Rodrigo Vescovi
Tras el antifaz: La resistencia
El bandidaje social como respuesta a la discriminación y la pobreza
Reapropiación de alimentos en supermercados
«El Vaquilla»: ¿bandido o chorizo?
Secuestro y robo en el desierto
Todo tipo de robo es social, producto de una sociedad en el que la mayoría de la gente ha sido desposeída de los recursos naturales, de su vida. Un sistema basado en la extracción de plusvalía mediante la explotación laboral de una mayoría por parte de una ínfima minoría.
En los cien mil años de historia, que debe tener la humanidad, la presencia de robos y bandidos es muy reciente, apenas de cinco mil años en Europa y mucho menos en continentes como el americano. Coincide con la desaparición de la comunidad y la imposición de la propiedad privada.
La denominación de bandidos sociales o bandidos generosos o «robin hood» hace referencia a aquellos que roban a los ricos o al Estado y, al menos, parte del botín lo reparten entre pobres. No es lo mismo, robar la mensualidad a un obrero que los beneficios mensuales del patrón. Tampoco es lo mismo desvalijar un banco con ingenio que hacerlo con una metralleta escupiendo tiros.
Quien decide si un bandido es generoso no son los historiadores, sino los sometidos y los explotados de la sociedad. Son quienes simpatizarán con sus andanzas, lo ayudarán y les dedicarán canciones. Más tarde, la literatura o el cine inmortalizaran algunos casos.
Las razones por la que un bandido es apoyado varía. A veces es porque se enfrenta al cacique de turno o a una ley; denunciando el clásico abuso de poder. Otras, porque se le considera «victima» de una injusticia o protagonista de una venganza justa.
En todo caso, se tiene la ilusión de que son capaces de cambiar las condiciones de vida de los más pobres. Aunque no de forma colectiva, sino de forma individual o familiar; ya que los bandidos –menos honrosas excepciones– lejos de ser la avanzadilla de una rebelión, surgen de la pasividad general de los explotados. Cuanto más empobrecida y sometida está la población, más necesitada de figuras salvadoras.
En este fenómeno, la mitología es muy importante. A este tipo de bandidos se les suele idealizar y considerar invulnerables, solo capaces de ser derrotados por una traición. En algún caso se les ha llegado a santificar. En Argentina, cada año, miles de personas realizan un peregrinaje para venerar y pedirle un milagro al Gauchito Gil. En México está el caso de Malverde, que cuenta con una Iglesia protegida por el narcotráfico.
Bandidaje y lucha política
En momentos de mucha confrontación social, más que bandidos, surgen revolucionarios. Además, algunos forajidos se convierten en luchadores sociales. Pancho Villa, antes de liderar la denominada Revolución Mexicana, fue prófugo por haber vengado la violación de su hermana. Muchos de los componentes de la Columna de Hierro, en la «Guerra Civil Española», acababan de ser liberados del presidio. En el «Testimonio de un incontrolado» se explica ese proceso. También ocurrió que líderes políticos, como Mao, se nutrieron de bandas de ladrones para reforzar ejércitos rebeldes.
Tachar de bandidos a luchadores sociales ha sido una constante para desprestigiar o, incluso, negar la existencia de una resistencia. En el franquismo fue habitual, pero en el leninismo también, ahí están las acusaciones contra Néstor Makhno y sus compañeros.
En América, durante la época colonial, muchos de los llamados cuatreros eran, en realidad, cimarrones: esclavos fugados, desertores u otras personas que rechazaban el sistema y buscaban libertad en los llanos despoblados o las desérticas pampas. Lugares donde las vacas y las ovejas extraviadas pastaban libremente. A las oligarquías locales –de Caracas, Buenos Aires, etc...– siempre les preocuparon estas cimarroneras por constituir un llamado a los explotados; de ahí el apelativo de cuatreros y bandidos y las leyes para perseguirlos.
Hay que tener en cuenta que a algunos luchadores, en determinados momentos, les interesó pasar como simples ladrones. Es el caso de José Mújica, actual presidente de Uruguay que, décadas antes de convertirse en gestor del capital y jefe de las Fuerzas Armadas, luchó en el Movimiento de Liberación Nacional — Tupamaros. En 1964 cuando los tupamaros no eran más de treinta y apenas tenían armas e infraestructura, lo detuvieron en un robo a mano armada. Él se hizo pasar por un «chorro» común, como se dice en Uruguay. Era una forma de evitar que las autoridades se enteraran de que una guerrilla urbana estaba preparándose para pasar a la acción. Algo parecido le ocurrió a un tupamaro exiliado en Europa. A fines de los setenta, lo detienen con un botín de setecientos millones de pesetas. Se hace pasar por un ladrón solitario y los policías pactan su libertad, a cambio de una declaración en la que figure que llevaba dos mil pesetas encima.
Los tupamaros, no obstante, reivindicaron muchas de las expropiaciones que realizaron. Algunas de ellas las firmaron «Comandos del Hambre», porque fueron previas al nacimiento de la organización y bajo la estructura del Coordinador, integrada por aquellos que defendían la acción directa, también armada, para lograr el triunfo de la revolución. La Federación Anarquista del Uruguay formó parte de esta coordinadora y de los asaltos a camiones llenos de comida que luego se repartía en villas miserias. La intención no era otra que despertar conciencias y encender rebeldías.
«La acción se desvirtuaría si no se persiguiese otro fin que el agradecimiento y la conformidad. Pero tendrá un significado político, un sentido de lucha. Por medio de volantes se denunciará el alza del costo de la vida, la falta de viviendas y fuentes de trabajo, etc. Se señalarán las injusticias de un régimen que permite a unos pocos tenerlo todo, amasar enormes fortunas, mientras condena a la mayoría a la pobreza, la indigencia y el hambre. Se terminará con un llamado a la resistencia popular». Actas Tupamaras (Ed. Revolución, Madrid 1982).
Con la madurez del movimiento tupamaro se llegó a la conclusión de que esas acciones de bandidaje social eran insuficientes para acabar con el capitalismo. Yessie Macchi, en Ecos revolucionarios. Luchadores sociales, Uruguay, 1968-1973 (Ed. nóos, Barcelona, 2003) afirmaba:
«En determinado momento nos dimos cuenta que había que saltar a otra etapa, que la propaganda armada estaba muy bien, que las acciones tipo financiera Monty habían caído muy bien, servían para difundir la realidad del país, pero eran insuficientes. Estábamos asistiendo a un fenómeno que nosotros no queríamos. Estaba operando un foco armado, en la ciudad y en el campo, y la gente balconeaba, o sea, miraba el fenómeno con mucha simpatía pero desde sus balcones. Y nosotros lo que queríamos era que la gente interviniera en la guerra, que la guerra fuera popular. Y ahí empezaron las acciones donde hubo que usar violencia revolucionaria. Pienso que mucha de la gente que antes nos miraba con simpatía ahí se asustó. También hubo gente que se corrió o no le gustó. Eso es bastante explicable. Es muy diferente asistir a una guerrilla que sea tipo Robin Hood, que robe a los ricos para dárselo a los pobres pero que en definitiva no transforme la realidad, a asistir a un movimiento revolucionario que pretende transformar la realidad, no solamente para darle a los pobres, sino para que no existan pobres. Y eso hay solo un camino de lograrlo y es mediante la violencia popular».
En la actualidad siguen habiendo luchadores sociales que protagonizan asaltos a bancos para sufragar gastos de la resistencia anticapitalista y no tener que producir plusvalía para un patrón. Los presos Marcelo Villarroel, Freddy Fuentevilla, Claudio Lavazza, Giovanni Barcia y Michelle Pontolillo son algunos casos significativos.
Reapropiación de alimentos en supermercados
Muchos proletarios justifican y practican el robo cotidiano de mercancías en los supermercados, protagonizando, al mismo tiempo, un acto rebelde y un aumento en la calidad de su alimentación. Si no se hace más a menudo es por la represión y el aumento de los mecanismos de seguridad. De ahí que, en cualquier jornada insurreccional, donde el balance de fuerzas cambia, lo primero que se haga sea saquear y repartir mercancías.
Tanto en el Estado español como en otros países, como últimamente en Grecia, distintos grupos y coordinadoras han llevado a cabo expropiaciones públicas y reivindicativas.
En Rompamos el silencio. Jornadas de lucha social (Ed. Devórame otra vez. Barcelona, 1999) se explica cómo se sacaron ocho carritos repletos de comida del Caprabo de la Farga de Hospitalet. Dieciséis militantes, agrupados por parejas y haciéndose pasar por meros clientes, llegaron a las cajas en el mismo momento. Explicaron a las cobradoras su intención de llevarse los alimentos sin pagar, dejando claras las razones para no hacerlo. Cuando llegó el gerente del supermercado, con dos miembros de seguridad, una pequeña manifestación contra las Empresas de Trabajo Temporal irrumpió por la puerta para dar apoyo a la acción. Los carritos fueron transportados en metro hasta plaza Cataluña, lugar de la acampada de la coordinadora Rompamos el Silencio, donde se repartió el botín entre transeúntes y acampados. Al día siguiente, una señora que apenas pudo llevarse tres o cuatro paquetes en sus brazos, volvió a la plaza con el carrito de la compra por si había otro reparto.
En las octavillas que se dieron a los demás clientes del centro comercial se podía leer:
«Hoy hemos venido al templo sagrado de la postmodernidad. Venimos a lo mismo que tu; a llenar el carrito. No queremos solo pan y arroz, queremos todo aquello que necesitamos, lo mismo que tú, pero lo hacemos sin dinero y colectivamente. ¿Perdonarán los «tolerantes» guardianes del integrismo económico estos pecados? Pretendemos con esto (además de proveernos) Romper el Silencio que oculta y calla la miseria cotidiana de los millones que somos. Hoy no pediremos limosna, hoy no traemos tristeza. ¡No viviremos en la miseria en medio de la abundancia! [...]
Desde hace tiempo sabemos que para el cambio social no podemos contar con los partidos políticos ni las reformas sindicales ni las «ayudas» de las ONGs [...] Ahora ya no queremos ínfimos trozos del pastel podrido ni queremos que mediante agentes sociales y dinero caritativo nos integren a esta basura. ¡Queremos cambiarlo todo! ¡No queremos sus migajas de pan! ¡Queremos pan y orgasmo! ¡Queremos un mundo sin dinero y en comunidad!»
Quico Sabaté, un buen ejemplo
Es el bandido generoso por excelencia, aunque no podemos olvidar a Facerías, Ramón Vila, Massana y otros revolucionarios de la historia como Marius Jacob, Jules Bonnot, Miguel Arcángel Roscigna, Severino di Giovanni, etcétera. Eric Hobsbawm, en su obra Bandidos, le dedica un capítulo y Gregory Peck lo interpreta en Y llego el día de la venganza.
A lo largo de los años, este anarquista y expropiador –y, como sus compañeros que operaron poco antes en Argentina, también vindicador–, fue un quebradero de cabeza para el gobierno franquista. Ejecutó a un conocido torturador y huyó de emboscadas y falsas citas, matando a los policías que hiciera falta. Puso a Barcelona en «estado de alerta» en más de una ocasión, como cuando ametralló la comisaría de Travessera de Dalt, matando a dos agentes. Además, realizó diferentes acciones de denuncia contra el régimen. Durante la celebración de un partido de fútbol, con su habitual mortero, lanzó miles de panfletos, que sobrevolaron el estadio del Barça, con un lema contra el voto en el referéndum que organizó Franco.
Sabaté atracó bancos y comercios, para financiar el movimiento anarquista, reivindicando la mayoría de sus acciones. En el asalto a un almacén propiedad de un estraperlista de la Falange, afirmó: «No soy un atracador, soy un expropiador de ladrones como ustedes».
Fueron conocidas sus contradicciones con la dirigencia más pactista de la CNT, tanto en el exilio –especialmente con Federica Montseny y la dirección en Toulouse– como en el período 1936-1939 en el que el sindicato participó de un gobierno que persiguió y reprimió el movimiento revolucionario.
El propio Gardeñas, un anarquista conocido en el ámbito libertario internacional porque escribía novelas y ensayos, fue fusilado en agosto de 1936 por realizar expropiaciones y no respetar el acuerdo entre CNT y gobierno, en el que se comprometían a no expropiar a la burguesía no golpista. Juan García Oliver, en El Eco de los Pasos, afirma que fue juzgado por la Comisión de Investigación de la propia organización que entonces dirigía Diego Abad de Santillán, crítico histórico de los anarquistas expropiadores en Argentina.
«*Bajo la presión de Companys, a quien nosotros no hicimos caso cuando vino a exigirnos que matáramos los fantasmas del robo y del asesinato, los Comités regionales de la CNT y FAI y FUL, más el Comité peninsular de la FAI, es decir, Marianet, Federica, Fidel Miró y Santillán, habían creado una comisión de investigación, al mando de Manuel Escorza, y que ésta había ejecutado el día anterior a Gardeñas y su grupo, sospechosos de dedicarse al saqueo de viviendas de burgueses y de haber ejecutado a algunos de éstos [...].
— ¿Marianet?
— Sí.
— Quiero hablarte de la muerte del compañero Gardeñas y su grupo. ¿Qué sabes de ello? No sé si ignorabas que Gardeñas era un compañero anarquista desde hacía muchos años. Era muy conocido en España y en el extranjero; escribía regularmente en nuestros periódicos, especialmente en los de lengua italiana y española de toda América latina. Gardeñas era algo raro, atrabiliario, pero si hizo algo reprensible, debió ser reprendido en un tribunal anarquista. Pero nunca matado como un perro. ¿No comprendes, Marianet? Esa es una mancha que nunca os quitaréis de encima.
— Tienes toda la razón. No pude hacer nada en favor de Gardeñas. Cuando me enteré, ya había sido ejecutado. Y no creas que yo estuve muy de acuerdo con la creación de esa Comisión de Investigación. Pero la Federica a veces se pone tan nerviosa... Y Santillán, que empezó con su: ‘Sí, sí, hemos de hacer algo para contener el bandidismo. Algo verdaderamente serio, para que en el extranjero vean que somos fuertes y responsables’*».
Durante la denominada Guerra Civil, los hechos de mayo de 1937 serán el choque más importante entre la revolución y la contrarrevolución. A partir de ese momento, el movimiento revolucionario, derrotado, sufre un incremento de la represión en sus filas. Días después de dichos sucesos, Sabaté y dos amigos asaltan y liberan una cuerda de presos anarquistas que, por orden del Gobierno de la Generalitat, eran conducidos de la cárcel Modelo al Castillo de Montjuic. Aquel mismo año, su grupo mató a un estraperlista que especulaba con los alimentos, razón por la que fue apresado y torturado en la checa de Sant Gervasio. Consiguió fugarse y en plena clandestinidad organizó una gestoría que falsificaba pasaportes y carnets. Eran tiempos difíciles para los revolucionarios, Companys presidía la Generalitat y Terradellas la Consejería de Interior. Sabaté fue descubierto y encerrado en prisión. Tras dos meses cautivo se evade de la cárcel y se reincorpora al frente de batalla.
«Quico» murió el 5 de enero de 1960, acribillado en Sant Celoni, en un tiroteo desigual, intentando huir hacia el Montseny.
Cuando Sabaté estuvo exiliado en Francia fue perseguido y arrestado en varias ocasiones, de ahí que buscara refugio en casas amigas. En sus últimos años de vida frecuentó la vivienda de Lucio Urtubia; donde nacería una amistad y un aprendizaje sobre la expropiación. Cuando Quico es asesinado, sus armas quedan escondidas en lo de Lucio y éste siente un llamado a ser su relevo, a seguir la causa expropiadora. Conocedor de las necesidades que tenía el movimiento anarquista –sobre todo las familias de los presos–, Lucio realiza algunos atracos. La angustia que le produce la idea de matar a algún inocente, a algún empleado, lo lleva a pensar, junto a su grupo, en otras formas de conseguir dinero. Eligen la falsificación. Más recientemente, Enric Durán, inventándose nóminas y documentos, logró pedir prestado casi medio millón de euros a entidades financieras, que repartió entre distintos proyectos sociales.
Los tiempos cambian y las técnicas de reapropiación también. A fines de 2011, los piratas informáticos de Anonymous y Teampoison lanzaron una campaña Robin Hood contra los bancos para devolver el dinero a quienes son castigados por el sistema. En su comunicado aclaraban que «cuando los pobres roban» se considera violencia, pero «cuando los bancos nos roban, se le llama negocio».
«El Vaquilla»: ¿bandido o chorizo?
Juan José Moreno Cuenca (1961-2003) tuvo rasgos de bandido generoso pero también de ladronzuelo individualista. Para un sector de la sociedad, justamente uno de los más arrinconados y marginados, fue un atracador especial, alguien que se atrevió a enfrentarse al poder establecido. Un chico que, en pleno auge consumista, prefirió limpiar bolsos que urinarios; atracar, que prostituirse.
El hecho de empezar su actividad delictiva siendo un niño, como muchos otros de su generación, y repartir más de un botín entre familiares y amigos, lo convirtió en un mito al que Chichos, y otros, les dedicaron canciones. Sectores menos marginados y de izquierda no lo idealizaron pero lo vieron como una víctima social con valores destacables como la lealtad, la valentía y la rebeldía. En otros ambientes militantes, no obstante, lejos de suscitar simpatías fue criticado por arrebatar bolsos de trabajadoras y porque en la cárcel, según dicen, estaba más interesado en liderar motines para que autorizaran la droga, que en luchar por los objetivos de la COPEL.
A pesar de su poca conciencia política, poco antes de conseguir la condicional, a fines de los años noventa, se escapó y cometió varios atracos en un día. Cuando lo detuvieron declaró ante las cámaras «esto lo he hecho para demostrar que vuestro sistema penitenciario no sirve para nada, ni reinserta ni rehabilita».
Los quinquis de extrarradio vivieron una época espumosa enmarcada en el triangulo: delincuencia, cine y heroína. Hubo quien empezó a atracar y formó una banda después de ver Perros Callejeros. Algunas películas dirigidas por De la Loma las protagonizaban muchachos que estaban en correccionales o acusados de perpetrar atracos. De hecho a Valdelomar, protagonista de Deprisa Deprisa, lo detuvieron por el robo a un banco, dos semanas después de que la película fuera galardonada con el Oso de Oro en el Festival de Berlín de 1981. Manzano, protagonista de El Pico, al parecer murió de sobredosis en casa del director Eloy de la Iglesia.
Secuestro y robo en el desierto
Aunque no podamos llamar bandidos generosos a la mayoría de ladrones y secuestradores actuales de los países que componen el desierto del Sáhara, es importante saber que, en esta zona, los secuestros — últimamente de rabiosa actualidad — no son algo nuevo. En el siglo XVIII ya hay noticias de peticiones de rescate de náufragos. A partir de 1870, se producen secuestros de exploradores y viajeros, muchos de los cuales ayudaban a la colonización. En el siglo XX, se empezaron a aprovechar de los accidentes sufridos por los pilotos de aviones de las lineas aéreas francesas que atravesaban el desierto. Antoine de Sanint-Exupéry, en La tierra de los hombres, obra que narra la vida de estos aviadores, explica como salvaban a los accidentados y luego pedían un rescate para liberarlos. Muchas veces, destinaban el dinero para comprar armas con las que poder resistir a los poderes coloniales, que se empeñaban en «domesticar» a las tribus nómadas.
Bandidas
Algunos historiadores han asegurado — erróneamente — que, dentro de las bandas de ladrones, las mujeres tan solo hacían funciones de enfermeras, cocineras, o amantes. Carmen Alauch, Adela Anglada, Juana Ardiaca o Francesca Norat fueron protagonistas durante la denominada Semana Trágica (Barcelona, 1909), y dirigieron el robo de objetos de valor de las iglesias, así como los incendios de los edificios religiosos y la construcción de barricadas.
En Fuera de la ley (Ed. Blume. Barcelona, 2009), Laurent Maréchaux narra la historia de las piratas Anne Bonny y Mary Read, que primero disfrazadas de hombre y luego haciendo ostentosidad de su feminidad, protagonizaron abordajes y robos cerca de Jamaica. En 1720 fueron capturadas y encerradas en un frío calabozo a pesar de estar embarazadas.
En la misma obra, se explica la vida de Ching Shih (1784-1844), la líder pirata china que dirigió a sesenta mil marineros, repartidos en una flota de quinientos juncos. En la India, Pholan Devi capitaneó un grupo de bandidos durante la década de los años ochenta, del siglo XX. Precisamente en ese país, se ha constatado la relación entre la marginación de algunas castas indias y el bandidaje, así como la importancia de la venganza en la acción de los dacoits, denominación que reciben las bandas de bandoleros.
Sorprende lo extentido que está, aún hoy, el bandolerismo en la región india y paquistaní de los barrancos. También llama la atención la fuerza que han tenido los dacoits en las últimas décadas. Una prueba de esto es que cuando sus miembros son capturados les imponen penas mucho más suaves que en otras partes del mundo. Pasan la mayor parte de la condena en régimen semi abierto y, según la legislación vigente, no pueden estar más de ocho años en la prisión por más homicidios que hayan cometido. Y todo esto porque, hasta que no se estableció este acuerdo histórico entre grupos de dacoits y gobiernos, los ataques a las prisiones eran constantes.
Piratas generosos
Para tratar la piratería haría falta la redacción de un artículo aparte. No obstante, en este compendio de bandidos sociales tenía que mencionarse al navegante francés Olivier Misson, el monje italiano Caraccioli y el famoso pirata Thomas Tew. Tres personajes, influenciados por las ideas rusonianas, que al parecen operaban en el océano Índico y formaron una comuna en una bahía de Madagascar «donde todos los hombres eran iguales».
Según cuenta la leyenda construyeron un fortín, provisto de cuarenta cañones, y en su interior levantaron cabañas para vivir en una aldea con criterios igualitaristas. Franceses, ingleses, holandeses, portugueses, antiguos esclavos de África –liberados en sus incursiones y abordajes– habitantes de Anjouan y unos pocos indígenas, todos ellos rebautizados como liberis, cohabitaron, no sin grandes dificultades y contradicciones, en lo que denominaron Libertalia. La experiencia se acabó debido al ataque de indígenas al campamento y a las tormentas y ciclones que destruyeron los barcos.
Estos hechos están narrados en la obra Historia general de los más robos y asesinatos de los más famosos piratas del capitán Johnson, seudónimo de Daniel Defoe. Si Robinson Crusoe está basado en los cuentos de un náufrago que se refugió en la isla de San Juan, actual Chile, Libertalia estaría inspirada en la lectura del diario de Misson.
Como las leyendas de Robin Hood y el Zorro, la historia de los piratas utópicos también debe ser una mezcla de componentes reales y literarios en las que valdría la pena profundizar.
Destructores de dinero
Muchos de los bandidos generosos odiaban el poder y la importancia del dinero. Algunos de ellos quisieron demostrar que su sola existencia corrompía una sociedad y la separaba en clases sociales. Hace poco en Grecia, durante una expropiación a un supermercado, un grupo robó comida y quemó, ante las cámaras, los euros que encontraron en las cajas, haciendo un alegato contra el capitalismo. Durante el verano de 1936, en el Estado Español, hubo bailes alrededor de hogueras donde ardían billetes.
Clement Younger, un bandido del lejano Oeste que, al separarse de la banda de Jesse James, atracó varios bancos y quemó el botín ante la atónita mirada de los empleados.
Asaltos y robos en el far west
A los forajidos del Oeste americano no se les puede idealizar, porque algunos, por ejemplo, tuvieron relación con muertes de indios, esclavos fugados o simples colonos. Sin embargo, a algunos de ellos se les puede considerar bandidos sociales en tanto que respondieron a las injusticias de una época, se enfrentaron a los caciques locales y fueron rescatados por la memoria popular.
El Grupo Salvaje, liderado por Butch Cassidy y Sundance Kid e inmortalizados en Dos hombres y un destino, fue la banda de atracadores más famosa, llegando a contar con más de cien miembros, coordinados para asaltar trenes sin realizar «extracciones» a particulares. Otros bandidos interesantes fueron William «Brazen Bill» Brazelton, que herraba a sus caballos al revés para que no pudieran seguir su rastro, y Henry Plummer que actuaba tanto de sheriff de la ciudad de Bannack, en Montana, como de líder de la banda de atracadores conocida como «Los Inocentes». En aquella época hubo varios casos de agentes de la ley que se hicieron forajidos. Los Dalton, por su torpeza y asesinatos de empleados, fueron un caso famoso. Otros forajidos hicieron el camino inverso, a cambio de no cumplir condena se hicieron caza recompensas.
Dentro del bandidaje del salvaje Oeste, también fueron importantes los clanes familiares, como los Younger o los James –hermanos de Jesse–, así como los indios golpeados por la civilización que, como Cochise o Gerónimo, que recurrieron al robo para subsistir. También, hay que destacar la banda latinoamericana de «Los cinco Joaquines» o los cuatreros negros como Isom Dart (Ned Huddleston) que fue asesinado por Tom Horn, un mercenario que murió ahorcado en 1903 por matar a un chico de 14 años, a petición de un rico ganadero.
Billy the Kid
William Henry McCarty conocido como Billy the Kid (1859-1881) ilustra la vida urgente de muchos de los cuatreros del Oeste, enfrentados a los poderosos del lugar. A los catorce años quedó huérfano. Para sobrevivir realizó algunos trabajos, como lavaplatos, y robó ropa y comida. Tras sustraer algunas prendas de una lavandería fue detenido pero consiguió fugarse por una chimenea. Se trasladó a Nuevo México para trabajar como vaquero en el rancho de John Tunstall, quien fue una especie de padre para él. Años más tarde, Tunstall es asesinado por las contradicciones que tenía con un miembro del Círculo de Santa Fe, poderoso grupo formado por políticos, jueces, empresarios, ganaderos y militares que controlaban el condado con métodos mafiosos. Billy junto a algunos amigos y otros empleados del rancho formaron una cuadrilla para detener a los asesinos, pero el Círculo de Santa Fe consiguió que el grupo fuera declarado ilegal. Al ser perseguidos se convirtieron en cuatreros. Tras dos años de correrías y tiroteos con los agentes de la ley, «El niño» ya era famoso por ser un muchacho con varios homicidios a sus espaldas y gran destreza con el revólver. Un nuevo gobernador se entrevistó con él para que se entregara a cambio de una libertad con condiciones. Sin embargo, las presiones del círculo de Santa Fe, provocaron que el gobernador lo traicionase y encarcelase. Billy se fugó enseguida. En 1881, el que lo traicionó fue un viejo amigo, Pat Garret, convertido en sheriff de Lincoln gracias al apoyo del Círculo de Santa Fe. «El niño» fue juzgado y condenado a muerte en Mesilla, por la muerte del sheriff Brady. A finales de abril protagonizó una atrevida y espectacular evasión de la cárcel de Lincoln, quitando la pistola a uno de los dos policías que lo custodiaban y matando a ambos. Se ocultó pero Garrett dio con él, tres meses después, y le disparó a quemarropa. Cuando Billy murió tenía veintidós años.
Laura Bullion
Fue una tejana de madre alemana, que aprendió el oficio de ladrón de su padre indio. Desde muy niña conoció a distintos atracadores. A los quince años, Bullion inició un romance con su tío Carver de la Black Jack Ketchum gang y pidió el ingreso a la banda. Como no la dejaron decidió ejercer la prostitución hasta que dos años más tarde entró a formar parte del grupo integrado por Cassidy y Sundance. Los diarios se referían a ella como la Rosa del Wild Bunch, el nombre de la banda. Un policía de la época declaró sobre ella: «Me la imagino colaborando en el asalto a un tren. Es fría, no demuestra absolutamente nada de miedo, y vestida de hombre puede pasar perfectamente por un tipo. Tiene una cara masculina y eso le da seguridad cuando se disfraza». En 1901 la detuvieron con los 8.500 dólares que consiguió en el robo al tren de la Great Northern. Salió en Libertad cuatro años más tarde. Tiempo después se mudó a Menphis, donde se hizo pasar por una viuda de guerra y regentó una casa de huéspedes. Murió en 1961.
Belle Starr
Junto a Laura Bullion, Rose Dunn y Camilla Hanks, también integrante del Grupo Salvaje, Belle Starr fue una de las bandidas que dieron más que hablar en la literatura de la época. Myra Maybelle Shirley (Misuri, 1848 – Oklahoma, 1889) nació cerca de Carthage, Misuri, y tuvo cuatro hermanos. Creció como una aplicada señorita que estudiaba música y lenguas clásicas y en sus ratos libres aprendía a montar y a manejar armas de fuego. Sin embargo, en la Guerra de Secesión, su familia decidió mudarse a Texas y dar refugio a fugitivos como el gang de Jesse James y los Younger, que como el hermano mayor de Belle, habían combatido en las guerrillas sudistas.
A los 16 años se enamoró de uno de esos forajidos, Jim Reed, viejo amigo de la familia. Poco después se casaron. Su matrimonio estuvo marcado por las acusasiones de asesinato y falsificación de dinero hacia Jim, la huida a California, el nacimiento de dos hijos, los asaltos a bancos y el la muerte de su marido a manos de un sherif. Tiempo después convivió con Bruce Younger y fue acusada de los permanentes robos de ganado que había en la zona. En 1880 contrajo matrimonio con un tipo nueve años menor que ella, con el que vivió en Arkansas, en Territorio Indio, albergando a los bandidos locales, participando en asaltos, robando caballos, contrabandeando y entrando y saliendo de la cárcel. La fama de Belle era tan grande que consiguió trabajo en uno de los espectáculos de Búfalo Bill sobre el Salvaje Oeste, actuando como asaltante de diligencias.
En 1886, una partida de vigilantes mató a su compañero y aunque Belle pudo escapar de la encerrona, tres años más tarde fue asesinada por la espalda a los 41 años de edad.
Agencia Pinkerton: detectives privados contra los forajidos
Los sheriffs, marshals y policías se mostraron insuficientes para preservar los beneficios de la ganadería, el ferrocarril, la minería y los bancos. Los atracos no menguaron hasta que los dueños de las compañías decidieron contratar a los sabuesos de la agencia Pinkerton. Los principales bandidos fueron cayendo, desde Jesse James hasta Butch Cassidy, al que persiguieron hasta Argentina. Esa efectividad contra la delincuencia no pasó desapercibida para los propietarios de las empresas que veían como sus enemigos de clase empezaban a organizarse en los primeros sindicatos. Y, nuevamente, se confió en la agencia Pinkerton para mantener los beneficios de la incipiente industria. Cientos de detectives se infiltraron en los Molly Maguires de Pensilvania y señalaron a los principales agitadores. Diecisiete proletarios irlandeses fueron ahorcados. La novela El valle del terror, de Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes, está inspirada en esos sucesos.