Salvador Seguí
Discurso en el Ateneo de Madrid (1919)
Ciudadanos, compañeros y amigos. Antes de todo cumple en mí, tengo la misión de saludaros en nombre de todos los trabajadores de Cataluña, a los cuales, juntos con todos los demás compañeros, representamos en este acto.
Después, debo deciros también que yo espero que seáis benévolos, al menos conmigo. Yo no soy un profesional de la Tribuna, y, aparte de esto, catalán de nacimiento. Todas aquellas dificultades de expresión durante mi breve peroración, espero que vuestra benevolencia, a la que me remito, como he dicho antes, me las sabrá perdonar.
Como os decía nuestro compañero Pestaña, nuestra situación, la situación actual de la organización obrera de Cataluña, es hoy más fuerte, mas capacitada, más tenaz que lo era antes. Esto nos ha venido a crear una responsabilidad, que es, precisamente, la que justifica el que tengamos necesidad de ir por todas partes, por todos los rincones de España, a decir a nuestros compañeros todo lo que hacemos en Cataluña y lo que pretendemos realizar. De poco nos serviría que esta fuerza inmensa, que se sostiene por su tenacidad y la convicción del proletariado catalán, quedara encerrada en los muros muros de lo que se dice o se llama Cataluña solamente, por eso tenemos necesidad de ponernos en comunicación con todos los obreros españoles y tenemos necesidad de ponernos en contacto con todos los de fuera de España. Ahora vamos a decir ante vosotros, como lo haremos mañana ante los demás trabajadores, lo que pensamos y lo que queremos realizar.
Se habla, con demasiada frecuencia por cierto, de los problemas de Cataluña. ¿Qué problemas de Cataluña? En Cataluña no hay ningún problema, el único problema que pudiera haber planteado en Cataluña está planteado por nosotros, pero el problema que está planteado por nosotros no es un problema de Cataluña, es un problema universal.
Cuando han venido aquí las representaciones organizadas de la burguesía catalana a hablar de problemas de Cataluña, no han hecho más que desviar la opinión y decir cosas que no se ajustaban a la realidad de los hechos.
En Cataluña —hay necesidad de decirlo así— existe otro problema que es el nuestro, y éste he dicho ya anteriormente, que no es un problema de Cataluña, que es de España y es universal. En Cataluña no hay problema porque allí solamente siente ese problema la burguesía organizada, que está bajo los auspicios de la Liga regionalista.
Allí no hay problema catalán, porque de haberlo, a estas horas Cambó no hubiera sido ministro ni sería tampoco ministrable.
En Cataluña no hay otro problema palpitante que un problema perfecta mente humano, el cual personificamos nosotros, nosotros somos el portaestandarte de esta expresión humana de este problema humano.
Los trabajadores de Cataluña no admiten un problema de independencia nacional
La Liga regionalista ha pretendido, y en parte ha logrado, dar a entender a toda España que en Cataluña no había otro problema que el suyo; el regionalista. Esta es una falsedad; en Cataluña no existe otro problema que existe en todos los pueblos libres del mundo, en toda Europa, un problema de descentralización administrativa que todos los hombres liberales del mundo aceptamos, pero un problema de autonomía que esté lindante con la independencia, ese no existe en Cataluña, porque los trabajadores de allí no queremos, no sentimos ese problema, no solucionamos ese problema bajo esas condiciones. [Aplausos.]
Que se dé, no ya la autonomía, que ésta después de todo es aceptable, que se dé incluso la independencia a Cataluña, y ¿sabéis quiénes serían los primeros en no aceptar la independencia de Cataluña? Nosotros, no; de ninguna manera; nosotros nos entenderíamos muy bien y pronto con la burguesía catalana. ¿Sabéis, repito, quiénes serían los primeros en no aceptar la independencia de Cataluña? Los mercaderes de la Liga regionalista, la misma burguesía catalana, que está dentro de la Liga regionalista, sería la que no aceptaría de ninguna manera la independencia de Cataluña.
Por eso se plantea el problema falso, más que nada por la ineptitud, por la miopía mental de los políticos de España, que han dado una cierta importancia a un problema que realmente era nada más que una lucubración mental, una aspiración política de algo inconfesable de los líderes de la Liga.
Tenemos necesidad de decir esto, encajan perfectamente todas estas cosas que ahora encajan en el acto que estamos celebrando, porque nosotros hemos tocado las consecuencias de esta parcialidad primero, de esta falsa interpretación que del problema de Cataluña tienen todos los gobiernos.
¿Nosotros hemos ido a las cárceles; hemos ido a Montjuic y hemos ido a los buques de guerra por actos delictivos cometidos por nosotros? No, repito. Se han suspendido las garantías constitucionales en Barcelona, más que nada, porque decían y alegaban las autoridades que existía ese problema y que ese problema podría acarrear graves consecuencias, cuando, realmente, este problema no está planteado de ninguna manera.
No existe el problema de Cataluña, volvemos a insistir sobre ello y no será la última vez que lo hagamos; no existe ese problema, porque la gran masa del proletariado de Cataluña, porque incluso la clase media de Cataluña, incluso las clases directoras, las altas clases sociales de Cataluña no sienten ese problema, no quieren la resolución de ese problema. Entonces, ¿por qué nosotros hemos sido los que hemos tenido que tocar las consecuencias de esa actitud, de esa política en que se han inspirado los Gobiernos? En las presentes circunstancias no existe la vida normal del derecho y de la justicia —dicen— porque volverían las algaradas catalanas a perturbar la vida y la paz de Barcelona. Esto lo han dicho las autoridades de Barcelona y es muy posible que el Gobierno actual interprete los hechos de la misma manera, y nada más lejos de la realidad.
Queremos decir con esto, queridos compañeros y amigos, que estamos ciertos de tener que aceptar responsabilidades que no nos incumben. Nosotros somos lo suficientemente serios para aceptar aquellas responsabilidades que nos incumben, pero rechazaremos siempre, y de hoy en adelante las rechazaremos con toda energía, todas aquellas responsabilidades que nos quieran cargar y que no nos pertenezcan.
La lucha sindical de Barcelona tiene para nosotros una importancia capitalísima, no bajo el aspecto en que hasta ahora se la ha considerado; la tiene por otros que nosotros creemos más fundamentales.
¿De qué servirían tantos esfuerzos y tantos afanes si la responsabilidad de esa fuerza, si la capacidad de esa fuerza, no fuera otra que el conseguir un real más y una hora menos? ¿Habría la compensación de tantos sacrificios con ello?
De ningún modo, compañeros; y aquí tenemos que hablar con entera franqueza, con absoluta sinceridad.
Nosotros vamos, como os decía anoche el compañero Pestaña, al comunismo, vamos a la socialización de todos los bienes de la tierra. ¿Por que procedimientos? Por aquellos que las circunstancias nos aconsejen, sin apartarnos de aquel camino que nos hemos trazado de antemano.
En este punto de mi discurso, aunque superficialmente, me voy a permitir pronunciar algunas palabras sobre el concepto que nos merece la lucha sindical y, más aun, sobre el objetivo que la lucha sindical, o el Sindicato, puede realizar.
En Barcelona hemos creído nosotros que la organización a base de Sindicatos únicos era el máximo de potencialidad y de resistencia por largo plazo con ánimo de alcanzar el máximo resultado. ¡Ah! Pero esto no solamente se refiere a la lucha presente, sino que hace también relación a lo que el mundo capitalista nos impone en estos momentos.
El Sindicato único es la garantía del futuro régimen social
Nosotros hemos visto en el Sindicato único algo más serio, algo más primordial, más fundamental que todo esto; el Sindicato único viene a ser la preparación colectiva, viene a ser la preparación profesional para que en el momento dado de la posibilidad de una transformación social, esta capacidad colectiva y profesional sea la garantía de las demás clases sociales tengan precisamente de cómo nosotros vamos a hacer y vamos a incautarnos de esa transformación.
Es innegable que todos los grupos, que todas las tendencias, que todos los partidos socialistas han venido a cumplir hasta ahora una misión, que han realizado una buena labor; pero es innegable también que desde este momento, cuando los hechos nos enseñan dolorosamente los fracasos seguidos hasta el presente, es también evidente, digo, que hay necesidad de una rectificación es la que nosotros planteamos y seguiremos planteando.
Ni el socialismo ni el anarquismo asegurarán la producción y el consumo
No son los partidos socialistas, no son los grupos anarquistas los que pueden garantizar, después de la posibilidad de una transformación social, que el consumo y la producción estén completamente normalizados. No.
Nosotros hemos visto que el único elemento, que la única fuerza, que la única organización que podía tener esa garantía, era precisamente el sindicalismo, el Sindicato profesional.
La vieja doctrina del libre acuerdo preconizada por nuestro camarada Kropotkin, está desechada por la práctica, porque la realidad de los hechos ha demostrado que era impracticable.
En cambio, nosotros sostenemos las teorías de Christian Cornelyssen cuando dice: «No hay que fiarse de la buena voluntad del ciudadano o ciudadana en el día de la revolución o transformación social, para que se normalicen la producción y el consumo».
No, hay necesidad de capacitar esa producción, para que cuando se verifique esa transformación en la colectividad, todas las clases tengan la absoluta seguridad de que esa transformación de un estado inferior a otro superior de justicia, se va a realizar con todas las garantías, se van a realizar con todas las certidumbres, de que van a quedar cumplidos todos los deberes y todos los derechos, de que van a quedar aseguradas todas las necesidades materiales de la vida para todos los humanos. [Aplausos.]
Y los hechos hablan, compañeros y amigos; que si al Sindicato se le hubiera dado esa responsabilidad, si al Sindicato se le hubiera dado esa facilidad, si al Sindicato se le hubiera dado esa capacidad, a estas horas ni en Hungría, ni en Rusia, ni en Alemania, ni en otros pueblos, hubiera ocurrido de ninguna manera que el proletariado hubiera demostrado su falta de condiciones, su falta de preparación para hacer prácticas de socialismo en economía y de su sentido libertador en política. Y estamos bajo ese hecho doloroso.
En Rusia, seguramente por esa falta de preparación, a pesar de esos esfuerzos gigantescos que han realizado aquellos héroes, es más que probable que, por una parte, por el bloqueo de todos los Gobiernos de Europa, de toda la burguesía internacional, pero por otra también, por esa falta de preparación técnica profesional en el interior de su pueblo, para que la industria se desarrollara de una manera normal y el trabajo de una manera normal también, es más que probable —digo— que por un momento doloroso (que será un momento de transición, tal vez bueno también, porque vendrá a dar precisamente la sensación de que hay necesidad de capacitarnos para ello y vendrá a servirnos a nosotros de enmienda, y bien venido sea ese momento), en Rusia tal vez nuestros compañeros, a pesar de los esfuerzos que han hecho, no podrán consolidar el nuevo Estado, que tanta sangre, que tanto heroísmo les ha costado y en el que tantas esperanzas habían concebido.
Es innegable también que estamos en completa bancarrota del capitalismo.
Vino la guerra, determinada no por la miseria —los hechos hablan— sino por un exceso de producción y por la falta de mercados que ciertos beligerantes necesitaban en el mundo para colocar sus productos. Y así asistimos a la paradoja de que la riqueza, de que ese emporio de la civilización, de que el esfuerzo, la suma de nuestra inteligencia y de nuestro esfuerzo muscular, han engendrado la ruina, el dolor y la tragedia.
En el año 1914 había una superproducción en el mundo de un 28 por ciento y esa superproducción no encontraba fácilmente mercado para su colocación; de aquí ha venido la guerra.
Consecuencia de esto, compañeros, es que cuando una clase tiene la responsabilidad, como el capitalismo actualmente la tiene, y se encuentra en una situación tal, tal como se encontró en el año 1914, es que hay el germen ya en esa clase de su descomposición, de su incapacidad.
Por eso repito, como decía al principio, que asistimos a la bancarrota de la burguesía internacional. Precisamente por eso es por lo que hay necesidad de que el sentido crítico, por una parte, y el sentido constitutivo por otra penetren en lo más hondo de nuestra actuación, porque vienen momentos tales de responsabilidad y peligro, vienen momentos para el proletariado internacional de tan majestuosa solemnidad, que si nosotros, los españoles, estuviéramos preparados y suficientemente organizados y capacitados para cuando el proletariado internacional llame a nuestras puertas para hacer e traspaso del poder de la burguesía al proletariado, daríamos otra vez la sensación de nuestra descomposición, de nuestra incapacidad, de nuestra desorganización y no podríamos realizar aquella obra que es, precisamente, el norte, que es la guía de toda nuestra actuación, y es en la que, en definitiva, la humanidad debe asentar, precisamente, todo su bienestar, toda su libertad, toda su justicia.
He aquí la obra del Sindicato único, no para que haya la ventaja de que el conjunto de los Sindicatos en determinados momentos apoye a la sección que está en lucha, no solamente para eso, queremos el Sindicato único para que de día en día vayamos capacitándonos para esa producción, queremos el Sindicato único para que seamos fuertes y seamos indestructibles, queremos el Sindicato único para hacer una labor neta, realmente revolucionaria. [Grandes aplausos.] Queremos el Sindicato único para cuando venga ese momento de la posibilidad de una transformación social. Nosotros no estamos lo suficientemente preparados para hacer que el traspaso del poder se verifique con la mayor normalidad posible. [Muy bien.]
Dentro del Sindicato único ha de haber escuelas profesionales; dentro del Sindicato único tienen que venir por su buena voluntad —si no vinieran, los iríamos a buscar por la fuerza— los elementos técnicos, porque necesitamos, que el momento apremia y la Historia nos empuja, estar suficientemente capacitados para dar un puntapié a todo ese edificio social carcomido que nos aherroja, que nos tiraniza, que nos mata, precisamente porque nosotros queremos vivir una vida libre y noble; porque nosotros queremos, por encima de todo, el reinado de la justicia social sobre la tierra. [Grandes aplausos.]
Por eso no vivimos ya aislados del resto de los trabajadores del mundo, estamos en relación con los camaradas de Francia, Portugal, Holanda, Bélgica, en fin, de todas partes, y vamos haciendo que la relación se ahonde más cada día y vamos haciendo más, vamos a asistir a un Congreso internacional para decir que nuestro objetivo, nuestros puntos de vista, queremos que se discutan.
En el futuro Régimen, la hegemonía corresponderá a los sindicatos
Nosotros creemos que, de persistir en la creencia de que los partidos socialistas o de que las agrupaciones anarquistas deben ser los que den esa regularización del nuevo organismo económico para hacer prácticas de socialismo, incurriríamos en un error.
Los unos, los partidos socialistas, vean lo que sucede en Alemania: allí existen el partido del centro, el de la derecha y el de la izquierda, modalidades después de todo que en todas las colectividades de los hombres se manifiestan.
Pues bien: cuando son los del centro los que gobiernan no se encuentran representados en el Gobierno ni los de la derecha ni los de la izquierda; cuando los gobernantes son los de la izquierda, sucede lo mismo, y cuando ocupan el poder los de la derecha no está representada ninguna de las otras dos fracciones socialistas.
¿Puede subsistir este error? ¿Son los partidos socialistas los responsables de la producción? No, no se les pueden pedir esas responsabilidades. ¿Quiénes son los que tienen las facultades para esa producción? Los Sindicatos profesionales y nada más que éstos. [Muy bien, muy bien.]
¿Son los grupos anarquistas los que, por muy buena voluntad que tengan, puedan garantizar el complicado organismo y asegurar a la comunidad y a la colectividad social todo lo indispensable para la vida? No, porque esto que los camaradas anarquistas en este punto sostienen, no es más que un desahogo y un deseo; más que nada es un problema moral; pero la colectividad, las Sociedades no pueden inspirar sus actos en la buena voluntad, deben contar con la realidad, y esto se traduce en una forma harto impertinente, y por eso precisamente es por lo que los grupos anarquistas adolecen de los mismos defectos y del mismo vicio de origen que los partidos socialistas.
No, no es el partido socialista del centro, ni es el partido socialista de la derecha, ni es el partido socialista de la izquierda los que pueden asegurar la producción, es el delegado del Sindicato de transportes, es el delegado del Sindicato de la alimentación, es el delegado del Sindicato metalúrgico, es el delegado del Sindicato de construcción el que tiene la responsabilidad, por la representación que ostenta, de asegurar todas aquellas necesidades que el conjunto de la colectividad tenga. [Muy bien, muy bien.]
Por eso nosotros, en un próximo Congreso internacional, vamos a plantear esa cuestión, y vamos a decir que la hegemonía del proletariado no pueden ejercerla ni los partidos socialistas ni los grupos anarquistas; esa hegemonía deben ejercerla los Sindicatos profesionales, los sindicalistas. [Muy bien, muy bien.]
Os he esbozado ya muy superficialmente, como os decía, lo que nosotros entendemos y creemos que se debe realizar. El tiempo es un factor importantísimo que hay que tener en cuenta y que no hay que desechar. Nosotros creemos que sería suicida, que sería criminal, el que en estas circunstancias, en el actual momento histórico, nos entretuviéramos aún en discusiones acerca de todo; y menos mal si se trata de discutir cosas, porque cuando se discuten personalismos es cuando realmente se pierde el tiempo. Hay necesidad de que los hechos sean una viva acción para todos. ¿Qué hubiera sucedido, qué sucedería ahora mismo, compañeros y amigos, si la revolución triunfante por toda Europa —aceptemos esa posibilidad— viniera a llamar a nuestras casas y a nuestras puertas? Contestad vosotros por mí. No estamos preparados, no tenemos organización, tendríamos incluso que decir a la burguesía: «No, nosotros no queremos aceptar esa
irresponsabilidad espera un momento; espera un momento; espera a que nos orientemos, no sabemos de lo que se trata».
Así tendremos que conducirnos. ¿Por qué? Porque nosotros no estamos preparados, porque no estamos suficientemente organizados, porque no sabemos nada, salvo honrosas excepciones, de esas cosas, y eso es lo que hay necesidad de hacer: saber de esas cosas, prepararnos para esas cosas, porque todas las ideas, absolutamente todas, triunfan cuando hay capacidad y organizaciones; pero cuando hay solamente el sacrificio de luchar, pura y exclusivamente, el sacrificio de lucha sin esa capacidad y esa organización, de poco sirve, compañeros y amigos.
Hay que capacitarse y organizarse para el día del triunfo
Hay necesidad de que al exponer nuestras personas, de que al exponer nuestra libertad, al exponer incluso nuestras vidas, tengamos también preparada la capacidad, traducida en un instrumento de organización, para que se traduzcan en realidades aquellas cosas por las cuales nosotros luchamos.
Sin eso no se consigue nada, sin eso todas las luchas son absolutamente inútiles; por eso hay necesidad —y a ello os invito, compañeros y amigos— de que nos preparemos, de que nos capacitemos, de que nos organicemos. Hay que leer mucho y discutir más; pero cuando llegue el momento de traducir en realidades todas esas cosas, que nos encuentren suficientemente preparados, que nos encuentren teniendo la idea macho, que tengamos el brazo fuerte, que tengamos la organización verdadera para traducir en realidades nuestras ideas. De esta manera es como la burguesía ahora nos emplaza a una lucha de unos cuantos céntimos más; de esta manera es como iremos socavando los cimientos que la sostienen; de esta manera es como nosotros, en definitiva, lograremos el triunfo de nuestras ideas, como nosotros nos haremos dignos de nosotros mismos y escribiremos en las páginas de la historia la única cosa que hay que escribir: la libertad económica de los hombres, que es la precursora, que es la base de la libertad económica de los pueblos. [Gran ovación.]