Peter Gelderloos
Lenguaje elitista
El problema del lenguaje elitista surge con frecuencia cuando personas de un trasfondo de clase media y educación universitaria intentan comunicarse con el ‘público general’. Si aquellos que intentan la comunicación están embarcados en un emprendimiento comercial, pueden simplemente bajar la dificultad de su lenguaje al denominador común compartido por la audiencia promedio a la que apuntan, quizás apropiarse de algo de la jerga y símbolos culturales de dicha audiencia, y se aseguran de tener buenas ventas.
Sin embargo, si el motivo es más altruista, por ejemplo aquel de los activistas de clase media que intentan comunicarse con activistas de otros trasfondos, o compartir información, recursos, y opiniones con algún Público General, el problema se vuelve más complejo. Por buena razón y con bastante historia, el lenguaje de la academia, con el que muchos activistas de clase media se sienten cómodos, puede marginar o confundir a las personas que no recibieron una educación universitaria avanzada. Pero los problemas de nuestro mundo, desde el patriarcado al imperialismo, son patologías sistémicas que requieren, para comprenderlas, serio esfuerzo y atención. Y, en directa oposición a nuestra comprensión de estos problemas, hay un aparato cultural de un poder sin precedentes que manipula nuestros valores, nuestra ideología, nuestra historia, incluso nuestro lenguaje, para proteger el status quo. ¿Cómo podemos explicar ideas complejas e inextricables en un lenguaje simple —el cual ya es fuertemente controlado por la industria cultural— entregadas en segmentos breves y fácilmente digeribles, sensibles a los decrecientes intervalos de atención del Público General?
Creo que la respuesta obvia es, que no podemos. Necesitamos reconocer que el lenguaje en nuestra sociedad se utiliza como herramienta de control, y la tendencia hacia vocabularios más reducidos, sintaxis más simples, e intervalos de atención más cortos, es una de las formas más efectivas de despojo de poder ideados jamás. Resistir el embrutecimiento del lenguaje y desarrollar nuestra habilidad de pensar críticamente es una finalidad a largo plazo tan importante como obtener la autonomía y auto-suficiencia económica de la comunidad. El lenguaje requiere ser un sitio para la revolución; es un arma necesaria para todas las luchas sociales. Nuestro deber como activistas es utilizar nuestra educación para hacer accesible el lenguaje complejo, en vez de descartar todo lo no inmediatamente accesible con facilidad por la mayoría, por inherentemente inaccesible.
Pero para volver de la consideración del largo recorrido teórico y enfrentar el contexto presente, hay una validez sustancial en las críticas al lenguaje inaccesible. Éstas se han señalado en todas partes, y generalmente involucran un reconocimiento de que la educación completa es un privilegio retenido por unos pocos (predominantemente la clase media blanca), y que al hablar en el sofisticado lenguaje que acompaña a nuestra educación inhibimos la comprensión y simpatía de aquellos sin tal educación, e intencionalmente o sin intención mantenemos la influencia dentro de organizaciones y movimientos radicales en las manos de la élite educada. Vuelta doctrina, esta crítica es con frecuencia (mal) entendida a nivel básico como que las palabras largas y las frases complejas son indicadoras de privilegio, y el privilegio es malo. Falta en dicha versión popularizada de esta crítica la comprensión de que mientras la existencia de privilegio no está bien, existe un buen tipo de privilegio: aquel que debiese ser disfrutado por todos. La educación es uno de éstos.
Si la finalidad subyacente a estas críticas fuese desafiar al elitismo en el lenguaje, entonces veríamos una combinación consciente de lenguaje de mayor y menor sofisticación en la literatura radical, de modo que toda persona alfabetizada tuviese material tanto dentro como más allá de su nivel de comprensión, para darles así la bienvenida y también para desafiarles. Veríamos a activistas privilegiados usando conscientemente su lenguaje en un modo que invite a la comprensión. En realidad, o bien vemos radicales educados que ignoran el problema e ignoran a los segmentos menos educados de sus potenciales audiencias, o que intentan evitar el problema por medio de una abstinencia automática de vocabulario polisilábico, de análisis complejos, y discursos completos (léase: largos). La educación es anatematizada como burguesa, o en el decir más corriente, “exclusiva”, y en vez de resolver el problema, los activistas se unen a Fox News, USA Today, y la educación pública, contribuyendo a la masacre intelectual de las personas a las que supuestamente están ayudando.
Para conformar una consideración táctica del lenguaje elitista, debemos considerar algunas de las suposiciones inherentes en la crítica contra tal lenguaje. Una de las más fundamentales es el mito del Público General. Dice así: el Público General no es educado, y usar grandes palabras les margina. ¿Pero dónde exactamente trazamos la línea entre lo que es elitista y lo que no lo es? ¿La “mayoría de las personas” utiliza la palabra elitista? Cielos!: ¿es elitista la palabra misma elitista? ¿Qué hay de la escritura? Está bien, la mayoría de las personas en los EEUU son alfabetizados, pero muchos no lo son, sin ninguna falta propia. ¿Escribir cosas es elitista? ¿Los activistas no debiesen fabricar más panfletos y volantes? Ciertamente eso excluye a las personas que no pueden leer. De un modo muy condescendiente, los activistas educados están estableciendo un nivel de estupidez aceptable; aún cuando rechazan el lenguaje académico, sostienen la moral elitista al retener una jerarquía de la inteligencia, y solo bajarán la escalera para abastecer a los menos educados. A todo aquel que aún así sea excluido simplemente se le despoja de su concepto de “persona normal”.
El efecto del mito del Público General es que cuando abandonamos nuestras burbujas, la mayoría de los activistas le hablan con altanería a las personas que ellos asumen que no tienen educación universitaria, y en la práctica la pista más fácil para ello es si la audiencia es pobre, o no es blanca. Creo que muchos activistas ni siquiera son conscientes de cuán condescendientes son usualmente, y cuán obvio es cuando intentan hablar en un lenguaje que claramente no es el propio. Y luego se dan vuelta, ¿y hablan de elitismo?
Una prohibición a lo que se entiende por lenguaje elitista asume además que las personas de trasfondos más pobres con menos oportunidades de educación de calidad o bien no pueden o no quieren aprender. En realidad, obtener una buena educación es visto como una forma de mejoramiento en muchas comunidades pobres, pero pocos activistas intentan difundir esta educación al comunicarse con personas menos privilegiadas. Al evitar el lenguaje y análisis académico fuera de sus propios círculos, los activistas privilegiados mantienen una relación de dependencia, en la que actúan como guardianes del conocimiento, eternamente necesarios para traducir la ley, los estudios científicos, el análisis político, etcétera, al “lenguaje simple”.
La otra suposición inherente en tal crítica es la idea de que ciertos tipos de lenguaje son inherentemente elitistas. Los vocabularios más extensos y las sintaxis más complejas son en realidad herramientas muy útiles, aunque las personas requieren de más educación para poder utilizarlas. No es el lenguaje, sino el sistema de educación capitalista y racista de este país lo que es elitista. La tarea de los activistas educados es hacer accesible esa educación, y transmitir ese lenguaje como herramienta popular. No queremos palabrerías Orwellianas hechas para las masas, queremos lenguajes liberados y desmitificados.
Desafortunadamente, los activistas educados siguen idealizando el “lenguaje simple”, y además siguen quejándose cuando Las Masas son engañadas una vez más a por el apoyo a la última guerra o a cambios a políticas draconianas por medio de las más claras e incluso clichés tautologías y sofismas comunicados por los políticos y defendidos por los medios de comunicación. Retirar las variadas formas de lenguaje de la jerarquía de privilegios actual, y ponerlas en el paisaje adecuado de las culturas diversas y diferentes es un acto crucial (que antes requiere de permitir que las distintas culturas en nuestra sociedad disfruten de la igualdad). Pero reconocer la validez de los lenguajes no académicos, el lenguaje de los negros urbanos de la costa este o de los apalaches blancos, no significa ponerlos en un museo.
El fortalecimiento revolucionario hará que estos lenguajes cambien, que desarrollen mucha de la complejidad hasta ahora monopolizada por la academia blanca, pues esa complejidad misma es fortalecimiento. ¿Escéptico? Simplemente compara las letras de Puffy con las de Mr. Lif. Compara al Jefe Indio del cine supremacista blanco que solo dice “¿How?”, con Ward Churchill, el activista y profesor del Movimiento Indio Americano, que habla de pseudopraxis patológica.[1]
Mientras otras comunidades existan en la servidumbre económica, mientras otras culturas carezcan de autonomía, mientras otras formas de lenguaje adolezcan de complejidad desatada y fortalecida, los revolucionarios de aquellas comunidades harán propias las herramientas que necesiten para construir un lenguaje que sea piedra de toque para una cultura autónoma.
En efecto, muchas de las críticas existentes contra el lenguaje elitista son ellas mismas elitistas, pues sirven para preservar el monopolio del discurso analítico en las manos de los institucionalmente educados (quienes generalmente son institucionalizados, en vez de radicales, y por ende no están de nuestro lado). La negación del lenguaje por parte de los radicales educados que abofetean a la sofisticación sirve para embrutecer a los radicales mismos. Los radicales no educados no son más proletarios, ni más inclusivos. Son simplemente más inefectivos.[2]
¿No sería más efectivo subvertir la educación, y educar la subversión; exponer y superar la norma patriarcal que hace que preguntar “¿qué significa eso?” sea un crimen intelectual? Debiésemos usar las formas de lenguaje con las que nos sentimos cómodos, académicas u otras, mientras lo hagamos con lucidez y de un modo que invite a aprender y compartir ese conocimiento. Aquellos a nuestro alrededor estarían mejor con ello. Similarmente, podemos beneficiarnos de aprender los distintos tipos de lenguaje que otras personas usan. Reconocer la variedad de lenguajes, pero perturbar la jerarquía económica, racial y de género en la que estos lenguajes han sido puestos.
[1] En cada ejemplo, el primer elemento representa una forma esencializada del lenguaje de un grupo oprimido, ya sea comercializada o creada por instituciones culturales supremacistas blancos: Hollywood o los grandes sellos discográficos. El segundo elemento de cada ejemplo no necesariamente representa al lenguaje de un grupo oprimido, pero quiere demostrar una tendencia de los revolucionarios de comunidades oprimidas a adoptar un lenguaje "educado", ya sea por completo o incorporado a su propio lenguaje.
[2] No, esto no quiere decir que los radicales de trasfondos más pobres son menos efectivos que los radicales privilegiados. Por el contrario, hay que notar que los radicales de clases bajas con frecuencia se educan a sí mismos, y son más inteligentes por lo mismo. Por ejemplo, George Jackson estaba en prisión mientras los activistas de clase media usualmente están en la facultad, pero aún así gran parte de la estatura intelectual de Jackson vino de leer a Marx, Malcolm X, Fanon.