Teresa Claramunt
Pobres y criminales
Pobres, sí; ese denigrante calificativo me merecéis los que de buena fe combatís a los que por exceso de amor os odian. Sois unos pobres porque el fuego producido por el macizo tronco de la fuerte encina os quema y preferís calmar el intenso frío de vuestra alma con las lucecillas que producen los gases que se desprenden de los cuerpos en estado de descomposición. Pobres, los que para sentir el calor a que aspiráis os arrimáis al fuego fatuo alargando vuestras manos callosas para calentar aunque no más sean sus extremidades. Son tan modestas vuestras aspiraciones, que siento agitarse en el fondo de mi alma los últimos restos del castrador cristianismo compadeciéndoos por vuestra ignorante buena fe.
Criminales, este calificativo merece ser aplicado a esa cuadrilla de defensores de la clase proletaria que escudados con el nombre de anarquistas y usando con arte una fraseología seductora envenenan la poca sangre roja que las mentiras políticas y religiosas no habían corrompido aún.
Sí, criminales, porque confiados en la ignorancia de la masa anarquista, halágala mejor no lo hiciera ningún político para satisfacer su vanidad de regeneradores. Es un crimen el que en nombre de la anarquía, que es la supresión de clases, escriban y peroren en pro de la clase productora y pasándole la mano por el lomo, le adormecen con el opio de la lisonja, repitiéndole hipócritamente: vosotros ¡oh! trabajadores, sois los honrados, sois los dignos, sólo para vosotros conservamos el calor de la solidaridad, el amor y el vigor de nuestro corazón. ¡Embusteros! Vosotros no ignoráis que una clase por el mero hecho de ser clase ha de desaparecer. La clase obrera, la clase proletaria no tiene otro derecho que producir para engordar a la clase parásita; por eso la una es clase productora y la otra clase parásita. Existe otro derecho, pero ese no puede gozar de él, el esclavo, el eterno asno en cuyo lomo sostiene todas las cargas. No, no puede participar de él, el que sólo lucha para alcanzar una postura más cómoda dentro del charco en que yace sin dejar de ser productor, obrero, proletario, títulos que dan por llamarle honrosos esos falsificadores de la verdad. Hay un derecho sí, pero de ese derecho participarán sólo los hombres cuando se hayan apoderado de él por sus propias fuerzas, no esos engendros de cuyo cuerpo sale el asqueroso policía, el militar salvaje, el canalla soplón, el mercader ruin, la infeliz y desventurada prostituta, en fin toda la basura que intercepta el paso de los que ágiles para llegar a la cumbre ascendemos con pié firme y mano fuerte.
«Las razones y palos» de ese Montegualdo, a quien conocemos muy bien, no dudamos harán buen efecto entre la infeliz masa y hasta creo que podrá satisfacer su pobre vanidad porque no han de faltar anarquistas del orden que le feliciten. Pues bien: yo a ese y a todos los suyos he de decirles que no tardará mucho tiempo en que la finalidad que persiguen se confunda con la mantenida por la burguesía, como hoy cobarde y falsamente atribuyen a los que damos latigazos al asno obrero para que perdiendo su posición de cuadrúpedo adopte su verdadera forma de hombre. He dicho que su finalidad correrá parejas con la de la burguesía y voy a probarlo.
Para que la burguesía o mejor dicho toda la clase parásita pueda tener vida debe existir irremisiblemente clase proletaria; nosotros manejamos el látigo contra ese basto parasitismo.
Cuando los gobiernos se den cuenta de vuestra obra y de la nuestra, indispensablemente habréis de merecer su protección y entonces os permitirán los centros de estudios sociales. Vuestra anarquía pasará a ser legal y la clase obrera arengada por vosotros recibirá todas las concesiones con tal que continúe siendo la clase honrada, la digna clase productora. Para nosotros serán entonces las cárceles y los patíbulos.
No importa; los que sufrimos esas consecuencias en el primitivo colectivismo y luego en el renacimiento del comunismo, con un tesón que podría aleccionar a mucho canalla si fuesen capaces de aleccionarse, sufriremos con placer todas las consecuencias porque en el dolor hemos aprendido a ser fuertes.