Teresa Claramunt
No estoy conforme
Hay quien afirma no ser conveniente en la actualidad propagar el ideal anarquista porque, habiéndose llevado a cabo tantos casos de terrorismo por individuos llamados anarquistas, la general opinión cree ver tras esta propaganda la bomba o el puñal.
Otros consideran que los anarquistas están desprestigiados y que las masas no prestarán atención si se les habla en nombre de la Anarquía y opinan por tanto que, unidos a los partidos avanzados (sic), podría laborarse mejor en pro del progreso. Y por último, he encontrado por este mundo una infinidad de anarquistas que lo primero que os dicen es que se propague todo lo radical que se quiera, pero sin nombrar la anarquía, porque así las autoridades concederán más libertad y no pondrán obstáculos a nuestros actos.
No puedo estar conforme con ninguno de todos esos seres pusilánimes. El ideal anarquista no puede ser aceptado vergonzosamente; el ideal anarquista sólo pueden sentirlo aquellos corazones rebeldes por temperamento más que por convicción, que hacen de la idea acción y no esperanza que, como el Dios de los párvulos reserva un castigo para el malo y un premio para el bueno.
La anarquía es tan grande, tan poderosa, que sus elementos comparten el poder de la Naturaleza.
La anarquía, como la Naturaleza, produce extraños fenómenos, extraños por nuestra ignorancia ya que a medida que la ciencia progresa el misterio desaparece.
Es menester, pues, que esos miopes que creen que la anarquía es la bomba, estudien las biografías de los diferentes autores de los atentados llamados anarquistas y conocerán que aquellas manos que lanzaron el rayo del grande odio, movíanse a impulsos de un corazón henchido de amor por la humanidad.
Los elementos de la Naturaleza producen el rayo que mata, pero no por eso dejamos de llamarla nuestra madre, porque sabemos hoy que el rayo que tronchó la encina purificó el bosque.
El hombre, mientras se asustó ante el rayo, fue víctima de su fuerza; pero cuando el hombre se detuvo a estudiar el porqué del rayo, pudo dominarlo atrayéndole para sepultarle. Si todos esos servidores a sueldo, si todos esos explotadores de la candidez del pueblo, si todos esos bandidos de sotana, frac o levita, al oír el estruendo de uno de esos actos se entregaran al estudio de sus causas, verían que lo que en la Naturaleza produce el rayo, produce en la sociedad el rayo de los grandes odios.
Las corrientes producen con sus choques la chispa eléctrica, ¿acaso son menos poderosas y menos opuestas las corrientes sociales que las atmosféricas? La holganza y la extenuación por la falta de trabajo, la hartura y el hambre, el lujo y la pobreza, el brutal y soez insulto del que manda y la dignidad de hombre del mandado. Ahora bien; si aquellos que se ceban contra el anarquista que ha esgrimido un arma contra el que consideró ser cabeza de la tiranía, hubiéranse aproximado a estudiar serenamente el porqué del hecho, entonces descubrirían que no existe en aquel ser una dureza de instinto, sino más bien una gran sensibilidad, y que todos los que contribuyen a levantar una barrera entre seres que por naturaleza pertenecen a una misma especie, son los que componen la corriente negativa que produce esos trastornos que no lamento ni apruebo porque son hechos.
Ningún partido político ha contribuido a esta obra altamente social, de hacer del mundo una sola patria y de la raza humana una sola familia. Si a Franklin se le reconoció el mérito de haber dominado el rayo, a los anarquistas se nos debe reconocer los únicos que queremos anular los rayos sociales por el choque que produce el desequilibrio imperante, causa y factor de todos los hechos terroristas.
Ésta es una verdad que debemos sostener contra todos los que hablen contrariamente.
Los que afirman que los anarquistas están desprestigiados y que por ese motivo no será eficaz la propaganda anarquista, carecen de la más pequeña noción de anarquía.
Pueden desprestigiarse los políticos que convertidos en jefes prometen a las masas sinceridad, honradez, equidad, valor hasta perder la vida por la república o el trono, pidiéndoles a los pueblos a cambio de sus promesas y sacrificios, el voto, la confianza absoluta, la sumisión.
Pueden desprestigiarse los predicadores de todas las religiones que se abrogan la intervención entre el penitente y su Dios, pero ¿cuándo y cómo puede desprestigiarse un anarquista? ¿Hay algún anarquista que haya prometido libertades, derechos ni nada? ¿Hay algún anarquista que haya pedido nada a las masas? No; pues si el anarquista no promete nada, ni cree en el sacrificio porque realiza tan sólo lo que le causa placer y satisfacción, y así lo propaga, diciéndole a las masas que nada esperen de nadie, que cada uno debe obrar con criterio suyo, muy suyo, ¿a qué viene ese cuento de que los anarquistas están desprestigiados? Llévese ese convencimiento a todos los que nos quieran oír y continuemos nuestra obra hasta allí donde nos sintamos satisfechos de nuestra labor, es decir, hasta allí donde llegue nuestra fuerza anarquista.
A los que por temor de las autoridades nos acaricie y cohíba la propaganda quieren librarse de la libertad, la de decir lo que sienten y piensen recibiendo con el gesto sublime del vencedor todo lo que viniere, a ésos les digo, que la anarquía es un ideal muy masculino. Retírense en buena hora los eunucos.