Peter Gelderloos
El auge de la jerarquía
Al trazar el origen de las jerarquías sociales y sistemas de control, muchos teóricos radicales toman una postura materialista, y atribuyen la conducta autoritaria a excedentes resultantes de la producción agrícola y otros aspectos del proceso de civilización. El hecho de que algunas sociedades no agrícolas de cazadores-recolectores desarrollaron estructuras sociales jerárquicas ofrece una contradicción crítica a la visión materialista, y presenta la clave para comprender el origen de la jerarquía. Los anarquistas, ya sea que queramos abolir todo artefacto cultural de la civilización occidental por inherentemente opresor o retener ciertos aspectos de la civilización, haríamos bien en aprender el grado parcial en el que la civilización y la jerarquía son concomitantes.
La civilización entendida etimológica y culturalmente como el sometimiento de seres humanos a un poder centralizado o común “para mantenerles a todos atemorizados” en palabras de Hobbes, o para volverles ciudadanos, podemos volcarnos a pueblos cazadores-recolectores como claros ejemplos de sociedades sin Estado. Las dos formas principales de jerarquía evidenciadas en algunas de estas sociedades son el patriarcado y la gerontocracia. Varios grupos cazadores-recolectores son patriarcados nacientes. Por ejemplo, entre los Aché de los bosques amazónicos, la división sexual del trabajo es absoluto, y los hombres disfrutan de mayor influencia en la toma de decisiones. Los Aranda de la Australia central también otorgan mayor influencia política a los hombres dentro del grupo. Adicionalmente, la propiedad de tierra comunal, que es la fuente de identidad de cada banda, se traza a través de la línea paterna (de padre a hijo).
La gerontocracia, jerarquía basada en la edad y dominada por los ancianos, es particularmente desarrollada entre los Aranda, política, social y espiritualmente. En general, los niños Aranda no son participantes activos en los asuntos del grupo, mientras que a los hombres ancianos se les otorga posiciones de liderazgo, y la religión de los Aranda está basada en la veneración de ancestros(Lee and Daly, 1999).
Los Mbuti del bosque Ituri del África central ofrecen un excelente contraste al demostrar cuán no-jerárquica puede ser una sociedad (los Hadza de las praderas de Tanzania también practican la organización social igualitaria, aunque hay menos bibliografía disponible sobre ellos). Aunque los Mbuti practican algo de división sexual del trabajo, la división no es estricta, y con frecuencia se manifiesta en distintas funciones en la misma actividad, con mujeres y hombres trabajando juntos, para criar a los hijos o para reunir alimentos. Los Mbuti minimizan el género, y excepto para distinguir entre madres y padres usan etiquetas y pronombres familiares neutrales. Los Mbuti forman tradicionalmente parejas exclusivas e incluso de por vida para criar a los niños, pero el “matrimonio” Mbuti no prohíbe el sexo o el amor extra-marital.
Uno de los rituales Mbuti más importantes comienza como un juego de tirar la cuerda, con los hombres por un lado y las mujeres por el otro. Pero tan pronto como un lado comienza a ganar, un miembro del lado ganador cambia de equipo, y pretende ser un miembro del sexo opuesto, para restablecer el equilibrio. La final del juego, todos han cambiado su género múltiples veces, y todos ríen, habiendo exorcizado tensiones de género (Turnbull, 1983).
Los Mbuti son además una sociedad igualitaria en lo etario. Proveen de un campo de autonomía y un rol de importancia a cada uno de los cinco grupos etarios: infantes, niños, jóvenes, adultos, y ancianos. Cada grupo etario tiene un poder reconocido voluntariamente sobre los otros, y lo que hace un buen funcionamiento de un grupo Mbuti es la simbiosis saludable de los distintos grupos. Los jóvenes, por ejemplo, son considerados los defensores de la justicia, y es su función intervenir en problemas o conflictos internos del grupo. Los adultos, aunque tienen influencia sustancial como proveedores de sustento, son también criticados por ser las fuentes principales de akami, “ruido” o conflicto, dentro del grupo. El rol de los ancianos es reconciliar conflictos.
Aunque las formas embrionarias de patriarcado y gerontocracia exhibidas por algunos grupos cazadores-recolectores son inocuas comparadas con las dinámicas jerárquicas de las civilizaciones basadas en la acumulación, la combinación de los dos sistemas es un hito crítico en el auge de la organización social jerárquica. La combinación histórica, que casi siempre precede al desarrollo de la agricultura, demarca las primeras jerarquías dinámicas.
La división permanente entre hombres y mujeres es reforzada por la jerarquía etaria, que con el tiempo confiere privilegios a cambio de cooperación con el sistema jerárquico. Una minoría de elite, hombres ancianos, sostienen una influencia desproporcionada y los comienzos del poder político. Mientras tanto, la promesa de eventual inclusión a la elite alienta a los hombres jóvenes a cooperar con la jerarquía. Las mujeres, también, son más propensas a cooperar con su propio desempoderamiento; aún cuando nunca ascenderán a un rol de elite, aún pueden obtener un estatus elevado a medida que envejecen al participar de la jerarquía.
Pareciera que la gerontocracia también hace posible una forma rudimentaria de control en una sociedad sin Estado. Los grados etarios que usan los Mbuti de modo libertario se convierten en instrumentos de autoridad política en muchas sociedades africanas occidentales, como los Ibo (horticultores sin Estado), que subordinan los jóvenes a los ancianos. La juventud, en vez de ser defensores autónomos de la justicia, juega una función de control al reforzar la voluntad del grupo etario por sobre ellos, tornando así las difusas sanciones (mecanismos de imposición sostenidos colectivamente) características de la anarquía en algo más cercano a las sanciones controladas centralmente, del Estado (Barclay, 1982). Esto se hace posible en una cultura en la que las personas mayores son vistas como líderes legítimo y los jóvenes buscan ganarse su favor.
En este contexto, el concepto de linaje se vuelve cada vez más importante. Los linajes segmentarios de muchas tribus africanas occidentales sin Estado parecen abrir un camino efectivo al desarrollo del gobierno. El liderazgo de “Gran Hombre” en muchos patriarcados simples, recolectores u horticultores, es demasiado inestable como para institucionalizar permanentemente el poder político (un hombre agresivo, fuerte, o capaz invita a la competencia y el resentimiento, pierde estas cualidades con la edad, y no las puede traspasar a un sucesor escogido). Pero los linajes segmentarios en los que cada agrupación —la familia, el sub-clan, el clan— es encabezada por un líder, el padre del linaje (un concepto que requiere solo línea paternal y gerontocracia), el control político sobre una gran población comienza a ser centralizado por una orden de líderes, de menor a mayor; el liderazgo se vuelve hereditario; y los prestigiosos linajes que han obtenido el liderazgo de las estructuras mayores (clanes o la tribu) adoptan una cualidad de liderazgo innata: una superioridad que se cree corre por su sangre.
La pregunta sigue siendo: ¿por qué algunos grupos humanos desarrollan estas formas de jerarquía, mientras otros no? El patriarcado se atribuye con frecuencia a que los hombres ganasen influencia por su rol de guerreros o proveedores. Pero muchos grupos cazadores-recolectores y horticulturales no practicaron la guerra, y no hay delineamiento claro de que estrategias políticas pacíficas sean siempre practicadas por grupos de igualdad etaria o de línea materna. Tampoco hay una correlación entre el rol de los hombres como proveedores y su rol de patriarcas. El patriarcado estaba tan desarrollado o más desarrollado en sociedades donde las mujeres proveían la mayor parte del alimento, por ejemplo los Aranda, que entre grupos como los Aché, donde los hombres proveían aproximadamente el 80% de la dieta.
Por el contrario, el patriarcado parece ser un resultado posible en cualquier grupo humano que no se organiza específicamente para prevenirlo. Las distinciones de género son un eje obvio de conflicto en los grupos humanos, y superar el conflicto debe ser una actividad constante en toda sociedad. El desarrollo del patriarcado no es inevitable, ni tampoco natural, es simplemente conveniente — para aquellos que desean obtener poder social, y tomar la salida fácil al lidiar con problemas de grupo.
Las prácticas e instituciones sociales para prevenir o resistir el desarrollo del patriarcado han sido múltiples. Van desde rituales niveladores de género como los practicados por los Mbuti, a la acción colectiva ritualizada, donde se incluyen sesiones de insultos por toda la noche y posible destrucción de propiedad, practicada por la mujeres Igbo contra los culpables de haber violado los derechos de una mujer o transgredido en la esfera femenina de la actividad económica (Van Allen, 1972).
Entre las etapas de desarrollo patriarcal descritas por Gerda Lerner (1986) se incluye la remoción de las mujeres desde lo divino, mayormente pronunciada en el desarrollo monoteísta de un solo dios masculino; la creación del mito cultural de que las mujeres son espiritual y mentalmente incompletas, como en la filosofía aristotélica; y la creación de leyes o costumbres sociales que gobiernan la sexualidad de las mujeres, como es el caso del código de Hammurabi.
Añadiría que la primera y más importante etapa del patriarcado es la conceptualización de identidades de género rígidas. Riane Eisler (1987) y un número de otras feministas liberales, en un sincero intento por liberar una historia anti-patriarcal, han resucitado una serie de sociedades mediterráneas dominadas por la simbología de la fertilidad femenina y marcadas por divisiones menos severas de clase y género, como evidencia de un pasado pre-patriarcal. Desafortunadamente, su investigación aún nos deja con un binario de género esencializado en el que la fuente de poder social de las mujeres es su habilidad de procrear. De hecho, la cooptación masculina de los símbolos de fertilidad femenina fue una etapa común de desarrollo en muchas sociedades patriarcales. Desde los Anasazi a los Minoanos, los sacerdotes hombres a cargo de las estructuras religiosas tempranas, usaban, e incluso vestían, símbolos inoni como señal de su poder (Donald y Hurcombe, 2000). Esto ocurre en conjunto con la cooptación de la fertilidad de la “Madre Tierra” por parte de los agricultores.
Una de las formas más tempranas de resistencia a nociones esencializadas de género conocidas fueron las obras de arte entre los cazadores-recolectores como también entre los horticultores y primeros agricultores. De hace miles de años, el arte en roca de los San, así como también pinturas y estatuillas de todo el mundo, con frecuencia contenían figuras andróginas, alentando una fluidez al concepto de género al desdibujar la distinción o presentando figuras que simultáneamente exhibían características femeninas y masculinas exageradas (y a menudo, también características de otros animales). La misma Eisler, inhibida por una lente esencialmente patriarcal, mal-representa su propia investigación, obviando mencionar que la mayoría de las estatuillas del neolítico en sus muestras no son femeninas, sino andróginas.
La agricultura y la civilización no crearon la jerarquía en los grupos humanos, ni tampoco la jerarquía condujo a la creación de la civilización, como es evidenciado en la existencia de sociedades igualitarias hortícolas y agrícolas. En vez, la jerarquía es el resultado de las estrategias sociales de un pueblo, pero la agricultura y otros progresos tecnológicos permiten que las jerarquías nacientes se vuelvan mucho más complejas, autoritarias, y violentas. Aún peor, las ventajas militares inherentes a la agricultura —como una mayor densidad de población, resistencia a la enfermedad por vivir con animales en comunidades sedentarias, y herramientas de metal— permiten que las jerarquías más desarrolladas de la civilización se extiendan expandiendo naciones y conquistando ejércitos.
Para aumentar nuestra comprensión, sería útil saber cómo se desarrolló la agricultura. Es importante comprender que el desarrollo de la agricultura no fue inevitable ni universal.
Aunque la vasta mayoría de las sociedades hoy se sustentan por medio de alguna forma de agricultura, la preeminencia de ésta es en gran parte resultado de la expansión de la población y de la dominación militar por parte de sociedades agrícolas. Quizás tan pocas como cinco sociedades desarrollaron independientemente la agricultura en toda la historia humana (en el Oriente Medio, China, el África sub-Sahara, Yucatán, y los Andes). Esto no quiere decir que la agricultura es una invención poco probable; muchos grupos cazadores-recolectores demuestran un conocimiento de la agricultura pero eligen no practicarla. Compensando sus ventajas militares, la agricultura se acompañó de un marcado declive en la salud humana, lo que ha sido descrito suficientemente en otras fuentes. La agricultura fue con frecuencia un invento impopular, extendiéndose por gran parte de Europa a menos de una milla por año (Diamond, 1992).
En el ejemplo mejor estudiado, el Oriente Medio, la agricultura se desarrolló antes en las alturas del Levante, al este del Mediterráneo. El proceso parece haber comenzado 12.500 años atrás, cuando cambios climáticos a fines de la Era del Hielo condujeron a un significativo incremento de cereales y frutos secos silvestres. Los cazadores-recolectores Natufienses en la región practicaron una estrategia recolectora simple, especializándose en granos y frutos secos de alta energía y fáciles de recolectar (Henry, 1989). En consecuencia, pasaron de ser nómades a semi-sedentarios, con moradas más permanentes donde el alimento podía almacenarse y las abundancias estacionales podían ser explotadas. Fue un simple asunto económico: tuvieron la oportunidad de vivir con menos esfuerzo, de modo que la tomaron.
Sin embargo, los recolectores complejos son poco comunes comparados con los recolectores simples, pues la estrategia recolectora compleja es menos adaptativa. Los recolectores complejos son más dependientes de un rango pequeño de alimentos, y por ende vulnerables a los caprichos del clima y a otros cambios naturales, y también son más sedentarios, y por ende no pueden extender su impacto ecológico. Hace 10.000 años, el clima cambió nuevamente, y el territorio de las poblaciones de cereales y frutos secos comenzó a reducirse. Los recolectores complejos se enfrentaron a una elección: adaptarse a los cambios en el ambiente revirtiéndose a una estrategia recolectora simple, o preservar artificialmente la abundancia de sus alimentos clave guardando y plantando las semillas. Algunos grupos escogieron volverse recolectores simples nuevamente, mientras otros desarrollaron la horticultura y la agricultura.
A estos primeros agricultores se les presentaron nuevas oportunidades. En las comunidades sedentarias, pudieron domesticar animales con mayor facilidad, desarrollar herramientas más grandes y complejas, y crear moradas y propiedades permanentes. Pudieron domesticar y manejar especies de cultivo almacenando y volviendo a plantar semillas con características favorables. Pudieron desarrollar el riego para cultivar y cosechar más allá de las capacidades del clima loca. Pudieron almacenar alimentos para tiempos en que sus cosechas básicas no estaban en temporada, reduciendo su necesidad de recolectar. Pudieron usar sus excedentes para sustentar a artesanos y a otros que no tomaran parte en la labranza. Pudieron saquear los almacenes de comunidades vecinas en tiempos de escasez, creando la guerra como la conocemos.
Las elecciones críticas de estos primeros agricultores, que han afectado a toda la historia humana desde entonces, habrían sido profundamente influenciadas por las estrategias sociales practicadas por cada grupo particular. Con toda probabilidad, algunas de las bandas y comunidades involucradas en el desarrollo temprano de la horticultura y la agricultura eran igualitarias, como los Mbuti, y otras probablemente practicaban el patriarcado, o la gerontocracia, o ambos.
Habría sido más probable que los grupos patriarcales, que viven en hogares monógamos, desarrollasen nociones de propiedad individual. Los grupos gerontocráticos, al desalentar el rol de la juventud de desafiar el status quo, habrían tolerado y tradicionalizado con mayor probabilidad la desigualdad social. Los grupos con un elite de hombres ancianos habrían probablemente desarrollado disparidades económicas, porque en tales grupos la mayoría hacía más trabajo y disfrutaba de menor salud que sus ancestros recolectores u horticultores, pero aquellos con autoridad de toma de decisiones, la elite, disfrutaba de los frutos de los excedentes.
Aunque las jerarquías que existían antes del desarrollo de la agricultura eran insustanciales, e incluso los grupos con jerarquías dinámicas, como los Aranda, aún exhiben una cultura de anti-autoritarismo, estas opciones tomaron lugar a través de siglos, y nadie en aquel momento hubiese sabido las desastrosas consecuencias de escoger estrategias levemente más autoritarias, capitalistas, o de guerra. Sin embargo, con el tiempo las grandes ventajas militares que correspondieron a sociedades practicantes de formas más complejas de agricultura (tener armas, soldados, el doble de población que tus vecinos) significaron que solo una comunidad que siguiese una estrategia agresiva pudo forzar a sus vecinos a una especie de carrera armamentista, presentándoles la opción de desarrollar sus tecnologías para seguir en competencia, o abandonar la zona, o ser invadidos, y asesinados o hechos esclavos.
Las comunidades ya lideradas por una elite, que perderían lo menos y se beneficiarían lo más de la guerra y de una producción incrementada, eran por cierto más prestas a intentar vencer o dominar a sus vecinos. No era contradictorio que una comunidad practicase la horticultura o la agricultura y aún retuviera una cultura de consenso, comunalismo, y ecocentrismo, pero tales comunidades no habrían participado en la carrera por las armas, y habrían sido conquistadas, dando paso al ascenso de la cultura de dominación y acumulación, y a la proliferación de la carrera armamentista. Es lo que ha estado ocurriendo desde entonces.
El significado de esta historia para los anti-autoritarios hoy es que las civilizaciones basadas en la dominación y la acumulación no se extendieron por ningún aseguramiento de mejoría material libremente escogido, sino por las ventajas militares, y el imperativo por dominar, instalados en tales civilizaciones. Aunque fue fácil para las civilizaciones basadas en la dominación subyugar a sociedades a su alrededor, otro sondeo histórico podría claramente mostrar que estas civilizaciones son bastante vulnerables a la tensión interna que surge desde el antagonismo que desarrollan razonablemente los sujetos hacia las estructuras de poder que les dominan. La historia reciente muestra con claridad suficiente que las ventajas militares inherentes en las civilizaciones basadas en la dominación no aplican a las rebeliones internas (siempre y cuando los rebeldes tengan un mínimo acceso a amplio apoyo y tecnologías en el rango de armas de fuego y explosivos). Lo que sea que ocurra tras la caída de la Autoridad, un amplio recuerdo cultural de los peligros de permitir que jerarquías opresoras se arraiguen puede ayudar a prevenir una recurrencia de los errores hechos por grupos humanos 10.000 años atrás, en un tiempo en que no podían saber las ramificaciones totales de sus actos. Las jerarquías opresoras no son inherentes a ningún modo material de existencia que los seres humanos escogiesen habitar (distinguiendo de modos que fueron implementados a la fuerza desde arriba, como parece ser universalmente en el caso del industrialismo de tipo occidental). En vez, las jerarquías opresoras permiten que las tecnologías se tornen opresoras, y que las tecnologías definan el rango de complejidad que aquellas jerarquías pueden desarrollar. Las jerarquías mismas, que alientan su propia reproducción (en parte a través del desarrollo de tecnologías que son implícitamente opresoras), caen dentro del rango de la conducta humana posible, pero pueden ser prevenidas cuando son comprendidas como una amenaza para la libertad y el bienestar humanos. Las preguntas sobre qué hacer con esta comprensión en el presente —qué tecnologías pueden mantenerse, cuáles pueden ser reformadas, y cuáles deben descartarse, así como también la pregunta de cómo estos nuevos modos materiales (con mayor probabilidad distintos modos para distintas biorregiones) interactuarán con nuestros esfuerzos por prevenir la jerarquía— siguen inexploradas e irresueltas.
Obras Citadas
Barclay, Harold, People Without Government: An Anthropology of Anarchy. London: Kahn and Averill, 1982.
Diamond, Jared, Guns, Germs, and Steel: The Fates of Human Societies. New York: W.W. Norton, 1997.
Donald, Moira, and Linda Hurcombe, eds., Representations of Gender from Prehistory to Present. New York: St. Martin’s Press, 2000
Eisler, Riane, The Chalice and the Blade. San Francisco: Harper Collins, 1995.
Henry, Donald O., From Foraging to Agriculture. Philadelphia: University of Philadelphia Press, 1989.
Lee, Richard B., and Richard Daly, ed., The Cambridge Encyclopedia of Hunters and Gatherers. Cambridge: Cambridge University Press, 1999.
Lerner, Gerda, The Creation of Patriarchy. New York: Oxford University Press, 1986.
Turnbull, Colin M., “The Mbuti Pygmies. Change and Adaption”. Philadelphia: Harcourt Brace College Publishers, 1983.
Van Allen, Judith. “Sitting On a Man”. Canadian Journal of African Studies. Vol. ii, 1972. 211–219.