Teresa Claramunt
Inconsecuencia
La nota más abrumadora en nuestros días es sin duda alguna la inconsecuencia. Ésta se manifiesta en todas las escuelas y partidos. Y no es extraño, ya que según parece, para ser algo actualmente tiene uno que rozarse con esa prójima de que pretendo ocuparme, la inconsciencia.
Ved al burgués darse pisto de inteligente e incrédulo a la vez que visitar las iglesias, ir a las procesiones y codearse con los frailucos. A las burguesas echándoselas de devotas a macha martillo mientras que a todas horas transigen con la gula, con la envidia, con la holganza, esto es, aparecen en intimidad con los siete pecados capitales. Las madres proletarias llorando la ausencia de los pedazos de su carne que en nombre del rey les fueron arrebatados, cuya vida muchos habrán dado en sacrificio de un trono, y sin embargo da grima verlas azoradas en las fiestas denominada de los santos reyes adquiriendo juguetes, inculcando en el tierno cerebro de sus hijos la falsa idea que unos reyes regalan juguetes a los niños, eligiendo las más de ellas sables, tambores y escopetas signo de destrucción y aniquilamiento, de angustias y pesares. Aquello que lacera, hiere y asesina a los humanos elígenlo para divertir y alegrar a sus hijos ejerciendo con ello funesta influencia en su educación, sujetándoles más tarde a una embrutecedora disciplina, que les lleva a obedecer ciegamente y asesinar por orden.
Los obreros en su mayoría no creen en las religiones y odian a los curas, en tanto que inclinados veréisles en la iglesia a cristianizar a sus hijos y a que les eche la bendición el cura y les saque los céntimos con toda religiosidad.
Y en política, pena da decirlo, republicanos protegidos y protegiendo a los carlistas, monárquicos haciendo el juego temporalmente con unos y otros y a veces con los dos distintos elementos, amasando juntos el pastel que a ellos les sabe a gloria y que el obrero estúpido paga contento, según da a entender el aplauso frenético que dedica a esa cuadrilla de bandoleros de guantes blancos.
Imparcial siempre en mis juicios he de hacer constar que sólo un hombre en el campo político supo mantenerse intransigente y a cuyo ejemplo se agruparon un número muy reducido, ese hombre fue anatematizado por los mismos que se afanaban en llamarse suyos, pero que él siempre rechazó, porque fue fiel a su programa no quiso jamás coaligarse con políticos al uso y revolucionarios de ocasión. Al morir, con él bajó a la tumba la intransigencia del mundo político.
Mas, no hay regla sin excepción, y esa excepción no eleva a una persona, engrandece un ideal, y los que inspirados por ella luchan, los intransigentes de hoy son los anarquistas. Repitamos con Mella, ¡Oh santa intransigencia guía nuestros pasos!
El anarquista, el que de verdad siente la magnitud de nuestro ideal redentor, no transige jamás ni por nada ni por nadie, desafiando con sereno rostro los males a que pueden condenarle el ejército de fantoches que se mueven al sonido del organillo de la conveniencia. Con la frente erguida y desdeñosamente debemos mirar a todo ese enjambre de titiriteros.
Pero triste es decirlo, también el contagio ha hecho mella en nuestro campo. No todos los anarquistas han sabido sustraerse del afán de ser algo; también ha dominado en muchos, que durante larga época han correspondido espléndidamente al progreso de la idea. El espíritu de preeminencia, el anhelo de elevarse por encima de todos los otros, por cuyo defecto en cuanto han experimentado el más sencillo y relativo bienestar, perturbada la mentalidad por el incienso que los imbéciles (los hay en todos los campos) les han prodigado a manos llenas, con más o menos astucia han ido transigiendo hasta quedar del anarquista sólo el nombre adornado con los rimbombantes títulos de intelectual, científico, etc.
Es necesario, queridos compañeros, no incurrir en la más mínima inconsecuencia si no queremos que el hermoso ideal que amamos caiga en el desprestigio en que han caído las escuelas políticas. Intransigencia, Intransigencia, e Intransigencia, sea este nuestro lema. Transigiremos, sí, mas esto sucederá cuando el cerebro humano descubra principios mejores a los sustentados por la anarquía.
No nos preocupe el que nos contemos pocos y que se nos persiga, se nos calumnie, se nos desprecie y se nos condene a todas las vicisitudes. Preferible es morir que ganarse el calificativo de buenos chicos, obreros sensatos y moderados y demás calificativos gazmoños que cual tela de araña irían envolviéndonos como cándidas moscas. Mientras subsista el régimen capitalista, tales calificativos con que la astucia pretende adormecernos, serán sinónimos de cobarde y traidor al ideal anarquista.