Teresa Claramunt
La sustancia ideal
La Anarquía no es una abstracción, una quimera. No es la imagen milagrosa colocada en un Santuario para que en las gradas de su altar depositen sus ofrendas los que en compacta peregrinación invocan un beneficio celestial por no haber sabido obtenerlo en la tierra. Bienestar que su debilidad les niega.
La Anarquía tampoco es un dogma, un sistema que estreche en sus pliegues, en sus códigos y en sus reglamentos las voluntades de todos y cada uno de los individuos.
La Anarquía es la práctica de la vida, la obra de cada uno, de todos; se vive en ella a todas horas, a todos instantes, en todas ocasiones, siempre que los hombres hayan sabido desprenderse de esas mentiras, hipocresías y perjuicios que infectan el organismo social presente.
Por el hecho mismo de que la Anarquía es la obra de todos, de la total humanidad, rechaza ser el ideal de una sola clase, no refleja una aspiración sectaria, ni tiende a perpetuar las luchas homicidas, dividendo a los hombres con esa crueldad ejercida por todos los sistemas políticos y religiosos, y, en virtud de ellos, no podemos ni debemos limitar nuestra esfera de acción a un solo punto dado.
A todos oprime, enferma y mata el medio social existente. Así en la cabaña del pobre como en el palacio del rico, en la miseria de los unos y en el lujo de los otros, superviven los vicios, los despotismos, las tiranías.
Héroes, mártires y desinteresados han brillado como soles en todas las clases. Avaros, ruines, déspotas y soberbios han engendrado igualmente los grandes y pequeños, los ricos y los pobres.
La esclavitud afecta a todos los órganos, ya que no sólo se vive de pan, sino que necesariamente también de amores. La miseria económica y la miseria moral igualmente nos hará incapaces de vivir la vida cuyo albor rosado describe nuestra mente. Si esto es cierto, y nosotros hemos dividido nuestros esfuerzos en lo falso. Nada robustece tanto la resistencia contra lo que no tiene razón de ser, como la acción adecuada al concepto o ideal renovador que se defiende, y nosotros hemos abandonado, en mucha parte, esa integridad, sugestionados por el principio justo de que la emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos. Este principio es justo, pero ante la magnitud del problema social, cuya solución afecta a todos los órdenes de la vida, es comprimido, parcial. Revela un sentimiento admirable; pero no es completo, no es perfecto.
Para que nuestras energías no sufran alteraciones, es necesario desarrollarlas en ambientes más puros, más sanos, más estrictos, inscribiéndolas en nuestros libros, en nuestros periódicos, en nuestras hojas.
La redención moral, intelectual y económica de la humanidad ha de ser obra de los hombres libres, de los anarquistas íntegramente.