Néstor Majnó
Una segunda carta a Malatesta
Estimado compañero,
Quise leer la traducción al ruso de su carta antes de responderle. En ella usted decía que antes de entrar en una discusión, en lo que, por otra parte, no había pensado, usted quisiera que le diera a conocer cuál es mi concepción del anarquismo. Por lo tanto le voy a explicar estas ideas y, al mismo tiempo, las causas a las que atribuyo la debilidad de nuestro movimiento.
Como cualquier anarquista, rechazo la autoridad en general, soy un adversario de toda organización basada en el centralismo, no reconozco ni al Estado ni a su aparato legislativo, soy un enemigo convencido de la democracia burguesa y del parlamentarismo —considerando a esta forma social un obstáculo para la liberación de los trabajadores— en una palabra, me levanto contra todo régimen basado en la explotación de los trabajadores.
Para mí, el anarquismo es una doctrina social revolucionaria que debe inspirar a los explotados y oprimidos. Sin embargo, en mi opinión, el anarquismo actualmente no posee todos los medios necesarios para llevar a cabo una acción social; de ahí el marasmo en que se debate. Y no se remediará esta situación permaneciendo en lo borroso.
Se puede entender como se quiera; en mi caso, creo que los anarquistas no deben temer abandonar sus posiciones tradicionales al sacar las conclusiones lógicas que derivan del pensamiento de nuestros teóricos. Por ejemplo, una pregunta surge. ¿Necesita el anarquismo —y por tanto la masa de trabajadores revolucionarios— concebir organizaciones permanentes que puedan garantizar las funciones sociales útiles que el Estado asume hoy por hoy, organizaciones que deben ser herramientas para establecer políticas prácticas conformes con el ideal anarquista? ¿O será este el rol de los sindicatos de trabajadores y cooperativas agrarias o de otras que, en su forma actual, son influenciadas ideológicamente por el tipo de grupos de acción anarquistas que existen hoy?
Tiendo a creer que una vez resuelta esta cuestión primordial por los anarquistas, otros problemas de igual importancia se plantearán a nuestro movimiento.
Los anarquistas deben, en particular, comprender bien lo que Kropotkin expresaba como la «institución social de derecho fundado en la costumbre»para determinar, de modo concreto y adecuado a nuestros tiempos, la naturaleza de estas instituciones cuya relación con el anarquismo no necesita ser probada.
Estas deducciones serán de máxima importancia no sólo para las masas revolucionarias en general sino también para los anarquistas en particular, y no olvidemos que el 90% de nosotros nunca ha considerado estas cuestiones. A partir del momento en que ni Malatesta ni Faure ni otro entre nuestros viejos compañeros han abordado estos problemas ni nada dicen del deplorable estado de nuestro movimiento, estos compañeros deducen de ello que todo está bien y que los anarquistas están preparados para cumplir su indispensable rol destructivo y constructivo en la revolución del futuro. Sin embargo, la realidad es otra: año tras año nuestro movimiento pierde influencia entre los trabajadores y, consecuentemente, se debilita. Es cierto que algunos teóricos «en nuestros medios rusos en particular dicen que la fuerza del anarquismo radica en su debilidad, y su debilidad en su fuerza», de modo que no hay que preocuparse si las organizaciones anarquistas pierden influencia… Pero examinada más de cerca, se ve que esta afirmación es enteramente estúpida, es simplemente una fórmula engañosa diseñada para calmar a los charlatanes cuando se trata de explicar el estado real del anarquismo.
Creo que un verdadero movimiento social, tal como concibo al anarquismo, no puede tener políticas positivas hasta que se haya dotado de formas organizativas relativamente estables que le darán los variados medios necesarios para la lucha contra los distintos sistemas sociales autoritarios. La ausencia de esos medios hace que la acción anarquista —sobre todo en el período revolucionario— tienda a degenerar en una suerte de individualismo local; todo eso porque, al declararse enemigos de «todas las constituciones», los anarquistas en general han visto a las grandes masas alejarse de ellos, por no inspirar ninguna esperanza de cualquier tipo de logro práctico.
Para luchar y vencer, hace falta una táctica cuyo carácter debe estar expresado en un programa de acción práctica. Sólo cuando tengan tal programa los anarquistas podrán reunir a las masas explotadas alrededor suyo y prepararlas para la gran batalla revolucionaria con más posibilidad de lograr una transformación social radical.
Pero, lo reitero, tal prueba no se podría intentar sin una organización permanente. Creer que los grupos de propaganda actuales alcanzarán para esta tarea revolucionaria es una ilusión. Para que cualquier organización social pueda jugar un rol, debe ser conocida por las masas populares antes de que se desencadene el proceso revolucionario.
Así que pienso que en vez de pasarse el tiempo rechazando a diestra y siniestra los anarquistas harían mejor en concretar lo que « quieren » proponiendo a los trabajadores algo realista para colocar en el lugar de todas las cosas que niegan.
Entonces, y sólo entonces, los anarquistas podrán aspirar con buena razón al rol que se atribuyen, esto es, el de ser «guardianes vigilantes de la libertad contra quienes busquen el poder y contra la eventual tiranía de la mayoría».
Desafortunadamente, en la actualidad, el anarquismo sigue siendo fuerte sólo en su filosofía. Carece de medios prácticos. Es incapaz de manifestarse completamente, incluso en tiempos de revolución, y aquellos movimientos espontáneos con un espíritu anarquista que surgen, parecen a los ojos de las amplias masas como meros intentos desesperados. Y eso sólo acentúa la trágica situación del anarquismo.
Me pregunta si concibo como usted el rol de los anarquistas antes y durante la revolución, como lo expuso en su contestación. Le diré por tanto que estoy en completo de acuerdo con usted en lo que hace al rol a jugar, pero creo que ese rol sólo puede llenarse exitosamente cuando nuestro Partido sea ideológicamente homogéneo y unificado desde el punto de vista de la táctica, lo que no es el caso ahora. La experiencia nos enseña que la acción anarquista a gran escala sólo podrá alcanzar sus resultados si posee una base organizativa definida, inspirada y guiada por el principio de la responsabilidad colectiva de los militantes.
«¿Cómo quiere usted guiar a las masas?», me pregunta. Le respondo que cualquier movimiento social, cuanto más todo movimiento revolucionario de las amplias masas populares, requiere formular, durante la acción, propuestas adecuadas para empujarlo hacia el objetivo a alcanzar. La masa es demasiado heterogénea para ser capaz de hacerlo. Sólo grupos ideológicos con políticas claramente definidas son capaces de dar este impulso. Sólo ellos serán capaces de aclarar los eventos y formular claramente las aspiraciones inconscientes de las masas, dando el ejemplo mediante acciones y palabras. Por eso nuestro Partido debe, en mi opinión, precisar su unidad política y carácter organizativo. En el ámbito de las realizaciones prácticas, los grupos anarquistas autónomos deben ser capaces ante cada nueva situación que se presente, de formular los problemas a resolver y las respuestas que darles sin titubear y sin alterar los fines y el espíritu del anarquismo.
Con fraternales saludos,
Néstor Majnó