Pendleton Vandiver
Feminismo: una perspectiva anarquista masculina
“Yo misma, jamás he sido capaz de encontrar qué es el feminismo:
solo sé que la gente me llama feminista cuando quiera que expreso sentimientos que me diferencian de un felpudo”.
Rebeca West[1], The Clarion, 1913.
La mayoría de las personas en el medio anarquista —sean mujeres u hombres— discreparían, al menos por principio, con la mayoría de las afirmaciones que siguen: que hay dos categorías inmutables y naturales bajo las cuales todos los seres humanos somos clasificados: macho y hembra. Un macho humano es un hombre, y una hembra humana es una mujer. Las mujeres son inherentemente inferiores a los hombres. Los hombres son más inteligentes y más fuertes que las mujeres; las mujeres son más emocionales y delicadas. Las mujeres existen para el beneficio de los hombres. Si un hombre demanda sexo de su esposa, es deber de ella complacerlo, sin importar si está de acuerdo o no. Un hombre puede forzar a una mujer a tener sexo con él, siempre que tenga una buena razón para realizar esta demanda. Los humanos son considerados, en un sentido universal, como macho (“hombre”), y solo nos referimos a la hembra cuando hablamos de individuos particulares. Las mujeres son una forma de propiedad. El reclamar derechos para las mujeres es equivalente a reclamar derechos para los animales y casi igual de absurdo.
Tan ridículas como estas afirmaciones puedan parecernos, cada una de ellas ha sido considerada obvia y natural para la mayoría de Occidente en un punto u otro, y muchas son todavía en la actualidad más la regla que la excepción. Si muchas de ellas nos parecen una poco extrañas, chocantes o directamente erróneas, ello no se debe a que contradigan alguna vaga noción de justicia o de sentido común con el que todos hemos nacido. Al contrario, el cambio en la actitud que nos permite a la mayoría de nosotros reclamar un punto de vista más iluminado, más aparentemente natural, es en realidad el resultado de una lucha en proceso que ha reclamado muchas reputaciones, relaciones y vidas durante los últimos 200 años y la cual, como todas las luchas de la liberación, ha sido desacreditada, difamada y marginalizada desde sus inicios. A pesar que esta lucha ha sido y todavía es, estratégicamente diversa, conceptualmente multifacética y por tanto difícil de definir, no es difícil de denominar: me refiero, por supuesto, al feminismo.
El feminismo ha cambiado nuestra cultura hasta el punto donde al menos es una idea comúnmente aceptada que las mujeres son plenamente humanas. Si la mayor parte de la población se manifiesta de acuerdo con esta idea, esto no es porque la sociedad se haya vuelto más benevolente, o porque naturalmente haya evolucionado hacia un estado de relaciones más igualitario. Aquellos que poseen el poder no deciden simplemente garantizar un estado igualitario a quienes no; antes bien, ellos solo ceden poder cuando son forzados a esto. Las mujeres, como cualquier otro grupo oprimido, han debido realizar todo el avance obtenido, a través de un arduo proceso de lucha. El negar esta lucha significa perpetuar un mito similar al del esclavo feliz. Aun así, es precisamente lo que hacemos cuando hablamos del feminismo como perpetuando de alguna manera la división de género, o entorpeciendo nuestro progreso más allá de las políticas de identidad. El feminismo no creó el conflicto entre los géneros: la sociedad patriarcal lo hizo. Es importante no olvidarse que la idea antes mencionada, de que las mujeres son completamente humanas no es de sentido común, sino que es absoluta y enfáticamente una noción feminista. Llenarse la boca hablando de la liberación de las mujeres mientras se niega la lucha histórica de las mujeres para obtenerla por ellas mismas, es paternalista e insultante.
No solo la sociedad Occidental abiertamente relegó a las mujeres a un rol subhumano a lo largo de su historia, sino que, hasta hace poco, la mayoría de los movimientos de liberación también lo hacían. Esto ha sido frecuentemente inconsciente, en parte, como reflejo de estructuras sociales fundamentales de la cultura dominante. Sin embargo, igual de frecuentemente ha sido completamente consciente e intencional (cf. la famosa cita de Stokely Charmichael[2] sobre que “la única posición” para las mujeres en el Comité Coordinador de Estudiantes No Violentos —Student Nonviolent Coodinating Commitee - SNCC— era “boca abajo”). De una u otra forma, gente que se decía estar trabajando por la emancipación de todos los seres humanos, estaban realmente solo trabajando por la emancipación del “hombre”, la cual fue hasta hace poco, la forma exacta en la que usualmente se expresaba dicha idea. A las mujeres que se quejaban de este estado de cosas les era (y les es) condescendientemente dicho que esperen hasta que luchas más importantes sean ganadas, antes de demandar su propia liberación. Esto ha sido cierto respecto de la abolición de la esclavitud, del movimiento por los derechos civiles, el movimiento anti-bélico, la Nueva Izquierda, del movimiento antinuclear, el ecologismo radical y, obviamente, del anarquismo. Las mujeres han sido criticadas por perseguir fines feministas, como si estos estuvieran mal direccionados, o fueran contra-revolucionarios, o poco importantes. Los anarquistas no se despertaron una mañana simplemente con perspectivas más iluminadas sobre las mujeres, ni el patriarcado espontáneamente se reveló a sí mismo como “solo otra forma de dominación”. La teoría y la práctica Feminista trajeron a la luz la opresión de las mujeres, que frecuentemente se manifestaba a sí misma en ambientes que son revolucionarios en otros aspectos.
Esto no es lo mismo que decir que todas las feministas no fueron/son anarquistas, o que todos los anarquistas no fueron/son feministas. Pero el feminismo es frecuentemente criticado en el medio anarquista, desde varios ángulos. Intentaré discutir las críticas más comunes que he escuchado, en público y en privado, en círculos anarquistas. Se ha sugerido que el feminismo es esencialista. También se ha sugerido que el feminismo, al mantener sus perspectivas esencialistas, es una filosofía que afirma la superioridad, de una u otra manera, de las mujeres sobre los hombres. Finalmente, se ha acusado al feminismo de perpetuar las categorías de los géneros, cuando la tarea revolucionaria es moverse más allá de los géneros. En otras palabras, el feminismo ha sido acusado del tipo de política de la identidad que perpetúa los dañinos roles que dividen a la sociedad, y en última instancia oprimen a todos.
La única cosa que tiene en común todas estas acusaciones, es que ellas postulan una entidad singular, más o menos unívoca, denominada “feminismo”. Sin embargo, quien quiera que estudia el Feminismo, pronto aprehende que siempre ha existido una justa cantidad de diversidad dentro de la teoría feminista; y esto nunca ha sido más cierto que ahora. No hay una sola tendencia de ideas sobre sexo y género que represente al Feminismo; el Feminismo es una categoría amplia que engloba todas las formas de pensamiento y acción que están explícitamente preocupadas con la liberación de las mujeres.
Aunque el Feminismo ha sido usualmente acusado de esencialismo [por sus detractores], esta crítica es particularmente fuerte dentro del feminismo mismo, y así lo ha sido durante algún tiempo. El esencialismo es la idea de que existe una substancia inmutable o esencia que constituye la verdadera identidad de las personas o cosas. En este posicionamiento, una mujer es de alguna manera verdaderamente identificable como una mujer, en lo profundo de sus entrañas; ser una mujer no es el simple resultado de diferentes atributos y comportamientos. Esta postura es vista por muchos como retrógrada, porque implica que las personas están limitadas a ciertas capacidades y comportamientos que son, de alguna manera, dictados por su naturaleza.
Cuando examinamos el rango de las ideas que han emergido de la segunda ola feminista (post-1963, aprox.), sin embargo, una imagen diferente es la que se revela. Probablemente la más famosa cita de “El Segundo Sexo”, el trabajo seminal de Simone de Beauvoir de los años 40, es la que sigue; “No se nace mujer: una llega a serlo”. El libro argumenta que el género es una categoría social, que los individuos pueden rechazar. La influencia de “El Segundo Sexo” fue enorme, y Beauvoir no fue la única feminista en cuestionar la naturalidad de la categoría de género. Muchas escritoras feministas empezaron a dibujar la distinción entre sexo y género, afirmando que el primero describe el cuerpo físico, mientras que el último es una categoría cultural. Por ejemplo, tener un pene es algo que pertenece al sexo; mientras que cómo uno se viste y el rol social que desarrolla, pertenecen al género.
Esta es una distinción que algunas feministas todavía realizan, pero otras han cuestionado el uso de categorías pre-culturales como sexo en su conjunto. Colette Guillaumin[3] ha sugerido que el sexo (tanto como la raza) es un sistema arbitrario de “marcas” que no posee ningún estatus natural, sino que simplemente sirve a los intereses de quien posee el poder. Así, aunque varias diferencias físicas existen entre las personas, está políticamente determinado cuales son elegidas como importantes o definitivas. Incluso si las personas son divididas en categorías supuestamente naturales sobre la base de estas marcas, no hay nada natural respecto de ninguna categoría; ya que las categorías son conceptos puros.
Construyendo sobre los trabajos de Beauvoir y Guillaumin, entre otros, Monique Wittig[4] ha argumentado que la meta feminista es eliminar al sexo y/o género enteramente como categoría. Como el proletariado en la filosofía de Marx, las mujeres deben constituirse ellas mismas en clase para poder lograr la destitución del sistema que permite que las clases existan. Uno no nace mujer, excepto en el mismo sentido en que uno nace proletario: ser una mujer denota una posición social y ciertas prácticas sociales, más bien que una esencia o identidad verdadera. El último objetivo político de la mujer, para Wittig, es el no ser una [mujer]. Más recientemente, Judith Butler ha predicado una teoría de género basada completamente sobre el rechazo radical de la esencia.
Por supuesto, que ha habido un número de feministas quienes, perturbadas por lo que ellas percibían como una tendencia asimilacionista en el feminismo, afirmaron una noción más positiva de la femineidad que fue, por momentos, indudablemente esencialista. Susan Brownmiller[5], en su importante libro “Against Our Wills (En contra de nuestras voluntades)”, sugiere que los hombres pueden estar genéticamente predispuestos a la violación, una noción de la que Andrea Dworkin[6] se ha hecho eco. Una feminista marxista como Shulamite Firestones observó la base material de la opresión de género en el rol reproductivo femenino, y varias teóricas feministas —Nancy Chodorow[7], Sherry Ortner[8] y Juliet Mitchell[9], entre otras— han examinado el rol de la maternidad en la creación de opresivos roles de género. Feministas del movimiento “La mujer identificada con la mujer”,[10] como Mary Daly[11] adoptaron ciertas nociones tradicionales de femineidad y buscaron la forma de darles un giro positivo. Y aunque miembros del movimiento de “La mujer identificada...”, en ocasiones, tomaran posiciones esencialistas, esta rama del feminismo ha redefinido algunos desequilibrios de esa otra rama del pensamiento feminista que rechaza la femineidad en bloque como una forma de esclavitud de la identidad. Esta ha sido siempre la dicotomía que problematizaba a las pensadoras feministas: o afirman una identidad femenina fuerte y se arriesgan a legitimizar los roles tradicionales y a proveer municiones para quienes emplean la idea de las diferencias naturales con el fin de oprimir a la mujer; o rechazan el rol y la identidad que a las mujeres les ha sido dado, y se arriesgan a eliminar la base misma de la crítica feminista. La tarea del feminismo contemporáneo es encontrar un balance entre los puntos de vista que se arriesgan, por un lado, al esencialismo, y los que, por el otro, se arriesgan a la eliminación completa de las mujeres como sujetos de lucha política.
La meta del feminismo es, por tanto, la liberación de las mujeres, pero qué es lo que esto exactamente significa está abierto a disputa. Para algunas feministas, esto significa que mujeres y hombres deben coexistir como iguales; para otras, que ya no veamos a las personas como mujeres y hombres. El Feminismo nos provee de un rico panorama de perspectivas sobre los problemas de género. Una de las cosas en las que todas las feministas pueden acordar es que los problemas de género existen. Sea como resultado de diferencias naturales o de construcciones culturales, las personas son oprimidas en base al género. Para ir más allá del género, la situación necesita ser redefinida; no podemos simplemente declarar la defunción del género. El Feminismo puede quizás ser definido mejor como la tentativa de ir más allá del estado de cosas dónde las personas son oprimidas por causa del género. Por lo tanto, no es posible ir más allá del género sin el feminismo; la acusación de que el Feminismo en sí mismo perpetúa las categorías del género es patentemente absurda.
Dado que la anarquía se opone a todas las formas de dominación, anarquía sin feminismo no es anarquía en absoluto. Dado que la anarquía se declara a sí misma como opuesta a toda arque (arkhé), a toda ley, la verdadera anarquía se halla por definición opuesta al patriarcado, y es, por definición feminista. Pero no es suficiente el declararse opuesto a toda forma de dominación; uno necesita intentar entender [en qué consiste] la dominación con el fin de oponérsele. Las autoras feministas deberían ser leídas por todos los anarquistas quienes se consideran opuestos al patriarcado. La crítica feminista es ciertamente igual de relevante como los libros sobre opresión gubernamental. El excelente libro “Agentes de la Represión” de Ward Churchill,[12] es considerado como una lectura esencial por muchos anarquistas, incluso aunque Churchill no es anarquista. Muchas obras feministas son olvidadas, por el otro lado, incluso por aquellos que se llenan los labios con el feminismo. Aun así, mientras que la represión por parte del FBI es una amenaza real para los anarquistas, la forma en que desarrollamos nuestros roles de género es algo con lo que debemos lidiar cada día de nuestras vidas. Por lo tanto, la literatura feminista es más relevante para la lucha diaria contra la opresión que mucha de la literatura que los anarquistas leen regularmente.
Si el anarquismo necesita del feminismo, el feminismo ciertamente necesita del anarquismo también. El fallo de algunas teóricas feministas radicales al considerar la dominación más allá de la situación de las mujeres victimizadas por los hombres, les ha impedido desarrollar una adecuada crítica de la opresión. Como un prominente escritor anarquista lo ha señalado correctamente, una agenda política basada en pedirles a los hombres que cedan sus privilegios (suponiendo que fuera posible) es absurda. Feministas como Irigaray,[13] MacKinnon[14] y Dworkin abogan por reformas legislativas, sin criticar la naturaleza opresiva del estado. El feminismo separatista (particularmente como es enunciado por Marilyn Frye[15]) es una estrategia práctica, y quizás necesaria, pero solo dentro del contexto de una sociedad más amplia, que es asumida como estando estratificada en base al género. El Feminismo es verdaderamente radical cuando busca eliminar las condiciones que hacen inevitable la opresión basada en el género.
El anarquismo y el feminismo claramente se necesitan el uno al otro. Está bien decir que una vez que la fuente primaria de opresión (cualquiera ella sea) es removida, todas las otras opresiones se marchitarán, pero ¿qué evidencia tenemos de ello? Y ahora, ¿qué es lo que nos impide oprimirnos los unos a los otros ahora, mientras esperamos esta gran revolución? De igual manera, es importante reconocer que la opresión de las mujeres no es solo opresión. Los argumentos sobre cuáles formas de opresión son más importantes, o más primarias, son irresolubles y necios. El valor y el riesgo del anarquismo es este: que busca eliminar todas las formas de dominación. Esta finalidad es importante porque no pierde de vista el bosque por el árbol, al quedarse atrapada en batallas de distracción reformistas y al olvidar la trayectoria hacia la liberación total. Pero también es peligrosa porque el anarquismo continuamente corre el riesgo de ignorar situaciones de la vida real en favor de abstracciones, no apoyando o disminuyendo el valor los movimientos que atacan cuestiones específicas. ¡Tengamos un anarquismo feminista y un feminismo anarquista!
[1] Rebecca West (1892-1983): militante sufragista feminista, escritora y crítica literaria británica de amplia fama durante la primera mitad del siglo XX; estuvo relacionada con el escritor H. G. Wells, con quien tuvo un hijo extramarital. Denunció la expulsión de Emma Goldman por parte del gobierno de los Estados Unidos, como consecuencia de la persecución política. Fuertemente critica de la Revolución Bolchevique, fue de las primeras en denunciar sus excesos criminales. Fue una ferviente antifascista, que atacó igualmente a los gobiernos conservadores ingleses por promover la política de concesiones territoriales, como a sus colegas izquierdistas por fomentar el pacifismo a ultranza respecto de Hitler.
[2] Stokely Charmichael (1941-1998): militante y líder del movimiento estudiantil pro Derechos Civiles durante la primera mitad de los años 60 (Student Nonviolent Coordinating Committee – SNCC), participó también del movimiento antibélico contra Vietnam y del movimiento de Poder Negro (Black Power), llegando a ser primer ministro honorario del Partido de las Panteras Negras [Black Panther Party (BPP)].
[3] Colette Guillaumin (1934): Socióloga y feminista francesa; investigadora del CNRS. Fue una de las primeras sociólogas en recordar que la noción de “raza” no posee ningún valor científico (que es una forma de clasificación arbitraria); desmontando los discursos esencialistas que legitiman la discriminación. Desde fines de los años 60 se interesó por el feminismo, llegando a colaborar con Simone de Beauvoir en la revista “Questions féministes”.
[4] Monique Wittig (1935-2003): novelista y teórica feminista francesa; fue una de las primeras teóricas feministas que interrogó la heterosexualidad no solo como sexualidad, sino como un régimen político que debe ser derrocado. Wittig critica a las feministas contemporáneas que proponen reparar, más que eliminar el sistema. Como feminista materialista creía que las categorías “hombre” y “mujer” existen solamente en un sistema heterosexual, por lo que la destrucción del mismo implica el fin de dichas categorías.
[5] Susan Brownmiller (1935): escritora y militante feminista estadounidense. En su obra “Against Our Will: Men, Women, and Rape”, expresa que la violación ha sido previamente definida por los hombres, quienes la utilizan como un medio para perpetuar la dominación masculina sobre las mujeres al mantenerlas en estado de miedo constante.
[6] Andrea Dworkin (1946-2005): escritora y militante feminista anti-pornografía. Centraba su crítica de la pornografía en el qué esta actividad estaba ligada a la violación y a otras formas de violencia contra la mujer.
[7] Nancy Chodorow (1944): socióloga y psicoanalista feminista estadounidense. Su obra “La reproducción de la maternidad: Psicoanálisis y Sociología del Género” (The Reproduction of Mothering: Psychoanalysis and the Sociology of Gender, 1978), es considerada como una de las más influyentes de la sociología contemporánea. Desarrollando su obra sobre las líneas de Freud, Karen Horney y Melanie Klein, Chodorow nota que los infantes nacen bisexuales y forman sus egos en reacción a la figura dominante de la madre. Dependiendo de si es niño o niña, desarrollara experiencia del amor como relación diádica (niño-madre) o tríadica (niña-madre-padre), y es el contraste entre esas experiencias explica la construcción social de los roles de género y así como la degradación universal de la mujer en la cultura.
[8] Sherry B. Ortner (1949): antropóloga cultural y académica feminista estadounidense. Es una de las principales exponentes de la “Teoría de la Práctica”; centrándose en cuestiones relacionadas a la resistencia y transformación social.
[9] Juliet Mitchell (1940): psicoanalista y militante feminista socialista británica. Es principalmente reconocida por su obra “Psychoanalysis and feminism: Freud, Reich, Laing, and women” (1974), dónde realiza una de las más acabadas reconciliaciones entre las teorías psicoanalíticas y feministas: al utilizar los prejuicios del mismo Freud en sus consideraciones sobre la masculinidad y la femineidad como base para criticar el patriarcado en sí mismo. Al insistir en la utilidad de Freud para la teoría feminista, en su interpretación lacaniana principalmente, posibilito otros trabajos críticos sobre la temática de género y psicoanálisis.
[10] “La mujer identificada con la mujer (The Woman-Identified Woman)”: Manifiesto histórico del feminismo radical lésbico, distribuido entre las asistentes al “Segundo congreso para unir a las mujeres” (Second Congress to Unite Women)de 1970, en Nueva York, como acto de protesta por la exclusión de las portavoces lesbianas del congreso. Fue escrito por el colectivo “Radicalesbians” (Lesbianas Radicales: Artemis March, Lois Hart, Rita Mae Brown, Ellen Shumsky, Cynthia Funk, Karla Jay, entre otras.), e identifica la liberación de las lesbianas como factor central en la liberación de las mujeres.
[11] Mary Daly (1928 - 2010): filosofa, teóloga, académica y teórica del feminismo estadounidense. Se describía a sí misma una “lesbiana feminista radical”, autora de numerosas obras, es principalmente reconocida por los argumentos que expone en su obra “Beyond God the Father” (Más allá de Dios el Padre, 1973). En esta obra ella desarrolla su teología sistemática, al modo de Paul Tillich. Comúnmente considerado un trabajo fundacional en teología feminista, “Más allá...” expone su tentativa de explicar y superar el androcentrismo en las religiones Occidentales.
[12] Ward LeRoy Churchill (1947): escritor, académico y activista político estadounidense. Su trabajo se focaliza principalmente en el trato histórico recibido por disidentes políticos y aborígenes por el gobierno de los Estados Unidos, siendo su obra “Agents of Repression” (1988) considerado un clásico de la izquierda estadounidense — en ella da cuenta de la persecución por parte del FBI de activistas del Partido de las Panteras Negras y del movimiento aborigen estadounidense, desde fines de los años 60 y durante los 70.
[13] Luce Irigaray (1930): filosofa, lingüista, psicoanalista y teórica cultural feminista francesa. Conocida por su obra “Espéculo de la otra mujer” (Spéculum de l'autre femme, 1974) y la áspera disputa sostenida con Lacan a raíz de la misma: en esta obra desarrolla la exclusión de la mujer del lenguaje mismo y, a partir de ella, de las otras esferas de la vida. En otras obras, desarrollando la teoría de Marx de la mercancía, argumenta que las mujeres son intercambiadas entre los hombres de forma similar a cualquier otra mercancía: ella sostiene que la sociedad como todo está fundada en este intercambio de las mujeres. El valor de cambio de las mujeres es determinado por la sociedad, mientras que el valor de uso se determina en relación a sus cualidades naturales. De esta manera las mujeres mismas son dividas según su valor sea de uso o de intercambio; siendo deseable solo por este último. De esta forma la sociedad crea tres tipos de mujeres: la madre (que es todo valor de uso); la virgen (que es todo valor de intercambio); y la prostituta (que incorpora ambos valores).
[14] Catharine Alice MacKinnon (1946): abogada, académica y militante feminista radical estadounidense. Su obra se centra principalmente en las temáticas del acoso sexual, la lucha contra la pornografía y teoría política.
[15] Marilyn Frye (1941): filosofa y teórica del feminismo radical estadounidense. Su obra abarca las cuestiones del sexismo, el racismo, la opresión y la sexualidad: sus escritos son reconocidos por la claridad y profundidad en la que discute en clave feminista cuestiones como el supremacismo blanco, los privilegios masculinos y la marginalización de gay y lesbianas.