Mijaíl Bakunin
La autonomía en la asociación
Al morir el grande hombre Miguel Bakounine en 1876, dejó muchas cuartillas inéditas, entre las cuales se encontraban las que publicamos a continuación, escritas cuatro años antes y que no se sabe por qué motivo el autor no las había remitido al periódico para el cual fueron escritas.
Nosotros las reproducimos de Le Revolté, periódico que Kropotkine y Reclús publicaban en Ginebra por los años 1878.
Como verá el lector, son muy de actualidad.
7 Enero 1872. Locarno.
Compañeros redactores: Viviendo en apartada región de todos los centros de publicidad, hasta ayer no ha llegado mi conocimiento un suelto aparecido en el Volksstaat, órgano del partido de la democracia alemana, que recibe sus inspiraciones de Londres, suelto que únicamente estaré en lo justo calificándolo de infame.
Empiezo por declarar que estimo sinceramente y mucho al Volksstaat desde el punto de vista de sus tendencias proletarias y por los servicios reales que ha prestado y presta a la causa del proletariado en Alemania. Sus teorías socialistas y políticas son, es verdad, opuestas a las que vuestro periódico representa, y con las cuales me hallo identificado.
El Volksstaat es órgano de esa escuela alemana de comunistas autoritarios, de la cual es jefe reconocido un gran escritor socialista, el ilustre Marx, que sueña con la emancipación del proletariado por medio del Estado. Vosotros, por el contrario, creéis que un nuevo Estado por popular que fuese, sólo podría proporcionar al proletariado nuevas cadenas; que el Estado significa dominación, y que donde existe la dominación hay dominados que, en virtud de una ley sociológica, se convierten en explotados; por consecuencia el Estado implica explotación y esclavitud.
Vosotros no las queréis y por esto habéis adoptado francamente el programa que nos ha legado nuestra gran Commune de París: la abolición del Estado y la reorganización de la sociedad de abajo arriba por medio de la libre federación de las asociaciones obreras y las comunas, sobre la triple base de la igualdad, del trabajo y de todo lo que constituye el gran capital comunitario de la producción agrícola, artista, comercial y científica; no dejando a la propiedad individual mas que aquellos objetos que sirven realmente para uso personal.
Como enemigos jurados del principio teológico, metafísico, político y jurídico de la autoridad, no reconocéis más que las necesidades sociales de un lado y la más amplia libertad humana de otro; ni otro consejero que la ciencia experimental y positiva, libremente aceptada. Para el establecimiento de una perfecta armonía entre esas diversas tendencias de los grupos nacionales, regionales y locales y una unidad real en la sociedad, os referís absolutamente a una ley natural de la humanidad, de que la historia no es, por así decirlo, sino la manifestación y la realización cada vez más completa; y estáis convencidos ciertamente de que todos los esfuerzos que se han hecho hasta aquí por hombres ingeniosos y potentes, pero mal inspirados, para imponer la armonía a la sociedad de arriba abajo, por la vía de la autoridad, ya sea divina, ya humana, no han conseguido más que retardar su triunfo.
Eso os pone, naturalmente, en oposición a con los teóricos del comunismo autoritarios y con su órgano el Volksstaat y yo encuentro lógico que esa diferencia de apreciación se reproduzca en la manera diferente con que los dos opuestos partidos consideran la organización actual de la Internacional.
Los unos, no comprendiendo que la unidad pueda existir sin la autoridad, ni que haya una organización real de fuerzas sociales sin gobierno director, quisieran convertir la Internacional en una especie de Estado monstruosamente inmenso, que obedeciere a un pensamiento oficial, representado por un poder central solidariamente establecido.
Los otros, nosotros, los antiautoritarios creemos, al contrario, que la introducción de semejante disciplina en la Internacional, lejos de aumentar su fuerza, la debilitaría, la aplastaría y mataría infaliblemente, sofocando en su origen el pensamiento libre y espontáneo del proletariado, y haciendo imposible el desarrollo ulterior de esta gran Asociación que debe emancipar el mundo.
Creemos que la unidad, la fuerza real, el pensamiento de la Internacional, no residen arriba, sino abajo; no en el Consejo general transformado en gobierno, sino en la autonomía de todas las secciones y en su federación libre; que tienen su única base en la identidad real de la situación económica y política de los instintos y aspiraciones actuales del proletariado de todos los países civilizados, y que todos los pensamientos socialistas que surjan en el seno de la Internacional no son verdaderos y fecundos mas que siendo su fiel y libre expresión.
Por consecuencia, rechazamos las resoluciones de una conferencia que, arbitrariamente convocada y arbitrariamente compuesta, ha intentado transformar al Consejo general en una especie de papa celestial, cuyas palabras, pronunciadas ex cathedra, tomarían el carácter de dogmas de ley.
Dos tendencias tan diametralmente opuestas debían chocar necesariamente. Así, después del Congreso de Basilea, donde por primera vez se encontraron, estalló necesariamente la lucha. ¿Fue un mal este hecho? De ningún modo. La vida es un combate incesante; únicamente los muertos no luchan.
Notad, compañeros redactores, que los que predican la paz a toda costa, la inmolación de una unión aparente y que lanzan sus maldiciones sobre lo que llaman “la guerra civil”, son siempre los moderados, los hombres a quienes faltan energía, convicción y fe.
Esos son, precisamente, los que pierden todas las causas. ¿No han sido ellos los que, predicando al proletariado de Francia la unión con la burguesía ante el enemigo común, los prusianos, han permitido que los burgueses entregasen a Francia a esos mismos prusianos? Una buena guerra civil franca, abierta, vale más, mil veces más, que una paz podrida. Por otra parte, esta paz sólo puede ser aparente; bajo su engañosa égida, la guerra continua e impedida de desplegarse libremente, toma el carácter de la intriga.
La guerra franca es signo de fuerza y vida, y cuando la sociedad es joven y vigorosa, como incontestablemente lo es nuestra bella asociación Internacional, aumenta su fuerza y su vida, en tanto que la guerra sorda, intestina, la corroe, y por poco que dure concluye por arruinarla. Así, pues, una lucha franca como antes digo, sólo puede tener efectos bienhechores para la Internacional, puesto que necesariamente contribuye al desarrollo de su pensamiento sin causar el menor perjuicio a esa solidez real, puesto que esta solidaridad no es teórica, sino práctica y no se trata aquí de una lucha de intereses, sino de ideas.
Esperar que pueda establecerse hoy una perfecta solidaridad teórica entre todas las secciones de la Internacional, sería hacerse una singular ilusión. ¿Ha existido, acaso, esta solidaridad jamás en el mundo? ¿Se ha podido realizar ni aun en el seno de la misma Iglesia católica que se alaba tanto de su unidad? ¿Cómo queréis que millones de obreros nacidos en tan diferentes climas y países sometidos a condiciones políticas y económicas tan diversas, se unifiquen hoy, a menos que esta mentada unión no les sea impuesta autoritariamente desde arriba, lo que nos conduciría a la mentira católica?
En el provenir no dejará de producirse una unificación más grande y más completa bajo la doble influencia de la ciencia progresiva por un lado y de la unificación de interés y de posiciones sociales de otros; pero esto tendrá que ser obra del tiempo y habría que esperar mucho tiempo si se quisiera fundar la emancipación del proletariado sobre esta perfecta solidaridad teórica.
Es la gloria eterna de la Internacional, y nosotros reconocemos que el compañero Carlos Marx en particular, ha comprendido eso y ha buscado y hallado, no en un sistema filosófico o económico cualquiera, sino en la conciencia universal del proletariado de nuestros días, ideas prácticas, resultantes de sus propias tradiciones históricas y de su experiencia diaria, que encontraréis en el sentimiento, en el instinto, ya que no en el pensamiento reflexivo de los obreros de todos los países del mundo civilizado, y que constituyen el verdadero lema del proletariado moderno.
Estas diferentes ideas, magníficamente resumidas en los considerandos de nuestros Estatutos generales, forman el verdadero, el solo principio constitutivo fundamental, obligatorio de nuestra Asociación; porque para pertenecer a la Internacional, secciones e individuos deben aceptar este principio. Todo lo demás se deja al libre desarrollo del pensamiento individual y colectivo de las secciones, puesto que las mismas deliberaciones y resoluciones de los Congresos generales, no se han considerado jamás en la Internacional, sino como recomendaciones oficiosas, nunca como verdades absolutas oficialmente impuestas a las secciones.
En la Internacional no existe más que una ley soberana, garantía potente de su unidad: la solidaridad práctica del proletariado de todos los países en su lucha contra la opresión y contra la explotación burguesa. Cualquiera que sea la disidencia de las opiniones, teórica o práctica, entre los obreros de un mismo país o de países diferentes, se deben apoyo, concurso mutuo, en esta lucha. El obrero que faltara a esta obligación suprema, ya por rivalidades de nación o intereses de partido, sería considerado como traidor por la Asociación entera. Para el obrero, todo el que acepte esta ley de la Internacional, sea del país que quiera, es un hermano, y por la misma razón, el burgués explotador indígena y todos los partidarios de su política, aunque vivan en la misma localidad, son enemigos y extranjeros.
Ya he dicho que esta solidaridad práctica del mundo obrero que forma parte de la Internacional, y que se extiende aún a esa porción considerable del proletariado no adherido todavía, se establece desde luego independientemente de las ideas políticas que puedan prevalecer en los diferentes grupos obreros; y los enemigos, sacan la consecuencia absurda de que, prosperando la Internacional bajo cualquier forma de gobierno, puede vivir con todos los regímenes posibles.
Precisa estar cegado por los ideales divinos y celestes, para no ver que en esta solidaridad internacional y práctica que constituye la base real de nuestra asociación y en los considerandos de nuestros Estatutos generales que son su fiel expresión, hay gérmenes de una política nueva; los de la política internacional del proletariado; y que esta política, al revés del radicalismo burgués, que solo sueña en reconstituir nuevos Estados, es decir, nuevas prisiones y nuevos establecimientos de corrección y de trabajo forzado para el pueblo, tiende a la abolición de las fronteras, de las patrias políticas, de los Estados, de las diferencias de clases, de todos los privilegios jurídicos, económicos y sociales, a fin de que los seres humanos desde su nacimiento, encuentren, en cuanto sea posible, iguales medios de alimentación, de higiene, de instrucción y de educación, y puedan llegar a ser, en la medida de sus fuerzas, trabajadores a la vez manuales e intelectuales, libremente asociados para la producción colectiva, la única fecunda, como se sabe, y hombres libres en la colectividad libre.
M. BAKOUNIN.