Wayne Price
Firmeza en los principios, flexibilidad en las tácticas
Respuestas de los anarquistas cuando gobiernos electos son derrocados
Los anarquistas ante las elecciones
Una lección de la Revolución Rusa
¿Qué debieran hacer los anarquistas revolucionarios cuando algún gobierno electo es derrocado por un golpe de derechas? Pienso, por ejemplo, en el golpe del 2002 en Venezuela en contra del presidente Hugo Chávez. Este golpe fue realizado por parte del Ejército en conjunto con la mayoría de los capitalistas. Fue apoyado por el gobierno de los EE.UU. y por otras instituciones de ese país. Parte del apoyo norteamericano fue abierto (reconocimiento inmediato del nuevo régimen) y parte fue en secreto (financiamiento previo de los golpistas) Sin embargo, el golpe fue rápidamente derrotado gracias a múltiples factores: la presión de los trabajadores y pobres de Venezuela, el apoyo a Chávez de los mandos bajos del Ejército y la presión internacional de otros gobiernos sudamericanos. Chávez fue ayudado por el hecho de que muchos gobiernos y empresarios saben que no es en realidad anti-capitalista, a pesar de su retórica radical.
Otro ejemplo reciente fue el golpe del 2005 en Nepal, cuando el rey Gyanendra derrocó al gobierno elegido y asumió el control directo, dependiendo principalmente de sus fuerzas militares (el parlamento ya había sido suspendido tres años antes). La oposición organizó grandes manifestaciones callejeras y huelgas, organizadas por un Frente Popular de partidos burgueses, por organizaciones populares y por las fuerzas maoístas en el campo. En abril, también, su golpe fue derrotado. El rey debió retornar el poder al parlamento electo. Los maoístas ganaron bastante credibilidad en el pueblo por su participación en la lucha. Recientemente, han firmado un acuerdo de paz con el gobierno transitorio y su líder irá a las próximas elecciones.
Muchos otros ejemplos pueden ser citados. Es típico del capitalismo que los beneficios de la democracia política sea, por decir lo menos, inestables. Los países pasan por ciclos de democracia y dictaduras, y nuevamente lo mismo. Sólo es necesario mencionar para tal efecto la historia del fascismo europeo. Aún en los EE.UU., por ejemplo, el gobierno actual llegó al poder con elecciones fraudulentas en el 2000. Desde entonces, ha estado en un proceso constante de exterminio de las libertades cívicas.
¿Como debieran los anarquistas actuar ante tales situaciones? Esta cuestión evidencia una debilidad histórica en el anarquismo. Pese a sus excelentes objetivos y sus grandiosas ideas, el anarquismo ha sido repetidamente derrotado, aplastado por las fuerzas fascistas o leninistas, o sencillamente marginado. Yo creo firmemente que una razón importante para que esto haya ocurrido ha sido la rigidez del movimiento y su torpeza táctica y estratégica. El movimiento anarquista ha fracasado sistemáticamente al tratar de maniobrar tácticamente de manera efectiva. Esto creo que es la causa del fracaso desastroso de la revolución en España en los 1930. En cambio, nuestro enfoque debe ser FIRMEZA EN LOS PRINCIPIOS, FLEXIBILIDAD EN LAS TACTICAS.
Los anarquistas ante las elecciones
Los anarquistas, como un principio general, se han opuesto a la participación en las elecciones. En el Capitalismo, pese a todas las promesas de democracia y libertad, de hecho es una minoría de la población, la clase capitalista, la que maneja la economía y consecuentemente el Estado. Esta es la dictadura de la burguesía, aunque sea en una forma abiertamente democrática. Los anarquistas no buscan administrar el Estado capitalista ni quieren elegir a gente para que lo haga. Esto no es lo que buscamos. En cambio, queremos fundar sindicatos, asociaciones poblacionales, movimientos anti-belicistas, etc. Participamos en acciones militantes no electoralistas, desde la base, en contra del Estado y de la clase capitalista.
Los anarquistas no creen en elegir a líderes para que ellos hagan la política en lugar de nosotros, que sean nuestros representantes. Los intereses, opiniones y deseos de decenas de millones de ciudadanos no pueden ser empaquetados en dos partidos, o representados en dos candidatos. La “democracia de masas” es contradictoria. Queremos democracia directa, de cara a cara, en el trabajo y en las asambleas comunitarias, con una economía basada en la cooperación (socialismo libertario). Queremos tanta democracia participativa como sea posible y la mínima representación y delegación que sea necesaria para la federación.
La cuestión del electoralismo fue la principal divergencia práctica en el quiebre original entre Karl Marx y los anarquistas. Marx defendía la formación de partidos políticos de la clase obrera que rompieran la confianza de los trabajadores en los partidos capitalistas. La historia no ha respaldado su estrategia electoralista, si consideramos la trayectoria lúgubre de los partidos social-demócratas y comunistas, y aún de los partidos verdes más recientes. De cualquier modo, Marx estaba completamente opuesto a votar por partidos o políticos capitalistas. (Hoy, en los EE.UU., la mayoría de los que se hacen llamar socialistas, están a favor de votar por el Partido Demócrata o por terceros liberales, capitalistas como el Partido Verde o Nader. Así, rechazan los principios tanto anarquistas como marxistas).
A la vez que rechazamos nuestra participación en las elecciones, los anarquistas creemos que las democracias capitalistas son mejores para los trabajadores y para el pueblo oprimido que las dictaduras políticas capitalistas (juntas militares, Estados policiales, monarquías, fascismos, etc.) No es que creamos que los trabajadores puedan controlar el Estado mediante las elecciones —el mito de la democracia burguesa. Pero es más fácil para los trabajadores el organizar sindicatos, para los oprimidos el organizar la resistencia popular y para los radicales publicar su literatura, hacer foros y divulgar sus ideas. Hay represión, pero no igual que en un Estado totalitario. El sentimiento popular se levanta en favor de la libertad de palabra y la libertad de asociación, el cual los anarquistas usan para protegerse de la represión estatal. Los capitalistas no quieren cedernos esos derechos, pero deben hacerlo si quieren gozar ellos mismos de ellos, aparte de dar así a los trabajadores la (falsa) impresión de que el pueblo manda.
Errico Malatesta, el anarquista italiano, escribió, “... la peor de las democracias es siempre preferible, aunque más no sea sino por un punto de vista de la educación, a la mejor de las dictaduras... la democracia es una mentira, no es más... que el gobierno de unos pocos en beneficio de la clase privilegiada. Pero aún podemos combatirla en nombre de la libertad y la igualdad...” (1995. The Anarchist Revolution; p. 77) Esto significa que la democracia burguesa se declara partidaria de la “libertad y la igualdad” y por lo mismo, puede ser desafiada a cumplir con sus declaraciones.
En mi opinión, el conjunto de tácticas anarquistas para enfrentar golpes de Estado derechistas debe basarse en la evaluación de que la democracia burguesa es más útil a los trabajadores y a la población oprimida. De rechazarse esto, entonces toda mi argumentación cae por su propio peso. (No discutiré ahora la cuestión de los golpes de la izquierda autoritaria; estas situaciones presentan diferencias con las cuales no voy a tratar ahora).
Hay aún otro asunto. La mayoría de las situaciones en que un golpe antidemocrático ocurre, es en naciones oprimidas —en el llamado tercer mundo. Los golpistas son frecuentemente apoyados por potencias imperialistas, como cuando los EE.UU. apoyaron a las fuerzas golpistas en Venezuela. Esto evidencia la cuestión del derecho de las naciones oprimidas a su autodeterminación, de sus pueblos a decidir su propio futuro y su propio gobierno —o no gobierno— sin dominación imperialista. Esta también es otra de mis premisas, pese a que no sea esencial para la argumentación.
El principio fundamental es la LIBERTAD. Los trabajadores deben tener la libertad de elegir su sistema político y elegir a quien quieran para ser su líder, si es que quieren un líder. El pueblo tiene derecho a equivocarse. De hecho, las clases y los pueblos sólo aprenden cuando se equivocan. Los anarquistas son los más grandes partidarios de la libertad. Debemos en todo momento apoyar el derecho de los pueblos a tomar sus propias decisiones, aún cuando estemos en desacuerdo con estas decisiones. No debemos nunca, por supuesto, renunciar nuestro derecho a proclamar nuestra política y a explicar, pacientemente, nuestras opiniones. Esto es parte del proceso de aprender mediante la experiencia.
Una lección de la Revolución Rusa
Cuando un golpe ocurre y las masas populares han salido a las calles a protestar, es la tarea de los anarquistas el buscar su camino hacia el pueblo. Debemos buscar la manera de participar en la lucha popular sin dejar de lado ni por un instante nuestros principios anarquistas. No podemos respaldar al gobierno ni votar aún por el mejor de los presidentes (ni para qué mencionar los políticos burgueses autoritarios). Los anarquistas no pueden dar en absoluto su apoyo a los políticos burgueses o al Estado. Estas son posiciones de principio. Sin embargo, los anarquistas pueden salir a oponerse a un golpe. Al hacer esto, están entregando su apoyo al pueblo, no al Estado. En medio del movimiento popular, los anarquistas pueden cooperar práctica y concretamente con los políticos burgueses y con fuerzas estalinistas, acordando objetivos inmediatos, de corto aliento, sin ningún acuerdo de largo aliento.
En el movimiento popular, los anarquistas deben advertir al pueblo para que no se fíen de los políticos burgueses. Los anarquistas pueden llamar a formar asambleas barriales y laborales a fin de desbaratar el golpe. Los anarquistas deben exigir la distribución de armas a la clase obrera, en lugar de fiarse del ejército. Un pueblo armado, organizado, es la mejor manera de aplastar al golpe —y, diríamos, de ir más allá de los límites de la democracia burguesa.
Esta visión ha sido aprendida de las experiencias de las revoluciones rusa y española, entre otras. Durante la Revolución Rusa, hubo un gobierno provisional (nada de) liberal, a cuya cabeza estaba Kerensky. Este gobierno perseguía a la izquierda, a anarquistas y bolcheviques, encarcelando a cuantos le era posible. Sin embargo, una fuerza aún más derechista era la que dirigía el general de Cosacos Kornilov. Él trató de derrocar al régimen liberal, aplastar los consejos de obreros y campesinos (soviets), y borrar del mapa a todos los partidos socialistas, aún a los más moderados. En breve, Kornilov pretendía erigirse en un dictador proto-fascista y avanzaba hacia la capital para cumplir con este programa.
¿Qué debían, entonces, hacer los bolcheviques? (No sé de las discusiones de los anarquistas en esta situación) Un grupo de marinos visitó a Trotsky y a otros bolcheviques en la prisión y le preguntaron, “¿No es ya hora de arrestar al gobierno?”, “No, no aún” fue la respuesta. “Usen a Kerensky como el apoyo de adonde disparar a Kornilov. Después nos encargaremos de Kerensky” (Trotsky, 1967, History of the Russian Revolution, vol. II, p. 227)
Bolcheviques y anarquistas, junto a militantes de otros partidos socialistas, colabroaron con los trabajadores para fundar un gran número de comités de defensa de la revolución. Estos se propagaron por todo el imperio ruso. Distribuyeron armas entre los obreros, movilizaron a los militares fiables y organizaron a los trabajadores para sabotear el avance de las tropas de Kornilov (para que los trenes con tropas se perdieran y los telegramas no fueran nunca recibidos). Obreros y soldados de Petrogrado fueron despachados para encontrarse con las fuerzas de avanzada, hablarles y persuadirles de volver. Estos métodos fueron altamente exitosos. La avanza de los militares se disipó como agua en arena caliente, casi sin violencia (algunos oficiales fueron ejecutados). Esto llevó a un aumento de la influencia de la extrema izquierda y al descrédito de los socialistas moderados. Sólo era cuestión de tiempo que el régimen de Kerensky fuera derrocado por una coalición de Bolcheviques, Social Revolucionarios de izquierda (populistas del campesinado) y anarquistas.
Durante la lucha contra Kornilov, los bolcheviques no se unieron al gobierno provisional (y ciertamente los anarquistas tampoco). De hecho, criticaron políticamente al gobierno de Kerensky por sus vacilaciones y si debilidad en defender la democracia. Mantuvieron contacto con otros partidos para fines de coordinación práctica solamente. Años después, Trotsky citaba frecuentemente a este momento como una guía para la acción. Trotsky lo resumía de la siguiente manera, “Apoyarlos técnica pero no políticamente”. (p.305) Lenin fue aún más claro en no apoyar al gobierno liberal. En ese momento escribió (“To the Central Committee of the RSDLP”)
“Incluso ahora no debemos apoyar al gobierno de Kerensky. Esto es contrario a nuestros principios. Se nos preguntará: ¿vamos entonces a pelear en contra de Kornilov? ¡Por supuesto que si! Pero una y otra cosa no son lo mismo; hay una línea divisoria... Lucharemos, estamos luchando en contra de Kornilov, tal cual lo hacen las tropas de Kerensky, pero eso no es que apoyemos a Kerensky. Al contrario, evidenciamos su debilidad. Esto es muy diferente” (Selected Works, vol. 2, p. 222)
Una lección de la Revolución Española
Una lección similar se puede aprender de la Revolución Española de 1936-1939. Frecuentemente, se reconoce a dos bandos principales, el gobierno del Frente Popular legalmente elegido (los “Republicanos”), contra las fuerzas militares fascistas que intentaron derrocarle (y que finalmente lo hicieron, con la ayuda militar de Hitler). El Frente Popular era una coalición de partidos obreros (incluyendo a los partidos Comunista y Socialista) y partidos pro-capitalistas. La masa obrera estaba dividida entre la mitad afiliada a sindicatos del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y los que estaban afiliados en sindicatos anarquistas. Cuando los militares intentaron su golpe, los trabajadores golpearon de vuelta. Se formaron milicias voluntarias por parte de los anarquistas y otras fuerzas socialistas.
Desatada la guerra civil ¿qué debieron hacer los anarquistas revolucionarios y otros socialistas? Al igual que muchos anarquistas hoy en día, entonces había quienes pensaban que los revolucionarios no debían tomar partido por ninguna de las partes en ese conflicto (Bordiguistas y otros). Hubo quien dijo “Ningún apoyo político o material para el gobierno burgués republicano” (citado en Trotsky, The Spanish Revolution, 1973, Pathfinder, p. 422) Después de todo, la república del Frente Popular no era sino un Estado capitalista e imperialista, con colonias en Marruecos, y que había encarcelado a miles de obreros e izquierdistas. En la práctica, esta era una posición poco realista, ya que los trabajadores no estaban preparados para derrocar la república de cara al fascismo. Los líderes de la izquierda española sintieron (correctamente) que la república era el mal menor al fascismo. Los principales anarquistas, sin embargo, sacaron por conclusión que debían ingresar al gobierno del Frente Popular, aliándose con los socialistas reformistas, con los comunistas y con otros políticos abiertamente capitalistas. Subordinaron así su lucha al Estado capitalista.
Había, no obstante, una tercera posición. Esta consistía en que las milicias anarquistas y de los socialistas de izquierda concentraran sus fuerzas en contra de los fascistas —hasta que fueran lo suficientemente fuertes como para derrocar al gobierno republicano. Hasta ese entonces, darían apoyo técnico-militar, pero no político, a la república. Los obreros revolucionarios no renunciarían a su independencia política del enemigo de clase. No se unirían al gobierno del Frente Popular, ni votarían por sus candidatos, ni votarían a favor de sus programas. Los revolucionarios estarían en oposición política. Evidenciarían las vacilaciones y traiciones del Frente Popular (las que, de hecho, condujeron a la derrota de la República). Persuadirían a los obreros, campesinos y al pueblo pobre de la necesidad de la revolución, reemplazando al Estado burocrático-militar por una asociación de consejos obreros y populares —con un sistema de democracia interna que permita a los distintos partidos y organizaciones competir por su influencia. De hecho, esto podría haber ocurrido en una región de España (Cataluña), en donde los sindicatos anarquistas tenían el apoyo de la gran mayoría de los obreros de la región.
Este enfoque fue enunciado por una minoría revolucionaria entre los anarquistas, el Grupo de los Amigos de Durruti. Cansados de las concesiones de clase de los líderes anarquistas, llamaron a concluir la revolución derrocando al Estado republicano y capitalista y reemplazándolo por un comité nacional de defensa electo mediante los sindicatos de masas. En su documento de 1938, “Hacia una Nueva Revolución”, denunciaban el apoyo político al Frente Popular: “Somos enemigos de la colaboración con los sectores burgueses. No creemos que se pueda abandonar el sentido de clase. Los trabajadores revolucionarios no han de desempeñar cargos oficiales ni han de aposentarse en los ministerios... Es tanto como fortalecer a nuestros adversarios y apreciar más el dogal capitalista.”
Sin embargo, los Amigos de Durruti aceptaban la cooperación práctica, material, con el Estado burgués, hasta que fueran capaces de derrocarle: “Se puede colaborar mientras dure la guerra en los campos de batalla, en las trincheras, en los parapetos y produciendo en la retaguardia.” Los anarquistas no podían aspirar a ganarse a los trabajadores engañados por los liberales, por el Partido Comunista, por los socialistas, etc., a menos que estuvieran dispuestos a colaborar práctica, concretamente, contra el fascismo. Desafortunadamente, los Amigos de Durruti se organizaron demasiado tarde para ser una fuerza efectiva que cambiara el curso de la guerra.
Incluso en los EE.UU.
No es tarea de los anarquistas el buscar excusas para permanecer al margen de las luchas populares, a fin de no perder la pureza. Sin embargo, no debemos capitular en nuestros principios a fin de lograr una popularidad pasajera (así como los anarquistas españoles que se unieron al gobierno del Frente Popular, o como la mayoría de los socialistas del mundo que idolatran a Hugo Chávez).
Por ejemplo, justo tras las elecciones presidenciales del año 2000 en EE.UU., era obvio que las elecciones habían estado plagadas de fraudes, engaños y racismo. Específicamente, los Afro-Americanos estaban furibundos pues a muchos se les había negado el derecho a votar, luego de que muchos habían luchado y muerto por conquistar el derecho a sufragar. Todo esto fue cubierto plenamente en las noticias, y sin embargo, nadie organizó protestas —ni los demócratas ni Nader. Pienso que los anarquistas debieran haber organizado protestas masivas, a toda costa, en contra de la fraudulencia y el racismo en el conteo de los votos, denunciando explícitamente a los demócratas por su falta de voluntad al defender los derechos del pueblo. Esto debiera haber ido de la mano con nuestro argumento global contra el electoralismo (¡aún cuando intentas votar, no te dejan!)
Hoy en día, es, literalmente, una cuestión de vida o muerte para los anarquistas revolucionarios el buscar fórmulas para participar en las luchas populares mientras adherimos a nuestros principios y hablamos con la verdad al pueblo trabajador. Dada la crisis económica, militar y ecológica mundial, simplemente, no podemos darnos el lujo de dejar que el anarquismo sea derrotado o marginado nuevamente.