Nicolas Walter
Anarquismo y religión
Para el propósito presente, el anarquismo se define como la ideología política y social que señala que los grupos humanos pueden y han de existir sin autoridad instituida, y especialmente como el movimiento anarquista histórico de los últimos doscientos años; y la religión se define como la creencia en la existencia e importancia de seres sobrenaturales, y especialmente como el sistema prevaleciente Judeo-cristiano de los últimos doscientos años. Mi tema es la pregunta: ¿Hay una conexión necesaria entre los dos, y de ser así, cuál es? Las respuestas posibles son las siguientes: puede que no haya conexión alguna, si es que las creencias sobre la sociedad humana y la naturaleza del universo son más bien independientes; puede que haya una conexión, si es que tales creencias son interdependientes; y, si hay una conexión, puede ser positiva, si es que el anarquismo y la religión se refuerzan el uno al otro, o negativa, si es que el anarquismo y la religión se contradicen el uno al otro.
La suposición general es que hay una conexión negativa lógica, porque la autoridad divina y humana se reflejan la una a la otra; y psicológica, porque el rechazo a la autoridad humana y divina, de la ortodoxia política y religiosa, se reflejan la una a la otra. De este modo, la Encyclopedie Anarchiste francesa (1932) incluye un artículo sobre el Ateísmo de Gustave Brocher: «Un anarquista, que quiere a ningún amo todopoderoso sobre la tierra, ningún gobierno autoritario, debe necesariamente rechazar la idea de un poder omnipotente al cual todo debe estar sujeto; si es consistente, debe declararse ateo.» Y el número centenario del periódico anarquista británico Freedom (Octubre de 1986) contiene un artículo de Barbara Smoker (presidente de la National Secular Society) titulado, «Anarquismo implica Ateísmo». A decir verdad, históricamente, la conexión negativa ha sido ciertamente la norma que los anarquistas sean en general no-religiosos y con frecuencia anti-religiosos, y el lema estándar anarquista es la frase acuñada por el socialista (no-anarquista) Auguste Blanqui en 1880: «¡Ni dieu ni matre!» (¡Ni Dios ni amo!). Pero la respuesta completa no es tan simple.
Por eso es razonable señalar que no hay conexión necesaria. Las creencias sobre la naturaleza del universo, de la vida en este planeta, de esta especie, del propósito y los valores y la moral, y así, pueden ser independientes de las creencias sobre lo deseable y lo posible de la libertad en la sociedad humana. Es muy posible creer a la vez que hay una autoridad espiritual y que no debiese haber una autoridad política. Pero es también razonable argumentar que hay una conexión necesaria, sea positiva o negativa.
El argumento por una conexión positiva es que la religión tiene efectos libertarios, aún si las iglesias establecidas raramente los tienen. La religión puede refrenar a la política, la iglesia puede equilibrar al Estado, la sanción divina puede proteger a los oprimidos. En la Grecia clásica, Antígona (en el mito de Edipo) apela a la ley divina en su rebelión individual contra la ley humana del rey Creonte [1]. Sócrates (la máxima figura en el pensamiento griego) apeló al demonio divino dentro suyo para inspirar su juicio individual. Zenón (el fundador de la escuela Estoica de filosofía) apeló a una autoridad superior al Estado. En el Judaísmo, los Profetas del Antiguo Testamento desafiaron a los Reyes y proclamaron lo que se conoce como el “Evangelio Social”. Uno de los textos más elocuentes en la Biblia es la oración de Ana cuando concibe a Samuel, de la que se hace eco en la oración de María cuando concibe a Jesús, el Magnificat:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor, y se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador… Él hizo proezas con su brazo: dispersó a los soberbios de corazón, derribó del trono a los poderosos y enalteció a los humildes, a los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los despidió vacíos.»
En el Cristianismo, Jesús vino por los pobres y débiles, y los primeros cristianos resistieron al Estado Romano. Cuando el Cristianismo se volvió la ideología establecida, los herejes religiosos desafiaron tanto a la Iglesia como al Estado. Las herejías medievales ayudaron a destruir el antiguo sistema: los Albigenses y los Valdenses, los Hermanos del Libre Espíritu y los Taboritas en Bohemia, los Anabaptistas en Alemania y Suiza.
Este patrón puede verse en Gran Bretaña. John Ball, el ideólogo de la Revuelta de los Campesinos de 1381, fue un sacerdote que proclamó en un sermón a los rebeldes: «Las cosas no irán bien hasta que no haya ni amo ni esclavo.» Más adelante, el disentimiento religioso condujo al disentimiento político, y los extremos Puritanos en la Revolución Inglesa de 1649–1659 fueron los pioneros en la tradición nativa del anarquismo. Gerrard Winstanley, el ideólogo de los Diggers o True Levellers, que se acercaron más al anarquismo que nadie antes de la Revolución Francesa, pasaron dentro de pocos años desde citar la Biblia a invocar a «el gran Creador, la Razón». La tradición continuó con los Ranters y los Seekers, los Cuáqueros y los Shakers, y más tarde con los Universalistas y Unitarios, y puede verse en el movimiento moderno por la paz.
El argumento por una conexión negativa es que la religión respalda a la política, la Iglesia respalda al Estado, los oponentes a la autoridad política también se oponen a la autoridad religiosa. En la Grecia y Roma clásicas, los escépticos de la religión Protágoras, Diógenes, Epicuro, Lucrecio, Sexto Empírico fueron los reales liberadores (y lo mismo cierto en la India Antigua y China). En el Judaísmo, Dios es la figura arquetípica de la autoridad (masculina), el Estado Judío era una teocracia gobernada por sacerdotes, y los pocos buenos Profetas (y los buenos Rabbis que les seguían) han de ser vistos como disidentes. En el Cristianismo, Pablo dijo a sus seguidores que «los poderosos son ordenados por Dios», la Iglesia y el Estado representan juntos las “dos espadas” del Evangelio de Lucas, y los buenos cristianos han sido rebeldes contra lo eclesiástico tanto como contra el poder secular los herejes y escépticos, esprits forts, y libertinos, los librepensadores y filósofos, Jean Meslier y Denis Diderot (ambos deseaban ver «al último rey estrangulado con las tripas del último sacerdote») y Voltaire (cuyo lema era «Ecrasez l’infeme!»), Thomas Paine (el pionero del librepensamiento y también de la sociedad libre, el oponente al sacerdocio como también a los reyes) y Richard Carlile (quien cambio hacia el ateísmo y el anarquismo), y muchos más en el movimiento histórico del librepensamiento.
En el movimiento anarquista histórico, estas dos actitudes existen juntas. El anarquismo revolucionario, como el socialismo revolucionario, tiene rasgos cuasi-religiosos expresados en el irracionalismo, el utopianismo, el milenarismo, el fanatismo, el fundamentalismo, el sectarianismo, y así. Pero el anarquismo, como el socialismo y el liberalismo, también tiene rasgos anti-religiosos, todas ideologías políticas modernas que tienden a asumir el rechazo a toda creencia y autoridad ortodoxa, y es el ejemplo supremo de disentimiento, des-creencia, y desobediencia. Todo pensamiento progresivo, culminando en el humanismo, depende del supuesto de que cada uno de los seres humanos tiene el derecho a pensar por sí mismo; y toda política progresiva, culminando en el anarquismo, depende del supuesto de que cada uno de los seres humanos tiene el derecho a actuar por sí mismo. (Algo valioso de mencionar es la conexión del anarquismo, como del liberalismo y el socialismo, con la religión alternativa de la francmasonería, a la cual han pertenecido varios anarquistas como Proudhon, Bakunin, Louise Michel, Ferrer, Volin, y demás). No hay duda de que la vena prevaleciente dentro de la tradición anarquista es la oposición a la religión. William Godwin, autor de Enquiry Concerning Political Justice (1793), el primer texto sistemático de política libertaria, fue un ministro Calvinista que comenzó por rechazar el Cristianismo, y pasó por el deísmo al ateísmo y luego a lo que más adelante se llamó agnosticismo. Max Stirner, autor de El Único y su Propiedad (1845), el texto más extremo de política libertaria, comenzó como un ateo Hegeliano-de-izquierda, post-Feuerbachiano, rechazando los “fantasmas” de la religión como así también la política incluyendo el fantasma de la “humanidad”. Proudhon, la primera persona en llamarse a sí mismo anarquista, quien fue conocido por decir, «La Propiedad es un robo», dijo también, «Dios es el mal» y «Dios es la X eterna». Bakunin, el principal fundador del movimiento anarquista, atacó a la Iglesia tanto como al Estado, y escribió un ensayo que más tarde publicarán sus seguidores como Dios y el Estado (1882), en el que invierte el famoso dicho de Voltaire y proclama: «Si Dios realmente existiera, tendría que ser abolido.» Kropotkin, el más conocido escritor anarquista, fue un hijo de la Ilustración y la Revolución Científica, y asumió que la religión sería reemplazada por la ciencia y que tanto la Iglesia como el Estado serían abolidos; se preocupó en particular del desarrollo de un sistema secular de ética que reemplazara a la teología sobrenatural con la biología natural. Errico Malatesta y Carlo Cafiero, los principales fundadores del movimiento anarquista italiano, ambos venían de familias librepensadoras (y Cafiero estuvo involucrado en la National Secular Society cuando visitó Londres durante la década del 1870). Élisée y Élie Reclus, los más amados anarquistas franceses, eran hijos de un ministro Calvinista, y comenzaron por rechazar la religión antes de moverse hacia el anarquismo. Sébastien Faure, el más activo orador y escritor del movimiento francés por medio siglo, iba a pertenecer a la Iglesia y comenzó por rechazar el Catolicismo y pasar del anti-clericalismo y el socialismo hacia el anarquismo. Andre Lourot, un importante individualista francés anterior a la Primera Guerra Mundial, fue entonces un importante librepensador por medio siglo. Johann Most, el más conocido anarquista alemán por un cuarto de siglo, que escribió feroces panfletos sobre la necesidad de la violencia para destruir la sociedad existente, también escribió un feroz panfleto sobre la necesidad de destruir la religión sobrenatural llamado La Peste Religiosa (1883). Multatuli (Eduard Douwes Dekker), el gran escritor holandés, fue un importante ateo como también anarquista. Ferdinand Domela Nieuwenhuis, el más conocido anarquista holandés, fue un ministro Calvinista que comenzó por rechazar la religión antes de pasar por el socialismo en vías al anarquismo. Anton Constandse fue un importante anarquista y librepensador holandés. Emma Goldman y Alexander Berkman, los más conocidos anarquistas judíos norteamericanos, comenzaron por rechazar el Judaísmo y pasaron por el populismo hacia el anarquismo. Rudolf Rocker, el líder alemán de los anarquistas judíos en Gran Bretaña, fue otro hijo de la Ilustración y habló y escribió de temas tanto seculares como políticos. En España, el más grande movimiento anarquista del mundo, que ha sido con frecuencia descrito como un fenómeno cuasi-religioso, fue de hecho profundamente naturalista y secularista y anti-Cristiano como anti-clerical. Francisco Ferrer, el famoso anarquista español asesinado judicialmente en 1909, fue mejor conocido por fundar la Escuela Moderna, que intentó dar educación secular en un país católico. Los líderes de los movimientos anarquistas en Latinoamérica casi todos comenzaron rebelándose contra la Iglesia antes de rebelarse contra el Estado. Los fundadores de los movimientos anarquistas en India y China todos tuvieron que comenzar por descartar las religiones tradicionales de sus comunidades. En los Estados Unidos, Voltairine de Cleyre fue (como sugiere su nombre) hija de librepensadores, y escribió y habló sobre temas seculares tanto como políticos. Los dos anarquistas norteamericanos más conocidos hoy (ambos de origen judío) son Murray Bookchin, quien se autodenomina humanista ecológico, y Noam Chomsky, quien se autodenomina racionalista científico. Dos figuras prominentes de una generación más joven, Fred Woodworth y Chaz Bufe, son ateos militantes y anarquistas. Y así.
Este patrón prevalece en Gran Bretaña. No solo William Godwin sino casi todos los libertarios se han opuesto a la religión ortodoxa y a la política ortodoxa. William Morris, Oscar Wilde, Charlotte Wilson, Joseph Lane, Henry Seymour (quien fue activo en la National Secular Society antes de ayudar a fundar el movimiento anarquista británico), James Tochatti (quien fue activo en la British Secular Union antes de volcarse al socialismo el anarquismo), Alfred Marsh (el hijo del yerno de G. J. Holyoake, quien fundó el movimiento secularista), Guy Aldred (quien rápidamente pasó del Crisianismo evangélico al secularismo y el socialismo, hacia el anarcosindicalismo), A. S. Neill (cuya obra educativa se opuso a la ortodoxia religiosa y ética tanto como a la ortodoxia política y social), y así. Y por supuesto Shelley es el poeta laureado de ateos y anarquistas.
Ha habido pocos estudios serios sobre psicología anarquista, pero aquellos que existen concuerdan en que el primer paso hacia el anarquismo es con frecuencia el rechazo a la religión. No obstante, hay bastantes excepciones a esta regla. En Gran Bretaña, por ejemplo, Edward Carpenter fue un místico, Herbert Read veía al anarquismo como una filosofía religiosa, Alex Comfort pasó del humanismo científico al cuasi-religioso, Colin MacInnes veía al anarquismo como una especie de religión; en los Estados Unidos, Paul Goodman rechazó el Judaísmo pero retuvo una especie de religión, y el absurdo del New Age ha infectado a anarquistas tanto como a otros radicales. Pero la gran excepción es el fenómeno del anarquismo Cristiano y el anarcopacifismo religioso. Por sobre todo, León Tolstói, quien rechazó todas las ortodoxias, tanto de la religión como de la política, ejerció doble presión hacia el anarquismo “aunque siempre repudió al movimiento anarquista” y hacia la religión empujando a los cristianos hacia su versión idiosincrática del anarquismo tanto como empujó a los anarquistas hacia su versión idiosincrática del Cristianismo. Influyó a los movimientos occidentales por la paz (incluyendo a figuras como Bart de Ligt y Aldous Huxley, Danilo Dolci y Ronald Sampson), y también a movimientos del Tercer Mundo (especialmente India, incluyendo a figuras como M. K. Gandhi y J. P. Narayan). Un desarrollo similar en los Estados unidos es el movimiento del trabajador católico (incluyendo figuras como Dorothy Day y Ammon Hennacy).
La conclusión entonces es que hay por cierto una fuerte correlación entre anarquismo y ateísmo, pero que no es completa, y no es necesaria. La mayoría de los anarquistas son no-religiosos o anti-religiosos, y la mayoría toma su ateísmo por hecho, pero algunos anarquistas son religiosos. Hay por lo tanto varias perspectivas libertarias válidas sobre la religión. Tal vez la más persuasiva y productiva es aquella expresada por Karl Marx (antes que se hiciera “marxista”) en el famoso pasaje de su ensayo «Hacia la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel» (1884):
“La miseria religiosa es, a la vez, la expresión de la miseria real y la protesta contra ella. La religión es el sollozo de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, el espíritu de una época privada de espíritu. Es el opio del pueblo. La abolición de la religión como felicidad ilusoria del pueblo es necesaria para su real felicidad. La demanda por renunciar a las ilusiones sobre su condición es la demanda por renunciar a una condición que requiere de ilusiones. La crítica de la religión es por lo tanto un embrión de la crítica del valle de lágrimas cuyo halo es la religión.”
La verdadera actitud anarquista hacia la religión es por seguro atacar no tanto a la fe o a la Iglesia como a qué es lo que hay en tantas personas que requieren de la fe y la Iglesia, tal como la verdadera actitud anarquista hacia la política es por seguro atacar no tanto a la obediencia o al Estado como a qué es lo que hay en tantas personas que requieren de la obediencia y del Estado, la voluntad de creer y la voluntad de obedecer. Y la última esperanza anarquista sobre la religión y la política es que, tal como la Iglesia alguna vez pareció ser necesaria para la existencia humana pero ahora se marchita, así el Estado aún parece necesario para la existencia humana pero también se marchitará, hasta que ambas instituciones desaparezcan finalmente. Puede que aún terminemos Sin Dios Ni Amo!
[1] En la obra Antígona (c. 440 a.e.c.) de Sófocles, Creonte dice por cierto en respuesta a su rebelión, «No hay mayor mal que la anarquía», uno de los usos más tempranos de la palabra en el doble sentido peyorativo.