Néstor Majnó
La lucha contra el Estado
El hecho de que el Estado moderno sea una forma organizativa autoritaria sustentada en la arbitrariedad y la violencia sobre la vida social de los trabajadores es independiente de que sea «burgués» o «proletario». Descansa sobre el centralismo opresivo, surgido de la violencia directa de una minoría sobre una mayoría. Los resortes del Estado para imponer y fortalecer la legalidad de su sistema no son sólo las armas y el dinero, sino también potentes armas de manipulación psicológica. Con la ayuda de tales armas, un reducido grupo de políticos ejerce su represión psicológica sobre toda la sociedad y, en particular, sobre las masas laboriosas, condicionándolas para que desvíen su atención de la esclavitud instituida por el Estado.
Por eso debemos tener claro que si queremos combatir la violencia organizada del Estado moderno debemos adoptar armas poderosas, adecuadas a la magnitud de la tarea.
Hasta ahora, los métodos de intervención social usados por la clase trabajadora revolucionaria frente al poder de los opresores y explotadores (el Estado y el capital) en conformidad con las ideas libertarias, fueron insuficientes para llevarla a la victoria.
Ha pasado alguna vez que los trabajadores han vencido al capital, pero la victoria les ha sido arrebatada porque algún poder estatal ha surgido, uniendo los intereses del capital privado y del capitalismo de Estado para triunfar sobre los trabajadores.
La experiencia de la revolución rusa ha expuesto claramente nuestros defectos en este sentido. No debemos olvidarlo, sino ponernos a identificar cuáles han sido esas deficiencias.
Debemos reconocer que nuestra lucha frente al Estado durante la revolución rusa tuvo gran relevancia, a pesar de nuestra desorganización: tuvo gran relevancia en la medida en que contribuyó a destruir todo lo que concierne a esa odiosa institución.
Pero, por el contrario, nuestra lucha fue insignificante en lo tocante a la construcción de la sociedad libre de los trabajadores y de sus estructuras, que habrían permitido que prosperara fuera del alcance del Estado y de sus instituciones opresoras.
El hecho de que los comunistas libertarios o anarcosindicalistas no supiéramos anticipar las secuelas de la revolución rusa y que falláramos en desarrollar al tiempo nuevas formas de vida social, llevó a muchos de nuestros grupos y organizaciones a vacilar en cuanto a la estrategia revolucionaria a adoptar.
Si queremos en lo futuro evitar caer de nuevo en los mismos errores cuando se presente una situación revolucionaria y para mantener la cohesión y la coherencia interna de nuestra línea organizativa, debemos en primer lugar agrupar todas nuestras fuerzas en una organización activa y seguidamente definir nuestra concepción constructiva económica, social, local y territorial, perfilándola al detalle (soviets libres) y, muy especialmente, describir con amplitud su misión revolucionaria básica en la lucha contra el Estado. La vida contemporánea y la revolución rusa lo requieren.
Aquellos que hayan estado involucrados de verdad en las filas obreras y campesinas, participando activamente en las victorias y las derrotas de su campaña, sin lugar a dudas llegarán a nuestras mismas conclusiones, y muy especialmente en que la lucha contra el Estado debe mantenerse hasta que éste haya sido erradicado: deberán ser conscientes también de que el papel más importante en esa tarea es el de las fuerzas armadas revolucionarias.
Es esencial que la acción de éstas esté coordinada con el conjunto social y económico, así como que la población trabajadora se autoorganice desde los primeros días de la revolución de modo que pueda mantenerse fuera del alcance de todas las estructuras estatistas.
Desde este mismo momento, los anarquistas deben centrar su atención en este aspecto de la revolución. Tienen que estar convencidos de que si las fuerzas armadas revolucionarias están organizadas, sea en grandes unidades o en pequeños destacamentos locales, no pueden sino derrotar a los titulares y defensores del Estado y por ello crear las condiciones necesarias para que el pueblo laborioso desarrolle la revolución, de modo que se corte todo lazo con el pasado y se comience a examinar hasta el menor detalle el proceso de construcción de unas nuevas relaciones socioeconómicas.
El Estado será, sin embargo, capaz de de aferrarse a algunos enclaves locales e intentará interponer variados obstáculos en el camino de la nueva vida de los trabajadores, entorpeciendo el crecimiento y el desarrollo armónico de las nuevas relaciones basadas en la emancipación integral del ser humano.
La liquidación total y definitiva del Estado sólo puede producirse en la medida en que la lucha de los trabajadores se desarrolle en los parámetros más libertarios posibles, determinando los trabajadores por sí mismos las estructuras de su acción social. Estas estructuras deberán asumir la forma de órganos de autogestión económica y social, al modo de los soviets libres «antiautoritarios». Los trabajadores revolucionarios y, de éstos, los más avanzados (los anarquistas) deben analizar la naturaleza y la estructura de estos soviets y especificar para el futuro sus funciones revolucionarias. Y tener presente, sobre todo, que la evolución positiva y el desarrollo del anarquismo en las filas de aquéllos que deben liquidar el Estado por sí mismos a fin de construir una sociedad libre, dependerá de ello.