entonces, mezcla de libertad y de autoridad, el sistema mayoritario constitucional o republicano, era un cuadro sin vida propia, lleno en los bellos días de liberales, en los tiempos malos de conservadores, y no siendo capaz de resistir al asalto de la franca reacción de nuestros días, un cuadro lleno de individuos que desde 1789 hasta ahora parecen ser de calidad cada vez peor y que no inspiran ya ninguna simpatía ni crean ilusiones. El estatismo en ruinas del antiguo sistema fue reemplazado por el estatismo severo y meticuloso, el antiguo militarismo por el militarismo de los ejércitos populares, del servicio obligatorio. En pensamiento, en literatura y en arte se exaltaba el Estado, la patria, de lo que en el antiguo sistema se había hecho en más de cincuenta años una crítica a fondo: La irreligión de esos años no fue ya de buen tono; la autoridad es siempre religiosa y en caso de necesidad hace un culto de sí misma; la escuela es un instrumento a su disposición, la Prensa, el cuartel otros tantos.
Así todo ese período, de 1789 a 1815, es estéril en producciones del pensamiento y sólo florecen grandes obras, útiles a la vida del Estado en grandes proporciones, construcciones, caminos, todo lo que se relaciona con la administración, con los ejércitos, con las comunicaciones en gran estilo, y unificaciones como el género métrico decimal.
Sólo en Inglaterra apareció en febrero de 1793, el primer gran libro libertario, An Enquiry concerning Political Justice and its influence on general virtue and happiness (en la segunda edición dice el título: on morals and happiness), es decir Una investigación sobre la Justicia en política y sobre su influencia en la virtud general (la moral) y en la dicha. (Un libro en 2 volúmenes, de 378 y 379 páginas. La segunda edición, 464 y, 545 páginas —prefacio del 29 de octubre de 1795—, es retocada en sus partes más importantes — 1796 —. La tercera es de 1798 y la última reimpresión antigua, no del todo completa, apareció en 1842 en Londres). Hubo ediciones fraudulentas en Dublin, 1793, y en Filadelfia, esta última en 1796; 362 y 400 páginas; reproducen sin duda el texto de la segunda edición. Sólo el primer volumen existe en traducción alemana (Würzburg, 1803). Benjamín Constant habla en 1817 de varios comienzos de una traducción francesa, entre otras, una de él mismo, pero nada había aparecido entonces, ni apareció después. El libro no fue pues generalmente accesible más que en lengua inglesa, y en ella en texto no atenuado sólo en la edición original, muy cara (3 guineas) y en la edición fraudulenta irlandesa que parece ser muy rara, mientras que la edición original, que entró en todas las buenas bibliotecas, se ha conservado duraderamente.
William Godwin (1756-1836) ha indicado él mismo (prefacio del 7 de enero de 1794) que hacia 1781 se convenció, por los escritos políticos de Jonathan Swift y los historiadores romanos, que la monarquía era una forma de gobierno fundamentalmente corrompida. Hacia ese tiempo, aproximadamente, leyó el Systeme de la Nature de d’Holbach (1770) y escritos de Rousseau y de Helvetis. Concibió una parte de las ideas de su libro desde hacía mucho, pero no había (escribe) llegado completamente a la deseabilidad de un gobierno que sería simple en el más alto grado —una manera de describir su ideal anarquista— más que gracias a ideas sugeridas por la revolución francesa. A ese acontecimiento debe también la determinación de producir esa obra. El libro fue compuesto, pues, entre 1789 y 1792 y en una época en que la opinión pública inglesa no estaba aún azuzada odiosamente contra la revolución en Francia, lo que se hizo ya cuando el libro apareció; y se sabe que sólo su precio elevado le hizo eximir de una confiscación y acusación, por ser obra evidentemente no destinada a la propaganda popular.
Godwin considera el estado moral de los individuos y el papel de los gobiernos, y su conclusión es que la influencia de los gobiernos sobre los hombres es, y no puede menos de ser, deletérea, desastrosa ... ¿No puede ser el caso —dice en su modo prudente, pero de razonamiento denso-— que los grandes males morales que existen, las calamidades que nos oprimen tan lamentablemente, se refieran a sus defectos (los del gobierno) como a su fuente, y que su supresión no puede ser esperada más que de su enmienda (del gobierno)? ¿No se podría hallar que la tentativa de cambiar la moral de los hombres individualmente y en detalle es una empresa errónea y fútil, y que no se hará efectiva y decididamente más que cuando, por la regeneración de las instituciones políticas, hayamos cambiado sus motivos y producido un cambio en las influencias que obran sobre ellos? (Vol. I, pág. 5; 2a ed.). Godwin se propone, pues, probar en qué grado el gubernamentalismo hace desgraciados a los hombres y perjudica su desarrollo moral y se esfuerza por establecer las condiciones de political justice, de un estado de justicia social que sería el más apto para hacer a los hombres sociales (morales) y dichosos. Los resultados, que no resumo aquí, son tales y cuales condiciones en propiedad, vida pública, etc., que permiten al individuo la mayor libertad; accesibilidad a los medios de existencia, grado de sociabilidad y de individualización que le conviene, etc., el todo voluntariamente, inmediatamente, sino de un modo gradual, por la educación, el razonamiento, la discusión y la persuación, y ciertamente no por medidas autoritarias de arriba abajo. Es ese camino el que quería trazar a las revoluciones que se preparan en el género humano. El libro fue enviado por él a la Convención nacional de Francia, de la que pasó este ejemplar al refugiado alemán profesor Georg Forster, que lo leyó con entusiasmo, pero murió algunos meses después.
Todavía hoy por la lectura de Political Justice se siente uno templado en el antigubernamentalismo más lógicamente demostrado, pues el gubernamentalismo es disecado hasta la última fibra. El libro fue durante cincuenta años y más un libro de verdadero estudio de los radicales y de muchos socialistas ingleses, y el socialismo inglés le debe su larga independencia del estatismo. Es la influencia de las ideas de Mazzini, del burguesismo del profesor Huxley, las ambiciones electorales y el profesionalismo de los jefes tradicionalistas, quienes hicieron debilitar hacia mediados del siglo XIX las enseñanzas de Godwin. Pero éste había florecido también en la poesía, puesto que el libro fascinó al joven Percy Bysshe Shelley y habla a nosotros a través de esos bellos versos. En cambio a Godwin mismo, su carrera fue quebrantada por ese libro, ya que, aun cuando no hubo confiscación y proceso, la propaganda nacionalista, antisocialista de entonces y durante muchos años, llamada anti-jacobina, se refirió odiosamente a él y a sus ideas tan claramente antirreligiosas, antimatrimolliales, etc., que él, tenaz en sus ideas, pero no un carácter fuerte y de primer valor, atenuó ya en la segunda edición y se guardó bien de dar a sus otros libros las cualidades de verdadera independencia intrépida que posee Political Justice de 1793. En una palabra, fue intimidado y no recogió más el guante, sin que por eso haya tenido un repudio flagrante. Eso ha contribuido probablemente a que no haya habido propaganda popular directa de sus ideas tan libertarias. Pero otra razón habrá sido que los hombres del pueblo en Inglaterra, cruelmente perseguidos por los tribunales, fueron atraídos por la política terrorista, el socialismo autoritario que emanaban de la Francia de la Convención y de Babeuf; la miseria del trabajo en las nuevas fábricas, la caza abierta contra las coaliciones obreras, la insolencia de los gobernantes aristocráticos, todo eso les impulsó por la vía autoritaria y les alejó del razonamiento libertario que no podían menos que prevenirlos contra el reemplazo de la autoridad de los unos por la autoridad de los otros. Godwin conoce las críticas de la propiedad desde Platón a Mably y se refiere particularmente a un libro de Robert Wallace (Various Prospets of Mankind, Nature and providence, 1761) y a un Essay on the Right of Property in Land, publicado una docena de años antes de su libro Por un habitante ingenioso de North Britain; ¿es el libro de William Ogilvie, de Pittensear, 1782, reimpreso en Londres en 1891, Birthright in Land? Existía también entonces la agitación netamente socialista de Thomas Spence, que comenzó en 1775 a proponer sus ideas. Pero no había teoría socialista autoritaria ante el público o bien Godwin la hubiera examinado. Se contenta con decir que esos sistemas de Platón y otros están llenos de imperfecciones y concluye en el valor de la argumentación contra la propiedad, pues dejó su huella a pesar de la imperfección de los sistemas. Dice también las grandes autoridades prácticas son la Creta (Minos); la Esparta (Licurgo), el Perú (Ios Incas) y el Paraguay (las Misiones de los Jesuitas) (II, página 542, nota).
Una docena de años antes del libro de Godwin fue redactada por el profesor Adam Weishaupt la Anrede an die neu aufzunehmenden. (Iluminados dirigentes), una alocución que debería ser leída en la recepción en ese grado de la sociedad secreta de los Iluminados, fundada entonces en Baviera y difundida en todos los países de lengua alemana. A partir de 1784 hubo persecuciones y ese texto fue confiscado con muchos otros documentos y hecho público por orden gubernamental bávara en 1787 (Nachtragvan weiteren Originalschriften, welche die llluminatensekte betrefen, München, 1787, vol. II, págs. 44-121).
En ese discurso el autor parte del estado de vida sin coacción de los hombres primitivos; muestra con el aumento de la población su coordinación en sociedades, primero para fines útiles y tutelares, después su degeneración en reinos, en Estados y el sometimiento del género humano — descripción razonada y gráfica (... el nacionalismo ocupó el lugar del amor al prójimo ...) y concluye en una evolución que hará entrar a los hombres en relaciones mutuas más razonables que las de los Estados ... La naturaleza ha arrancado a la especie humana del salvajismo y la ha asociado en Estados; de los Estados entramos en otra etapa nueva más sensatamente elegida. Para nuestros deseos se forman nuevas alianzas, y por estas llegamos otra vez al lugar de donde hemos partido (es decir a la vida libre, pero en una esfera superior a la primitividad), pág. 61. Los Estados, etapa pasajera, fuente de todo mal, están, pues, condenados a desaparecer y los hombres se agruparán razonablemente Es in nuce lo que Godwin demuestra y los procedimientos para llegar a la desaparición de los Estados son en el fondo los mismos, la enseñanza inteligente, la persuación, pero se agrega la acción secreta no descrita en esta alocución, pero descrita o sustentada en otros documentos de la sociedad secreta. Weishaupt escribe al respecto:
Esos medios son escuelas secretas del saber, estas fueron en todo tiempo los archivos de la naturaleza y de los derechos humanos, por ellas se elevará el hombre de su caída y los Estados nacionales desaparecerán de la tierra sin violencia, la especie humana llegará un día a ser una familia y el mundo la residencia de hombres más razonables. La moral solamente producirá esas modificaciones inadvertidamente. Todo padre de familia llegará a ser, como antes Abraham y los patriarcas, el sacerdote y el señor ilimitado de su familia y la razón el único Código de los seres humanos (pág. 80-81). Hecha deducclon del estilo antiguo y de las referencias a tradiciones religiosas propias de la mayoría de las sociedades secretas antiguas y que servían también para su protección, el razonamiento de Waishaupt es tan conclusivo para la condena de todo estatismo como el de Godwin, y sus procedimientos de persuación y de acción son los de Bakunin con su Fraternité internationale y la Alliance en el seno de los grandes movimientos socialistas públicos.
Importa poco que Weishaupt no fuese un hombre de gran valor personal, y Godwin no lo fue tampoco. pero uno y otro han construido sobre el mismo fondo la crítica antiestatista del siglo XVIII, han conocido aproximadamente los mismos libros avanzados de este siglo, han podido hacer el mismo estudio del pensamiento avanzado griego y romano y han llegado a las mismas conclusiones. Tampoco Weishaupt veía un socialismo autoritario, un Estado socialista que haría a todos felices, y concluía en la eliminación de los Estados que, por la división de los hombres en patriotas enemigos, han sembrado el fratricidio entre los hombres, lo mantienen y lo intensifican, y no pueden hacer nada bueno, puesto que su esencia misma es el mal.
La Revolución francesa ha cambiado profundamente también las sociedades secretas. He tratado en otras ocasiones, por documentos de los archivos y por fuentes impresas a veces muy ocultas, en otros casos muy fáciles de hallar, de ir hasta el fino fondo de esas sociedades entre el período de Babeuf y Buonarroti y el de Mazzini. En el fondo de una de las más renombradas he hallado un Credo igualitario (babeuvista) en latín; en el fondo de otra hallé la liberación por la iniciativa y la supremacía de Francia, casi una repetición de las guerras de la Revolución francesa; en el fondo de la Joven Europa está la creación de los Estados nacionales. Más tarde, en 1848, trata así de ayudar a la fundación de los organismos nacionales eslavos y a su federación. No es más que después del invierno de 1863.64 que el mismo Bakunin se pone a reunir secretamente elementos para la destrucción de los Estados y la reconstrucción libre de la sociedad. Hubo, pues, setenta u ochenta años de torbellino autoritario entre Godwin (1792) y Weishaupt (hacia 1782) y el federalismo de Proudhon, Pi y Margall, Pisacane y Bakunin.
El socialismo autoritario de las múltiples utopías y, a partir del siglo XVIII, también de libros razonados (Morelly, Mitbly, Charles Hall, etc. ) que descuidan la libertad, fue siempre una proyección de un ambiente presente a una sugestión, un consejo, a veces una adulación hacia un poder reinante. Las imaginaciones de Thomas Morus, Campanella, Bacon, Harrington proceden de su ambiente, sus planes, sus personalidades. A algunos Reyes se les sugirió una utopía que haría a sus súbditos más felices aún, y un Rey in partibus, el suegro de Luis XV, compuso también él mismo una utopía del Royaunne de Dumocala. Para Napoleón I, P. J. Jaunez Sponville y Nicolás Bugnet publicaron en 1808 La Philosophie du Ravarebohni (de la verdadera dicha) ... Pero también deseaba atraer la atención de las autoridades (Lettre au Grand Juge, 1804) y Robert Owen la de los monarcas de la Santa Alianza en 1818, y los saint-simonianos tenían una rama discreta destinada al apostolado principesco, a persuadir a los Príncipes, y vieron así la conversión del hijo mayor de Luis Felipe, el que pereció algunos años después en un accidente.
Teóricamente, idealmente los sistemas autoritarios se adaptán a las dimensiones sea territoriales, sea comerciales, sea de interrelaciones financieras del Imperio francés y del período de los grandes Estados conservadores que le siguen. Saint-Simón, Auguste Comte piensan así en mundos, y si esa amplitud hay que saludarla como superior a las estrecheces localistas, en la práctica es la autoridad la que regula esos vastos espacios, los industriales, los sabios que gobiernan, como en la sociedad contemporánea de entonces el Emperador y los Reyes, los financistas y los militares. De ahí no hay más que un paso a la simple preconización y a las tentativas para apoderarse del mecanismo del Estado tal como es, por los golpes de mano de los blanquistas o por la acción electoral del partido democrático y social, los demócratas sociales, los prototipos de los socialdemócratas. El Estado es rehabilitado por decirlo así; podrá organizar el trabajo (Louis Blanc) y una ensalada de todo eso es el marxismo, esa superdoctrina de tres fachadas que enseña a la vez el blanquismo de la dictadura por golpes de mano o golpes de Estado —, la conquista del poder por mayoría electoral (socialdemocracia—, en sus formas presentes también por simple participación en los gobiernos burgueses) — y el automatismo, es decir la autoeliminación del capitalismo por su apogeo final, seguido de su caída y de la herencia del proletariado según el viejo: el Rey ha muerto ¡viva el Rey! Estamos aun entrelazados en esa promiscuidad cada vez más repugnante entre socialismo y autoridad, que ha procreado ya el fascismo y otros miasmas melíticos.
Ante todo esa penetración del socialismo por la autoridad ha hecho detenerse el impulso de muy bellas iniciativas socialistas, la de Robert Owen y Charles Fourier, que se inspiraban todavía en lo mejor del siglo XVIII; lo mismo el impulso de hombres que surgieron a su lado y de los cuales los dos más notables fueron William Thompson y Víctor Considérant, pero había muchos otros más.
Robert Owen, que no ignoraba la obra de Godwin, que tenía una eficacia eminente y única entonces por su experiencia industrial y económica, su voluntad tenaz y su abnegación, su espíritu tan emancipado de las tinieblas religosas y sus grandes medios, que le aseguraban una independencia y facultades de acción que nunca poseyó un grupo social avanzado, hizo todo de 1791 a 1858 (por un período de actividad tan largo como el de Malatesta) por experimentación personal y colectiva, razonamiento, organización y todos los caminos de la propaganda, para elaborar y preconizar un socialismo voluntario, integral, recíproco, técnicamente a la altura de las necesidades. Para él, si he comprendido bien su idea, el problema de la anarquía se planteaba tan poco como el del estatismo. Buscaba las mejores condiciones de cooperación equitativa, lo que exigía eficacia y buena voluntad individuales y los arreglos técnicos y organizadores necesarios. Esos organismos cooperadores, regulan su propia vida y de ser numerosos, generalizados, en interrelaciones útiles y prácticas, era evidente que el Estado no tenía ninguna razón de ser ni hallaría quién le pagase por su mantenimiento.
La cooperación en producción (poco desarollada) y en distribución (enormemente difundida) se derivan directamente de los esfuerzos de Owen y de sus camaradas, y tan poco como esas asociaciones se cuidan de los patrones y de los comerciantes eliminados por la producción y la distribución directas, tan poco esos organismos desarrollados en verdaderas comunidades, en townships (municipios libres) como los concibió Owen, se molestarían por pagar a los funcionarios de un Estado que no les sirve para nada.
Esa voluntad de actividad productiva y distributiva directa por los interesados es también calurosamente acentuada en la obra de William Thompson (1785-1844), un irlandés, autor del segundo gran libro libertario inglés, An lnquiry into the principles of the distribution of wealth most conductive to human happiness, applied to the newly proposed system of voluntary Equality of Wealth (Londres, 1824, 600 págs.), (Investigación de los principios de reparto de la riqueza que son más apropiados a la dicha humana, aplicada al sistema de la igualdad voluntaria de propiedad recientemente propuesto). Hay que comparar este título con el de Godwin y lo que Godwin hizo con el estatismo, la demostración de su influencia nefasta, lo hizo Thompson con la propiedad, y su trabajo muestra su propia evolución, puesto que después de haber insistido sobre el producto completo del trabajo como regulador de la distribución, acabó por convertirse él mismo al comunismo, a la distribución sin contar. Publicó otros tres escritos importantes, en 1825, 1827 y 1830. Y se dedicó cada vez más a los esfuerzos de realización que habría querido ver hacerse (y a favorecerles en sus comienzos con sus propios medios) en gran estilo. Así entre grandes números de trabajadores asociados de los oficios útiles e importantes, pero también entre las sociedades cooperativas, etc. Su muerte en marzo de 1833, fue la mayor pérdida para el socialismo inglés de entonces, cuyos demás representantes incluso Robert Owen, individualizaban un poco demasiado sus ideas y sus actividades, mientras que Thompson, creo, habría podido coordinar esfuerzos excesivamente dispersos.
De esos hombres independientes, uno muy en vista, pero aislado también, fue John Gray, un mutualista (escritos de 1825 a 1848 y sobre todo The Social System; a treatise on the principle of exchange. Edinburgh, 1831, 314 páginas. (El sistema social: un tratado sobre el principio del cambio). Otro fue Thomas Hodgskin (1787-1869); un continuador muy moderado de Thompson fue William Pare, etc. En la vida práctica se formaron numerosas cooperativas de producción, que sus miembros y los que éstos eligieron como administradores, etc., han mantenido al margen del Estado, al de los partidos, pero que fueron mecanizadas y separadas de las verdaderas luchas emancipadoras. Los esfuerzos para coordinar sus fuerzas con las de las Trade Unions y un verdadero desarrollo de la cooperación productiva no han tenido éxito; también su forma reciente, el Guild Socialism, se ha vuelto lánguida y no se repone.
El no-estatismo, siempre viviente en las cooperativas, existió largo tiempo en el tradeunionismo por el simple razonamiento que los trabajadores coaligados contra los patronos, no esperaban nada bueno de esos mismos patronos convertidos en legisladores y en cIase que tiene en sus manos el gobierno. Pero el principio de la conquista del poder público por las elecciones minó sutilmente la independencia de los trabajadores y por las luchas que culminan en la Reform bilI de 1832, por el chartismo y por las invasiones cada vez más grandes del oportunismo, esa independencia fue gradualmente sacrificada.
La lógica antigubernamental de Godwin (1793), había sido tal que durante generaciones hubiese sido como un testimonium paupertatis intelectual, dar al Estado un rol político y social que no fuese maléfico, es decir, el de una intrusión incapaz y perjudicial. Fueron los jóvenes torys del tipo de Disraeli (Lord Beaconsfield) los que fomentaban la leyenda del Estado social. Los pensadores radicales, aunque fuesen antisocialistas, abogaban por la reducción al mínimo del Estado, sobre todo Herbert Spencer (en el famoso capítulo El derecho a ignorar el Estado en Social Statics, 1850), y John Stuart MilI en el ensayo On Liberty (1859), y hasta Charles Dickens satiriza el aparato gubernamental en la novela Little Dorrit (1855-57) —el Circumlocution Ofice— lo que corresponde al sentimiento popular de entonces.
En Francia, Charles Fourier, hizo lo que le fue humanamente posible para recomendar un socialismo voluntariamente asociativo y para elaborar sus mejores condiciones. Si ha continuado ese socialismo, etapa por etapa, por razonamiento y fantasía hasta una perfección sublime donde culmina en una anarquía perfecta, ha elaborado también penosamente sus menores primeros pasos, aplicándole la investigación de la perfección técnica, la proporción correcta que es esencial a todo trabajo, sea elemental o muy elevado. Su inmenso Traité de l’association domestique et agricole (París, 1822, 592; 646 páginas, 1823; Summaire, 16 y 121 páginas), y muchos otros escritos lo testimonian, y la gran obra de Victor Considérant — Destinée sociale (1837, 1838, 184; 558; 351 y 340 páginas). En esos dos autores y otros varios fourieristas, como por ejemplo Ferdinan Guillon (Démocratic pacifique, París, 8 diciembre 1850), o el independiente Edouard de Pompéry que, en su Humanité del 25 de octubre de 1845, lleva el fourierismo hasta una concepción próxima al anarquismo comunista, se puede recibir una enseñanza libertaria magnífica que se eleva sobre todo especialismo sectario.
Fourier ha podido conocer el asociacionismo preconizado por varios en el siglo XVIII, entre otros, por el poco conocido L ‘ Ange o Lange, de Lyon, durante la revolución. Asociación y Federación fueron gratas también a otros socialistas, como Constantin Pecqueur, que no pensaba en manera alguna en entregar el trabajo con los puños ligados al Estado, como propuso el jacobinismo comunista Louis Blanc. En ninguna parte está tan bien elaborada la Comuna societaria como en los escritos de Considérant. En una palabra, del fourierismo partieron mil caminos hacia un socialismo libertario, y hombres como Elías Reclus, se sintieron atraídos toda su vida por esas dos ideas, asociación y Comuna; es decir, su sentimiento les dijo que esas dos concepciones, ampliamente comprendidas, no constituyen más que una sola: el esfuerzo por organizar una vida armoniosa fuera de esa inutilidad nefasta: el Estado.
El anarquismo individualista en los Estados Unidos, en Inglaterra y en otras partes. Los antiguos intelectuales libertarios americanos.
La gran lucha por la independencia norteamericana, comprometida por la parte liberal de los coloniales contra la potencia central inglesa había adquirido desde 1775 a 1783 todas las formas de protesta constitucional, de insurrección cambiada pronto en guerra (1775); de la declaración de la independencia (4 de julio de 1776) al tratado final de paz, en 1783, siguieron otros siete años de campañas. Esto ocurría enteramente entre los patriotas americanos y los que habían acudido de Europa en su apoyo, y los ejércitos a sueldo de Inglaterra; la mentalidad más estrictamente gubernamentalista tuvo la primacía y no se tocó ni a las condiciones sociales ni a la esclavitud de los negros, ni fueron escuchados los votos de los que abogaban por un mínimo de gobierno, por la descentralización, por libertades reales. Lo que se estableció como constitución, fue una maravilla comparado con las monarquías europeas y fue un cuadro en el cual ciertas autonomías locales podían desenvolverse y fueron al comienzo toleradas, pero fue al mismo tiempo un aparato gubernamental formidable, casi inalterable, equivalente, por sus garantías sutiles reservadas al poder, al absolutismo abierto de las antiguas monarquías.
Eso fue bien reconocido por algunos, por hombres de Estado incluso, como Thomas Jefferson, y los mejores luchaban contra esa nueva tiranía velada; pero el aparato constitucional está construido tan ingeniosamente que es fácil agregar autoridad e interpretar lo que existe en un sentido más autoritario, pero es imposible reducir esa autoridad seriamente. El pueblo es conducido como en las monarquías; hay amplitud o sus movimiento son circunscritos según la voluntad del amo; en el caso presente, según la voluntad gubernamental controlada por los intereses de la propiedad.
Esta situación produjo pronto el descontento de espíritus audaces, y Voltairine de Cleyre y C. L. James han esbozado esas primeras protestas de hombres que, ciertamente, no fueron anarquistas en el sentido presente, pero que tuvieron horror al estatismo y a la dominación insolente de los monopolistas sobre las riquezas naturales de medio continente. En las ciudades del Este, sobre la costa del Atlántico, hubo no poca efervescencia democrática vertida en un socialismo laborista que, precisamente al ver a los políticos llenarse la boca de libertad, retóricamente, fue autoritario, riguroso, estatista. Se reimprimió el gran libro de Godwin (Filadelfia, 1796), el irlandés John Driscol (Equality, or A History of Lithoconia, 1801-2), y J. A. Etzler (en Pittsburgh, en 1833) compusieron una utopía y un ditirambo sobre la liberación del hombre por la máquina, tratando de ser lo menos posible autoritarios; pero, en suma, de esas ciudades tan rápidamente industrializadas y convertidas así en focos de la política y en centros de las finanzas, no salió jamás una verdadera vida socialista integral, y los trabajadores se organizan paralelamente a los capitalistas. De igual modo los inmensos territorios agrarios, nuevamente roturados, contienen poblaciones absorbidas por el trabajo, poco accesibles todavía a las ideas, dejándose alimentar o condenar al hambre intelectualmente por lo que los curas, la Prensa y los políticos les entregan.
Es entre esos inmensos medios autoritarios y conservadores, donde ha florecido, en el gran territorio, una vida socialista y anarquista muy variada, muy activa, muy abnegada, numerosa relativamente, pero sin embargo casi al margen de la sociedad, de donde se recuerdan de esos hombres algunas veces para simular que les admiran, muy a menudo para perseguirles, pero que, con frecuencia también, sobre todo antiguamente, se les dejaba hacer, como se deja a las sectas religiosas o a hombres de vida privada, tranquila en general. Tales me parecen las proporciones de los hombres y de su ambiente por alrededor de un siglo después de 1776. Porque había entonces sobre todo espacio, latitud, condiciones para fundar una vida nueva, tierra todavía relativamente libre, en el territorio de los Estados Unidos, lo que Europa no ha conocido desde hace 1,500 años, desde la caída de los romanos. Y eso tuvo una influencia psicológica vigorizante sobre muchos hombres, y en aquellos que tenían un fondo altruista produjo el anarquismo individualista americano; en otros, con un fondo religioso, se produjo un espiritualismo libertario: dos fenómenos que las condiciones de vida creadas desde hacía cincuenta años, al reforzar el autoritarismo, el mecanismo, la brutalización, han reducido mucho, pero que son bellas páginas de la historia de la anarquía.
Había desde el siglo XVIII un pequeño mundo que vivía aparte en comunidades cooperativas de emigrados reunidos por un sectarismo religioso especializado, de tendencia social, como mucho antes en los primeros conventos. Después se introdujo la experimentación socialista, por Robert Owen mismo (New Harmony), por otros después que fueron influenciados por las ideas de Fourier y otros. Inevitablemente, las empresas en que los espíritus no estaban nivelados o quebrantados por la disciplina o la devoción religiosa, tuvieron una existencia azarosa, y New Harmony, una colonia de 800 personas, en el curso de varios años mostró mucha desarmonía, lo que indujo a uno de los colonos, Josiah Warren (1798-1879), un americano de carácter resuelto y tenaz, a deducir la imposibilidad de la convivencia social desinteresada a causa de la diversidad natural de los hombres, y concluyó en la individualización completa de la vida social, es decir, en las relaciones de cambio igual, de reciprocidad estricta entre los hombres, y consideró el tiempo que requiere un producto o un servicio como medida de su valor de cambio, según la conciencia de cada uno.
Warren concluyó igualmente en el repudio de todo lo que una colectividad impusiera a los individuos en servicios públicos; compete a los individuos, si quieren, arreglarse para hacer ejecutar esos servicios por personas empleadas y pagadas por ellos según el tiempo que dediquen a esos trabajos. Aplicó sus ideas concebidas de acuerdo a su experiencia a partir de 1825 en New Harmony, en Cincinnati primero, a partir de mayo de 1827, en su Time Store (tienda donde vendía y compraba él mismo sus mercancías según la medida del tiempo) e hizo propaganda de ese sistema por su acción personal, por los escritos, por el periódico The Peaceful Revolutionist, en 1833, en Cincinnati —el perimer periódico anarquista, según toda apariencia— y entró en correspondencia con los cooperadores en Inglaterra; en una palabra, atrajo el interés y sus libros Equitable Commerce (1846) y Practica! Details in Equitable Commerce (1852) .(Detalles prácticos en el comercio equitativo), fueron muy difundidos. Sobre todo en 1851-52, en New York, Stephen Pearl Andrews (1812-1886) dio a esas ideas una forma ruidosa por conferencias y su gran libro The Science of Society (1851; dos partes, VI, 70 y XII, 214 páginas), cuya primera parte es: La verdadera constitución de un gobierno en la soberanía del individuo, y la segunda: Los gastos como límite del precio: una medida científica para la honestidad en el comercio como principio fundamental para la solución de la cuestión social. Andrews tomó parte en esa discusión, con motivo de una Free Love League, con Henry James y Horace Greeley, en The New York Tribune hacia 1852, publicada como Love, Marriage and Divorce (Amor, matrimonio y divorcio). Muchos adeptos de esas ideas vivían desde 1851 hasta una decena de años más tarde en Trialville (ciudad de ensayo), más conocida como Modern Times, en Long Island, a no muy larga distancia de New York, cada cual a su modo, haciendo localmente el cambio entre ellos, empleando notas de trabajo. Fue sobre todo una comunidad de vida independiente, sin autoridad oficial, que atrajo buenos elementos y demostró que la libertad une y la coacción desune a los hombres. La guerra civil en los Estados Unidos (1862-65) con sus consecuencias económicas dispersó esa comunidad.
Estas ideas fueron especializadas por otros hombres y mujeres de pensamiento lógico y de gran tenacidad; tales fueron W. B Greene, Lysander Spooner, Ezra M. Heywood, Charles T. Fawler, Benjamin R. Tucker, Moses Barman, E. C. Walker, Sidney N. Marse, Marie Louise David, Louis Waisbrooker, Lillian Harman y muchos otros. Hubo periódicos notables como The Social Revolutionist, The World, The Radical Review, Liberty (de B. R. Tucker; Boston, luego New York, 1881-1907); Lucifer, Fair Play y muchos más.
Estos anarquistas individualistas combatían todos el estatismo, la intervención de colectividades y de sus mandatarios en la vida de los individuos, los poderes económicos dados al monopolio (emisión de notas, los Bancos), la sumisión por el matrimonio y la familia y fueron también hostiles a lo que debía hacerse en nombre de un socialismo de Estado y de un socialismo anarquista. Muchos de ellos se especializaban sobre todo en el dominio de las finanzas, otros en el de la libertad personal y en la vida sexual liberada de todas sus trabas. El único movimiento social que inspiró simpatías a algunos de ellos, fue el del impuesto único creado por Henry George (Progress Poverty) y al respecto hubo y hay todavía cierto matiz de ellos que llega a una fusión de ideas. Son los anarchist single taxers, (los anarquistas del impuesto único), de los que The Twentieth Century, redactado por Hugh O. Pentecost, fue la cuna, hace alrededor de cuarenta años. Los hombres de ese matiz, aparte de ciertas defecciones, han entrado a menudo desde entonces en relaciones de buena vecindad con los comunistas libertarios y con todas las buenas causas de los movimientos de los obreros americanos. Pero por otro lado B. R. Tucker fue feroz en su anticomunismo (contra Kropotkin, Most, etc.), en 1883, y ha hecho accesibles así una parte de las ideas bakuninianas en Estados Unidos y en Inglaterra.
Ese movimiento de 1827, un siglo después, se encuentra frente a una América enormemente cambiada, y si queda él mismo sin cambiar, es de un siglo atrás, y si cambia es difícil decir lo que quedaría de él o si no se engaña en la dirección de ese cambio a operar. En los ambientes sencillos de territorios recientemente poblados, las condiciones sociales de los hombres se parecen, y si el cambio honesto es proclamado frente a la codicia y al fraude de algunos, ese principio moralizador puede triunfar, pero no ha triunfado siquiera entonces y el monopolio se ha vuelto cada vez más fuerte, hasta acaparar el Estado completamente después de la gran guerra civil, durante y después de la cual el capital puso mano sobre la tierra y sus riquezas y fundó en sesenta años el Imperio de la plutocracia más poderoso que se conoce. Warren murió en 1879 conservando sus ilusiones, que Tucker (nacido en 1854) defendió entonces contra toda evidencia, propiciando esa reciprocidad entre gentes honestas frente al monopolio que, al regimentar a todo el pueblo en su servicio, destruye la independencia personal, la primera base de la reciprocidad. Otra base de ésta es el sentimiento social, el deseo, el placer de obrar socialmente por tanto honestamente, con desinterés. Al presuponer ese sentimiento esos antisocialistas son en realidad muy sociables y muchos malentendidos no se habrían tenido si hubiesen dicho claramente que su acción procede de su voluntad de no pasar por el socialismo autotitario. Ir más lejos, preconizar un sistema único, como lo hicieron con encarnizamiento desde Warren a Tucker, es sectarismo que corresponde mal a la amplitud de miras de algunos de ellos.
En la práctica, la rama principal de ese movimiento, antes extendido, se ha restringido al cambio directo (mutualismo) o se pierde en la reforma monetaria. Las ramas de libertad personal y de libertad sexual, tan exuberantes en tiempos de Heywood y de Harman, han tenido una cierta satisfacción por la creciente libertad de las costumbres y sobre todo por el derecho de ciudadanía que supo conquistar el neo-malthusianismo bajo el nombre de birth control. Los antiguos militantes han muerto, a veces hasta en suicidio frente a persecuciones sistemáticas, y la juventud se contenta con las mayores facilidades que halla ahora y no promueve ya esas cuestiones de libertad y de dignidad como hicieron los antiguos. Cuando el anarquismo individualista debía afirmarse más en nuestro tiempo de estatismo desenfrenado, no está ya en acción o sólo se presenta en forma pequeña y anodina.
Estas ideas fueron muy pronto conocidas en Inglaterra por la correspondencia de Josiah Warren, que trató de hacer una brecha en el movimiento. No logró más que muy poco; se puede nombrar ante todo a Ambrose Caston Cuddon, el alma de un pequeño grupo en los años antes y después de 1850 a 1870 y hasta su muerte en edad avanzada. El libro de Stephen Pearl Andrews y la colonia Modern Times daban un nuevo interés a esas ideas, y ese grupo tomó por nombre la London Confederation of Rational Reformes (agosto de 1853), publicando sus principios y un folleto explicativo, que debe ser de Cuddon (octubre) .Estos hombres venían de los matices socialistas de Robert Owen y de Bronterre O’Obrien, y William Pare, que se interesó también por esas ideas (1855), había estado ligado con William Thompson. Se puede nombrar todavía al Coronel Henry Clinton. Allí se encuentra ese individualismo penetrado de espíritu socialista, y por lo poco que se sabe de lo sucesivo, se puede suponer que en ese ambiente inglés las ideas de Warren —si se exceptúa a Cuddon—, tal vez fueron reabsorbidas por un socialismo de acción popular directa que desconfía del Estado.
Es un hecho extraño, por cierto, que hasta 1885 aproximadamente ese anarquismo individualista americano pasó desapercibido en el mundo socialista europeo, aparte de esas repercusiones en Inglaterra, que a su vez no han debido ser conocidas en el continente. Hago excepción de Stephan Pearl Andrews y de Modern Times. Sus ideas y la fundación de la colonia fueron discutidas en particular en el semanario The Leader (Londres), en 1851, entonces un órgano democrático muy difundido, por Henry Edger, que vivió en Modern Times, un positivista que desde allí mantenía correspondencia también con Augusto Comte. Si The Sovereignity of the Individual es tan afirmada por Andrews (1851) ¿es por puro azar que Pí y Margall escribe en La Reacción y la Revolución (Madrid, 1854): Nuestro principio es la soberanía absoluta del individuo; nuestro objeto final, la destrucción absoluta del poder, y su sustitución por el contrato; nuestro medio, la descentralización y la movilización continua de los poderes existentes ...? No hay duda que Pí y Margall ha debido conocer los dos famosos libros libertarios de 1851, la Idea general de la Revolución en el siglo XIX, de Proudhon, y las Social Statics, de Herbert Spencer. ¿Por qué no habría tenido conocimiento del libro de Andrews discutido en el Leader, órgano que tenía tantas noticias sobre el movimiento avanzado en España? Incluso en 1854 apareció en Cádiz una traducción española de un gran libro relativamente poco importante del mismo Andrews (The Basic Outline 01 Universology). De Modern Times se tiene conocimiento generalmente por un artículo de Moncure D. Conway en una gran revista inglesa (Fortnightly Review, julio de 1865) de que se habla incluso de Rusia en el Sovremennik, la antigua revista de Chernishevsky. Elías Reclus ha debido ver a algunos de esos anarquistas americanos en ocasión de su viaje a los Estados Unidos y ha colaborado en The Radical Review, en 1877, redactada por Tucker. Tucker mismo ha hecho en 1874 un viaje a Londres, donde vio todavía a Cuddon, de 83 años de edad, y viajó por Francia e Italia. Se puso a traducir grandes volúmenes de Proudhon, entonces las primeras ediciones americanas. Se sabe también que Elías Reclus, en 1878, conoció a Tucker y The Radical Review, como Tucker, en 1889, en París, por medio de Elías, conoció a Eliseo Reclus. Pero los hermanos Reclus se han sentido tan distantes, en su comunismo generoso, de la meticulosidad del cambio igual de esos americanos, que no han creído necesario o importante hablar de esas concepciones en su ambiente europeo.
Hubo probablemente algunos de esos individualistas en la famosa sección 12 de la Internacional, compuesta enteramente de americanos de matices diversos, en New York, que causó tanta tristeza a Marx, porque no se puso bajo la tutela de uno de sus hombres de confianza. No le quedó más recurso que tratar de hacerla expulsar. Uno de sus miembros asistió al Congreso de La Haya (1872), sin ser reconocido delegado; se hizo a la sección el reproche de contener también espiritistas y partidarios del amor libre, y con eso se contentó la mayoría marxista del Congreso para rechazar a ese delegado.
Por los acontecimientos de huelga violenta en Pittsburgh, en 1877, algunos jóvenes individualistas de Boston fueron removidos, como Morse, que escribió entonces un folleto vehemente (Los reyes de los ferrocarriles desean negar a un Imperio) y de ese medio de jóvenes surgió la revista The Anarchist (Boston) en enero de 1881, cuyo primer número fue muy difundido, mientras que el segundo, en preparación, fue impedido por la policía. Allí, según la opinión y el deseo de un joven de espíritu aventurero, esas ideas americanas habrían tenido puesto junto a las socialistas revolucionarias entonces de Most y del anarquismo comunista francés. Ese esfuerzo fue quebrantado, pero también en Liberty, que Tucker fundó en agosto de 1881, a pesar de la rigidez teórica, había al comienzo un soplo de solidaridad con los revolucionarios internacionales, los nihilistas rusos, etcétera.
Es verdaderamente todo lo que me recuerdo haber apercibido del contacto entre esos anarquistas americanos y los de Europa durante más de cincuenta años, hasta 1881. Ni Proudhon, ni Bakunin, ni Elíseo Reclus, ni Déjacque, ni Coeurderoy han hablado de ellos, aunque tres de esos cinco han vivido o pasaron algún tiempo en los Estados Unidos, y Cuddon, en Londres, había sido el 10 de enero de 1862, presidente de una delegación obrera inglesa que saludó a Bakunin de regreso de Siberia.
El 6 de agosto de 1881 apareció Liberty, redactada por Tucker, un órgano muy combativo, que se puso a negar el derecho a llamarse anarquista a los colectivistas y comunistas libertarios, a Kropotkin mismo, y se replicó no considerando anarquistas a esos individualistas, por el hecho de reconocer eventualmente la propiedad privada, etc. En mi opinión, se conocían mutuamente muy poco, no se sabía nada en Europa del pasado anarquista americano de cincuenta años entonces, y muy poco en América también del mismo pasado europeo desde hacía cincuenta años. Había bastante espacio para las dos corrientes que hasta entonces se habían estorbado tan poco una a la otra, que ni siquiera se habían apercibido la una de la existencia de la otra.
Liberty circulaba un poco en Londres, y un tipógrafo inglés, Henry Seymour, fundó allí, en marzo de 1885, The Anarchist; en Melbourne (Australia), apareció Honesty, en abril de 1887. En Inglaterra el pequeño movimiento se perdió algunos años después en esas especializaciones financieras sobre la emisión libre de papel — moneda y sobre panaceas semejantes, que en ese país han absorbido el esfuerzo de gran número de socialistas que, entonces, no volvieron a encontrar el camino hacia las ideas. También en Alemania, más tarde, antes ya de la guerra, fueron iniciadas tales especializaciones infructuosas (los nuevos fisiócratas, Silvio Gessel, Freigeld). Son cosas que no se pueden hacer sin tener el poder, y si se tuviese ese poder, no habría necesidad de hacerlas y se haría algo muy distinto.
Enteramente independiente de esas corrientes de buena fe, el burguesismo antisocialista, que es también antiestatista, en tanto que es enemigo de toda intervención social del Estado para proteger a las víctimas de Ia explotación (horas de trabajo, higiene, etc.), esa avidez de la explotación ilimitada había creado en Inglaterra una agitación por un pseudo —individualismo, el burguesismo ilimitado, con una pseudo— literatura mercenaria. Hablo de la Liberty and Property Defense League de los años 1880-90, etcétera. A ella se refieren, por grados doctrinarios y fanáticos de un individualismo siempre absolutamente estéril, de ese no-intervencionismo que dejaría morir de hambre a un hombre por no herir su dignidad al mezclarse en sus asuntos y al darle de comer. De ahí, por otros grados, se llega al voluntarismo absoluto, la doctrina de Auberon Herbert hacia 1880, idea benévola y vigorosamente antiestatista; pero todo eso, en fin, es diletantismo, medios ineficaces que no han impedido acrecentarse terriblemente el mal autoritario en estos cuarenta años que siguieron.
El anarquismo, como fue elaborado estrechamente por Tucker (cuyo libro lnstead of a book, New York, 1893, 512 páginas, reproduce las partes más significativas de sus artículos y notas en Liberty), se vuelve a encontrar en el periódico alemán Libertas (Boston, 1888; 8 números) y fue aceptado durante mucho tiempo después por el joven poeta alemán John Henry Mackay, fascinado desde 1888-89 por las ideas de Max Stirner, de Proudhon y las de B. R. Tucker; sus libros Die Anarchisten (1891), Der Freiheitssucher (1920) y un tercer tomo lo muestran inspirándose en esas tres concepciones. Su esfuerzo fue secundado por una propaganda en algunos periódicos y folletos en Alemania. Mackay murió en 1933.
Fuera de esto, el individualismo anarquista americano fue presentado en Francia y en Bélgica en algunos periódicos y por autores que, sin embargo, no lo han aceptado o conservado ellos mismos integralmente. Hubo también pequeñas repercusiones escandinavas. Es llamado mutualismo por la propaganda americana presente y ha encontrado también algunos aficionados italianos. En suma, me parece que nos debe una explicación clara con la situación mundial presente, que es mucho más complicada que cuando Josiah Warren, en 1827, fundó su primer Times Store. Si hay que superar las primitividades del comunismo, hay que superar también las del individualismo.
No tengo que hablar aquí de lo que se llama individualismo en los movimientos socialistas libertarios francés, italiano y otros, pues no tienen relación alguna con la corriente americana.
Lo que he llamado espiritualismo libertario americano, es el pensamiento y el sentimiento de un pequeño número de intelectuales concienzudos que en los Estados Unidos, sobre todo en los años 1830-1860, más desde 1840 a 1850, se dedicaban a vivir y a obrar como hombres libres. Sobre una base religiosa deísta vivía en ellos el espíritu humanitario del siglo XVIII, el espíritu social que tomaban de los escritos de Fourier y de Owen, un espíritu crítico que les hizo ver el mal hecho por la autoridad a través de la historia y tenían una causa viviente ante ellos, la de la esclavitud vergonzosa de los negros, institución legal, que todos estaban forzados a ver erigida ante sus ojos. Yo sé que los esclavistas respondían cínicamente demostrando los horrores de la esclavitud de los blancos en las fábricas, pero no disminuye nunca un mal el hecho de presentar otro; entonces hay que combatir los dos, y los abolicionistas se decían muy lógicamente que una sociedad brutalizada por la esclavitud de los negros no poseía la fuerza moral para poner remedio a la esclavitud de los blancos. Para la burguesía, los hombres peligrosos eran entonces los que querían destruir inmediatamente la esclavitud, y mucho menos los que hablaban de un socialismo del porvenir lejano, o los que, entre ellos, en pequeñas comunidades, practicaban hábitos sociales. Los hombres en cuestión fueron de los unos y de los otros, abolicionistas del tipo de William Lloyd Garrison, y socialistas de Brook Farm. Había hombres y mujeres como Emerson, W ..E. Channing, Margaret Fuller, Frances Wright, Nathaniel Hawthorne y otros. Se puede decir que lo que hay en América del Norte de civilización, se liga de cerca o de lejos a ese ambiente cultivado de la antigua Massachussetts, tan diferente del Estado presente de ese nombre que ha dejado matar durante siete años a los dos anarquistas italianos que sabemos.
La más bella figura de ese ambiente es, desde el punto de vista libertario, Henry David Thoreau (1817-1860), el autor de Walden: my Lile in the Woods (1854) y del famoso ensayo On the duty ol civil disobedience (1849) (Del deber de la desobediencia civil). Walt Whitman es un tipo muy diferente, según mi impresión. Tiene las expansiones libertarias más bellas, pero su culto entusiasta a la fuerza le acerca, para mí, a los autoritarios.
Hubo algunos otros americanos de verdadero valor conquistados para las buenas causas y para la de la humanidad libre ante todo; Ernest Crosby, fue uno de los mejores.
Proudhon y la idea proudhoniana en diversos paises, principalmente en Francia, en España y en Alemania
Hubo necesidad de cincuenta años, después de la inauguración de la autoridad intensificada por la Revolución francesa poco después de las aspiraciones liberales de 1789, antes de que se levantara en Francia una voz poderosa y lanzase un reto a todas las autoridades — y fue la voz de Pierre Joseph Proudhon (1809-1865). La crítica libertaria del siglo XVIII, sofocada por el culto a la autoridad, renació en él y por largo tiempo aún, hay que decirlo, sólo en él en su país. Tuvo el buen sentido de comprender que durante esos cincuenta años no se había hecho más que multiplicar las autoridades, las nuevas feudalidades: La feudalidad de la burocracia del Estado centralizado, la del ejército y del clero reorganizados, la de la burguesía que trataba sólo de enriquecerse, el espíritu conservador de la propiedad campesina, y la esperanza de dominación sobre el mundo productor alimentado por jerarquías socialistas nacientes. Los productos mismos gemían bajo el yugo de todas esas imposiciones. Proudhon, sólo, opuso a todo eso en 1840, su grito por la anarquía y puso al desnudo el mal de toda autoridad, fuese religiosa, estatista, propietaria o socialista. De él data el socialismo integral, es decir, el de las liberaciones reales y completas.
Así, para no citar más que algunos líneas de sus Confesiones de un revolucionario (1849); págs. 232-3 de la edición de 1868) El Capital, cuyo análogo en el dominio político es el gobierno, tiene por sinónimo en la religión el catolicismo. La idea económica del Capital, la política del gobierno o de la autoridad y la idea teológica de la Iglesia son tres ideas idénticas y variablemente ligadas; atacar a una significa atacarlas todas, como saben hoy exactamente todos los filósofos. Lo que el Capital hace al trabajo, y el Estado a la libertad, lo hace la Iglesia, por su parte, al espíritu. Esa trinidad del absolutismo es en la práctica tan funesta como en la filosofía. Para oprimir eficazmente al pueblo hay que encadenar simultáneamente su cuerpo, su voluntad y su razón. Cuando el socialismo quiera mostrarse de un modo completo, positivo, libre de todo misticismo no tiene más que hacer una cosa, poner en circulación espiritual la idea de esa trinidad ...
Es lo que hizo Bakunin en 1867 con la proposición positiva del federalismo, del socialismo y del antiteologismo, lo que algunos años más tarde los internacionalistas españoles e italianos expresaban por anarquía, colectivismo y ateísmo. Es la emancipación intelectual, política y social, que implica la emancipación moral, y, sobre esa base, el libre desenvolvimiento de la humanidad adulta y regenerada. Godwin y Proudhon fueron, por tanto, los primeros en mostrar ese camino y, como manifestación de pensadores verdaderamente libres, importa poco que las proposiciones o consejos de detalle sean imperfectos. Cuando es hallada una nueva gran idea, pasa siempre algún tiempo antes de que sus aplicaciones hayan tomado una forma verdaderamente práctica; piénsese en la electricidad, que se comenzaba a conocer en sus posibilidades teóricas en tiempo de Godwin y, mucho mejor, cincuenta años más tarde, en tiempo de Proudhon, pero cuyas aplicaciones prácticas universales no se generalizan más que cincuenta años después y en nuestros días. Godwin y Proudhon tenían a su alrededor en socialismo, menos aun que los químicos y los técnicos de su tiempo en aplicaciones y experiencias probadas.
Renuncio, pues, aquí a esbozar los tanteos prácticos de Proudhon, cuyo desenvolvimiento muy gradual puede ser examinado por sus notas y cartas, como Daniel Halevy (La Jeunesse de Proudhon, 1913) ha comenzado a hacer, trabajo muy extenso y no terminado todavía. Es maravilloso cómo vive en Proudhon el reconocimiento casi instintivo del mal autoritario que ha invadido su país con intensidad enorme en el momento mismo en que se puso con todo entusiasmo y buena fe a destruir su forma menos desarrollada aún, el antiguo sistema. Durante veinticinco años seguimos en la disección de la autoridad por Proudhon y su esfuerzo por agrupar a los hombres para una obra común que les pusiese fuera de las garras de esa autoridad que, privada de la servidumbre voluntaria de los que la alimentan, perecería por sí misma de inanición y de impotencia. Importa muy poco si Ios primeros medios propuestos eran o no practicables. Todos se basaban, sin embargo, en la elevación del hombre, en su acción social consciente, en el ejercicio de esa condición de toda convivencia humana, la igualdad y la reciprocidad (el mutualismo). El problema se planteaba así entonces: lo que se puede exigir y esperar del hombre normalmente social, es esa reciprocidad como un mínimo, y no es la generosidad (el comunismo) que es un máximo. Nada más fácil que presuponer o prometer esa generosidad que, sin duda, nacerá un día, pero inmediatamente no se puede más que tratar de introducir un poco de honestidad ordinaria en las relaciones entre los hombres, y tales fueron el camino equitativo de Warren, el mutualismo de Proudhon.
Fiaba todavía en las tendencias asociativas y federativas de los hombres, que han establecido entre ellos un grupo local y general, según sus necesidades económicas y su vida real, fuerzas que el centralismo y el estatismo combaten en interés de monopolistas del poder y de la propiedad. Restablecer la acción libre de las asociaciones y federaciones contra esa intervención del monopolio, será obra directa a realizar, y de ese esfuerzo continuo nacería el aislamiento de los Estados, lo cual llevaría a su liquidación, y a la asociación y a la federación de los organismos de verdadera utilidad social, según sus necesidades y sin obstáculos autoritarios.
Se conoce más a Proudhon por un número restringido de sus trabajos, sobre todo ¿Qué es la propiedad? o Investigaciones sobre el principio del derecho y del gobierno (1840), la primera memoria, seguida de otras dos dirigidas al profesor Blanqui (hermano del revolucionario) y al fourierista Considérant, y explicaciones dirigidas al Ministerio Público (el procurador del Rey) en 1841 y 1842. Las Confesiones de un revolucionario, para servir a la historia de la revolución de febrero (París 1849, 107 páginas in. 4o), recolección de artículos de 1848, analizando sobre todo la maniobra gubernamental y las mistificaciones o locuras de los partidos autoritarios durante una parte del año 1848; en el espíritu de ese libro está escrito el famoso Prologue d’une Révolution. Février —Juin 1848; por Louis Ménard (París, 1849, en las oficinas del Peuple— el diario de Proudhon —, 319 páginas), el origen de lo que culminó en la masacre del proletariado de París en junio de 1848— Idea general de la revolución en el siglo XIX. París 1851, VIl, 352 págs. en 8o) —De la Justice dans la Révolution et dans l’Eglise (París 1858, 3 vol. de 520, 544 y 612 págs en 18o, y la edición de Bruselas, aumentada, en 1860-61, en 12 partes.— Du Principe fédératif et de la nécessité de reconstituir le parti de la Révolution (París 1863, XVIII, 324 págs. en 18o) — De la capacité politique de la clase ouvriére (París, 1865, VI, 455 págs. en 18o; obra póstuma). Luego la colección de su Correspondance, 1875, en 14 volúmenes en 8o, de 5303 páginas, una amplia serie a la que se agregan otros grupos de cartas publicadas, los periódicos y otras notas privadas. Y el gran número de escritos de que no hablo aquí. Es una obra enorme, cuya parte crítica sigue siendo de una actualidad palpitante, si se sabe uno dar cuenta de las situaciones y problemas que pesan sobre nosotros y nos aplastan todavía hoy, porque aun no hallaron solución razonable.
Así los gobiernos, los políticos, las finanzas, la burguesía, el nacionalismo, las guerras son analizadas por él en lo vivo, con la mano en el saco (del pueblo) en innumerables ocasiones durante los reinos del burguesismo puro (Luis Felipe), de los revolucionarios jacobinos (1848), del cesarismo y la dictadura imperial y militar, el nacionalismo europeo, factor dominante desde 1859, y del cual se deriva la serie de guerras que nos rodea siempre. A falta de un Proudhon, que no lo tiene esta época, las lecciones por comparación que se sacarían de esa obra prestarían grandes servicios a los libertarios de hoy, que deben aun hallar los caminos de la teoría a la práctica ya la crítica de los hechos reales, tal como supo hacerla Proudhon, no imitándole directamente, pero inspirándose en su ejemplo y aprovechando su experiencia.
Supo prever desde 1859 los perjuicios del nacionalismo y mostró las vías del federalismo. Supo prever los extravíos de los trabajadores en la política autoritaria y mostró los caminos de la acción económica directa, sucumbiendo desgraciadamente menos de cuatro meses después de la fundación de la Internacional (19 de enero de 1865}.
Un pensador como Proudhon no podía producir más que proposiciones prácticas personales, individuales, y ese criterio se aplica también a las proposiciones de todos los demás socialistas independientes que, todos, no pueden menos de proyectar su propia individualidad en sus obras. Provocado sobre todo por sus adversarios —es una argucia de guerra provocar al enemigo a que se exponga, a que se comprometa, y una falta de juicio de las masas el dejarse influenciar por el resultado elegido—, Proudhon prodigó proyectos prácticos prematuros y necesariamente abortivos, pero todo eso es reconocido hoy como accesorio, su verdadera gran obra es la crítica a la autoridad; la acción económica y cualquier otra acción humana directa, y la federación, que es la única que excluye las rivalidades, la guerra y el pacto como lazo, siempre temporal y revocable entre las partes, individuos o grupos, que determina el carácter de sus relaciones de reciprocidad, si eligen la entrada en tales relaciones.
Estas ideas, pues, exigían que se las comprendiera, que se las sintiera, que fuesen aplicadas por hombres que fueran ellos mismos pensadores intrépidos. Era, al contrario, imposibe agrupar muchos hombres en torno a alguna aplicación práctica del pensamiento de Proudhon, y si se hizo, el resultado fue mediocre, y su falta de éxito inevitable fue erróneamente declarada un defecto del proudhonismo. Menos aun, cuando tales ensayos cesaron, se puede hablar de una desaparición definitiva del proudhonismo. Vivió, al contrario, y todos nuestros movimientos vivirían mejor, si sus militantes se inspirasen en los elementos vivientes de la enseñanza de Proudhon.
Como todos los hombres de valor intelectual en Europa y en América, fueron despertados sobre las ideas sociales por el período de los saint-simonianos principalmente, y sobre la situación de los trabajadores por la miseria, las asociaciones, las revueltas en Inglaterra, en Lyon y en otras partes, así una gran parte de ellos fue impresionada por la anti-autoritaria de Proudhon, que se las tomó con el Estado actual tanto como con el socialismo autoritario que se figuraba representar ya el porvenir. Se puede decir que, por largos años, pongamos el período de 1840 a 1870 en todo caso, estas pretensiones fueron frustradas por Proudhon solo, que fue una fuerza que impresionó los espíritus de entonces como no se había visto otra desde los tiempos de Voltaire, Rousseau y Diderot. Sin embargo, esa influencia no podía producir réplicas exactas a su talento, y aquellos mismos que fueron más influenciados, no han podido ser continuadores parciales o imperfectos de su obra.
En Francia se citaría una cantidad de esos hombres, sean amigos personales, George Duchême, Charles Beslay, Gustave Chaudey, etc., sean jóvenes adeptos de los años 1860- 70, los Robert Luzarche, Vermorel, etc., sean trabajadores de los primeros sindicatos y de la Internacional, Henri Tolain, etc., sean autores posteriores a 1870, los Chevalet, Perrot, Beauchery y otros, y aparte de los blanquistas y de los supervivientes del saint-simonismo, fourierismo, cabetismo, pierre-Ierouxismo, etc., de los años 1860-1870, todo socialista estuvo un poco impresionado por Proudhon, el único de los socialistas que se leía entonces. Si la idea de la Comuna de París tenía raíces autoritarias en la afirmación de la Comuna de 1793-94 y raíces sociales libertarias en el fourierismo (Considérant), se derivaba igualmente de la negación proudhoniana del Estado, de la federación, opuesta a la centralización estatal, de la anarquía, en suma, que uno de los jóvenes poetas de entonces y que escribió el Pére Duchêene de la Comuna, Eugène Versmersch, proclamó paladinamente en 1868, llamándose atomista y anarquista. Al lado de esa verdadera influencia intelectual, desaparece la insuficiente de los epígonos proudhonianos del tipo de Tolain en la Internacional, cuyas flojas defensas mutualistas no fueron ya escuchadas ante las demandas con voz cada vez más fuerte, del colectivismo.
Fue Bélgica, donde, en esas décadas de 1830 a 1870, cierto número de hombres pensaban más libremente que en Francia, es decir, no fueron distraídos por la actualidad autoritaria parisién, la lucha incesante de los intereses y de los partidos; fue Bélgica, donde Proudhon había pasado un destierro de varios años, el país en que las ideas proudhonianas fueron discutidas independientemente, propagadas, y donde entraron en contacto directo con las concepciones socialistas no autoritarias. Hablo del bello período de la Rive gauche (1864-66) y de la Liberté (1867- 73) de Bruselas. Es allí donde se encontraría el proudhonismo revolucionario, socializado, modificaciones o aplicaciones más o menos originales, inspiradas por un bello impulso. Se encuentra ese proudhonismo independiente también en la obra de Emile Leverdays (1835-1890), el autor de las Assemblées parlantes (1883) y de otros volúmenes de crítica económica y estatista, lo mismo que se encuentra en todas las manifestaciones del socialismo avanzado francés desde 1860, también en la Comuna, y en el que debía ser redactor jefe del diario Le Proudhon, cuyo número de muestra apareció el 12 de abril de 1884, publicación proyectada por un joven entusiasta, E. Potelle, que murió pronto.
Proudhon, desde 1840, impresionó fuertemente a los socialistas alemanes, M. Hess, Marx, más tarde a Lasalle; después a Max Stirner, Arnold Ruge, Carl Vogt, Carl Grün. Alfred Meissner, Ludwig Píau y otros; a los rusos Bakunin, Alejandro Herzen, N. V. Scholoff y otros; y James Guillaume, escribió a iniciativa de Bakunin, el libro La anarquía según Proudhon (que no existe más que en traducción rusa, impresa en Londres en 1874). Algunos raros escandinavos seguían a Proudhon, y en el lejano México, Plotino Rhodokanaty tradujo Idea general de la revolución en el siglo XIX (Biblioteca socialista, México 1877). En Italia fueron Giuseppe Ferrari, Saverio Friscia, Nicoló Lo Savio y algunos otros.
Pero fue en España donde las ideas proudhonianas fueron más calurosamente recibidas. La obra maestra de Pi y Margall, La reacción y la revolución. Estudios Políticos y Sociales (Madrid 1854, 424 páginas; reimpresión de la Revista Blanca, Barcelona 1928, 478 págs.), cualquiera que sea su originalidad, no ha sido escrita sin que el autor haya conocido los trabajos de Proudhon, con el cual otro español, Ramón de la Sagra, estaba unido (autor de Banque du Peuple, en francés, París 1849, 160 págs.). Pi y Margall, más tarde, ha traducido al menos seis libros de Proudhon (ediciones de 1868 y 1870, con introducciones, Madrid, Alfonso Durán), entre otros El principio federativo (1868) y De la capacidad política de las clases jornaleras (1869). Al menos otros ocho escritos de Proudhon fueron traducidos por otros, desde 1860 a 1882, entre ellos la Idea general de la revolución en el siglo XIX (Barcelona, 1868 y La Federación y la unidad de Italia (Madrid, 1870; el original apareció en París en 1862, 143 págs.).
En Inglatera y en los Estados Unidos las ideas de Proudhon han tenido poca repercusión, sin quedar por eso desconocidas. Tucker y más tarde John Beverley Robinson hicieron traducciones; la General Idea of the Revolution in the ninethenth Century apareció aun en 1923 en Londres (Freedom Press).
Marx concibió una rivalidad formidable contra Proudhon y trató de demolerle teóricamente, en 1847, y en reputación, por un artículo de los más injuriosos después de su muerte. El médico alemán doctor Arthur Mülberger se especializó en el estudio de Proudhon hasta atraerse los ataques vehementes de Friedrich Engels (1872); pero continuó y publicó también una biografía esmeradamente redactada (1899) y los escritos póstumos de un joven pensador, Ernest Bush, que había llegado a conclusiones económicas paralelas a las de Proudhon (1890). Gustav Landauer, sobre todo en su Sozialis de los años 1909 a 1915, fue fascinado por Proudhon, del cual publicó en traducción numerosos extractos bien elegidos y preparó la traducción de La Guerre et la Paix.
Se comienza de nuevo en Francia a apreciar a Proudhon como uno de los raros autores del siglo XIX exento del centralismo autoritario, y a veces los anarquistas vuelven a descubrir la fuerza y la belleza de su crítica a la autoridad; en el Reveil (Ginebra) hace varios años, Bertoni reprodujo mucho de tales extractos de sus escritos. También una selección de sus cartas, publicada en París por Daniel Halévy hace unos años, fue una sorpresa literaria bien saludada.
Se advierte al fin la esencia viable de Proudhon, que está en las ideas más arriba descritas, y su aplicación crítica al pantano autoritario que amenaza tragarnos. Su voz fue un llamado constante a la razón y al buen sentido. Escuchándola bien y siguiéndola, no a la letra, sino en su verdadero sentido, nos ayudaría a salir de la rutina y a combatir mejor el ambiente autoritario que reacciona constantemente sobre nosotros mismos como atmósfera asfixiante de la que hay que salvarse rompiendo los vidrios. Es lo que Proudhon ha hecho del mejor modo y más que Bakunin y que cualquier otro; fue a él a quien la burguesía del siglo XIX temía y odiaba a muerte; la propiedad es un robo, esas pocas palabras tenían la fuerza de una revolución.
La idea anarquista en Alemania desde Max Stirner a Eugen Dühring y a Gustav Landauer
Inevitablemente el pensamiento liberal del siglo XVIII se abría un camino en los grandes países a través del período autoritario que comenzó en 1789, como hemos visto. En Alemania, como en Italia, las victorias y las conquistas napoleónicas fomentaron el nacionalismo en su forma cultural, la vuelta hacia el pasado nacional, y en su forma económica, las unidades territoriales, el Estado nacional unificado. De ahí también la filosofía nacional: inspirándose en el estatismo de Napoleón, filósofos de alguna fuerza lógica como Hegel desean un estatismo omnipotente semejante para su propio país; viendo las guerras nacionales de los otros, Fichte, antes nada menos que un admirador del Estado, escribe Der geschlossene Handesstaat (1800) y pronuncia los discursos patrióticos Discursos a la nación alemana. Los autores y poetas románticos habían profesado antes ideas no nacionales y emancipadoras en varios dominios; los acontecimientos hicieron de ellos nacionalistas extremos y reaccionarios. Las relaciones internacionales comienzan en pequeñas dimensiones, por viajes de algunos miembros de sociedades secretas liberales a París y a Berlín, y por las relaciones entre tales miembros e italianos y suizos en Suiza. Diez años después el saint-simonismo inspira a un gran grupo de jóvenes autores alemanes. Los republicanos y los socialistas incipientes alemanes van a establecerse a menudo en París después de 1830, y también autores avanzados como Boerne y Heine y los refugiados y los artesanos. Pero todo eso fue en suma democracia unitaria, y ya las opiniones federalistas —el refugiado Georg Kombst ha expresado tales opiniones— eran muy raras.
Estas vacilaciones entre el bello internacionalismo cosmopolita y lo que pareció no menos bello, la más grande prosperidad y cultural local, nacional, fueron una primera expresión de las feroces luchas que desgarraron a Europa en ese momento todavía. Puesto que las garantías del internacionalismo faltan y su realización parece difícil, en lugar de proseguir ese gran objetivo, se busca refugio en el aislamiento, en la nación armada, y, para protegerse, cada nación quiere ser la más fuerte y obstruir el desenvolvimiento de los otros pueblos. No hay solución en el térreno del Estado independiente; lo hay solamente en la Federación, qué abre a todos el gran cuadro y permite a cada uno su desenvolvimiento autónomo. De ahí se pasa al grupo libre ya las inter-relaciones múltiples; es lo que los hombres hacen por sí mismos en un ambiente de paz asegurada en muchos dominios de la vida social — y la práctica general de esa agrupación libre, eliminación de todas sus trabas: es la anarquía.
Sin embargo, de dos ambientes y personalidades nació un sentimiento libertario original en los alrededores de 1840. Fue en el ambiente de los hermanos Bruno y Edgar Bauer en Berlín, el círculo libre que Marx visitó en 1837, ligándose mucho con Bruno Bauer hasta la ruptura a fines de 1842. Max Stirner fue un pilar de ese círculo, en el que, de la filosofía hegeliana, que comenzaban a considerar críticamente, de la crítica incisiva a las fuentes del cristianismo, de la crítica de todos los días al estatismo y al burguesismo que les rodeaba, y de la repercusión del movimiento de los espíritus en todas partes y de los movimientos sociales, en el que, digo, de todo eso se formaba en los miembros más destacados, los hermanos Bauer. Max Stirner, Ludwig Buhl y otros, un nihilismo crítico, el destronamiento de todas las autoridades establecidas y reconocidas. De ahí, en el curso de 1842, entre primavera y otoño, se llegó al repudio completo del Estado. Engels, en el verano de 1842, en un poema radical, escrito con gran verbo, describe ese ambiente, que había frecuentado, simpáticamente, y caracterizaba a Max Stirner muy bien, diciendo que, cuando los otros gritaban: ¡Abajo los reyes!, Stirner decía: ¡Abajo también las leyes!, Marx, a fin de noviembre, poco más o menos, rompe brutálmente con ese grupo al que se llamaba los libres de Berlín.
De ese grupo nos quedan como publicaciones anarquistas sobre todo escritos de Edgar Bauer, así Der Streit der Kritik mit Kirche und Staat (Charlottenburg, 1843), confiscado en septiembre y reimpreso en Berna (Suiza) en 1844, 287 págs. Un periódico proyectado (prospecto del 12 de julio de 1843) fue impedido, pero sus colaboradores reunieron artículos en volumen (no sometidos a la censura). Tal fue la Berliner Monatsschrift (Mannheim, 1844; IV, 332 páginas en 12o), la primera colección anarquista en lengua alemana; Max Stirner colaboró y Buhl organizó la edición.
Durante esos últimos años Max Stirner ha debido componer su libro famoso que apareció en diciembre de 1844: Der Einzige und sein Eigentum (Leipzig, 1845, 491 págs. en 8). Se han reunido después escritos dispersos de Stirner, sobre todo en Kleinere Schriften, recopilación por J. H. Mackay (1898; edición aumentada en 1914), pero el profesor Gustav Mayer y otros han encontrado más artículos dispersos y las investigaciones no están terminadas aún. Sin embargo el gran libro contiene todo para formarse una opinión exacta de sus ideas. He dado extractos (Vorfrühling, págs. 169-173) para motivar mi opinión de que Max Stirner era en el fondo eminentemente social, socialista, deseoso de la revolución social, pero siendo francamente anarquista, su llamado egoísmo es la protección, la defensa que cree necesaria tomar contra el socialismo autoritario, contra todo estatismo que los autoritarios insinuasen en el socialism. Su egoísmo es la iniciativa individual: su Verein el grupo libre que realiza un objetivo, pero que no se convierte en organización, en sociedad. Su método es eminentemente la desobediencia, la negativa individual y colectiva a la autoridad y una agrupación voluntaria según lo que la situación exija en cada instante. Es la vida libre en lugar de la vida controlada y ordenada por los usurpadores de la propiedad y de la autoridad.
Al leer a Stirner como socialista, pienso que no se puede interpretarlo de otro modo. Buscando un individualista anti o no socialista en él, se menospreciarían sin razón valedera los pasajes bastante numerosos y que no son únicos, señalados por mí. Estas interpretaciones ultraindividualistas son ya antiguas. No hay más que ver las publicaciones del doctor Karl Schmidt en el ducado de Anhalt, Das Verstandestum und das lndividuum y Liebesbriefe ohne Liebe (Leipzig, 1846), que han sido tratadas por Stirner mismo con desprecio supremo. No pensaría de otro modo sobre mucho de lo que se ha escrito sobre él desde su aparente redescubrimiento. Porque no fue nunca perdido de vista y su libro tuvo una segunda edición en 1882 por el editor original. Muchos testimonios sobre su vida fueron recogidos en la biografía por J. H. Mackay (1898; edición aumentada 1910), pero, como también respecto de los Kleinere Schriften, hay una cantidad de materiales dispersos o encontrados más tarde, que es preciso conocer también. Hay de Der Einzige und sein Eigentum una edición en una serie popular muy difundida en otros tiempos (abril 1892) y por ella el libro fue leído por muchos anarquistas alemanes de esos años e impresionó a algunos. Hay traducciones en francés, italiano, español, inglés, sueco, ruso y tal vez en otros idiomas, y hay en todas partes algunos folletos, etc., que se ocupan de él, sin profundizar nuestros conocimientos, según mi opinión. Se ha publicado también un gran trabajo, que había quedado inédito en su tiempo y muestra a Marx y Engels en guerra estéril contra el libro de Max Stirner.
La segunda fuente auxiliar de las ideas libertarias en Alemania fue la filosofía de Ludwig Feuerbach, que dio el golpe de gracia a la pesadilla hegeliana. Esa filosofía (que Max ha combatido también extensamente) no era sin duda anarquista, pero restablecía el rol del hombre, que en el hegelianismo era anegado y aplastado por las fuerzas superiores abstractas y, paralelamente, muy reales (el Estado presente; el Estado futuro; siempre algún Dios o algún Estado). Es el hombre el que ha creado a Dios — dice Feuerbach, y ese pensamiento dio el golpe final a la emancipación intelectual de Bakunin; y Pi y Margall escribe en su libro La Reacción y la Revolución (1854) ... Homo sibi deus, ha dicho un filósofo alemán; el hombre es para sí su realidad, su derecho, su mundo, su fin, su dios, su todo. Es la idea eterna, que se encarna y adquiere la conciencia de sí misma; es el ser de los seres, es ley y legislador, monarca y súbdito ...
En suma, si el hombre ha creado los dioses de su fantasía, no es difícil concluir que ha creado también sus filosofías, y que todas las instituciones sagradas son obra suya, que ha podido hacer y de las que puede deshacerse. No será ya el esclavo de la filosofía de otros hombres, ni de sus instituciones y de su autoridad. Puede levantar su cabeza y arreglar él mismo sus asuntos, si tiene voluntad. En ese sentido Ludwig Feuerbach fue un liberador de espíritus. Hombres de buena voluntad se habían sentido tanto tiempo impotentes contra las deidades, contra una naturaleza divinizada, contra afirmaciones filosóficas de pretendido valor absoluto; Feuerbach les mostró en esos años en torno a 1840 que estaban en el círculo de sus propias creaciones. Entonces comienzan a ver claro y sienten la necesidad de obrar.
Socialistas cuyo autoritarismo fue quebrantado por la crítica de Proudhon y filósofos humanizados por Feuerbach buscan una síntesis, un socialismo libertario y humanizado, y esas concepciones se aproximan al comunismo anarquista. Tales ideas son expuestas por Moses Hess en los ensayos Sozialismus und Kommunismus y Philosophie der Tat, en una colección que reemplazó aun periódico propuesto, publicada en Zurich en 1843. Otro autor que llegó a conclusiones similares fue Carl Grün en 1844. Y esas ideas entraban entonces (1843-45) en la propaganda socialista revolucionaria de algunos trabajadores alemanes en Suiza, sobre todo por Wilhelm Marr, y los Blätter der Gegenwart für soziales Leben de Lausana, de diciembre de 1844 a julio de 1845, fueron el primer órgano de una propaganda anarquista alemana entre los trabajadores.
Esos esfuerzos chocaban en dificultades aplastantes. Los trabajadores alemanes —se trataba de emigrados, refugiados y de esos que, en su jira por Europa, pasaban algún tiempo en el extranjero, sobre todo en Suiza, en París y en Bruselas y que, de regreso a su país, hacían una propaganda secreta, ligados entre sí por sociedades secretas— esos trabajadores, pues, estaban bajo la influencia de los comunistas autoritarios, como Weitling, y bien pronto bajo la de los intelectuales de doctrina socialista absoluta como Marx y Engels. La propaganda anarquista en la Suiza romántica sobre todo, fue exterminada en 1845 por las autoridades cantonales mediante persecuciones y expulsiones, y cuando renació un poco, como en 1847 en París, donde Grün sostuvo las ideas de Proudhon, Engels consideró de su deber combatirla directamente. De igual modo, entre los intelectuales, Hess era aterrorizado por Marx y, sin aceptar las ideas de éste, fue en todo caso un hombre muerto para las ideas libertarias; y Grün, violentamente combatido por Marx, se restringió en un proudhonismo ortodoxo y sacrificó así su originalidad incipiente de duración demasiado breve. Se sabe que Marx y su acólito Engels, que antes de conocer a Marx había tenido un interés socialista general, conociendo todo de Godwin y Robert Owen a Max Stirner, se dedicó desde 1844 a demoler, es decir, a tratar de descalificar mediante polémicas exageradas, absolutamente a todos los socialistas de valor de su tiempo, y su polémica constante contra los libertarios prueba que, con buena razón, sentía el ascendente intelectual de esas ideas.
Ese ascendente existía, en efecto, en los años antes de 1848 en algunos que conocieron bien a Max Stirner y a Proudhon, y se acentuó a partir de la derrota de las esperanzas de las revoluciones políticas alemanas y francesas de 1848-49, especialmente después de la demostración ad oculos de la incapacidad y la impotencia del parlamentarismo liberal y democrático. En los años 1849, 1850, 1851 hasta el golpe de Estado del 2 de diciembre en Francia, que inauguró el período de la represión general, hubo todavía un intervalo de crítica retrospectiva de los errores cometidos y, como en Francia, en Alemania tampoco faltaban entonces voces libertarias. Así vemos a Carl Vogt mismo, hombre de ciencia y político, que conocía muy bien a Bakunin y a Proudhon, gritar en diciembre de 1849: ... Ven, pues, dulce, redentora anarquía... y redímenos del mal que se llama Estado, palabras que se parecen tanto a las de César De Paepe: ¡Anarquía, sueño de los amantes de la completa libertad, ídolo de los verdaderos revolucionarios! ... ¡Venga tu reino, anarquía!, publicadas en 1864.
Richard Wagner, en sus escritos Die Kunst und die Revolution (Leipzig 1849) y en Das Kunstwerk der Zukunft (1850), muestra y expresa una comprensión completa, una simpatía profunda por las libres asociaciones del porvenir, también él fue un hombre que tuvo ocasión de conocer en 1849 a fondo el pensamiento de Bakunin.
Localmente se encuentra en esos años a Wühelm Marr en Hamburgo (Anarchie oder Autorität? 1852); al profesor K. R. Th. Bayrhoffer en Hesse (en Die Hornisse, periódico de Cassel); traducciones de Proudhon, con quien simpatizó Friedrich Mann en la Freie Zeitung, de Wiesbaden, como lo hizo largo tiempo la Triersche Zeitung (Trier) bajo la influencia de Grün. Un diario de Berlín, en 1850, la Abendpost, es antiestatista por principio en ese sentido que en Francia representa Bellegarrigue, preconizando el no intervencionismo de toda colectividad, lo que, en el sistema presente, quiere decir también carta blanca para la burguesía en la explotación de las masas, un antiestatismo formal, sin contenido social. Arnold Ruge, uno de los traductores de Proudhon entonces, el antiguo amigo de Bakunin, se expresa en un escrito de 1849 por el autogobierno del pueblo, que es supresión de todo gobierno, un orden social que en realidad es la anarquía ordenada, porque no reconoce arconte alguno, sino sólo encargados de negocios... la libre comunidad y la cooperación de hombres que se determinan a sí mismos, que en todo son compañeros iguales. También Edgar Bauer en su pequeña revista Die Partien (Hamburgo 1849), es de un matiz antiautoritario moderado. Esas ideas han encontrado también alguna expresión en la prensa de lengua alemana tan numerosa, de los refugiados y emigrados en los Estados Unidos, aunque no he podido conocer por estudio directo esas publicaciones lejanas.
Marx y Engels, rechazado en el destierro, pronto en Inglaterra desde la segunda mitad de 1849, tenían poca influencia sobre los militantes en Alemania entonces, a excepción de Lassalle, y otros comunistas revolucionarios, de tonos blanquistas, tan poco como ellos. La idea libertaria, como muestran las indicaciones dadas, que son sin duda incompletas, fue animada por un gran número de focos entonces, pero la reacción desde 1852 los sofocó todos y cuando, siete años después, ese silencio forzoso fue quebrantado, se hizo porque los movimientos nacionalistas, que llevaban fatalmente a las guerras, soportados y excitados por las ambiciones estatistas en Italia, Francia y Alemania, hacían útil para los Estados la conciliación con el pueblo, después de los años de reacción, a fin de tener apoyo popular y el de los políticos autoritarios de todos los matices, demócratas y socialistas incluídos, para las guerras que se preparaban. El pensamiento libertario no fue vuelto a propagar, salvo por Proudhon que, por oponerse al patriotismo nacionalista caldeado al rojo en esos años de 1859 a 1862 sobre todo, fue por decirlo así, puesto al margen de la opinión pública liberal.
Se puede notar que Marx vio esos desenvolvimientos más sobriamente que Lassalle, que cayó de bruces en el nacionalismo, y que, muy ambicioso y cada vez más separado de Marx, fundó la socialdemocracia ultra-autoritaria, con la cual doce años después tras luchas increíbles, los socialdemócratas marxistas se fusionaron en 1875. Fue ya la época de la Internacional y es un hecho incontestable que el desarrollo libertario en el seno de esa organización fue ya ocultado, ya presentado desdeñosamente y hostilmente a los socialdemócratas marxistas por su prensa; sobre todo Bakunin fue en ella combatido e injuriado. Los lassallianos se abstuvieron de esos insultos, pero no podían tampoco tener una gran parte de la Internacional, o sólo comprenderlas.
Sin embargo, esas ideas han encontrado repercusión entonces en Alemania, estando en la base de las ideas sociales de Eugen Dühring (1833-1921), como las propuso sobre todo en 1872 en su Cursus der National-und Sozialoekonomie. Las ideas llamadas socialitarias, también anticratas, son en el fondo las del colectivismo anarquista de esos años, de los grupos de productores, libremente federados (comunas económicas), e insiste particularmente sobre el acceso libre de productores en esos grupos, lo que, por lo demás, los colectivistas de la Internacional no pensaban rehusar, no queriendo crear corporaciones cerradas que establecerían monopolios colectivos. No he podido examinar todavía en qué grado Dühring ha podido tener concepciones originales, pero en todo caso sus ideas de 1872, y las que los colectivistas de la Internacional profesaban altamente a partir de 1868, son virtualmente las mismas.
Esas ideas no desagradaron de ningún modo a aquellos socialistas alemanes que pudieron conocerlas y que eran felices de tener conocimiento de un socialismo liberal fuera de las doctrinas rígidas de Marx y de Lassalle. Se sintieron incluso encantados y se formó un ambiente de fronda, al que pertenecieron tanto Eduard Bernstein como Johann Most entonces, lo que pareció muy peligroso a Marx y a Engels, y este último entabló entonces su formidable refutación de Dühring (1877-78), que fue otra de sus campañas contra las tendencias libertarias en el socialismo. Como ni Dühring, que carecía de espíritu libertario, ni sus simpatizantes socialistas alemanes de entonces, que permanecían sin embargo en su partido, hicieron una verdadera agitación por el sistema socialitario anticrata, y como muy pronto, desde 1876, fue comenzada una agitación directa por trabajadores anarquistas colectivistas alemanes llegados de Suiza, las ideas de Dühring caen en olvido hasta 1889 aproximadamente.
Entonces fueron tomadas por dos lados, por un economista liberal, el Dr. Theodor Hertzka, nacido en Hungría, que elaboró la utopía Freiland. Ein soziales Zukunftsbild (Leipzig 1890. XXXIV, 677 páginas; el prefacio es de octubre de 1889), y por jóvenes socialistas de Berlín, de los cuales el más conocido fue Benedikt Friedlánder, autor del folleto bien razonado, Der freiheitliche Sozialismus in Gegensatz zum Staatsknechistum der Marxisten (Berlín, 1892, VIII, 115 páginas), una exposición de las ideas de Dühring en 1872.
Hertzka había dado a su utopía una forma que hizo de ella al mismo tiempo un proyecto de colonia experimental en gran escala, y en esos años de interés socialista universal, alentado por primera vez fuera de los medios obreros en casi todos los países por la utopía famosa Looking backward, por Edward Bellamy, un gran público general se interesó verdaderamente por Freiland y se preparó su extensión práctica en el territorio descrito por Hertzka en la región elevada y fertil del Kenia y Kilimandjaro, en Africa central oriental. Por el acceso libre a los grupos productores, según Hertzka, la atracción de los diversos grupos habría sido nivelada y así, y por otros muchos medios prácticos y equitativos, la autoridad en la nueva comunidad habría sido reducida al mínimo, es decir, a las exigencias puramente técnicas, a las que se cede voluntariamente. Los medios no faltaban y el estado floreciente de las plantaciones en esa parte del Africa, una de sus partes más europeizadas y una de las más ricas, muestra que esa colonización tenía una base no del todo quimérica. Pero el Gobierno inglés impidió la realización del proyecto. La agitación disminuyó entonces y se dispersó en varias direcciones; de ahí proceden las Siedlungen en Alemania misma, propuestas y fundadas en parte por el Dr. Franz Oppenheimer; Michel Flürschein trató largo tiempo de fundar colonias sociales en países lejanos; el Dr. Wilhelm, que pertenecía a los de Freiland, que habían desembarcado ya en Africa, defiende siempre su ideal de entonces. Indirectamente, pienso, la reunión de los judíos en un territorio independiente, preconizada por el Dr. Theodor Herzl y de donde procede, a través de otros estadios, la presente colonización sionista en Palestina, fue una repercusión de la iniciativa de Hertzka de fundar Freiland en la región del Kenia. Igualmente las asociaciones productivas presentes en Palestina, de las cuales algunas desean vivir en condiciones de libertad personal bien respetada, derivan lo que poseen de voluntad libertaria, de ese poderoso impulso dado en otro tiempo por Freiland.
En el grupo de Friedlánder se veía al joven Gustav Landauer (1871-1919), estudiante llegado a Berlín, curioso por conocer todo socialismo y que vio allí, tal vez, que había en el socialismo algo muy distinto a la socialdemocracia grandilocuente que, porque tiene artículos, folletos y libros de Marx y Engels contra casi todos los demás socialistas, se figuraba que en virtud de eso, todo socialismo divergente estaba demolido para siempre y era mantenido sólo por maldad o estupidez. Landauer conoció, pues, las ideas de Dühring y muy pronto todas las ideas anarquistas, pero supo quedar dueño de sí mismo en socialismo y anarquía. Tomó gran interés por Die neue Cemeínschaft, una especie de grupo ético libre de los años 1900-1902 en los alrededores de Berlín, al que faltaba la base social. Esa base social trató de darla Landauer a partir de 1907 (Dreissig sozialislische Thesen) a un grupo libre, el Sozialistische Bund de 1908, que formaría focos de vida libremente asociada. Otros anarquistas y simpatizantes se habían especializado en la cooperación libre, que Landauer defendió también en 1895 (Ein Weg zur Befreiung der Arbeiterklasse) y en la Ciudad Jardín a partir de 1902 aproximadamente, siguiendo en eso la iniciativa dada por Ebenezer Howard en Inglaterra con su libro To Morrow: a peaceful way to social reform (1898), seguido de la fundación de la Garden Cily Association.
He aquí referencias sumarias sobre el anarquismo incipiente en Alemania, que tuvo, como en todos los países del mundo, que luchar contra la enemistad de los socialistas autoritarios, como, igualmente, contra la falta de tolerancia de aquellos trabajadores anarquistas que no creen más que en una sola manera de concebir la anarquía y que, por eso, se sienten ya adversarios de sus camaradas más próximos de otro matiz. Así stirnerianos y kropotkinianos se aislan unos de otros, y Landauer, sea cuando puso al mismo nivel todos los matices, sea cuando afirmó sus opiniones propias, fue siempre mal visto por los que no reconocieron válida más que una sola doctrina anarquista: la de ellos.
Los primeros anarquistas comunistas franceses y otros precursores libertarios. El grupo de l´humanitaire, Bellagarrigue; el joven Eliseo Reclus, Dejacque, Coeurderoy.
El socialismo de los saint-simonianos y de los fourieristas no ofrecía nada de tangible a los proletarios franceses, privados del derecho de reunión por la revolución francesa (ley del 14-27 de junio de 1791), entregados al maquinismo más crudo, tratados como sospechosos de republicanismo por todos los gobiernos y masacrados como rebeldes sociales, si se movían seriamente, como en 1834, en 1848, en 1871. No podían tampoco limitarse a enrolarse en las sociedades secretas y en las conspiraciones republicanas. No se puede uno asombrar de que el babouvismo y el blanquismo los atrajesen, y fue ya un acto de independencia cuando muchos se destacaban de esos movimientos para adherirse al comunismo de realización directa y voluntaria, que Cabet, antes conspirador republicano, preconizó a partir de 1838 con su gran libro, impreso entonces en París, pero publicado en enero de 1840 solamente (Voyage et Aventures de Lord William Carisdall en Icarie, París 1840, 378 y 508 págs.; sin nombre de autor); —Viaje por lcaria—, libro aparecido entonces también en traducción española y alemana. Fue también progreso cuando varios comunistas divisaron sistemas un poco menos autoritarios, como por ejemplo Théodor Dézamy (Code de la Communauté, 1843), Richard Lahautiere, Brige y otros. Cabet lanzó prontamente folletos titulados Réfutation de... contra los disidentes y los otros socialistas, y un folleto tal apareció también contra los primeros anarquistas, la Réfutation de l’ Humanitaire (París, septiembre, 1841, 12 págs., en 8o).
Había, en efecto, algunos comunistas que publicaron un periódico escrito con una resolución tranquila, sin acrimonia, redactado con esmero, L’Humanitaire, organe de la science sociale, dirigido por G. Charavay, 8 páginas infolio pequeño, suprimido después de los dos números de julio y agosto del año 1841. El grupo fue perseguido como asociación ilícita y por haber publicado el periódico sin llenar las formalidades legales, y hubo condenas a prisión, sin que el contenido del periódico haya podido ser incriminado. Pero la acusación, la prensa y todos los periódicos comunistas y socialistas clamaban contra las opiniones inmorales del grupo que, como resulta de un acta del grupo editor del 20 de julio (documento confiscado), sostenía como doctrina comunista igualitaria: la verdad, el materialismo, la abolición de la familia individual, la abolición del matrimonio; el arte no fue aceptado más que como recreo; el lujo desaparecerá, las ciudades, centro de dominación y de corrupción, serán destruídas; cada comunidad tendrá una especialidad en producción; el desarrollo de los hombres será avanzado por viajes muy frecuentes. Esas ideas son explicadas, sin embargo, mucho más claramente en el periódico, donde se encuentra también un artículo muy bien documentado sobre Sylvain Maréchal, recomendando las ideas antipolíticas o anárquicas que había propuesto al examen, aparte de su sistema patriarcal (lo que quiere decir la autoridad patriarcal en la familia). El periódico rechaza también el exclusivismo de clase, mostrando a casi todos los comunistas famosos, y a los hombres a quienes llama nuestros maestros, como fuera casi todos de la clase obrera, los Pitágoras, Sócrates, Platón, Tomás Moro, Campanella, Mably, Morelly, Babeuf, Buonarroti.
Se conocen los nombres del grupo por el proceso. Los más en vista fueron Jean Joseph May, considerado la cabeza del grupo (refugiado en Londres, más tarde enviado al servicio militar en Africa, como refractario; murió muy pronto), G. Charavay, gorrero (de la familia más tarde tan conocida de los mercaderes de autógrafos) y Page, un joven joyero, el orador del grupo.
A causa de los gritos sobre el extremismo de L’Humanitaire, se sabe exactamente que fue la primera publicación de ese género, el primer órgano del comunismo libertario y el único en Francia durante cuarenta años aún. El período de 1848 a 1851, tan rico en periódicos, los años 1860-1870, la Comuna, tan fértil en publicaciones, no produjeron otro.
Hubo, parece, en el otoño de 1841- 42 un grupo, Les amis du Peuple, que se llamó racionalista y ha podido ser ante todo individualista. Hubo en 1846-47 los ilegalistas, a quienes se llamó comunistas materialistas y que fueron condenados por ciertos actos; Coffineau, el más destacado de ellos, había sido del grupo del Humanitaire; pero no se conoce el matiz del comunismo de ese primer grupo de represalias sociales. Los años de 1830 a febrero de 1848, han sido examinados bastante bien en cuanto a las manifestaciones más avanzadas llegadas a París y no se encontró otras expresiones anarquistas que las de Proudhon y los uno, dos o tres grupos comunistas aquí mencionados.
Los hombres que se agrupan alrededor de Proudhon, se ponen de relieve por sus grandes periódicos de los años 1848 a 1850; había en París dos órganos mutualistas independientes además, La France libre, de Maximiliano Marie (de abril a octubre de 1848; 6 números), y Le Socialiste, journal de l’ égaléchange, de C. F. Chevé (de 8 de julio a octubre de 1849; 4 números).
Pero en el orden de ideas del anti-estatismo más inmitigado, surgió en Toulouse un joven, nacido entre 1820 y 1825, aproximadamente, en el extremo sudoeste de Francia, del lado de los Pirineos por tanto —le he oído llamar un vasco, pero ignoro en base a qué autoridad verificada—, que había frecuentado el liceo de Auch y había pasado el año 1847 en los Estados Unidos, que conoció de New Orleans a New York, de donde volvió y fue a París en ocasión de la revolución de febrero de 1848; se encuentra su nombre entre los inscritos del club de Blanqui, la Sociedad republicana central, lo que no prueba opiniones blanquistas en esas semanas agitadas.
Fue Anselme Bellegarrigue, que, algunos meses más tarde, hizo aparecer el folleto Au fait, au fait! Interprétation de l’idée démocratique, impreso en Toulouse (1848, 84 págs. en 16o) y que fue el redactor del diario La Civilisation, aparecido en Toulouse del 14 de marzo de 1849 —el número 2 es del 15 de marzo— hasta el número 242 del 22 de diciembre de ese año; el periódico continuó hasta diciembre de 1851. Fue el órgano cotidiano más difundido de Toulouse en 1849, tirando de 1,800 a 2,500 ejemplares, y aun defendiendo la democracia social más acentuada de entonces, como redactor del periódico, Bellegarrigue pudo imprimirle ampliamente su sello personal. Fue, sobre la base de su experiencia americana del mínimo de gobierno central y de la vida local autónoma de entonces, un repudio completo del gubernamentalismo francés, que floreció en República, como había florecido en monarquía. Apeló como medio para paralizar el organismo gubernamental a la abstención completa, a lo que se ha llamado más tarde huelga política y que él llama en un período en que la democracia quería obrar revolucionariamente (el 13 de junio de 1849) la teoría de la calma. La democracia fue entonces aplastada por el gobierno sin combatir, puesto que el pueblo de París, diezmado en junio de 1848, dejó en junio de 1849, como en diciembre de 1851, a la democracia y a la reacción que se las arreglasen como pudiesen. Bellegarrigue mantuvo su punto de vista y, llegado a París en 1850, formó con algunos amigos de su región (uno de ellos Ulysse Pic, que se decía P. Dugers, renegado más tarde, escribió entonces en el mismo sentido que él), la Asociación de libres pensadores de Meulan (Seine —et— Oise), que publicó varios folletos, pero a la que los arrestos impidieron continuar. Así, uno de sus folletos anunciados fue publicado independientemente: L ‘ Anarchie, Journal de l’Ordre, por A. Bellegarrigue, París, abril y mayo de 1850, dos números de 56 páginas en gr. 8o. Hizo aparecer todavía el Almanach de la Vile Multitude (127 y 128 págs.) y preparó un Almanach de l’ Anarchie para el año 1852, que no fue publicado. Había compuesto una novela de recuerdos americanos, cuyos fragmentos han aparecido en 1851 y 1854, y un ensayo sobre las mujeres de América (1851; en pequeño volumen en 1853). Su emigración, probablemente después del golpe de Estado, a Honduras y luego a San Salvador, es cierta y se constató tras las investigaciones incitadas por mí en 1906, la existencia de un hijo suyo en El Pimental, cerca de La Libertad (San Salvador), pero no he podido tener otras noticias. Tal vez algún lector centro-americano de estas páginas encuentre detalles sobre la carrera de ese hombre, que no fue revolucionario, sin duda, pero que, sin embargo, habría que conocer, puesto que en los años de 1848 a 1850 hizo lo posible para implantar un antigubernamentalismo lógico y consciente en Francia.
Discutió poco las cuestiones sociales, tal vez porque todo lo que sentía contra el gubernamentalismo político lo sentía también contra el gubernamentalismo social. Estaba muy contento de la actitud antiestatista del viejo Lamennais en 1850 en La Réforme (París). Se puede reprochar a Bellegarrigue una exageración de las libertades americanas —del género de Paris en Amérique de Edouard Laboulaye (1862)— aunque su novela lo muestra observador realista. Pero fue verdaderamente afectado por el inmenso apego al poder de los hombres y de los partidos que, en Francia, por la revolución de febrero de 1848, fue intensificado y privó de toda esperanza de vida libre popular; y nadie, según su opinión, ni siquiera Proudhon, era defensor consecuente de la libertad. Según él no se escapa a la brutalidad de este dilema ínexorable: la libertad ilimitada o la presión hasta la muerte, hasta la hoguera; no hay término medio, como no lo hay entre la vida y la muerte (v. La Civilisation, 1 de noviembre de 1849).
Ignoramos si el joven Eliseo Reclus, que pasó el año 1849 hasta el verano al menos en la universidad de Montauban, una ciudad a no larga distancia de Toulouse, veía entonces la Civilisation que redactaba Bellegarrigue a partir de marzo y hasta diciembre del mismo año 1849. Por lo demás es un detalle, pues probablemente se sentía anarquista ya entonces y sobre sus sentimientos tan sociales la crítica fría de Bellegarrigue no habría causado una impresión decisiva, si la anarquía no hubiera nacido en él ya. Pero lo fue desde no se sabe qué fecha de su vida intelectual despierta y ha dejado ese documento titulado Desenvolvimienío de la libertad en el mundo, con la fecha agregada mucho después Montauban 1851. Habría sido escrito, pues, en ocasión de una breve permanencia en Montauban, cuando volvió de Berlín a Orthez en el otoño de 1851. No discutimos esa fecha, que en todo caso es la útima fecha posible; he aquí el extracto que nos muestra al joven Reclus anarquista convencido entonces: Así, para resumir, nuestra finalidad política en cada nación particular es la abolición de los privilegios aristocráticos y en la tierra entera es la fusión de todos los pueblos. Nuestro destino es llegar a ese estado de perfección ideal en que las naciones no tendrán ya necesidad de hallarse bajo la tutela de un gobierno o de otra nación; es la ausencia de gobierno, es la anarquía, la más alta expresión del orden. Los que no piensan que la tierra pueda un día prescindir de la autoridad, esos no creen en el progreso, esos son reaccionarios (véase sobre este texto y otros extractos, mi libro Eliseo Reclus. La vida de un sabio justo y rebelde; Barcelona, La Revista Blanca, 294, 312 págs. en 8o; 1929; vol. I, páginas 72-88). Desde 1930 conozco también otro manuscrito de Reclus muy antiguo, que he caracterizado en un trabajo que debió aparecer en el Suplemento de La Protesta en 1930 y que será insertado en alguna publicación española o italiana.
Eliseo Reclus, en abril de 1851 escribió a su madre que aceptaba la teoría de la libertad en todo y para todo, es el tipo del hombre desinteresado que, desde los sentimientos individuales y sociales que son fuertes en él, llega naturalmente a la inseparabilidad de la libertad y de la solidaridad, y a su fusión, la anarquía socialista que, para él, fue siempre la anarquía económicamente generosa, lo que se llama el comunismo libertario. Esa idea vivía en él, la aplicó en su conducta, pero en mucho tiempo no se hizo su propagandista directo y admitió toda actividad más especializada o menos avanzada siempre que estuviese en la buena dirección. Tenemos pocas impresiones de sus ideas anarquistas antes de 1877, cuando se fundó Le Travailleur. Existe sobre todo su discurso en el Congreso de la Liga de la Paz y de la Libertad, celebrado en Berna en septiembre de 1868, sobre la cuestión federativa (véase mi biografía — vol. I, págs. 204-211 ). Su discurso del 19 de marzo de 1876 en Lausanna, cuando desarrolló por primera vez en público su concepción del anarquismo comunista, no se ha conservado (v. vol. II, págs. 38-41). Para él la mejor parte del antiguo socialismo tal como lo conoció probablemente ya en años anteriores a 1848 en Sainte-Foy-Ia Grande, se ha transmitido en el anarquismo de actualidad moderna, tal como la preconizó desde 1876 a 1905, enriqueciéndolo de año en año por el estudio y la experiencia.
Saludada por el entusiasmo popular que Bakunin ha descrito tan palmariamente en la fortaleza misma, arrojándola a la cabeza del Emperador de la Reacción, Nicolás I (Confesión, 1851), no careciendo de elementos de valor como esos jóvenes hermanos Reclus y tantos otros, no amenazada nunca en el exterior, puesto que toda la Europa de 1848 se inspiró revolucionariamente entonces, la República francesa de febrero no fue sin embargo desde el primer momento —la constitución inmediata por aclamación de un gobierno provisorio— más que un instrumento de la parálisis y de la destrucción de las fuerzas revolucionarias, y de la marcha irresistible hacia la dictadura, y esta vez con los ojos bien abiertos. Encarcelando a los socialistas de acción después del 15 de mayo, masacrando al pueblo de París por millares, aprisionando y deportando, después de las jornadas de junio, muy pronto —para tener un presidente electo— se proyectó la candidatura imperialista del futuro Napoleón III, y fue elegido por el voto de la mayoría campesina y tuvo en lo sucesivo el poder, provocando la colisión del 13 de junio de 1849, que eliminó a los militantes de la democracia por la prisión y el destierro. El golpe de Estado militar del 2 de diciembre de 1851, el Imperio declarado un año después, no fueron más que la consagración de la caída hacia la autoridad intensificada.
¿Qué podían las voces críticas de Proudhon y de Bellegarrigue, contra la ceguera autoritaria de los demócratas y de los socialistas que hicieron el juego de la burguesía y del imperialismo aprisionando y masacrando la flor de sus propios amigos y poniendo por el sufragio universal todo el poder en manos de los delegados de la reacción, de los diputados de la mayoria antirrevolucionaria y del pretendiente imperial electo?
No tardó en desarrollarse un fascismo imperialista. Lo más que se produjo entonces en crítica de ese sistema, fue la idea de la legislación directa por el pueblo, vista la incapacidad de los parlamentarios.
Un demócrata socialista alemán, Rittinghausen, en diciembre de 1850, Víctor Considérant ya en destierro en Bélgica (La solution ou le Gouvernement directe du Peuple; plus de Président, plus de Représentants, 1851) proponen en 1851 esa idea, que encontró un adversario implacable en el terrible fanático de autoridad, el socialista Louis Blanc (Plus de Girondins: La République une et indivisible, 1851). Esa crítica del sistema parlamentario, traducida también en inglés (1851) y más tarde tomada por Rittinghausen en alemán (1858-72) fue punzante y útil, pero el remedio propuesto ponía la decisión en manos de esos mismos electores, que elijen los malos y absurdos diputados que forman los parlamentos. Ese voto universal eligió una asamblea inferior y en respuesta a una cuestión bien directa eligió a Luis Napoleón presidente y más tarde (1852) confirmó su usurpación, y le expresó confianza todavía en la primavera de 1870 (los plebiscitos). Que una mayoría imponga por su voto un mal diputado, un presidente perjuro o una ley de su elección que será reaccionaria, es la misma cosa. Sin embargo esa idea, que se asoció a las antiguas asambleas populares germánicas, sobrevivientes en Suiza (la comunidad campesina de Appenzell) y que desde hace mucho tiempo se practica en Suiza (referendum), fue considerada como etapa hacia la sociedad anarquista por un anarquista de los más revolucionarios, Joseph Déjacque, y por el pensador anarquista más razonado de la Internacional, César De Paepe, todavía en 1864, Bakunin percibió esas ilusiones (1869) y no se habló más de ellas por mucho tiempo. Pero el sovietismo, que algunos anarco-sindicalistas aceptan cada vez más, es una especie de resurrección de ellas, a pesar de la experiencia rusa. En realidad, ni un Parlamento compuesto de elementos muy diversos no puede resolver una cuestión con verdadera competencia científica y técnica por un voto de mayoría —tampoco se confiaría la decisión al azar de una lotería, de un juego de dados—, una asamblea plenaria territorial, local, gremial, incluso una conferencia de expertos, está en la misma posición: las cuestiones importantes no pueden ser confiadas a las decisiones arbitrarias, o el resultado será muy a menudo tal que no puede ser impuesto más que por una autoridad, que es así inseparable de todos esos procedimientos.
Se discutieron en 1850, 1851 diferentes atenuaciones del sistema gubernamental, y los resultados mejor intencionados son quizás reunidos en el proyecto Gobierno directo: Organización comunal y central de la República; por una serie de hombres, entre los cuales Charles Renouvier, Charles Fauvety, Erdan, etcétera, son los más conocidos (París, 1851, III, 421 páginas), pero ¡qué distancia entre esos tanteos y La idea general de Ia revolución en el siglo XIX de Proudhon en el mismo año.
Un autor de buen sentido en Bélgica, Paul-Emile De Puydt (de Mons; 1810-1891) diez años después, aunque no fuese más que una extravagancia, pero con un gran fondo de sentido común, en Panarchie (Revue trimestrielle, Bruselas, julio de 1860, págs. 222-45) esboza la coexistencia de las concepciones y aplicaciones sociales en autonomía, sin intervención y agresividad, inspirándose en esa coexistencia realizada ya respecto a las religiones, las ciencias, las artes. He encontrado ese artículo en 1909 y lo he resumido en el Sozialistc (G. Landauer) el 15 de marzo de ese año.
Una concepción amplia de la anarquía, que reconoce la diversidad en sus aplicaciones según las voluntades y los caracteres, es expresada en Philosophie de l’lnsoumission ou Pardon a Cain por Félix P. (New York, 1854, IV, 74 págs. en 12o). He podido darme cuenta de que el autor se llamó Félix Pigna, un proscrito del 2 de diciembre del departamento de Saóne et Loire. Pero cuanto más ciertos folletos contienen razonamientos sensibles, más aislados parecen haber estado; porque este, por ejemplo, es rarísimo. Lo he analizado en la Revue anarchiste (París) de julio de 1922.
La conciencia de que se ha hecho camino falso se despierta lentamente y las mejoras propuestas son bien flojas. Lamennais tenía esa conciencia cuando dirigía La Réforme en 1849. Se conocían desde hacía mucho los Sophismes parlamentaires de Jeremy Bentham (en francés en 1840); La Légomanie por Timon (de Carmenin, 1844). De ese género hubo más tarde La Représentacratie, por Paul Brandat (contraalmirante Réveilliere, 1874) y del mismo autor una cantidad de críticas semejantes en el sentido de la autarquía, como llamó a su manera de ver. Hay naturalmente buen número de publicaciones sobre individualismo, descentralización, regionalismo y sobre lo que Emile de Girardin llamaba en sus artículos y folletos desde 1849 a 1851 simplificar el gobierno, proposición ambigua; porque a menudo un procedimiento complicado proteje todavía al público, porque lo ignora y se abre un camino directo, mientras que el gobierno simplificado presiona directamente. En 1791 Billaud de Varennes publicó el folleto Acephocratie, que no he visto.
Voces aisladas son, por ejemplo, la del proscrito Benjamín Colin, un maestro de Bretaña. Plus de Gouvernement, en favor de una pantocracia (artículo de 1856); observaciones del autor filósofo Charles Richard (1861); y corrientes libertarias en el mundo de los refugiados socialistas. Así, una escisión en la Asociación internacional (de 1855) en Londres, que culminó en 1859 en la reunión de los antiautoritarios franceses en el Club de la libre discusión, que contenía adeptos del anarquismo de Déjacque. Había simpatizantes antiautoritarios en Ginebra entonces, que nos permite adivinar el informe de la reunión del 24 de febrero de 1861. No conozco, si es que apareció, un periódico, L ‘ Avant-garde, journal international, cuyo prospecto, impreso en Bruselas, anuncia la publicación en Génova para el 1 de octubre de 1864 y contiene la profesión tanto de la liberación de las nacionalidades como el reemplazo del Estado en su aspecto social y económico por el contrato libre. Nacionalismo y proudhonismo mezclados, parece, iniciativa de fuente todavía desconocida para mí. Existe también el grupo desconocido Los leñadores del desierto que publicó folletos clandestinos entre 1863 y 1867, cuyos títulos Révolution — Décentralisation (el primero) y La Liberté ou la mort (el tercero) corresponden a sus tendencias de rebelión descentralizadora destructiva.
Pero la más clara expresión del antipatriotismo libertario y revolucionario fue el folleto belga Les Nationalités considérés au point de vue de la liberté et de l´autonomie individuelle, par un prolétaire (Bruselas, 1862, 52 págs.) cuyo autor es por Héctor Morel, sobre el cual se quisiera estar mejor informado.
Hubo en fin un antiguo diputado y proscrito de diciembre, Claude Pelletier (1816-1880), refugiado en New York, donde llegó a concepciones anarquistas expuestas en varios libros. Les da el nombre de atercracia.
Esas publicaciones, en tanto que son socialistas, muestran un esfuerzo por asociar las exigencias sociales del socialismo con las exigencias de la libertad del individuo. Eso se terminó en la década 1860-1870; en la de 1850 la tradición y el prestigio, tanto de los socialistas autoritarios como de Proudhon, se oponen todavía, y en la proscripción dispersa y dividida, la gran mayoría fue conservadora, es decir perpetuó las escisiones y les agregó otras o asistió a la decadencia gradual de los hombres antes de relieve.
Sólo dos individuos, un obrero pintor y decorador y un joven médico, tuvieron la energía intelectual y moral para hablar altamente, para remover las ideas, para hacer conocer sus pensamientos a pesar del aislamiento que se hizo a su alrededor. Los dos han sucumbido en esta tarea, muriendo prematuramente con los nervios quebrantados, pero no sin haber realizado su obra. Sus contemporáneos y los posteriores a su muerte hicieron el silencio alrededor de ellos, de suerte que efectivamente, han quedado desconocidos para los militantes de sólo unos años más tarde (del tiempo de la Internacional), que habrían estado muy contentos de conocerlos. Fueron Joseph Déjacque y Ernest Coeurderoy. También Eliseo Reclus pasó esos años por América, por la Luoisiana y Colombia, y luego en Francia, en sus estudios y entre los socialistas humanitarios, sin expresar públicamente su pensamiento anarquista. Estos dos hombres, con Proudhon, claro está, fueron pues la verdadera voz de la anarquía francesa en el periodo de 1852 a 1861.
Joseph Déjacque, de origen desconocido, nacido hacia 1821, sirvió quizás en la marina del Estado, no siendo mencionado en las publicaciones y los procesos de la década anterior a 1848 (probablemente estaba ausente de París) y se le encuentra por primera vez el 25 de febrero entre un grupo de trabajadores del matiz moderado de L’ Atelier, signatarios de un mural; después en el Club de las mujeres (socialistas), y sus primeras poesías aparecen entonces. Combatiendo en junio de 1848, es arrestado, llevado a los depósitos de Brest; vuelve a París a fines de mayo de 1849 y es arrestado de nuevo en vísperas del 13 de junio. No encuentro su nombre hasta su condena el 22 de octubre de 1851 a dos años de prisión por la colección de sus poesías Les Lazaréennes. Fables et Poésies sociales. (París, en casa del autor, 1851, en agosto, 46 págs.; edición aumentada, Nueva Orleans, 1857, 199 págs.). No sufre esa condena, pero en ocasión del golpe de Estado del 2 de diciembre, si no antes, se refugió en Londres.
Allí perteneció a esa pequeña parte de la proscripción que no siguió a los grandes jefes, desterrados ellos también, los Ledru — Rollin, Louis Blanc y otros, y se señaló por demostraciones de repudio a su autoridad, por ejemplo, sus versos de 24 de junio de 1852. Habitando en Jersey, en 1852-53, compuso La Question Révolutionnaire, una exposición anarquista que, emigrado a América, leyó ante la sociedad de proscritos más avanzada de Nueva York, la cual repudió su extremismo. Hizo imprimir ese folleto (Nueva York, 64 págs. en 32o; 1856). Déjacque figura entre los firmantes del programa de la Asociación Internacional (1855). En Nueva Orleans (1856-58), escribe la famosa utopía L’Humanisphère. Utopie anarchique, que habría querido publicar por suscripción, sin lograrlo. Va a vivir a Nueva York (1858-1861), donde lleva a cabo esa publicación por medio de un periódico, casi exclusivamente escrito por él y bien cuidado, Le Libertaire. Journal du mouvement social, del 9 de junio de 1858 al 4 de febrero de 1861; 27 números bien repletos, conteniendo L’Humanisphère. Ese texto, sacado de ese periódico rarísimo, fue publicado en un pequeño volumen en Bruselas (1899, IV, 191 págs. en 12o, con algunas omisiones), y en traducción española (texto completo), en Buenos Aires (Editorial La Protesta). Trabajó todos esos años, fue muy pobre y se consagró a producir y a hacer circular Le Libertaire, que tuvo un tiraje restringido, pero no del todo mínimo, sobre todo en los Estados Unidos, en Londres, en Bruselas y en Ginebra. Había entonces otros dos periódicos franceses en Europa, uno de un socialismo muy moderado, otro Le Prolétaire, de Bruselas, de un socialismo autoritario revolucionario. Fatigado y presa de la crisis de trabajo, al acercarse la guerra civil (una carta del 20 de febrero de 1861 nos muestra su depresión de entonces, no en idea, sino como aislado en aspiraciones sociales en el gran desierto autoritario), volvió a Londres en 1861 y fue a vivir a París, donde no ha debido encontrar un ambiente acogedor y no se sabe cuándo y en qué circunstancia la melancolía o la locura misma hizo presa en él y murió en 1864, si no en junio de 1867, en circunstancias trágicas que no me ha sido posible verificar.
No entro en el análisis de las ideas de Déjacque que había concebido el comunismo anarquista más libre (la comunidad anárquica), pero que, aun buscando para los militantes los medios intransigentes de acción, se esforzaba al mismo tiempo por contar con los hombres tales como son ahora, y por divisar medios de transición, puentes o planchas de salvación para salvarles del barco náufrago del tiempo presente en la tierra firme del porvenir. Aceptó por eso la legislación directa (con mayorías variables según la variación de los asuntos) o parlamentarismo. No son atenuaciones de un moderado, sino el razonamiento de un hombre que se veía absolutamente aislado —llama a Proudhon un anarquista juste-milieu, liberal, pero no libertario—, que ve en hostilidad hacia él a socialistas y republicanos, al pueblo indiferente y sumiso, ninguna fuerza organizada y siente que entre el año 2858 que describe en estado de anarquía pura y el año 1858, que tiene ante él, vale la pena ocuparse de las modalidades de acción colectiva incipiente, de la que había aún tan poca.
Emest Coeurderoy (1825-1862), fue hijo de un médico republicano de Bourgogne; estudió medicina en París desde 1842, fue interno de los hospitales y cuidó los pobres y los heridos de junio de 1848; de republicano exaltado pasó a ser socialista y fue uno de los participantes de la acción de las Escuelas de París, en el 13 de junio de 1849; se refugió entonces en Suiza, en Lausana, y, expulsado de allí, en abril de 1851, va a Londres. Viviendo hasta entonces, y también en Londres, en el ambiente de los demócratas socialistas del 13 de junio, quizá la capa más simpática de la proscripción, no pudo, sin embargo, como Déjacque, soportar la jefatura de los grandes jefes y les lanza reproches hirientes en el pequeño folleto firmado por él y el joven Octave Vauthier (hermano de un prisionero del 13 de junio), La Barriere du Combat (Bruselas, 1852, en junio, 28 págs. en 8o), escrito de verbo y de desafío que le puso en lo sucesivo en el libro negro de todos los matices autoritarios. Fue por lo demás una contribución a la discusión promovida por los ataques furibundos de Mazzini contra el socialismo.
Compuso ya entonces, de acuerdo a una idea concebida en 1849, su libro De la Révolution dans l’ Homme et dans la Societé (Londres, Bruselas 1852, en septiembre, 240 págs.). Viajó por España, por Saboya y por Piamonte, y hace publicar en 1854 en Londres, Jours d’Exil. Premiére partie, 299 págs.; Trois lettres au journal L’Homme, organe de la démagogíe française â l’etranger, 28 págs., y Hurra! ou la Révolution par les Cosaques, en octubre, II, 437 págs.; en diciembre de 1855 aparece Jours d’Exil. Deuxiéme partie (Londres, 1885, 576 págs.), su último volumen, aunque anunció todavía otros escritos, principalmente una segunda y tercera parte de La Révolution par les Cosaques — Les Braconniers ou la Révolution par l’Individu y Le Reconstruction socialiste, lo mismo que una tercera parte de Jours d’Exil. Conocemos, aparte de sus escritos anteriores a 1852, una carta suya a Alejandro Herzen (27 de mayo de 1854), y una declaración, algunos años después, en ocasión de la amnistía de 1859 en Francia, que rehusó aceptar.
Coeurderoy pudo hacer esas publicaciones voluminosas esmeradas y vehementes gracias a los medios de su familia. De una manera o de otra no ha podido continuar haciéndolas, y sin abandonar sus ideas y aunque afectado en su sistema nervioso, sin ser invalidado por una enfermedad, murió en una aldea de los alrededores de Ginebra en 1862 de una manera trágica, tan poco explicada en el verdadero detalle como la muerte de Déjacque, aunque he podido ver la casa y hablar con una persona que vio desarrollarse esos acontecimientos. Lo que es seguro ahora es que su madre, que veneraba su memoria, pero que vio que nadie se interesaba por su obra, quemó al fin de su vida los papeles y lo que había reunido de sus publicaciones, una cantidad considerable. Eso ha contribuido a su rareza extrema, pero todo lo escrito hasta diciembre de 1855 ha sido vuelto a encontrar y yo mismo he publicado una reimpresión de los Jours d’Exil (París, 1910-11; Bibliotheque sociologique, vols. 44, 45 y 46), con una larga biografía, que es el resumen de un manuscrito más detallado. El enigma de su vida de los años 1856 a 1862 {Ginebra) y si hay alguna publicación todavía no encontrada, queda por explorar. Fue el primer anarquista que ha podido hacer amplias publicaciones sin ninguna restricción y eso en los años de plena reacción.
Hay en él partes de utopía anarquista comunista, otras de miseria social opresiva, otras de fustigación a la autoridad del sistema presente y a la ambición democrática y socialista, otras de fraternización de los pueblos y observación de su vida tan diferenciada por territorios. Coeurderoy estaba desde 1849, viendo las derrotas populares, bajo la influencia de una idea, que ha hecho posible que se interpretara superficialmente y mal, pero que hay que saber comprender y poner en el puesto que corresponde. Viendo la impotencia popular, buscaba una palanca de destrucción de la sociedad y la vio en una catástrofe de guerra aplastante, esa invasión de los cosacos, de que entonces se hablaba tanto y que él no rechazaba, sino que la habría saludado como un romano, desesperado por la decadencia de Roma, habría podido saludar un rejuvenecimiento, una fusión de razas, por las invasiones de los bárbaros. En esa Europa trastocada así, veía llegado el tiempo para la destrucción de la autoridad (Les Braconniers ou la Révolution par I’Individu; probablemente la guerrilla antiautoritaria), y sobre el terreno desbrozado así, tendrá lugar la reconstrucción socialista en solidaridad, fraternidad y libertad completa para llegar a la belleza de sus sueños utópicos. Joseph Déjacque, en 1859, escribió que los bárbaros de esa invasión serían los trabajadores y campesinos europeos mismos; de París, Londres, Roma, Nápoles, el torrente destructor comenzaría su inundación. Presintió esas fuerzas que la Internacional, desde 1864, trató de levantar, que el sindicalismo revolucionario asoció en proporciones mucho más grandes, que, en fin, en nuestros días tendrían bastantes buenas razones para levantarse por sí mismos uno de estos días... Pero hay que observar bien que Coeurderoy, estableciendo las tres etapas mencionadas —crisis catastrófica, guerra a la autoridad, reconstrucción— no salta a las estabilizaciones, como se hace hoy (Estado socialdemócrata, dictadura bolchevista, régimen sindicalista universal). Mantiene la continuidad de la evolución; la catástrofe no crea más que las posibilidades de acción —cuando se lucha por extirpar la autoridad—, y luego se coordina y reconstruye.
Al examinar de cerca los escritos de Kropotkin, se ve que él insiste también sobre ese período de 3 a 5 años (cifras imaginadas sobre los años 1788-1793 de la revolución francesa), cuando después del acto inicial, el ascendiente ganado por el pueblo, las instituciones autoritarias serían incesantemente combatidas y la idea anarquista entraría en la conciencia de todos. Ni Bakunin ni Malatesta habrían diferido de esa opinión, y sólo interpretando superficialmente algunas observaciones de Kropotkin (si en veinticuatro horas, como dice el viejo Blanqui ... ), se ha podido saltar a la conclusión que el comunismo anarquista podrá ser improvisado de lleno, como por un golpe de varita mágica. Desbrozar el terreno por un cataclismo que destruya el viejo orden, prepararlo y sembrar la idea a manos llenas, y luego, como cosecha, reconstruir —tales fueron las ideas ya de Coeurderoy—, así como veinticinco años después las de Kropotkin y otros.
Proudhon, Bllegarrigue, Coeurderoy, Déjacque, esos cuatro hombres presentan una bella obra anarquista para los años desde 1840 a 1865. ¡Pero qué aislamiento entonces! Estaba además Pisacane, que fue muerto, y Pi y Margall, que no continuó su trabajo inacabado de 1854. Bakunin estaba en la fortaleza, Elíseo Reclus en los países tropicales, Max Stirner murió (en 1856) y los individualistas de Modern Times se desinteresaban de los demás libertarios. ¡Y cuántos enemigos e indiferentes, todos los socialistas, todos los trabajadores, con pocas excepciones! Y sus propios amigos y camaradas, ¿qué han hecho por Coeurderoy y Déjacque, que habían afrontado la enemistad de todos por sus ideas y su crítica libertaria? Es un hecho verificado por mí que los militantes y las publicaciones de la Internacional los ignoraban, aunque hormigueaban en los mismos centros de propaganda que los camaradas de esos hombres (Londres, París, Ginebra, Bélgica). Si se dice que fueron hombres de otra generación, cuarentiochistas, tales fueron también muchos militantes de 1860-1870 y sus periódicos fueron bastante pobres a menudo para que páginas de esos autores les hayan sido inútiles. Se era en extremo pobres entonces en literatura, no conociendo más que a Proudhon y juzgando el comunismo según Cabet y la Biblia, cuando no se tenía más que contemplar sus expresiones libertarias en Déjacque y Coeurderoy. Yo sé que por algunos pasajes de ciertos autores (S. Engliinder, Rittinghausen, G. Lefrançais, B. Malon, etc.), se podía llegar a los rastros de estos hombres, pero sus escritos mismos, la tradición oral sobre ellos, algunos documentos dispersos, todo eso fue hallado solo mucho más tarde, comenzando por la década 1880-1890 tanto por el azar como por un esfuerzo continuo de cuatro o cinco personas, entre ellas Jacques Gross, Bernard Lazare, Pouget, Otto Karmin y yo mismo (desde 1889) con la ayuda de algunos viejos como Lassasie, Lefrançais, Vésinier y otros. En fin, ese esfuerzo se ha hecho, aunque no con la amplitud que yo desearía hoy; pero es demasiado tarde ya: la muerte de los hombres y la muerte también de tantas acumulaciones antiguas, incluso de colecciones más recientes, ha roto esos lazos con el pasado.
Los orígenes anarquistas en España, Italia y Rusia; asociaciones catalanas; Pi Margall; Pisacane; Bakunin. Vestigios libertarios en otros países europeos hasta 1870
El anarquismo en los grandes países discutidos hasta (Francia, Inglaterra, Alemania, Estados Unidos), es como fenómeno que forma parte de la evolución humana progresiva, sea el resultado directo de la humanización liberal que termina en el siglo XVIII, sea, después del peréodo glacial autoritario (para expresarme así), que comienza en 1789 y que continúa aún, una de las formas y la más acentuada, de la continuidad de ese espíritu, de su reanimación con más experiencia y energía, pero en proporciones todavía muy pequeñas en el siglo XIX.
Si otros países han sufrido otra evolución general, la idea anarquista, o bien se desarrollará naturalmente de otra manera o será implantada imitativamente y entonces el desarrollo será diverso.
El anarquismo ha alcanzado hoy (Aquí el autor se refiere a la época en que escribió este libro), su mejor desarrolló en España; las raíces históricas en este país habrán sido, pues, diferentes, relativamente, como en los otros grandes países, y sería interesante poder examinarlas. Sería preciso saber discernir los elementos que la cultura internacional aporta desde el siglo XVI, lo que las propagandas imitativas (sobre todo la influencia francesa), han producido y lo que es original del país, un trabajo que, por lo demás, habría de hacerse para cada país.
No pudiendo entrar aquí en el detalle histórico y estando muy imperfectamente informado, por lo demás, diré sólo que, por su configuración, la península ibérica no favorece ese estatismo centralizador, que en los otros grandes países europeos ha sido el producto temporariamente inevitable de necesidades económicas. El estatismo en España ha sido siempre de puro sello dominador y para proteger la continuación del feudalismo económico, de la manumisión feudal sobre una parte tan grande de la tierra; además para proteger la gigantesca empresa américo —latina— española de los siglos XVI, XVII y XVIII. El estatismo español para el pueblo no fue nunca más que el régimen administrativo, judicial, militar y, por el clero, religioso, que le mantenía en sumisión forzada y le tomaba lo que podía tomar, en hombres (militares), impuestos y beneficio garantizado a los propietarios. Había con eso esta ventaja para el pueblo de las ciudades y de los campos, que pudo conservar sus tradiciones autonómicas y federalistas y que no concibió ese amor a la grandeza del Estado que alimenta el autoritarismo, a excepción siempre de muchos adoctrinados, fanatizados, interesados, que se convirtieron en el personal ejecutor del Estado, esa clase de perros de guardia que existe en todos los países. Había esta otra ventaja, que la gran unidad nacional inspiraba al menos ese sentimiento de sociabilidad que se expresa por federación y asociación y no dejaba echar raíz a las corrientes de la atomización de la vida social y de la relegación de los hombres en pequeñas unidades asociales.
Sobre tales bases aproximadamente, el desarrollo local fue muy diferenciado, a lo que se agregan las diferencias naturales del norte y del mediodía, acercadas y no menos separadas en ese territorio como en ninguna parte. Elíseo Reclus dice que el principio de la federación parece escrito sobre el mismo suelo de España, donde cada división natural de la comarca ha conservado su perfecta individualidad geográfica. Semejantes condiciones han hecho nacer el federalismo en Suiza. Pero las manos de la Corona de Castilla y de la iglesia católica pesaron sobre todo eso durante los siglos de los espíritus en Europa, y el sentimiento popular no pudo expresarse más que en revueltas locales y por su aversión inquebrantable contra el Estado y todo lo que a él se refería. España no tuvo siglo XVIII liberal ni revolución francesa, y su socialismo, que han esbozado algunos pensadores del siglo XIII al XVIII, es sobrio y realista, superando raramente el colectivismo agrario y muy raramente pudo ser —como se hizo por Martínez de Mata, en Sevilla, en el siglo XVII—, objeto de una propaganda pública. Pero la rebelión agraria estaba siempre en incubación; el pueblo sabía lo que quería. Las ideas sociales de la revolución francesa no aportaban, pues, nada nuevo a España; sus ideas humanitarias fueron en Francia misma relegadas bien pronto por el gubernamentalismo a ultranza, que no decía nada a España, que tenía bastante ella misma, y bien pronto entre los dos países continuó esa guerra de tantos siglos que culminó en la conquista francesa, la cual encontró esa resistencia tenaz y encarnizada que marca el comienzo del fin del Imperio de Napoleón I (1808).
Cuando las esperanzas de un régimen soportable (la Constitución de 1812), fueron frustradas, el absolutismo fue atacado por la revolución constitucional de 1820, sofocada por el ejército de la fe francés en 1823, que restableció el orden tal como lo comprendía la Santa Alianza de los Reyes. Desde entonces, virtualmente después de la restauración en 1814, hubo lucha contra la monarquía, con algunos intervalos de liberalismo moderado, e incluso República, sobre todo los años 1854-56 y de 1868 a 1874, y en fin, la caída de la monarquía el 14 de abril de 1931 y una República que dió muy poca satisfacción al pueblo desde ese día. Esa lucha se hizo igualmente contra, todos los nuevos acaparadores del poder central, militares y políticos, y así fue elaborada la concepción federalista y se convirtió en la palabra de unión popular, la República Federal. Estas ideas, a veces, no siempre, acompañadas de sentimientos de justicia y de equidad sociales, fueron la concepción política de la parte verdaderamente despierta del pueblo español y su intérprete más reconocido fue Pi y Margall (1824-1901), cuyo libro La reacción y la revolución, publicado durante el intervalo progresista (1854-1856), ha sido mencionado ya, así como sus traducciones de Proudhon (1868-70). Se vio impedido entonces, por la reacción que había vuelto al poder, para completar ese libro con su parte social; más tarde tampoco lo acabó. La Federación. (Barcelona, 12 de junio de 1870), el órgano de la Internacional, pone de relieve este hecho, y las cosas quedaron allí. Como jefe del partido federalista, Pi y Margall no ha querido probablemente dividir ese partido exponiendo sus ideas sociales personales, que habrían sido rechazadas por la parte no socialista de su partido. Ha elaborado en detalle la aplicación territorial del federalismo en Las Nacionalidades (Madrid, 1877 —prefacio del 14 de noviembre de 1876—, VIII, 378 págs. en gr. 8o), pero esas soluciones por autodeterminación puramente nacional son muy defectuosas, como sabemos por la experiencia desde 1918-19, si descuidan los factores económicos, o más bien si los pervierten arbitrariamente. La acción federal en 1873, el cantonalismo, fue una iniciativa sobre una escala tan vasta como la Comuna de París y las Comunas en el Mediodía francés de 1870-71 (Lyon, Marsella, Toulouse, Narbonne, etc.), militarmente aplastada también. Si Pi y Margall se había vuelto escéptico respecto a la anarquía y si no ha sobrepasado probablemente la idea del Estado — mínimo, conservó hasta el fin el respeto por las aspiraciones de la anarquía integral.
He ahí el socialismo que correspondía al sentimiento popular del país hasta 1868, cuando las ideas de Bakunin fueron conocidas; y he ahí por qué las corrientes socialistas autoritarias, todas más o menos conocidas por traducción del francés y por algunos adeptos muy activos en España, no crearon nunca verdaderos movimientos allí. El comunismo, como ideal, el principio asociativo de los fourieristas, correspondían a aspiraciones sociales en Andalucía y en Cataluña, y las ideas democráticas fueron rodeadas de socialismo estatista por republicanos de acción social autoritaria en Madrid, etc.; pero todo eso fue pasajero y no dio satisfacción real. De lo que se deseaba verdaderamente —aI menos en los ambientes obreros avanzados de Cataluña— se juzgará por algúnos extractos de El Eco de la Clase Obrera (Madrid; a partir del 5 de agosto de 1855; redactado por el obrero Ramón Simó y Badia, de Barcelona):
Los comunes han sido el golpe más terrible que pudo dirigirse nunca al feudalismo. De ellos han salido las instituciones salvadoras que contienen en germen la libertad de los pueblos, y en ellos está el origen y el manantial fecundo de todas las conquistas políticas. En ellos se han apoyado los Reyes para combatir la anarquía feudal, y ellos son las únicas instituciones que han podido resistir a la tiranía triunfante de los Reyes. Por eso los pueblos han mirado o mirarán siempre a sus municipios como la salvaguardia de sus derechos, como el arca santa de sus libertades.
Toda revolución social para ser posible, ha de empezar por una revolución política, así como toda revolución política será insustituible y estéril, si no es seguida de una revolución social. Por esto los comunes que eran la forma política por donde empezaba el mejoramiento de las clases pobres, debieron multiplicarse. Y en efecto, así sucedió, etc. (Pasado, presente y porvenir del trabajo, por G. N.; 26 de agosto de 1855).
Figurémonos por un momento que en Madrid, en Barcelona, en ValencIa, en Malaga, en SevIlla, en Valladolid, en Tolosa, en todos los centros industriales empiezan a asociarse por una parte los tejedores de seda, por otra los de algodón, por otra los de lino, por otra los cajIstas, por otra los carpInteros, por otra los albañiles, por otra los sastres, por otras, en fin, los operarios de todas las artes y oficios. Constituidas ya en cada pueblo todas estas asociaciones, nombran, por sufragio universal, su junta directiva. Los directores de estas juntas se asocian entre sí y deliberan sobre las cuestiones e intereses comunes. Este centro de directores se pone en comunicación con los demás centros. Los centros de toda una provincia, delegan un individuo de su seno para la formación de un comité provincial que reside en el pueblo más céntrico o más fabril de la comarca. Los comités provinciales delegan otro para la de un comité nacional, destinado a dirigir y a velar por los intereses de toda la clase obrera ...
... La asociación en las asociaciones o sea la asociación organizada en grande escala ...
... En el antiguo Principado (Cataluña), las asociaciones son numerosísimas. Reconocen todas, o por lo menos han reconocido, un solo centro. El comité provincial ha sido allí una realidad y lo es, a no engañarse. Si la organización no es aún ni tan fuerte ni tan vasta como podría, todos sabemos la causa. Todo ha debido hacerse allí a la sombra. El desarrollo de la espontaneidad social ha sido no favorecido sino impedido hasta sistemáticamente ... (Influencia de las Asociaciones, por P. M.; 14 de octubre de 1855).
El mismo P. M. dice (21 de octubre): ... Una vasta asociación, la Iglesia, destruye la esclavitud antigua. Otra vasta asociación, las cruzadas, rompe los muros que nos separan del Oriente. Otra vasta asociación, los gremios, acaba con el feudalismo. Otra vasta asociación, ¿no ha de poder concluir con la nueva tiranía?
M. G. M., discutiendo sobre asociación y libertad, demuestra que son inseparables, que una o la otra, sola, es insuficiente: Nunca la humanidad ha sentido tanto ni tan imperiosamente la necesidad de la armonía, nunca ha deseado con tan ansioso anhelo la fórmula de la síntesis social (De la asociación; 11 nov. 1855).
Cuando los delegados de Barcelona, Joaquín Molar y Juan AIsina, son saludados en Madrid por un centenar de trabajadores, en un banquete, el Eco escribe: ... preveemos el día en que toda la clase obrará bajo la inspiración de un solo centro, de un gran comité nacional compuesto por delegados de los comités de todas las provincias (11 de nov. 1855). Hablando de las provincias, división establecida en 1833, el periódico escribe: ... y el día en que sea España una federación, como está llamada a ser, y será tal vez dentro de no muchos años, prevalecerá la (división) de las antiguas (regiones provincias, arbitrariamente separadas, como en Francia, por la división en departamentos).
P.M. escribe aún: La organización de las demás clases a imitación de la obrera tendrá efectivamente lugar dentro de un tIempo dado. Pero, ¿acaso no ganábamos también en que la entidad gobierno se perdiese en el seno de ese nuevo organismo económico? El gobierno sería entonces el de las mismas clases; la suma de estas, reunidas, compondrían un gran centro directivo. Se realizaba así el bello ideal de los pensadores eminentes de Alemania, ¿habíamos todavía de quejamos? Las consecuencias de esta reforma serían incalculables. ¡Ojalá llegase el día que sucediese lo que algunos temen! (23 de diciembre de 1855).
Este periódico fue publicado para contrarrestar un proyecto de ley odioso contra las asociaciones, del 8 de octubre de 1855, y al reunir firmas de protesta, las cifras alcanzadas en diciembre (Eco del 16 de diciembre), fueron 33,000 de las cuales 22,000 en Cataluña, 4,540 en Sevilla, 958 en Málaga, 650 en Córdoba, 1,028 en Antequera, 1,280 en Alcoy, 1,100 en Valladolid, 600 en Madrid, etc., llegando todavía 800 de las Baleares, etc. Los delegados de Barcelona ante una comisión parlamentaria hablan de 80,000 obreros asociados en Cataluña en julio de 1855 (Eco del 9 de diciembre).
Se sabe que las asociaciones en Barcelona han comenzado en 1840 y continuado abierta o clandestinamente hasta la revolución de septiembre de 1868 y que entonces, en gran parte, se afiliaron a la Internacional y a las sociedades que le sucedieron hasta la C. N.T. Esos votos de 1855-56, con todas sus vacilaciones y sus tanteos, nos muestran, lo pienso al menos, en qué grado lo que dirán la Internacional, la Federación Regional, la C. N. T., existía ya en el espíritu de los hombres de 1855, y se desarrolló pues, de 1840 a 1855, y sobre un fondo que se formó en los años de luchas después de la muerte de Fernando o antes aún. Es el federalismo social, la asociación de las asociaciones (textual solidaridad, es decir, la asociación entre todas las asociaciones; Simó y Badía, en el banquete mencionado; Eco, 18 de noviembre 1855), la síntesis de asociación y libertad (que no puede ser más que el anarquismo socialista), la sociedad económica que sustituirá al gubernamentalismo político, en fin, es esa estructura de comités de oficio, locales, comarcales, nacionales que se elaboró tan cuidadosamente para la Internacional en 1870 y que se elabora aún en nuestros días y que, más débil o más fuerte, es en 1935 la argolla obrera de las relaciones entre los trabajadores, como lo fue en 1855 al menos en sueños de porvenir próximo, que fue en efecto realizado. Se comprende que sobre ese fondo de ideas y de práctica, sobre la lectura de Pi y Margall y de Proudhon además, y sobre la práctica de la asociación, de las huelgas, de la solidaridad probada de las actividades clandestinas y algunas veces de las luchas armadas, se comprende que sobre los militantes de esa especie, el socialismo autoritario no tuviera ninguna influencia, mientras que las ideas del anarquismo colectivista, transmitidas de parte de Bakunin y de sus camaradas, fueron el complemento lógico y bienvenido de lo que esos militantes sentían ya ellos mismos desde hacía mucho tiempo.
En ninguna parte del mundo se habría encontrado esa predisposición en 1868, y ya en 1855; lo que la Internacional ha querido fundar en 1864, existía en España en espíritu y realidad.
En la Italia dividida en Estados independientes y en regiones que forman parte del Austria hasta los últimos cambios en el siglo XIX, en 1870, no había, por decirlo así, nada de todo lo que hemos constatado en España. En 1848 las sociedades obreras comienzan a formarse en el Piemonte, ya partir de 1853 se reunen congresos de tendencias anodinas. Algunos artesanos, pero no las masas populares, fueron activos en los movimientos nacionales, clandestinos o de lucha abierta. Esos artesanos, la juventud, los intelectuales, y una parte de la burguesía y de la aristocracia, fueron participantes activos y simpatizantes de los esfuerzos en pro de la unidad nacional, esfuerzos que desde los orígenes hasta su culminación fueron actividades imbuidas de mentalidad autoritaria, diplomacia, militarismo, guerrilla organizada y con el objetivo del Estado unitario. Los pocos federalistas, los Carlo Cattaneo, Cesare Cantú, Giuseppe Ferrari y otros, no fueron libertarios, aunque Ferrari conoció bien a Proudhon y había criticado la degeneración de los fourieristas.
Sólo el siciliano Saverio Friscia, amigo igualmente de Proudhon y de Bakunin, médico, socialmente un anarquista, habría renunciado en lo nacional voluntariamente a la Italia unificada, si hubiese podido realizar una Sicilia independiente o federada con otras partes de la región italiana.
Pero Carlo Pisacane (1818-1857), repudió tanto los pequeños Estados como los grandes, y para evitar el mal de unos y de otros, concibió la división del territorio italiano en comunas unidas por pacto elaborado provisionalmente por un congreso de las regiones liberadas del territorio nacional y, finalmente por una Constituyente. Los medios de producción durante la lucha, y de vida por asociaciones y comunas, corresponde bastante a las ideas de Bakunin, formuladas en 1866; sólo que Bakunin tendía siempre, como hicieron también los españoles, a interponer provincias o comarcas entre las comunas y la colectividad territorial.
Pisacane, uno de los más valientes combatientes revolucionarios en 1848-49 en Italia (República romana), en su destierro —donde conoció también a Coeurderoy y a Herzen—, a partir de 1851, aproximadamente, se emancipó de la mentalidad autoritaria y antisocialista de los nacionalistas, incluso Mazzini, el antisocialista por excelencia, y dijo ya en un libro de 1852: Italia no tiene otra esperanza que la gran revolución social. En su famoso testamento político (Génova, 24 de junio de 1857), dice que cree que sólo el socialismo, pero no los sistemas franceses, formados todos de acuerdo al género monárquico y despótico predominante en esa nación, sino sólo el expresado por la fórmula libertad y asociación, forma el único porvenir, no lejano, de Italia, y quizá de Europa; he expresado esta idea misma en dos volúmenes, resultado de seis años de estudio aproximadamente... Pero para él mismo, la propaganda de una idea es una quimera y la educación del pueblo algo absurdo; porque ... las ideas se derivan de los hechos, y no al revés, y el pueblo no será libre cuando sea educado, sino que será educado cuando sea libre. Esa finalidad no puede ser alcanzada más que por conspiraciones y tentativas, y corresponde a cada uno hacer su parte de la revolución; entonces la suma total será inmensa. En ese espíritu, Pisacane y otros llevaron la lucha abierta en el territorio del reino de Nápoles, donde la pequeña banda fue aniquilada en lucha abierta contra los soldados en Sapri, el 2 de julio de 1857, siendo muertos Pisacane y otros, y los demás encerrados en las mazmorras hasta la caída del reino de Nápoles por los Mil de Garibaldi en 1860.
Se publicó la obra de Pisacane, Saggi storici —politici— militari sull’Italia en buena edición (4 partes; I y II, Génova, 1858, XX 104 y 179 págs. en 8o; III y IV, Milano, 1860, 188 y 168 págs.); el volumen tercero forma el famoso Terzo Saggio. La Rivoluzione, y el Testamento político está al fin del volumen IV (páginas 150-162}. Creo que el Saggio sulla Rivoluzione no fue reimpreso hasta 1894 (Bolonia, IX, 274 págs.), mientras que el Testamento apareció muchas veces en artículo o en folleto anarquista (la primera de esas reimpresiones que yo conozco es de junio de 1878, en Modena, en L’Avvenire, órgano anarquista).
Los Saggi desaparecieron muy pronto de la circulación, se ha dicho siempre, por maquinaciones de patriotas autoritarios y antisocialistas. Un amigo de Pisacane y participante en la conspiración, que fracasó en Capri, fue Giuseppe Fanelli, amigo de Bakunin desde 1865, el mismo que en 1868-69 transmitió sus ideas en España. Se asegura que veneraba la memoria de Pisacane, y por él, sino por otros antes, Bakunin ha debido conocer la obra de Pisacane, aunque en todos los documentos conocidos, no habla nunca de él. Es todavía más incomprensible que, por ejemplo, el silencio sobre Coeurderoy y Déjacque, sobre quienes los hermanos Reclus, por su permanencia de Londres en 1852, estaban perfectamente informados, aunque los hayan perdido de vista más tarde. Pisacane era un héroe nacional, bien conocido y celebrado como tal, y se asombra uno de que los internacionalistas no hayan sacado su libro de su escondite. Parece que fue imposible, y se cuenta de la alegría de Cafiero cuando, hacia 1880, hizo el descubrimiento de un ejemplar en Lugano. Una veintena de años después, me dirigí a una gran librería italiana en procura de un ejemplar, y se me envió uno enteramente nuevo, y también varios años más tarde, que di a Kropotkin y a Malatesta. ¿Se había levantado entonces la prohibición? En todo caso, hay que insistir sobre estos detalles para mostrar cómo después de Coeurderoy y Déjacque, otro más de los grandes libertarios de 1850-1860 fue privado del efecto de su obra sobre los hombres de la década de años siguientes.
En Rusia, ni las revueltas agrarias, ni el banditismo popular ni el mir (el reparto periódico de las tierras de una aldea entre los aldeanos), ni la aversión de los campesinos contra los funcionarios, tenían un aspecto particularmente libertario, y los esfuerzos de los revolucionarios entre los campesinos han despertado muy pocas fuerzas para la lucha contra el zarismo. Las conspiraciones de los nobles contra los zares eran ante todo intrigas de la Corte, venganzas o codicias. No es sino en imitación de París, primero, y poco a poco, en algunos nobles, por verdadera admiración de las ideas humanitarias del siglo XVIII, que esas ideas fueron al menos respetadas teóricamente por la alta sociedad de entonces y hubo en el siglo XVIII utopías sociales rusas y traducciones de las utopías internacionalmente conocidas; hubo francmasones; Diderot visitó a la emperatriz Catalina, como Voltaire había visitado al Rey de Prusia. El padre de Bakunin, educado en Italia, conocedor de Francia hasta la revolución, volvió con ideas de liberal que palidecieron hasta el conservatismo, pero que tenían, sin embargo, un sello humanitario e hicieron feliz la primera juventud de su hijo mayor, Miguel. Más tarde, los oficiales traían de las guerras en Alemania y en Francia los planes de sociedades secretas antizaristas, y así hubo el primer contacto de los rusos centralistas del norte con los federalistas del mediodía, y por los ukranianos sobre todo fue promovida la cuestión de la convivencia de las nacionalidades. Los ukranianos, que no tenían Estado, y que se quejaban de las supremacías gran-rusas y polacas, que querían englobarlos, enarbolaban el federailsmo de Kostomarof y Shevchenko a Dragomanof y hasta nuestros días. Otros eslavos, en su destierro en París, soñaban con la federación de todos los pueblos eslavos, y Bakunin, en París, que no podía entenderse con los polacos, estatistas por excelencia, que consideraban a los ukranianos, a los bielorusos y a los lituanos como pueblos históricamente sometidos a su dominación; Bakunin, quizá como reacción contra los palacos aristócratas y autoritarios, se sumergió desde 1846 en la fraternización con todos los pueblos eslavos y formuló en 1848, en ocasión del Congreso eslavo de Praga, su Estatutos de la nueva política eslava, una verdadera utopía federalista, pero sin un tenor que se pudiera considerar propiamente libertario.
Bakunin (1814-1876), no puede ser analizado aquí en lo que ha moldeado su esencia, en las múltiples influencias que sufrió, y en su manera de reaccionar contra ellas. Con razón o sin ella, vemos una gran continuidad, a pesar de la diversidad extrema de los ambientes. Un gran ideal, grandes obstáculos a destruir, un grupo solidario a defender, con el cual cooperar, al cual inspirar, sino dirigir, por su inteligencia y su energía y asiduidad particulares —y un ambiente que conocía menos y sobre el cual se hizo ilusiones, sobre el que creía poder contar (o que constituía parte de sus planes, quedando convencido o escéptico)—, con esos dos factores siempre representados por hombres, acontecimientos, situaciones diversas, obró Bakunin toda la vida, desde su juventud doméstica a su período internacional, y ningún revés lo desanimó. Un dios de su imaginación, después los ídolos, los filósofos, le dominaron largo tiempo, hasta que comprendió con Feuerbach que todas esas ficciones son creación de los hombres mismos. Entonces obró como hombre libre, y por el socialismo, que conoce mejor en 1842, permanece en lo sucesivo independiente también, afiliado a ningún sistema. Pero como sobre todo muestran las cartas a su hermano Pablo (1845) y a Georg Herwegh (1848), es profundamente anarquista y profundamente revolucionario. No creo en Constituciones y en leyes; la mejor constitución no podría satisfacerme. Necesitamos algo diverso: tempestad y vida y un mundo sin leyes y por tanto libre (agosto de 1848) Libertad a los hombres, esa es la única, legítima y bienhechora influencia. ¡Abajo todos los dogmas religiosos y filosóficos! No son más que mentiras; la verdad no es una teoría, sino un hecho, la vida misma —la comunidad de seres humanos libres e independientes—, la santa unidad del amor que emana de las infinitas y misteriosas profundidades de la libertad personal (29 de marzo de 1845).
Si se me pregunta cómo con tales concepciones anarquistas puede Bakunin consagrar los años 1846 a 1863 de su vida —desde mayo de 1849 el verano de 1861 estuvo en las prisiones y en Siberia—, a la acción nacionalista eslava, tendría mucho que decir al respecto, pero entre otras cosas esto, que es una prueba nueva de la gran ausencia de hombres libertarios entonces con los cuales hubiera podido cooperar. Llama a Proudhon en agosto de 1848 el único en el mundo político de los literatos que comprende todavía algo, pero si llegase al poder, dice, entonces estaríamos probablemente forzados a combatirle, pues al fin también el tiene su sistemita detrás, pero ahora está con nosotros. Ni en Suiza ni en 1848-49 entre los alemanes y los eslavos, ni de regreso en Londres y en Suecia, en 1862-63, ha encontrado un anarquista, y Herzen y Herwgh, los dos con quienes más libremente hablaba y que comprendian la anarquía (Herzen al menos), eran ante todo escépticos. Solo en los últimos meses de 1863, al abandonar Suecia y Londres, para hacer un viaje por París y Suiza a Florencia, Bakunin comienza a trabajar directamente para inspirar los movimientos socialistas con ideas libertarias, y eso en medio de la sociedad secreta que comienza entonces a formar.
Eso le lleva a redactar sus ideas —y hablaré más adelante de esos primeros escritos en tanto que nos son conocidos —. Recuerdo aún que toda su obra manuscrita de los años 1844-1847, en París, se ha perdido. Preparó ya en 1844 una exposición y desarrollo de las ideas de Feuerbach, que en 1845 parecía haber estado cerca de la publicación con el título Sur le Christianisme ou la Phüosophie et la Societé actuelle, y fue quizá ese manuscrito— u otro relativo al estudio de la revolución francesa, que su amigo Reichel, en casa del cual habitaba, llamó el libro eterno ... en el que escribía diariamente sin terminarlo. Todo eso se ha perdido y surge la cuestión si el gran complejo de ideas que los manuscritos y libros de 1868 a 1873 muestran y que se encuentra ya esbozado en los fragmentos conservados de 1865, tenían por primera base esas redacciones de 1845-47 y tal vez el escrito sobre Feuerbach como origen. Es cuestión de resolver todavía.
En los otros países europeos hay una falta de iniciativa en las primeras expresiones del socialismo, todavís más del anarquismo. Holanda, los países escandinavos, Suiza eran en los siglos XVIII y XIX países relativamente libres, el asilo de muchos refugiados, como igualmente Bélgica, de la que he hablado ya, y donde el socialismo fue muy activo y largo tiempo muy libertario. Sin embargo, respecto de Holanda no se podría mencionar ningún esfuerzo libertario notable antes de los periódicos de la Internacional en 1870-72, y para los países escandinavos igualmente hasta los escritos de Quiding y las cartas de Ibsen hacia los mismos años; ni en Suiza antes de 1868.
Eduard Douwes Dekker (Multatuli; 1820-1887) y S. E. W. Roorda van Eysinga (muerto en 1887), fueron autores de amplio miraje y de crítica antiestatista y antiburguesa incisiva en Holanda. Henrik lbsen (1828-1906), experimentó impresiones socialistas vivas en su juventud en tiempos de Marcus Thrane, y se dice que ha leído entonces unos escritos de Proudhon y de Wilhelm Marr (entonces en Hamburgo, que publicó Der Mensch und die Ehe vor dem Richterstuhl der Sittlichkeit, 1848, y Anarchie oder Autoritát?, 1852) ¿Ha expresado ideas contra el Estado antes de las cartas a Georg Brandes, del 20 de diciembre de 1870, 17 de febrero y mayo de 1871 y la carta contra las mayorías, 3 de enero de 1882, el año de la publicación de En Folkefiende (Un enemigo del pueblo) ?
El primer autor sueco que propuso un socialismo federalista, tal vez comunista (pero que no me atreveré a llamar anarquista, fue Nüs Herman Quiding (1808-1886), en Slutlikvid med Sveriges lag (Liquidación de la ley de Suecia), 1871-73.
En Noruega el novelista Arne Garbory (1851-1924), en sus novelas, primero muy realistas, en Kolbotnbrev, en el pequeño libro Fri Skümisse (Libre separación. Observaciones en la discusión sobre el amor; Bergen, 1888, 99 págs.), en su periódico Fedraheimen (El hogar, de Tonnsett, fundado en 1877), describió bellamente y con precisión la vida autónoma de los campesinos noruegos y la vida de los hombres y de las mujeres libres, y el periódico se hizo, en efecto, claramente comunista anarquista, cuando fue redactado por lvan Mortensen, desde 1883 a 1890, más todavía en su última fase en Skien, cuando fue transformado en cuadernos conteniendo cada uno un folleto anarquista. Garborg modificó su manera de ver y fue al fin de su vida influenciado por las ideas de Severin Christensen, en su libro Retsstaten (El Estado jurídico), publicado en Copenhague. Escribió todavía al respecto en 1923 el artículo Magtstat-rettsstat (El Estado de fuerza — el Estado jurídico). Ese Estado jurídico es para él un Estado mínimo.
Ese Estado mínimo es, como otras doctrinas del máximo de autonomía o del federalismo formal más perfeccionado, lo que muchos hombres benevolentes, pero de corta visión, han propuesto. No hay más que observar, al lado de Herbert Spencer y otros ya mencionados —The Man versus the State (Londres, 1884, II, 113 págs.), es uno de los más característicos de Spencer—, J. Toulmin Smith, Local Self-government and Centralization (Londres, 1851); los escritos federalistas conservadores de Constantin Frantz en Alemania; de L. X. de Ricard (Le Fédéralisme, París,1827), de Roque Barcia, en España, de Edmond Thiaudiere y tantos otros. Son excelentes consejos contra la centralización, contra el Estado mismo, pero al fin se es invitado a confiarse, sin embargo, a ese Estado, y esa falta de confianza en la libertad quita la fuerza a toda la argumentación.
La autoridad es además impugnada en muchos escritos de buena literatura como los de Claude Tillier, Charles De Coster, Gustave Courbet, y, en suma, por el buen panfleto, la sátira, la caricatura, la comedia de todos los tiempos, por todo el género irrespetuoso. ¿A quién no fueron siempre odiosos el Estado, las leyes, los funcionarios, los impuestos, las órdenes y las prohibiciones? Cada cual hace lo posible por pasarse sin todo eso, pero muy ilógicamente lo cree necesario para su vecino.
En suma, para el período descrito hasta aquí la idea anarquista ha tenido defensores múltiples y variados, que se manifiesta en tantas condiciones diversas, que es una evolución natural, no una propaganda artificial e imitativa. Desde 1760 a 1860 los Dúlerat y Lessin, Sylvain Maréchal, Godwin, Warren, Proudhon, Max Stirner, Elíseo Reclus, Bellegarrigue, Caeurderoy, Déjacque y Pi y Margall, y los trabajadores catalanes asociados, además Miguel Bakunin y Pisacane, no es poco en hombres de relieve que lanzan claramente su desafío a la autoridad.
Los orígenes del colectivismo antiautoritario en la Internacional; y en los grupos formados por Bakunin desde 1864, en los años 1864-1868 (otoño)
Por la guerra de Crimea (1854-56), la iniciativa política napoleónica, quebrantada en 1814 y en 1815, fue establecida sobre el continente europeo. Con Rusia, también Alemania y Austria fueron puestas fuera de combate, habiendo afirmado su neutralidad y por ello, especialmente Austria, sobre la cual creía Rusia poder contar, se captó la enemistad de Rusia, sin ganar de ninguna manera las simpatías de las potencias occidentales. El Piemonte tomó parte en la guerra y la cuestión de las nacionalidades quedó abierta; en 1859 ya hubo la guerra del Piemonte y de Francia contra Austria, victoriosa. Entonces siguió un rápido engrandecimento del poder piemontés, que en Italia —a la que Napoleón III habría querido ver compuesta de principados dependientes virtualmente de Francia, con nuevos Bonaparte y Murat, como príncipes—, se convertía al contrario en el reino de la dinastía de los Saboya y en una gran potencia que, naturalmente, no pensaba en ser una dependencia francesa después de haber sacudido el poder de Austria, que pesaba sobre ella desde 1815. Esta situación dio a Alemania y también a Austria una pausa, y la Francia imperial, alarmada por el despertar popular que mostró el garibaldismo la epopeya de 1860, no dio todo su apoyo a la insurrección polaca, el segundo acto del nacionalismo, sin desalentarla por eso y estalló en 1862 para extenderse en 1864. La cuestión de Schleswig — Holstein, sustraída a la ingerencia de las otras potencias y decidida por la guerra de 1864, es el primer acto de independencia alemana; la enemistad de Inglaterra le es segura en lo sucesivo, y Francia e Inglaterra se aproximan de nuevo, habiendo estado un poco divididas a causa del favor que Inglaterra prestaba a la nueva Italia. Garibaldi, recibido en Londres en triunfo por el pueblo, en 1864, es avisado sutilmente por el gobierno inglés para que abreviase su permanencia y parte de inmediato.
En esos años excitados en los que fue atenuado en todas partes el régimen de la reacción, porque los gobiernos execrados desde la contrarrevolución de 1848, tenían necesidad del concurso del pueblo para las guerras que iban a venir, y el nacionalismo, que la democracia burguesa aceptó ávidamente, fue el medio que debía reconciliarla con los pueblos. Pero los trabajadores y los socialistas, los hombres de 1848 en adelante, y las jóvenes generaciones, veían llegado el tiempo para reanimar sus movimientos, fundar sus organizaciones, y en ese ambiente de relaciones y reagrupaciones frecuentes entre los Estados que obraron como amos del mundo, hay que asombrarse de que también los trabajadores, en fin, pensasen en ponerse en relaciones entre sí, internacionalmente. Se hizo muy lentamente, entre 1862 y 1864, sólo entre algunos núcleos de Londres y de París, entre algunos hombres que se dedicaron a ello directamente, para hablar de un modo exacto, y que triunfaron de las inercias, pesadeces, intereses de partido, envidias, etc., de hombres más influyentes que fueron directores de las organizaciones y que tomaron buen cuidado de no ligarse a un asunto más que cuando el éxito estaba asegurado. Esta es la verdadera historia de esos orígenes de la Internacional, establecida por la documentación íntima. Para las pocas grandes reuniones públicas, cuidadosamente preparadas, se tenía siempre buenos oradores y un público aclamador entusiasta, pero que no tenía nada qué decir, y después las cosas se hicieron en pequeño cónclave, llevando meses y meses, fracasando casi en las susceptibilidades, vanidades, etc., hasta que resultó por fin esa reunión del 28 de septiembre de 1864, en la cual muchos nombres preparados de antemano fueron aclamados, y así el gran grupo director, el Consejo central (más tarde Consejo general), fue constituido y se reclutó en lo sucesivo por cooptaciones; los congresos generales le confirmaron siempre la confianza.
En el comité inglés que recibió a los delegados franceses, conducidos por Tolain, en el mitin de Free Masons Tavern, el 5 de agosto de 1862, estaba el viejo Ambrose Caston Cuddon, el anarquista individualista inglés (v. cap. III), que había saludado también a Bakunin en enero, en nombre del Comité de un periódico obrero, The Working Man, publicación indiferente, al lado de la cual existía en 1862 The Cosmopolitan Review, donde Cuddon escribía también. En la reunión del 5 de agosto, Cuddon fue uno de los oradores; de su discurso no se ha sacado más que la observación que el problema social podría fácilmente ser resuelto si los hombres echaban a un lado toda hipocresía, observación no inútil, considerando que se necesitaron todavía dos años antes de formar el Consejo del 28 de septiembre de 1864, y que lo primero que hizo Tolain desde 1862 fue dejar a un lado esos socialistas que le habían recibido para tratar ante todo de aliarse a los tradeunionistas. No lo consiguió, y los socialistas autoritarios franceses, en Londres, intervinieron e hicieron el trabajo real de preparación, con ayuda de las pequeñas logias masónicas avanzadas de 1850 y 1858, que reunían socialistas internacionales; tenía también relaciones en París que desagradaron a Tolain, de suerte que todo avanzó lamentablemente y cuando la sociedad fue fundada, esas mismas divergencias desgarraron su Consejo central, todavía largo tiempo. Marx no tenía nada que ver con todo eso; se le invitó ala reunión del 28 de septiembre, los últimos días, se informó, asistió y fue aclamado miembro del Consejo central provisorio. No es sino cuando los primeros documentos de la sociedad fueron redactados que su talento se impuso fácilmente sobre los hombres de buena voluntad, pero de experiencia y de talento mucho menores que el suyo. Puso entonces lo que le pareció más importante de sus ideas propias en esos documentos, lo que le fue fácil, porque los demás no conocían esas ideas y las conclusiones que él sacaba —era poco conocido entonces—, y tomaban por buen socialismo general lo qué para él fue un sistema bien personal. Obtuvo así un ascendiente erudito, literario, de energía y de habilidad personales, de brusquedad también, que no le valió muchas simpatías y que fatigó a todos con el tiempo, pero que produjo trabajo útil a la asociación; y los otros miembros, todos autoritarios, no observaban de cerca por su autoritarismo especialmente intenso; fue, pues, la servidumbre voluntaria de los otros lo que afirmó su posición.
Después de una quincena de años sin vida socialista pública, de proporciones apreciables, hubo, en cuanto a la mentalidad social de los trabajadores, casi en todas partes nada, y viejos y jóvenes militantes, sobre la base de algunas sociedades socialistas obreras y de organizaciones de oficio, que llevaban todavía una vida aparte, han improvisado entonces las secciones de la Internacional. Un trabajo de paciencia y de abnegación, que se volvía más fácil cuando se había hecho el comienzo y la asociación ganaba en prestigio. Los militantes, cualesquiera que fuesen sus convicciones socialistas personales, no podían hacerlas penetrar en las secciones más que gradualmente o nominalmente, y de ahí resulta la extrema moderación que caracteriza las conferencias y los congresos hasta 1867. La política del Consejo central o general era la de sacrificar los avanzados a los moderados, siempre que estos últimos tuviesen organizaciones numerosas. Se desembarazó de los franceses violentos de la emigración y se tomó a Tolain y a los organizados de París. Respecto de los tradeunionistas ingleses se estaba contentos con afiliaciones puramente nominales. En efecto, algo como más tarde la Internacional sindical de Amsterdam (Legien — Jouhaux), y lo que se llama la segunda Internacional, los partidos socialistas políticos nominalmente asociados, era ya el objetivo de la Internacional de Londres, desde los primeros años, según sus verdaderos dirigentes.
La causa libertaria tenía entonces un pie firme solamente en Bruselas, en Le Peuple, asociación de la democracia militante y su órgano La Tribune du Peuple (Bruselas, del 12 de mayo de 1861 al 4 de abril de 1868). El Compte-rendu du Meeting démocratique de Patignies (en las Ardennes; de 26 de diciembre de 1863; folleto de 1864, Bruselas, 112 págs.), muestra esa propaganda y en particular las ideas de César De Paepe (1841-91), joven socialista muy instruído, que profesó netamente la an —arquía, pero que reconoció netamente también la imposibilidad de su realización inmediata y estableció algunas etapas, como la legislación directa por el. pueblo con una suma de libertades garantizadas a la minoría, etc. Tal fue el sistema libertario más razonado formulado en esos años, y los militantes de la asociación Le Peuple, que se transformó pronto en sección de la Internacional— sección local y sección que se dio la misión de ayudar a la fundación de otras secciones en Bélgica —, esos militantes propagaron ideas semejantes, más pronunciadas a menudo que las ideas siempre capciosas y estudiadamente moderadas y circunspectas de De Paepe. A eso se agregó— pero en parte fuera de la Internacional -, un anarquismo más vivo, un proudhonismo revolucionario, expresado por jóvenes franceses y belgas, estudiantes y refugiados, el grupo de la Rive gauche.
Los trabajadores llamados proudhonianos franceses, Tolain y sus camaradas, fueron sindicados ellos mismos, republicanos que buscaban una entrada en la política, enemigos de los republicanos burgueses tanto como de los socialistas blanquistas y otros autoritarios, aceptando económicamente las partes más débiles y anodinas de la obra de Proudhon, que saludó su advenimiento en su libro de 1864, De la capacité politique de la classe ouvriére, publicado como trabajo póstumo en 1865 por Gustav Chaudey. Proudhon fue feliz de ver a los trabajadores comenzar a despertarse, después de 1848, pero si hubiese vivido les habría dado impulsos muy diferentes. Tolain y los suyos dormían sobre los laureles de ese libro, y Marx, que tan vergonzosamente insultó a Proudhon, muerto en su necrología, se puso contento de ver encarnarse el proudhonismo parisién, aparentemente, en esos pequeños espíritus, que le eran útiles para combatir a otros socialistas a quienes odiaba, y contaba desembarazarse después de ellos mismos, igual que hoy los bolcheviques.
Marx creía haber ganado también a Bakunin para la Internacional, haciéndole por propia iniciativa una visita amable, en ocasión del paso de Bakunin por Londres, en el otoño de 1864. Le habría sido útil en Italia, contra Mazzini. Bakunin, absorbido ya por su sociedad secreta, que debe datar de la primera mitad de 1864 y de Florencia, no pensó, en iniciar a Marx, naturalmente, sabiéndole su adversario; le dejó hablar y lo que supo de la Internacional apenas nacida y quizá sobre las esperanzas de Marx, ha debido interesarle, y le prometió su concurso en Italia, sin que se ofreciera en 1865 una ocasión y, no abandonando Italia hasta 1867, las relaciones muy espaciadas con Marx cesaron, sin que hubiese ningún disgusto entre ellos y sin que se hayan vuelto a ver después.
El, Bakunin, consideraba abortados hacia fines de 1863 los movimientos nacionalistas, es decir, llegados entonces bajo el control de los hombres de Estado, de Francia, de Prusia, Rusia, el Piemonte, y puso su esperanza en lo sucesivo en los movimientos sociales que renacían. Viendo la desorientación de las fuerzas democráticas y socialistas, creía obrar del mejor modo obrando sobre ellas por medio de militantes ocultos, que sabrían dirigir y coordinar tales fuerzas y que ellos mismos harían nacer e inspirarían grupos y movimientos más conscientes. Los años 1864 (cuando hace su segundo viaje a Suecia y pasa la última vez por Londres y París) y 1865 (cuando va desde Florencia a vivir a Nápoles y sus alrededores, hasta agosto de 1867), pasan en esos esfuerzos inevitablemente poco esclarecidos. Sabemos un poco de su esfuerzo en Florencia y conocemos su tentativa de proponer sus ideas a la masonería en Italia, a la que pertenecía. Hay también fragmentos de manuscritos, de 1865, las primeras redacciones conservadas de sus ideas, que podría publicar, si hubiese una posibilidad material seria para tal publicación. Estamos, en fin, puestos un poco al corrientes de sus planes por su carta a Herzen, del 19 de julio de 1866, por su resumen histórico en un libro ruso de 1873 y por el programa y los estatutos mismos, in extenso, de la sociedad internacional revolucionaria, redactados en 1866, en marzo, aproximadamente, que he hecho conocer desde 1898 y en traducción alemana casi completa en 1924. En las Werke (Berlín, 1924, vol. III, págs. 8-61), y en mi biografía de 1898, págs. 209-233, se encuentran esos textos — una exposición completa de su pensamiento socialista y revolucionario de entonces, mientras que los fragmentos masónicos (es decir, destinados a ser propuestos a los francmasones), contienen sobre todo su pensamiento filosófico, la crítica religiosa. Tenemos también la aplicación más restringida de sus ideas y proyectos en las impresiones clandestinadas para la organización italiana de esa sociedad internacional, el Programa della Rivoluzione democratico-sociale italiana y los estatutos de la Societá dei Legionari della Rivoluzione sociale italiana (de 1866) y las hojas clandestinas de actualidad, La Situazione italiana, de octubre de 1866, y una segunda hoja, La Situazione, del otoño de 1868. En fin, cartas y esbozos de cartas de 1866 y 1867 y otros materiales recogidos muestran un poco de la vida íntima de esa sociedad internacional que se llama más frecuentemente la Fraternidad internacional.
En el libro italiano mío, Bakunin e l’Internazionale in Italia dal 1864 al 1872 (con prefacio de Errico Malatesta), Ginebra, Edic. del Risveglio, 1928, XXXI, 397 págs. in 8o), esos documentos son reproducidos y discutidos en el volumen Der Anarchismus van Proudhon zu Kropotkin, 1927, págs. 21-50, discute las ideas de Bakunin desde lo que sabemos de sus orígenes hasta 1867, suscintamepte. Asociación y federación son la base de la reconstrucción después de la demolición y la liquidación del sistema presente. Lo que le interesa, no es un porvenir anarquista perfecto, que deja elaborar a los hombres futuros como ellos quieran, sino los fundamentos de la nueva sociedad, esa base que mejor impida una recaída y garantice una evolución progresiva. Por eso insiste sobre un sólido comienzo y no se fía de las espontaneidades ni del azar. Si puedo expresarme así por comparación, se trata de abandonar una casa vieja. Se puede hacerla volar o demolerla a piqueta o salvar algunas partes válidas o abandonarla y construir en otra parte, donde hay variedad, azar e imprevisto; pero si no se quiere vagabundear o vegetar primitivamente, sino construir una casa más sólida, entonces se requieren ciertos trabajos inevitables de abrir la tierra, echar los cimientos, buscar las proporciones, los materiales sólidos, etc.; una buena casa no se improvisa como una choza primitiva sobre la hierba. Con ese espíritu Bakunin, admitiendo todas las formas de la destrucción, es muy metódico para la reconstrucción. Todos los anarquistas que hemos discutido hasta aquí lo fueron — Godwin, Warren, Proudhon, Déjacques, Coeurderoy, De Paepe. Todos, rechazando tanto las dictaduras como desconfiando de las improvisaciones, de las espontaneidades, de las escenas de transformación por golpe de magia, por decirlo así, todos han tratado de hallar no solo el objetivo ideal, sino también los mejores caminos que conducen a él.
A la actividad clandestina o privada de Bakunin se agregó desde febrero de 1867 la acción pública de sus camaradas de Nápoles por la sociedad Liberta e Giustizia, que después de las declaraciones programáticas en febrero y abril, publicó en agosto el periódico Liberta e Giustizia, que apareció hasta comienzos de 1868. No he podido ver nunca ese periódico, que se hizo sin la participación de Bakunin, aunque con su colaboración. El mismo había ido a tomar parte en el congreso de la paz celebrado en Ginebra, en septiembre de 1867, la gran manifestación de la democracia republicana que fundó allí la Liga de la Paz y de la Libertad. Bakunin pronunció un discurso de repercusión; v. los Annales del congreso de 1868, págs. 187-191. Había permanecido en Suiza y fue miembro del comité de esa Liga. Propuso allí sus ideas que, inevitablemente, no fueron aceptadas, pero las redactó para una publicación inacabada e inédita entonces. Es Federalismo, socialismo y antiteologismo (publicado por mí en Oeuvres, París, 1895, págs. 1-205).
El primer texto que hizo conocer al público de entonces las ideas de Bakunin —si se exceptúan sus cartas eslavas, en el periódico italiano—, fue su carta en el periódico-programa La Démocratie (París), en abril de 1868. Después hubo el programa del periódico ruso Narodnoe Dielo (La Causa del pueblo), en septiembre. Después los discursos en el Congreso de Berna, de la Liga de la paz y de la libertad, a fines de septiembre. Después el Programa de la Alianza de la democracia socialista, aparecido algunas semanas más tarde. Hacia ese mismo período redactó proyectos de programa y estatutos de la nueva forma que, según las deliberaciones de los miembros del grupo secreto, debían tomar el grupo o los grupos secretos.
Porque había entrado en el verano de 1868 en la Internacional (sección central de Ginebra), y él y sus camaradas se habían separado de la Liga (25 de septiembre), fundando la Alianza internacional (pública), que quería afiliarse a la Internacional, y en cuyo seno debía existir la Alianza secreta. Pero como lo que se llamaba la Fraternidad (secreta) existía ya, habría sido preciso poner de acuerdo esos dos grupos secretos, de los cuales el uno no existía todavía. Sobre eSo hubo tanteos manuscritos, esbozos de ensayo, y algunos de esos manuscritos han caído más tarde, por un abuso de confianza, sino por varios de tales abusos, en manos de Marx, que los publicó en 1873, fundando sobre ellos una acusación contra Bakunin en el congreso de La Haya (1872), lo que ayudó a hacerle expulsar de la Internacional. Conocemos una cantidad de esbozos manuscritos y de deliberaciones colectivas, etc., de los primeros meses de 1869, lo que muestra que los documentos de 1868 no correspondían a ninguna realidad definitiva, y formalmente, antes de septiembre de 1872, tal realidad como conjunto, como totalidad, no ha existido, sino solo fragmentos incipientes; en suma: hubo la Fraternidad, renovada en septiembre de 1872 como Alianza secreta; pero entre 1868 y 1872 no ha existido una Alianza secreta como conjunto internacional, y la requisitoria de Marx, Engels, Lafargue y Utin es una fabricación desprovista de base, un tejido de ficciones.
La proposición de la entrada de la Alianza pública, como organización internacional afiliada, en la Internacional, hizo estimular a Marx, y al mismo tiempo, casi, cuando Bakunin le erivió una carta de las más amables (22 de diciembre de 1868), escribió sobre él con una hostilidad absoluta a Engels (18 de diciembre; también el 13 de enero de 1869), y desde ese momento se consagra a arruinar a Bakunin en la Internacional — justamente entonces, cuando Bakunin, en Ginebra, comienza su actividad en la Federación románica, en la sección de la Alianza y en L’ Egalité (Ginebra), y en Le Progrés (Locle; Jura neuchatelense), mediante escritos de propaganda internacionalista irreprochables y de bella factura.
Me limito aquí a algunas indicaciones de las fuentes originales para informarse sobre las ideas anarquistas en la Internacional, sobre las personas y los grupos que las representaban y sobre lo que los órganos y componentes de la Internacional, secciones, consejos, congresos, hicieron frente a ellos. Todo esto es abreviado aquí, no por falta de conocimientos sino por abundancia de materiales que impide dar todas las indicaciones y sobre todo dar explicaciones.
En las relaciones de Bakunin para los años 1864 a 1868, se pueden distinguir hombres que se acercan y se separan de él sin sufrir su influencia, hombres que sufrieron su influencia y que no tuvieron una originalidad propia, otros que, seriamente próximos a él, mantenían su independencia, y hombres que, asistidos por su impulso, adquirieron un desenvolvimiento interesante y propio. Los tipos de las dos últimas categorías fueron Elíseo Reclus y James Guillaume, este último en 1869, cuando los hermanos Reclus se separaron ya de Bakunin.
Elías Reclus, profundamente libertario, demasiado escéptico, para poder sentirse anarquista —su tesis universitaria de 1851 había tratado del principio de autoridad (en teología)—, fourierista y asociacionista en espíritu, tomó parte en la empresa cooperativa Le Crédit au Travail, y en las publicaciones L ‘ Association y La Coopération, de París (1864-68), al comienzo un punto de ligazón de los elementos sociales, socialistas y libertarios entre los republicanos, más tarde una especialización infructuosa y sin salida. Elíseo tomó parte en tales esfuerzos, pero expresó también, cuando fue preciso, su pensamiento completo, como en el congreso de Berna sobre la cuestión federalista. Esta amplitud que era propia a los hermanos Reclus, les separó de Bakunin en 1869; Elíseo se acercó de nuevo a él a partir de 1872, como hermano independiente.
La elaboración de las ideas en los congresos de la Internacional fue de las más graduales, puesto que no se quiso proclamar teorías que desagradasen seriamente a una parte importante de la asociación. Había la tendencia socialista autoritaria del Consejo general, que fue, sin embargo, atenuada en consideración a sus miembros ingleses; la tendencia de los proudhonianos anticolectivistas de París y la mutualista-colectivista de De Paepe, que tenía la simpatía de los suizos avanzados (del Jura, etc.), y poco a poco de una parte de los delegados franceses. En cuestiones de libertad, y también de anti-nacionalismo, París y Bruselas estaban unidas contra Londres; en cuestiones de socialismo, de colectivismo, Bruselas y Londres estaban unidas contra París. De Paepe tenía, pues, la dirección intelectual de los congresos; Tolain retrocedió siempre, y los delegados del Consejo general, guiados siempre por las instrucciones de Marx, no llevaban ningún éxito serio a Londres. Marx se enfurecía; su correspondencia sin freno con Engels y con el doctor Kugelmann, nos conserva su estado de ánimo — desestimaba y despreciaba a todos.
Por los informes de la sección de Bruselas, escritos por De Paepe (1867-1868), y las discusiones de los congresos de Lausanna y de Bruselas, por la carta de De Paepe a la Alianza (16 de enero de 1869; la extensa carta de Bakunin a De Paepe, casi un folleto, de fines de 1868, no se ha encontrado aún o se ha perdido, aunque existía en original y en copia); por las discusiones entre La Liberté (1867-1873) y L’Internatiornale (1869-1873), de Bruselas, etc., conocemos por vez primera la combinación del mutualismo con la socialización de la propiedad territorial (De Paepe estaba influenciado por las doctrinas de Colins, Louis de Potter y De Keizer, Het Natuurregt al respecto), luego la socialización también de los medios de producción, el colectivismo integral, como la concepción de De Paepe. Reconoció igualmente ... que todos los Estados políticos y autoritarios, actualmente existentes, deben reducirse a simples funciones administrativas de los servicios públicos, en sus países respectivos y desaparecer finalmente en la unión universal de las libres asociaciones, tanto agrícolas como industriales ... (carta del 16 de enero de 1869 al grupo iniciador de la Alianza internacional, firmada por los diecisiete miembros del Consejo general belga). Esta socialización integral y esa liquidación de los Estados forma la concepción anarquista colectivista, que fue reconocida, en la forma descrita en esta carta, por los principales militantes de Bruselas, De Paepe, Brismée, Eugéne Hins, Verrycken, el francés Paúl Robin y otros.
De Paepe dijo en un informe al congreso de Basilea (1869) que el socialismo científico y el comunismo popular en las formas rejuvenecidas y bajo los nombres nuevos de mutualismo y de colectivismo abandonan su categoría exclusiva y absoluta, se abrazan y se compenetran hoy en la Internacional, en una nueva concepción de la sociedad, una concepción sintética que busca al mismo tiempo garantías para el individuo y para la colectividad.
Tal fue, desde 1867 a 1869, esa elaboración continua de una síntesis de libertad y de solidaridad e inevitablemente el estatismo, el autoritarismo, no tenían nada que ver. Solo hubo una gran diferencia en la apreciación de los caminos para llegar a la sociedad colectivista no-estatista, que fue reconocida como un grado ulterior de evolución social también por Marx, pero solo después del período de la dictadura del proletariado, cuando tras la abolición de las clases, las funciones gubernamentales se convertían en simples funciones administrativas. De Paepe no estuvo nunca lejos de esta manera de relegar la anarquía a un porvenir lejano, solo que propuso llegar a ella por etapas libertarias, no por la dictadura, como Marx. Fue colocado así entre los revolucionarios mencionando, entre algunos belgas, como Eugéne Hins, que buscaban medios de acción directa colectiva, pero no de acción revolucionaria, y entre los autoritarios que, al menos teórícamente, admitían una desaparición del gubernamentalismo, cuando éste no tuviera que defender una clase privilegiada contra la clase desheredada. Eso explica que, brillante todavía en el congreso de Basilea, en 1869, De Paepe se eclipsa por decirlo así después hasta 1874, en que era ya partidario del estatismo moderado (servicios públicos). Había debido admitir, sin embargo, en uno de los informes de 1869, que los trabajadores no tendrán la paciencia de esperar los resultados de una evolución lenta y pacífica que duraría siglos; dicen que han sufrido bastante tiempo y que quieren ver el fin de sus sufrimientos. La transformación de la propiedad no llegará, pues, probablemente, por una evolución ciega y necesaria, sino por la intervención inteligente y razonada de los hombres, no por la evolución, sino por la revolución.
Pero no obstante ese reconocimiento tardío, De Paepe y sus camaradas permanecen doctrinarios y tienen una aversión constitucional a la revolución, desconfían de sus aspectos autoritarios y se sienten alejados del esfuerzo de Bakunin por precisar, intensificar, precipitar las actividades revolucionarias por medio precisamente de esa intervención inteligente y razonada de los hombres, por la Alianza pública internacional (v. carta del 6 abril de 1870); los belgas son un poco quisquillosos, tienen alguna desconfianza contra la Alianza — son también un poco doctrinarios, y la Alianza no encuentra puesto en su doctrina. Eso fue. El doctrinarismo no comprendió la diferencia de las situaciones reales, y el Consejo general belga habría debido decir al grupo de la Alianza, en enero de 1869, que en Bélgica no se tenía necesidad de la Alianza, pero que sobre los otros países no tenía que pronunciarse. En efecto la asociación de los Solidaires, después el Peuple, después la sección de Bruselas y el Consejo mismo, fue un núcleo sólido que tenía la mano sobre el movimiento belga, al lado de otros núcleos en Lieja, Verviers, Gante, Amberes, y la obra de la Alianza se hizo desde largo tiempo por esos grupos de militantes.
Los jurasianos intelectualmente dirigidos por James Guillaume, con trabajadores muy reflexivos y abnegados como Adhémar Schwitzguébel, Auguste Spichiger y muchos otros, estaban en el fondo mucho más cerca de los belgas que de Bakunin y de los parisienses revolucionarios como Varlin. A pesar de las disidencias localmente inevitables con los ginebrinos, por medio de Jung, el secretario suizo del Consejo general de Londres, se habrían entendido, de haber sido dejados tranquilos, como lo estuvieron siempre los belgas. Allí, al menos hasta septiembre de 1874, se estableció entre Bakunin y ellos, esa convivencia basada en el respeto mutuo y en la no-intervención, y sobre esas bases una cooperación amistosa, que habría podido también tan fácilmente crearse entre el grupo de Bruselas y Bakunin. En el Jura, sin la Alianza, Guillaume y los otros militantes estaban tan íntimamente ligados entre sí que no tenían necesidad de lazos aliancistas. Y Bakunin, no mezclándose en nada, pero discutiendo y concertándose con Guillaume, tuvo, como Guillaume, esa influencia que la inteligencia y la experiencia dan siempre. El haber rehusado eso para Bélgica fue una falta de solidaridad intelectual, el rehusamiento orgulloso de un concurso honorablemente ofrecido.
Así las nuevas fuerzas en aumento desde 1864 a 1868 también en la Internacional y los elementos de acción, que Bakunin asoció en el mismo espíritu, en el del colectivismo antiautoritario, no fueron tan solidarias como habrían podido ser, pero, sin embargo, en el otoño de 1868, cuando Bakunin comienza a obrar en el ambiente de los trabajadores organizados, la idea anarquista había adquirido ya un hermoso puesto en la Internacional, superando ese descenso que marca el pálido post-proudhonismo, y no siendo afrontada todavía abiertamente por la idea autoritaria (Marx) que, sin desarmarse, había observado una reserva prudente en los grandes congresos públicos.
Las ideas libertarias en la Internacional desde 1869 a 1872.- La representación del trabajo.- Orígenes de la concepción sindicalista de la sociedad del porvenir.- La comuna de París y el comunalismo.
Entre septiembre de 1868 y septiembre de 1869 (Congreso de Basilea), las ideas anarquistas — colectivistas fueron interpretadas primeramente en España por el viaje de Fanelli a Madrid y a Barcelona, organizado por Bakunin y sus camaradas de la Fraternidad y de la nueva Alianza pública internacional. En ese país las asociaciones de trabajadores no ignoraban la existencia de la Internacional, pero después del año de insurrección política, 1866, las últimas luchas hasta la caída de la monarquía borbónica en septiembre de 1868, eran el problema agudo, y sólo después de esos acontecimientos las asociaciones vuelven a resurgir en pleno y están a punto de —convertirse en dominio de los republicanos federalistas. El secretario para España del Consejo general Paul Lafargue, no ha dejado ni rastro de su actividad, ni hasta entonces ni después. Fue Fanelli el que supo hallar, por intermediarios federalistas, los más avanzados de los trabajadores militantes, los Morago, Lorenzo, Rafael Farga Pellicer y otros, que conocían las ideas socialistas y proudhonianas, que estaban en el corazón mismo de lo que había en grupos de trabajadores avanzados, que eran conocidos de los trabajadores y que tenían la mejor voluntad de luchar por el conjunto de sus ideas, y no de ver reducidos a los trabajadores a ser dirigidos por los jefes del partido federal que, socialmente, eran antisocialistas, o a lo sumo reformistas moderados.
Esos homb!es de los núcleos de Madrid y de Barcelona fueron encantados de conocer el colectivismo antiautoritario y de compenetrarse del socialismo integral de Bakunin, que implicaba la liberación intelectual, política y social —ateísmo, anarquía y colectivismo —. Comprendieron también— y estuvo eso ya, sin duda, en sus hábitos de militantes -, el principio de la Alianza. Las disposiciones de los hombres, sus energías y talentos son diferentes; los unos se dan enteramente a una causa, los otros no hacen más que enrolarse y se desarrollan lentamente. De ahí la Internacional y la Alianza, cualesquiera que sean los nombres que se den a esas dos graduaciones del ritmo de adhesión y de acción socialista. Las relaciones entre los hombres de Madrid y Bakunin no se establecieron entonces; solo Morago se pone en relaciones poco seguidas con la sección de la Alianza de Ginebra, y Celso Gomis vuelve en 1870 de Ginebra a Madrid. Pero de Barcelona, Farga Pellicer y el doctor Sentiñón, visitan a Bakunin y son delegados al congreso de Basilea. Son entonces (agosto-septiembre de 1869), iniciados por Bakunin en el círculo íntimo, y con ellos Bakunin queda en relaciones seguidas; fueron aliados o hermanos internacionales, términos que expresan que entre ellos, Bakunin, y un pequeño número de camaradas semejantes, había confianza, solidaridad, consultas y convenios y a veces planes y acciones y una táctica comunes.
Las cartas y recuerdos para el año 1870 se han perdido, pero en su primera mitad hubo la convocatoria de un congreso constituyente de la Federación española, por los militantes de Madrid (14 de febrero), convocatoria que debió ser retirada ante un voto de los miembros de 153 secciones en 26 localidades, de los cuales 10,930 eligieron Barcelona, 3,730 Madrid, 964 Zaragoza, 448 Valencia, etc., como lugar del congreso que fue celebrado en junio de 1870 en Barcelona. Dos meses antes —unos meses antes del congreso de Barcelona, se lee en la Cuestión de la Alianza, Barcelona, otoño de 1872, declaración redactada por J. G. Viñas—, en abril de 1870 por tanto, en las semanas que precedieron a la votación, decidida en marzo y terminada a fines de mayo, se fundó la Alianza de la democracia socialista, que profesa el programa de 1868 (estructurado diversamente y un poco retocado) y adoptó Estatutos independientes. Esos documentos son publicados en Cuestión de la Alianza, donde se agregaba que la Alianza ni aun comité regional tenía, sino que todas las secciones se comunicaban y se consultaban entre si.
Por estas publicaciones de 1872, que hicieron necesaria la denuncia pública de esa sociedad secreta por los socialistas de Madrid, José Mesa, Pablo Iglesias y otros, bajo instigación de Paul Lafargue, uno de los yernos de Marx (primavera-verano de 1872), se podía ver desde el otoño de 1872 que la preparación del congreso de junio de 1870, esa votación sobre todo, que fue una descaIificación del papel asumido por los militantes de Madrid, había probablemente inspirado o determinado la fundación de la Alianza, una cuestión puramente española por tanto, que los militantes de Barcelona, Farga Pellicer, Viñas, Sentiñon, etc., habrán decidido en ese sentido, con o sin el consejo o el conocimiento siquiera de Bakunin; esto es imposible decirlo; pero lo que importa es que ese método fue realmente aplicado, reconocido práctico y que ayudó a la Internacional a difundirse, a permanecer unida y a hacer frente a las peores persecuciones.
En Suiza, en 1869, la sección de la Alianza de la democracia socialista, en la que Bakunin tomó activa participación, los periódicos Egalité (Ginebra), y Progres (Locle; redactado por James Guillaume), y una parte de las secciones en el Jura, propagan el colectivismo anarquista; después del congreso de Basilea y de la marcha de Bakunin (para Locarno), los socialistas políticos se imponen en Ginebra y llevan la escisión a toda la Federación románica (en las pascuas 1870), lo que llevó más tarde a la adopción del nombre de Federación jurasiana para las secciones anti-autoritarias, organización que persiste hasta algunos años después de 1880.
En Italia, Bakunin y sus camaradas quisieran introducir la Alianza pública y secreta a partir de los últimos meses de 1868, pero no resultó de todos los esfuerzos más que la fundación de la sección de Nápoles de la Internacional, en enero de 1869, que reunió muchos trabajadores, pero a la cual los militantes de los años desde 1865 dieron poca atención y no fue capaz de difundir las ideas ni la organización a través del país. Antes de 1871 no tuvo lugar en Italia un verdadero despertar internacional.
Las actividades rusas de Bakunin se ven, respecto de las ideas (teoría y táctica revolucionaria), en sus escritos en Narodnoe Dielo (La causa del pueblo), septiembre de 1868, los folletos y manifiestos del período de Netchaef, primavera de 1869 al verano de 1870, y el programa de una revista, en ese verano, después de la ruptura con Netchaef. No se pueden discutir esos escritos y cuestiones personales sin entrar en muchos detalles. Es aparte de Netchaef, en 1870 y sobre todo en 1872, cuando Bakunin encontró jóvenes rusos que se preocupaban de las ideas y de la acción libertarias; Netchaef era jacobino y blanquista y quería hacer de Bakunin ante todo su instrumento.
En Francia, en 1869, el colectivismo tomó la primacía sobre el proudhonismo entre los militantes más destacados, sobre todo en Eugen Varlin. Pero la caída del imperio, que parecía inminente, puso en primer plano la acción práctica y la reunión de fuerzas, y los sindicatos se llenaron de miembros. Varlin hacía frente en todas las direcciones, salvaguardando a la vez la independencia de la Internacional y de los Sindicatos (Cámara federal de las sociedades obreras), e impidiendo su aislamiento, tratando también de unir a París y a las grandes ciudades de provincia. De ahí la gran reunión del 13 de marzo de 1870, en Lyon, en ocasión de la cual Bakunin escribió en una carta para los íntimos de Francla: ... Los obreros, ¿querrán una vez más jugar el papel de víctimas (en ocasión de la caída del Imperio)? Abstenerse de toda participación en el radicalismo burgués y organizar al margen de él las fuerzas del proletariado. La base de esa organización está dada: son los talleres y las federaciones de talleres, la creación de las cajas de resistencia, instrumentos de lucha contra la burguesía, y su federación, no solo nacional, sino internacional, la creación de cámaras del trabajo como en Bélgica.
Y cuando la hora de la revolución haya sonado, proclamaréis la liquidación del Estado y de la sociedad burguesa, la anarquía jurídica y política y la nueva organización económica de abajo arriba y de la circunferencia a los centros.
Y para salvar la revolución, para conducirla a buen fin, al medio de esa anarquía, la acción de una dictadura colectiva de todos los revolucionarios, no revestida de un poder oficial cualquiera y tanto más eficaz, la acción natural, libre de todos los socialistas enérgicos y sinceros, diseminados en la superficie del país, de todos los países, pero unidos fuertemente por un pensamiento y por una voluntad comunes ...
Bakunin no tuvo ninguna influencia sobre los militantes de París; incluso Varlin apenas estaba en relaciones con James Guillaume y un poco más con los belgas, y los hombres en Lyon y en Marsella que se habían ligado con Bakunin, le dieron una desilusión completa.
Ante el pueblo, en todos los países, la obra ideológica de la Internacional contaba sin duda poco, y los progresos en miembros dependían para esa asociación sobre todo de su prestigio del momento. Porque llenaba ala vez el papel de partido socialista, de sindicato para la lucha cotidiana y de gran fuerza revolucionaria potencial, y de ahí, para algunos, también de fuerza reconstructiva, hasta ver en ella ya una parte misma de la sociedad del porvenir.
El pueblo no iba tan lejos. Fue contento y deslumbrado cuando vio —estamos en 1867— 70 — los primeros testimonios de solidaridad de país a país, huelgas tenaces sostenidas por algunas sumas llegadas de otros países, los hijos de los huelguistas cobijados en otras partes, obreros extranjeros importados en ocasión de huelgas a quienes se les persuadía a volver a su lugar por los internacionalistas, etcétera. Hubo grandes masacres en Francia y en Bélgica y la entrada en masa de los trabajadores locales en la Internacional. Pero hubo también situaciones en que los trabajadores provocados por el Capital y los que protejen al Capital, habrían querido rebelarse y la Internacional les aconsejó esperar. Hubo huelgas sin desenlace posible y algunas veces demasiado numerosas, que la Internacional no podía ni sostener financieramente ni llevar a buen fin; entonces perdió en prestigio y en miembros. Las secciones eran sindicatos débiles en miembros o temporalmente numerosos (secciones varias), ambientes muy diversos, por tanto, activos o lánguidos, lo que dependía de la calidad de los militantes, del esfuerzo de los centros de propaganda, de la situación y de las cuestiones agitadas. Las secciones no fueron numerosas más que en España y allí también, en 1872, en 1873, en Cataluña y en Andalucía solamente, en el resto raleadas y pequeñas. Además en Ginebra y mucho menos en Bélgica y en el Jura suizo, también en París, si se cuentan las Cámaras de trabajo de los oficios.
Las esperanzas iniciales de agrupar el mundo obrero por millones contra el Capital, no se habían realizado. La elaboración en común de las ideas sociales alcanzó límites en el congreso de 1869; desde ese momento la ruptura teórica trajo también la ruptura personal de las corrientes autoritaria y libertaria (1869-72). La diferenciación no había sido prevista como consecuencia inevitable del progreso de las ideas. Agrupar conjuntos homogéneos no valía la pena; establecer la convivencia de los diferenciados, tal habría sido el problema de hoy, sesenta años más tarde, tenemos aún entre nosotros.
El solo esfuerzo constructor fue promovido en Bélgica por Héctor Denis, Víctor Arnould y otros de la Liberté (Bruselas) a partir de 1867 y sobre todo en 1870; la constitución de los trabajadores al margen del Estado como un parlamento del trabajo, un organismo ligado a la vida económica y que quitaría las fuerzas al organismo político, el Estado. Fue llamado la representación del trabajo y tuvo una viva agitación que la guerra y la Comuna en Francia interrumpen. Sin eso ¿a qué habría podido llegar esa agitación? No habría podido imponer su objetivo revolucionariamente; si se hubiese tenido fuerza para ello, se habría sabido y querido hacer una verdadera revolución. Habría podido, pues, a lo sumo tener alguna legitimación legal del proyecto, lo que habría fundado el reformismo. La representación de intereses especiales, agrarios, industriales, feudales, no fue y no es una novedad en la sociedad burguesa con todas sus cámaras de comercio y tantas otras instituciones que, a menudo, fuerzan la mano a los parlamentarios y a los ministros.
Pero para los socialistas de entonces esa proposición correspondía al sentimiento que expresó, por ejemplo, Eugéne Hins, de Bruselas, en el congreso de Basilea, diciendo que la Internacional es y debe ser un Estado en el Estado; que deja a los Estados continuar su ruta hasta que nuestro Estado sea el más fuerte. Entonces, sobre las ruinas de los Estados, erigiremos el nuestro, ya preparado, ya listo, como existe en cada sección. Es con ese espíritu que hacia la misma época apareció en L’lntemationale, de Bruselas, el artículo, traducido en La Federación, de Barcelona, del 7 de noviembre de 1869. Las actuales instituciones de la Internacional consideradas con relación al porvenir (reimpreso en El Proletariado militante, de Lorenzo, vol. I, págs. 233-38). Comienza: La A. I. de los T. lleva en sí el germen de la regeneración social... encierra en sí el germen de todas las instituciones venideras ...; cuando se establezca en todas partes ... entonces se verá desaparecer como por encanto la vieja sociedad y florecer el orden nuevo que ha de regenerar el mundo ... He ahí el famoso como por encanto, el golpe de varita mágica. Así ... la sección o sociedad obrera es el tipo del municipio, las sociedades de resistencia están destinadas a organizar el trabajo en el porvenir, transformadas en talleres cooperativos, como las sociedades de consumo serán transformadas en bazares comunales, donde estarán expuestos los diferentes productos con indicación exacta de su precio de costo, etc.
Igualmente, César De Paepe había dicho en un informe al congreso de Basilea (septiembre de 1869) ... éstas (las sociedades de resistencia), por su federación y su agrupación organizan al proletariado y acaban por constituir un Estado en el Estado, un Estado económico obrero, en medio del Estado político burgués. Ese Estado se encuen!ra representado naturalmente por los delegados de las corporaciones obreras que, al proveer a las necesidades actuales, constituyen también el embrión de la administración del porvenir... y bien, dada esa situación, podría ocurrir muy bien que un buen día ese nuevo Estado pronunciase la disolución del Estado antiguo, etc.
También Bakunin escribió en un manuscrito de 1871 ... La organización de las secciones de oficio, su federación en la Asociación Internacional y su representación por las Cámaras de trabajo, no crean sólo una gran Academia donde todos los trabajadores de la Internacional, uniendo la práctica a la teoría, pueden y deben estudiar la ciencia económica, producen además los gérmenes vivos del nuevo orden social que ha de reemplazar al mundo burgués. No solamente crean las ideas, sino los hechos mismos del porvenir.
Y Eugene Hins, dice en el congreso de Bruselas: ... Sí, las sociedades de resistencia subsistirán después de la supresión del asalariado, no como nombre, sino como obra: será entonces la organización del trabajo. Será entonces la resolución del libre cambio, operando un vasto reparto del trabajo de un fin al otro del mundo. Reemplazarán los antiguos sistemas políticos; en lugar de una representación confusa y heterogénea, se tendrá la represenación del Trabajo.
En vísperas del congreso de Barcelona (19-26 de junio de 1870) la Federación publicó La representación del trabajo (del 15 al 29 de mayo), concluyendo que es necesario ... fundar, en una palabra, las bases del Estado económico-obrero en medio del Estado político burgués actual ... Con ese espíritu fueron redactados los Estatutos de la Federación española en ese Congreso y habían sido elaborados en la Alianza y, como dice Lorenzo (vol. II, pág., 89) fueron obra en su mayor parte de estudiantes jóvenes burgueses relacionados con los trabajadores asociados de Barcelona y miembros activos de la Alianza de la Democracia Socialista. El relator sobre la organización, fue Antonio González García Meneses, un futuro catedrático, y de los que cita Lorenzo, el más activo fue con toda probabilidad el futuro médico José García Viñas y otro aun ha podido ser Trinidad Soriano. Penetrados de la idea que la organización de hoy debía ser construida de modo que fuera para mañana un organismo del cual cada una de las partes sería capaz de llenar una función nueva importante y más capaz, esos jóvenes camaradas, Meneses en primer lugar, han heho un trabajo de precisión meticulosa, un verdadero código que se encuentra reunido en Reglamento típico aprobado por el primer Congreso obrero de la Región española de la Asociación Internacional de Trabajadores celebrado en Barcelona, el 19 de junio de 1870 (48 páginas en 16o). La conferencia de Valencia, septiembre de 1871, aumentó esos textos hasta formar 88 páginas, la Organización social de las secciones obreras de la Federación Regional Española... y la última redacción, después del congreso de Córdoba, diciembre de 1872, fue publicada en 1873, 96 páginas. Desde entonces el carácter clandestino de la organización (de 1874 a 1881) simplificó o hizo letra muerta más bien tales estatutos, pero la Federación regional (en 1881 y 1882 sobre todo), los volvió a tomar en lo posible hasta 1887-88 aproximadamente, cuando se hizo la crítica de ese modo de organización y de la idea (del embrión) que tenía en su base.
Para el resto de la Internacional esa idea, nacida en el ambiente belga y que Bakunin no intentó desalentar, no tuvo vida real, a causa ya de las situaciones sobrevenidas desde 1870, que fueron desfavorables ala vida teórica y al progreso de la organización. Furiosos por la impotencia para hacer valer sus ideas en el congreso de Basilea contra los antiautortarios (Bakunin, los belgas, los jurasianos, una parte de los franceses y los españoles), los autoritarios comenzaron su ofensiva en favor de la acción política, de la conquista del Estado (y no de su liquidación), lo que condujo, según las oportunidades, a la acción electoral o a la dictadura blanquista. Entre los ginebrinos (contra Bakunin y los jurasianos), los socialdemócratas alemanes, Marx y su partido en el Consejo general, se hace, por una polémica odiosa y por maniobras que abusan de los poderes confiados por los estatutos, esa guerra a la vez abierta y sorda contra los antiautoritarios en la organización. En Francia, las persecuciones generales en mayo de 1870 sofocan la vida de la Internacional hasta septiembre, en plena guerra, cuando la situación general forzó la mano. En Bélgica se asistía pasivamente a los acontecimientos de Francia, y no fue factible una expansión de la Internacional, sino que se produjo una crisis económica que detuvo sus progresos. España también estuvo en crisis en el invierno de 1870-71 (como igualmente el Jura) y en 1871 la Federación Española sufrió sobre todo persecuciones, en 1872 la intriga de Lafargue le causó molestias, y en 1873 sólo ella adquiere grandes dimensiones, para ser desde el verano, después de Alcoy y de San Lucar de Barrameda, víctima de nuevas persecuciones y para ser reducida a una existencia clandestina a partir de enero de 1874. La base de las previsiones de 1869, un acrecentamiento general de la organización tan débil todavía en este año y, a excepción de España, debilitándose y desviándose de esas ideas desde 1870, no existió nunca en la vida de la Internacional de esa veintena de años, desde 1864 a 1884 aproximadamente, y para España, en rigor, 1888.
Esa idea fue vuelta a tomar por al sindicalismo francés, sobre todo en los años de su floración más grande en ímpetu revolucionario, desde 1904 a 1908, y está incorporada a la utopía Comment nous ferons la Revolution por E. Pataud y E. Pougét (París, VIII, 298 págs.; nov. 1909). Es afirmada siempre de nuevo cuando una organización sindicalista está inflada de grandes esperanzas, como los sindicalistas alemanes, al reconstruirse en los años que siguieron a 1918 y los sindicalistas españoles frente a las posibilidades que parecían abiertas en abril de 1931. Es afirmada también en pura teoría, como en el libro de Pierre Besnart, Les Syndicats ouvriers et la Révolution sociale (París, 1930, 349 págs ). Como Bakunin reconoció en 1870, no rehusando su concurso a lo que parecía ser una fuerza viviente, así Kropotkin, cuando la C. G. T. francesa le pareció ser una fuerza real, reconoció la posibilidad de desarrollos parecidos. Sin embargo, ni uno ni otro deberán ser enrolados, en mi opinión, entre los verdaderos adeptos de esa idea, que los que ven en ella un camino único, inevitable, asegurado, en favor de la cual creen útil y necesario abandonar los otros caminos, como hicieron los internacionales de España, los sindicalistas franceses y como hacen ahora los llamados sindicalistas puros.
Tal idea está a la par con cualquier otra previsión, como la del municipio libre o las asambleas llamadas soviets, o el grupo anarquista o la comunidad experimental (el falansterio), que serán el ambiente primordial, en el cual y por el cual la convivencia social libre y las realidades y necesidades de la vida social futura adquirirán mejor su expansión primera. Ninguna de estas y otras modalidades excluye ni refuerza a las otras, y esas cinco o seis fuerzas (está también el aparato de las cooperativas) harán bien en habituarse a trabajar juntas, porque habrá necesidad de todas y además de esa fuerza que ninguna organización podría crear, pero que es indispensable: la buena voluntad, el ímpetu, el buen sentido, la tolerancia mutua y la voluntad.
Para la Internacional, esa utopía sindicalista fue un episodio. En España fue vivamente criticada al fin por sus antiguos adeptos convencidos; se encuentra esa crítica, sobre todo formulada por Antonio Pellicer Paraire en la revista Acracia (Acratismo societario; enero-julio de 1887) y en El Productor. Dejó en todos los países del sindicalismo presente esa molesta consecuencia, que en cada localidad, distrito, país, no habría más que una organización reconocida, exclusivismo que ha llegado a luchas internas y a excomuniones sin fin. Es en suma una dictadura anticipada sobre la humanidad futura y en el curso de la propaganda y de tos arreglos orgánicos presentes, sobre la humanidad actual igualmente. La idea, por bien intencionada que sea, está cargada con ese peso que le creará siempre adversarios, en el presente, y para el porvenir eventual, si puede imponerse en el porvenir.
En la Internacional la guerra franco-alemana de 1870-71 puso un fin a la elaboración de ideas en común por los congresos, y desde septiembre de 1869 (Basilea) autoritarios y libertarios no se han vuelto a encontrar más que como enemigos absolutos, encerrado cada cual en su doctrina. En Bakunin, con el deseo de revolución social, se avivaron en agosto de 1870 sus antiguas pasiones nacionales. Los planes, teóricamente esbozados entonces en escritos en su mayor parte inéditos por largo tiempo, se debilitan al contacto con realidades insuficientes (en Lyon, en Marsella). Se retiró al trabajo crítico, que de las pasiones del día se elevó pronto a su más bella altura filosófica, en los manuscritos fragmentarios sobre el Fantasma divino y sobre todo el que se ha llamado Dios y el Estado. La Comuna de París interrumpió ese trabajo y después de la imposibilidad de ayudarle (en mayo de 1871, en el Jura), analizó profundamente y tomó su defensa y la de todo el socialismo contra Mazzini que les había ultrajado. Eso le valió en fin relaciones italianas múltiples, la Internacional fue seriamente implantada en Italia, completamente conquistada para las ideas del colectivismo anarquista y para la táctica recomendada por Bakunin, y la Federación italiana fue fundada en agosto de 1872. En España se entró en 1872 en un contacto más estrecho con Bakunin. En el Jura, en noviembre de 1871 (circular de Sonvillier) se comenzó la lucha contra los autoritarios, desafiando su conferencia privada de Londres en septiembre. Respecto de Francia, se había acabado con la Internacional, cuya parte autoritaria, se redujo, después de la derrota de la Comuna, bien pronto a algunos refugiados y a una pequeña parte de comunalistas. En Bélgica, el impulso intelectual está por decirlo así querantado, debido al escepticismo sobre la eficacia de los medios revolucionarios que invadió a los intelectuales frente a las masacres de París.
La Comuna de París fue el producto de la concurrencia de factores múltiples, lo que valió una interpretación en favor de ideas muy variadas y no solamente liberales y libertarias. Hubo el antiguo antagonismo entre ciudades y Estados, la altivez de la capital contra un Estado y un gobierno desprovisto de prestigio, degradados en la opinión pública en ese momento (de septiembre a marzo), la agrupación de las fuerzas obreras y socialistas durante el estado de sitio, la cual terminó en una especie de dictadura militar del proletariado armado que se opuso a la dictadura feroz de los generales — había de todo eso mucho más que de sentimiento federalista y menos aún de sentimiento claramente antiestatista y deseoso de reemplazar el Estado francés por la Federación de 40,000 comunas que Eliseo Reclus, en su discurso de Berna (1868), había calificado de satrapías compuestas de obedientes y contribuyentes, poseyendo todas alcalde, consejos municipales, cura y otros funcionarios, todos hasta el guarda campestre ávidos de gobernar a alguien. Había evidentemente todavía más buenas gentes simplemente amigas del progreso y que saludaban el nuevo esfuerzo como una protesta social contra la impotencia y la inhumanidad secular del Estado.
Por sí misma, obstaculizada y llevada al autoritarismo por su situación de defensa desesperada contra enemigos feroces que la ahogaron en sangre, la Comuna fue un microcosmo autoritario, lleno de pasiones de partido, de funcionarismo y de militarismo, hechos que su fin heroico en la muerte puso a menudo al margen de la crítica de los libertarios, pero que fueron sin embargo conocidos y que no pudieron menos de ver de cerca al contacto con numerosos refugiados, por ejemplo en Ginebra. Es sus mejores representantes como Gustave Lefrançais, un viejo comunista de 1848, el antiestatismo era perfecto, pero en el interior de la Comuna preconizada había restos indelebles de gubernamentalismo municipal, local y una desconfianza hacia la anarquía. En una palabra, como exigía la teoría del Estado — mínimo, se tenía ahora la Comuna-mínima, gobernando lo menos posible, pero gobernando, no obstante. Los libertarios que tropezaron con esos comunistas fueron atraídos y rechazados a la vez. La idea de la Comuna fue su sagrario, su gubernamentalismo les pareció opresivo, pero se arriesgaron algunos, sin embargo, como Paul Brousse, y fueron absorbidos, anulados para nuestras ideas, mientras que otros, como Eliseo Reclús, él mismo combatiente de la Comuna y queriéndola mucho, permaneciendo amigo de todos sus defensores, no se dejó seducir por el comunismo y se hizo cada vez más un anarquista que veía claro. Louise Michel, la combatiente más entusiasta de la Comuna, por esos errores, por el autoritarismo que había visto desarrollarse en los mejores, se hizo anarquista cuando en el barco que la deportó hasta 1889, pudo reflexionar sobre lo que había vivido. Otra combatiente, Victorine Rouchy, se hizo también una de las primeras anarquistas comunistas en Ginebra. Bakunin no fue absorbido, fascinado exclusivamente, por la Comuna de París, como otros cuya esfera de visión fue restringida por ese gran acontecimiento. Respecto de Italia y de España, por lo demás, no hubo esa restricción, pero sí en otras partes, y ahí comienza, según mi impresión, una cierta disgregación de la idea anarquista.
La Internacional antiautoritaria hasta el año 1877 (Congreso de Verviers). Los orígenes del anarquismo comunista en 1876 y en 1880.
Es muy triste ver con qué rapidez y despreocupación fue roto el principio de la solidaridad internacional de los trabajadores en y después de los años 1870 y 1871, cuando habría debido mantener su primera prueba. Nacida de una agitación que reclamaba altamente una guerra mundial contra Rusia, indiferente a la guerra de 1866, considerándose superior a los esfuerzos en pro de la paz hechos en 1867-1868, la guerra en sí misma no afectaba a la Internacional; pero la constelación particular de la guerra de 1870-71 y el desarrollo que adquiría, suscitó todas las antiguas pasiones patrióticas. Marx, como muestran textos publicados entonces y cartas publicadas más tarde, era tan antialemán como Bakunin e hizo todo lo posible por fomentar una guerra inglesa contra Rusia y Alemania. Concordaba también, en 1871-72, maravillosamente, en el Consejo general, con los blanquistas, patriotas franceses por excelencia. Aquellos de los socialistas alemanes que estaban en relaciones con la Internacional, eran todos francófilos. Fueron publicados por ambas partes manifiestos conciliadores. Nada en la Internacional podía causar ofensa a los franceses. Pero el hecho mismo que una raza considerada superior (latina) había sido vencida por una raza considerada inferior (bárbaros) fue intolerable para los espíritus apasionados y sus consideraciones raciales no son una interpretación posterior; no hay más que leer el gran libro de Bakunin: Estatismo y Anarquía (Zurich, 1873, en ruso; Obras, Ed. La Protesta, tomo V) y sus dos volúmenes de la serie española Obras, escritos a partir de agosto de 1870 (tomos I y II) para conocer la vehemencia de esos sentimientos de raza. Los tomos III y IV lo muestran en la esfera filosófica, ese mismo invierno, en 1870-71. En Bakunin obraba verdaderamente la cuestión de raza; en Marx obraba un egocentrismo patológico, del cual ningún pueblo es responsable, que le hace reflexionar (carta del 20 de julio de 1870 a Engels que ... su (de la clase obrera alemana) supremacía en el teatro mundial sobre la francesa sería al mismo tiempo la supremacía de nuestra teoría sobre la de Proudhon, etc., un pensamiento innoble de calculador frío; pero, como muestran sus otras expresiones de esa época, ha hecho contra los alemanes entonces todo lo posible y nada por ellos. Pero entonces se estaba tan poco informados unos de otros —las cartas conservadas y los impresos del tiempo lo prueban— que se calificaba a Marx de pangermanista con la misma falta de conocimientos y de escrúpulos que Bakunin había sido llamado paneslavista.
Oigamos todavía una voz retrospectiva sobre esos procedimientos en la Internacional; resume la experiencia de los años a partir de 1871 de su autor. Malatesta escribió, en 1914, en Volonta (v. Le Réveil, Ginebra, 7 de marzo de 1914) sobre la acción de sus camaradas y la propia ... que queremos por una acción consciente imprimir al movimiento obrero la dirección que nos parece mejor, contra los que creen en los milagros del automatismo y en las virtudes de las masas trabajadoras.
Bakunin esperaba mucho de la Internacional, pero fundó, sin embargo, la Alianza, una asociación secreta con programa bien determinado —ateo, socialista, anarquista, revolucionario—, que fue, verdaderamente, el alma de la Internacional en todos los países latinos y dio a una rama de la Internacional su impulsión anarquista, como, por otra parte, las ententes íntimas de los marxistas dan la impulsión socialdemócrata a la otra rama ...
Dice todavía que, aunque se llame a los congresos las cátedras del proletariado ... el que está habituado al fondo de las cosas, sabe muy bien que el ímpetu espontáneo de la masa trabajadora entraba muy poco en ello o nada y que era, al contrario, un pequeño grupo de pensadores y de luchadores el que proponía, discutía, aceptaba ciertas soluciones del problema social; después las propagaba y las hacía aceptar en la masa de los internacionalistas. Y lo que, mucho más que toda otra cosa, causó la muerte de la Internacional, fue, de parte de la minoría iniciadora y dirigente, el haber discutido demasiado la masa y no haber sabido separar las funciones de partido de las propias en el movimiento obrero.
¿Por qué ocultar ciertas verdades hoy, que son del dominio de la historia y pueden ser una enseñanza para el presente y para el porvenir?... Nosotros, que éramos designados en la Internacional con el nombre de bakunistas, y éramos miembros de la Alianza, gritábamos muy fuerte contra Marx y los marxistas porque intentaban hacer triunfar en la Internacional su programa especial; pero, aparte de la lealtad de los medios empleados y sobre los cuales sería inútil insistir ahora, hacíamos como ellos, es decir, tratábamos de hacer servir la Internacional a nuestros fines de partido. La diferencia residía en que nosotros, como anarquistas, contábamos sobre todo con la propaganda y, queriendo hacer anarquistas, impulsábamos a la descentralización, a la autonomía de los grupos, a la libre iniciativa individual y colectiva, mientras que los marxistas, siendo autoritarios, querían imponer sus ideas a fuerza de mayorías más o menos ficticias y por la concentración y la disciplina. Pero todos, bakunistas y marxistas, tratabamos igualmente de forzar las cosas, más bien que confiarnos en la fuerza de las cosas ...
Hasta 1870, Marx había mostrado una cierta reserva. Sabía que había de considerar mucho a los ingleses; no se mezclaba en los asuntos de los belgas ni en los de los italianos (salvo para combatir a los mazzinistas), ni en los de los españoles en la Internacional, y los suizos fueron tratados con mansedumbre por su compatriota Jung, que no quería a Marx. Este se ocupaba, sobre todo, de los parisienses, teniendo a raya a los proudhonianos, descartando a los revolucionarios retóricos (género Félix Pyat) y buscando elementos de un partido obrero sin hallarlos aún. Veía surgir colectivistas independientes, como Varlin, a quien no quería: pero se guardó de buscarle querella. Se interesó mucho por los Estados Unidos, esperando formar allí un partido, y se ocupó de los irlandeses, que podrían dar hilo a torcer a los ingleses. Bakunin le puso furioso por su aparición repentina, su gran actividad desde 1868 y contrarrestó la afiliación de la Alianza pública y difundió su odiosa Comunicación confidencial contra Bakunin por Alemania y una comunicación del mismo género en Bélgica (enero de 1870).
Desde el otoño de 1870, se agregó a eso la agresividad brutal de Engels, que trató de arruinar la obra de Bakunin en Italia por medio de Cafiero, y en España por Lafargue. Envenenó todas las cuestiones en litigio, se apoderó, por medio de Utin, de un ruso, de lo que éste pudo recoger en documentos sobre los proyectos concernientes a la Alianza secreta y sobre los manejos de Netchaef, y se instruyó sobre ello un proceso, comenzó en la conferencia de Londres, continuado por un folleto-circular sobre las Pretendidas escisiones en mayo de 1872 (por Engels), culminando con esa encuesta secreta en el congreso de La Haya, en septiembre, y dejando como monumento de ignominia el folleto sobre la Alianza publicado en agosto de 1873. Marx y Engels, en todo eso —como se puede demostrar en detalles ahora— obraban con esa falta de honestidad espantosa que es propia de todas sus polémicas, con materiales insuficientes que, según su hábito, completaban con afirmaciones y conclusiones arbitrarias, que sus adeptos han tomado por resultados reales, mientras que son lamentables malentendidos, errores y perversiones sin escrúpulos.
Del lado antiautoritario, tenemos, sobre todo en lo que se refiere a estos asuntos, la documentación directa reunida por James Guillaume en el Bulletin de la Federación jurasiana (en 1872-73); en la Mémoire de esa Federación (Sonvülier, 1873, 285, 193 págs.), y el todo, con una masa de explicaciones en los cuatro volúmenes, L’lnternacionale. Documents et Souvenirs (1864-1878), París, 1905-1910, un conjunto de 1,322 grandes páginas. Bakunin escribió mucho entonces, que no publicó, queriendo hasta el último momento procurar un arreglo entre camaradas de todas esas diferencias. En general, sería preciso consultar, sobre todo ese período, su carta al Réveil (París), octubre de 1869; las tres conferencias en el Jura, mayo de 1871; El principio del Estado, un fragmento; los escritos de 1871 concernientes a la sección de la Alianza en Ginebra (1869-1870; la Respuesta de un internacionalista a Mazzini (en italiano) y la Théologie politique de Mazzini (en francés) en 1871; la gran carta a Celso Cerretti, en marzo de 1872, después de la muerte de Mazzini, y muchos otros textos y fragmentos concernientes a Italia (1871-1872); la larga carta a los jurasianos, de la dimensión de un pequeño libro, inédita, de los primeros meses de 1872; la carta a Anselmo Lorenzo, en marzo, y las cartas concernientes a la Alianza en España (fragmentos manuscritos de 1872); respecto de la Alianza, también las cartas a Albert Richard y un capítulo del libro ruso El desenvolvimiento histórico de la Internacional (1873). Todavía manuscritos del otoño de 1872 sobre la Internacional, después del congreso de La Haya (Oeuvres, III y IV) y el gran libro Estatismo y Anarquía (en ruso, 1873; 308 y 24 págs.). En fin, en ocasión de su retiro de la Internacional, las dos cartas publicadas en el otoño de 1873. Con todo eso, su correspondencia con Herzen y Ogaref, publicada en 1895 (en alemán) y en 1896 en texto ruso, es muy instructiva.
En la actividad personal de Bakunin, en 1871, están principalmente los encuentros con sus amigos y camaradas en Florencia (abril) y en el Jura (mayo), la lucha contra Mazzini y numerosas relaciones italianas nuevas; en 1872, relaciones con Cafiero, los rusos y otros eslavos de Zurich, visitas al Jura, la constitución de la Alianza de los socialistas revolucionarios, en Zurich, y el congreso internacional de Saint-Imier (Jura), en septiembre; en 1873, los libros rusos; relaciones con los delegados del congreso de Ginebra (en Berna); después comienza el año de la Baronata; a partir de diciembre de 1873, la preparación de la insurrección italiana (agosto de 1874). En fin, en septiembre de 1874, varios de sus camaradas más íntimos se separaron de él, acción muy deplorable. Desde entonces, desde esa época hasta su muerte, el 1 de julio de 1876, no militó más.
Se ve que no es fácil documentarse exactamente sobre Bakunin desde 1871 a 1874, sobre todo cuando un número de textos, que habrían figurado en las Oeuvres (París) si hubiesen sido publicados los tomos VIl y siguientes, no son todavía accesibles más que por los numerosos extractos que yo he dado en mi biografía (1898-1900). Desde 1914 a 1935, sin embargo, nadie ha tratado aún de hacer posible la continuación de la edición de Oeuvres en texto original francés, muy pocos que yo recuerde, han tenido siquiera la curiosidad de tratar de informarse sobre lo que habría de entrar todavía en tales volúmenes nuevos. Para los hechos de La Baronata, es fácil hallar el relato y las interpretaciones de Guillaume en su lnternationale; sin embargo, tengo que agregar aquí, también, que su punto de vista me ha parecido siempre parcial y que sería preciso conocer el conjunto de los documentos conservados antes de formar una opinión independiente. He publicado el texto completo de la Memoria justificativa del verano de 1874 en el Suplemento de La Protesta, con algunas anotaciones. Naturalmente, hay que guardarse de tener en cuenta la novela fantástica italiana que trata de este asunto y de Bakunin en Bolonia, en agosto de 1874.
Una de las más notables expresiones del pensamiento de Bakunin, fue la resolución Naturaleza de la acción política del proletariado del congreso de Saint-Imier (16 de septiembre de 1872), concluyendo: que la destrucción de todo poder político es el primer deber del proletariado; que toda organización de un poder político llamado provisorio y revolucionario para llevar a esa destrucción (la teoría marxista-bolchevista) no puede ser sino un engaño más, y sería tan peligroso para el proletariado como todos los gobiernos que existen hoy; que rechazando todo compromiso para llegar al cumplimiento de la revolución social, los proletarios de todos los países deben establecer, fuera de toda política burguesa, la solidaridad de la acción revolucionaria.
El conjunto de sus ideas, es resumido, sin duda, en su propia redaccion, en la octava resolución del congreso de la Federación italiana, celebrado en Bolonia en marzo de 1873, demasiado larga para ser reproducida aquí.
En general, se puede decir, objetivamente, sobre Bakunin, que su pensamiento y su impulsión anarquistas, que desde el otoño de 1874, a excepción de muy pocos hombres en Italia y en España y de algunos rusos, se habían creído poder y deber, incluso, dejar a un lado, y cuyo verdadero sentido casi se había perdIdo; después de una veintena de años de ese olvido, han comenzado a ser reconocidos en su verdadero valor y lo son cada vez más. En ese intérvalo se había extraído Dios y el Estado de sus manuscritos, en 1881-82, lo sé bien; pero entonces se creía haber hecho casi todo lo que quedaba por hacer. He visto la impresión que hicieron en Kropotkin en 1895 una parte de las cartas rusas (a Herzen), y el giro data de esos años.
Sin el fermento de la discusión con diferentes matices de socialistas, los congresos de la Internacional antiautoritaria (1873-77) pierden en interés. Según el deseo de James Guillaume, que insistió en obrar así en el congreso de La Haya, se buscaron los adversarios de Marx, de los cuales una parte, los ingleses, eran, sin embargo, ellos mismos socialistas autoritarios. Fueron socios que ofrecían poco interés, en idea y en acción y en fuerza sindical. Había otras insuficiencias, como la excelente sección L ‘ Avenir de Ginebra en el congreso de 1873, los anarquistas más avanzados, bien pronto los primeros anarquistas comunistas, pero obreristas por excelencia, insistiendo sobre la exclusión de los intelectuales de la Internacional, que el congreso, sin embargo, rehusó. Esa actitud había sido provocada por desconfianza contra hombres como Marx y los jefes de la Comuna. El congreso puso remedio a ese mal por la nueva organización de la asociación que abolió el Consejo general, instituyó un Bureau federal sin poderes y la autonomía completa de las federaciones. No se decidieron ya las cuestiones de principios por el voto. En la práctica, la Internacional, por la abstención de toda iniciativa de un órgano central, desapareció de la vista pública; pero en realidad, todo el trabajo había sido hecho localmente desde hacía mucho tiempo, los impulsos iniciales de Londres se habían agotado desde los años 1864-66, y desde entonces el Consejo no había sido más que un grupo deseoso de imponer su punto de vista (el de Marx, que creía poder gobernar así) y sirviéndose para ese fin cada vez más de los poderes administrativos que se le confiaron. Las Comisiones federales, alternando entre Suiza y Bélgica, por inactividad se volvían casi nulas, y el último grupo belga que, después del congreso de 1877, debía formar una Comisión federal, procedió con una incuria tal que de una manera o de otra no hubo ya signo de vida de una Comisión, y la cohesión ligera de las Federaciones cesó en lo sucesivo sin que estas hayan cesado ni se apercibiesen incluso de esa ausencia de lazo formal. La situación de persecución hizo bien pronto imposible la vida pública de esas secciones en Francia (1871), en España (1874) y precaria y espasmódica en Italia (a partir de 1873), mientras que en Bélgica el espíritu de una serie de secciones, sobre todo de las flamencas, giró hacía un socialismo moderado. En España, en el congreso de Córdoba (diciembre de 1872), los Consejos fueron reemplazados por Comisiones y en 1874-75, a consecuencia de las persecuciones, después del congreso clandestino de Madrid (junio de 1874), las conferencias comarcales deliberaron cada año, y no hubo ya congresos; pero las Comisiones federales continuan y su secretario se convirtió virtualmente en el eslabón obrero de toda la organización. De esa manera la vida real, hecha entonces como se hace todavía, de muchas pruebas crueIes, había modificado en pocos años ese organismo internacional que en 1869 se creía ya el cuadro mismo de la sociedad futura. Esa concepción carece ante todo de perspectiva histórica y del sentido de proporción: mil factores intervienen entre un presente fatalmente perecedero y siempre móvil, y un porvenir de fecha y de modalidad desconocidas; saltar esa distancia por una afirmación, una esperanza, una creencia, incluso quererla saltar por una voluntad, es simplismo o fantasía.
La situación real determinaba también la táctica; la de los italianos fue insurreccional (1874-1877); la de los españoles perseverante, teniendo en vista un gran movimiento general del país que el año en que se esperaba no se produjo (1877); la de los jurasianos y de los belgas tranquilamente propagandista y localmente haciendo función de sindicatos diminutos. Lo que asociaba los espíritus, fue en el congreso de Bruselas (1874) la defensa contra las infiltraciones autoritarias propuestas por César De Paepe que, influenciado tanto por la socialdemocracia (Estado obrero) como por el comunalismo (servicios públicos comunalizados) preconizó tal comuna libre en un Estado libre (De l’organisation des services publics dans la sociéte future). Belgas, suizos y españoles (Farga Pellicer) rechazaron esas ideas.
El año 1875 fue lánguido y el congreso proyectado para Barcelona, no pudo celebrarse. En 1876 todos los espíritus se despiertan y hay bellas expresiones nuevas del pensamiento anarquista en ese año de la muerte de Bakunin.
James Guillaume, autor de Una Comuna Sociale (1870), una comuna libre en el estadio inicial, había compuesto en el otoño de 1874 y publicado en 1876 sus Idées sur l’Organisation sociale (Chaux de Fonds, 1876, 56 páginas en 12o), una sociedad colectivista anticipada, trabajo muy reflexivo, que tiene buena cuenta de la evolución progresiva. Así entre colectivismo (retribución según el trabajo hecho) y comunismo (el consumo libre) Guillaume insiste sobre las cantidades disponibles, limitadas o abundantes, que permitirán pasar de las limitaciones del consumo a su libertad más completa. No es el comunismo de la primera hora el que promete, sino un comunismo a que se acercará al crear la abundancia. Este trabajo fue traducido en italiano por Costa (1877) y hay una edición española, Ideas sobre la órganización social (New York, Imprenta de J. Smith, sin año, 57 págs. en 12), que, con toda apariencia, es una impresión clandestina, probablemente hecha en 1878 en Barcelona; y la advertencia del traductor me parece ser de la pluma del doctor Viñas.
En febrero de 1876 apareció en Ginebra Aux Travailleurs manuels partisans de l´action politique por François Dumartheray, 16 págs. en 32o, un folleto correspondiente a las ideas de la sección L’Avenir, grupo independiente de refugiados, sobre todo lyoneses, y otros a que perteneció también Dumartheray (1842-1931), nativo de Savoye. Allí se habla por primera vez en un texto impreso del comunismo anarquista y se promete un folleto especial que lo explicaría, pero que, por falta de medios, no ha aparecido. Esos hombres, sea sobre un fondo de antiguo comunismo icariano Iyonés, sea porque querían ir más adelante sobre todas las cuestiones, como hizo ese grupo frente a los jurasianos y a los comunalistas en varias ocasiones, rechazan pues las limitaciones colectivas y lanzan el comunismo anarquista, y es por el contacto con ese ambiente, sobre todo con Dumartheray, que se hizo amigo suyo, que Kropotkin, en Ginebra, se acercó algunos años más tarde al comunismo hasta aceptarlo francamente.
En las reuniones del 18 y 19 de marzo de 1876, en Lausana, de internacionalistas y de comunalistas, Elíseo Reclus pronunció un discurso que reconoció el anarquismo comunista, un hecho nuevo que se recordaba también, aunque el discurso no ha sido conservado. No había tenido todavía una ocasión, o no la había buscado, para precisar sus opiniones, pero esta vez lo hizo y en lo sucesivo, en Le travailleur (Ginebra, 1877-78; una revista) y el Révolté, a partir de 1879, lo hizo más a menudo.
Fue después de la lectura de las Idées de Guillaume, aparecidas en agosto de 1876 y que algunos italianos como Cafiero conocían ya en 1874, o bien en ocasión de una discusión en el Bulletín jurasiano (v. el número del 14 de mayo de 1876) —en todo caso en Nápoles, ese verano u otoño, los militantes italianos llegaron también a la aceptación del anarquismo comunista. En Italia— escribe Malatesta en Volontá (v. Le Réveil, Ginebra, 7 de marzo de 1914), — fuimos algunos (Cafiero, Covelli, Costa, el firmante y tal vez uno o dos más que olvido) los que decidimos abandonar el colectivismo entonces profesado por toda la Internacional e hicimos aceptar el comunismo a los delegados al congreso de Florencia (1876) y por tanto a toda la Federación italiana de la Internacional ... El congreso de las secciones de Romagna y de Emilia, en julio, habría sido colectivista. Costa presidió. Antes del congreso de Florencia Costa fue detenido. Entre julio y octubre se ha entendido, pues, y entonces, con los camaradas mencionados en Nápoles, por carta o por un viaje, y quizás en septiembre, se han puesto de acuerdo para proponer ese cambio en el congreso de Florencia. Cafiero y Malatesta van directamente a Suiza, al congreso de Berna de la Internacional. El informe de ese congreso no contiene ninguna mención de ese cambio, lo que muestra al menos que, si el hecho ha sido expuesto, no atrajo la atención. Pero la Arbeiter-Zeitung de Berna (redactada por Paul Brousse) escribe el 28 de octubre ... un hecho importante es la adoptación por el socialismo italiano de la comunidad del producto del trabajo, etc. y una carta de Cafiero y Malatesta al Bulletin jurasiano (número del 3 de diciembre) dice: ... La Federación italiana considera la propiedad colectiva de los productos del trabajo como el complemento necesario del programa colectivista, etc.
Paul Brousse (en una conferencia en Saint-Imier del 17 de febrero de 1877) y Andrea Costa durante su propaganda como refugiado en Suiza (primavera — verano de 1877) reconocen esas ideas nuevas, y una pequeña hoja impresa alemana, que data de abril o mayo de 1877 y proviene de algunos trabajadores alemanes de Berna unidos a Brousse y a Kropotkin, se titula Statuten der deutscheredenden anarchischkommunistischen Partei. Kropotkin había propuesto decir deutsche anarchische kommunistische Partei, (carta a Emil Werner, 4 mayo).
Hubo también en el congreso Internacional celebrado en Verviers en septiembre de 1877 una discusión en la cual Costa y Brousse mantienen el comunismo, Morago y Viñas el colectivismo y Guillaume, Jules Montels, Emil Werner y un delegado belga desean apartar esa cuestión. Esa discusión nos es conocida por notas del acta escritas por Kropotkin. Guillaume sostuvo que lo único que podemos decir actualmente, es que se distribuirán los productos como se quiera; diferentes soluciones pueden ser encontradas en los mismos grupos.
Todo eso nos muestra que se propuso la nueva concepción en sus comienzos con un espíritu tranquilo, sin fanatismo ni exuberancia ... Eramos, pues anarquistas comunistas, y lo seguimos siendo —escribe Malatesta (Penseiro y Volontá 25 de agosto de 1926),— pero eso no significa que hagamos del comunismo una palanca, un dogma y que no comprendamos que para su realización hacen falta ciertas condiciones morales y materiales que es preciso crear. Había escrito ya en 1884: Pero para ser realizable, el comunismo tiene necesidad de un gran desarrollo moral de los miembros de la sociedad, un sentimiento de solidaridad elevado y profundo que el ímpetu revolucionario no bastará quizás para crear, etc., — es decir, porque la abundancia no existirá en todas partes al comienzo y sería preciso aceptar para las localidades y objetos que no permiten el comunismo inmediato, transitoriamente el colectivismo.
También Kropotkin que, en 1877, 1878, incluso en 1879, no parecía ocuparse de estas cuestiones, en tanto que conocemos su pensamiento por sus artículos, concluye en su gran exposición sobre la Idea anarquista desde el punto de vista de la realización práctica (Ginebra, 4 pág. en 4o; 12 de octubre de 1879) en la comuna colectivista, sin hablar de comunismo, y en su discurso al congreso jurasiano de entonces (según Le Révolté del 18 de octubre) sostiene el anarquismo comunista como objetivo con el colectivismo como forma transitoria de la propiedad.
No hay que perder de vista que el colectivismo anarquista, al garantizar a cada uno el producto entero de su trabajo, no significaba para sus adeptos un reparto estrictamente mesurado según la cantidad del trabajo de cada uno. El producto integral fue producto sin deducción del provecho capitalista y de los gastos del Estado. La asociación, el grupo, el taller habrían decidido de qué modo se repartiría el producto, lo que podía implicar la hora de trabajo o la cantidad producida por cada uno como medida, o bien un salario igual (que Bakunin sostenía) o un reparto según las necesidades de cada uno. Identificar el colectivismo con un nuevo salariado fue un error. Tal fue la opinión de James Guillaume que, como muestran sus Ideas (1874-1876), tuvo el buen sentido de hacer depender la distribución ilimitada de la abundancia de un artículo. Yo sé que también los comunistas admitían el racionamiento de los artículos raros. Pero hay que entender que esos artículos para ellos eran excepciones, como los primeros en frutos y vegetales que se daría a los enfermos o a los niños, y con respecto a todos los artículos de verdadera importancia presumían la abundancia existente o muy fácilmente obtenible. Los colectivistas y los comunistas prudentes, como Malatesta, no presumían la abundancia de nada, aun deseando que fuese creada pronto por un trabajo aplicado. También allí se presentó la cuestión que el trabajo se emplearía quizás más bien para producir nuevos artículos que faltaban que para producir una sobreabundancia por una distribución ilimitada en artículos viejos. No había audacia para reclamar arreglos y cálculos, lo que sería autoritario, y todos no tenían la esperanza de que la cosa se arreglaría automáticamente. El colectivismo como lo entendía Guillaume y el comunismo como Malatesta lo comprendía, ofrecían la más grande amplitud de esas concepciones — el progreso hacia el comunismo o su realización completa allí donde la abundancia lo permitiera, y los arreglos colectivistas de matices diversos allí donde la abundancia no exista aún y con el fin de crearla.
El congreso de Berna (octubre de 1876) se había inspirado, en cuanto a Guillaume y otros delegados, en la idea apoyada también por algunos socialistas autoritarios en Suiza después de la muerte de Bakunin {1 de julio) de que un respeto recíproco, un avance paralelo pacífico podría y debería existir entre socialistas libertarios y autoritarios. El congreso aceptó un mánifiesto muy internacionalmente concebido, redactado por Charles Perron, Guillaume, Cafiero y Joukovsky, sobre la guerra en los Balcanes (los eslavos contra los turcos). De Paepe se había vuelto entonces completamente estatista, pero Guillaume, Reinsdorf, Malatesta, Joukovsky, rechazan sus ideas.
Sobre la cuestión de los medios de acción, Perron, Brouse, Joukovsky, los españoles (Viñas y Soriano) y los italianos, proponen el respeto recíproco a los medios empleados en cada país. La Federación italiana creía entonces que el hecho insurreccional era el medio de propaganda más eficaz (declaración de Cafiero y Malatesta en el Bulletin del 3 de diciembre); preludio de la acción proyectada para el mes de mayo en Italia y del cual lo que se llama la insurrección de la banda del Matese o de Benevento, en abril, no fue más que un fragmento precipitado por adversidades ruinosas. Este hecho y el 18 de marzo de 1877 en Berna (la defensa de la bandera roja asaltada por las autoridades) dieron lugar a preconizar la propaganda por el hecho, término creado entonces por Costa (junio) y Brousse (agosto) pero que fue usado ya en el 1873 en un manuscrito ruso por Kropotkin, que emplea el término fakticheskaia propaganda, significando el adjetivo por los hechos, como también Bakunin escribió en 1870 propagar nuestros principios por los hechos (manuscrito que quedó entonces inédito). Esa palabra tan terrible para los antisocialistas, la propaganda por el hecho, no es más peligrosa que decir dar el ejemplo o emplear uno de los otros términos numerosos, por los cuales en todas las lenguas se expresa que los hechos son más poderosos que las palabras.
El congreso de Verviers (septiembre de 1877) no fue más que una cita antes del congreso llamado mundial de Gante, donde autoritarios y antiautoritarios juntos una vez todavía, pero fríamente, como enemigos, y sin que pudiera establecerse un modus vivendi cualquiera. De parte de la Federación española estaban en ese congreso Viñas y Morago.
Antes de su viaje a Bélgica, a La Chaux-de-Fonds (Jura) los miembros de la Alianza internacional y Kropotkin se habían concertado para reorganizar su intimidad revolucionaria, la antigua fraternidad de 1864. Kropotkin fue nombrado su secretario corresponsal, y se convino que cada país sería autónomo en táctica, y que se correspondería entre los miembros, y el secretario envió cartas que pasaban de uno a otro, agregando cada cual su opinión. Hay lugar para pensar que esos hombres fueron Guillaume, Schwitzguébel, Pindy, Paul Brousse, Costa, Viñas, Morago, Kropotkin y los prisioneros de entonces en Italia, Cafiero y Malatesta, aliados desde 1872 eran igualmente de ese grupo, cuyo funcionamiento se ve por algunas cartas conservadas de 1879, 1880,1881; pero la gran parte de sus trabajos permanece desconocida y puede considerarse perdida. Con la marcha de Malatesta de Londres en el verano de 1882 o la prisión de Kropotkin hasta 1886, en diciembre del mismo año, la cohesión entre militantes se ha extinguido probablemente. Pero siempre, cuando Malatesta, o Kropotkin y Guillaume se han encontrado, han debido sentir que les ligaban esos lazos. Con Malatesta el 22 de julio de 1932 ha muerto, pues, el último del grupo íntimo fundado por Bakunin en 1864.
Le Révolté (aparecido el 22 de febrero de 1879) fue considerado el órgano internacional de ese grupo y debía a ello una parte de su prestigio. El resto lo debía al talento de Kropotkin, que en 1880, en los primeros meses, se aproximó mucho a Eliseo Reclús, se pronuncio la primera vez enérgicamente por el anarquismo directo, inmediato en el momento de la revolución social en La Comune de París (Révolté, 20 de marzo; un capítulo de Palabras de un rebelde, 1885). Hay motivo para creer que esa declaración fue causada por la actitud de Brousse, que entonces había salido de la intimidad revolucionaria y que precisó su nuevo punto de vista casi al mismo tiempo en Le Travail (Londres), abril de 1880.
Kropotkin se entendió luego con Dumartheray y Herzig del grupo de Ginebra, después con Reclus y Cafiero —probablemente entre julio y septiembre de 1880— para proponer a la Federación jurasiana en su congreso (9 y 10 de octubre) la aceptación del comunismo anarquista, lo que así se hizo. Schwitzguébel había resumido las ideas colectivas en su Programme socialiste (Ginebra, 1880, 32 p. en 8o) Cafiero pronunció el discurso Anarquía y comunismo (Le Révolté, 13-27 de noviembre de 1880; publicado a menudo en folleto); Kropotkin y Reclus abogan en grandes discursos por la idea anarquista comunista y el congreso la adoptó. También Schwitzguébel y Pindy se declaran comunistas, pero desaconsejan la adopción de esa palabra, que los trabajadores suizos y franceses comprendían mal y no querían mucho. Esa misma objeción podía ser hecha contra la palabra anarquista y a eso corresponde el empleo del término comunismo libertario en el congreso regional francés, en el Havre (16-22 de noviembre de 1880). El término comunista anarquista se difundió pronto en Francia; un mural de enero de 1881 dice: Comunismo libertario o anarquista.
Esta concepción, incipiente en 1876, continuada por los italianos primero, por su uso en Suiza, Francia, Bélgica a partir de 1880 se hizo universal para esos países.
Anarquistas y socialistas revolucionarios. Pedro Kropotkin. Eliseo Reclus. El comunismo anarquista en Francia en los años 1877 a 1894.
Hubo, pues, hacia 1880, tres concepciones anarquistas en plena vida, la colectivista en España, donde la Internacional, al volver a la vida pública como Federación de Trabajadores de la República Española, la proclamó como el credo social de 300 a 40,000 trabajadores organizados en 1881-82, con órganos como Revista social (1881), Acracia (1886), El Productor (1887) y tantos otros; la comunista que se difundía en Francia, Italia, Bélgica, Suiza, Inglaterra, etc., con órganos como Le Revolté, Freedom (1886), etc., —y la mutualista— individualista en los Estados Unidos, con órganos como Liberty (1881) y otros.
Hacia la misma época hubo un concurso de agitaciones agrarias (Irlanda, Andalucía), de terrorismo político (nihilismo ruso; zaricidio), de agitaciones obreras violentas (Monceau-les-Mines en Francia, 1882, etc.) y algunos actos de venganza social. También la vuelta de los comuneros después de la amnistía de 1880 (Louise Michel, ahora oradora anarquista), de persecuciones muy duras contra socialistas y anarquistas, en Alemania, en Italia, incluso un despertar político y social próximo el momento de una tormenta revolucionaria general con tendencias socialmente destructivas; porque se estaba muy impresionado por esa masa de hechos vehementes después de un decenio bastante tranquilo.
Además, Blanqui parecía representar entonces una gran fuerza socialista autoritaria revolucionaria, pero murió afines de 1880. En cambio los comuneros de regreso y los trabajadores franceses que llegaban de nuevo al socialismo, se dejaban absorber por el socialismo político y municipal, electoral uno y otro, y los blanquistas se mostraban incapaces de todo después de la muerte de Blanqui. La socialdemocracia alemana, excluida de la vida pública y perseguida desde el otoño de 1878, produjo una protesta socialista revolucionaria en 1879, 1880, 1881 (Johan Most), pero la gran mayoría de ese partido fue inaccesible a una aceptación de su táctica, y sólo los que en 1881, 1882 se hicieron anarquistas (como algunos lo habían hecho ya en 1876, 1877, 1878) fueron grupos e individuos intransigentes; los otros quedaron fieles al reformismo electoral.
Esas tendencias de las grandes masas obreras a hacer sólo un mínimo de esfuerzo, regimentándose en partidos donde la labor activa fue hecha por los militantes y los jefes, esa inercia fue más fuerte que el despertar revolucionario que, considerado de cerca, era producto de situaciones muy agravadas localmente y de la energía de individuos. Esos dos factores son parcialmente incluso accidentalmente repartidos, mientras que la inercia, el mínimo de esfuerzo, la sumisión a los jefes, son universales. En todo caso, los socialistas revolucionarios y los anarquistas de esos años se vieron bien pronto mucho más aislados de lo que habían creído estar, yeso produjo entre ellos mismos, sea actos de combate social encarnizado y a veces feroz (sobre todo en Alemania y en Austria), sea un cierto desprecio de la estupidez de las masas, una vida feroz de combatividad social individual, y sobre este último terreno, unos se aproximaron al heroísmo, muchos otros a la vulgaridad, a una vida de acomodo ni obrera ni burguesa, que quitaba peso moral a lo que decían; todo eso se vio sobre todo en París, y también entre los italianos fuera de su país.
Cincuenta años después, se puede admitir que fue un período de exaltación heroica, pero que ha producido ese aislamiento de la Anarquía de la opinión moderna que dura todavía. La idea más en vista en los grandes congresos de la Internacional, la idea que se admiraba y aclamaba en los acusados de los grandes procesos italianos de Florencia, Trani, Bolonia (1875-1876), la idea que había producido esa triple flor de concepciones inteligentemente diferenciadas que hemos mencionado al comienzo del capítulo, esa idea no tenía necesidad de manifestarse por acciones de un tipo cuyo alcance social e ideal exigía a menudo interpretaciones muy sutiies. Sobre todo, acciones que no habrían debido ocupar durante algún tiempo el puesto de la más importante, casi única entre las actividades anarquistas. Se comprenden todas, reaccionan muy a menudo contra las crueldades y fueron actos de venganza justiciera. Lo que me causa pena es que muchos creyeron entonces que era lo único que se podía hacer y que se despertaría, se provocaría así la revuelta social general. Y la opinión pública fue inducida y se habituó a creer que eso era lo único que sabían hacer los anarquistas. De esa manera, justamente en el momento en que, en ideas, las tres concepciones florecían, la Anarquía fue relegada de la discusión pública y restringida a un estado de espíritu de algunos, que no podía manifestarse más que por la violencia absoluta en palabras y en hechos.
Esta fase fue determinada por la reacción contra los tránsfugas que se pasaron al parlamentarismo, los Andrea Costa y Paul Brousse, por la indignación contra la caída del socialismo autoritario en la caza de las actas de diputados, por el ejemplo de rigorismo y de sacríficio dado entonces por los nihilistas rusos. Fue determinada, además, por la entrada entre los anarquistas de muchos socialistas revolucionarios, antiguos blanquistas franceses y socialdemócratas alemanes que fueron atraídos ante todo por el carácter de rebeldes integrales de los anarquistas, y que por su rigorismo, fenómeno autoritario, hicieron entumecer, inmovilizarse, estacionarse y dogmatizarse el pensamiento libertario.
La propaganda que hizo Johann Most en su Freiheit, la de los parisienses en la Revolution sociale (1880-81), el congreso socialista internacional de Londres (julio de 1881), las reuniones públicas en París en esos años, las actividades terroristas en Alemania y en Austria de entonces, etc., muestran lo que señalo aquí como unilateralidades. Se quería hacer organización en el congreso de Londres; pero al mismo tiempo, casi todos se habrían creído tachados de autoritarismo si hubieran creado una organización real; se hizo una, que era casi nula en lazos y en cooperación, y qué bien pronto quedo nula en la práctica. Todo eso no correspondía a las ideas de Malatesta ni a las de Kropotkin; pero eran impotentes contra la ola de amorfía que reclamó lo ilimitado en comunismo, transformándolo en individualismo arbitrario, y en nada en organización.
Había en esos mismos años varios grandes movimientos, los más grandes que habían existido fuera de España, y más grandes relativamente que los que han existido después. Fueron en Francia el movimiento del Suroeste, región de Lyon, apoyado mucho por Kropotkin (1881-82); en Inglaterra, el socialismo, incipiente antiparlamentario y bien pronto en parte netamente anarquista de los años 1879-84, aliándose con el socialismo muy libertario de William Morris (Socialist League, 1884-1890); en Austria, el socialismo cada vez más revolucionario y en parte anarquista, de los años 1880-84, que entonces fue aceptado por casi todo el Partido Socialdemócrata anterior; en los Estados Unidos, el anarquista colectivista de los años 1881 a 1886 (Johann Most, Albert Parsons; los anarquistas de Chicago ahorcados el 11 de noviembre de 1887). Esos cuatro grandes movimientos, muestran que se podía interesar a una gran parte de los socialistas de toda una región en la propaganda de nuestras ideas y agruparles eficazmente, tanto para las luchas presentes como para la acción colectiva que —se esperaba— iba a llegar pronto, quizás. Ocurrió lo mismo con la Federación regional en España, cuyos congresos de Barcelona (1881) y de Sevilla (septiembre de 1882) muestran un desarrollo público tan grande —delegados de 495 secciones en Sevilla -. Agreguemos todavía el bello movimiento de reorganización internacional, que Malatesta hizo en Italia en 1883-1884, cuando publicó La Questione sociale en Florencia. Todos esos grandes esfuerzos no dieron una satisfacción completa a muchos camaradas y grupos, que veían ya demasiada cohesión, demasiado contacto con cuestiones prácticas del trabajo, demasiado colectivismo o comunismo moderado, demasiados hombres destacados y que podían convertirse en jefes. Así, cuando todos esos movimientos coordinados fueron rotos y paralizados por persecuciones, muy a menudo consecuencia de algún pacto impetuoso, no se les deploraba demasiado y no se volvió a comenzar. Muchos se sentían más cómodos en un grupo de su elección, entre ellos con un periodiquito escrito por ellos, que en el ambiente mucho más vasto de esos seis movimientos mencionados. Los comunistas anarquistas españoles combaten furiosamente a la Federación regional y al colectivismo; Malatesta y Merlino son perseguidos como archienemigos por los intransigenti italianos; Most y la Freiheit colectivista se convierten en el centro de los odios de los comunistas de la Autonomic, y en todas partes del grupo, que se cree más avanzado, combate a aquellos anarquistas que cree menos avanzados, y se aísla así, cada vez más, incluso entre los anarquistas mismos— fenómeno que no es libertario ni solidarista en grado alguno, sino arbitrario y egocéntrico —. Nadie pone en tela de juicio el ardor de propaganda de esos grupos, pero se privan demasiado ellos mismos de verdaderas esferas de acción y de influencia por su rigorismo.
Los militantes del pensamiento anarquista más activos de esos años, fueron Kropotkin y Eliseo Reclus, Malatesta y Merlino, Johann Most, Antonio Pellicer Paraire y, menos conocido, en Inglaterra, Joseph Lane, a los que hay que agregar a William Morris de los años 1884-1890, que nunca fue anarquista, pero ha sido una verdadera potencia socialista libertaria.
He tratado de escribir ese período en el libro alemán Anarchisten und Sozialrevolutionäre, que comprende los años 1880 a 1886 (Berlín, Gilde freiheitlicher Bücherfreunde, 1931, 409 págs. in 8o).
Tres años de prisión (1883-1885); cuatro años y medio de vida en la Argentina (1885-89) de Kropotkin y Malatesta, respectivamente, interrumpen sus actividades, y Eliseo Reclus y Merlino, en una cierta medida, ocupan su puesto. Reclus tenía más tolerancia que Kropotkin; Merlino tenía menos que Malatesta. Uno y otro, indulgencia y contradicción, hicieron crecer el estado de espíritu amorfo, la inclinación atomizante, de que acabo de hablar, y esas concepciones, creyéndose las más libertarias, por su deseo de imponerse, se volvieron en realidad muy autoritarias, queriendo hacer la ley en la Anarquía, despreciando a todos los que no se elevaban hasta ellos y combatiéndolos fanáticamente.
La obra crítica de Kropotkin (1842-1921), sacada del Révolté (1879-1882), fue reunida en Palabras de un rebelde (París, X, 342 págs. en 8o; de los últimos meses de 1885; el prefacio de Reclus es de octubre). Había pensado y trabajado mucho en prisión, y después de haber resumido sus ideas en su discurso pronunciado en París: La Anarquía en la evolución socialista (Le Révolté, del 28 de marzo al 9 de mayo de 1886), las elabora en una serie de artículos del Révolté y La Révolte, comenzada el 14 de febrero de 1886, reunidos en el volumen La conquista del pan (París, XV, 298 págs., en 180; marzo de 1892) y en otra serie que corresponden a la situación en Inglaterra, en Freedom (Londres). Las resume de manera muy elaborada en el Ninetenth Century, la gran revista, en The Scientific Basis of Anarchry y en The Coming Anarchy, en febrero y agosto de 1887.
Luego procede ala serie The Breakdown or our industrial system; The Coming Reign of Plenty; The Industrial Village of the Future; Brain Work and Manual work; The small industries of Britain (de abril de 1888 a marzo de 1890 y agosto de 1900) que forman más tarde el libro muy difundido, sobre todo en Inglaterra, Fields, Factories and Workshops (Campos, fábricas y talleres).
Entonces comienza la serie Mutual Aid, de septiembre de 1890 a junio de 1896 y el libro Mutual Aid, a factor of evolution (El apoyo mutuo, un factor de la evolución) que había de tener por coronación su Ética. Pero no ha podido dar de la ética más que esbozos incipientes en la conferencia pronunciada en 1888 o 1889, Justicia y moralidad, que no fue publicada hasta 1921, y en La moral anarquista (La Révolte) 1 de marzo a 16 de abril de 1890). Comenzó la Ética por The Ethical Need of the Present Day y The Morality of Nature (agosto de 1904; marzo de 1905), pero no completó la parte histórica más que en 1920 (Ethika, tomo I, en ruso; Moscú, 1922; 263, IV págs en 8o) y dejó para la parte que habría presentado sus propias ideas, sólo numerosos borradores y notas.
El texto más importante para sus ideas, junto a esos grandes trabajos, me parece ser Los tiempos nuevos (Conferencia dada en Londres), París, La Révolte, 1894, 63 págs., 8o; también en Freedom, abril de 1893. Luego, L’Etat, son role historique (1896), reunidos con otros escritos en La Science moderne et I’ anarchie (París, XI, 391 págs. en 18o, marzo de 1913). Pero habría que seguir sus colaboraciones cronológicamente, sobre todo en el Révolté hasta los Temps Nouveaux, en Freedom y en algunos periódicos anarquistas rusos, para comprender qué influencia de acontecimientos contemporáneos han obrado sobre sus apiniones y, de igual modo, qué actitud ha tomado frente a todos los acontecimentos que ha discutido tan a menudo desde 1877 a 1921.
De ahí se procederá a sus trabajos históricos y retrospectivos, su estudio sobre la revolución francesa, comenzando en 1878, que culminó en La Grande Révolution. 1789-1793 (París, 1909, VII, 479 páginas en 18o; traducción española de A. Lorenzo) y sus memorias, Memoirs of a Revolutionist (Londres, 1899, XIV, 258 y 300 págs. en 8o; Autor d’une Vie (París, 1902, XX, 536 págs. en 18o). Pero su correspondencia, en gran parte inédita, nos conserva mucho más todavía que las memorias de su pensamiento íntimo y de sus impresiones y planes de trabajo. Russian literatura (Londres, 1905, VII, 341 páginas) muestra su criterio estético y In Russian and French Prisions (Londres, 1887, IV, 387 págs.) ayuda a apreciar sus memorias. La gran serie, Recent Science, sus controversias con algunos hombres de ciencia, etcétera, nos hacen comprender mejor su Apoyo mutuo.
Si su obra permanece aun un torso por la falta de la Ética completa, se debe, en primer lugar a la continuación de la grave enfermedad que le atacó en el otoño de 1901 y que disminuyó en lo sucesivo su fuerza de trabajo. En segundo lugar otros trabajos intervienen, de urgencia a causa de la situación —las actividades rusas después de las revoluciones de 1905 y 1917, etc.— y en tercer lugar la gran polémica con algunos darwinistas, por el lamarckismo (en Nineteenth Century) que pertenece tanto a la Mutual Aid como a la Ética: fue necesaria, descartando obstructiciones, antes de continuar la Ética comenzada por los artículos de 1904 y 1905. Todo eso se hizo claro por su correspondencia inédita y sus conversaciones conservadas y yo he utilizado mucho de esos materiales en los volúmenes, inéditos todavía, de esta historia.
La obra de Kropotkin es grande y variada; muestra a la vez muy grandes continuidades y algunas variantes que se observan mirando de cerca. Las impresiones vivas de setenta años vibraban en él, y su cerebro y sus nervios estuvieron en actividad incesante tan intensa como los de pocos hombres. Para mí, resultado de ello y de mis impresiones personales sobre él, que las ideas anarquistas de Kropotkin, a partir de su actividad independiente (Ginebra, 1879) y sobre todo de sus años de prisión y de vida de estudio en Harrow (1883-1892) son un producto extraordinariamente personal, que reproduce en el más alto grado la esencia de su propio ser y un número de impresiones muy fuertes recibidas por él. Su comunismo es el que él mismo habría practicado, tomando poco y dando mucho. El cerco de París, la Comuna, la situación agraria en Inglaterra, las guerras que preveía constantemente, la rica naturaleza que atravesó entre la Siberia oriental y China, todo eso y muchas otras impresiones se reflejan en sus ideas anarquistas, como la revolución rusa y la revolución francesa se esclarecen recíprocamente en su concepción de esas dos grandes épocas bien diferenciadas. No podía hacer de otro modo, como un verdadero poeta da lo que está en él; y no dudo del valor de su obra como producción individual. Sólo que por eso mismo esa obra no tiene ese carácter de teoría general y permanente que se le ha atribuido con frecuencia, sober todo en esos veinticinco años antes de 1914, cuando muchos han creído que se poseía ahora un sistema anarquista definitivo e irrefutable. No se poseía más que lo mejor que un hombre muy inteligente y muy abnegado, pero excepcionalmente impresionable y subjetivo, había dado al reproducir su propio ser, con la mayor sinceridad.
Eliseo Reclus (1830-1905), el geógrafo, no se ha entregado tan exclusivamente a la propaganda anarquista como muchos otros, sobre todo trabajadores a quienes su oficio no absorbía y para quienes la propaganda fue una dicha de las horas de ocio y el pensamiento acariciado durante un trabajo monótono. Era feliz porque su trabajo intelectual no sólo era interesante, sino que podía compenetrarlo de su pensamiento libertario íntimo, y así ha producido obras a la vez competentes como tales y que llevan su sello personal de artista en bella ejecución literaria y de pensador libertario y humanitario. La Nouvelle Géographie Universelle. La Terre et les Hommes (París, 1876-1894, 19 volúmenes) siguió a La Terre. Description des Phenomenes de la vie du globe de 1868 a 1869 (2 vol.) y fue seguida de L’Homme et la Terre (1905-1906; 6 volúmenes), un gran conjunto cuya tercera parte, sobre el hombre, su historia, las instituciones que ha creado y su desarrollo sucesivo con vistazos sobre el porvenir se convirtió cada vez más en una aplicación de la crítica, de la observación y de la anticipación anarquistas a la vida social de los hombres. Tales trabajos y tantos otros enseñan a su autor la serenidad del trabajo científico, las grandes perspectivas, la amplitud de miras, y el anarquismo de Reclus refleja todas esas cualidades. Es ilimitado en esperanzas y en posibilidades, como lo son la confianza y la fe en los progresos de la ciencia. Sabe valorar lo que es pequeño o grande y dejar a un lado las estrecheces y las desviaciones, sin descuidar por eso el detalle, pero poniendo las cosas en su propio lugar. Está inspirado por una gran bondad y rectitud personal, firme, pero modesta. La más bella expresión de sus ideas es L’Evolution, la Révolution et l’Ideal anarchique (París, 296 págs. en 18o; noviembre de 1897), la última versión de Evolution et Révolution, folleto revisado en 1890 (París, 1891, 62 págs. en 16o), una conferencia publicada primero en La Révolte del 21 de febrero de 1880 y en pequeño folleto (Ginebra, 1880, 25 páginas en 16o).
Después de su discurso de Lausana en marzo de 1876, Reclus, absorbido por la geografía, cuyos volúmenes anuales exigían un trabajo regular, estudios y viajes, da un poco más de tiempo a la propaganda (conferencias) y se interesa sobre todo por la revista Le Travailleur (Ginebra, 1877-78) donde sostiene la idea anarquista (escribiendo an-arquista en el Programa; abril de 1877), y se encuentra pronto obligado a defenderla contra las objeciones comunalistas y otras. De ahí los artículos L ‘ Evolution légale et l’anarchie y A propos d’anarchie (enero-marzo de 1878). Esas discusiones le inducen a proponer al congreso jurasiano celebrado en Fribourg en agosto que se examinen las preguntas: ¿Por qué somos revolucionarios? ¿Por qué somos anarquistas? ¿Por qué colectivistas?, y envía su propia respuesta, publicada en L’Avant-Garde (Chaux-de-Fonds) del 12 de agosto lde 1878.
Se sabe ahora, por las cartas de Kropotkin a Paul Robin, que entre él, de su parte, y Reclus en 1877 y en 1878 no había relaciones de propaganda; y hasta en ideas se han conocido poco el uno al otro entonces. Kropotkin, amigo de Guillaume y de Brousse, rigorista, tomaba a Reclus por un moderado. Sólo en los primeros meses de 1880 se han conocido verdaderamente y entendido bien después. Del prefacio de Reclus a La conquista del pan (1892) citó estos pasajes:
Sin embargo, la recuperación de las posesiones humanas, la expropiación, en una palabra, no puede realizarse más que por el comunismo anárquico: es preciso destruir el Gobierno, desgarrar sus leyes, repudiar su moral, ignorar sus agentes y ponerse a la obra según la propia iniciativa y agrupándose según sus afinidades, sus intereses, su ideal, y la naturaleza de los trabajos emprendidos (...) Es después de esa caída del Estado que los grupos de trabajadores emancipados podrán entregarse a las ocupaciones atractivas de la labor libremente; elegida y proceder científicamente al cultivo del suelo y a la producción industrial, mezclada con recreos dados al estudio o al placer. Las páginas del libro que tratan de los trabajos agrícolas ofrecen un interés capital, porque relatan hechos que la práctica ha controlado ya y que es fácil aplicar en todas partes en gran escala, en provecho de todos (...) profesamos una fe nueva, y cuando esa fe, que es al mismo tiempo la ciencia, se haya convertido en fe de todos los que buscan la verdad, tomará cuerpo en el mundo de las realizaciones, porque la primera de las leyes históricas es que la sociedad se modela en su ideal.
Ciertamente, la inminente revolución, por importante que pueda ser en el desarrollo de la humanidad, no diferirá de las revoluciones anteriores al dar un salto brusco: la naturaleza no lo da. Pero se puede decir que, por mil fenómenos, por mil modificaciones profundas, la sociedad anarquista está ya desde hace largo tiempo en pleno crecimiento. Se muestra en todas partes donde el pensamiento libre se desprende de la letra del dogma, en todas partes donde el genio del buscador ignora las viejas fórmulas, donde la voluntad humana se manifiesta en acciones independientes, en todas partes donde hombres sinceros, rebeldes a toda disciplina impuesta, se unen voluntariamente para instruirse unos a otros y reconquistar juntos, sin amo, su parte en la vida y en la satisfacción integral de sus necesidades. Todo eso es la anarquía, incluso cuando se ignora, y cada vez más llega a conocerse. ¡Cómo no habría de triunfar, si tiene su ideal y la audacia de su voluntad!
No entraré aquí en ningún detalle de la vida de Reclus, que se puede conocer íntimamente por sus recuerdos sobre su hermano, Elías Reclus, (1827-1904 París, 32 págs.; 1905) y por su Correspondance (3 v. París, 1911-1925). He relatado su vida en Elisée Reclus. Anarchist und Gelehrter (1830-1905), Berlín, Der Syndikalist, 1928, 344 págs.; trad. española aumentada, Eliseo Reclus. La vida de un sabio justo y rebelde (Barcelona, 1928, Bca. de La Revista Blanca, 2 vol., 294, 312 págs.). Una hermosa colección de testimonios de muchos amigos de los hermanos Reclus fue publicada en 1927 por Joseph Ishill —el libro Elisée and Elie Reclus— inmemoriam (Berkeley Heights. New Jersey).
En Francia todo lo que había habido de concepciones sea proudhonianas sea colectivistas, hasta 1870, en el mundo trabajador, se había confundido con la memoria de la Comuna para los socialistas y una pequeña propaganda secreta —nunca extinguida gracias a las relaciones de los jurasianos, de los lyoneses en Ginebra, de Brousse en Berna, etc.— se hizo a partir de 1876, sobre todo en 1877 (por el periódico L’Avantgarde y la revista Le Travailleur) y en 1878, cuando Costa y Kropotkin, en París mismo, operaban en el pequeño ambiente de los simpatizantes. Si entonces se llamaban todavía colectivistas, precisamente los que hicieron esa propaganda eran ya comunistas, y cuando, después de la disgregación de esos grupos por el arresto de Costa, la marcha de Kropotkin, etc., en 1878, se volvió a la reagrupación en 1879, esta vez no en secciones de una Internacional que no existía sino nominalmente, sino en grupos autónomos, en esos grupos que leían el Révolté había comunistas italianos como Cafiero y Malatesta y otros como Tcherkesoff, y no se volvió a tratar del colectivismo, según lo que sabemos. Esta idea no tenía ningún intérprete de marca, y pasó erróneamente, como superada, refutada, vencida, en una palabra, como retrógrada. Su pasado y su existencia bien sólida en España eran desconocidos a los que, desde 1880, formaban los grupos franceses; fueron socialistas de toda procedencia, testigos o militantes del despertar social en Francia desde 1876 —rechazando el estatismo y la política electoral guesdistas; el moderantismo de los sindicatos de entonces, el barberetismo; preparados algunos por el federalismo y el comunalismo; varios llegando directamente del blanquismo ultra-autoritario, viendo después de la muerte de Blanqui la salvación revolucionaria únicamente en la anarquía. Sin duda también los anarquistas colectivistas de 1868, 1869, etc. no eran hojas blancas, anarquistas natos (como hay siempre algunos); pero la procedencia de los anarquistas franceses de los años 1879 a 1885 era verdaderamente poco homogénea—, tan poco, por ejemplo, como la de los sindicalistas revolucionarios quince años más tarde. La tradición estaba ausente, o más bien lo que era del pasado se creía fuera de moda y que no merecía la atención. La corriente dominante era ir hasta el fin en teoría, anarquía y comunismo, y en la práctica, no organización y vida libre. Con eso un inmenso ardor de propaganda, y en la gran ciudad de París y en los centros de provincia había naturalmente un considerable gran número de hombres atraídos por ese ambiente de vida libre ilimitada y así se llenaron los grupos y fueron numerosos. Pero con algunas excepciones, no se comprendió que el número de esos espíritus ansiosos a quienes se atraía fácilmente, esa primera cosecha, era limitada, y que, si se había formado un amplio medio de vida sin trabas para los anarquistas, se había hecho al precio de un aislamiento bastante grande del pueblo mismo, que, como se diría, asistía al espectáculo, pero se cuido bien de no participar en él. Peor aun el pueblo se dejaba cautIvar por los socialistas autontanos, que no le exijen un esfuerzo intelectual y revolucionario, sino solamente su voto, es decir abdicar en sus manos de nuevos amos, y las esperanzas que se tenían durante la Internacional y que los libertarios de los movimientos más arriba descritos de esos años (en Italia, España, Austria, Inglaterra, Estados Unidos y también en el Suroeste de Francia) tenían aún, fueron frustradas para París y Francia en general: había allí la más bella vida en grupos aislados, pero no se tenía verdadero contacto con los intereses del pueblo.
Sin duda no han faltado esfuerzos en esta última dirección, y la vida anarquista ha prosperado, probablemente, más ampliamente sin contacto con cuestiones prácticas, en plena libertad de crítica pura y de manifestaciones individuales y fue desde ese punto de vista un período único. Muchas bellas flores, sin que hubiese gran preocupación por los frutos; una decena de años de presentación ideal y estética, no utilitaria de nuestras ideas. Ha dejado su impresión sobre el espíritu del mundo, y sus últimos rayos nos iluminan todavía. Pone de relieve para mí el hecho que la anarquía es una enseñanza humana, la grán luz hacia la cual toda la humanidad busca un camino al salir de las tinieblas autoritarias, y no solamente la solución económica de la miseria del pueblo explotado.
Kropotkin se dedicó a esa propaganda, desde 1879 a 1882 y desde 1886 en adelante; Reclus tomó su puesto cuando Kropotkin fue expulsado de Suiza (Reclus vivió en Clarens hasta 1890) desde 1882 a 1885.
Le Révolté, atendido por Herzig después de Kropotkin, lo fue a partir de 1884 por Jean Grave (nacido en 1854): el periódico apareció en París desde abril de 1885 hasta marzo de 1894, llamado desde noviembre de 1887 La Révolté.
Grave, del grupo de rue Pascal de 1879, había tratado pronto de establecer relaciones entre los grupos; al fin, el periódico se convirtió en ese lazo voluntariamente aceptado por muchos, no reconocido por otros. Grave mismo sostuvo en numerosas exposiciones un anarquismo comunista de manera sencilla, plausible, que quizás descarta demasiado sumariamente las dificultades y los obstáculos para ser enteramente persuasivo. Sin embargo, sus escritos fueron el alimento elemental de la propaganda francesa e internacional. Mencionemos los más conocidos: La Societé au lendemain de la Révolution (1882, 32 págs.), agrandada en 1889 y convertida en 1893 en La Societé mourante et l’anarchie (298 págs.); Lá Société future (1895, 414 págs.); L’lndividu et la Société (1897, 307 págs.); L’Anarchie. Son but, ses moyens (1899, 332 págs.); Réformes, Révolution (1910, 363 págs.); una pequeña utopía Terre Libre (Les Pionniers), 1908, 199 págs., — una novela del ambiente anarquista parisién, Malfaiteurs (1903, 311 págs.) y una colección de recuerdos Le mouvement libertaire sous la troisieme République (París, 1930, 317 págs.). A esto se habría agregado una nueva colección de artículos sobre las deformaciones y desviaciones de la idea anarquista si en ocasión de la guerra los Temps Nouveaux no hubieran cesado de publicarse. Se encuentra el pensamiento ulterior de Grave en un número de artículos de la Revista Blanca, del Suplemento de Buenos Aires y de sus pequeños cuadernos, que sigue publicando.
El programa del momento, en que no se ha de hablar sólo de anarquía entre anarquistas, sino que hay que dirigirse al pueblo mismo, fue atacado con determinación y abnegación indescriptible por Louise Michel (1883-1905), que dio desde su vuelta de la deportación en 1880 un gran vuelo a las reuniones anarquistas. Otro militante experimentado, Emile Digeon, del movimiento comunalista de 1871 (en Narbona) puso también su inteligencia práctica en la obra, habiendo llegado a concepciones anarquistas muy claras. Louise Michel en 1880-82 se encontraba en ese ambiente de la Révolution sociale (periódico de 1880-81) y de los jóvenes oradores como Emile Gautier. El joven Emile Pouget (1860-1931), que debía un fondo sólido de crítica social al viejo Digeon y que tenía siempre presentes las reivindicaciones directas de los trabajadores y la gran revolución social popular directa, hizo lo posible por crear entonces ya un sindicalismo de acción directa de alto tono, como escribió también el primer folleto de antimilitarismo revolucionario A l’Armée; (1883). Otros ebanistas sobre todo, pertenecieron a esos primeros sindicatos, militando rudamente en ellos camaradas como Tortelier, Guérineau, Théophile Meunier, etc. En ocasión de la manifestación de los sin trabajo del 9 de marzo de 1883, Pouget, Louise Michel y otros son arrestados y los dos nombrados quedan en la cárcel hasta enero de 1886. Después Pouget, por el ça ira de 1888 y sobre todo por Pere Peinard (de febrero de 1889, a febrero de 1894; continuando de otras formas hasta abril de 1900), hace del periódico anarquista que más se acercó al sentimiento popular y, aun estando al día en ideas y supremamente inteligente en crítica política y social, ese periódico recuerda los grandes órganos de la revolución francesa. En efecto, Pouget se habría convertido en el Marat de la anarquía y con Marat, Blanqui, Proudhon y Varlin lo considero como la cabeza más inteligente del socialismo francés, uno de los raros hombres que quería verdaderamente la revolución popular, la ruptura de las cadenas que lleva el pueblo y el aplastamiento de sus torturadores. No lo preconizo como uno de los primeros libertarios; apreció la anarquía como la mayor fuerza destructiva que halló desde 1880 a 1894 y creyó ver luego una fuerza destructiva y tal vez constructiva más actual en el sindicalismo de los años 1895 a 1908. La culpa no está en la falta de esfuerzo de Pouget, si los anarquistas mismos no supieron constituir tal fuerza en los quince años de 1880 a 1894, cuando tenían una amplitud de acción en Francia que no tuvieron después.
La anarquía francesa tuvo uno de los más bellos oradores y propagandistas inteligentes en Sébastien Faure (nacido en 1857), cuyas ideas generales se ven en La Doleur universelle. Philosophie libertaire (1895 XII, 396 pgs.) en la utopía Mon communisme (Mi comunismo. La felicidad universal, La Protesta, 1922, 434 págs.) y otra edición de Vértice de Barcelona en 1929, inédita ilustrada y en tantos folletos y artículos, sobre todo en Le Libertaire, que apareció desde noviembre de 1895. En otros tiempos su anarquismo muy persuasivo no me pareció salir de las grandes líneas convenidas; desde las pruebas de la guerra y después, se ha vuelto más crítico y original, como se verá en La Synthese anarehiste (Limoges, 1928, 16 págs. 16o) y en el espíritu que inspira la gran Encyclopédie anarchiste cuya parte teórica, comenzaba en 1926, está casi terminada en 1935.
El elemento romántico me parece representado por Charles Malato (nacido en 1857), educado en un ambiente republicano socialista y comunista, que se acercó a la anarquía a partir de 1885, militando enseguida muy activamente. La Philosophie de l’Anarchie (1889; 141 págs.), Révolution chrétienne et Révolution sociale (1891; 289 págs.) son sus libros serios. En otros libros da una nota alegre, como en Prison fin-de-siécle. Souvenirs de Pélagie (avec Ernest Gégout, 1891); De la Commune a l’Anarchie (1894) y Les Jvyeusetés de l´Exil (1896). Malato ha defendido a menudo la anarquía abiertamente como batallador, pero le ha faltado un verdadero campo para sus capacidades, como por ejemplo un gran periódico independiente. Ha insistido mucho sobre el elemento racial, como antes Bakunin, criterio que felizmente había perdido de vista todo el movimiento francés de ese período.
En la segunda edición de Philosophie de I’Anarchie, revisada (París, 1897), Malato escribe: En cuanto a la toma del montón preconizada por Kropotkin, es decir, a echar mano indistintamente a los productos, la vemos como un expediente revolucionario durante una lucha de algunos días, y más tarde sólo como una consecuencia de la superabundancia en la producción ..., lo que corresponde a las ideas de Malatesta, Merlino, etc.
En ese ambiente creció también la rebelión social directa, manifestándose individualmente porque la rebelión colectiva tardaba en venir y no ha venido aun casi cincuenta años más tarde. Había hombres serios a quienes el débrouillage y el pequeño ilegalismo no daba una satisfacción. Fueron ante todo Clement Duval y Vittorio Pini, que atrajeron la atención general y mucho respeto por su actitud altiva ante los tribunales y su desinterés personal. Hubo actos de protesta, primero por Charles Gallo, en la Bolsa (1886); acción contra los propietarios (Ios desahucios), contra las oficinas de colocación; la Liga de los Antipatriotas; en suma una cantidad de afirmaciones contra la autoridad y la propiedad que, sin embargo, no fueron bastante poderosas y numerosas para arrastrar verdaderamente al pueblo y que, en esas condiciones, tuvieron más bien por resultado separar a los anarquistas del pueblo, que quería y no podía seguirles en todos esos caminos.
Entonces sobrevino un cierto dogmatismo de proyecciones autoritarias, que hizo de esas especializaciones una teoría, y proclamó el desprecio de esos anarquistas que no fueron de la misma opinión. Hubo el período de la exaltación del robo entre camaradas incluso. Kropotkin, por la Moral anarquista (1890), y Merlino reaccionaron más directamente contra esas concepciones; Reclus, personalmente tan lejano de ellas, se abstuvo de criticarlas. El que firmó primeramente N´importe qui (Antonie, muerto en 1929), fue durante largos años el defensor libertario más persuasivo del ilegalismo. Merlino, en Nécessité et Bases d’une Entente (Bruselas, primavera de 1892) pidió una separación clara. Otra solución fue presentada en el mismo momento por Ravachol que tal vez afectado por críticas muy duras, de ilegalista se convirtió en justiciero tratando de vengar a los camaradas martirizados en 1891, y que fue pronto llevado a la muerte, el primero de los anarquistas muertos en Francia; en España se había ahorcado a los condenados de la Mano negra, en 1884, y antes a Moncasi y a Otero que habían tratado de matar al Rey.
Todos los actos de violencia de Ravachol a Sante Caserio, (1892-1894), fueron o la repercusión directa de crueldades gubernamentales, o actos de guerra social directa, y fueron comprendidos así por la opinión pública. Llevaron a persecuciones segÚn el principio de la responsabilidad colectiva que reemplazan tan pronto a la legalidad que se nos ensalza tanto como arraigada, inquebrantable y eterna.
Como Ravachol, otros ilegalistas han sabido obrar con un sentimiento eminentemente social; si no corrían el riesgo de deslizarse tanto fuera de los movimientos como se ponen voluntariamente al margen de la sociedad presente que cada cual abandona en cuanto puede. Malatesta dijo su opinión entonces en Un peu de théorie, artículo del Endehors (París 21 de agosto de 1892); Emile Henry escribió una respuesta. Kropotkin me parece ser el autor de la Declaración, en La Révolte del 18 de junio de 1892; véase, además, su Encare la morale (diciembre 1891).
Las ideas anarquistas fueron propuestas entonces con amplitud por Eliseo Reclus, en sus escritos y personalmente (vivió en los alrededores de París entre 1890 y 1894). Tenía relaciones con la juventud literaria y artística, de la cual una parte profesaba entonces ideas muy libertarias. La filosofía de Jean-Marie Guyau (1854-1888) tenía un undertone libertario y fue saludada por los jóvenes anarquistas de la época tanto como Reclus y Kropotkin, cuyo ideal ético es el de Guyau. Mencionemos solamente Esquisse d’une morale sans obligation ni sanclion (París, 1885, 252 págs.) y L’lrreligion del’Avenir. Elude sociologique (1887, XXVIII, 480 págs.). Mencionemos, además, los libros de Emile Leverdays (1835 a 1890), sobre todo las Assemblées parlantes (1883) y de Leon Melchnikoff; recordemos las simpatías expresadas a menudo por Madame Sévérine, Steilen, Octave Mirbeau, Laurent Tailhade. De esos jóvenes autores, unos han abandonado la Anarquía, que profesaron altamente un cierto tiempo, como Paul Adam, Adolphe Retté y muchos otros; otros, aún cuando atenuaron sus opiniones, quedaron en ella, como Bernard Lazare, Pierre Quillard, Maximilien Luce (el pintor). Hubo muchas jóvenes revistas, de las cuales una de las más bellas fue la Revue blanche (1891-1903), y hubo esa hoja extraordinaria de combate libertario, L’Endehors (5 de mayo de 1891-19 de febrero de 1893), de Zo d’Axa (Alphonse Galland, 1864-1930), de un brío memorable, de que le feuille (1897-1899) del mismo y su libro Le Gran Trimard (1895) continua todavía el reflejo.
La propaganda anarquista por libros, folletos, periódicos, murales, canciones, dibujos, fue inagotable; de los cancioneros, mencionemos Paul Paillette (Tablettes d’un Lázard) y Gabriel Randon (Jehan Rictus, Les Soliloques du Pauvre, 1897). La comuna anarquista de Montreuil fue un primer esfuerzo de reciprocidad voluntaria de servicios.
La crueldad de la legislación (las deportaciones a la Guyane) y la ferocidad particular de procuradores, jueces y policías, provocaron las represalias de 1892 a Í894, que tuvieron por consecuencia las persecuciones colectivas, las leyes de excepción llamadas lois scélérates de 1893 y 1894. Así, en 1894, los militantes fueron forzados, en gran número, al destierro, en Londres, y Eliseo Reclus también dejó entonces a Francia para siempre, estableciéndose en Bruselas.
Durante ese período, el comunismo anarquista había sido mil veces discutido en todos sus aspectos, sin que, yo creo, se le hiciese una crítica en Francia. Había una voz mutualista, el folleto L’Anarchie et la Révolution, por Jacques Raux (Eugéne Rousseau, 1889), y hubo, en noviembre de 1893, la crítica de Merlino, de la que hablaré más adelante. Se conoció también la opinión de Tarrida del Marmol, que rechazó los calificativos económicos. En un sólo órgano de corta vida en Bélgica, en 1890, La Réforme sociale, más tarde La Question sociale (Bruselas, Octave Berger), se defendió el anarquismo individualista de matiz norteamericano. Individualismo en los órganos franceses, quería decir antiorganizacionismo y comunismo sin el deber, o el impulso moral, de reciprocidad.
El anarquismo comunista en Italia; su interpretación por Malatesta y por Merlino (1876-1932)
En Italia, el comunismo anarquista de 1876, fue poco discutido en los años de persecución, que comienzan en la primavera de 1877. Covelli lo afirmó, así como los acusados del proceso de Benevento, y hubo una discusión bastante extensa en La Plebe, (Milano) en 1879, que no conozco. Cafiero afirmó un comunismo exuberante en el congreso jurasiano de 1880; ver también su serie Révolution, en La Révolution sociale (París) en 1881. De Cafiero tenemos, además, el artículo L’ Action (Révolté, 25 de diciembre de 1880); de Malatesta, el artículo en el segundo Bulletin del congreso de Londres (22 de junio de 1881) y la larga carta escrita por el grupo internacional íntimo, carta que he resumido en Anarchisten und Sozialrevolutionüre, pags. 228-230; la concepción de Cafiero es distinta (ver, pág. 231). Lo vemos todavía en el congreso de Londres (págs. 202-223). Lo que escribió después, como en el Ilota, de Pistoia, y el Risveglio, de Ancona, no me es conocido. Il Popolo, de Florencia, no pudo ser publicado; sólo La Questione sociale, que no puedo consultar ahora (22 de diciembre de 1883, al 3 de agosto de 1884). Pero ha aparecido entonces Fra Contadini y Programma e organizzazione della Associazione Internazionale dei Lavoratori, folleto de 64 págs., en 16o, que contiene sus primeras expresiones sobre el anarquismo comunista, que me son accesibles ahora. La carta de 1881, se ha traducido ahora en Studi sociali (Montevideo, 1934); también el folleto conteniendo el programa de 1884, ha sido reproducido allí. Malatesta ha debido sufrir años dolorosos, de 1879 a 1832, cuando vio a Andrea Costa y a un número de otros antiguos camaradas desfallecer y cuando vio a Cafiero ensombrecer de un modo gradual y al fin perder la razón irremediablemente. Se repuso, y tomó la iniciativa de 1883-1884, cuyas consecuencias le hicieron abandonar Europa por largo tiempo.
Discute, en el Programma, de junio de 1884, el pro y el contra del colectivismo, y declara el comunismo una solución más amplia y más consecuente, la única que corresponde al desenvolvimiento completo del principio de solidaridad, pero presupone un gran desarrollo moral de los hombres, etc., pasaje ya mencionado más arriba, que concluye en el comunismo allí donde es posible y en el colectivismo transitorio donde no hay abundancia. Piensa que en los primeros tiempos después de la revolución, bajo la influencia del entusiasmo y del ímpetu revolucionario, el colectivismo no tendría malas consecuencias, pero sería preciso tratar de hacerlo desarrollar pronto hacia el comunismo. También en Fra Contadini, primera edición, septiembre de 1884, prevé que en algunas localidades habrá comunismo, en otras colectivismo u otra cosa y, según la experiencia, se aceptará poco a poco el mismo sistema. Malatesta comprende el comunismo, según Luigi Fabbri escribió en 1925 ... como una línea directriz de la conducta, que se sigue voluntariamente, con todos los temperamentos y excepciones que las condiciones y voluntad de los asociados mismos exijan y hagan necesarios.
En toda la obra de Malatesta hallamos esa comprensión, a la vez muy libertaria y muy realista, de la diferenciación probable de los grados de comunismo, e incluso de un colectivismo transitorio, según las situaciones reales, las disposiciones de los individuos y la abundancia de los productos particulares. Ese realismo y esa prudencia, distinguen a él y a Merlino de la mayor parte de los anarquistas comunistas, que creían en la existencia de una abundancia (ver, los folletos muy difundidos Los productos de la tierra, etc.) o en la rápida producción, casi era la improvisación de esa abundancia (ver, Cafiero, 1880); en una palabra; en la toma del montón, por decir así ilimitada, y en la ausencia de dificultades iniciales de una sociedad libre.
Francisco Saverio Merlino (1856-1930), conquistado para las ideas anarquistas desde el invierno de 1876-77, traductor del libro inglés The Abolition of the State (Londres, 1873), del Dr. S. Engländer, extracto de un libro alemán de 1864 sobre los esfuerzos proudhonianos y otros de 1848-51 —ese autor habla también de Bellegarrigue -— L’ Abolizione dello Stato (Milán, 1879, 176 págs.). Merlino, refugiado como Malatesta después del proceso de Roma, 1883-1885, fue entonces durante la ausencia de Malatesta en la Argentina el camarada italiano más en vista en la discusión de las ideas. Ha expuesto sus concepciones muy claramente, sobre todo en Profili d’un posible organamento socialistico, las págs. 198-212 de su libro ¿Socialismo o monopolismo? (Nápoles, Londres, 1887, 288 págs.) y Dell’Anarchia o donde veniamo e dove andiamo (Florencia, 1887, 16 págs.).
En este último escrito rechaza el colectivismo como norma de la distribución de los productos, pero niega que las condiciones del comunismo, la abundancia, existan, puesto que un sistema económico racional produciría pronto una variedad de artículos útiles más bien que una abundancia de algunos. A pesar de eso, acepta el comunismo desde el punto de vista de la solidaridad que, espontánea como su esencia exige, tendrá la forma del pacto social de la ordenación del trabajo por pactos libres. Los pactos, diferentes según la localidad y el desarrollo del socialismo, tendrán por base la libertad del individuo, del trabajo, de la asociación, del empleo directo de los instrumentos de trabajo y la equivalencia del trabajo hecho. No puedo entrar en el detalle de las proposiciones de Merlino, que quisiera poder reproducir para exponer, sobre todo, su verdadero espiritu. Me parece corresponder mas a lo que hoy se comprende en España por municipio libre, la comprensión que la primera organización de la vida social libre exige una reciprocidad de buena voluntad, arreglos mutuos en el buen espíritu de la solidaridad y que todo eso implica trabajo y procurará la seguridad, la certidumbre de la ausencia de miseria, mientras que la falta de privaciones, el disfrute, la toma del montón general no existirán de inmediato: existen hoy, para los ricos, y al precio de las privaciones de cien pobres por un rico; los cien pobres habrán, pues, de centuplicar su esfuerzo si quieren producir un disfrute semejante para ellos mismos, lo que es absurdo.
Merlino dice el fondo de su pensamiento por las palabras: somos anarquistas: pero la Anarquía no es la amorfia, sino la asociación de libres y de iguales. Para él, la apropiación (gustaba de llamar asI a la expropiación), los pactos libres y la federación más o menos extensa, según las condiciones son la serie de los actos de la revolución ... El comunismo, el colectivismo, otros sistemas aún serán ensayados, tal vez combinados, y, durante esos ensayos, los hombres se habituarán a cooperar en solidaridad. Las dificultades serán muy grandes, no habrá transformación de la noche a la mañana, sino ensayos, mejoras, incluso conflictos antes del acuerdo. Esto es tomado de Necessité et Bases d’une Entente, el folleto de la primavera de 1892.
Habría sido inútil precisar todo eso, si esa concepción que Merlino llama amorfia no hubiese sido muy fuerte en el mundo anarquista italiano y francés, y también entre los primeros anarquistas comunistas españoles, que preconizaban lo que Mella llamó un comunismo extravagante. Esta concepción tenía por resguardo los escritos de Kropotkin, que, personalmente, sentía todo lo contrano, es decIr, que, por comunIsmo, comprendlo la generosidad, dar más de lo que se toma, no un disfrute y un reposo casi sin fin, como si los vencedores proletarios presentes descansasen indefinidamente en recompensa por el deslomamiento de las generaciones pasadas. Merlino, al fin, discutió la obra de Kropotkin mismo, y entre los anarquistas comunistas destacados, fue él, creo, el primero en hacerlo. L ‘individualisme dans I’ anarchisme (La Société nouvelle, Bruselas, nov. de 1893, págs. 567-86), critica tanto las ideas de Tucker como las de Kropotkin en La conquista del pan. En una palabra, como escribió en La Révolte del 30 de diciembre, no cree que, después de la revolución, la producción pueda ser organizada según el haz lo que quieras ni el consumo según toma del montón; se tendrá necesidad de un plan, de pactos libres que obligan, de arreglos permanentes basados sobre la equidad. Kropotkin rehusó una discusión directa, pero quería ocuparse de eso en el curso de respuestas a una serie de contradictores. Pero el arresto de Merlino (enero de 1894) y la suspensión de La Révolte (marzo), han cortado ese debate.
Durante o después de sus años de prisión, Merlino ha atenuado sus opiniones considerablemente, lo que expresan el libro Pro e contro il Socialismo (Milán 1897, I, 387 págs.) y otros escritos. Consideraba sin salida la Anarquía amorfa, y trataba de asociar a su anarquía reflexiva las formas menos estatistas del socialismo autoritario; dice: el amorfismo o el atomismo no es el porvenir de la humanidad (Formes et essence du socialisme, París, 1898, págs. 157). Se separa netamente de Malatesta, el representante de la anarquía socialista, de Kropotkin y Grave, los de la anarquía comunista. No ignora las ideas de Hertzka (Freiland), criticándolas también, y establece un sistema unionista, algunas ideas generales (págs. 1835). Edward Carpenter me parece asumir una posición semejante a la suya.
No basta rechazar a Merlino como apóstata. Su caso me parece mostrar en qué grado la intolerancia y el doctrinarismo, también los procedimientos personales, de los exuberantes de la amorfia han hecho aparecer sin salida la causa anarquista dominada por ellos hasta 1894, al menos. Merlino, prisionero en 1894-96 (mayo) no había podido asistir a las discusiones serias entre Pouget y Malatesta, Kropotkin y otros en 1894, que determinaron entonces el acercamiento hacia el sindicalismo, y no había podido ver cómo, a partir de 1895 aproximadamente, también los bellos tiempos del amorfismo habían pasado ya. Salir del aislamiento fue su objetivo y al mismo tiempo el objetivo de los otros. Creía poder articular un centro relativamente libertario compuesto por anarquistas reflexivos y por los socialistas menos autoritarios; los otros creían poder inspirar a los trabajadores de matices socialistas muy diversos, reunidos en Ios Sindicatos, el espíritu libertario: fue en el fondo íntimo una esperanza bastante parecida, una obra que podía ser útil y que dio a Merlino decepciones entre los socialistas tanto como a los creyentes y entusiastas del sindicalismo (¡lo que había entonces!). Malatesta, que había conservado su sangre fría, vio a Merlino volver maltrecho, y vio a los fascinados por el sindicalismo o bien absorbidos por él (y no al revés) sentirse muy desilusionados cuando el sindicalismo autosuficiente no quería saber de ellos. Vio también la decadencia de la amorfia y del atomismo, pero lo que no vio fue que se había comenzado a prestar más atención a los problemas y a las dificultades de una reconstrucción. Allí se creía poder apoyarse en los trabajos de Kropotkin, y la rutina que se estableció fue probablemente más fatal todavía que las extravagancias anteriores. que, en parte al menos, fueron exuberancia y testimoniaban fuerza; la rutina es siempre debilidad.
De regreso de la Argentina, Malatesta hizo aparecer el Apello (Niza, septiembre de 1889, 4 páginas en 4o; en texto español, Circular, 2 páginas en 4o), una declaración de principios seguida muy pronto del Programma elaborado, que publicó su nuevo periódico L’ Asociazione (Niza; más tarde en Londres) .Su propósito era una renovación de la Internacional como Partido internacional socialista anárquico ... con un programa general, el cual, sin perjudicar las ideas de cada uno y sin estorbar el camino a las nuevas que puedan producirse, nos reuna a todos bajo una sola bandera, dando unidad de acción a nuestra conducta hoy y durante la revolución ...
De estos dos escritos que resumen los principios y los medios de acción con una precisión y una amplitud que se encuentra raramente, destaco observaciones como éstas: (después de haber establecido los principios fundamentales) ... Fuera de estos extremos, no tendremos razón de dividirnos en pequeñas escuelas por el furor de determinar con exceso los particulares, variables según el lugar y el tiempo, de la sociedad futura, de la que estamos lejos de prever todos los resortes y posibles combinaciones. No habrá motivo, por ejemplo, de dividirnos por cuestiones como las siguientes: si la producción alcanzara su más o menos vasta escala; si la agricultura se hermanara en todas partes con la industria; si, por exceso, y a grandes distancias, podrán cambiarse los productos bajo la base de reciprocidad; si todas las cosas serán disfrutadas en común o según norma; o si el uso de alguna de ellas será más o menos particular. En fin los modos y particularidades de las asociaciones y de los pactos, de la organización del trabajo y de la vida social, ni serán uniformes ni pueden ser desde hoy previstas ni determinadas.
No se pueden prever, sino muy vagamente, las transformaciones de las industrias, de las costumbres, de los mecanismos de producción, del aspecto físico de las ciudades y de los campos, de las necesidades, de las ocupaciones, de los sentimientos del hombre y de las relaciones y vínculos sociales. Por lo menos no es lícito dividirnos por puras hipótesis. La cuestión entre el colectivismo anárquico y el comunismo anárquico es cuestión también de modalidad y de pacto.
Cierto es que la remuneración, según la obra ejecutada, pregonada por los colectivistas, puede conducirnos a la acumulación desigual de los productos, y determinar (cuando el proceso de esta acumulación fuera excesivo) y la vuelta a la usura; a menos que la acumulación y la usura no fuesen imposibilitadas por prohibiciones y fiscalizaciones, las cuales no podrán menos de ser despóticas y odiosas. Por otra parte, la toma a voluntad de las cosas abundantes y aprovisionamiento de otras, pueden dar lugar también a arbitrariedades e imposiciones humillantes. Así, pues, el sistema comunista no está exento enteramente de inconvenientes.
Pero los inconvenientes de estos dos sistemas desaparecen; las imposiciones, la acumulación y la usura se hacen imposibles e infructuosas por el sólo hecho de que todos los hombres hallarán en la sociedad los medios para producir y vivir en libertad; que las ventajas de la producción en común serán manifiestas, y que una nueva conciencia moral se formará, por la cual el asalariado repugnará a los hombres, como repugnan hoy la esclavitud legal y la inquisición. Así es que, sean cualesquiera que sean las particularidades, el fondo de la organización de la sociedad será comunista. Contentémonos con el comunismo moral y fundamental que, bien mirado, vale más que el material y formal. Y lejos de sujetarnos a fórmulas frecuentemente sibilíticas, casi siempre ambiguas y de aplicación incierta, preferimos atenernos a los principios fundamentales, esforzándonos por inculcarlos en las masas, a fin de que éstas también, cuando sea llegada la hora, no riñan por una frase o por un adminículo, sino que sepan imprimir en la sociedad, que saldrá de la revolución, una dirección conforme con los principios de justicia, igualdad y libertad ...
(En el Programma dice) ... somos decididamente comunistas... Pero, en todo esto es preciso distinguir lo que ha sido científicamente demostrado, de lo que se halla todavía en estado de hipótesis o de previsión; se tiene que distinguir lo que debe hacerse revolucionariamente en seguida y mediante la fuerza de lo que será consecuencia de la evolución futura y que debe dejarse a la libre voluntad de todos, espontánea gradualmente armonizada.
Hay anarquistas que preven y preconizan otras soluciones, otras formas futuras de organización social; sin embargo, ellos quieren, como nosotros, destruir el poder político y la propiedad individual: quieren, como nosotros, que la organización de las funciones sociales se haga espontáneamente, sin delegación de poder y sin gobiernos; como nosotros, quieren combatir a todo trance y sin tregua hasta la completa victoria; ellos son compañeros y hermanos nuestros. Aparte, pues, todo exclusivismo de escuela; entendámonos más bien sobre el camino y sobre los medios, y adelante ...
Leyendo estas observaciones con atención se ve que Malatesta estuvo muy al corriente de la situación; destaca sobriamente ciertas creencias llamándolas con su propio nombre hipótesis, y repudia los exclusivismos. Viendo el fracaso de los congresos socialistas de 1889 (julio) dice: ... El último congreso socialista obrero de París, ha indicado su decadencia (la del partido socialista autoritario) y casi su desaparición. Nosotros debemos ser nuevamente socialistas, ha dicho justamente; y la misión de realzar la bandera del socialismo deben cumplirla los anarquistas, los cuales, consecuentes con sus principios, son y serán hasta el fin, antiparlamentarios y revolucionarios ... Pero en el mismo mes de septiembre de 1889 en que apareció el Apello tuvieron lugar las dos conferencias anarquistas internacionales en París, donde se discutió sobre muchas cosas, pero consideráblemente también del edificante problema del robo entre camaradas, que había fascinado entonces a algunos. No hay más que leer los informes publicados y el artículo del Productor del 2 de octubre de 1889, basado sobre las impresiones de Tárrida del Mármol, que estuvo presente. Por lo demás, también estaba presente yo y sé cómo se estuvo a mil leguas del deseo de Malatesta de dejar en paz las diferencias y de buscar un terreno de acción común. Sólo El Productor de Barcelona reconoció el valor de su iniciativa; para los demás un llamado a organizarse fue como un llamado a convertirse en esclavos.
En Italia, Malatesta trató de reunir un partido de acción, los anarquistas y los socialistas revolucionarios, los que, aun votando por Cipriani y Costa, en la Romagna, se creían revolucionarios. El congreso de Capolago corresponde a ese esfuerzo: ver, Manifesto ai socialisti ed al popolo d’ltalia e programma del Partido socialista rivoluzionario anarchico italiano. Risoluzioni del Congreso socialista italiano di Capolago, 5 gennaio 1891 (Forli, 2 de marzo de 1891, 16 páginas in-16o). El primero de mayo ese esfuerzo fue frustrado. Su viaje a Italia central en el invierno de 1893-94, sus esfuerzos de 1895 —uno de los cuales, el internacional, ha dejado el proyecto impreso Federazione internazionale fra socialisti-anarchici-rivoluzionari (febrero 1895; 2 páginas in-4o; Londres)—, su llamado a todos en 1899 Contro la Monarchia. Apello a tutti gli uomini di progresso —agosto de 1899; 15 págs. en 16o; sin nombre de autor), y quizás otros esfuerzos—, todo eso corresponde a su plan de reunir las fuerzas militantes antimonárquicas de Italia para derribar primero la Monarquía, después de lo cual cada uno seguiría su propio camino. Internacionalmente quería asociar las fuerzas anarquistas de todos los matices, pero ha debio convencerse en la Internacional anarquista, que el congreso celebrado en Amsterdam, en 1907 (agosto, 24-31) había fundado, que los grupos anarquistas de entonces, hasta 1914, no se atenían a ninguna actividad en común y han dejado languidecer esa Internacional, que no ha sido reanimada después.
Sólo él, con algunos camaradas locales, ha sabido reanimar siempre los grupos, entusiasmar al pueblo, hacer un bello periódico -, en 1883-84, La Questione sociale, de Florencia; en 1885 el periódico del mismo nombre en Buenos Aires; en 1889-90 la Associazione de Niza y Londres; la serie de folletos de 1890-91 (Londres) y otra comenzada en 1892; la gran jira de propaganda en España, en el invierno de 1891-92; la Agitazione, de Ancona, en 1897-98; casi un año de La Questione sociale, de Paterson, New Jersey, 1899-1900; algunas pequeñas publicaciones en Londres, Volontá, de Ancona, 1913-14 y la semana roja de Romagna; Umanitá Nova, de 1920 a 1922 en Milán y Roma; la revista Pensiero e Volantá, de enero de 1924 a octubre de 1926, en Roma. Ahí y en muchos artículos de otras publicaciones se encuentra su pensamiento en detalle, teórico y aplicado a las mil cuestiones del día. Hasta su última línea, en 1932, se observará esa concepción reflexiva, realista del anarquismo que le fue propia como antes a Merlino.
La inmensa mayoría de los camaradas ha preferido la otra, la que se llamaba optimista, que raya en una inconsciencia pasiva, en una fe en la espontaneidad, en que todo marchará por sí solo, casi automáticamente, en la amorfia apasionada, querida, en el deseo de no vivir más que sobre la más alta cima siempre que estuviera en aislamiento absoluto, y de despreciar como retrógrada toda veleidad solidaria. Sea la rutina, sea la exuberancia han triunfado sobre la voluntad consciente que fue la esencia del ser de Malatesta. No podía darse cuenta, como nadie, de lo que es la voluntad, pero sabía que existe, y entonces hay que aplicarla, y la razón, que sabemos manejar, igualmente. Ellas nos conducen, sin autoritarismo, a dar a la anarquía esa forma de expresión bien hecha, bien razonada, bien proporcionada, que es propia de todo trabajo bien hecho. La anarquía es la vida misma, que entre hombres es la convivencia, el máximo de los beneficios de la automonía y de la solidaridad con el mínimo de fricción y de fuerza perdida. Es la marcha de los astros, como término medio, y no necesariamente el juego inacabable, en apariencia, de los cometas y de los meteoros. Los sistemas de los mundos celestes se componen más bien de astros, y los bólidos son excepción; si eso basta para ellos, también la pequeña sociedad humana, sobre la corteza de la pequeña Tierra, haría mejor en contentarse por el momento con una convivencia lo más armoniosa posible, que con una vida amorfa, atomizada semejante a las carreras erráticas de los bólidos, chispas efímeras.
Por grandes que fueron y sean la actividad y la abnegación de los otros camaradas italianos, en este relato no los discuto, pues no presenta más que reproducciones y combinaciones de las dos corrientes ya descritas: Kropotkin o Malatesta —y algunas veces influencias stirnerianas y otras sobre el fondo de sus propias individualidades y caracteres. Cafiero, Covelli, Fanelli, Friscia, Converti, Giovanni Rossi, Sergio di Cosmo, Paolo Schicchi, Roberto d’ Angió, Ciancabilla, Fabbri, Pietro Gori, Luigi Galleani, Bertoni, Edoardo Milano, Ettore y Luigi Molinari, Samaja, Vezzani, Damiani, Borghi son algunos de esos hombres destacados y no olvido a los que han escrito poco o nada y han obrado y se han sacrificado. Se encuentra razonamiento crítico tal vez más que en ninguno en Gigi Damiani, pero todos me parecen diferenciarse de Malatesta en esto, que no tuvieron absolutamente la fe que él tenía en la posibilidad de una revolución social italiana. Tal vez bajo la influencia de los cambios de 1860 a 1870, que había visto, y la de Bakunin, y la de su propio ser, tenía esa confianza directa y la voluntad de reunir los elementos que entablarían esa lucha. Los otros, que habían visto al Estado reforzándose desde 1870, no tenían esa fe y no cooperaban más que a medias o no querían cooperar con él. Así, que se le respetase o se le combatiese— ¡y se creía derribar un tirano al combatirle! — no se secundaba su esfuerzo continuo. Internacionalmente se siguió a la figura más brillante de Kropotkin. ¡Ojalá después de su muerte se llegue a comprender al fin mejor a Malatesta!
El anarquismo colectivista en España; El anarquismosin adjetivos; el comunismo libertario.- Ojeada sobre los años 1870-1931
La Federación española de la Internacional, de junio de 1870, cuya historia hasta la primavera de 1874 nos es conocida por numerosos documentos, impresos y periódicos, después de un desarrollo lento en 1870-71, la situación amenazante en 1871 que causó el traslado temporal de su Consejo federal a Lisboa, su avivación en la conferencia de Valencia, y el repudio de la tentativa de política marxista introducida por Paul Lafargue, tomó un desenvolvimiento progresivo en secciones y miembros desde 1872 a 1873. Los militantes se entendían en La Haya, en Zurich y en Saint-Imier con Bakunin, los italianos y los jurasianos (septiembre de 1872) y su secretario de la Comisión federal, Francisco Tomás, un joven albañil de Palma (Mallorca) se interesaba cordialmente por la suerte de la Asociación. Su finalidad consistía en hacerla crecer en secciones y en miembros ante todo y en la primavera de 1873 pensaba que, si ese progreso continuaba como de 1872 a 1873, en dos años se estaría en condiciones de una verdadera acción. Desde este punto de vista, no quería que huelgas numerosas gastaran las fuerzas y tuvieran quizás por consecuencia desilusiones y desorganizaciones locales. De igual modo, deseaba que la Internacional quedase fuera de las luchas agudas que el federalismo acentuado, el cantonalismo, desencadenó hacia el verano de 1873. Pero eso no fue posible para un número de localidades y al mismo tiempo movimientos sociales locales, especialmente en Alcoy, donde estaba la Comisión federal, y en San Lucar de Barrameda, a donde había ido Morago, arrastraban a los internacionales y tuvieron por consecuencia pérsecuciones y arrestos numerosos. Cuando 74 trabajadores presos describieron los malos tratos que sufrieron (carta del 29 de octubre de 1873), la circular de la Comisión federal del 1O de noviembre (núm. 34; impresa, 2 págs. in-4o), escrita por Tomás, fue la primera declaración activamente revolucionaria de la Federación, porque se habló allí del terror de represalias, recordando los Sheffield outrages, los actos de terror industrial por los tradeunionistas en Sheffield.
La Internacional fue declarada disuelta por el gobierno mediante un decreto aparecido el 11 de enero de 1874; la circular número 38, reservada (Madrid, 12 de enero de 1874; litografiada, 2 págs. in-4o) da entonces consejos sobre la continuación clandestina de la organización, cuyos periódicos desaparecen o se vuelven anodinos. En marzo se hizo circular ampliamente en el país —conocemos los detalles sobre 11,720 ejemplares— el Manifiesto de la Comisión federal a todos los trabajadores de la Región española (infolio, gr. de 5 columnas, 2 págs.), en el cual el proyecto de Bakunin sobre la organización de los Hermanos internacionales es libremente insertado en partes. Había un órgano clandestino, Las represalias, y un Manifiesto del congreso regional, el último, celebrado en Madrid, en junio de 1874, en 12 mil ejemplares, prometiendo también represalias. Sobrevino entonces una dislocación de la organización por las persecuciones, pero la Alianza volvió a tomar los hilos y desde 1875 las conferencias comarcales celebradas todos los veranos reemplazaron a los congresos; la Comisión federal residía desde esa época en Barcelona. Eso pudo producir un desarrollo un poco diferenciado en Madrid. Allí aparecieron en febrero de 1875, después de la restauración monárquica, algunas hojas clandestinas A los obreros, que expresaron la voluntad de no tratar con indiferencia absoluta un cambio político como hasta aquí, y de quitar todo el poder posible a un nuevo régimen. No conozco ninguno de los 63 números de El Orden, el periódico clandestino (1875-78), que se decía hoja socialista de propaganda y de acción revolucionaria, en el cual tomaron parte Morago y Juan Serrano y Oteiza.
De Francisco Tomás, el secretario, son probablemente las Medidas prácticas que han de tomarse después de destruido el estado actual de 1876, que corresponden ampliamente al documento de Bakunin ya mencionado. En 1877 parecía inminente un movimiento republicano y la Internacional habría tomado parte, pero tal vez por esa razón el movimiento no estalló y los republicanos quedan desde entonces en el terreno parlamentario. La Internacional desde 1878 está frente al problema agrario en Andalucía, donde en 1878 y 1879 hubo incendios en los campos y el nombre de La Mano negra fue puesto ya, según parece, en circulación, al menos por un juez que habría mostrado a un preso un escrito con el título La Mano negra (no puedo verificar la cita en este momento). Una hoja clandestina firmada por la Comisión federal, en mayo de 1879, es titulada A los trabajadores del campo de Andalucía, en particular y a los obreros en general (2 págs. in-4o). En las conferencias comarcales de 1879 fue aceptado el Programa de realización práctica inmediata en 17 artículos, que es la suma de las medidas revolucionarias durante y después de la revolución (1 pág. en 4o); hubo una edición revisada por las conferencias de 1880, fechada en España, 8 de abril de 1881; (1 pág. in-4o). Ese proyecto se parece al programa del periódico clandestino El municipio libre (Barcelona, noviembre de 1879, a mayo de 1880) y los dos me parecen proceder de J. G. Viñas, que redactó hasta fines de 1880 el periódico público Revista Social, necesariamente anodino, pero que toma un poco de color cuando se acercó la caída del ministerio conservador de Cánovas del Castillo (febrero de 1881).
Por esas publicaciones y algunos folletos, sobre todo las traducciones de escritos de James Guillaume, se puede uno dar cuenta de las ideas de la organización, que fueron un anarquismo colectivista rígido, el cual impondría una revolución que procedería por medidas que se pueden describir como muy precisas y severas. Francisco Tomás y el doctor Viñas, por antagónicos que se hayan vuelto personalmente en el curso de esos años, me parecen semejarse en rigorismo. Hubo al fin graves disidencias sobre el retorno de la Internacional a la vida pública abandonando su nombre y denominándose Federación de Trabajadores de la Región Española. Viñas y otros habrían querido continuar la clandestinidad revolucionaria. Farga Pellicer, Llunas y otros en Barcelona y Serrano y Oteiza en Madrid han debido apoyar sobre todo la fundación de la organización pública. Viñas se retiró, pero los gérmenes de descontento sobre el abandono de la organización clandestina parecen haber entrado en la Federación Regional desde sus comienzos y el problema andaluz se incubaba en ella como otro factor de disensión.
Una asamblea pública, el 20 de marzo de 1881, la fundación de la Revista Social de Madrid (11 de junio), el Congreso de la Unión de constructores de edificios (de 1877) hacia fines de junio, la convocatoria del Congreso obrero regional (1O de julio), escrita por Farga Pellicer, el proyecto de los Estatutos de la Federación de Trabajadores de la Región Española en la Revista social del 18 de agosto, los artículos explicativos de ese periódico: Autonomía, Pacto y Federación, Municipio del porvenir, Nuestra política (la política demoledora), Nuestra actitud, Nuestra línea de conducta, Política demoledora, Sus consecuencias y La revolución (del 11 de junio al 23 de febrero de 1882) marcan el espíritu con el cual fue preparado el Congreso obrero del 23, 24 y 25 de septiembre, un congreso de 140 delegados de 162 asociaciones, cuyo informe fue impreso en cuatro ediciones de un total de 28,500 ejemplares. Mencionemos aún su Manifiesto a los trabajadores de la región española, del 24 de septiembre.
Los constructores de edificios se pronuncian al fin de junio por ... Municipio libre y autónomo compuesto de todas las secciones de productores de cada localidad, que, dueños de la tierra, capital e instrumentos de trabajo, se administrarán de la manera que juzguen más conveniente para sus intereses y para que cada uno reciba el producto íntegro de su trabajo;
Federación de los Municipios de cada comarca para todos los intereses y servicios regionales;
Pacto o alianza fraternal entre todas las regiones para todos los intereses y servicios generales, y para que sea un hecho la fraternidad humana y la práctica de la justicia sobre la tIerra...
El congreso se pronuncia, pues, en pro de la reunión de un Congreso Regional compuesto de delegados de todas las secciones simpáticas a las ideas colectivistas y de libre federación de Municipios libres ...
En el Manifiesto del 24 de septiembre se dice: ... por lo que dejamos expuesto, claramente se desprende que el Congreso obrero se declara colectivista con respecto a la propiedad, anárquico o autonomista en la manera de entender la organización social ... La palabra autonomía es empleada entonces y por uno o dos años a menudo como sinónimo de anarquía. Serrano y Oteiza en Nuestro programa del primer número de la Revista Social (11 de junio, dice, sin emplear la palabra anarquía: ... Queremos la autonomía del individuo, la del grupo o sección de oficio que los individuos puedan constituir, y la del municipio. Como medio de realizar los fines autonómicos consiguientes, queremos facultad legislativa en el individuo, en el grupo o sección, en el municipio mismo, para dar solución a todas las cuestiones que les fueran propias, y muy especialmente en el orden económico, salvo siempre los derechos individuales que nosotros denominaríamos primordiales y esenciales, y que tienen su base en la igualdad de medios económicos, así de las personas humanas como sociales. En este sentido somos autonomistas en la más extensa acepción que pueda darse a esta frase... La organización armónica de todas las autonomías está en el pacto, que, si bien es medio de realizar aquélla, por el hecho de serlo, es esencial... debiendo constar que en ciencia sociológica profesamos las ideas más opuestas al comunismo, fourierismo y cooperismo (permítasenos la palabra): somos, pues, colectivistas ...
El 1O de enero de 1882 en Nuestra política, Serrano, dice: ... los medios materiales de regirse esta sociedad (la sociedad del porvenir, la Armonía Universal) son: la autonomía, el pacto y la federación, asentados en la propiedad colectiva, que es el principio justo de la propiedad. Esta es la sociedad donde el orden es permanente. Esta es —y no las simplezas que por ahí se propalan—, la aborrecida anarquía ...
Jesús Serrano y Oteiza (1837-1886) de Madrid, antes republicano militante y un internacionalista de la primera hora, jurista y literato, se formó con las ideas de Proudhon y se muestra el militante menos alcanzado de esos años por las ideas que procedían de Bakunin. Sus escritos muy precisos en pensamiento, parecen fríos y desprovistos de sentimiento. Ricardo Mella, que escribió desde 1880 en las publicaciones libertarias, yerno de Serrano, parece haberse formado con él, al menos a juzgar por sus escritos de la década de años siguientes.
En Barcelona el anarquismo de esos años fue más inspirado por ideas de asociación, bakuninistas, y por el sentimiento revolucionario general. Tenía un foco seguro en la gran imprenta La Academia, regenteada por Farga Pellicer y gracias a las cualidades de éste en su arte, a la elección de sus colaboradores, y a la actitud recta del republicano federal Evaristo Ullastres, el dueño, se pudo producir en ese ambiente un número importante de buenas publicaciones anarquistas, como el gran libro Garibaldi. Historia liberal del siglo XIX (1882-1883; 2,336 páginas), La Tramontana, Acracia, la Asociación de la Sociedad de obreros tipógrafos de Barcelona, etc. Si la Comisión federal, cuyos componentes a menudo son inhallables en la documentación que me ha sido accesible, se compuso en 1882-83 de Francisco Tomás (secretario), Antonio Pellicer Paraire, José Llunas, Eudaldo Canibell y un quinto, tres eran de la imprenta La Academia y Farga Pellicer —que no me atrevo a considerar el quinto, pues sería una suposición sin prueba posible para mí— estaba en todo caso constantemente a su lado.
José Llunas Pujols, de Reus, muerto en 1905, antiguo militante de la Internacional, fue entonces, sobre todo en 1882-83, muy conocido como exponente de los principios de la Federación Regional, y sus escritos son la elaboración más. consecuente de la tesIs de 1869-70, que consIdera la organIzacIon presente como permutable con la sociedad del porvenir. Se leerá de él: ¿Qué es la anarquía? y Colectivismo, ensayos de 1882; Organización y aspiraciones de la Federación de Trabajadores de la Región Española, del 30 de diciembre de 1883; en el Primer Certamen socialista, 1885 (Reus, Centro de Amigos, impreso en Barcelona, LXII, 576 páginas). Combate más estrictamente el comunismo y su discurso del congreso de Sevilla (1882) contra el comunismo puede ser reemplazado en su argumentación por el ensayo sobre el colectivismo (en el Almanaque para 1883, Madrid 1882, vol. de la Biblioteca del Proletario, impreso en 40,000 ejemplares; 224 páginas en 16o).
Llunas reconocía la delegación y una jerarquía por delegación sucesiva es para él una organización perfectamente anárquica. Una elección para un objeto determinado no implica una abdicación ... Como que una colectividad en pleno no puede escribir una carta, ni echar una suma, ni hacer infinidad de trabajos solo realizables por el individuo, resulta que al delegar a quien se tenga por conveniente para realizar aquellos actos, para lo cual de antemano le señala una línea de conducta, no tan sólo no abdica su libertad sino que cumple el deber más sagrado de la anarquía, que es organizar la administración. Supongamos que una corporación obrera se organiza sin junta directiva y sin ningún cargo jerárquico; que se constituye en asamblea general una o más veces por semana, y que en ella se determina todo lo conveniente a su marcha; que para recaudación de cuotas, custodia de fondos, contabilidad, archivo, correspondencia, etc., elige recaudadores, tesorero, contador, archivero, secretario, etc., se nombra una comisión con atribuciones exclusivamente administrativas, a la cual se ha señalado su línea de conducta o le ha dado un Mandato imperativo; la organización de esta colectividad sería perfectamente anárquica. Y pasa a considerar el municipio libre del porvenir organizado anárquicamente. En este caso la unidad de organización sería siempre la sección de oficio de cada localidad (es decir, el sindicato único de cada oficio que exista en una localidad — uno solo, nunca varios) ... Para organizar, pues, el municipio anárquico, cada unidad (Sección de oficio) delegaría uno o más individuos con atribuciones puramente administrativas o con mandato imperativo, para que se constituyese en municipio o comisión administrativa local. Estos individuos, renovables o revocables en todo tiempo por el sufragio permanente de sus poderdantes, no podrían nunca erigirse en dictadores... Según sus condiciones geográficas y topográficas y sus circunstancias etnológicas, o sea sus usos y costumbres, afinidades de idioma y de clima, posición geográfica y número de población, podrían hacerse, tanto las Federaciones de oficios como las Federaciones de municipios, de más o menos extensión territorial... Todas las comisiones o delegaciones que se nombren en una sociedad anárquica, deben ser en todo tiempo renovables y revocables por el sufragio permanente de la sección o secciones que la eligieron, para de este modo hacer imposible que nadie pueda abrogarse el más pequeño destello de autoridad ...
Llunas ha explicado más tarde esas mismas ideas en sus Questions socials, diecinueve artículos en catalán en La Tramontana, del 25 de junio de 1890 al 10 de abril de 1891 (en volumen, 128 págs.; abril de 1891). En Los partits socialistas espanyols (del 9 de octubre al 27 de noviembre de 1891; en folleto castellano, 1892, 15 págs. en gr. 8o) propuso, después de una crítica de los matices socialistas y anarquistas presentes, que, al lado del movimiento anarquista, se constituyese un partido extra-anarquista, compuesto de socialistas autoritarios de buena voluntad y de espíritu común que combatiría y extirparía los obstáculos del progreso social por medios autoritarios, desinteresados, sin propósito de fundar la propia dominación. Esta sugestión no ha tenido consecuencia y es del género de los esfuerzos de Merlino en 1897 y tiene por origen el sentimiento que esos numerosos socialistas que hoy no se dedican más que a hacer a sus jefes diputados y ministros o para hacerlos sus amos directos de vida y de muerte como bolchevismo, puedan ser llevados todavía a una función más útil que la presente en que transcurre su vida casi en pura pérdida. Llunas fue algunos años más tarde todavía un adversario determinado de los actos aislados por la dinamita que implicaban tan grandes persecuciones. La Tramontana satírica, en catalán, fue redactada y en gran parte escrita por él con verbo e intrepidez.
La Revista social, de Madrid, que apareció hasta mayo de 1884 al menos, y como hoja disidente de las decisiones del congreso de Barcelona (septiembre de 1884) todavía del 26 de diciembre de 1884 al 8 de octubre de 1885 en Sans (Barcelona), la Crónica de los Trabajadores de la Región Española, fundada después del congreso de Sevilla (1882), los ensayos diversos del Primer Certamen de Reus, 1885 y las indicaciones sobre la extensión de la organización en su más bella floración, que da el informe del congreso de Sevilla (septiembre de 1882), dicen bastante sobre esos años de la Federación Regional, cuya vida fue, sin embargo, minada y amenazada al mismo tiempo por corrientes disgregadoras.
La gran organización, nominalmente 663 secciones con 57,934 miembros en septiembre de 1882, una treintena de miles en todo caso, no podía vivir largo tiempo sin incidentes, sin diferenciaciones, solo para ser algún día la más fuerte y formar el cuadro y el germen de la sociedad del porvenir. Hubo los descontentos de ese quietismo y fueron pronto determinados por la situación agraria en Andalucía, donde la miseria hacía estragos, y donde las secciones no podían abstenerse o inducir a todos sus miembros a abstenerse sin perder prestigio. Las disidencias comienzan en Arcos de la Frontera, combatidas por Ia Comisión federal y el Congreso de Sevilla, llegaron a un pequeño congreso secreto celebrado en enero de 1883, en Sevilla, y a la constitución de una sociedad, Los Desheredados. Organización revolucionaria anarquista, que parece haber existido hasta 1886, sobre todo en Andalucía; en la época de su congreso de diciembre de 1884, en Cádiz, fue colectivista y su revolucionarismo de acción terrorista no tenía nada de específicamente libertario. Hubo en la segunda mitad de 1882 rebeliones del hambre, actos de terror agrario y actos de violencia, la muerte también, contra traidores reales o anticipados. La Comisión federal repudió todo eso por declaraciones y manifiestos y se cayó sobre disidentes con expulsiones como perturbadores (fines de 1882, primeros meses de 1883). Para colmo sobrevino la enorme persecución gubernamental, los arrestos de miembros de todos los matices de organización, de la Comisión comarcal de la Andalucía del Oeste misma y un procedimiento cruel por varios procesos, el todo para el público y la Prensa, bajo el velo del pretendido descubrimiento de una sociedad terrorista, La Mano Negra. Hubo pronto las 7 condenas a muerte y mucho después, el 14 de junio de 1884, las seis ejecuciones de Jerez. Fuera de Andalucía la Federación Regional no fue perseguida, pero no hizo tampoco actos de solidaridad con las víctimas en Andalucía. Cuando los prisioneros esperaban su ejecución, el congreso de Valencia en octubre de 1883 declaró ... La Federación... rechaza toda solidaridad con los que se hayan organizado o se organicen para la perpetración de delitos comunes, declarando que el criminal jamás podrá tener cabida en sus filas. Y protestó contra la confusión de nuestra organización pública, legal y revolucionaria, con otras organizaciones, o más bien pandillas, cuyos fines son censurables. El 30 de septiembre uno de los más antiguos militantes, T. G. Morago, fue expulsado por tal razón de su sección de Madrid y murió en 1885 en la penitenciaría de Granada.
Esa actitud fue motivada por el deseo de salvar a todo precio la organización en su vida pública total, pero ha debido también haber grandes enemistades y odios entre los matices disidentes y las voluntades autoritarias duras. Al mismo tiempo las secciones se vacían o desaparecen, sea por las persecuciones, sea por disgusto ante la actitud de la Comisión federal. Serrano propuso entonces someter los Estatutos a la aprobación del ministerio responsable y en caso de negativa disolver la organización para protestar. El congreso no quiso tal legalización, pero decidió que, si continuasen los atropellos, persecuciones y amenazas, etc., que entonces se disolverá y que los proletarios se retiren al Monte Aventino hasta mejores tiempos ... Se decidió esto un año después, por un congreso extraordinario reunido en septiembre de 1884, en Barcelona, pero se exhortó a las secciones a no disolverse y a continuar sus relaciones, y en el congreso celebrado en julio de 1885 en Barcelona se declaró de nuevo la organización pública y dijo en el Manifiesto que es partidaria de la unión entre todas las escuelas socialistas por medio de la unión entre todas las uniones de oficios en la lucha contra el Capital y el principio de autoridad, sin que se entienda por esto que abdiquemos ni un ápice de nuestros principios.
La idea comunista libertaria había sido sostenida la primera vez en el congreso de Sevilla por un trabajador de Sevilla, Miguel Rubio, un antiguo miembro de la Alianza que había llegado por su propia reflexión a esa concepción. Queda sólo en su opinión; tampoco los disidentes la comparten unos meses después. Pero había un grupito de Sevilla, capitaneado por el comunista Rubio, como dice la Crónica, y el Consejo local de Sevilla lo expulsa en marzo de 1883. Por el proceso de Lyon (enero de 1883), tal vez por un Círculo italiano anarquista en Barcelona (otoño de 1883), por una permanencia de Georges Herzig, de Ginebra y de Le Révolté, en Barcelona en 1884, se comienza a conocer un poco mejor esas ideas, que son proclamadas en 1885 por un manifiesto firmado Los grupos comunistas anarquistas de Barcelona, cuyo foco de agitación estuvo en Gracia en torno a Martín Borrás y a Emlio Hugas. La Justicia humana y Tierra y Libertad, en 1888-89 fueron las primeras hojas; hubo traducciones de folletos desde 1885.
Esos primeros comunistas, como se ve por sus publicaciones y sus correspondencias en los periódicos franceses, tenían un gran desprecio por el colectivismo y la organización y proclamaban más o menos la que Merlino llamó la amorfia. Los colectivistas no fueron impresionados por esas ideas y esos métodos. Sin embargo, hubo un cambio en ellos después de la rigidez hasta 1883, que había llegado a la actitud lamentable ante las revueltas de Andalucía y no a algo mejor. Tomás no fue ya secretario desde septiembre de 1883 y él y pronto también Serrano son bastante maltratados en 1884. El nuevo secretario, Indalecio Cuadrado, un tipógrafo de Valladolid, parece haber buscado un apaciguamiento ¿o bien ha seguido una corriente de ese género —la opinión de los que se inclinaban más a la vida revolucionaria, aun cuando fuese clandestina y restringida, que a la vida grande y pública de la organización—, que Tomás, que había vivido los períodos de vida pública, 1870-74, y clandestina, 1874-81 de la Internacional, apreciaba tanto? Cuadrado ha debido inspirar la idea del congreso cosmopolita (empleaba siempre esa palabra cosmopolita) de 1884, que tuvo lugar en 1885, después del congreso regional, en Barcelona. Allí los federados, los desheredados y los comunistas sesionaron juntos, pero el congreso cortó los debates vehementes que mostraban la imposibilidad de entenderse. Algunos desheredados lamentaban en 1886 la escisión, expresando esa actitud en un manifiesto publicado en junio (A los trabajadores de Jerez de la Frontera). ¿Es que la influencia de Fermín Salvochea en Cádiz, que en El Socialismo reproduce artículos de todas las escuelas socialistas y que era entonces comunista, habría contribuído a esa reconciliación?
En todo caso, la muerte de Alfonso XII, un gobierno fusionista, la agitación por las ocho horas y el 1 de Mayo de 1886 y los acontecimientos del 4 de Mayo, en Chicago, en los Estados Unidos, dan un nuevo impulso al movimiento, especialmente en Cataluña. La revista Acracia es fundada en enero, un término empleado entonces a menudo por anarquía, tal vez no hasta entonces y que recuerda una revista obrera, Atercracia, anunciada en octubre de 1884 para aparecer en Barcelona, pero que no apareció. El nombre es tomado del libro francés Atercratie, de Claude Pelletier, en New York, del cual se habla en una carta de la Comisión federal en 1873. Canibell ha escrito que Farga Pellicer encontró el nombre de Acracia y éste ha podido hallarle directamente, pero también ha podido sugerírselo la palabra atercracia. En otros países se han creado las palabras uticratie (gobierno de persona) ukarchie (no gobierno), anticratie (contra un gobierno) Herrschaftslosigkeit (sin dominación), bezvlastie (en ruso), etcétera.
En el gran manifiesto A todos los trabajadores de la Región Española, firmado por la Federación barcelonesa (23 de febrero de 1886), redactado por Anselmo Lorenzo, al volver al movimiento, leemos: Proclamamos la acracia (no gobierno) ... La primera colectividad social es la agrupación local de los productores de idéntica profesión. El pacto fundamental se verifica entre el productor y la agrupación respectiva o similar de productores. Las agrupaciones productoras de una localidad celebran un pacto por el cual forman una entidad que facilita el crédito, el cambio, la instrucción, la higiene y la policía local y celebra pactos con otras localidades para el crédito y el cambio en mayor esfera, a la par que las comunicaciones, transportes y servicios públicos generales y recíprocos; otras entidades formadas en virtud de condiciones geográficas especiales, como calidad y configuación del terreno, clima, etc., pueden constituirse mediante pactos especiales basados en principios económicos y de facilidad de producción, cambio y transporte. La tierra, las minas, las fábricas, los ferrocarriles, los barcos, y en general todos los medios de producción, transporte, cambio y comunicación, declarados de propiedad social, deben pasar a título usufructuario a las colectividades trabajadoras ....
Este manifiesto, varias veces publicado, recibió un gran número de adhesiones; fue insertado también en parte en el manifiesto del congreso regional de Madrid, en mayo de 1887. Contiene, además, este pasaje, que es idéntico en los textos de 1886 y 1887: ... Organización de la sociedad sobre la base del trabajo de cuantos sean aptos para la producción; distribución racional del producto del trabajo; asistencia de los que aun no sean aptos para ella, así como de los que hayan dejado de serIo; educación física y científica integral para los futuros productores .... Lorenzo, el delegado de la Federación barcelonesa en Madrid, lo ha descrito en El Productor, del 27 de mayo de 1887; recuerda una discusión animada sobre la frase del manifiesto: el trabajador percibirá el producto de su trabajo, que omite el objetivo íntegro. Esta omisión es debida a la previsión para los niños enfermos e inválidos, que el individuo debe a la sociedad de acuerdo a la reciprocidad de los derechos y de los deberes; por consecuencia, para tener el derecho a ser consumidor se ha de cumplir el deber de ser productor. La sociedad se funda en el principio de la solidaridad, consecuencia natural de la reciprocidad y si la sociedad garantiza al individuo el goce de sus derechos mediante el cumplimiento de sus deberes, todos deben concurrir a la conservación de la sociedad facilitando el desarrollo de los niños y sosteniendo a los ancianos. Por esta razón Lorenzo ha borrado, pues, la palabra íntegro y puesto las palabras: distribución racional del producto del trabajo. Ricardo Mella todavía en 1888 (véase, La Solidaridad Sevilla, 9 diciembre) mantiene que la sociedad anárquicamente hablando no tiene el deber de criar los hijos ni de sostener a los alienados, inválidos y viejos; ¡que lo hagan los parientes y la solidaridad espontánea de las asociaciones humanas!
En los periódicos que se publican en Madrid a partir de 1885, la Bandera social, la Bandera Roja, la Anarquía, redactada por Ernesto Alvarez, apenas se percibe si son colectivistas o comunistas; no tienen ni entusiasmo ni animosidad en pro o en contra de una u otra doctrina. La vida intelectual circula enteramente entonces en la revista Acracia (de enero de 1886 a junio de 1888; 625 páginas en 8o) y El Productor (del 1 de febrero de 1887 al 21 de septiembre de 1893; 369 números) y en La Solidaridad de Sevilla a partir de 1888 hasta 1889, en tanto que la redactó Ricardo Mella. Antonio Pellicer Paraire (1851-1916), primo de Farga Pellicer, fue el alma de esas publicaciones de Barcelona, y con Anselmo Lorenzo (1841-1914), que ha vuelto y que no parte ya más, hay jóvenes, como Pedro Esteve (1866-1925), Fernando Tárrida del Mármol (1861-1915), Palmiro de Lidia (Adrián del Valle); están Teresa Claramunt, (1862-1931), Teresa Mañé (Soledad Gustavo.; nacida en 1865); Juan Montseny, de Reus (Federico Urales; nacido en 1864) y otros, que no trato de enumerar. Estaban también Rafael Farga Pellicer (1844-1890) y José Llunas y el ambiente de La Tramontana. Fuera de Cataluña los más destacados eran Fermín Salvochea, en Cádiz (1842-1907) y Ricardo Mella.
En este resumen rápido, que no puedo ni apoyar en extractos ni desarrollar en su significación con los materiales de una autocrítica y esfuerzos de superación de las ideas prevalentes hasta entonces, que se encuentran al examinar, aunque solo sea Acracia y El Productor (1886-1893), el lector debe contentarse con indicaciones enteramente sumarias.
Se examinará primero La Asociación del grupo de los tipógrafos (1883-1888), donde los hombres de La Academia y otros se encuentran y se establece entre ellos una cooperación inteligente. Allí, en La Organización obrera (28 de febrero de 1886) Lorenzo expresa su primera crítica; en Acracia habrá la crítica madura de Antonio Pellicer, en Acratismo societario, de enero a julio de 1887. Cuadrado se une en El mandato imperativo (abril de 1887). El congreso de Madrid (mayo de 1887) es críticamente discutido por Lorenzo (El Productor, 27 de mayo de 1887). La hipótesis del embrión, el producto integral, la organización de 1870, todo es así sometido, en fin, a la crítica y no es considerado como hecho inmutable que solo los perturbadores, a quienes se expulsa, ponen en tela de juicio.
Se conocieron entonces por traducciones en Acracia y El Socialismo, de Salvochea, algunos escritos de William Morris y los artículos ingleses de Kropotkin, y Mella, en Sevilla, se familiarizó por la lectura de Liberty (Bostón) con las ideas de Tucker. El simplismo del manifiesto de los grupos anárquico —comunistas de Madrid (mayo de 1887) causa una impresión deplorable sobre El Productor (3 de junio), pero se discute seriamente con Le Révolté (v. 10 de junio; Acracia, agosto de 1887; Colectivistas y comunistas, El Productor, 16 de septiembre, y Acracia, octubre). La Reacción en la revolución, de Mella (Acracia, junio de 1887 a abril de 1888), mantienen que, establecer ahora que después de la victoria de la anarquía los pueblos deberán organizarse según el modo de distribución comunista o colectivista, es dogmatizar a lo ciego— más aún, es la destrucción del principio anarquista, la negación de la revolución. La reacción, para Mella, es la detención, la muerte, que trae el dogma; revolución —evolución, es la vida. Antonio Pellicer (Acracia, agosto de 1887) ve una convergencia de las escuelas, los comunistas abandonando las exageraciones paritarias y la escuela ácrato— colectivista abandonando los errores y prejuicios autoritarios. Incluso Kropotkin (sin firma) en La Révolte, del 7 de octubre de 1888, citando la amistad, sin adaptaciones en ideas, establecida en Sevilla entre las dos escuelas (según Mella) declara eso como el único procedimiento honesto entre gentes que se respetan, pero no puede abstenerse de añadir que no hay ninguna duda para él que el comunismo será el victorioso. Los comunistas españoles atacan a los colectivistas en periódicos anarquistas portugueses y franceses; las Declaraciones y Aclaraciones sobre declaraciones de Pellicer en El Productor (3 de agosto, 7 de sep. 1888) y lo que responde a Tierra y Libertad (Gracia) el 14 de septiembre, son refutaciones espléndidas del fanatismo exclusivista, pero en Tiempo perdido (12 de julio de 1889) reconocía que es tiempo perdido discutir con el periódico de Gracia. Esteve escribe el 5 de octubre de 1888 que en algunas localidades —hace alusión a Mella— no hay ese fanatismo, pero que se está de acuerdo en que cada individuo, cada colectividad se organizarán después de la revolución como les convenga.
La renovación de la organización es discutida en las Conferencias de estudios sociales, reuniones en Barcelona (v. El Productor, del 4 de octubre de 1887 al 11 de mayo de 1888). Por el congreso amplio de mayo de 1888 en Barcelona, la Federación Española de resistencia al Capital es fundada y después de muchas discusiones antes y después —sobre todo Mella promueve objeciones y las debate con Esteve— en septiembre en Valencia la Federación regional (la Internacional por tanto) es reemplazada —como lo había sido ya en el terreno económico, en mayo— en el terreno de las ideas y de la acción revolucionaria, por la Organización anarquista de la región española, que comprende personas, grupos, etcétera, sin distinción de procedimientos revolucionarios, ni de escuelas económicas; estableció un Centro de relaciones y estadística, un grupo de relaciones por tanto — que ha sido hasta las grandes persecuciones, hasta un momento que no puedo precisar, el grupo Benevento, de Barcelona.
Al mismo tiempo que se elevaban voces contra la división de los anarquistas por las diversidades en concepciones económicas (v. El Productor, 11, 18 de enero, 8 de marzo, 14 de junio de 1889) y el grupo Benevento declaró el 31 de mayo que ningún régimen económico especial deberá ser impuesto a la sociedad nueva; todo trabajo en ese dominio económico no es considerado más que como estudio, y como tal, por el perfeccionamiento en economía científica, está en su puesto. Fernando Tárrida del Mármol, propuesto por ese grupo, es nombrado delegado a las reuniones anarquistas internacionales de París, en septiembre. El grupo propuso para el Segundo certamen socialista un tema sobre el cual Tárrida escribió el ensayo, La teoría revolucionaria, fechado el 26 de octubre de 1889, que culmina en la anarquía sin adjetivos (edición de 1890, págs. 83-89) .Sin embargo, esa idea era ya corriente en Barcelona en la segunda mitad de 1888; Mella le combate en La Solidaridad, de Sevilla, el 27 de septiembre de 1888 y el 12 de enero de 1889 (la anarquía... no admite adjetivos ... ). Más tarde esa cuestión fue expuesta en La Revolté, 6 y 13 de septiembre de 1890 por un camarada de Barcelona, evidentemente Tárrida, artículo muy importante por la diferencia entre las concepciones españolas y las francesas. Tárrida, hablando en francés conmigo, empleaba los términos: la anarquía sans phrase y la anarquía pura y simple; en 1908, en la reimpresión de su ensayo del certamen propuso, siguiendo a Ferrer (en 1906 o 1907) renunciar a la palabra anarquía, que el público interpreta demasiado mal, y decir socialismo libertario. Dice entonces que sus conclusiones de 1889 habían sido aceptadas por la inmensa mayoría de los anarquistas españoles que prescinden de toda preocupación sectaria.
Recordemos que justamente entonces, cuando Tárrida escribe (26 de octubre de 1889), el Appello de Malatesta (Niza, sep. 1889) había aparecido en hoja española (Circular: en El Productor, 2 de octubre, etcétera) y se había leído: Por lo menos no es lícito dividirnos por puras hipótesis, etc. Tárrida habla muy francamente de la aldea industrial, de Kropotkin, que reduce su concepción a la agregación de pequeñas comunidades, mientras que Malatesta recomendará la organización de grandes organizaciones, que cambiarán sus productos, etc., y agrega que cada inteligencia poderosa crea nuevos caminos para la sociedad futura y hallará adherentes por la fuerza hipnótica, si puede expresarse así, que sugiere a otros sus propias ideas, y todos nosotros, en general, tenemos nuestro propio plan.
En La Anarquía (Madrid, del 12 de diciembre de 1890) Juan Montseny (Federico Urales), declara que la anarquía no conoce exclusivismos y se llama anárquico a secas. Escribe con el mismo espíritu, Las preocupaciones de los despreocupados (1891; páginas 43-46), en El Corsario (La Coruña), 20 de septiembre de 1841, 16 de enero de 1894, etc., y permanece afecto a esa idea.
Algunos anarquistas comunistas han abogado en 1893, por la anarquía sin adjetivo en La Controversia (Valencia), el periódico de Octave Jahn. También Vicente García en La Tribuna libre (Sevilla), 23 de enero de 1893; artículo ¡No hay que temer! Acababa de acompañar entonces a Malatesta y a Esteve en una parte de su gira de conferencias; por lo demás en Barcelona había habido una conferencia de tres, en la cual Malatesta, Esteve y Tárrida explicaron cada cual su punto de vista persónal.
Es imposible seguir aquí el desarrollo de las concepciones de Ricardo Mella, desde sus escritos del Primer Certamen (1885) al informe escrito para la conferencia internacional de 1900 en París, La cooperación libre y los sistemas de comunidad, etcétera. Mella luchaba más fuertemente que nadie contra la desconfianza que el comunismo, sea autoritario o libertario, le inspiraba. La Solidaridad (Sevilla), 1888-89 le muestra —en un tiempo en comunión de ideas con los federalistas, Prouhon, después Serrano y Oteiza— ahora reconfortado por Tucker (Liberty ); un poco más tarde por Dyer D. Lum The Economics of Anarchy {1890) G. C. Clemens (A Primer of Anarchy). Tiene horror al comunismo en su expresión extravagante a outrance. En El Socialismo anarquista (Revista Blanca, 1899; tomo II, páginas 158-161) dice que el anarquismo socialista contempla todas las hipótesis con tolerancia; reconoce la cooperación libre, en cuyo seno todos los métodos y aplicaciones pueden ejercitarse. Después de su informe para París, publicado por Les Temps Nouveaux, documento de los más característicos de una concepción genuinamente libertaria del anarquismo, ese asunto estaba ante un público verdaderamente internacional, pero fue raramente discutido, si se exceptúa a Voltairine de Cleyre en una conferencia dada no mucho después en Filadelfia.
Hubo momentos del más bello entusiasmo, de más alta energía, de expresiones de bondad y de belleza más conmovedora en la vida de la anarquía, pero no hubo, en mi impresión, un período de mayor eficacia intelectual que esos años de 1886 a 1893 en el gran ambiente aquí descrito, que ha sabido libertarse de creencias y de costumbres profundamente arraigadas y llegar a elevarse por encima del sectarismo, del fanatismo, de la intolerancia. Fue el paso de la fe religiosa a la crítica científica y es una enorme desgracia que los anarquistas de los otros países no hayan seguido esa evolución de la tutela de una idea al examen libre de todas las ideas. También en España hay recaídas. En nuestra ceguera creíamos que uno de los pensadores destacados y una de las doctrinas habían vencido sucesivamente a los antecedentes y que, puesto que nadie había frente a Kropotkin y a Tucker, esos dos habían dicho la última palabra del comunismo y del individualismo anarquistas. Hemos creído que, puesto que los unos tenían razón, los otros se equivocaban, cuando todo lo que acabo de recordar demasiado brevemente, estaba lucidamente a nuestro alcance en las publicaciones españolas y algunos reflejos accesibles también en Francés.
Yo mismo, estrecho y limitado como era entonces, había escrito en 1890 una apología del anarquismo comunista con refutación completa del colectivismo y del individualismo, un artículo que Mella tradujo en El Productor para mostrar su estrechez y su estupidez en Discusión. Comunismo, individualismo y colectivismo (25 de septiembre y del 2 de octubre al 13 de noviembre de 1890). No he visto esos artículos hasta 1929. He llegado yo mismo, hacia 1900, a esas concepciones de que era preciso elevarse por sobre los exclusivismos, pero raramente se me ha escuchado y cuando promoví la cuestión por primera vez, en Freedom (Londres), al comienzo de 1914, fui combatido por todos. Cuando, sin yo saberlo, ese artículo fue reimpreso después de la guerra, fue menos combatido y varias veces reproducido. Sebastien ha combatido los exclusivismos en La Synthese anarchiste (1928), pero no es enteramente lo mismo, como he tratado de mostrar entonces en artículos del Suplemento de La Protesta sobre la convivencia. Tarrida profesó esa idea desde el punto de vista agnóstico: nosotros no podemos prever los desenvolvimientos económicos. Mella fue impulsado a ella por su sentimiento del derecho igual de cada concepción a manifestarse. Juan Montseny veía la libertad, la anarquía en su conjunto y no quería empequeñecerla por especificaciones y exclusivismos. Malatesta dijo que no había que dividirnos por hipótesis sobre cuyo destino decidirá el porvenir.
Si se dice que esa cuestión no tiene importancia práctica y que, aún así, habría sido resuelta por la aceptación casi unánime del comunismo anarquista, es un grave error. La discusión y las querellas han continuado sobre tantos otros puntos, y los exclusivismos igualmente. La simple convivencia no ha existido jamás; cada cual se cree superior al adversario en doctrina. Se está disgregado, desmenuzado así, y no se sabe ya reunirse para una actividad en común, cuando sería lo importante. Así la pasión, el fanatismo dominan siempre; pero la idea de la convivencia solidaria ha sido lanzada y el porvenir la realizará, cuando, con las dictaduras materiales, sepa romper también las dictaduras intelectuales.
Por los hombres que habían renovado así las ideas y la forma de relaciones (organización) fue renovada también, a partir de 1886, la acción colectiva popular. Hasta entonces, cuando el aumento númerico de las secciones y de los federados eran el objetivo que las huelgas y otros movimientos incalculables alejaban siempre para desesperación de un secretario abnegado como fue Francisco Tomás, en lo sucesivo, libre de ese peso, se tenía la libertad de acción y las huelgas generales de mayo de 1890 y de 1891 en Cataluña fueron resultados soberbios. Un nuevo progreso para 1892, que debía preparar el viaje de Malatesta y de Esteve, fue limitado por la revuelta agraria de Jerez de la Frontera (noche del 8 al 9 de enero de 1892), seguida de las ejecuciones del 1O de febrero y de torturas y el presidio para muchas otras víctimas. Eso puso fin a los movimientos de huelga de los primeros de mayo y hubo ciertamente un debilitamiento del ímpetu colectivo, lo que impulsó hacia adelante a los partidarios de la acción individual, no de los aislados, sino, al contrario, de los comunistas muy solidarizados, pero que habían quedado fuera de la gran corriente descrita aquí, y sus adversarios personales. Mella escribió entonces que una desconfianza exagerada produce el prejuicio que toda acción orgánica es perniciosa para nuestra causa. La libre iniciativa fue interpretada como una negación directa del principio de asociación y hasta como su contrario; v. El Corsario del 26 de julio de 1893; v. también la descripción de las mentalidades de entonces por Juan Montseny en Entre anarquistas, en un periódico anarquista de 1895. Pero el documento principal sobre ese estado de tensión es la larga serie Puritanismo o exageraciones en El Productor, del 27 de abril al 15 de junio de 1893, cuyo autor fue sin duda alguna Antonio Pellicer.
Por temor al principio autoritario se niega incluso la organización de la sociedad futura y se propaga un individualismo inexplicable y antisocial, sin pensar que la complejidad del organismo social exige adminitración, asociación y organización, dice Pellicer, y hace una crítica semejante de todos los simplismos y primitivismos corrientes entonces, que fueron productos de la exuberancia, de un razonamiento en el vacío, basado sobre demasiado pocos conocimientos reales, pero que fueron también productos de un verdadero odio contra los llamados moderados, respetables, organizadores, etc., los amigos de los periódicos El Productor, Freiheit, Freedom, de Malatesta y Merlino. Había antagonismos terribles. Aunque el 24 de septiembre de 1893 el Círculo obrero de estudios sociales, un gran centro anarquista cerrado el 3 de mayo de 1891 por las autoridades, debía inaugurarse de nuevo, lo que marca una vida normal y progresiva del movimiento -, después del atentado de Paulino Pallás contra el General Martínez Campos ese mismo día, El Productor, encontrando la negativa de los impresores, no trató de superar ese obstáculo (en otras ciudades los periódicos continúan), sino que cesó de aparecer y dio explicaciones (en El Corsario, La Coruña, 5 de noviembre de 1893) que duele leer por su demostración de la impopularidad de su órgano, que se designaba como un peso de plomo sobre la iniciativa libre. Se puede dar uno cuenta de los odios promovidos contra los hombres de El Productor por las correspondencias descriptivas que Martín Borrás, de Gracia, una de las cabezas de esos adversarios, envió en 1893, hasta su arresto, a El Perseguido, de Buenos Aires.
Hubo las bombas del Liceo, el teatro, arrestos y torturas, ejecuciones, horrores judiciales (v. El Proceso de un gran crimen, por Juan Montseny, La Coruña, 1895, 50 págs. en 16o). Había siempre periódicos valerosos, El Corsario, en La Coruña, y los publicados por Alvarez y algunas hojas comunistas anarquistas de corta duración, pero la gran corriente del pensamiento anar.quista parece cortada, cuando Antonio Pellicer por decirlo así, rompe su pluma y Lorenzo debe consagrarse a un periódico casi anodino, el único que podía publicarse en Barcelona (El Porvenir social) y a una revista, Ciencia social, en 1895-1896 (mayo). Se era muy débiles y se reponía el movimiento un poco cuando la bomba de la calle de Cambios Nuevos, el 7 de junio de 1896, llevó a la persecución en masa, a las torturas y a las ejecuciones de Montjuich, al presidio por muchos años y al destierro por deportación a Inglaterra de muchos otros aún (en 1896-97). Fue preciso un esfuerzo internacional, las grandes campañas de Tárrida del Mármol y de Federico Urales (Juan Montseny), en el extranjero y en Madrid mismo para conseguir la liberación de los supervivientes, y por las campañas de prensa de la Revista Blanca y su Suplemento, cambiado en Tierra y Libertad (1899-1905) también fueron libertados los presos de Jerez (1892) y de la Mano Negra (1883). Es entonces solamente cuando, por diferentes iniciativas, en Haro (diciembre de 1899), Manlleu (enero de 1900) y Jerez fue comenzada una reorganización sindical, iniciada por el congreso de Madrid de octubre de 1900, que fundó la Federación de Trabajadores de la Región Española, continuando así la obra del Pacto de Unión y Solidaridad, organización, si había continuado, al menos dislocada y muy débil, con un nuevo ímpetu, contando 52,000 miembros aproximadamente en su comienzo y que publicó un manifiesto de contenido anarquista.
Esta Federación de 1900 se ha extinguido como organismo federado en 1905 o 1906, sin que tales desapariciones del aparato federal quiera decir en España que las partes componentes, las secciones o sindicatos, se hayan desintegrado .En ese caso particular, simplemente, una comisión, situada en Barcelona, en Sevilla, en La Coruña acaba por perder el contacto con los sindicatos. Una nueva iniciativa partió de esas 40 o 50 secciones o sindicatos de Barcelona y sus alrededores, que han existido siempre y que bajo el nombre de Solidaridad Obrera dieron un nuevo impulso a su federación, reuniendo los sindicatos de Cataluña y avanzando hacia una federación nacional. La insurrección y la represión de 1909 han retardado esos desenvolvimientos que culminan en 1910 en la constitución de la Confederación Nacional del Trabajo (C. N. T.), octubre y noviembre de 1910. Su vida pública fue casi inmediatamente suspendida por los arrestos pocos días después. Se recomienza de nuevo, localmente, y por la región catalana (1913-1914) para constituirse nacionalmente, primero de un modo nominal, en el Ferrol a comienzos de 1915. De nuevo tiene lugar el gran desarrollo en las regiones —testimoniado, por ejemplo, por el Congreso regional catalán en Sans (Barcelona), en agosto de 1918, con, quizás, todavía poca vida pública interregional, hasta diciembre de 1919, cuando tuvo lugar, en fin, en Madrid el gran congreso constitutivo. Había entonces en los sindicatos representados, 90,750 miembros en Andalucía; 15,172, en Aragón; 1,081, en Baleares y Canarias; 699,369, en Cataluña. Cuando, después de una infinidad de acontecimientos, fue posible un nuevo congreso en Madrid, en 1931, la cifra de los representados fue parecida y la cifra de los miembros de la C.N.T. se ha acrecentado todavía en 1931 hasta cerca de un millón. Las cifras varían siempre según la vida agitada de los sindicatos; pero esa gran unidad existe no obstante— aproximadamente una decuplicación o veintiplicación de las fuerzas que la Internacional supo alcanzar.
La Internacional tenía su aparato administrativo muy elaborado, pero tenía también su espíritu vivificante y animador —la Alianza. De igual modo las organizaciones más recientes tan crecidas, tienen su aparato administrativo, pero si tal aparato funcionase por sí solo, la degeneración en dictadura o en burocracia estancadora sería inevitable. Lógicamente a un cuerpo le hace falta ese soplo de gran vida que dio la Alianza a la Internacional— y es esa vida la que dan los anarquistas a esa inmensa aglomeración de siridicatos. Sin eso habría pronto inercia, indiferencia, corporativismo, impotencia, y habría dictadores, para que esa masa fuese un capital electoral para su ambición y arribismo. Veamos esto: En España, los grupos anarquistas, reunidos desde 1888 (Organización anarquista) han renovado siempre sus interralaciones, finalmente en una conferencia en Valencia, en 1927, donde fue constituida la Federación Anarquista Ibérica (F. A. I.). Es contra ese organismo contra el que se concentra el odio de los dictadores o aspirantes a dictadores de varias especies, que quisieran dominar ese millón de organizados y los millones populares que le son simpáticos, lo que los anarquistas de la C. N. T. se esfuerzan por impedir con toda razón.
La historia del movimiento español está llena de grandes luchas y de grandes mártires; que se recuerden las víctimas de Alcalá del Valle y de Cullera. Una de las luchas más intensas fue la huelga de la metalurgia en Barcelona, en 1902, y el periódico de Ferrer y de Lorenzo, La Huelga General (de noviembre de 1901, con interrupción forzada hasta 1903) estuvo entonces en primera fila: elaborando la idea de la huelga revolucionaria. Hubo la semana roja de 1909, en Barcelona, que la reacción vengó asesinando a Ferrer, el 13 de octubre. Hubo ese período de 1917 a 1923, con su inmenso desenvolvimiento de la organización y la feroz represión por los asesinatos de militantes. Hubo siempre huelgas violentas y masacres en Andalucía. Finalmente hubo la dictadura de septiembre de 1923, hasta la caída del dictador en enero de 1930, período que impuso una existencia oculta a la organización, que en los quince meses hasta abril de 1931 volvió del claro —obscuro a la luz del día. Los anarquistas, agrupados finalmente en la Federación Anarquista Ibérica, tomaron una participación intensa en la vida de la C. N. T., predominando alternativamente en sus consejos y con su conducta o chocando con fuerzas y elementos de las tendencias más arriba descritas cuya importancia o al menos su poder personal fue reforzado por los períodos de persecución, de vida oculta o semi— oculta, que dejaban la mano libre a un pequeño número de militantes (como antes en los años 1874-81, 1883-88 y otros períodos después).
Las ideas anarquistas, bien representadas por la Revista Blanca y las publicaciones que le pertenecían (Suplemento y Tierra y Libertad) de 1899 a 1905, y de nuevo por las series de Tierra y Libertad, de Barcelona por largos años, fueron, diría, cada vez más restringidas a obrar sobre la gran organización obrera, que no tenía un valor progresivo más que en proporción de su alejamiento de los escollos descritos. En esas condiciones, el pensamiento anarquista mismo tenía, pienso, poca vida nueva. Se aceptó el anarquismo comuriista por rutina, es decir moderado, sin discutirlo todavía, como un sistema en lo sucesivo adquirido. El comunismo amorfo de los años 1885-1896 había muerto en las terribles persecuciones de los años 1893 a 1897 y los elementos de lucha acentuada que no encuentran ya esa resistencia que les aguijoneaba tanto antes, en ocasión de su guerra contra el colectivismo y la organización, se manifiestan en las luchas colectivas, que no faltan, en las luchas de alta envergadura contra la dictadura, la monarquía, el Estado — de acciones solidarias con el objetivo general de todos.
Hubo aplicaciones simpáticas para las energías despertadas, como la Escuela Moderna, de Francisco Ferrer Guardia y todo el movimiento de educación racional y libre; el movimiento naturista, que en España adquirió una gran idealidad libertaria. Y en suma, tantos años de lucha constante llena de esperanza, y la gran felicidad de no haber estado comprometidos en la horrorosa guerra mundial, han tenido a los libertarios españoles en un estado de eficacia, de espíritu alerta, de una moral llena de esperanza, que los anarquistas de los otros países han sabido raramente mantener. El esfuerzo comenzado en 1840, acentuado desde 1868, afrontando las persecuciones de 1893 y 1931 y hasta hoy, ha producido frutos que no analizo aquí. Las tres afirmaciones libertarias en enero de 1932, enero y diciembre de 1933, son testimonios vivientes y vibrantes de ello.
Entre los autores anarquistas españoles y catalanes de esos treinta años no menciono más que a Anselmo Lorenzo, activo hasta su muerte en el otoño de 1914, Tárrida del Mármol, Ricardo Mella (cuyas colecciones, Mirando hacia el futuro. Páginas anarquistas, Buenos Aires, 237 páginas; Ideario, Gijón 1926, 335 págs.; Ensayos y conferencias, íd., 335 páginas, 1934, reproducen una pequeña parte de los numerosos arículos y folletos), Pedro Esteve, en los Estados Unidos, José López Montenegro, un viejo de la Internacional, Federico Urales y la joven Federica Montseny. No hablo de los militantes del sindicalismo cuya posición provoca cada vez más controversia, puesto que ha vuelto la idea, prevalente desde 1870 a 1888, de que la organización presente será el cuadro de la sociedad del porvenir que se cree próxima. Es una tesis que reaparece cuando las organizaciones se expansiónan, y que palidece cuando se ve mejor la complejidad de la vida social, y sobre todo cuando el espíritu libertario adquiere vigor y no quiere permitir al presente hipotecar o poner la mano sobre el porvenir. En ese espíritu se le ha opuesto la hipótesis y la esperanza del municipio libre, foco de acción costructiva solidaria tan importante como el sindicato, el grupo, la cooperativa y otras fuerzas organizadas del presente: todas esas fuerzas ignoran igualmente lo que será la sociedad del porvenir que habrá de permanecer sin adjetivos, como la vida misma.
Las ideas anarquistas en Inglaterra, en los Estados Unidos, en Alemania, en Suiza y en Bélgica a partir de 1880 aproximadamente.
Seré breve aquí para Inglaterra, desde las impulsiones libertarias ya descritas más arriba desde Godwin a Cuddon, habían dejado desde 1870 a 1880 rastros sólo en la mentalidad de algunos trabajadores socialistas que hacia 1880 renovaban la agitación popular y daban a su socialismo un sello antiparlamentario, antiautoritario en general, comunista y revolucionario. No sin conocer por el contacto en los clubs y las reuniones las ideas anarqúistas corrientes entonces entre alemanes, franceses, italianos y conociendo también las publicaciones americanas del matiz de Tucker, esos hombres, que conocieron también a Robert Owen y a los owenistas y a otros viejos socialistas supervivientes, se forman un anarquismo comunista solidario, razonando, que se acerca tal vez más a las ideas de Malatesta. La exuberancia y la amorfia no les atraen, y las hipótesis especiales de Kropotkin tampoco. Joseph Lane, el autor de An Antistatist Communist Manifesto (Londres, 1887, 24 págs.), Samuel Mainwaring y otros representan ese anarquismo comunista inglés autóctono que quiere el máximo de libertad, pero que cuenta también con la mayor solidaridad.
Esos hombres encuentran a William Morris (1834-1896) en la organización socialista y ayudan a impulsarle hacia adelante, en lo cual triunfan hasta un cierto punto, pero no totalmente. Morris era entonces desde 1884 a 1890 al menos, un socialista franco, que rechazaba todas las instituciones estatistas y económicas presentes, igualmente las patrias y las naciones, reemplazándolas por un orden basado en las comunas (townships) y las guildas locales, asociadas en federaciones de formación y de disolución voluntaria, comunicándose por delegados y ligadas con una especie de cuerpo central cuyas funciones consistirían casi exclusivamente en la custodia (guardianship) de los principios fundamentales de esta sociedad. Se evolucionaría en la dirección de la abolición de todo gobierno (the abolition of all government) y hasta de todas las regulaciones no sancionadas por la costumbre, y la asociación voluntaria (voluntary association) se convertiría en el único lazo social (the only bond of society). Véase una de sus cartas de 1888, impresa en Letters on Socialism by W. Morris lo Rev. G. Baieton ... (Londres, 1894).
Esa concepción es enteramente comparable, y mucho más libertaria, a la producida de 1880 a 1890 por Serrano y Oteiza y Llunas, en nombre de los anarquistas españoles, y con la diferencia que Morris proponía claramente proceder a una eliminación progresiva y total de la autoridad, mientras que los colectivistas españoles, al menos en todas sus declaraciones públicas, daban a su sistema un carácter de inmutabilidad rígida.
Morris ha dado a sus concepciones ulteriores y a sus suposiciones sobre la forma que tomaría la revolución social inglesa una bella expresión en su utopía News from Nowhere, aparecida desde el 11 de enero al 4 de octubre de 1890 en The Commonweal, el órgano de la Socialist League, y comenzada en la primavera de 1888: su forma de protesta contra la utopía autoritaria de Bellamy. Existe en traducción Noticias de ninguna parte ... (Buenos Aires, La Protesta, 1928, XXVIII, 231 págs.). En ese libro, como ya antes en conferencias y en sus otros escritos, Morris ha proclamado la aplicación del arte a la vida, la belleza y la producción práctica combinadas, el trabajo intelectual, manual estéticamente bello y bien hecho, en lugar de las mecanizaciones y de las fealdades oficiales, vulgares, avaras y utilitarias. Su socialismo, como todo socialismo original, correspondía a la esencia de su ser mismo. Amante de las armonías, de las cosas sólidas y bien hechas, de la cooperación inteligente entre los productores, de la entente práctica para un fin decidido voluntariamente y convenido tenía horror a las cualidades opuestas, al oficialismo, a la servilidad, a la incompetencia, a la indiferencia como, inevitablemente, en el terreno de las ideas sociales y también de la conducta personal, a la amorfia, a los hábitos, debrouillards, a las exageraciones y también a las palabras gruesas revolucionarias donde una argumentación sería mucho más apropiada. No le gustaban tampoco las espectativas de cambios casi instantáneos y todo eso explica que no se haya declarado por la anarquía brusca, al minuto, por decirlo así, que los camaradas franceses preconizaban entonces, como se sentía rechazado por los hábitos presentes de algunos anarquistas, ni le ha interesado el matiz socialista revolucionario de entonces y, cuando de todos esos elementos entró una parte en la Liga socialista —aunque en forma atenuada—, él se retiró de allí en el otoño de 1890, y desde entonces ha evolucionado hacia un socialismo legalitario, creyendo a los anarquistas incapaces de cooperación seria. En muchos puntos sus impresiones coincidían con las de los colectivistas españoles, que no podían cooperar con los primeros comunistas. Los colectivistas se entendían un poco mejor con las ideas de Kropotkin en sus ensayos ingleses de 1887, 1888 (Nineteenth Century). Pero Morris vio a Kropotkin desde 1886 en las reuniones y los artículos de Freedom, y consideraba que importaba a Inglaterra un sistema formado sobre el modelo de París, sin conocer el terreno inglés. Así no se han aproximado, sin combatirse por eso.
Kropotkin, en efecto, no sin alguna experiencia inglesa (1881-82), llegado a Londres después de su largo cautiverio en marzo de 1886, no se preocupó tampoco de cooperar con la Socialist League en la que, hasta la primavera de 1888, había aún parlamentarios, marxistas incluso, pero donde, gracias a la autonomía de las secciones, los diversos matices podían vivir su propia vida, y el Freedom Group fue fundado en la primavera, el mensual Freedom en octubre de 1886 (publicado hasta fines de 1927 y continuando aún por un Bulletin y por un periódico del mismo nombre, publicado por un grupo en Londres). Allí propuso Kropotkin ampliamente sus ideas, hasta el otoño de 1914, tratando de interpretar y de resolver los problemas ingleses en su espíritu local, como hizo respecto de Francia en el Révolté, etc. (1879-1914) y respecto de Rusia en los Listki Chleb i Voliá (Hojas de Pan y libertad) desde 1906-1907 en Londres.
Después de un período de revolucionarismo anarquista (1890-1894), los anarquistas ingleses de la antigua Liga socialista, se asocIaron en 1895 en torno a Freedom, escrito por Kropotkin y sus camaradas, pero que admitía también opiniones disidentes expresadas cortésmente. Fue un largo período de propaganda siempre razonada, que trataba también de propagar un sindicalismo anarquista (The Voice of Labour). Por la conversión de casi todos los socialistas ingleses, despertados desde 1879, a un socialismo electoral cada vez más incoloro, el radio de acción del grupo Freedom se volvió restringido, y con la absorción de los elementos un poco menos legalitarios por el comunismo a la rusa y por los socialistas de izquierda, la situación de los libertarios no ha sido mejorada.
En los capítulos detallados sobre los esfuerzos libertarios en Inglaterra, describo la época del Congreso socialista internacional de Londres en 1896, cuando algunos anarquistas, antiparlamentarios, socialistas antimarxistas y algunos socialistas de espíritu equitativo general se sentían próximos por indignación común contra los jefes marxistas que estuvieron entonces en la cima de su orgullo despectivo; aun la época del regreso de Kropotkin de los Estados Unidos y los esfuerzos desde entonces, fines de 1897 hasta 1902, el período de la gran huelga general de Barcelona, para atraer a los trade-unionistas, de los cuales al menos una de las grandes capacidades, Tom Mann, mostraba interés por la posición de los sindicalistas libertarios, que le explicaban sobre todo Cherkesof y Tarrida del Mármol. Esto se repitió en los años de 1910 a 1914, cuando el sindicalismo de Tom Mann, de regreso de Australia, fascinó a los camaradas ingleses y a Cherkesof, no tanto por su contenido ideal, sino por la esperanza que concibieron de que al fin se constituiría una fuerza de acción obrera económica directa, que relegaría a último plano la política obrera de la Labour Party. El estatismo tan reforzado por la guerra, el espíritu dictatorial que el viento del Este, soplando desde Rusia, trajo consigo, y el debilitamiento de la fuerza económica de los trabajadores por la masa de los sin trabajo, — todo eso ha contribuido a destruir las esperanzas de antes de la guerra. Así, actualmente, los libertarios ingleses quedaron aislados frente al socialismo puramente electoral, a un trade-unionismo reducido a la defensiva, y a los imitadores del bolchevismo de Moscú y del fascismo de Roma.
Antes había todavía un socialista verdaderamente libertario que no evolucionaba hacia atrás, como Morris, pero que estuvo, a pesar de todo, cada vez más aislado — fue Edward Carpenter (1844-1929), autor de Towards Democracy (1883; ensanchado y continuado; edición completa de 1905), uno de cuyos capítulos ha aparecido en folleto Non Governmental Society. Es una concepción más libertaria que la de Morris y tan bella estética y éticamente.
Al margen de toda propaganda, ciertamente, Oscar Wilde ha publicado el ensayo netamente socialista libertario The Soul of Man under Socialism en la Fortnightly Review (Londres) de febrero de 1891, págs. 292-319, y en una encuesta francesa ha escrito que antes era poeta y tirano, ahora artista y anarquista (v. L’Ermitage, París, julio de 1893), donde en una encuesta internacional entre autores y artistas, veintitrés se declaran autoritarios, veinticuatro son imprecisos y cincuenta y dos se declaran por la libertad, de los cuales, once son libertarios conscientes.
He mencionado ya a los anarquistas individualistas ingleses animados por Liberty de Boston; el individualista voluntarista Auberon Herbert, etc. Pero el autoritarismo ha recuperado su terreno en Inglaterra y en Escocia, y en Irlanda el nacionalismo no ha permitido nunca prosperar al anarquismo, apenas un poco de socialismo. Una triste evolución después de un siglo que desde 1793 a 1890 había producido en Political Justice, de Godwin, y News from Nowehere, de Morris, dos de las más bellas joyas del pensamiento y del arte libertarios.
En los Estados Unidos, la gran huelga vehemente de 1877 (Pittsburgh) había reanimado a los revolucionarios y una revista The Anarchist. Socialistic Revolutionary Review, Boston, enero de 1881, cuyo segundo número suprimido, fue una expresión de ello. La Freiheit, de Most (Londres; a partir de 1870) radicalizó a muchos trabajadores de lengua alemana; la agitación personal de Johann Most (1846-1906), a partir de diciembre de 1882 hizo anarquistas a esos socialistas revolucionarios que se organizaron en último lugar en Pittsburgh, en el otoño de 1883, aceptando los principios formulados por Most, que fueron los del colectivismo anarquista. Most los expresó en detalle en Die freie Gesellschaft, folleto que apareció en New York, en julio de 1884, 85 págs. El subtítulo es Un estudio sobre los principios y la táctica de los anarquistas comunistas, pero Most empleó ese término como lo había empleado en 1877 en Berlín, porque el término colectivista no era famliliar a los lectores alemanes. Fue vivamente criticado por comunistas anarquistas alemanes en Londres, que conocían la diferencia, pero como eran enemigos personales, no admitió el error y no propagó las verdaderas ideas comunistas anarquistas (ateniéndose a las de Kropotkin) más que a partir de 1888. Los anarquistas, martirizados en Chicago (1886-87) fueron colectivistas, a excepción tal vez de Lingg. Albert R. Parsons, William T. Holmes, fueron americanos de ese matiz. Dyer D. Lum (1839-1893) combinó el colectivismo y el mutualismo y fue también el propagador de un sindicalismo revolucionario. Víctor Drury, G. C. Clemens, C. L. James, John Labadie, representan otros matices que, hablando generalmente, muestran la influencia del anarquismo individualista sobre los colectivistas, mientras que los individualistas que se aproximaban a Henry George, como Hugh O. Pentecost, llevaron un mayor elemento socialista a su individualismo.
La más bella flor de esa evolución libertaria entre americanos que, sin preocuparse de las escuelas socialistas y anarquistas europeas, trataba simplemente de combinar el máximo de libertad, de solidaridad y de sentimiento tan revolucionario como abnegado para los trabajadores explotados, para las mujeres enfeudadas a las costumbres de la familia, para la humanidad sometida a los gobernantes — fue Voltairine de Cleyre (1866-1912), inspirada en sus comienzos por el libre pensamiento, el martirologio de Chicago y las ideas e impulsiones de Dyer D. Lum (1839-1893), pero llegada durante sus veinticinco años de actividad a una concepción de la anarquía que fue tal vez la más amplia, tolerante, y además, seria, reflexiva, determinada, que conocemos al Iado de la de Eliseo Reclus. En su conferencia sobre la anarquía, dada en Filadelfia en 1902, explica las diversas concepciones, la individualista, la mutualista (Lum), la colectivista, la comunista en perfecta igualdad y explica las diferencias por los ambientes y personalidades donde han nacido. Si se hubiese estado siempre en esta posición ¡cuántas animosidades estériles nos habrían sido ahorradas!
Las Selected Works of Voltairine de Cleyre, publicadas por Alejandro Berkman (New York, Mother Earth Publishing Association, 1914, 741 págs. en 8o) son la perla de la literatura anarquista americana. Desgraciadamente siete u ocho años antes de su muerte un individuo embrutecido, de un ambiente de camaradas, disparó un tiro sobre Voltairine que la hirió terriblemente, la invalidó casi y la hizo morir a consecuencia de ello en 1912.
Las publicaciones comunistas anarquistas de lengua inglesa, los periódicos Solidarity (New York, fundado bajo la influencia de la propaganda de Merlino, como también Il Grido degli Oppressi, italiano; 1892-93 y otras series), The Firebrand (San Francisco, cambiado en Free Society, más tarde en Chicago y en New York, 1895-1904); Discontent; The Demostrator; The Agitator (más tarde The Syndicalist en Chicago), esos en comunidades libertarias en el Estado de Washington cerca del Pacífico (1898-1913 ... ); la revista Mother Earth publicada por Emma Goldman, asistida pronto por Alejandro Berkman, en New York (1906-1917); esas publicaciones y otras contienen ciertamente, al lado de las popularizaciones de las ideas derivadas más o menos de Kropotkin, una cantidad de artículos, de cartas y discusiones de crítica anarquista independiente que exigiría ser destacada por investigaciones especiales que no puedo hacer. Se encuentra allí Some Misconceptions of Anarchism, una conferencia dada en enero de 1904 en New York por el Dr. M-n (Dr. J. A. Maryson), traducida en francés y en español y que me ha sido falsamente atribuida en varias ediciones. Apareció en Free Society (New York) el 10 de abril de 1904 firmada Dr. M-n y su autor es un camarada muy conocido del movimiento de lengua judía en New York. De mí hay un artículo que resume algunas críticas en Mother Earth en diciembre de 1907, del que hay otro texto, revisado sobre un manuscrito por mí en los Temps Nouveaux (18 y 25 de abril de 1908: La lutte contre l’Etat). Alejandro Berkman, nacido en 1870, después de haber sacrificado casi su vida y de haber sufrido catorce años de presidio por el atentado de Pittsburgh en 1892, volvió a la vida anarquista desde 1906 y defendió un vigoroso anarquismo obrero en New York y en San Francisco. Se conocen sus ideas por sus folletos sobre la revolución rusa, su libro The Bolshevik Myth (New York, 1925; con el capítulo final, Berlín, 29 págs.) y sobre todo por Now and After. The ABC of Communist Anarchism (New York, 1929, XX, 300 págs.; titulado What in Communist Anarchism? en otra edición).
Emma Goldman, nacida en 1869, ha relatado su actividad de propagandista, conferencista, sus ideas y sus luchas en Living my Life (New York, 1931,993, XVI, pág.), un libro que recuerda también los hechos salientes de la vida anarquista y libertaria y de las grandes luchas obreras en los Estados Unidos desde 1887 a 1919; completa también sus dos volúmenes sobre Rusia, publicados en 1923 y 1924. El capítulo final del segundo volumen My Further Disillusionment in Russia, (titulo que no fue de su elección) da su concepción de la anarquía que se eleva en ese capítulo muy por encima de la rutina. Ensayos más antiguos son reunidos en Anarchism and other Essays (New York, 1910, 277 págs.).
Se ven en algunas partes de su autobiografía figuras antiguas y más jóvenes de lo que se llama el ambiente radical y liberal americano, esos hombres y mujeres humanitarios y, en diversos grados, libertarios que descienden tanto de los anarquistas individualistas antiguos, defensores de la persona, de la autonomía humana, como de los trascendentalistas de New England (la antigua Boston, etc.), de los fourieristas y otros socialistas sobre todo de los años 1830-1860. Están dispersos ahora, se extinguen y no han podido siquiera advertir desde su antiguo hogar, Boston, la vergüenza del asesinato de Sacco y Vancetti en 1927, pero sin embargo han sido el elemento humanizador del gran país. Por la Free Speech Bibliography de Theodor Schroeder (New York, 1922, V, 247 págs. in-gr. 8o) se da uno cuenta de una parte de esos esfuerzos persistentes de resistencia al mal.
Robert Reitzel (1849-1898) fue un espíritu libertario alemán de un talento literario gracioso y que se eleva a un pensamiento y a una crítica a menudo extraordinarios en su semanario Der arme Aeufel, desde 1884 hasta su muerte; la tragedia de Chicago le había solidarizado con los anarquistas y habló en los funerales de las víctimas en el cementerio de Waldheim, acusando a la religión que predica la sumisión a la autoridad; la religión y el sistema capitalista han hecho cobardes a los trabajadores de Chicago, que dejaron asesinar a sus camaradas, como se hizo de nuevo en 1927, cuando el mundo entero dejó matar a Sacco y Vanzetti.
Había en los Estados Unidos las grandes series de periódicos comunistas anarquistas italianos, la Questione sociale, a partir de 1895, titulada más tarde L’Era Nuova; La Cronaca sovversiva de Luigi Galleani (1861-1931), a partir de 1903 y otros; El Despertar y otros periódicos españoles por Pedro Esteve y algunos más, a partir de 1891. En los escritos de Galleani se encuentra un kropotkinismo revolucionario expresado con el más bello vigor; y lo que se ha reimpreso de él conserva su frescura. Pedro Esteve, al que no puedo seguir en su larga actividad americana, ha expresado ideas muy amplias en sus artículos publicados en Cultura Obrera de New York en 1922, el librito Reformismo. Dictadura. Federalismo, 88 págs.; y en otras varias investigaciones.
El Capital es feroz en los Estados Unidos y la resistencia impone a los trabajadores de todas las opiniones sociales y políticas, todos los medios de acción, la astucia, la guerrilla, la guerra abierta. Este estado de guerra latente o abierta acentuada no hace a los que están en la contienda ni revolucionarios ni libertarios, puesto que la lucha directa, su preparación y sus consecuencias absorben los espíritus y las energías. Un sindicalismo libertario es inimaginable en esa situación y la fuerza o la astucia actúan únicamente, apoyádas a menudo por una gran solidaridad, el entusiasmo y la perseverancia. Por eso la mentalidad autoritaria es mantenida y reforzada y la idea libertaria no puede difundirse ampliamente en el gran país de acaparamiento sin fin, donde el autoritarismo hace estragos desde siglos atrás en las formas más intensas — por el rechazo de los indios, las guerras con los países vecinos, la esclavitud de los negros, el dominio de los fuertes sobre las riquezas naturales y ahora el sometimiento intensificado de los trabajadores y la dictadura económica.
En estas condiciones la influencia de las ideas libertarias sobre los trabajadores americanos ha sido siempre débil y estos últimos, desde los diez años de luchas impregnadas de voluntad socialista revolucionaria 1877-1886, no han vuelto a manifestarse de otro modo que localmente, en huelgas muy violentas y reprimidas muy cruelmente. Organizaciones de hombres decididos a la acción, como una parte de los I. W. W. (Internacional Worker of the World) en el Oeste americano lo fueron, no se muestran accesibles a las ideas libertarias, aunque individualmente hubo anarquistas en sus filas y han salido de entre ellos, como Kurt Wilckens, que supo obrar tan valerosamente en la Argentina, y otros. En los años presentes, la crisis terrible de trabajo requiere un esfuerzo adicional, pero todo parece indicar que la propaganda libertaria no ha sabido implantarse todavía profundamente en el enorme país.
El primer foco anarquista de lengua alemana fue una sociedad obrera de Berna (Suiza) en 1875-77, inspirada por Paul Brousse, en 1877 ayudada también por Kropotkin, publicando el primer periódico (Arbeiter-Zeitung, Berna, désde julio de 1876 a octubre de 1877), y algunos trabajadores muy activos que propagaron luego las ideas en Alemania, en 1877, 1878, no sin algún éxito íntimo, pero obstáculizados por la enemistad socialdemócrata y su falta de medios para dar a su acción proporciones más vastas y públicas. Fueron sobre todo Reinsdorf, Emil Werner y Rinke. La ley antisocialista de octubre de 1878 obstruyó más todavía esa propaganda y los pocos militantes fueron bien pronto detenidos o hubieron de ocultarse o desterrarse. Entonces, en 1879, 1880 la protesta vehemente socialista revolucionaria expresada con gran verba por Johan Most en la Freiheit (Londres) atrajo las simpatías y se siguió a Most, el cual, aunque ya informado sobre la anarquía, fue atraído en esos años, los últimos de la vida de Blanqui en París, casi tanto por el blanquismo. De ahí una iniciación anarquista muy incompleta y esporádica (algunas explicaciones dadas por Reinsdorf) de los lectores de la Freiheit y la enseñanza libertaria que se había vuelto casi caótica en 1881-1882, cuando Most estuvo largo tiempo en prisión y el periódico fue confeccionado en circunstancias cada vez más precarias, hasta volver a tomar una orientación exclusivamente dirigida por Most después de recuperar la libertad y su traslado a América (fines del año 1882). Lo que sigue en América ha sido resumido ya más arriba; una afirmación colectivista por Most (1883-1884), que sus adversarios y rivales alemanes en Londres combatieron proponiendo el comunismo anarquista tal como lo veía prolongado en Suiza y en Francia. Esta enemistad se envenenaba cada vez más por acontecimientos deplorables, que no hay necesidad de recordar aquí. Most, algunos años después, reconoció el comunismo anarquista, pero entonces la influencia de su periódico había sido socavada ya en Alemania por el periódico rival Die Autonomie y los lectores alemanes, que hacia 1890 se interesaban de nuevo en esas ideas, las conocieron sobre todo en la forma que les dio ese periódico, una forma a la vez rígida y latitudinaria, como si dijésemos una amorfia obligatoria. Con eso, muchas traducciones de Kropotkin, lo que hizo creer que sus ideas y las que acabo de caracterizar, eran más o menos idénticas.
Había entonces una oposición socialista contra el reformismo socialdemócrata, y muchos hombres de buena voluntad tuvieron interés por conocer las ideas revolucionarias. Algunos creen en un socialismo de izquierda, antiparlamentario, otros se informan por Die Autonomie y Freiheit y creen que su anarquismo es todo lo que la anarquía sabe decir. Algunos, como he descrito ya, se informan a través de Dühring-Hertzka y el colectivismo anarquista. En fin, por la traducción de La Conquista del Pan se conocen, capítulo por capítulo —luego, en 1896, en libro— las ideas directas de Kropotkin. El periódico Der Sozialist (Berlín; desde noviembre de 1891 a diciembre de 1899) nos muestra esta diversidad de corrientes; es redactado desde los primeros meses de 1893 por el joven Gustav Landauer (1870-1919) que, personalmente, se declaró entonces colectivista anarquista y combatió claramente el libre derecho de consumo de los comunistas. Entra pronto en la cárcel (1893-94); el periódico es muy perseguido, y cuando en fin puede volver a proseguirlo esas discusiones han terminado, el comunismo es generalmente aceptado, y Landauer y sus amigos se vuelven tan aislados que hay una ruptura en 1897. Los trabajadores anarquistas hacen entonces publicaciones propias (News Leben; Der freie Arbeiter) que defienden según mi impresión un anarquismo doctrinario.
Landauer, atraído en 1895 por la cooperación, interesado más tarde en una comunidad intelectual y ética de los hombres libres (v. Durch Absonderung zur Gemeinschaft, 1901), fascinado por las ideas de resistencia pasiva colectiva preconizadas por Etienne de la Boétie (v. su librito Die Revolution, 1907), estudiando mucho a Proudhon, llega a desear una salida de la sociedad presente por la fundación numerosa de ambientes socialistas libres, que se organizan lo mejor que pueden para la producción y. el cambio entre sí, sin separarse culturalmente del mundo progresivo general. Publica las Dreisig sozialistsche Thesen (12 de enero de 1907), las Flugbliitter del Sozialistischer Bund (1908-1909), el periódico Der Sozialist (1909-1915), el Aufruf zum Sozialismus (Berlín, 1911; trad. española: Incitación al socialismo, 1932) etc.; la guerra de 1914 interrumpe esas actividades. Esas proposiciones no han tenido ejecución práctica; aunque muchos grupos se han formado entonces con ese fin; casi todos los anarquistas y sindicalistas y todos los socialdemócratas y trabajadores organizados se desinteresaron de ellas o fueron sus adversarios. Es siempre fácil agrupar masas alrededor de un programa, no pidiéndoles más qne votos o cotizaciones; pero es dificil, si no imposible llevar, aunque no sea más que uno sobre mil, a hacer individualmente una acción de verdadera independencia. Sin embargo Landauer creía que todo nuestro socialismo y nuestro anarquismo no eran más que nominales, si no hacíamos tales actos de verdadera separación (en tanto que nos es posible) del sistema actual. Todo su periódico de los años 1909-15 es una apelación, por la argumentación y los ejemplos antiguos y nuevos, a tal acción por nosotros mismos y es uno de los raros órganos que impulsa a esas verdaderas iniciativas y a la creación de la voluntad socialista en nosotros mismos. He hablado largamente de la persona y de las ideas de Landauer, en el Suplemento de la Protesta, 31 de julio de 1929, págs., 354-92, sobre la base de su correspondencia (Gustav Landauer. Sein Lebensgang in Briofen, Francfort, 1929, VIII, 459 y 440 págs.). Una gran parte de sus artículos y folletos se han reunidó en Beginnen. Aufsiitze zum Sozialismus (Colonia, 1924), Rechenschaft (Berlín, 1919; Colonia, 1924), etc. Ya los Anarchische Gedanken über den Anarchismus, publicados en octubre de 1901, contienen la esencia de su obra futura y ha escrito entonces, el 21 de noviembre, que no ha dicho apenas nada que no haya expresado antes en discursos y escritos; hay una gran continuidad en su pensamiento, durante los veinticinco años que preceden a 1914. Es entonces, en 1901-02, cuando vivió en Bromley y se encontró con Kropotkin; pero no han podido entenderse.
En tanto que creía en ese esfuerzo individual y colectivo, que se erigía al margen de la sociedad presente, creía también que, en cuanto hubiese un medio serio, habría sido preciso mezclarse en la vida de esa sociedad e impulsar adelante las energías latentes en la resistencia pasiva y en la acción demoledora y reconstructiva autónoma. Acechó tales ocasiones en vaias oportunidades, y durante la guerra, y finalmente se sumergió en tales esfuerzos desde noviembre de 1918, cuando el trastorno exterior e interior de Alemania le parecía ofrecer posibilidades de acción. Lo hizo en Munich, en los meses siguientes, gastándose sin contar, hasta atraerse sobre él tales odios reaccionarios (los socialdemócratas que gobernaban incluso entonces en Baviera), que fue miserablemente azuzado, asesinado bestialmente por la soldadesca cuando fue escoltado como prisionero, el 2 de mayo de 1919, en Munich, en el patio mismo de la prisión.
Hubo durante esos veinticinco años antes de 1914, en Alemania, también un pequeño retoño stirneriano, por el esfuerzo de John Henry Mackay (1864-1933) influenciado igualmente por B. R. Tucker y el mutualismo de Proudhon, autor de las poesías Sturm (1888), de la novela Die Anarchisten (1891), con la discusión entre comunistas e individualistas, argumentación completa en Der Freiheistssucher (1920) y un tercer volumen, Abrechnung (1932). Una propaganda por periódicos y revistas de esas ideas, comenzada en 1898, ha continuado hasta el advenimiento del hitlerismo. Hubo también una propaganda proudhoniana, sobre todo por los escritos del doctor Arthur Mülberger y muchas traducciones de extractos de Proudhon, por Landauer. No discuto aquí a Nietzsche y Tolstoi que, con Max Stirner, Ibsen, MultatuIi y lo que había de libertario y de verdadera ética social en todas las filosofías y literaturas interesaban y fascinaban entonces a viejos y a jóvenes, mal interpretados sin duda por muchos, pero bien comprendidos por algunos otros que tuvieron el propósito de una sintesis individualista y socialista —el objetivo mismo de los libertarios de todos los tiempos. Tales fueron, por ejemplo, el doctor Bruno Wille y el magyar Dr. Eugen Heinrich Schmitt (1851-1913) en sus numerosos escritos, y Maritz van Egidy (1847-1898). Mencionemos a poetas sinceramente idealistas como Peter Hille (1854-1904; muerto de agotamiento por el hambre); Benedikt Friedländer, el dühringiano libertario; Bernhard Kampffmeyer, muy próximo a Kropotkin; los austriacos Arthur Kahane, Carl Marburger, Fritz y su hijo Oteo Karmin, etc. Un libro de un jurista, adversario, pero de ejecución meticulosamente exacta, Der Anarchismus, por el Dr. Paul Eltzbacher (Berlín, 1900, XII, 305 págs.:— trad. española) apareció entonces, comparando las ideas principales de Godwin, Proudhon, Max Stirner, Bakunin, Kropotkin, B. R. Tucker y Tolstoi — libro muy incompleto respecto a esos mismos autores y que no tiene en cuenta las otras concepciones anarquistas, pero que llena su objetivo directo de presentar exactamente al gran público la crítica social y las proposiciones principales de esos siete libertarios. Con riesgo de insinuarse inoportunamente en ese ambiente, diría aún que, por el volumen Oeuvres, de Bakunin (en parte inédito; París, 1895), por la Bibliographie de l’Anarchie (Bruselas, 1897, XI 291 págs.) y por la biografía de Bakunin, con bastante documentación inédita (Londres, 1898-1900; 1281 págs., in-folio de escritura densa, poligrafiados por mí mismo en 50 ejemplares) he contribuido entonces a mostrar la extensión de la literatura anarquista internacional, y a presentar a Bakunin, que sus enemigos autoritarios habían insultado de tal modo, también a los anarquistas, un poco más completamente de lo que lo habían conocido hasta entonces, aparte de sus camaradas personales, una parte de los cuales vivía aún entonces y de ellos no pocos me han ayudado a documentarme.
Ese período de 1890 en adelante no fue pues sin aspiraciones libertarias, aunque, como en casi todas partes en Europa, algunos años antes de la catástrofe de 1914 ese ímpetu decrecía gradualmente.
Una parte de los socialdemócratas no había abandonado el partido en ocasión de la oposición y de la separación de otros hacia 1890, pero un sentimiento opositor germinaba en ellos desde hacia mucho tiempo. Hubo un número de organizaciones locales (Fachvereine), que prefirieron su autonomía y federación a las grandes centralizaciones de sindicatos, los llamados localistas, de los cuales Gustav Kessler y Fritz Kater son los más conocidos. Se constituyeron en Freie Vereinigung deutscher Gewerkschaften, en 1897, publicando Die Einigkeit.
Mientras tanto, el sindicalismo francés atrajo la atención de los anarquistas y fue sobre todo el folleto Der Generalstreik und die Soziale Revolution, por Siegfried Nacht (Londres, 1902, 32 págs.), traducido muy a menudo entonces, el que llamó la atención; fue seguido en 1906 ó 1907 por Direkte Aktion Revolutioniire Gewerksftstaktik (New York, 63 págs.)
Un socialdemócrata destacado, el doctor Raphael Friedeberg (nacido en 1863) comenzó desde 1896 a considerar sin fundamento para el tiempo presente de entonces el marxismo y menos aún la táctica socialdemócrata. Se hizo anarquista; su propósito no fue el de la propaganda anarquista ideal, ni el del sindicalismo revolucionario francés, sino lo que se llama un anarco-sindicalismo: las masas organizadas, penetradas de la idea anarquista y obrando solidariamente, económica y revolucionariamente, por ese objetivo: Fue activo en ese sentido en Alemania desde 1904 a 1907 ó 1908, pero no encontró entonces comprensión anarquista en los antiguos localistas, ni comprensión para las acciones fúera de la rutina propagandista en los anarquistas alemanes y, sin estar en desacuerdo con él, no pudo tampoco entenderse con Landauer. Pienso que Malatesta, a quien conoció en el congreso de Amsterdam, estaba más próximo a él en ideas. Una enfermedad le hizo abandonar pronto la vida de las agitaciones. Fue él quien reconoció al momento la gravedad de la enfermedad de las vías respiratorias de Kropotkin y le incitó a pasar los inviernos en el mediodía donde lo ha cuidado.
Los localistas, impulsados por esa agitación, rompen en 1908 con el partido socialdemócrata, y se aproximan cada vez más al sindicalismo francés de entonces (en concepción, no en relaciones), creyendo ser la teoría sindicalista una solución final. Tan solo en el congreso realizado del 27 al 30 de diciembre de 1919 en Berlín, después del gran discurso de Rudolf Rocker, se adoptó La declaración de principios del sindicalismo, que rechaza el Estado y todo estatismo y es de nuevo una afirmación de lo que la Federación española deseaba ser a partir de su fundación en 1870: la convertibilidad de las instituciones sindicales en órganos de la sociedad después de la revolución es sostenida. Así: ... se transformará cada Federación local en una especie de oficina estadística local y tomará todos los edificios, alimentos, indumentaria, etc. bajo su administración... Las federaciones de industria por su parte tendrían la misión de tomar bajo su administración por sus órganos locales y con ayuda de los consejos de fábrica, todos los medios de producción existentes, materias primas, etc. y de proveer con todo lo necesario a los grupos de producción y fábricas, etc.
Tanto como la toma del montón, ese otro extremo, el dominio por una asociación de toda la riqueza social, de toda la vida de la sociedad, son ebulliciones de momentos de exuberancia en una situación en que no se está frente a realidades directas. Los 3,577 cotizantes internacionales en septiembre de 1870; los pocos millares de sin trabajo y de militantes que de 1880 a 1890 estaban dispuestos en las manifestaciones más avanzadas en las calles de París; las pocas decenas de millares así dispuestos tal vez en 1906 en ocasión del congreso de Amiens, que declaró el sindicato de hoy como un grupo de resistencia, en el porvenir un grupo para la producción y la distribución, base de la reconstrucción social; los más de 100,000 sindicatos alemanes —a quienes Rocker habla en el congreso de diciembre de 1919; incluso los cinco o seis veces más que la C. N. T. española contaba entonces y en 1931— están lejos de ser la sociedad humana; y aun cuando fuese opinión de la mayoría de esa sociedad, que entonces tendría el poder para imponer su voluntad, sería tanto más un dominio sobre el porvenir, que sería así autoritario, dictatorial, pero no libertario.
Entre los hombres que han movido más las ideas anarquistas en lengua alemana menciono todavía a Max Baginski, a Rudolf Lange, a Rudolf Rocker, a S. Nacht, a Fritz Oerter, a Erich Mühsam; en Austria a Josef Peukert, a Rudolf Grossmann. Pero hubo hombres que han escrito menos o nada, pero que deben ser recordados por su actividad íntima; tales son Johan Neve, S. Trunk, Wilhelm Werner y otros.
El socialismo experimental fue recordado por el libro Utopie und Experiment, compuesto por Alfred Sanftleben (Zurich, 1897, VII, 324 págs.), la traducción de los escritos del doctor Giovanni Rossi (Cardias) antes y después de la fundación de la Colonia Cecilia en el Brasil, y su utopía inédita posterior que le hace abandonar el comunismo libertario y aceptar un régimen mutualista.
En la Suiza de lengua alemana, el doctor Fritz Brupbacher, de Zurich, nacido en 1874, siempre pensador y frondeur, socialista atraído en 1904 hacia el sindicalismo, conociendo desde 1905 a James Guillaume y también a Kropotkin, militó algunos años en favor del sindicalismo y del antimilitarismo y puso de relieve la primera vez a los lectores socialistas alemanes, con gran desesperación de los marxistas, a Marx und Bakunin (Munich, 202 páginas; 1913). Nadie ignora que la revolución rusa le fascinó más tarde, como gran fenómeno convertido en una realidad, al menos desde hace ya un número de años. Pero permanece observador crítico e inspirado en sentimientos como los expresados en 1911 en Aufgaben des Anarchismus in dem demokratischen Staate. Observa los hombres, las cosas y las ideas como médico, que no tiene el derecho a ocultar los aspectos débiles de un organismo, y su crítica no puede menos de ser útil para tratar de obrar mejor si nos engañamos. Entre los apologistas oportunistas, los aduladores, diría yo, y los hombres de la crítica seria, ¿quién no prefiere a estos últimos? Su autobiografía, 60 Jahre Ketger (60 años de vida de un Hereje) aparece en Zurigo en 1935.
Es curioso en qué grado un número de países carece de originalidad en pensamiento anarquista o es vacilante o tardío. Además de los países ya discutidos y Suiza y Bélgica, viejos focos de asilo para refugiados, antes más hospitalarios que ahora, y Rusia, de donde nos han llegado pensadores como Bakunin y Kropotkin y a dónde todos nosotros hemos mirado para ver a Tolstoi, en los otros países europeos la originalidad es muy .pequeña en nuestro dominio. No escribiendo aquí esbozos de movimientos, sino destacando solo las partes características y originales, pasaré rápidamente por la mayoría de esos países y hasta me referiré a los otros continentes en el resto de ese capítulo.
Por las numerosas expulsiones de los años 1880-1890, muchos lazos entre los movimientos del tiempo de Bakunin y Kropotkin fueron cortados en Suiza, el Révolté salió del país, etc., pero muchos lazos subsisten todavía, los Dumartheray, Herzia, Jacques Gross, Pindy, Alcide Dubois y otros en Ginebra y en el Jura, y una nueva generación crece, asistida por nuevos jóvenes y estudiantes, los Stoyanoff, Galleani. Atabek, Samaja, Bertoni, Ettore Molinari. En ese ambiente se desarrolla un joven libertario que se convirtió en uno de los autores más espiritualmente antiautoritarios e irrespetuosos de su país, también un experto en educación libertaria, Henri Roorda van Eysinga (1869-1925). Jacques Gross, de Mulhouse (1855-1926), el amigo de.los viejos y de todos los jóvenes, hombre de vasta concepción de las ideas, fue también uno de aquellos a quienes la conservación de los impresos y rarezas anarquistas debe más; él sólo ha sabido volver a descubrir a Déjacque y a Coeurderoy (su autor favorito) y yo le debo enormemente respecto de todas mis investigaciones, históricas durante las décadas de nuestra amistad, desde fines de 1892 hasta su muerte, en octubre de 1928.
Después de tantas persecuciones, sobre todo contra los italianos, de 1890 a 1900, y el famoso proceso del Almanacco socialista anarchico per l’anno 1900 a causa de un artículo que ahora se sabe escrito por Malatesta, el Réveil —Risveglio fue denunciado (7 de julio de 1900), pero sigue publicándose, compuesto y ampliamente escrito por Luigi Bertoni (nacido en 1872), en italiano y en francés, largo tiempo con la colaboración de Georges Herzig (1857-1921), ginebrino, de una pluma libertaria acerva, que fustiga las hipocresías sociales. Entre los dos hicieron una crítica memorable del funcionarismo en el sindicalismo suizo y Bertoni extendió su crítica también sobre la C. G. T, de París, donde ha dado algunas conferencias, no olvidadas. James Guillaume (1844-1916), renovó su acción en Suiza a partir de 1903 y se consagró en cuerpo y alma a la C. G. T., resucitando a los viejos jurasianos, especialmente Spichiger, ganando a los jóvenes, los doctores Brupbacher y Max Tobler y a la bernesa Margareta Faas-Hardegger. Había La Voix du Peuple sindicalista de Lausana y las cuestiones entre sindicalismo y anarquismo fueron muy debatidas en ese medio, entre Guillaume, el doctor Wintsch (Lausana), Herzig, Bertoni y otros. Kropotkin, por sus inviernos pasados en el Tessino, entró de nuevo en relaciones directas con los viejos amigos y conoció bien a Bertoni. Todo eso da al Réveil— Risveglio algunas veces también a la Voix y al Weckruf de Zurích, un interés particular para la evolución y la la crítica de las ideas.
En Bélgica, después de un bello pasado que vio a Buonarroti, a Considérant, a Proudhon, a Blanqui y a tantos otros socialistas, después del período glorioso de la Internacional, la caída en el electoralismo obrero marca también una depresión intelectual. También los periódicos anarquistas fueron rutinarios, hasta una renovación por la revista La Société Nouvelle, primero colinsiana, más tarde ampliamente abierta a los anarquistas y libertarios (Bruselas, 1884-1897) —el joven Fernand Brouez, fundó esa revista y le dio su actitud tolerante—, por una permanencia de cierta duración de Merlino, y ante todo por la presencia de Eliseo y de Elías Reclus, desde 1894 hasta su muerte (1904 y 1905) y también por la presencia, hasta 1914, de Paul Reclus (un hijo de Elías). En lengua flamenca había bellas revistas Van Nu en straks y Ontwaking en Anvers (de 1896 a 1910). Había también una renovación de literatura nueva, en parte por autores de tendencia libertaria, como Georges Eekhoud (1854-1929). Entre los estudiantes Jacques Mesnil, que vivió mucho tiempo en Italia, fue pronto uno de los jóvenes autores anarquistas más reflexivos, sobre el cual obraban el ambiente del arte flamenco e italiano, la vida popular italiana, su amistad con Eliseo Reclus, su gran interés por Edward Carpenter y todos los trabajos del espíritu contemporáneo progresivo. Le Mouvement anarchiste (Bruselas, 1897, 87 págs. en 12o) y Le Mariage libre (1901, 64 págs. en 12o) están entre sus escritos mejor conocidos.
Las peripecias del curso de Eliseo Reclus, postergado perennemente por la Université libre, a causa del pánico antianarquista de 1894, llevaron a la fundación de la Université Nouvelle, donde los hermanos Reclus dieron conferencias libremente y fueron el alma de un núcleo de intelectuales libertarios en Bélgica. Es entonces cuando Eliseo escribió El Hombre y la Tierra; Francisco Ferrer hizo traducir en castellano, por Lorenzo, esa gran obra. Ferrer fundó también L’Ecole renovée, la revista comenzada en Bruselas y continuada en París (1908-1909).
Hacia el fin de la vida de Reclus, se produjo también en Bélgica lo que Landauer, al escribirme en 1910 llama: en todos los países encuentro el movimiento anarquista epigonal; es lo que quiero decir cuando en estas páginas hablo de rutina, de detención, basada en la suposición errónea que todo el trabajo intelectual está ya hecho y que se puede entregar uno a recreos —esperanto, neomalthusianismo, colonias primitivas, a veces también ilegalismo y expropiacionismo; en una palabra, no se va rectamente hacia adelante, se arrastra, se dispersa. Había mucho de eso, en Brusselas, mientras en Lieja había un esfuerzo más serio y continuo— cuando de 1900 a 1908 aparecieron allí Le Réveil des Travailleurs, L’Insurgé, L’Action directe y el doctor Lucien Hénault fue muy activo. Otros militantes fueron en su hora los hermanos Houtstond, George Thonar, Raphael Fraigneux; un camarada de múltiples actividades fue Emile Chapelier, de la colonia L’Expérience, de Boitsfort. Antiguos militantes fueron Jules Moineaux, el condenado del proceso de Lieja, de julio de 1892; Paul Gille, el autor de estudios publicados en 1920, reunidos como Esquisse d’une Phüosophie de la Dignité humaine (París, 1924, Felix Alcan, 146 págs., in-18o) etc.
El profesor Guillaume De Greef, el juez Ernest Nys, la señora Florence De Brouckére, el pintor Van Rysselberghe y otros pertenecieron al ambiente de Eliseo Reclus.
Los movimientos anarquistas y sindicalistas en Holanda y en los paises escandinavos.
En mis libros o más bien en los manuscritos inéditos, he procurado esbozar los orígenes anarquistas de un gran número de países y naciones, pero aquí no puedo más que resumir los resultados en el sentido de lo que esos países han dado en ideas e iniciativas generales al movimiento internacional. Sin duda, allí donde se ha sido puramente receptivo e imitativo se ha influenciado también la corriente internacional agregando fuerza o durabilidad a las ideas así recibidas, cuando se ven aceptadas así en otras partes sin contradicción y sin modificaciones importantes. Sólo que, desde el punto de vista crítico, el que una idea que se ha desarrollado en tal lugar naturalmente y es aceptada en otra parte de lleno, por su prestigio, sin examinar, no es prueba de que corresponda a las disposiciones locales. Mecanismos, máquinas, pueden ser generalizadas así, o plantas en invernáculos, pero un organismo viviente, la planta, el animal, el hombre y su producto más delicado, la idea, se modifican según su ambiente. Hemos comentado bastante la importación ficticia del marxismo en todos los países, y pienso que, con el mismo derecho, se puede poner en duda el que, por la traducción de algunos folletos de Kropotkin, Grave y otros camaradas en una fecha accidental, dependiente de las circunstancias personales en algunos hombres abnegados, por la fundación de un periódico que tomó por modelo la Révolte y algunas otras publicaciones recibidas en cambio, se hayan implantado las ideas anarquistas en un país bajo esa forma, que correspondería mejor a la disposición de los hombres de ese país. Son esas localizaciones las que han faltado demasiado, sea por falta de medios de acción, para el estudio y la experiencia, sea por el entusiasmo de los iniciadores que no querían cambiar nada en la buena nueva, en el evangelio nuevo que llevaban a sus connacionales. En ese terreno queda pues mucho que hacer, y no hay que dejarse engañar por las unificaciones en procedimientos industriales, comerciales, financieros de nuestros días para creer que eso nivelará también las mentalidades humanas. En tanto que las nivela, las liga al autoritarismo capitalista y bolchevista que nos arruina. No es tampoco el nacionalismo de nuestros días, las nacionalidades encerradas en jaulas — Estados, la que salvará a esos hombres; esperamos que será un socialismo libertario internacional con todos los matices locales, que le darían las disposiciones locales. Es ese el anarquismo de todos los países, y los programas anarquistas y sindicalistas crudos les son tan indigeribles, como el marxismo crudo. Es así como la diferenciación anarquista deberá eludir la unificación bolchevista y asegurar el porvenir de un verdadero socialismo integral.
En Holanda las ideas socialistas fueron muy raramente expresadas en los siglos pasados —aunque se encuentra mucho sentimiento social en la vida de sectas religiosas (v. el libro La Paix créatrice, París, 1934, de B. de Ligt). Y también el socialismo francés e inglés y la crítica filosófica radical alemana de la primera mitad del siglo XIX no hallan una repercusión más que en algunos intelectuales y libre— pensadores. Es la pérdida total de la independencia nacional por las guerras de la revolución francesa, la pérdida de Bélgica desde 1930 por la política y el ejército de Francia y el consentimiento de las grandes potencias, que han aislado así a Holanda; ¿o eran las condiciones económicas, el rico comercio y los campesinos satisfechos, quiénes retardaron las colisiones de los intereses sociales? Tampoco la Internacional fue introducida sino tardíamente, y entonces las ideas anarquistas formadas en Bélgica fueron propagadas sobre todo en 1870-72, pero languidecieron poco tiempo, pocos meses, se diría, después, y no hubo más que reformismo y socialdemocracia incolora hasta 1878-79, cuando un pastor protestante, Ferdinand Domela Nieuwenhuis (1846-13 de noviembre de 1919) se separó de la iglesia y se entregó en los cuarenta años siguientes enteramente a la obra socialista, más tarde anarquista. El terreno era bueno; un gran movimiento que en sus ramificaciones dura todavía, fue creado pronto y las cuestiones por qué no se hizo eso antes, por qué Domela, que vio a los veinticuatro años la Comuna de París, que leía la Freiheit de Most con atención desde 1879 y aprovechó sus advertencias, no se desarrolló más rápidamente, son ociosas ... Si, he de acentuar que hasta durante mi período socialdemócrata fue la Freiheit la que me movió a preservar el movimiento obrero holandés de convertirse en un rebaño de masas obreras bien disciplinadas y organizadas siguiendo ciegamente al rabadán por todas partes (3 de diciembre de 1903; Freiheit, 26 de diciembre de 1903).
Es así como después de diez años de actividad socialdemócrata en un partido del que fue el principal fundador, propagandista de la socialdemocracia alemana, expresada en varios estudios socialistas internacionales, recibió la impulsión final para la crítica de la scoialdemocracia alemana, expresada en varios estudios de vigor ascendente (Les divers courants de la démocratie socialiste allemande, marzo de 1892; Le socialisme en danger, mayo de 1894; Socialisme libertaire et socialisme autoritaire, sept.-nov., 1895; esos escritos y otros forman el libro Le socialisme en danger, París, 1897, XI, 321 págs., en 18o, con un prefacio de Eliseo Reclus); La Débacle du Marxisme, apareció en junio de 1900 y concluye esa serie. Domela había llegado a ver que lo que había censurado en la socialdemocracia alemana era común al marxismo entero y a todo socialismo autoritario, y le opuso su concepción de un socialismo libertario.
Mientras que Domela comprendía cada vez más la necesidad de despertar en la conciencia de los hombres el sentimiento libertario, su interés en la organización de los trabajadores disminuía, sobre ese punto su opinión no fue compartida por Chrístían Cornelíssen (nacido en 1864), desde 1892 su joven coredactor en el periódico Recht voor Allen, antiguo maestro, que participó de su actitud crítica contra el socialismo parlamentario. Cornelissen se dedicó pronto a organizar sindicatos y a federarlos (Nationaal Arbeids-Secretariaat, 1893). Recomendó a los anarquistas en 1892 que se atuvieran a la crítica hecha por Merlino en Nécessíté et Bases d’un entente, y ha criticado mucho La conquista del pan, en 1903. Sus opiniones han sido formuladas en Les díverses tendances du Partí ouvríer ínternational (1893), en Le Communísme révolutionnaíre. Projet pour une entente et pour l’ action commune de socialístes révolutíonnaíres et communístes anarchistes (1896); en holandés: Het revolutionaíre Kommunisme, zíjn begínselen en zíjn taktiek (1897, 68 págs. in-gr. 8o). Sus iniciativas y opiniones están reunidas en el libro En marche vers la socíeté nouvelle (París, 1900, 322 págs. in-18o). En segunda edición el escrito holandés de 1897 se llama Revolutionaír Kommunistisch Manífest (1905).
Cornelissen era uno de los preparadores públicos e íntimos del esfuerzo para oponer a los marxistas en el cbngreso internacional de Londres un frente anti-parlainentario, sindicalista y anarquista y cooperó en ese objetivo con Fernand Pelloutíer, Hamon, Pouget, Malatesta, Landauer y otros y el congreso de Londres mostró ese frente minoritario que fue apoyado también por ingleses a quienes interesó Kropotkin y todos entonces, a excepción de los amorfistas. Pero de ahí a un acercamiento en ideas y a lazos en organización con los anarquistas (que no los tenían), se estaba lejos, y ese paso no se dio, ni siquiera se comenzó, salvo por Merlino en su nueva concepción (a partir de 1896), que fue aprobada en Francia por Bernard Lazare y tal vez por nadie más fuera de él. Cornelissen comprendió todo eso y no veía fuerza organizada libertaria con la cual pudiese cooperar; sólo los sindicalistas, a quienes conoció a fondo en París, cuando fue a vivir allí en 1898 ó 1899, precisamente por incompatibilidad en concepciones, criterios y caracteres con Domela y para evitar una ruptura abierta en Holanda. Domela escribió en 1907: Pero yo ante todo soy anarquista y luego sindicalista, y creo que muchos otros primero son sindicalistas y luego anarquistas. Hay una gran diferencia... El culto a los sindicatos es tan nocivo como el del Estado, pero existe y amenaza ser más grande cada vez. Parece que los hombres no pueden vivir sin dioses, y apenas han derribado una divinidad cuando ya surge otra nueva. Si la divinidad de los socialdemócratas en el Estado, la divinidad de los socialistas libertarios parece ser el sindicato. (Cartas al Dr. Brupbacher, publicadas en 1928). Dice aún: El sindicalismo sólo no me satisfaría, pues sin ser inspirado por el ideal es la lucha por más salario y menos trabajo, que no menosprecio, por razones prácticas, pero no me parece digna de tanto esfuerzo. Esto resume el punto de vista de Nieuwenhuis durante los largos años hasta su muerte; quería ante todo libertar a los hombres intelectualmente y moralmente —de ahí su gran interés en la educación libre de los niños y en esa educación primaria moral de los adultos que les hace olvidarse de odiarse y matarse mutuamente (antimilitarismo), y en su emancipación intelectual (libre— pensamiento). Cornelissen, que conocía las imperfecciones y la inexperiencia en cooperación social eficaz de los trabajadores, quiere ante todo educarlos en y por sus medios de convivencia, el sindicato, la fábrica, el trabajo mismo, puesto que hasta aquí el trabajo forzado en interés patronal no les interesa y eso impide que formen hábitos de verdadero trabajo social.
Puedo pasarme sin discutir ampliamente esas dos concepciones y también numerosas ideas y doctrinas intermediarias en el movimiento holandés, que se escisionó a menudo y francamente; todos esos matices no se estiman sin duda, pierden esfuerzos en polémica interna, pero esas disputas no adquieren la ferocidad y el salvajismo que tienen a veces en otros países. Cornelissen ha removido más que nadie en nuestros medios las doctrinas económicas y de ahí llegó a las observaciones económicas tomadas de lo vivo y a un estudio especial de las modalidades del trabajo mismo; véanse sus libros de la Théorie de la valeur (1903), Théorie du Salaire et du Travail salarié (1908), la Théorie du Capital et du Profit (1926) y la de la Rente fonciére (1929), el todo en las últimas ediciones de un gran Traité général de Science économique — trabajos que superan mi poca competencia. Ha observado también los movimientos sindicalistas del día, en sus escritos en los periódicos y principalmente en su Bulletin international du Mouvement syndicaliste, poligrafiado, comenzado en 1907. Véase también de él en el Mouvement socialiste (París, 15 de julio de 1905; págs. 392-400) el artículo sobre la evolución del anarquismo en el movimiento obrero holandés.
Como otros militantes holandeses, no mencionó más que a los primeros comunistas anarquistas, que hicieron propaganda mucho antes de que Domela se acercarse a la anarquía; pero no hicieron más que reiterar lo que encontraban en las publicaciones alemanas (Die Autonomie) y francesas (La Révolte, etc.); hubo así J. Methófer y B. P. van der Voo. Por el anarquismo francés de Félix Féneon en Emile Henry fue temporalmente influenciado Alexander Cohen (De Paradox, La Haya, 1897-98 y escritos en francés). Maurits Wagenvcort hizo aparecer la novela De Droomers (Los soñadores; Amsterdam, 1900). Se aproximaba al individualismo y al naturismo en Licht en Waarheld y An-archie de Amsterdam (1894-95; 96-1902). Hojas de propaganda anarquista directa son menos numerosas que las hojas más grandes socialistas revolucionarias y de otros matices, todos libertarios, pero más de actualidad obrera que ideales. Domela publicó De Vrije Socialist, desde 1898 en adelante. Habría preferido que se llamase a las ideas Sociaal — Anarchie, lo que recuerda el socialismo anárquico, de Malatesta.
Las ideas de Tolstoi, la negativa individual a hacer el servicio militar, el colectivismo agrario y la vida en comunidad inspiran a grupos de propagandistas y de práctica libre de hombres que aceptaban las creencias religiosas. Fueron los Christen — Anarchisten; recuerdo a Felix Ortt; la colonia de la lnternationale Broederschap en Blaricum, destruida en las Pascuas de 1903, por campesinos católicos, visitada por los hermanos Reclus; los escritos de T. Luitjes; a alguna distancia de ese grupo estuvo Frederik van Eeden, autor no del todo libertario y más tarde alejado de sus ideas sociales. En Holanda, socialistas religiosos han sabido abstenerse de tendencias clericales, como antes también en Inglaterra, en los Estados Unidos y en otras partes, y todavía en 1920 comenzó a aparecer en Utrecht De Vrije Communist. Orgaan van religieuse anarcho-communisten, hoja que marchaba a la par con las otras publicaciones libertarias del país. También B. de Ligt fue pastor y se convirtió en anarquista independiente y antimilitarista. Véase el periódico Bevrijding etc.
Domela Nieuwenhuis, que en 1870, bajo la impresión de la guerra, había hecho un llamamiento en favor de una asociación pro paz, trató de hacer aceptar la huelga general en caso de guerra por el congreso internacional de Bruselas de 1891, como la había votado el congreso de la Internacional celebrado en 1868 en la misma ciudad.
Fue tratado de loco por la socialdemocracia, que vivía de los votos de los electores y no quería perder votantes patriotas. Después hubo esa inmensa agitación contra la mentalidad militar durante el affaire Dreyfus, y cinco franceses —Laurent Tailhade, Malato, Gastan Lhermitte, Janvion y Charles Vallier— hicieron hacia fines de 1902 un llamamiento para un congreso antimilitarista internacional. De allí salió al fin el congreso celebrado en Amsterdam en junio de 1904 y una organización, la Asociación Internacional Antimilitarista. Ese congreso y ese medio fueron invalidados por la incompatibilidad de la tendencia tolerante que quería englobar todos los esfuerzos antiguerreros de resistencia a la fuerza, por tanto también a los tolstoianos, a los Christen-Anarchisten, etc., y la tendencia vehemente que creyó hacer bien al hacer triunfar el antimilitarismo revolucionario sindicalista y anarquista y enviar a paseo a todos los demás elementos antiguerreros. Por ese exclusivismo, aisló el movimiento que pronto tomó en Francia formas ruidosas a causa de la actitud de Almereyda, de las salidas estrambóticas de Hervé, la acción perseverante de los sindicalistas con los números famosos de La Voix du Peuple anuales por Pouget, el Nuevo Manual del Soldado, por Yvetot (ya aparecido en 1902), el Céntimo del soldado, etc., que tuvo también una cierta repercusión en Italia, pero que no tenía un verdadero fondo y se desvaneció como briznas de paja dispersadas por el viento, en los unos, como en Hervé años antes de la guerra de 1914; en otros, como Yvetot mismo, bajo la impresión del atiborramiento de cráneos, durante la guerra, o incluso al primer sonido del clarín de la guerra. Por fondo quiero decir o bien un fondo moral, un sentido de solidaridad humana, que los tolstoianos y algunos otros le daban —una repugnancia absoluta a ser asesino por orden superior -; o bien un fondo intelectual, conocimientos serios, que hacen comprender las verdaderas causas de las guerras, sus promotores, sus aprovechadores y que hace estimar a todos los pueblos de los cuales cada uno, a excepción de esos elementos rapaces y feroces, quiere vivir a su modo y en paz: entonces se está inmunizado contra el atiborramiento de cráneos, como en los primeros casos se está inmunizado contra las incitaciones al asesinato de hombres— hermanos. El esfuerzo moral de los tolstoianos fue más bien menospreciado por todos los demás, que tenían, como veremos más adelante, una impresión no enteramente exacta del tolstoismo. El esfuerzo intelectual se hizo raramente y fue sofocado en nosotros mismos por animosidades y prevenciones nacionales; porque insensiblemente las mentalidades también de los revolucionarios se adaptaban en los años de preparación general de la guerra que estalló en 1914, a la mentalidad de las naciones respectivas y la polémica anarquista contra Marx, sindicalista contra los centralizadores alemanes como Legien, hizo cada vez más apelación a los argumentos de raza latina y germánica, exactamente como se hizo en toda otra polémica de esos años. No han faltado sin duda esfuerzos de superación, pero fueron demasiado aislados. Los dos volúmenes que producen materiales recogidos por Temps Nouveaux: Guerre — Militarisme (París), 1902, XV, 406 págs. y Patrie et Colonisation (1903, VI, 442 págs.; prefacio de Eliseo Reclus), son un bello esfuerzo para obrar en el terreno moral e intelectual, pero habría sido preciso hacer mucho más. Se especializó la propaganda sobre el mal en el cuartel o en los infiernos militares de Africa, lo que podía conducir a que uno se hiciese refractario o desertor o a que se deseasen reformas; pero no informaba eso nada sobre los factores que al mismo tiempo preparaban todo para hacer inevitable la guerra y pusieron de repente a los pueblos ante un hecho consumado.
Domela ha debido tener una concepción más profunda; véase su Proyecto de propaganda antimilitarista (de 1907; 15 págs., escrito en ocasión del congreso de 1907), pero tampoco él ha entrado en el fondo de las cosas, lo que hicieron, por ejemplo, bajo algunos aspectos, Francis Delaisi (La Guerre qui vient, 1911), Marcel Sembat y algunos otros. Domela, decepcionado sobre muchos hombres y cosas, sosteniendo hasta el fin un anarquismo sin compromisos, atenuaciones y adaptaciones que le fue caro, permanece una figura patética, apasionada, muy personal, que fue cada vez menos comprendido y secundado en su obra durante sus últimos veinte años, aunque la apreciación y el elogio sumarios, en bloque, no le han faltado. Ha descrito los comienzos de su desarrollo en Van Christen tot Anarchist (De cristiano a anarquista; Amsterdam, 1911, 600 págs. en 8o) .Los escritos de Multatuli (Eduard Douwes Dekker, 1820-1887) y de S. E. W. Roorda van Eysinga (muerto en 1887; el padre de Henri Roorda) le han sido familiares; por el segundo conoció a Elíseo Reclus en Clarens (Suiza) cuando él mismo era una personalidad socialdemócrata. Ha conocido probablemente a Kropotkin antes de 1896 en Londres.
Su obra se ha extinguido casi con él; sus escritos innumerables no se han concentrado en algunos textos comprensivos, y así quedan de él solamente su ejemplo y su intrepidez moral, que le hace sostener el principio anarquista a pesar de todo, en todas las situaciones, desde que lo reconoció. Algo semejante ha pasado con muchos camaradas holandeses que se agrupan o se aislan por matices según las convicciones de cada uno. Pero Domela tenía otra cosa aun, un ímpetu, un vigor, una tenacidad irresistibles; en eso nadie lo ha alcanzado todavía: su voz sabía hacerse escuchar; la de todos los demás apenas se oye y raramente fuera de su país y de su idioma. Son muy activos con todo esto.
En los países escandinavos, en Dinamarca, había un matiz socialista revolucionario en 1881, expresado por Harold Brix, fallecido el mismo año, y el semanario Nye Tid en Chicago siguió en esos años la evolución revolucionaria. de la Arbeiter-Zeitung redactada por Spies: movimiento de ideas suscitado sobre todo por la Freiheit de Most. A partir de 1889 en Arbejderen (Copenhague) un socialismo menos reformista, pero marxista, fue propagado, como desde 1887 en la Volkstribune de Berlín. En 1896 hubo la primera hoja comunista anarquista, Proletaren, suprimida por una persecución. Después hubo, a partir de 1904 una hoja Nye Túl de matiz del joven socialismo sueco. En fin el autor noruego Hans Jaeger (1854-1910), novelista realista muy conocido, publicó el libro Anarkiets Bibel (la Biblia de la anarquía; 1906, 489 págs.) y el periódico de combate Skorpionen (1907), continuando después de un intervalo por Revolten (1907-08).
I. I. Ipsen, que colaboró ya con Hans Jaeger y el doctor Rolf Hammer, muerto algunos años antes de 1914, son los camaradas más conocidos entonces. Hubo algunos otros periódicos entonces (Anarkisten; Frihet), algunas publicaciones muy individualistas (lndividet, 1908), algunos individualistas y sindicalistas y una publicación del mínimo de Estado y del máximo de autonomía, Samstyre (autogobierno) comenzada en 1908 y continuada largo tiempo.
Hubo en Dinamarca durante cincuenta años y más la influencia intelectual de George Brandes, el hombre que sabía reconocer bien las aspiraciones humanas, sociales y libertarias, que estuvo en relación con Ibsen, Nietzsche, Kropotkin y Clemenceau, y que fue él mismo, tal me ha parecido siempre, frío, no social, burgués en el fondo. Hay también desde hace más de sesenta años el periódico Socialdemokraten, desde hace generaciones un cotidiano, siempre reformista. En este ambiente, verdaderamente, Hans Jaeger, I. I. Ipsen y algunos trabajadores militantes y el doctor Rolf Hammer parecen haber sido los únicos libertarios.
En Noruega está Henrik Ibsen (1828-1906), ya discutido en un capítulo anterior, que interpretó no como individualista antisocial, sino como comprendiendo el autoritarismo y la servidumbre voluntaria, la estupidez de casi todos, lo que hacía que no creyese ya en acciones revolucionarias colectivas, que ha sostenido en su juventud en los tiempos de Marcus Thrane (1817-1890), que estuvo encarcelado desde 1851 a 1858 por el movimiento de los años precedentes. Ibsen preconizó, pues, la elevación del individuo por sí mismo hasta perder, más tarde, también esa fe, probablemente, y dejarse reabsorber por la masa como todo el mundo.
Arne Garborg (1851-1924), mencionado más arriba, idealizó la autonomía de la vida campesina en Noruega y el periódico Fredaheimen, escrito en la lengua local, redactado por Ivar Mortensen entre 1888 y su fin en 1891, enarboló el comunismo anarquista; Arne Dybfest, que conoció las ideas en los Estados Unidos y en París y que correspondía con Kropotkin, y Rasmus Steinsvik fueron los militantes más salientes, pero en 1892 ya el movimiento pareció desaparecer, seguido en 1897-1898 por algunas publicaciones atenuadas de Ivar Mortensen. Arne Garborg ha acabado por adherirse a la tendencia del Estado mínimo, preconizada en Dinamarca.
Un solo camarada excelente, Kristofer Hansteen (1865-1906) en Cristianía (Oslo) hizo por su perseverancia un periódico Anarkisten, continuando con el nombre Til Frihet y una traducción de las Palabras de un rebelde, el todo desde 1898 a 1904, moribundo ya. Voltairine de Cleyre ha visitado Noruega en 1903 y ha conservado la memoria de Hansteen, a quien he conocido también, por una bella descripción. Desde ese tiempo A. Hazeland ha publicado otras traducciones de Kropotkin. Hay, siguiendo el ejemplo de Suecia, un movimiento joven —socialista (Ung-Socialism; a partir de 1906), un movimiento sindicalista— (Direkte Aktion; 1912-18; Alarm, a partir de 1919) y uno de esos órganos, Revolt, joven — socialista, 1914, publicado hasta 1927, fue al menos en los últimos años claramente anarquista; cambió en junio de 1927 su título por Fritt Samfund, órgano de la Federación social anarquista; desapareció, que yo sepa, en 1928.
En Suecia, Nils Herman Quiding (1808-1886), ya mencionado, en su libro aparecido en 1871-73 se manifiesta federalista y autonomista, pero ¿ha superado verdaderamente el Estado mínimo, cuya afirmación marca precisamente una falta de confianza en la libertad, por tanto una ausencia de sentimiento anarquista?
Había un grupo escandinavo en Londres, que publicó algunos manifiestos en 1886 y 1887, La ley y la autoridad, por Kropotkin (1888), y algunos anarquistas trabajaban en Suecia con los socialistas que les eliminaron de su ambiente en 1891, después de lo cual Hinke Bergegren hizo aparecer entonces Under Rott Flagg (Bajo la bandera roja), el primer órgano anarquista en Stokholm. Ese matiz sufrió la influencia de los independientes de Berlín en su crítica a la socialdemocracia y la influencia de los actos violentos y del ilegalismo que se manifestaban entonces en el movimiento francés. Uno de los más militantes; Gustav Henriksson-Holmberg (1865-1929) conoció al dühringiano Friedländer en Berlín y también a Reclus y a Kropotkin. Este último vio en Harrow desde 1890 ó 1891 casi todos los días al joven químico sueco Gustaf F. Steffen, que no compartió nunca sus opiniones, pero que ha podido ser un lazo en esas interrelaciones, cuando los autoritarios y los libertarios no se habían separado tanto como lo estuvieron pronto en todas partes.
Los partidarios de Bergegren fueron ante todo socialistas opuestos al reformismo. Forman en noviembre de 1892 el Club de juventud socialdemócrata de Stockholm; una vez publican un periódico Anarkus, otra vez, en 1896 aun, envían felicitaciones a Liebknecht en su 70 aniversario. Forman clubs de juventud en provincias que se federan en 1897 y el periódico Brand aparece en 1898 y desde entonces sigue publicándose. La Conquista del Pan es publicada en 1898-1900 y un anarquista redacta Brand en 1901. Comienzan la propaganda antimilitarista (1901) y antirreligiosa (1903). Entonces todavía grupos se separan y se organizan. En 1908, por un atentado en un barco donde hay rompehuelgas, hay tres condenados a muerte; los condenados quedan en la cárcel hasta 1917. Forman en 1908 el Partido joven socialista de Suecia para la conquista del poder económico por la huelga general y la cooperación efectiva como los medios más eficaces. Desde entonces se prepara una organización sindicalista revolucionaria, que fue formada en junio de 1910, las Sverges Arbetares Centralorganisation. Hay así el partido joven — socialista (órgano Brand) y la organización central sindicalista, que publica Syndikalisten (en Malmo, a partir de 1911) seguido del diario Arbetaren (en Stockholm, a partir de enero de 1922) que sigue publicándose. Albert Jensen fue el alma de todos esos movimientos.
El programa del partido, tal como lo aceptó el congreso de 1918, es el de un partido de propaganda y acción revolucionaria socialista, que reconoce el punto de vista anarquista, tomando también en consideración las tareas más inmediatas. Dice aún: El medio de la clase obrera para alcanzar un objetivo final, la sociedad libre fundada por todos los hombres, y también sus armas de ataque y de defensa en la lucha cotidiana, son sus organizaciones económicas, formadas sobre principios sindicalistas con la intención de que sean en el futuro las organizaciones de la producción
Dicen de igual modo que las organizaciones cooperativas deben ser construidas sobre bases socialistas con la visión no sólo del presente, sino también del futuro.
Rechazan la táctica parlamentaria, pero admiten en algunas situaciones una cooperación con los partidos socialistas. El partido ha publicado una cantidad de literatura anarquista comunista en traducciones y muy pocos escritos originales que superen una propaganda elemental, a excepción del estudio de C. J. Björklund sobre Quiding y las publicaciones de Henriksson — Holmberg, como Anarkismen. Des grund text (Stockholm, 1928, 144 págs.), un libro que no permite ver otras actividades anarquistas notables en Suecia más que las resumidas aquí.
Ese joven —socialismo es de un eclecticismo singular, que no corta las prolongaciones en ninguna dirección. Por las publicaciones que conozco, me parece que se desliza en todos los problemas que nos ocupan en los otros países muy vagamente. No confundo esa literatura con la de la organización sindicalista, que es muy seria, demasiado seria y estrictamente metódica, de suerte que sus cualidades libertarias son difíciles de reconocer, mientras que las afirmaciones de federación y la práctica de la acción directa y del antiparlamentarismo la distinguen bien de las organizaciones socialdemócratas y comunistas. En qué es libertario es difícil decirlo— y si ese sistema fuese ya el de la sociedad del porvenir, aparte de la ausencia de la explotación capitalista habría cambiado muy poco. Las articulaciones materiales serían perfectas; pero el verdadero Ibsen sería considerado siempre en Folkefiende, un enemigo del pueblo.
Ideas y propaganda anarquista en los otros paises: de Rusia al Oriente; en África, Australia y en la América latina.
La última fase de la actividad de Bakunin referente a Rusia, sus relaciones con la juventud rusa en Zurich en 1872 y su libro Estatismo y anarquía con su apéndice sobre la propaganda y los métodos de acción en Rusia (Ios revolucionarios inspirando —como una Alianza en una Internacional— las agitaciones y las rebeliones de los campesinos) —esos argumentos y consejos habían inspirado mucho a los jóvenes revolucionarios de Rusia, que entonces han ido al pueblo con un ímpetu y una abnegación que se han vuelto legendarios. Pero la ferocidad de la persecución empujó al terrorismo primeramente agrario y contra los funcionarios, después dirigido en concentración cada vez más acentuada desde 1879 a 1881 contra el zar Alejandro II, que fue muerto. La propaganda libertaria, anarquista hecha por antiguos camaradas de Bakunin en Ginebra, año 1873 a 1879, en último lugar por la revista Obschtchina (La Comuna), de 1878-79, cedió paso a la acción terrorista concentrada, y tampoco Kropotkin, que en 1872-73 en Rusia había estado casi aislado en un ambiente compuesto en su mayor parte de moderados— su programa de 1873 no fue aceptado por el círculo de los Chaikovcy -, tampoco Kropotkin trató de estimular una propaganda anarquista rusa después de su llegada al occidente, sino que suspendió toda actividad semejante en favor del gran esfuerzo contra el zar (1878-81) y después en favor de la defensa de los prisioneros rusos y de las actividades revolucionarias rusas en general ante la opinión pública mundial y sobre todo inglesa. Se dio esa misión y la cumplió con su talento y su prestigio personal, como hizo también Stepniak, antes el camarada de los anarquistas italianos de la banda de Matese (1877), y actor de uno de los actos terroristas de audacia suprema, cuando apuñaló al sátrapa Mesencef.
Así, de 1879 a 1891, el anarquismo ruso no dio signo de vida y a partir de 1891 solamente, algunos estudiantes de Ginebra proponen un periódico que no ha aparecido, se ponen en relación con Kropotkin, Reclus, Malatesta, Cherkesof (que volvió entonces al occidente) y publican algunos folletos. El centro de ese esfuerzo fue un estudiante de medicina armenio, Alejandro Atabek, que imprimió él mismo las primeras publicaciones anarquistas en armenio. En ideas esos jóvenes camaradas se adhirieron completamente a las de Kropotkin, Reclus y La Révolte; para la acción, se inspiraban en Malatesta. Después de algunos años, por la partida de los estudiantes más militantes cesa ese esfuerzo, lo que se reinició luego por un joven georgiano más activo, que se entregó enteramente a esas actividades, Goghelia.
Varlan Cherkesof (1845-1925), georgiano, que vivió en un ambiente nihilista desde el tiempo de Chernychevski, ligado a los grupos más avanzados, los camaradas de Karakosof (1866) y de Netchaef (1868-70), en el ambiente anarquista suizo y francés desde 1877 a 1883, del Este al Occidente, a Londres sobre todo, en el otoño de 1891, fue el amigo constante de Kropotkin, y el de Malatesta hasta la guerra. Se puso a combatir el marxismo que, sobre todo por Plekhanof, había influenciado poco a poco el socialismo ruso, combatiendo odiosamente todo sentimiento libertario. Cherkesof escribió así Pages d’ histoire socialiste, I. Doctrines et Actes de la Socialdémocratie (París, 1896, 64 págs.); Précurseurs de l’Internationale (Bruselas, 1899, 144 págs. in-12o) y otros escritos, recordando las ideas del socialismo antiguo y del esfuerzo liberal y humanitario en general, que los marxistas trataban de detractar y de hacer olvidar, haciendo creer que Marx, que, como todo hombre instruido de su tiempo, se había alimentado intelectualmente de todo eso, había descubierto todo lo que valía en economía social y en socialismo mismo. Si esa verificación de sus fuentes era una obra muy útil, por eso mismo, en mi opinión, es refutada esa otra tesis de Cherkesof, propuesta desde la primavera de 1900, que el Manifiesto del Partido comunista, publicado en febrero de 1848, sería un plagio de los Principes du socialisme. Manifeste de la Démocratie au XIX siécle, por Victor Considérant (París, 157 págs. en 16o; en primera versión, Bases de la politique positive. Manifeste de l’Ecole sociétaire fondée par Fourier, 1841 — IV, 119 págs. in-gr. 8o). Porque Considérant estaba impregnado de una cultura general similar a Marx y a otros hombres avanzados, y era él mismo un observador de las tendencias económicas fuera de lo común. Ni uno ni otro tenían necesidad de plagiarse, y a los hechos generales, conocidos de ambos, uno le dio una interpretación forzosamente marxista, ya que eran Marx y Engels los que tenían la pluma. Cherkesof ha contradicho además otras afirmaciones de Marx, como la de la concentración del Capital, y fue fascinado por el sindicalismo francés; bajo esos dos aspectos confirmó mucho a Kropotkin en sus opiniones ya formadas y se atrajo también la opinión de algunos militantes tradeunionistas ingleses hacia el sindicalismo y apoyó su desconfianza hacia el marxismo. Su idea que el sindicalismo es socialismo popular, en 1912 provocó el entusiasmo de James Guillaume, que pensaba desde que volvió al movimiento (1903) que la C. G. T. era la antigua Internacional en una forma reforzada, más perfecta y verdaderamente el germen de la nueva sociedad.
Las aspiraciones de la autonomía nacional de los georgianos en el Cáucaso fueron vivamente sostenidas por Cherkesof, que durante años fue el interprete de esas esperanzas proscritas entonces ante la opinión pública, inglesa sobre todo, lo que contribuyó, como las simpatías por los armenios, los boers, los finlandeses, los persas sobre todo, a suscitar también en los ambientes libertarios corrientes en favor de pequeños Estados, que se consideraban preferibles y culturalmente superiores a los grandes, como las Comunas fueron consideradas en esa forma frente a los Estados. Error fatal, porque las Comunas, por su federación o incluso aisladas en el interior de un gran Estado, están en relaciones inevitables con sus iguales, las otras comunas, o viven en el seno de un Estado, sin política de guerra y conquista por sí mismas. Los pequeños Estados independientes, en cambio, viven en el ambiente rival y combativo de los Estados y son ambiciosos y guerreros como todo Estado. La comuna, la villa, la aldea — es pues la paz: el Estado, grande o pequeño, es tarde o temprano la guerra.
Con el progreso sucesivo no interrumpido hasta 1905 de las protestas rusas contra el despotismo, comenzando por los desórdenes universitarios en Rusia, también los jóvenes anarquistas rusos, sobre todo en París y en Ginebra, comienzan en fin las publicaciones, en 1903, cuyo periódico Chleb i Volia de Ginebra (1903-1905) representa las opiniones de los camaradas rusos de Kropotkin y las suyas. Pero surgió una cantidad de publicaciones rusas que hablan en nombre de tendencias anarquistas diversas que existían en los movimientos franceses sobre todo — los expropiacionistas, los amorfistas y Ias tendencias mixtas, todos hablaban entonces altamente y a menudo, en Rusia, obraron según sus opiniones. Un periódico Listki Chleb i Volia (Hojas de Pan y libertad; Londres, del 30 de octubre de 1906 al 5 de julio de 1907) fue redactado y ampliamente escrito por Kropotkin, que ayudó además en Chleb y Voila de París en 1909 y al Rabotchii Mir de París, ayudado por A. Schapiro. Goghelia, María Godlsmith y algunos otros. Pero las ideas de Kropotkin, que entonces, como actividad práctica en Rusia preconizó la organización de los trabajadores, parecieron por decirlo así como de extrema derecha a la mayoría de los jóvenes anarquistas rusos de los años 1903 a 1914, que se dedicaron a la lucha muy directa, jugándose la vida y tratando de herir o debilitar al Estado ruso por actos individuales y colectivos múltiples. Fueron ellos los que obraron según las ideas expresadas en 1881 por Kropotkin en El Espíritu de rebelión, y si se ha recordado estos últimos años (1931) lo que Kropotkin ha escrito entonces en ruso en favor del sindicalismo, hay que tener presente que esa propaganda y esos consejos de Kropotkin han permanecido aislados y sin peso en la balanza entonces, y han cesado muy pronto. Se vio desbordado, bien a su pesar, por las tendencias más de acción de la juventud, y vio la falta de respuesta por actos colectivoe del pueblo que, si hizo algo, prefirió hacerlo enrolado y comandado por socialistas autoritarios, cuando estos le parecieron representar una verdadera potencia. Kropotkin halló mucha más esperanza antes de 1914 en lo que pareció ser un despertar liberal general (muy mezclado ya con nacionalismo y el sentimiento de guerra; pero eso concordaba con sus propias opiniones y aprensiones), y esperaba que esas fuerzas liberales se mantendrían contra la dominación de los socialistas autoritarios, tal como ocurrió un momento en 1917. Pero comprendió pronto, al volver a Rusia, que no era posible oponerse ya a ese dominio; se resignó sombríamente y quedó herido en el corazón en sus esperanzas. Hizo esfuerzos, sin salida, para ayudar las ideas federalistas y la cooperación; veía con simpatía todo esfuerzo asociacionista indepndiente; expresaba sus esperanzas en una Internacional obrera (que jamás se figuró sin una Alianza de militantes en su seno) hasta el último momento y murió así, habiendo aplicado los últimos meses a su Etica, el 9 de febrero de 1921.
Francamente hablando, es ingenuo u obra de partido, el querer descubrir o crear un Kropotkin sindicalista. El hombre que ha reconocido constantemente la necesidad de un período revolucionario de 3 a 5 años, no ha podido querer abdicar en el primer momento de la victoria revolucionaria en manos de una organización sindicalista que sería en lo sucesivo la sociedad, es decir un organismo estable, que, como todos los organismos constituidos, se opondría a toda evolución más allá de él. No ha propagado la anarquía casi cincuenta años de su vida para querer una dictadura sindicalista el día de la victoria popular. He reunido sus propias palabras sobre su verdadero pensamiento en artículos aparecidos en La Revista Blanca (Barcelona) en el invierno de 1933-34 y en otros escritos.
Se ha publicado una gran cantidad de literatura anarquista en Rusia, en 1905-1906 y desde 1917 a 1922, traduciendo a toda prisa folletos y libros, fundando nuevos periódicos y sosteniendo todos los matices de las ideas. Se publicó el libro de Max Stirner, dos veces en 1907. Hubo un sistema mutualista formulado en 1906 por P. D. Turkhaninov (Lev Tcherny), más tarde muerto por los bolchevistas, en el libro Associacionnyi Anarchism. A. A. Karelin (1863-1926) representa un matiz aparte. También German Askarov (Jakobson) que fundó el grupo de los Anarquistas universalistas (expresando la noción internacional por universal). Nestor Machno (27 de octubre 1889-25 de julIo — 1934), Volin (Eichenbaum), Maximof, Grigori Gorelik, Aleksei Borovoi, Rogdaef y muchos otros representan matices múltiples de los cuales ninguno puede decirse definitivo y superior a los demás. Hubo tentativas lamentables de adaptación al bolchevismo, y no menos lamentables de importaciones autoritarias en el anarquismo para hacerle frente, aparentemente como un rival autoritario del bolchevismo. Hubo retornos al sindicalismo absoluto; tentativas de síntesis (ideas ya propuestas por Volin en el Anarchicheskyi Vestnik, Berlín, 1923-24). En una palabra, es un vasto campo de discusión influenciada y agriada por el largo destierro, el éxito aparente por los medios autoritarios que mostraba el bolchevismo gobernando desde hace dieciocho años en un país tan grande, por la crisis mundial general y la falta de contacto con el pueblo ruso mismo, que en todos esos años no oye una sola palabra que no haya pasado por la censura bolchevista, y cuyo verdadero pensamiento es para nosotros un misterio más que nunca.
Desde Belinsky, Hersen, Bakunin, Chernyshevski, pocas voces originales de socialistas y libertarios se han levantado en el socialismo ruso, y Kropotkin, por solidaridad profunda con la revolución rusa en su totalidad, ha tratado muy poco de imprimir sus concepciones personales a la gran lucha. Hay una sola, pero grande excepción para el período posterior a Bakunin — fue Leon Tolstoi (1828-1910). No pienso entrar aquí en este asunto, que la gran obra de Tolstoi y el estudio íntimo de su vida, ha hecho tan vasto y complicado. Mi impresión es que debemos a Tolstoi el haber insistido sobre dos grandes verdades indispensables a las realizaciones libertarias grandes y pequeñas, presentes y futuras. Una de ellas es la comprensión de la fuerza de la resistencia pasiva, que es la desobediencia, el abandono de la servidumbre voluntaria.
Se ha comprendido mal a Tolstoi y privado del efecto que habría impedido tener su pensamiento, al ver en él una resignación, una sumisión al mal, que se soporta con paciencia llamada cristiana y con la obediencia que, se dice, se debe a toda autoridad. Tolstoi quería exactamente lo contrario, la resistencia al mal, y ha agregado auno de los métodos de resistencia, la fuerza activa, otro método, la resistencia por la desobediencia, la fuerza pasiva por tanto. No ha dicho: sometéos al daño que se os causa; presentad la otra mejilla después de la bofetada recibida, sino: no hagáis lo que se os ordena hacer; no toquéis el fusil que se os presenta para enseñaros a matar a vuestros hermanos. Se puede constatar por sus propias palabras que el principio de fundar sus relaciones humanas sobre la persuasión pacífica en lugar de la fuerza brutal se remonta para él a William Lloyd Garrison, del ambiente de los Emerson, Thoreau y otros, y si hubiese visto el libro de William Godwin, lo habría encontrado impregnado de las mismas ideas. Ha tenido correspondencia además con Gandhi (carta del 7 de septiembre de 1910) y ni la resistencia contra la esclavitud de los negros, la obra de Garrison, ni la desobediencia preconizada y practicada por Gandhi, son acciones de obediencia; son al contrario desafíos arrojados a las autoridades. Si los tolstoianos forzados al servicio militar habían sido resignados pasivos, obedientes que no combatían el mal, habrían sido los primeros en tomar el fusil cuando se les ordenara. Pero vemos a todos los demás obedecer y tomar el fusil, y los tolstoianos se rehusan. Pienso pues que la línea Emerson-Tolstoi-Gandhi, es una línea de combate contra la autoridad tan notable como la línea de la fuerza revolucionaria. En suma, la huelga y la huelga general sobre todo ¿no coloca en esa misma línea a Garrison-Tolstoi-Gandhi? Se hace la huelga o se rebela por la fuerza: — los dos medios tienen derecho igual de ciudadanía en la lucha social, y los exclusivismos por principio son maléficos y no prueban nada.
La otra gran verdad sobre la cual insiste tanto, es el reconocimiento de que la fuerza del bien, la bondad, la solidaridad —y todo lo que se llama amor— está en nosotros mismos, debe y puede ser despertado y desarrollado y ejercitado por nuestra conducta. Esta comprensión va contra la pasividad moral, contra la llamada no —responsabilidad por lo que se hace contra la esperanza de ser mejorado colectivamente, cuando cada uno, por oprimido que sea, tiene facultades en sí mismo para mejorarse, perfeccionarse individualmente. Tolstoi ha escrito (el 13 de enemo de 1898; Tagebuch): La organización, toda organización libra de todo deber humano, personal, moral. Todo el mal del mundo tiene allí su base. Se fustiga a los hombres a muerte, se les desmoraliza, se les estupidiza— y nadie tiene la culpa de ello. También aquí, como hay huelgas y revolución, hay ese esfuerzo individual y hay el esfuerzo colectivo; las dos alternativas no se excluyen, sino que se complementan. La parte íntima de la preparación libertaria, se encuentra en Tolstoi, y hombres así preparados, me parece, son los únicos capaces de emplear la fuerza individual y colectiva de modo razonado — el soldado no sabe más que matar, y es como el revolucionario que no supiera más que destruir; el cirujano no sabe aplicar la fuerza para curar, y así el revolucionario que ha hecho ya su propia revolución en su fuero interior, es el único que sabrá, con inteligencia y conocimientos, dedicarse a reconstruir seriamente.
En todo esto, no estamos pues dé ningún modo separados de Tolstoi, que ha puesto el dedo sobre muchas de nuestras grandes imperfecciones. Es lamentable que lo haya hecho a menudo en la terminología religiosa. El joven Bakunin empleó en una época una terminología parecida. Tolstoi escribió a la edad de veintisiete años, por tanto hacia 1855: Producir con intención en la unión de la humanidad por la religión, ese es el pensamiento fundamental que, espero, me dominará, y por religión ha comprendido, como lo muestran sus escritos, amor y bondad entre los hombres, una conducta que evidentemente los hombres bien dispuestos practicarían de inmediato sin preocuparse de las consecuencias para ellos; porque, sino, ¿quién comenzaría? No los mal dispuestos, ni una colectividad abstracta, ni el Estado. Viendo en Rusia, desde 1878 a 1881, a gobernantes y a revolucionarios desgarrarse unos a otros, ha intervenido con una propaganda incesante en lo sucesivo por casi treinta años en la terminología religiosa que se conoce.
Fue un error fatal; habría podido saber que la humanidad se emancipa de la superstición y no espera de la religión organizada más que el mal. Se ha remontado a las bellas promesas hechas al comienzo de la agitación cristiana en los escritos de propaganda, que son del mismo calibre que las promesas de los candidatos antes de las elecciones. Ha calculado mal; no se cree ya en esas cosas y las religiones han sido siempre un instrumento de la reacción que persigue a los que las combaten a fondo. En fin, el hecho está ahí, que las buenas intenciones de Tolstoi nos aparecen a menudo en una lengua que no comprendemos apenas. Pero no comprendemos tampoco con frecuencia a un autor velado en terminología filosófica o económica, o medioevalesca, y los que, leyendo a ToIstoi, no saben atravesar ese velo y llegar a su pensamiento sencillo y claro, harán bien en suspender su juicio. Toda su obra examinada, traducida en nuestra propia lengua, adquiere otro aspecto y abunda en enseñanzas libertarias, que no se encuentran más que allí.
No se les encuentra sino raramente en los autores tolstoianos que, como todos los que se hacen reproductores de las ideas de un solo hombre, corren el riesgo de deslizarse al nivel de lo que vemos en los marxistas. Por lo demás, había muchos hombres de buena voluntad que han hecho lo mejor que pudieron.
Recordemos de esa propaganda y del ejemplo viviente de muchos que sufrieron persecuciones por negarse a obedecer, al martirizado J. N. Ivan Tregubof, Droschin (1886-1894), V. Cherkof, Paul BiriukoJ, John C. Kenworthy, Arthur St. John, William L. Hare, J. Morrison, el ambiente de la Groydon Brotherhood de Purleig y la colonia del Whiteway (Gloucestershire); el periódico The New Age (Londres); muchas publicaciones de los editores A. C. Fifleld y C. W. Daniel (Londres); Marie Kuger del ambiente de la Ere Nouvelle, comenzada en 1901 en Francia, de los anarquistas cristianos en Holanda y un movimiento extenso en Bulgaria, sobre todo en Burgas (el periódico Vzrashdane (Resurrección). Simpatizantes en los Estados Unidos que se confundían con los adeptos libertarios de las ideas de Walt Whitman, de Edward Carpenter al igual que Ernest Howard Crosby (muerto en 1907), Leonard D. Abbot, Bolton Hall y otros que son partidarios también de Henry George y simpatizantes de un individualismo altruista.
En suma, una buena parte de esos hombres, a los que se agregan los de las colonias tolstoianas y los que han rehusado hacer el servicio militar eran y son todavía hombres de valor y hay muchos duchobores en el Cáucaso y en el Canadá, hombres que antes de Tolstoi insistían en vivir su propia vida al lado del Estado — autores, artistas, pensadores de valor ético, libertarios religiosos no agresivos en materia religiosa, que flanquean a los demás anarquistas como camaradas. Fue un gran ambiente, que habría merecido más simpatías de las que los anarquistas supieron darle. Por los conciencious objectors durante la guerra, por la acción verdaderamente humana de muchos miembros de la Society of Friends (quakers) después de la guerra, se comenzó a apreciar los elementos humanos en ese mundo de guerra y de crueldad, y los tolstoianos, mejor comprendidos y mejor apoyados, habrían sabido llevar a muchos espíritus que la propaganda revolucionaria no supo cautivar, y podrán hacerlo aún. Porque las ideas de Tolstoi no han perecido con él y no pueden ser buscadas en algunos partidarios demasiado estrechos, sino en el espíritu y en la esencia de toda su obra.
Entre los movimientos anarquistas de los pueblos del Estado de Europa, aparte del ruso, el más intenso y difundido fue el de los judíos de la antigua Rusia y la Galitzia austriaca, que hablan el yiddisch, es decir un alemán con muchas palabras hebraicas y eslavas. Los emigrados judíos, sobre todo en Londres y en los Estados Unidos, han creado movimientos obreros fuertes, socia’listas desde 1885 aproximadamente, anarquistas en buena parte desde 1890 más o menos, ricos en periódicos de larga duración, folletos, traducciones — en anarquistas siempre comunistas, aceptando enteramente las ideas de Kropotkin, influenciados a veces por algunos de sus autores por lo que ven sucederse en Rusia y en Palestina, pero por término medio los adeptos más fieles del comunismo anarquista de Kropotkin.
No puedo leer su escritura y no puedo darme cuenta del grado en que las ideas removidas por la discusión en sus órganos han producido proposiciones nuevas. Sus más activos militantes fueron o son todavía David Edelstadt, S. Janovsky, J. Bovschaver (Basil Dahl), Dr. J. Maryson, Dr. Michael A. Cohn, Joseph J. Cohen y otros. Su órgano en Londres, el Arbeíterfreund, fundado en 1885, fue redactado casi una veintena de años hasta 1914, así como la revista Germinal, por Rudolf Rocker (nacido en 1873), anarquista de nacionalidad alemana que supo en poco tiempo, atraído por el celo y la energía de ese movimiento en el Eastend de Londres, dominar la lengua y la escritura como autor y orador. Kropotkin era entonces el hombre más querido por esos camaradas y muchas veces su conferenciante.
El esfuerzo más durable para continuar la obra de Ferrer es The Modern School en Stelton (New Jersey) y una bella colonia libertaria, la Sonrise Colony y otras obras de cooperación libre son fundadas por esos mismos libertarios judíos en los Estados Unidos.
En Ukrania no hubo propaganda escrita en la lengua del país, pero un número de los revolucionarios más militantes de los años 1870-1880 hasta Nestor Machno fueron anarquistas y los grupos de esta región meridional eran siempre más avanzados y más combativos que los del Norte.
Había desde hacía mucho tiempo un federalismo político y nacional en Ukrania, que el profesor Michel Dragomanof combinó hacia 1880 con un socialismo popular (la revista Gromada etc.), que pronto abandonó el mismo. De ahí se derivan los partidos puramente nacionalistas y, en otro tiempo, un partido popular cultural, antirreligioso (M. Pavlik. Ivan Franko. etc.), que se ha extinguido.
En finés se publicó La conquista del pan en 190... en Tammerfors; La ley y la autoridad en New York, en 1910; y apenas otra cosa que algunas publicaciones a partir de 1926.
Hubo un número mayor de publicaciones en leton — periódicos, folletos, traducciones, después de 1905. Anarquistas letones dispersos en el occidente a causa de la represión feroz de 1906 en su país, fueron exterminados después de actos violentos, principalmente en el invierno de 1910-11 en Londres (Sidney Street).
En lituano hubo poca literatura entonces y hay una literatura incipiente estos últimos años.
Hubo más en polaco. Se considera el libro El socialismo de Estado (Lemberg. 1904) por L. A. Czjakoszki (Eduard Abramovski, muerto en 1917) como proposición original de un cooperativismo muy social y libertario. Escribió también El cooperativismo como medio de emancipación de la clase obrera. Se tradujo también algunos extractos de Gustav Landauer en 1907. Pero todos los focos de propaganda fueron bien pronto cerrados y las publicaciones suprimidas. En París el doctor Josef Zielinski estuvo muy próximo a los Temps Nouveaux.
Bakunin, tan simpatizante con la causa nacional de los polacos, no podía entenderse nunca con ellos sobre el abandono de sus reclamaciones históricas de incorporación de los ukranianos, bielorusos (rutenos blancos) y lituanos. Waleryan Mrozkowski fue el único camarada polaco con el cual pudo colaborar un cierto tiempo.
En Rumania, país donde antes de la guerra ruso —turca de 1877 los búlgaros, refugiados en Turquía, conspiraron largos años, por donde Netchaef pasó al volver secretamente a Rusia en 1869, los primeros impulsos socialistas y anarquistas fueron dados por refugiados rusos en ambientes de estudiantes y jóvenes profesores. Hacia 1890 la propaganda fue renovada, esta vez comunista anarquista, por estudiantes atraídos por La Revolté de París y las ideas de Kropotkin y de Grave. Se consiguió algunas veces, pero rara y temporalmente, acercarse un poco a los campesinos, y la propaganda quedó en un ambiente restringido de intelectuales simpatizantes. P. Mushoiu es desde hace mucho tiempo su principal sostén. En otros tiempos hubo N. K. Sudzilovsski, (el doctor Russell, muerto hacia 1930 en China), Zubku— Kodreanu, Zamfiri Arbore (Ralli, del tiempo de Bakunin), Levezan, Zozin y otros.
Los revolucionarios búlgaros Christo Botiof y Liuben Karavelof estaban en relaciones con Bakunin y Netchaef, Botiof también con Sudzvilovki, pero la conspiración nacional los absorbió y Botiof fue muerto como insurrecto. Quince años más tarde, a partir de 1890 aproximadamente, las ideas comunistas anarquistas fueron propagadas por estúdiantes que leían La Revolté, principalmente Stoyanoff, estudiante de medicina en París, Ginebra y Bucarest, muy ligado a Merlino, conociendo bien a Reclus, a Galleani y también a Kropotkin y a Malatesta, etc. Sobre esa base se edificó una actividad continua y ascendente, reiniciada después del largo período de las guerras, llegando a trabajadores y campesinos y no perdiendo su influencia sobre una minoría de intelectuales, sufriendo algunos las más crueles persecuciones y martirios (como en Jambulli), pero con raíces más fuertes que en ningún otro país del Este de Europa.
En Serbia, en cambio —algunos estudiantes serbios estuvieron muy ligados con Bakunin en 1872 en Zurich, pero sobre todo en el terreno nacional— los esfuerzos libertarios fueron nimios. Algunos periódicos y folletos aparecidos desde 1905 hasta la época de las guerras (1912) parecen representarlos y no hubo ninguna reanimación desde 1918 en Yugoeslavia. Sólo un croata libertario, Stepan Fabijanovic, un obrero, forzado a abandonar su país desde hace muchos años, ha impreso en publicaciones hechas en Estados Unidos un espíritu independiente vigoroso; murió en 1933.
Las publicaciones armenias comunistas anarquistas hechas desde 1891 a 1894 en Ginebra son debidas al trabajo asiduo del estudiante ya mencionado, Alejandro Atabek, que publicó también un pequeño periódico (Haimaink. La Comuna, 1894). Después las luchas y desdichas nacionales parecen haber descartado toda propaganda, salvo lo que ha podido hacerse en Tiflis en algunas raras épocas de vida pública un poco libre.
Los georgianos fueron numerosos, muy abnegados, algunos muy anarquistas en el movimiento ruso; los más militantes estuvieron implicados en el gran proceso de los 50 en Moscú en 1877, y Cherkesof fue condenado ya en el proceso de Netchaef en 1871. Más tarde, de regreso a su país, y Cherkesof escapado de la Siberia en el destierro de 1876, comienzan a obrar sobre la opinión pública por la autonomía de Georgia y también su socialismo, en las publicaciones georgianas publicadas en París, están impregnadas del autonomismo nacional. Fue más bien el joven Goghelia que Cherkesof, el que propagó un sindicalismo anarquista en Tiflis en 1905-1906 y todo lo que pudo desde 1917 hasta su muerte. Cherkesof, realizó la cooperación cultural solidaria y autónoma ala vez de las nacionalidades enemigas, georgianos, tártaros y armenios, en Tiflis, en 1905-1906, pero si georgianos, tártaros, turcos se entienden, parece sin embargo que los armenios quedan fuera de relaciones verdaderamente buenas.
Se han publicado probablemente algunos folletos, traducciones en lengua turca, tártara, persa, árabe, tal vez también en hebreo en Palestina, pero casi todo eso me es desconocido. Creo poder decir que los hindúes no han sido alcanzados por una propaganda libertaria directa, y el boicot, la desobediencia, el terror en las luchas nacionales tienen por objetivo poner un nuevo poder en el puesto del antiguo. Respetamos las víctimas caídas antes de llegar a un poder nacional; así el doctor José Rizal, (1861-1869) en las Islas Filipinas, el Multatuli de su raza tagala, autor de Noli me tangere, del Filibusterismo y de la magnífica poesía escrita antes de su ejecución. De igual modo las víctimas en Carea (hubo en el destierro chino publicaciones anarquistas coreanas) y en la isla Formosa (allí también los refugiados en China hacían circular publicaciones anarquistas). En otras partes, en el Extremo Oriente y en Indonesia, la propaganda comunista parece ser la única que se hace.
Respecto de Chiná, renuncio a interpretar a Lao tsé (hacía 550 años antes de la era cristiana), que en el texto de algunos traductores adquiere un aspecto muy libertario. Se ha hallado también a Yang-tschu, que sería un Stirner chino. De 1907 a 1908 jóvenes intelectuales chinos hicieron aparecer en París el periódico Sinsiki (Tiempos Nuevos) y una cantidad de traducciones comunistas anarquistas. Ese grupo, de regreso en China después, tomó parte más tarde en el esfuerzo liberal general, influenciando la educación’ en un espíritu progresivo y pasa por eso como habiendo abandonado el anarquismo. Un movimiento en China misma, iniciado por Sifu (1884-1915), parece haber tratado de obrar más directamente sobre el pueblo. Las ideas, en tanto que no sumergidas por el comunismo y el liberalismo nacional, tienen adeptos en la China meridional y en los Estados Unidos sobre todo.
En el Japón, conocemos sobre todo, la vida y el martirio de Denchira Katoku (1869-1911) y de Sakae Osugi (1885-1923), asesinado él también. En 1905 Kotoku, del marxismo, en prisión durante un tiempo, pasó al anarquismo, que aceptó en teoría, según Kropotkin, fascinado por Campos, fábricas y talleres sobre todo, pero las persecuciones le impulsan a actividades antimilitaristas, de huelga general y tal vez a planes terroristas; en todo caso fue ahorcado el 24 de enero de 1911, con su mujer Suga Kamo y otros diez camaradas. También Osugi fue asesinado el 16 de septiembre de 1923, con su mujer Noe Ito; el asesino los consideraba más o menos responsables del gran temblor de tierra en Tokio.
Ha habido en China y en el Japón organizaciones y publicaciones sindicalistas y anarquistas numerosas, algunas considerables, muy a menudo perseguidas y suprimidas, pero, en los ultimos años, las oleadas nacionalistas y comunistas, las catástrofes y la guerra, han debido obstruir ese impulso. Pero en China, al menos el interés libertario es vivo y ascendente; se busca una salida hacia la libertad frente a la autoridad entronizada en formas terribles. El Japón, en cambio, parece cada vez más sumergido en la noche autoritaria, a pesar de los esfuerzos de algunos propagandistas abnegados.
Pasando aún al resto de Europa, se puede recordar que en la antigua Austria —Hungría de 1881, la socialdemocracia fue puesta vigorosamente en segundo rango y al fin reducida a una pequeña minoría por los socialistas revolucionarios, entre los cuales se comenzó, en 1883, una propaganda educativa anarquista. Actos terroristas interrumpen esa primera educación en las ideas, y la represión lo redujo todo a la clandestinidad. Desde 1885, los socialdemócratas vuelven y comienzan a fundar su dominio exclusivo sobre los trabajadores, que ha perdurado. Ese período de 1881-84, comprendió a los socialistas de lengua alemana, tcheca, una parte de los polacos y también de los magyares en Hungría. No hubo tiempo para elaborar las ideas; pero el espíritu y la voluntad estaban despiertos. No fue sino largo tiempo después a partir de 1892 y de nuevo a partir de 1907 que pudo comenzarse una nueva propaganda pública; pero choca en lo sucesivo con la regimentación cada vez más completa de los obreros en la socialdemocracia. Comprende de nuevo las lenguas alemana y tcheca. Sobre el territorio de lengua alemana no llega a las organizaciones de oficios: en Bohemia las toca, sobre todo entre los mineros de algunas cuencas y hubo entonces hasta 1914 una abundante prensa anarco— sindicalista en lengua tcheca y publicaciones anarquistas. De estas últimas, algunas, las de St. K. Neumann sobre todo, se aproximan al género de la joven literatura libertaria en Francia; los otrós son en gran parte órganos de defensa en las luchas del trabajo, y en los unos y en los otros hay progresivamente infiltraciones nacionalistas. La guerra suprime todo eso, y después de la guerra, en Tchecoeslovaquia, todos, socialistas y anarquistas, se pasan a tambor batiente al patriotismo nacional. Había aún restos anarquistas, un pequeño periódico Bezvlastie (Anarquía), pero ya no existe, y lo que el nacionalismo del Estado nacional no ha absorbido, ha pasado al comunismo de Moscú.
En el Austria de lengua alemana han sido hechas muchas publicaciones a partir de 1907 por Rudolf Grossman, que ha resumido sus ideas sobre todo en el libro Die Neuschópfung der Gesellschaft durch den kommuniistischen Anarchismus (WienKlosterneuburg, 1921, VIII, 264 págs.) y sus volúmenes anuales Jahrbuch der Freien Generation, 5 vol., 1910-1914, siguiendo a una revista de ese nombre (1906-1908) han hecho accesibles un número de trabajos internacionales anarquistas.
En Hungría, después del período socialista revolucionario muy acentuado (1881-84) hubo un intervalo; después las ideas del doctor Eugen Heinrich Schmitt tuvieron gran influencia, un socialismo libertario muy consciente como socialismo, pero ético sobre todo, próximo al tolstoismo. Eso no dio satisfacción completa a algunos hombres más deseosos de actividades colectivas organizadas y de una verdadera leva popular libertaria. De los primeros fue el joven Ervin Szabó (1877-1918); el iniciador de los segundos fue el conde Ervin Batthyany (nacido hacia 1877), que hizo aparecer Társadalmi Forradalom (La revolución social; 1907-1911). Fue al mismo tiempo un propagandista anarquista comunista y de un esfuerzo educativo sobre todo de la población rural. Batthyany vivió en Inglaterra bastante tiempo y conoció a Kropotkin.
Había algunos otros húngaros que continuaban la obra de Eugen Heinrich Schmitt, sobre todo Krauz; pero la guerra, el régimen bolchevista en 1919, la represión cruel que le sucedió y que dura todavía los han absorbido, destruido o dispersado, y no hay ninguna renovación en el desgraciado país.
En Grecia hubo en los años 1870-80 a veces refugiados italianos anarquistas y un intercambio con sus camaradas en Egipto y en Turquía, también algunas relaciones con la Federación jurasiana. En lengua griega había algunos folletos de Kropotkin, desde 1886, y el socialismo de Platón N. Drakuli, su editor, fue ecléctico entonces. Bien pronto los grupos anarquistas fueron aislados y más acentuados. Stavros G. Kallergis fue uno de los más militantes. Hubo actos terroristas y muchas persecuciones.
Para Egipto y Túnez los anarquistas italianos emigrados y refugiados fueron el alma del esfuerzo libertario durante largos años. En Egipto sobre todo lcilio Ugo Parrini, de Liorna (1851-1906). Malatesta, Galleani, Gori, han pasado algún tiempo en Egipto. En Túnez sobre todo el doctor Nicoló Converti, autor de una serie de publicaciones. Esos ambientes italianos sostenían los matices más avanzados del movimiento en Italia; pero no pudieron crear movimientos locales duraderos, puesto que la represión seguía a todo esfuerzo hecho en esa dirección. Igual ocurrió con los franceses en Argelia, donde han aparecido publicaciones anarquistas, pero sin influencia sobre las poblaciones locales. Lo mismo ha debido ocurrir en Tanger, en Marruecos, que fue algunas veces, en otros tiempos, un asilo para los refugiados anarquistas de España.
En Africa de lengua inglesa y holandesa (los boers) me parece que no ha tenido iniciativa libertaria, a excepción de Henry Glasse, inglés, emigrado a Natal, que mantenía contacto con los camaradas. de Londres. En Australia, a partir de 1887 se hicieron varias publicaciones anarquistas comunistas por camaradas que se formaron en la lectura de Liberty (Boston), del Commonweal de William Morris (Londres) y de Freedom (Londres) —tales Honesty, The Australian Radical, Anarchy, The Revolt, Reason, etcétera— por militantes como W. R. Winspear, David A. Andrade, J. A. Andrews, J.W. Fleming ante todo. Fueron casi todos esfuerzos muy individuales, no perdidos, pero impotentes contra el estatismo social, que puso la mano sobre todo el continente e hizo abortar los esfuerzos que han faltado en Australia y Nueva Zelandia para crear un sindicalismo independiente. También en el Canadá hay sin duda libertarios aislados de lengua inglesa y un número mayor de otras lenguas, pero una propaganda que haya producido publicaciones inglesas no es conocida, pero parece estar muy próxima.
Queda el gran número de los países de habla española y portuguesa. He redactado larguísimos capítulos, pero me limito a las referencias siguientes, que harán ver la extensión de este asunto especial.
Recordamos el libro razonado y crítico Concepsao Anarquista de Sindicalismo por Neno Vasco (Naciando de Vasconcelos, muerto en 1920), Lisboa 1920, 167 páginas; — 0 Sindicalismo en Portugal. Esbozo histórico por M. J. de Souza (Lisboa, 1931, 234 páginas -; Kropotkin: Su vida y obras, por Adrián del Valle (Palmiro de Lidia), Buenos Aires, 1925, 40 páginas; Paul Berthelot, L’Evangile de l’Heure (París, 1912, 24 páginas); E. López Arango y D. A Santillán, El anarquismo en el movimiento obrero (Barcelona, 1925, 202 páginas); La F. O. R. A. Trayectoria e ideología del movimiento obrero revolucionario en la Argentina, por D. A. Santillán (Buenos Aires, 1933, 318 páginas) y la historia de La Protesta, por el mismo.
En México hay epopeyas de insurrecciones agrarias, luchas para derribar todo el sistema despótico secular, de Ricardo Flores Magón, Praxedis G. Guerrero, Librado Rivera, investigaciones de J. C. Valadés sobre la historia socialista y libertaria de ese país, sus ensayos históricos y bibliográficos en el volumen conmemorativo del 30 aniversario de La Protesta, Certamen internacional, (Buenos Aires, Editorial La Protesta, 159 páginas in-gr. 8o, junio de 1927) contienen abundantes materiales.
Los países a examinar han sido: Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Perú, Chile; después el Ecuador, Colombia, El Salvador, Costa Rica; México y Guatemala, Cuba, el Brasil. Después los trabajadores latinos en los Estados Unidos.
Por la presencia simultánea de criollos, españoles, catalanes, italianos y algunos franceses, por las emigraciones sucesivas, por la presencia en proporciones diversas de indios nativos, por las influencias de escritos y de propagandistas militantes europeos, por los problemas económicos particulares, por la ausencia de los problemas políticos y económicos europeos, iambién las concepciones libertarias deben diferenciarse en ese continente.
He procurado desbrozar un poco ese vasto asunto en largos capítulos. Muchas figuras y movimientos interesantes se encuentran en esas épocas y en esos vastos territorios. Los primeros socialistas, la Internacional, los grupos y organizaciones territoriales, los actos de rebelión individuales y colectivos. Propagandistas procedentes de España, de Italia de Francia (el que en 1864 publicó en Buenos Aires una traducción de El comunismo de Cabet, B. Víctor y Suárez, procedía de las Baleares), los Rhodokanaty, Zalacosta Sans; los Ettore Mattei, Malatesta, Dr. Juan Creaghe, José Prat, Gori, Esteve López Arango, Santillán, Damiani, Fabbri, Neno Vasco y mil otros; además aislados de talento exquisito, Rafael Barret, Paul Berthelot, etc. y hombres del país, figuras de la talla de Alberto Ghiraldo, González Prada, González Pacheco y del inolvidable Ricardo Flores Magón, víctima de la crueldad de los Estados Unidos, Librado Rivera, el Dr. Fabio Luz, etc. He escrito un resumen de esos capítulos — Viaje libertario a través de América Latina (Revista Blanca, fines de 1934; reimpresa en Solidaridad, el viejo órgano de la F. O. R. U., Montevideo, en los primeros meses de 1935), pero evidentemente ese asunto me sobrepasa.
El sindicalismo revolucionario en Francia; Fernand Pelloutier; Emilio Pouget. Kropotkin, Malatesta y el sindicalismo (1895-1914)
Deseando abreviar este trabajo ya demasiado largo, me queda por recordar las relaciones de nuestros movimientos con el sindicalismo.
En Francia, a partir de 1880, el grupo con su autonomía absoluta, sus actividades voluntarias, la ausencia de fuerzas opuestas, obstáculos y adversarios, si no se buscaba el combate, ha sido una forma ideal de agrupación de los anarquistas, pero si no había un objetivo muy directo en ellos a alcanzar, fue también un aislamiento y una paralización de energías. Fue también un organismo fácil de dispersar y que ninguna colectividad amplia defendía. Entonces en los días de las persecuciones no se recordaba a los sindicatos que en varias épocas habían sido ya una fuerza colectiva ligada a los revolucionarios, —así en los últimos años del imperio de Napoleón III—, sea un abrigo, como durante los años de reacción después de la Comuna. Pouget había recomendado a entrar en ellos ya a comienzos de 1894, cuando todos los otros medios de acción fueron quitados a los anarquistas de París.
Emile Pouget (1860-1931) era ya el alma del Syndicat des Employés de Commerce Parisiens de 1879, al mismo tiempo que, socialista desde hacía tiempo, durante el año 1880, se hizo anarquista, y hubo ebanistas, zapateros, sastres, componiéndoselas para ayudarse mutuamente en demostraciones y actos colectivos de diverso género de acción directa, boicots, sabotajes, que se pusieron en contacto con los sin trabajo, etc., y Pouget que había escrito también y hecho circular el folleto clandestino A l´Armée, fue detenido al fin en ocasión de la gran demostración de desocupados en marzo de 1883 y quedó en prisión hasta enero de 1886. Su ausencia probablemente contribuyó a ese mayor aislamiento de los grupos, y puesto en libertad al fin, no pudo ya remediarlo y se creó una tribuna propia por sus periódicos, sobre todo por Le pere Peinard (1889-1894, 21 de febrero). Estimuló más que todos los demás los actos de revuelta anarquistas y populares, pero conoció también la debilidad, el aislamiento de los grupos y se decidió, en su destierro en Londres, a ponerle fin.
Conocía la actividad de Fernand Pelloutier (1867-1901), que en el congreso de la Fédération des Travailleurs socialiste de l’Ouest (broussistas) celebrado en Tours en 1892, había propuesto el estudio de la huelga general por una comisión especial que expondría su proyecto al Congreso socialista internacional de Zurich en 1893. Pelloutier se estableció en París, en febrero de 1893, donde conoció a Hamon y a Gabriel de La Salle (del Art Social) y por Hamon, como éste ha contado, y la literatura que le proporcionó Hamon, Pelloutier se hizo bien pronto anarquista. Representó la Bourse du Travail de Saint Nazaire, en la Federación de esas Bolsas en París, desde el comienzo de 1894 y en junio de 1895 se hizo secretario de esa Federación, fundada en febrero de 1892.
Ya en el congreso nacional de las Cámaras sindicales y grupos corporativos celebrado en París en julio de 1893, había propuesto que la Federación de los sindicatos se consolidasen en Federaciones industriales por oficios, y su federación local en Bolsas de Trabajo y la federación nacional de esas Bolsas, y también la federación internacional de las Federaciones industriales — lo que corresponde al proyecto elaborado en Valencia en 1871 y que Lorenzo debía proponer entonces a la Conferencia internacional de Londres.
En Nantes, en septiembre de 1894, los guesdistas sufrieron una gran derrota sobre la cuestión de la huelga general. En Limoges, en septiembre de 1895, fue fundada la Confédération Générale du Travail, qudeclaró en sus estatutos que sus componentes debían mantenerse al margen de todas las escuelas políticas. Vegetó sólo hast 1900, sostenida por los reformistas en antagonismo con la Federación de las Bolsas que fue autónoma y comprendió toda la vida revolucionaria de los sindicatos (según Pouget, 1905; naturalmente la vida localmente federada vibraba de otro modo que la de las secciones de oficios federados, dispersos en el país y que no se conocían entre sí).
En ese ambiente se hizo la propaganda teórico —práctica y el esfuerzo organizador— coordinador de Pelloutier de 1893 hasta su muerte prematura en 1901, en tanto que su salud, terriblemente quebrantada, se lo permitió. Hay que analizar sobre todo sus ideas prácticas sobre la huelga general y sus ideas sociales ulteriores que formaban .la base ideal de su esfuerzo presente al organizar sobre las bases renovadas las Bolsas del Trabajo. Su L’Organisation corporative et l’Anarchie (19 páginas in-16o) de 1896 plantea la asociación voluntaria, libre, de productores, como nuestra concepción de la primera forma, transitoria (porque el progreso no se detiene nunca) de la sociedad, y esbozando los órganos de esa vida de asociados, encuentra un germen en los órganos de las presentes Bolsas del Trabajo que prefería llamar Cámaras del trabajo. Las funciones son las mismas y concluye que entre la unión corporativa que está en tren de elaborarse y la sociedad comunista y libertaria en su período inicial hay concordancia. Una y otra quieren reducir toda la función social a la satisfacción de nuestras necesidades y la unión corporativa se liberta cada vez más de la fe en la necesidad de gobiernos y quieren la entente libre de los hombres; la autoridad y la coacción son desterradas; la emancipación obra del pueblo mismo. Que los trabajadores ensanchen pues el campo de sus estudios, comprendiendo que toda la vida social está en sus manos; que no asuman un deber que no obligue más que a ellos mismos, ese es su papel y ahí está también el objetivo de la anarquía.
Así Pelloutier llegó él mismo a enlazar el presente y el porvenir por un mismo órgano que cree capaz de un gran desenvolvimiento, pero lo hace discretamente y con un espíritu muy libertario. Tiene ante todo en vista la comuna libre, que en el estadio inicial tendría puntos de apoyo en las instituciones, relaciones, la experiencia, los hábitos de solidaridad, que las corporaciones locales sabrían formar y adquirir por su actividad incesante en tal sentido. Sabía mejor que todos en qué grado existía ya bien poco de todo eso y que, sobre todo, por el subvencionismo municipal Ia verdadera independencia faltaba a las Bolsas todavía. ¿Qué podía contra todas esas influencias locales? Y más débiles todavía fueron las Federaciones industriales que, si eran revolucionarias, permanecían débiles en miembros e impotentes en acciones económicas, salvo por las acciones de sorpresa o cuarido durante meses todo el esfuerzo fue concentrado sobre una sola huelga local. Y las que fueron numerosas en miembros, eran reformistas y se cuidaban bien de exponerse al riesgo de huelgas demasiado numerosas y acentuadas.
La Histoire des Bourses du Travail (París, 1902, XX, 232 páginas) y su Ouvrier des Deux —Mondes y Monde Ouvrier, la revista de 1897-99, no dan más que una débil idea del esfuerzo de Pelloutier, que tenía contra él al Estado, al patronato, a las municipalidades radicales y a los socialistas políticos a quienes privó de los trabajadores como electores. Además los anarquistas llegados al sindicalismo, a excepción de algunos como Georges Yvetot y Paul Delesalle, se interesaban más bien por las Federaciones industriales y por la introducción de métodos más acentuados de lucha obrera directa. Así, como los patronos oponían al boicot de los trabajadores su propio boicot, el lock-out, las listas negras, etc., bajo el impulso de Pouget sobre todo en el Congreso corporativo de Toulouse (septiembre de 1897) se reconoció el sabotaje, derivado del ca’canny (id suavemente) escocés e inglés; véase el famoso informe Boycottage et Sabottage de la Comisión del boicot del Congreso, en depósito en París; 18 páginas in 12o. También en Toulouse la unidad obrera, la combinación orgánica de las Federaciones y de las Bolsas y un diario sindicalista fueron declarados deseables— otros signos de la acción de Pouget y el primer paso hacia una C. G. T. más eficaz. Los miembros de comités y funcionarios menos avanzados se retiran a menudo desde esa época o no son ya nombrados y fue relativamente fácil a los jóvenes anarquistas desinteresados de la política socialista y también algunos allemanistas e incluso blanquistas tomar sus funciones, sin que eso haya cambiado mucho las opiniones de los miembros, que dejaban hacer a esos hombres de ímpetu y de voluntad que supieron mostrarse útiles, tenaces, adquiriendo prestigio y popularidad.
Esa nueva generación tuvo el predominio en el Congreso de París en septiembre de 1900; la Voix du Peuple semanal redactado por Pouget fue fundada (1 de diciembre) y Pouget propuso la teoría y la práctica sindicalista en sus escritos de eminente precisión. Así Greve générale réformiste et Greve générale révolutionnaire (no firmado; 1902, 24 páginas in-12); —Les Bases du Syndicalisme (1904; 24 páginas);— Le Syndicat (1904); Le Partí du Travail (1905); —L’ Action directe (1907) a los que debían seguir todavía La Greve, Label et Boycott, Sabotage, Antimilitarisme, la Greve générale y otros; se tiene de él en otra serie La C. G. T., Le Sabotage, L’ Organisation du Surmenage; le Systeme Taylor (1908, 1910, 1914); y la utopía firmada por Emile Pataud y por él, Comment nous ferons la Révolution (octubre de 1909, VIII, 298 páginas). Pouget profesa la hipótesis de la organización sindical como organización fundamental de la sociedad nueva; véase el Syndicat (1904). Delesalle (1900), basándose en Pelloutier, expresa la misma hipótesis del embrión. Griffuelhes en 1909 (Le Syndicalism révolutionnaire, París, 28 páginas) expresa graves dudas al respecto, diciendo que no podemos prever las formas del porvenir como los autores y los filósofos del siglo XVIII no han podido indicar las formas exactas de la revolución de 1789 que se anunciaba por tantos signos y que ellos mismos preparaban. Pouget había proclamado entonces altamente los sindicatos embriones de los organismos de la sociedad nueva como los grupos que harán la obra de la transformación social, en 1908 (véase, La Confédération Générale du Travail, página 26). Así los dos sindicalistas más destacados, los que hasta 1908 eran omnipotentes en la C. G. T. y que, por lo que sabe de la opinión general, han cooperado armoniosamente, eran de opinión diferente sobre esta cuestión tan a menudo puesta en primer plano— Pouget decididamente afirmativo, Griffuelhes, profesando que no sabía, agnóstico pues.
Pouget ha confirmado o debilidado, como se quiera, esa idea por la utopía de 1909, sobre la cual Kropotkin ha formulado su opinión después de madura reflexión en el prefacio de la edición francesa de 1911 y en un texto revisado, el de la edición rusa de 1920, precedido el todo por observaciones en algunas cartas que hay que conocer. Vaciló mucho, y si el plan Pouget le agradó como afirmación de voluntades obreras colectivas, se preguntó sin embargo, lo que ocurría en todo eso con la anarquía, que le era tan cara y que para Pouget y Pataud parecía como nula y no existente; porque no existiría ni antes de su sociedad nueva, que es la C. G. T. continuada, ni durante ella, ni, puesto que han descrito una sociedad simpática, habría una necesidad de abandonarla por otro sistema. Griffuelhes, al contrastar los sistemas ante — revolucionarios y las peripecias inescrutables, antes de la revolución francesa, ha comprendido bien que los sistemas proponen el máximo, puesto que se han formado en el vacío, y las revoluciones ejecutan un mínimo, puesto que todos sus factores carecen aún de experiencia, tropezando con obstáculos y siendo desorientados por tantos factores imprevistos.
Cuando Pouget escribió esa utopía, había ya una teoría nueva, la de los consejos de delegados obreros, que fueron considerados también embriones del nuevo poder revolucionario (v. el informe del Comité central del partido socialdemócrata obrero de Rusia al Congreso de Copenhague, en junio de 1910 sobre los acontecimientos rusos en 1905.y años siguientes). Las reuniones de barrio (Kropotkin), los sindicatos (españoles hasta 1888, Pouget, etc.), las reuniones soviéticas de 1905 y en la teoría bolchevista son ya tres embriones rivales y el municipio libre ofrece otras posibilidades todavía, y así sucesivamente.
Vale la pena de observar de cerca el advenimiento del sindicalismo de los años 1900 a 1908. La Bolsa del Trabajo, la base de la comuna libre, el ideal de Pelloutier pasa a segunda fila frente a la Federación de las industrias, el reemplazante futuro del Estado. Lo mismo que veinte años antes entre broussistas y comunalistas y guedistas conquistadores del Estado, los estatistas han relegado al segundo plano a los comunalistas. Desde que hay poder en cuestión, el mayor poder es el más atractivo. En el Congreso de Montpellier (septiembre de 1902) las Bolsas y las Federaciones constituyeron esa organización de conjunto que funcionó a partir del 1 de enero de 1903; diez años después se sintió la necesidad de Uniones departamentales de los sindicatos (véase, la Conferencia de julio de 1913). La lucha contra el millerandismo (sutil corrupción por favores gubernamentales), contra el militarismo, las relaciones más agrias que dulces con las organizaciones sindicales de los otros países, especialmente los alemanes reformistas y socialdemócratas, capitaneados por Legien, las luchas entre revolucionarios y reformistas en la C. G. T. misma, y un número de huelgas a veces ganadas de golpe, a veces prolongadas y difíciles llenan años desde 1900, y en el Congreso de Bourges (otoño de 1904) se cree poder dar un paso decisivo, el de preparar la imposición de la jornada de ocho horas por acción directa, de grado o por fuerza, el 1 de mayo de 1906.
Ese acto puso a las fuerzas de la C. G. T. hasta entonces no ensayadas ante una tarea definida, y disfrutando de un prestigio que se llamaría misterioso y bastante grande, ante una promesa formal de breve plazo; fue mal aconsejado. La agitación febril fue afrontada por la resistencia gubernamental persecutora y dando la impresión de querer provocar la masacre, y la resistencia feroz del patronato, y no triunfó en proporciones imponentes. Y en ese mismo mes de mayo de 1906 hubo elecciones que dieron a los socialistas, principalmente a Jaurés, un primer puesto, e hicieron casi perder de vista el sindicalismo. El revolucionarismo insurreccionista de Hervé atrajo en esos afios elementos inquietos del anarquismo y del sindicalismo, que se agitaban inútilmente, para ser licenciados años más tarde por Hervé, cuando dio a todo vapor máquina atrás.
El Congreso de Amiens (octubre de 1906), considerado con buen derecho como el apogeo de la C. G. T. fue para ella en realidad un supremo esfuerzo: la causa revolucionaria fue victoriosamente afirmada por la famosa resolución llamada a menudo la Charte d’ Amiens —en recuerdo de la famosa constitución comunal de Amiens en el siglo XII (estudiada por Augustín Thierry en 1856)—, una de las más altivas declaraciones sindicalistas redactada probablemente por Pouget y que sufrió pocas alteraciones. El sindicato, hoy un grupo de resistencia, será en el porvenir el grupo de la producción y la distribución, la base de la reconstrucción social. Sobre esa tarea se ha fundado el deber de todos los trabajadores de formar parte de él, cualquiera que sean sus tendencias políticas o filosóficas. Como individuos son libres de obrar según esas tendencias, siempre que no introduzcan sus opiniones del exterior en el sindicato. La acción económica directa contra el patronato es lo único que importa, y las organizaciones no tienen que preocuparse de los partidos y de las sectas, que fuera de ellas y a su lado pueden aspirar en plena libertad a la transformación social.
Esos textos, resumidos aquí, y sobre los cuales se ha basado la no menos famosa frase del sindicalismo que se basta a sí mismo, no me parecen un grito orgulloso de exclusivismo y de desafío lanzado al socialismo y también a la anarquía. En la situación de entonces fue, me parece, sobre todo una línea de demarcación que debía impedir la ingerencia socialista, pero que no debía impedir a los socialistas entrar en los sindicatos, se les respetaría en ellos, pero se les rehusaría el derecho a poner una mano política sobre las agrupaciones económicas. En los anarquistas, los militantes sindicalistas no han debido siquiera pensar: eran amigos de los sindicatos y lo fueron ellos mismos, Pouget y sus camaradas, o eran adversarios teóricos, absteniéndose en la práctica, pero no en cantidad que hayan podido pesar en la balanza. No se quería a los socialistas políticos, pero no se puedo hacer contra ellos más que esa delimitación, y la Charte d’ Amiens lo hizo muy dignamente.
En cuanto al porvenir, toda generalización es en el fondo una usurpación, una dictadura, puesto que pasa sobre las minorías, a las que se llama excepciones. Y cada usurpación general arrastra otras consigo. Así la proclamación del Estado Socialista dueño del mundo del porvenir, ha forzado la del grupo de los sindicatos, y pronto los soviets hicieron lo mismo, y los tres son o serán especies de Estados.
Desde Amiens, dígase lo que se diga, el sindicalismo francés tuvo enemigos más decididos que nunca a dominarlo por todos los medios. Los reformistas, siempre en minoría por los numerosos pequeños sindicatos, no querían esperar más. El herveismo florecía en La Guerre sociale (a partir de diciembre de 1906), enrolando a los jóvenes. Un sindicalismo, esta vez de verdadero orgullo, fue enarbolado por algunos intelectuales (L ‘Action directe, el periódico de 1908) y —eso verdaderamente por amor a la causa y por entusiasmo— por categorías verdaderamente militantes de trabajadores, sobre todo la construcción, los terrassiers, y hubo la pequeña guerra contra los amarillos, las chasses au renard (cazas al zorro). En esas condiciones en 1908 bajo el ministerio Clemenceau la C. G. T. cayó en una verdadera acechanza que puso fin al ascendiente revolucionario de los años a partir de 1900. Para protestar contra una masacre en ocasión de una huelga prolongada a alguna distancia de París, elementos apasionados en París propusieron ir allí en gran número para hacer una reunión. Contra la opinión de los militantes de experiencia se aceptó eso, y entonces fueron todos; fueron horrorosamente heridos y maltratados por los soldados de Clemenceau, y todos los militantes destacados fueron detenidos durante varios meses y puestos en libertad sin proceso. Una protesta por una huelga general de un día en París fue saboteada por los reformistas (los tipógrafos que entonces mostraron audacia). Otros eligieron el momento para una intriga contra el secretario prisionero. Los mineros reformistas entraron en la C. G. T. para arrojar su peso del lado reformista. Pouget, uno de los presos, se retiró en esa ocasión de este ambiente; Griffuelhes no quiso ser más secretario, pero siguió militando y puso al desnudo las intrigas en el congreso de 1910. El nuevo secretario, elegido en febrero de 1909, L. Niel, fue reformista ambiguo, y su posición se volvió imposible después de algún tiempo. Entonces León Jouhaux, de los fosforeros, fue elegido secretario como hombre de confianza de los revolucionarios y lo sigue siendo aún. La C. G. T. de 1909 a 1914 no abandonó ninguna de sus profesiones de fe y de sus reclamaciones; publicó el diario La Bataille Syndicaliste (a partir de abril de 1911); se organizó en el detalle, llegó a ser numerosa; pero todo el mundo comprendió que sus resortes de vida estaban rotos desde 1908, desde 1906 quizás ya, sus esperanzas, su ímpetu ascendente, su influencia sobre la opinión popular. Entusiastas como James Guillaume no quería ver eso. El ambiente de La Vie Ouvriere se tomaba el mayor trabajo por afirmar y profundizar las ideas. Estoy lejos de pensar que la culpa de la falta de éxito era de los militantes, que hicieron lo que pudieron, aunque algunos en el curso de los años se deslizaron en la rutina y el funcionarismo. Fue ya la atmósfera asfixiante de anteguerra cuando, sin darnos cuenta y en medio de nuestra incomprensión, se preparó todo sutilmente para la hecatombe.
La revolución rusa de 1905-06, el gran prestigio de la C. G. T. de 1904 a 1906, y el alerta de guerra de 1906 coinciden aproximadamente, y la represión rusa por Stolypin, esos años terribles delTerror en Rusia, en 1907-1908, las persecuciones de los antimilitaristas y de la C. G. T. por Clemenceau, esos mismos años coinciden también. Luego en Rusia las corrientes nacionalistas, desmoralizadoras, progromistas fueron favorecidas, y en Francia Hervé cambiaba de casaca, el sindicalismo se asentaba y hubo esas horrorosas desviaciones hacia el corporativismo, un sindicalismo realista y una mentalidad fascista, que se han cubierto con el nombre de Georges Sorel entonces, el cual ha podido tener objetivos y visiones socialistas, pero que se hizo muy culpable de su indulgencia hacia el ambiente circundante.
Fue una desgracia también que en los otros países, donde el sindicalismo nacía entonces, se conociese justamente la C. G. T. de los años 1909 a 1914, y se creyese que debía tomarse por modelo; se imitó una forma cuyo espíritu, el de los años de 1900 a 1908 había desaparecido. Internacionalmente había esa situación singular, que la C. G. T. no se creía entre sus pares más que con las grandes organizaciones nacionales, casi todas socialdemócratas, y con ellas se las arreglaba, de suerte que esas relaciones ficticias, sobre todo con los alemanes, no hicieron más que aumentar las animosidades nacionales de esos años. Y, ligada por esas relaciones formales, rehusaba estimular los movimientos sindicalistas que se levantaban en lucha difícil contra las vastas organizaciones reformistas y no quiso tener nada que ver con los esfuerzos para crear una Internacional sindicalista. Hubo esos esfuerzos entre holandeses, ingleses, alemanes; por otra parte hay que notar el trabajo asiduo, constante de James Guillaume, para reunir los suizos, los españoles, los italianos en torno a las ideas y a la esfera de amistad de la C. G. T., que le dejaba hacer, pero que en suma se interesaba muy poco en lo que tenía en vista. Todos estos esfuerzos de relaciones internacionales culminaron en animosidades, malentendidos, embrollos formidables de que testimonia el Congreso celebrado en Londres en septiembre de 1913.
Se exageran mucho las simpatías sindicalistas de Kropotkin. Este era un verdadero anarquista, lo que implicaba simpatías hacia todo progreso en libertad (asociación voluntaria) y en solidaridad (cooperación comunista) y hacia la creación de fuerzas revolucionarias (el proletariado organizándose y rebelándose). Pero conociendo los hábitos autoritarios de las masas, su penetración e impulsión por militantes libertarios —en el sentido de la Alianza en la lnternacional— le pareció necesario. Los militantes como Pelloutier, Pouget y sus amigos no hicieron otra cosa. Los socialistas políticos y los moderados habían inspirado a los sindicatos después del aplastamiento de los revolucionarios de la Internacional, desde 1871 a 1892. Viendo a los libertarios adquirir la supremacía en ellos, tuvo Kropotkin una gran satisfacción, y en enero de 1898, de regreso de los Estados Unidos, por ejemplo, saludó tres movimientos que existían ya en germen: la federación de los sindicatos tomando en las manos las fábricas y la producción; las cooperativas que harían la distribución y el municipio que tomaría el suelo, las viviendas, etc. para las necesidades de sus miembros. Pero reconoció también que los socialistas, los anarquistas, tenían razón al quedar como teóricos, en lugar de ser absorbidos por un esfuerzo práctico que no servirá más que a una pequeña parte de los trabajadores (véase: Les Temps Nouveaux, 24 de agosto de 1895). El grupo de los estudiantes de París, en un folleto publicado en 1898, aboga por el trabajo de los anarquistas en los sindicatos, pero rechaza claramente la hipótesis del embrión; el sindicato, adaptado a las luchas del presente, desaparecerá o se modificará, dejando el puesto a las asociaciones productivas libres; Kropotkin en su carta a los estudiantes (abril de 1897), en tanto que la conozco (véase Le Temps Nouveaux, 25 de mayo de 1907) no reivindica la hipótesis del embrión. En 1905, en Syndicalisme et révolution, Pierrot no habla de esa hipótesis. Artículos en inglés y cartas de 1900 a 1902 muestran a Kropotkin proponiendo una Labour Convention inglesa, una Federación internacional de todas las tradeunions del globo, una Alianza obrera internacional (con un núcleo íntimo) o una red Internacional obrera sindical, proposiciones todas para recomenzar la acción socialista entre los trabajadores frente a los políticos socialistas a quienes ve tomar el predominio (véase: La Réaction dans l’lnternationale, Le Temps Nouveaux, 14 de septiembre de 1901). Es reconfortado por las grandes huelgas de 1902, 1903 (véase: Las guerras obreras en La Huelga General de Barcelona, 5, de mayo de 1903; en el prefacio a la traducción italiana de Palabras de un rebelde en Le Réveil, 4 de junio de 1904; una carta a James Guillaume, 5 de mayo de 1903, etc.). Escribe a Guillaume: En una palabra, hemos trabajado (en Le Révolté —La Révolte.Temps Nouveaux) precisamente en la dirección que has indicado y planteado desde 1869. Y— lo que es de notar -, es esa corriente la que ha dominado a las otras, después de todo. El reciente desenvolvimiento sindical, no podríamos menos que aprobarlo (12 de junio de 1903; Guillaume se volvió a aproximar entonces de nuevo al movimiento).
Escribiendo para los jóvenes anarquistas rusos (en Le Syndicat russe, aparecido en agosto —septiembre de 1905), Kropotkin aconseja a socialistas y anarquistas, fundar sindicatos independientes, pero en octubre declara que el puesto de los anarquistas está en el pueblo y consagrándose al trabajo organizador, derrocharía nuestras fuerzas en una tarea que se hace no obstante— punto de vista amplio —que la situación de entonces explica acabadamente. Bien pronto vio que las corrientes antiorganizadoras expropiacionistas, individualistas predominaban de tal modo— se dio cuenta en París, en septiembre de 1905 y después —, que se pronunció entre sus camaradas rusos en octubre de 1906, en el periódico ruso de Londres (de octubre de 1906 a juiio de 1907) y en otras partes a favor de las actividades sindicalistas, declarando, por ejemplo, que los anarquistas consideran los sindicatos como células— germen (yacheika) de la construcción social futura. ¿Hay que entrar en los sindicatos que existen en Rusia o fundar sindicatos anarquistas? Piensa en el hecho que en España los anarquistas forman sindicatos sin partido y adquieren influencia en ellos, pero si es preciso en Rusia reconocer el programa socialdemócrata, quisiera más fundar sindicatos nuevos, aunque sean pequeños.
Cuanto más fue recordado por Guillaume, cuya obra L’ Internationaile, tomos I y 11, desde 1864 a 1872, había aparecido en 1905 y 1907, a las ideas del tiempo hasta la caída de la Comuna, más Kropotkin se indignó entonces contra el tiempo perdido durante el predominio socialdemócrata. En fin, se verán sus sentimientos por estas palabras escritas a Guillaume, el 6 de agosto de 1907: Los sindicatos han sido durante veinte años la presa de los Dupire, de los Basli, hasta que los anarquistas después de haberse creado un derecho a la vida por medio de la dinamita, se dirigieron hacia los sindicatos a fin de hallar en ellos un campo para nuestras ideas. Pero si durante ese tiempo no nos hubiéramos separado claramente de los Basly y de los Guesde —en táctica, en organización, como en idea— es posible que hasta el presente la idea no hubiese sido destacada ... Kropotkin escribió también en agosto de 1907 (prefacio al folleto de Goghelia, sobre el sindicalismo, en ruso) que ese estudio muestra en qué grado las opiniones presentes de los sindicalistas franceses están orgánicamente ligadas con los comienzos formados en el ala izquierda de la Internacional y la ligazón estrecha entre el ala izquierda de la Internacional y el sindicalismo presente, la ligazón estrecha entre anarquismo y sindicalismo y la contradicción ideal entre el marxismo y los principios de la socialdemocracia y el sindicalismo se ponen de relieve por los hechos comunicados en este trabajo. Goghelia había citado, por ejemplo, a Yvetot que escribió en Le Libertaire, del 17 de diciembre de 1905, que nuestro anarquismo sindicalista coincidía totalmente con el anarquismo federalista de Bakunin. Pelloutier había escrito en 1895 que lo mismo que el partido alemanista y los sindicatos que se liberan del yugo marxista, se veía al elemento anarquista comunista que continúa ahora la obra de Bakunin y se consagra a la educación de los sindicatos.
Kropotkin a excepción de esa carta a Pouget; en 1909, que es desconocida, pero que es la base del prefacio de 1911 a la utopía de Pataud y Pouget, ha escrito muy poco sobre el sindicalismo de los años 1908 a 1914, me parece. En el artículo de Freedom sobre el sindicalismo y el anarquismo (julio — agosto de 1912) y el ensayo sobre el desenvolvimiento de las ideas anarquistas, en la Encyclopedie du mouvement syndicaliste, mayo de 1912, habla en sordina; la hipótesis del embrión no se encuentra allí. Escribe el 2 de marzo de 1914 a Bertoni, en ocasión de la acerva discusión entre Guillaume y él: Mi opinión es absolutamente la expresada por Malatesta en Volonta, del 7 de febrero de 1914, y a la cual te asocias tú. El sindicato es absolutamente necesario. Es la única forma de asociación obrera que permite mantener la lucha directa contra el Capital, sin caer en el parlamentarismo. Pero evidentemente no lleva a ello mecánicamente, puesto que tenemos por ejemplo en Alemania y en Francia y en Inglaterra, los sindicatos ligados a la lucha parlamentaria, y en Alemania, los sindicatos católicos, muy poderosos, etcétera. Es preciso el otro elemento de que habla Malatesta y que Bakunin ha practicado siempre
Malatesta había escrito en ¿A dónde lleva el movimiento obrero? el artículo de Volonta traducido en Le Réveil, del 7 de marzo de 1914: Bakunin esperaba mucho de la Internacional, pero fundó sin embargo la Alianza... que fue verdaderamente el alma de la Internacional en todos los países latinos; ese es el otro elemento de que habla Kropotkin, al que perteneció él mismo desde 1877, que sostuvo en sus cartas de 1881 y de 1902 y que, según él, era indispensable para una aglomeración obrera que así sería inspirada en el sentido ateo, socialista, anarquista, revolucionario, como escribe Malatesta, mientras que sin él inspirarían otros a los sindicatos en el sentido socialdemócrata, católico u otro. Malatesta dice con su franqueza: ¿Por qué ocultar ciertas verdades, hoy que son del dominio de la historia y pueden ser una enseñanza para el presente y para el porvenIr?
Resulta que ni Bakunin ni Kropotkin, ni en el fondo, a pesar de que se persuadiese más tarde él mismo, Guillaume, han creído en secciones o sindicatos como aglomeraciones de las cuales saldría automáticamente la solución práctica de las cuestiones presentes y que por eso mismo serían la base legítima de la sociedad libre del porvenir. Tal sociedad tiene necesidad del sentimiento, la voluntad, la acción, la experiencia de la libertad y esos factores, aún desarrollándose en buenas condiciones, tienen necesidad de un despertar, de una evocación y de algún apoyo educativo por los mejor preparados. Los internacionales españoles que han proclamado, a partir de 1870, la organización presente de su sociedad convertible en la estructura de la sociedad futura, eran al mismo tiempo de la Alianza, y Guillaume, Pelloutier, Pouget, Kropotkin, tenían todas las palancas de impulsión personal e ideal por relaciones, por periódicos, etc. Fueron iniciadores que debían suplir a la falta de savoir-faire y a la inercia de los elementos todavía poco educados.
Si se hubiese dicho simplemente que en ocasión de una revolución, evidentemente, y después de su victoria las organizaciones existentes, si su acción ha sido de valor y util, serán probablemente un punto de apoyo en los primeros momentos, pero que, si se quiere crear algo nuevo, no hay que quedar apegados al pasado y, por consiguiente, es poco probable que los grupos de ayer sirvan todavía al día siguiente, entonces se habrían evitado todos esos malentendIdos de partídanos demasIado fIeles, que tomaron la exageración de 1869 al pie de la letra. Todo eso se dijo para estimular, pero no para fijar de antemano la constitución de una sociedad que, si se apareja con los elementos organizadores de hoy, no sería más libre de lo que lo somos actualmente. Es una restricción de la idea, son esperanzas cortadas, se aspira hacia lo nuevo y se es condenado a ver perpetuarse un cuadro presente. Eso no es reconstrucción —es replica a una construcción que en ninguna parte todavía, ni en la internacional, ni en la C. G. T., ni en la C. N. T. presentes ha producido la armonía ni las interrrelaciones muy seguidas y prácticas— sería un mal comienzo el de la constitución de tales organismos. Si eso se hiciese realmente, seriamente, sería desde la primera hora el equivalente de una estabilización forzosa, un organismo intangible como un gobierno provisionario o los Comités o Consejos cualquiera, en una palabra una dictadura. Que los que creen todavía en eso cesen de mecerse en esas falsas esperanzas.
Kropotkin ha hablado de otro modo en su bello artículo Insurrecciones y revolución escrito para Tierra y Libertad (Barcelona), 3 de agosto de 1910, en texto francés en Temps Nouveaux, 6 de agosto de 1910. Por ejemplo: Precisamente sabemos que un motín puede hacerse en un día y cambiar de gobierno, y que una revolución necesita tres o cuatro años de tormenta revolucionaria para llegar a un resultado tangible, a un cambio serio, durable, en la distribución de las fuerzas económicas de una nación; precIsamente por eso decImos a los trabajadores:
Las primeras insurrecciones de una revolución no pueden tener más objetivo que perturbar la máquina del gobierno, detenerla, romperla. Y es necesario obrar así para hacer posible los desarrollos sucesivos de la revolución...
En todo caso, si fuera necesario esperar que la insurrección comenzara por una revolución comunista (libertaria), habría que renunciar a la posibilidad de una revolución, porque por ello habría necesidad de que la mayoría se pusiera de acuerdo para la realización de un cambio comunista ...
Unicamente después de haber trastornado y debilitado el gobierno del Estado y sus cimientos morales, comenzaron a extenderse y precisarse en las masas las ideas anárquico — comunistas. Únicamente entonces, apartados o inutilizados los primeros obstáculos, la vida presenta los grandes problemas de la igualdad eeonómiea; entonces, y únicamente entonces, excitados los ánimos por los acontecimientos, se lanzan ala destrucción de las viejas formas y a la construcción de las nuevas relaciones. Entonces, y jamás en condiciones diferentes, la anarquía y el comunismo se impondrán como soluciones inevitables.
Entonces comenzará la revolución que representa nuestras aspiraciones, la que responde más o menos a nuestro anhelo ...(Londres, 20 de julio de 1910).
¿Se dirá que no hubo nunca sindicalismo en la opinión de Kropotkin al leer estas líneas? Es que, emocionado por el período ascendente de movimientos huelguistas y de afirmaciones sindicalistas, desde 1902 a 1907, había estimulado el sindicalismo, y viendo la semana roja de Barcelona, en 1909, las insurrecciones campesinas en México y la guerrilla revolucionaria incesante en Rusia en esos años, fue fuertemente inspirado por todo ello entonces y al ver lo que pasaba realmente, no habló de las veinticuatro horas y de la toma del montón de La Conquista del pan y comprendió que el comunismo anarquista se implantaría al fin de algunos años de revolución y no al comienzo.
En cuanto a la actitud de Malatesta hacia el sindicalismo, se tiene en muchos de sus artículos y muy bien, por ejemplo, en las discusiones del Congreso internacional anarquista de Amsterdam, 1907, y por sus artículos después de ese congreso en Le Temps Nouveaux y en Freedom. Como para él la huelga general no reemplazaría a la anarquía. Son gestos y cuadros los dos primeros; y el objetivo hacia el cual deben tender, el espíritu, sea una Alianza o una Federación Anarquista Ibérica, una agrupación secreta o pública, los que la representan, o algunos hombres de iniciativas y de voluntad libertarias, impulsará a los sindicatos educativamente y como inspirador hacia el comunismo libertario; si no, otros los dirigirán hacia otros fines; están siempre ahí y no acechan más que la buena ocasión.
Todo eso es simple y no valía una treintena de años de discusiones, que duran aún. El porvenir libre no será la presa de una guerra de conquista. No pertenece ni al ejército que obtenga la victoria, aunque fuesen los sindicatos, ni a los grandes jefes que los conducen, como no reconocemos las conquistas de Napoleón, Lenín o Mussolini. El sindicalismo de aquellos que piensan de otro modo, sería un militarismo, un fascismo económico, que sueña con la conquista y la omnipotencia. La lucha verdaderamente revolucionaria derriba los obstáculos, desbroza el terreno y en cuanto puede, pone las manos en la masa de la obra nueva que correría probablemente mucho riesgo de ser empequeñecida, retardada, obstruida si se quisiera canalizar en cuadros viejos, aunque fuesen los sindicatos ... Hagamos tabla rasa del pasado ... ese es el espíritu del porvenir.
El anarquismo francés desde 1895 a 1914. Una ojeada sobre los años 1914 a 1934. La guerra; el comunismo; las actividades libertarias. Conclusión.
De 1895 a 1914 ha habido sin duda las manifestaciones anarquistas más variadas, pero hasta los últimos años, la renovación en España, hubo, en mi opinión, un largo período que ha traído demasiado poco de nuevo, un tiempo de espera casi, cuando no se dejaba caer conscientemente en la rutina. Había también una reducción de la afirmación alta y pública de las ideas anarquistas y una cierta pasividad frente a los acontecimientos generales. Son mis impresiones, y no ignoro tantas excepciones, ni las causas de lo que se ha llamado decadencia o epigonismo y que es tal vez una fase del crecimiento de una idea que tiene necesidad de períodos de reposo y de arraigo antes de crecer de nuevo en altura.
Es indiscutible que se estaba de tal modo fascinado por el comunismo anarquista del tipo de La Conquista del pan, que se prestó poca atención al desenvolvimiento de Kropotkin mismo, que no quedó inactivo ni invariable, y cuando Merlino desapareció, cuando los amorfistas tampoco decían nada, cuando Malatesta se abstuvo de formular reservas, el comunismo anarquista de Kropotkin, embellecido por la palabra de Pietro Gori, de Sebastián Faure, revolucionado todavía por la palabra enérgica de Galleani, no fue objeto de discusión y en esos años de prosperidad no se puso en duda siquiera la abundancia. Se estaba igualmente seguro ya del concurso del pueblo por el. sindicalismo en Francia, cuyo despertar fue ciertamente el antiestatismo y el antiparlamentarismo y el estímulo de acción vehemente de los anarquistas, pero cuyos componentes no tuvieron nunca esa homogeneidad revolucionaria y antiestatista que se les atribuía a menudo; todavía entre ellos se desarrolló esa ambición exclusivista, antagónica a todos los que no fueron de los suyos, a los libertarios tanto como a los socialistas políticos.
Las grandes persecuciones, sobre todo en Francia, en Italia y en España, habían destruido a muchos de los más militantes y habían producido cambios insidiosos en las condiciones de la vida pública, que no privaban de todos los medios de propaganda, pero les imponían una suma de restricciones que en libertades trajo las costumbres de la caución, y el terreno perdido entonces no ha sido recuperado. Se debió hablar menos altamente y si la discusión entre nosotros en periódicos y reuniones no ha sufrido por la ausencia de algunas expresiones enérgicas, lo que se decía resonaba menos en el oído de un público más grande del que podrían haber venido nuevos elementos. La palabra alta, el gesto enérgico pasan después de algunos años a los sindicalistas, a los antimilitaristas, para llegar a una elevación ficticia y exagerada en el insurreccionismo y el neoblanquismo de Hervé — para caer boca abajo, desinflado, algún tiempo más tarde en ocasión de la conversión de Hervé. Esto atrajo a jóvenes inquietos que como antes en los anarquistas, hallaban entonces en los movimientos mencionados, como ahora en los comunistas, lo que buscaban, un partido de vanguardia y de ataque. Se puede decir que la pérdida no fue grande; sea, pero esa ausencia de ruido sonoro (para expresarme así) produce un silencio relativamente demasiado grande en torno a los anarquistas en Francia, que la bella palabra y la propaganda asidua de muchos camaradas no pudieron contrabalancear bastante.
Sin embargo, todo eso no tenía necesidad de ocurrir así en Francia. Había, hay que decirlo, una abdicación verdadera. Se ha reiniciado en 1895 la propaganda y no fue seriamente impedida por las leyes de excepción (lois scélérates). No había durado, además, más que muy pocos años, en su forma más perfecta apenas cinco años, desde 1889 al fin de 1893. Había que continuarla, y sin duda se ha hecho desde mayo de 1895, pero no en el antiguo espíritu. Antes se estuvo solo y se lanzó el desafío al mundo burgués entero. Ahora se sentía uno como al abrigo en la sombra, bajo la protección de la gran masa sindicada No se tenía ya nada que temer, pero tampoco se hizo nada para poner a la anarquía seriamente en el primer plano. Se estaba como anclado en un puerto protegido contra toda tempestad. Es eso lo que desde 1895 puso la anarquía en Francia en el último plan y no ha vuelto a recuperar el terreno que abandonó, inútilmente, en mi opinión.
Otra cosa aún. A partir de 1895, se muestran varias especializaciones a las que no se había prestado atención en los años hasta 1894. Ahora se expansionan. Tales fueron ese naturismo de entonces, la apología del primitivismo salvaje, más tarde el naturismo dietético, el vegetariano, etc., y los pequeños focos de vida sencilla, todos esos pequeños sistemas de Grauvelle y Zisly a Butand y Sophie Zaihowska y otros. Además, el neo-malthusianismo, propagado primero con toda perversidad por Paul Robin, consiguió un campo enorme y no sólo como accesorio, a elección de cada uno, sino que absorbió enteramente algunos, sea materialmente, sea conduciendo al sexualismo, la discusión interminable de los problemas de sexo, lo que es todavía, sin duda alguna, un asunto de la elección personal de cada cual, pero para nuestro ambiente es una absorción de energía y de atención por las especializaciones. De Paul Robin a las publicaciones numerosas de E. Armand y su en dehors presente conduce esa larga sarie interesante para su observador, pero objetivamente una gran desconcentración de energías libertarias durante todos esos años. El esperanto y lenguas ficticias parecidas, absorbían aun fuerzas, y por algunas comunicaciones exóticas facilitadas así, algunas cartas cambiadas con el Japón, tal vez se dejaba probablemente a menudo de aprender las lenguas europeas vecinas, el inglés o el alemán, el español o el italiano, que habían podido multiplicar los conocimientos y las relaciones europeas. El antimilitarismo, como he observado ya, por tenazmente que se haya defendido, se dirigió sobre todo contra el medio del militarismo, el cuartel, el ejército y no tanto contra sus fuentes de nutrición, el patriotismo, el no conocimiento de los otros pueblos, el juego nefasto de la diplomacia, de las industrias y de las finanzas. Había Universidades populares, Teatro del pueblo, educación de la infancia y otras actividades útiles y simpáticas para un período de gran reposo, pero que no daban sino pocas fuerzas nuevas enérgicas a las ideas anarquistas en esos años en que la C. G. T., con su prestigio inmenso, Jaurés y Hervé con un prestigio que hizo perfectamente frente a la C. G. T., los intelectuales dreyfusards que más tarde subieron al poder real, como Clemenceau, a un poder no menos real, como Jaurés, o que se hicieron promotores de la causa de las nacionalidades, una de las causas de la guerra, como los del Courier Européen, etc., en esos años por tanto en que todas esas fuerzas pusieron la mano sobre el pueblo y la opinión pública. Los anarquistas tenían otro cosa que hacer entonces, tal me ha parecido siempre, que entregarse al esperanto, al neo-malthusianismo sexual y a desviaciones semejantes. No lo hicieron y eso los relegó a un plano secundario. Desde el exterior se vio entonces brillar y vibrar la C. G. T., a Jaurés, a Hervé, pero no se percibió más que muy pocos anarquistas que, sin embargo, desde 1881 a 1894 habían atraído la atención del mundo.
De una debilidad primeramente querida, atenuación (en parte forzada) considerada práctica, se desarrolló así una debilidad real que no disminuyó. Se debatía con los sindicalistas sobre el funcionarismo, se reunían en congresos, en 1913, para separarse con bombos y platillos de los individualistas. Es a eso a lo que se había llegado al fin de veinte años y fue demasiado poco. Tensión aguda con los sindicatos; ruptura con los individualistas ilegalistas, si eso era verdaderamente necesario en 1913-14, ¿no lo habría sido también veinte años antes? Si no, no. Hubo durante esos años tres jóvenes intelectuales, tres médicos, que hicieron aparacer buenos trabajos, que yo llamaría de iniciativa intelectual, de una remoción activa de las ideas en los Temps Nouveaux; fueron los doctores Marc Pierrot, Michel Petit (el doctor Duchemin) y Max Clair (el doctor Michaud). Había autores de algún renombre, muy diversos, entre ellos, por ejemplo, Crales Albert (Daudet); Víctor Barrucaud (Le Pain gratuit., 1896); René Chaughi (Henri Gauche); Manuel Dévalsant; Aldés; Georges Durupt; André Girard; Emile Janvion; C. A. Laisant; Albert Libertad; André Lorulot; Paraf-Javal; Jacques Sautarel; Laurent Tailhade y de los más continuaban Grave, S. Faure, Hamon, Bernard Lazare, Malato, Louise Michel y otros. Pero esos esfuerzos múltiples tenían poca cohesión entre sí y por ello los efectos más bien literarios o reducidos a una de las tres divisiones que se habían establecido: los anarquistas amigos de los Temps Nouveaux; los de mayor vivacidad, amigos de Libertaire; y aquellos amigos de la anarchie de Libertad.
Después de escribir esto, he elaborado los capítulos sindicalistas de 1895 a 1914 y anarquistas de 1895 a 1906 y encuentro más que confirmadas las apreciaciones sombrías sobre este período por el detalle de este trabajo.
Estos son, hasta aquí, los pricipales desenvolvimientos del pensamiento anarquista que he tratado de describir en mi historia que se detiene en 1914 en el momento de la gran guerra. Para los países que no han tomado parte en la guerra se detiene en alguna fecha característica algún tiempo después de 1914; para los países de lengua española y portuguesa se continúa hasta el presente; porque hay continuidad no interrumpida.
La guerra encontró a los anarquistas en todas partes sin que la hayan previsto en su proximidad fulminante, pero se estaba resignado y se había tomado ya partido, como todo el mundo, y no se estaría muy engañado al predecir lo que cada cual haría y diría. Las mentalidades de los diversos países, aleccionadas desde hacía años (y siempre) en interés de la política de cada país, estaban formadas y muy pocos anarquistas no sufrieron esas influencias de todo su ambiente. Se habían saturado de las opiniones corrientes y de ilusiones especiales sobre las pequeñas nacionalidades, las cualidades y los defectos de ciertas razas; se tenían a mano explicaciones plausibles, los imperialismos, las finanzas, etc. y, como Tolstoi había muerto en 1910, ninguna voz ética libertaria era escuchada en el mundo. Ninguna organización, grande o pequeña, tampoco. Se había dejado así hacer con indiferencia todas las guerras desde hacía cuarenta años, en muchos países, y esa serie de preludios de la guerra, que había comenzado en 1911 por el ataque de Italia contra Turquía. En todas esas guerras no se tenía simpatías por los unos ni por los otros. Con eso ¿cómo se habría adquirido la fuerza moral individual y la fuerza colectiva organizada, o como reunirse espontáneamente, para levantarse contra la gran guerra que no era sino etapa más en la serie que se desarrolló entre guerras, insurrecciones y revoluciones desde 1848 mismo? ¿Quién no clamaba en París, en 1848, por una guerra contra el despotismo ruso? ¿Quién, a partir de 1859, no fue entusiasta de las guerras nacionales y de las insurrecciones nacionales que no tenían más que el voto ardiente y el objetivo de verse transformadas en guerras? Cuando Garibaldi, en Nápoles, abrió el camino, el ejército piamontés siguió sus huellas. Los insurrectos polacos de 1862 tenían la firme esperanza de que Francia e Inglaterra amenazarían a Rusia con la guerra o harían esa guerra. La Internacional no rectÍficó nunca su Manifiesto inaugural, escrito por Marx, que es un llamado a la guerra mundial contra la Rusia zarista. Guerra, insurrecciones, esperanzas revolucionarias estuvieron siempre íntimamente mezcladas, y Proudhon, desde 1859 a 1862, y más tarde Tolstoi, fueron los únicos libertarios de relieve que han combatido esas concepciones. Tampoco Reclus (en 1870) y Malatesta (en 1876) han sido excepciones. No hay que asombrarse, pues, de que, como todo el socialismo, también la anarquía se encontrase con que, virtualmente, no tenía nada que decir en 1914, ni hasta 1918, ni después, sobre ese asunto, exceptuados algunos actos de protesta, abstención o revueltas individuales.
Durante la guerra hubo la revolución rusa de marzo de 1917, que no tuvo ninguna repercusión en otra parte. Hubo un verano de acciones cada vez más socialistas de trabajadores y de toma de la tierra y jacquerie contra los propietarios por los campesinos rusos, y hubo el golpe de Estado bolchevista de noviembre de 1917, que para ellos, que conocían a los hombres y partidos, tan vastamente conocidos desde hacía muchos años por sus escritos y periódicos, por su acción pública en 1905-06, en los congresos socialistas, etc., fue una usurpación marxista apoyada por una parte de los socialistas revolucionarios y por muchos anarquistas, pero que para aquéllos en los otros países que no se habían ocupado de esos hombres y de esas cosas rusas, era la revolución social triunfante, y fue para ellos pues un acontecimiento único de primer orden, una felicidad imprevista en esas dimensiones y esa rapidez. Pero aunque, por esa dichosa ignorancia la revolución rusa ha podido obrar en 1917 y todavía en 1918, casi sin voz crítica, sobre el espíritu y la imaginación de los pueblos, no ha sabido arrastrar a los dos movimientos libertarios más fuertes de entonces, el español y el italiano, y sin que haya habido siquiera comienzos de revolución, hubo las represiones formidables de los años 1920-21 y las dictaduras a partir de 1922 y 1923. Sobre los países del socialismo autoritario, la revolución rusa tuvo repercusiones violentas en 1918 y 1919, en la Europa central. Pero lo que se hizo, se hizo bajo el signo de la autoridad intensificada y ha sembrado la mala semilla de la autoridad en tal grado que los desenvolvimientos horrorosos que tenemos delante a esta hora, han salido de allí.
Todo eso debía reaccionar sobre los movimientos libertarios debilitados material y moralmente, mal nutridos intelectualmente desde 1914. Se estableció un culto a la grandeza y hubo también infiltraciones autoritarias. Las cifras un poco elevadas de los inscritos en los sindicatos controlados por los autoritarios nos engañan sobre la disminución del antiesfuerzo anarquista que, en efecto, por antiguos anarquistas es ahora considerado un accesorio inútil, y para ellos no hay más que el sindicalismo puro en lo sucesivo. Mientras que eso se plantea en ambientes restringidos, las masas se ponen por millones a las órdenes de los más desvergónzados mistificadores autoritarios y nos escapan. Eso induce a algunos a querer servirse también ellos de autoridad; y están perdidos para nosotros.
Los más grandes ímpetus que la anarquía ha tomado aún —en Italia, desde el congreso de Florencia, en abril de 1919, a septiembre de 1920, el momento de la ocupación de los establecimientos metalúrgicos, y en España, desde el Congreso regional de Sans (Barcelona), en agosto de 1918 al Congreso nacional de Madrid, diciembre de 1919— fueron detenidos tanto por lá represión gubernamental como por la enemistad de los socialistas políticos (enemistad que hasta aquí ha sido ejercida contra todo esfuerzo libertario) y por ese producto modernísimo, su quinta esencia, que son sus mercenarios por excelencia, los fascistas. Tomado su origen en los mobs fanatizados por algunas pesetas y el aguardiente, los progromistas, las centurias negras, los amarillos, los maníacos de algún nacionalismo o antisocialismo exagerado, se les organiza pronto a todos en sindicatos libres, en fascio, y es esa una trailla que los poderosos que mandan y que pagan, desencadenan contra el progreso bajo todas sus formas. Puesto que esto no hace reflexionar a los socialistas autoritarios sobre el mal de la autoridad, es difícil sentir la menor solidaridad en ellos, y así los libertarios —como es de su deber— luchan contra todo el mundo autoritario, incluidos esos socialistas. Eso no puede ser de otro modo y ello no aumenta de ninguna manera nuestros enemigos, puesto, que csos socialistas autoritarios lo fueron siempre.
Siempre hemos visto ya que en las horas y en los días de verdadera acción muchas fuerzas populares se unen francamente a los libertarios en rebelión, sin preocuparse da los socialistas políticos, que desde su oficina desautorizan los movimientos (como hizo la Conferencia italiana del Lavoro en 1914 y en 1920) o que por su voto parlamentario sancionan la deportación como los diputados socialistas españoles en 1933 (después de Figols). La semana roja de Romagna y Ancona, en junio de 1914, las múltiples revueltas de enero de 1932, enero y diciembre de 1933, y en tantas ocasiones más en España, muestran que las verdaderas acciones no dejan de contar hoy con el apoyo popular. El pueblo se mantiene también instintivamente al margen de los comunistas moscovitas, que no sabrían sino darle un nuevo despotismo. Tódos están en favor de nuestra buena causa, si nos colocamos en el verdadero terreno de acción y si entonces educamos las mentalidades libertarias.
Estos años de post — guerra han traído persecuciones salvajes, bestialidades fascistas contra los anarquistas en Italia: las barbaries de Barcelona a partir de 1920; la deportación de los anarquistas extranejeros de los Estados Unidos y el martirio de Ricardo Flores Magón y de Sacco y Vanzetti, con la prisión continuada de Tom Mooney y otros sindicalistas; las tragedias de Gustav Landauer y de Erich Mühsam en Alemania; la de muchos camaradas anarquistas en Rusia y los sufrimientos en las prisiones y lugares de deportación árticos siberianos de tantos otros en la República soviética; la persecución y las ejecuciones en la Argentina en 1930-31; todos los muertos, los deportados (vueltos ahora), las prisiones judiciales y gubernativas en la España republicana de 1931-35: todo eso forma un catálogo de sufrimientos inflingidos por fascistas y bolchevistas, burgueses y socialdemócratas, en unísono completo, y que muestra que todos los autoritarios del mundo son un solo cuerpo y una sola alma.
¡Que todos los anarquistas, libertarios, todos los seres humanos y de espíritu libre, puedan convertirse en una fuerza de elementos que, conservando todas las autonomías, se apoyen recíprocamente y, derrotando la autoridad aquí, dejándola relaIjada allí por nuestro propio progreso, se desarrolle por mil caminos para realizar la libertad en pequeño y en grande, en nosotros mismos y alrededor de nosotros, en todas partes y en todo! Tengamos buena esperanza; porque la autoridad, por poderosa que sea, no puede hacer sino mal, y todo el bien en el mundo ha venido, viene y vendrá siempre sólo por la libertad y de la libertad ...
Max Nettlau
30 de octubre de 1932 (revisado en julio de 1934).
Postescriptum. a todos los interesados en el estudio de la historia de las ideas libertarias.
Si esta exposición sumaria muestra la extensión del asunto y tal vez la importancia de conservar esos materiales, tanto su estado original, en tanto que conservados y accesibles (colecciones de impresos y de documentos) como en una descripción esmerada, basada en una cantidad de esos materiales originales y otras fuentes (tradiciones o recuerdos recogidos o vividos), entonces tal vez mi esfuerzo en ese terreno merece una noticia bibliográfica. Comprende para la historia general de las ideas anarquistas los volúmenes impresos:
Der Varfrühling der Anarchia (Berlín, Verlag Der Syndikalist, 1925 ,235 págs.).
Der Anarchismus van Praudhon zu Kropotkin ... (id., —1859-1880—, 1927, 312 págs.).
Anarchisten und Sacialrevalutionäre —1880-1886— (id. 1931, 409 págs.).
Y los cuatro volúmenes manuscritos inéditos: Die erste Blütezeit der Anarchia (1886-1894) y otros volúmenes, seis aproximadamente; en formato semejante al del volumen de 1931. Sería conveniente añadirle un suplemento conteniendo numerosas adiciones y correcciones para los tres volúmenes impresos.
A eso se agregan volúmenes sobre asuntos históricos especiales impresos:
Bibliographie de l´ Anarchie. Préface d’Elisée Reclus (Bruselas, 1897, XI, 294 págs.).
Michael Bakunin. Eine Biographie (Londres; 1896-1900, 3 vol. in-folio, 1281 págs. poligrafiadas en 50 ejemplares).
Michael Bakunin. Ein biographische Skizze {Berlín, 1901 64 págs.); Epílogo de Gustav Landauer.
Miguel Bakunin. Un esbozo biográfico (México, 1925, 32 págs.); otro resumen y otros escritos sobre Bakunin y el volumen de escritos Oeuvres (París, 1895, XI, 327 págs. in-18o; los prefacios históricos a las obras, 5 volúmenes (Buenos Aires, Editorial La Protesta — 1925-29): textos de Bakunin inéditos en La Societé Nouvelle (Bruselas, 1894-96), etc.
Bakunin e l’Internazionale in Italia dal 1864 al 1872 (Ginebra, Edizione del Risveglio, 1929; XXXVI, 397 págs.): con prefacio de Enrico Malatesta.
Miguel Bakunin, la Internacional y la Alianza en España (1868-1872), Buenos Aires, 1925, Editorial La Protesta, 132 págs.
Documentos inéditos sobre la Internacional y la Alianza en España (id., 1930, 210 págs.).
He redactado además notas para la traducción francesa de la Confesión (1851) de Bakunin (París, Rieder, 1932) y he escrito mucho desde 1921 para examinar el verdadero carácter de ese documento.
Y en manuscritos inéditos:
Suplemento a la biografía, compuesto en 1903-1905, 4 volúmenes en folio, coordinando los nuevos materiales (no destinado a la publicación).
Michael Bakunin. Eine Biographie, manuscrito escrito en 1924-27 de acuerdo a los materiales accesibles entonces, una forma abreviada que no reproduce la documentación entera de la biografía de 1896-1900 y de su Suplemento; 4 volúmenes de 350 páginas cada uno aproximadamente y que, en caso de publicación, serían aumentados con nuevos materiales accesibles para mi hasta esa fecha.
Michel Bakunin, en francés, 1935; un largo volumen (inédito).
La vida de Malatesta, en edición italiana (New York, 1922), alemana (más corregida, Berlín, Der Syndikalist, 1922, 177págs.), y española aumentada hasta 1923: Erico Malatesta. La vida de un anarquista (Buenos Aires, Editorial La Protesta, 1923, 264 págs.), a la que se añaden los artículos escritos en 1932 después de la muerte de Malatesta, de los cuales dos aparecidos de la Revista Blanca han sido reimpresos en texto revisado — La vida de Errico Malatesta (con prólogo de Federica Montseny) en las ediciones de esa revista (Barcelona 1933, 48 págs.). Ese resumen completa y hace más correcto el libro aparecido en 1922 y 1923.
Elisée Reclus, Anarchist und Gelehrter ... (Berlín, Der Syndicalist, 1928, 345 págs.); traducción española aumentada, Eliseo Reclus. La vida de un sabio justo y rebelde (Barcelona, biblioteca de La Revista Blanca, 2 vol., 1928, 1929; 294 y 312 págs.).
Hay también una reimpresión de los Jours d’Exil de Ernest Coeurderoy (1854-55) con una biografía (París, 1910-11, 3 vol.); estudios biográficos y otros escritos de documentación histórica anarquista en periódicos y revistas, como Freiheit, Freedom, Société Nouvelle, Dokomuente des Sozialismus, Archiv für die Geschichte des Sozialismus und der Arbeiterbewegung, Suplemento de La Protesta. Revista Blanca, etc.
En manuscrito hay un volumen sobre la Historia de la lnternacional y de la Federación de Trabajadores de la Región española, desde 1868-89, un volumen de 450 págs. impresas aproximadamente, que habría de ser revisado, aumentado y tal vez escrito de nuevo si se hiciese una edición.
Hay también textos de Bakunin inéditos, en parte copiados; así sus más antiguos fragmentos conservados de 1865; los originales de los textos de 1866 publicados en alemán en las Gesammelte Werke (Berlín, Der Syndikalist, 3 volúmenes) de los cuales he compuesto el tercero (1924); escritos en 1871-1872 contra Mazzini; los escritos a los jurasianos, a Lorenzo y otros que datan de esos años.
En fin, hay muchas cartas de la correspondencia de los anarquistas alemanes J. Most y J. Neve preparadas para una edición comentada. Hay también un largo trabajo sobre ciertas partes de la historia de las sociedades secretas de 1930. En fin, hay una cantidad de documentos, cartas y recuerdos que me han contado o personales, que podrán documentar algunas partes de la historia socialista y anarquista, si hubiese medios para mí de elaborar tales trabajos y publicarlos.
En estas condiciones, incluso en mi situación presente, cuando el acceso a una parte de mis propias colecciones y el acceso a las grandes bibliotecas de otros países se me ha hecho imposible y cuando los viejos camaradas mejor informados se mueren casi todos, sin que pueda recoger sus recuerdos y explicaciones, aún en esta situación no carezco de documentación, y he podido hacer, principialmente gracias a las editoriales del Syndikalist, de La Protesta, de la Revista Blanca y del Risveglio (Ginebra) de 1922 a 1931 un número de publicaciones y volúmenes.
Pero ahora, de 1931 en adelante, las posibilidades de ediciones históricas parecen desvanecerse, Pienso que, objetivamente, es lástima, puesto que aquellos de mis amigos y de nuestros camaradas que durante largos años me han ayudado a documentarme, lo han hecho en gran parte, y lo hacen todavía en la convicción de que todos esos materiales servirán para conservar la historia de la anarquía depurada de inexactitudes y en una coordinación razonada, que se eleve todo lo posible por sobre la leyenda, la retórica, la superficialidad. Todo el mundo, sin duda, no tiene necesidad de conocer todos los detalles que, por lo demás, la falta de espacio me ha forzado siempre a reducir mucho. Pero esa no es una razón para estimular, o imponer, una penuria, que nos haría contenernos siempre con leyendas y retórica, cuando toda otra fracción, que se reclama de un pasado histórico, hace múcho para elucidarlo: sobre ese terreno el socialismo antiguo y moderno es explorado ya en dimensiones que ignoramos casi todos. Pero lo que cada cual puede figurarse, es que en esa misma literatura socialista la anarquía pesa siempre como una aberración, como una rama seca, como una nada, de la que esos autores descuentan a menudo la desaparición completa y el triunfo integral sea de su bolchevismo, sea de un reformismo estatista —capitalista— socialista. Es eso lo que se decía y se dice por una propaganda enorme de los autoritarios, que ha de ignorarse tan poco como si los libre pensadores cerrasen los ojos sobre la inmensa propaganda clerical. Los que tienen algún interés histórico y miran hacia atrás, podrán darse cuenta del trabajo que ha sido preciso para desentrañar la memoria de Bakunin y de la Alianza de todas las perversiones y falsedades marxistas. En fin, abogo ahí por una causa, que ninguno de los numerosos militantes que he conocido ha contestado y que hallaría apoyo más amplio, ciertamente, si nuestros medios de acción no se hubiesen restringido tanto.
Se me ha reprochado a veces que esos volúmenes estén escritos en alemán, que es mi idioma nativo. Los he publicado en alemán, porque los camaradas del Syndikalist de Berlín fueron en 1922 y 1924 los únicos en Europa que me han ofrecido oportunidad de publicar tales libros históricos y lo han hecho. Eso no fue un obstáculo para los camaradas Santillán y Orobón Fernández, que han aprendido esa lengua y los tradujeron en parte (las vidas de Malatesta y Eliseo Reclus, y varios capítulos de los volúmenes históricos, etc.), y las editoriales La Protesta y La Revista Blanca me han dado constantemente oportunidad de hablar de historia en sus publicaciones. Varios camaradas de la lengua italiana, el Dr. Paolo Flores, Malatesta y Bertoni han hecho posible el volumen italiano sobre Bakunin en Italia (1928). Antes Eliseo Reclus me incitó a publicar el volumen Oeuvres de Bakunin (1895) y la Bibliographie de l´Anarchie (1897). Fue para un periódico de corta vida, L’Idée anarchiste (París; hacia 1923) para el que escribí el primer texto muy breve de los volúmenes históricos, esbozo que fue pronto ampliado, y que la Revista Blanca reimprimió. Si en 1923 o 1924 alguien me hubiese propuesto que volúmenes escritos en francés o en inglés fuesen publicados, habría escrito en esos idiomas todos los volúmenes. Pero nadie ha pensado jamás en ello; ninguna traducción se hizo (salvo las españolas) y no es a mí a quien hay que hacer un reproche si he recurrido a la sola oportunidad que se me ofreció de publicar esos libros. He dicho siempre que para una traducción cualquiera, revisaré y aumentaré los volúmenes, como lo hice respecto de las biografías de Malatesta y de Reclus en las ediciones españolas. ¿Qué más podía hacer? Pero ha faltado a la generación de estos años el interés y no veo todavía despierto en ninguna parte, salvo en los ambientes de lengua española y en aquellos, completamente paralizados desde 1933, de lengua alemana.
Había hecho a menudo la sugestión a camaradas de diversos países, que ellos y los grupos ayudasen a hacer posible la publicación de esos volúmenes inéditos suscribiendo un número de ejemplares de los libros alemanes, que entregarían a las bibliotecas, etc.; eso habría estimulado a los editores alemanes a publicar más pronto esos tomos. No se ha hecho nada y así, por confiscación de todos los libros no vendidos en 1933 en Berlín, todos esos volúmenes de que no había ningún depósito en el extranjero, se han vuelto inhallables. ¿Es una solución satisfactoria la de ver desaparecer todo y no tener que ocuparse en nada? No puedo hacer nada en todo eso; pienso sólo en un hecho pequeño que me causa placer, que Malatesta, que conocía el inglés, se había tomado el trabajo de familiarizarse con la lectura del alemán, y ha podido leer esos volúmenes históricos, como me ha escrito. ¿Seríán imposibles esos esfuerzos para los más jóvenes que él? ¿Cuántos idiomas he debido consultar yo para reunir los materiales de esa historia verdaderamente internacional?
No sé verdaderamente qué hacer de todos esos materiales, de esos manuscritos todavía inacabados que tratan de conservar la historia de las ideas anarquistas, esfuerzo para el cual en 1924 había todavía interés: en 1934 no veo casi nada de ese interés. En 1935 hay los camaradas de la Guilda de Amigos del Libro en España, que hacen posible la publicación del resumen presente —escrito primeramente para La Protesta de Buenos Aires— y les agradezco su esfuerzo valioso.
Max Nettlau
Barcelona, 6 de junio de 1934 y 23 de mayo de 1935.