Teresa Claramunt
La anarquía regenera la humanidad
Todos los hombres de clara inteligencia y recto sentir convienen en que la ignorancia ha sido la causa de los males que por espacio de muchos siglos agobian a la humanidad. Tan cierto es esto, que ni los más acérrimos detractores de la ciencia, ni los más fanáticos partidarios del oscurantismo se atreven a refutarlo.
Ahora bien, en el espacio de treinta años que la idea anarquista ha extendido su vuelo por la región española, la clase proletaria ha progresado en instrucción, mucho más que en diecinueve siglos de dominación política y religiosa. Puede afirmarse sin caer en la exageración, que a la divulgación de este bello ideal se debe el que gran número de obreros hayan mostrado grandes afanes de saber, llegando a constituir por este medio un núcleo defensor de las escuelas racionalistas que ningún partido político iguala, a pesar de sus alardes en pro de la cultura popular.
Nadie como los sencillos obreros, calificados de enemigos del orden presente, ha sabido remontarse en la cumbre del racionalismo para combatir la enseñanza burguesa que atrofia el intelecto de los pueblos entregándolos a funestas dislocaciones.
Lo que preocupa a los regenerados por el ideal anarquista, Mantegazza lo ha traducido en estos párrafos:
«En tanto se espera la venida de la nueva redención nuestra escuela es escuela de hipocresía, continua y menuda, que informa todo el pensamiento y falsea sus menores manifestaciones».
«Farsantes los maestros, farsantes los escolares, farsantes los exámenes, farsantes los diplomas, que dan fe del valor de los discípulos».
«Farsantes los maestros, porque están constreñidos a enseñar cosas que ignoran, o que en una precipitada lectura han trasladado desde el libro de texto, al cuaderno dictado».
«Farsantes los escolares, porque fingen saber lo que no saben, y a fuerza de goma o laca, saben hacerse un ropaje enciclopédico confeccionado con cien volúmenes, que están obligados a leer y estudiar».
«Farsantes los exámenes porque evalúan con la impresión del momento la prontitud de la memoria, la agilidad del ingenio y la astucia de los subterfugios».
«Farsantes los diplomas porque proclaman doctores a tantos y tantos que lejos de poder enseñar tienen necesidad imperiosa de saber y volver a estudiar».
«Nuestros doctores modernos son por su parte fragmentos de hombres que, por vivir no del todo inútiles a la sociedad y a sí mismos, vense obligados cada día a ocultar su profunda ignorancia y ostentar el brillante barniz con que la reciben y no pueden entrar más que con pequeños fragmentos en aquel mosaico multicolor y arlequinesco, que es nuestro edificio social».
«¡Pobres de nuestros hombres civilizados y cultos, si debieran vivir solos en una isla abandonada! Hijos del siglo tartufo, no pueden vivir más que en el ambiente falso en que han nacido, como el moho que no prospera sino en el lóbrego humedal de la bodega y están condenados a rozarse los unos con los otros y a apuntalarse mutuamente con sus achaques y sus raquitismos, viviendo de sus mismos defectos, con ungüentos mil cubriendo sus llagas, y con la mutua hipocresía defendiendo su vanidad».
El obrero militante sabe lo que puede esperar de los adefesios que tan magistralmente nos acaba de describir Mantegazza.
Los que en edad exceden de los cincuentas años, recordarán que en la mayoría de los pueblos matábanse los hombres por un cigarro o por un vaso de vino, manifestación evidente de la defectuosa enseñanza que compartimos.
Todos los campesinos y hasta los artesanos llevaban junto al rosario un cuchillo o puñal de grandes dimensiones y muy frecuentemente al salir de la Iglesia se daban de puñaladas por si uno se había atrevido dar agua bendita a una joven que el otro avariciaba.
Afortunadamente hoy se ha elevado mucho la clase proletaria. Cierto que aún ocurren con dolorosa frecuencia hechos salvajes, pero son cometidos por hombres que el rayo de luz del hermoso ideal anarquista no ha iluminado su cerebro y es palpable que los pueblos más brutos son los menos cultos y los menos cultos son los más católicos.
Digo, pues, que desde que la idea anarquista se ha introducido en España se han regenerado tantos y tantos hombres que si pudiéramos ver los beodos y viciosos que se han regenerado, indudablemente estas ideas tan perseguidas, tan odiadas, tan mal interpretadas por los que confeccionan las leyes y las imponen al pueblo profesaríanle respeto. La anarquía no sólo ha regenerado a la clase proletaria haciéndola sentir el afán de instruirse, de elevarse a las regiones del amor, del arte, y de todo lo bello que informa la vida verdadera, sino que también va humanizando mal que les pese a las clases todas. Es tan racional, es tan sublime, es tan potente la influencia del magno ideal anarquista, que a despecho de todos los que forjan obstáculos a su paso se impondrá, mejor dicho, se impone ya.
¿Que no? Oh sí, mirad a los editores de criterio estrecho que antes rechazaban para obra de fondo toda tendencia radical solicitan actualmente el fruto intelectual de Luisa Michel, Malato, Reclús y todos los que en el campo anarquista militan activamente. ¿Queréis pruebas más patentes? Las obras de los grandes sociólogos, de los revolucionarios más activos del ideal anarquista se venden a centenares, que digo, a miles, se imponen sí, impónense, como se impondría el sol si algún necio quisiera detener sus vivificantes rayos.
Los miopes o ciegos nada ven ni comprenden de la evolución y avance intelectual que se realiza. Mas no importa son leña seca, cerebros hueros. Las ideas anarquistas han penetrado ya en las aulas universitarias y en la juventud privilegiada, empieza ya a germinar eliminando los prejuicios de clase, aproximando a los hombres, humanizándolos.
La anarquía, pues, es el único ideal que regenera humanidad. Digamos los convencidos ¡Viva la anarquía!