Wolfi Landstreicher
La red de la dominación
Análisis anarquista de las instituciones, estructuras y sistemas de dominación y explotación, para ser debatidos, desarrollados y usados en la práctica
De proletario a individuo: Hacia una comprensión anarquista de la clase
El trabajo: el robo de la vida
La maquinaria del control: una mirada crítica hacia la tecnología
La propiedad: las rejas del capital que encierran
La religión: cuando lo sagrado aprisiona a lo maravilloso
¿Por qué todas/os vivimos en una prisión? La cárcel, las leyes y el control social
Introducción
Los siguientes ensayos examinan algunas de las variadas instituciones, estructuras, sistemas y relaciones de dominación y explotación que definen hoy día nuestra existencia. Estos ensayos no desean ser exhaustivos ni respuestas finales, sino más bien, ser parte de una discusión que espero tenga lugar en círculos anarquistas con el objetivo del desarrollo de una exploración teórica específicamente anarquista de la realidad que enfrentamos. Una gran cantidad de los análisis que actualmente recorren los círculos anarquistas dependen de conceptos o categorías marxistas o postmodernistas. Estos pueden ser útiles, efectivamente, pero aceptarlos simplemente a priori sin examinar la realidad social en función de nuestro propio proyecto revolucionario anarquista, demuestra pereza intelectual.
Así que espero que podamos comenzar a discutir y examinar el mundo según nuestros propios proyectos, sueños y deseos, aprovechando efectivamente todos los análisis que encontremos útiles, pero con la intención de crear nuestro propio proyecto revolucionario teórico y práctico.
El poder del Estado
Hoy no es raro, incluso en los círculos anarquistas, oír descrito al Estado como un mero sirviente de las multinacionales, el FMI, el Banco Mundial y otras instituciones económicas internacionales. Según esta perspectiva, el Estado no es tanto el sostenedor y árbitro del poder sino solo un coordinador de las instituciones de control social, a través de las cuales los dueños del poder económico mantienen su poder. A partir de esta afirmación, es posible extraer conclusiones que son completamente perjudiciales para el desarrollo de un proyecto revolucionario anarquista. Si el Estado es solamente una estructura política para asegurar la estabilidad que está actualmente al servicio de los grandes poderes económicos, más que un poder con su propio derecho y con sus propios intereses, manteniéndose a sí mismo a través de la dominación y la represión, entonces podría ser reformado democráticamente, convertido en una oposición institucional al poder de las multinacionales. Sería simplemente un asunto de “el pueblo” volverse un poder contrario y tomar el control del Estado. Tal idea parece sostenerse detrás de la absurda creencia de ciertas/os anti-capitalistas contemporáneos, de que deberíamos apoyar los intereses de los Estados-nación en contra de las instituciones económicas internacionales. Para contraatacar esta tendencia es necesaria una compresión más clara del Estado.
El Estado no podría existir si nuestra capacidad para determinar las condiciones de nuestra propia existencia, como individuos en libre asociación con las/os demás, no se nos hubiese sido quitada. Esta desposesión es la fundamental alienación social que provee las bases para toda dominación y explotación. Esta alienación puede ser correctamente rastreada en el surgimiento de la propiedad (y digo propiedad como tal, no como propiedad privada, ya que desde muy temprano gran parte de la propiedad era institucional — perteneciente al Estado). La propiedad puede ser definida como la demanda exclusiva de ciertos individuos e instituciones sobre herramientas, espacios y materiales necesarios para la existencia, haciéndolos inaccesibles a los demás. Este reclamo es reforzado por medio de la violencia explícita o implícita. Sin libertad para tomar lo necesario para crear sus vidas, las/os desposeídas/os están forzados a ajustarse a las condiciones determinadas por las/os auto-proclamadas/os dueñas/os de la propiedad, con la intención de asegurar su existencia, que se vuelve así una existencia en servidumbre. El Estado es la institucionalización de este proceso, que transforma la alienación de la capacidad de los individuos para determinar su propia existencia en acumulación de poder en las manos de unos pocos.
Es innecesario e inútil intentar precisar si la acumulación de poder o la de riqueza tuvieron prioridad cuando aparecieron por primera vez la propiedad y el Estado. Ciertamente estos ahora se encuentran profundamente integrados. Parece como si el Estado fuese la primera institución en acumular propiedades con el propósito de crear un excedente bajo su control, un excedente que le dio poder real sobre las condiciones sociales bajo las cuales sus súbditos tuvieron que existir. Este excedente les permitió desarrollar las variadas instituciones a través de la cuales imponía su poder: instituciones militares, religiosas/ideológicas, burocráticas, policiales y así. Por lo tanto, el Estado, desde sus orígenes, puede ser concebido como un capitalista por sí mismo y con intereses económicos propios que sirven precisamente para mantener su poder sobre las condiciones sociales de existencia.
Como cualquier capitalista, el Estado entrega un servicio a cambio de un determinado precio. O más precisamente, el Estado provee dos servicios completamente relacionados: protección de la propiedad y paz social. Ofrece protección a la propiedad privada mediante un sistema de leyes que la precisan y limitan, y por medio de la fuerza de las armas, por las cuales tales leyes son impuestas.
De hecho, solo se puede decir que existe propiedad privada cuando las instituciones del Estado están ahí para protegerlas de aquellas/os que simplemente tomarían lo que quisieran. Sin esta protección institucional, existe solamente un conflicto de intereses entre individuos. Esta es la razón por la que Stirner[1] describió la propiedad privada como una forma de propiedad social o estatal sostenida con desprecio por individualidades únicas. El Estado también entrega protección a los «bienes públicos» de invasores externos y de aquellas/os que el Estado considera ser abusados por sus súbditos, mediante la ley y las fuerzas armadas. Como único protector de la propiedad entre sus fronteras —un rol mantenido por el monopolio del Estado sobre la violencia— el Estado establece un control concreto (relativo, por supuesto, en relación con la capacidad real que tiene de ejercer tal control) sobre toda esta propiedad. Así, el costo de esta protección consiste no solo en impuestos y varias formas de servicio obligatorio, sino también de resignación hacia los roles necesarios para el aparato social que mantiene el Estado, y la aceptación, en el mejor de los casos, de una relación de vasallaje con el Estado, el cual puede reclamar cualquier propiedad o enrejar cualquier espacio público “por el interés común” en cualquier momento. La existencia de la propiedad necesita al Estado para su protección y la existencia del Estado sostiene a la propiedad, pero siempre, en última instancia, como propiedad estatal, a pesar de lo “privado” que esta supuestamente sea.
La violencia implícita de la ley y la violencia explícita de los ejércitos y la policía, mediante las cuales el Estado protege la propiedad, son los mismos mecanismos por los cuales este asegura la paz social. La violencia por la que la personas son desposeídas de su capacidad para crear su vida a su manera es nada menos que la guerra social que se manifiesta a diario en el, por lo general, continuo (pero tan rápido a veces como una bala policial) asesinato de las/os que son explotadas/os, excluidas/os y marginalizadas/os por el orden social. Cuando la gente bajo ataque empieza a reconocer a su enemigo, frecuentemente actúa contraatacando. La tarea del Estado, asegurando la paz social, es así un acto de guerra social, por parte de las/os amos en contra de las/os dominadas/os — la supresión y prevención de cualquier tipo de contra-ataque. La violencia de aquellas/os que gobiernan contra los gobernadas/os es inherente a la paz social. Pero una paz social basada solo en la fuerza bruta es siempre frágil. Es necesario para el Estado implantar en las cabezas de la gente la idea que ellas/os dependen de la continua existencia del Estado y del orden social que este mantiene. Esto puede ocurrir como en el antiguo Egipto en donde la propaganda religiosa, asegurando la divinidad del Faraón, justificaba la extorsión en la que él tomó posesión de todo el excedente de grano, haciendo a la población absolutamente dependiente de su voluntad divina en tiempos de hambre. O puede tomar la forma de instituciones con participación democrática la cual crea una forma más sutil de chantaje, en la que somos obligadas/os a participar si queremos reclamar, pero donde estamos igualmente obligadas/os a aceptar “la voluntad del pueblo” si lo hacemos. Pero, detrás de estas formas implícitas o explícitas de chantaje, las armas, las cárceles, los policías y los soldados están siempre ahí, y esta es la escancia del Estado y la paz social. El resto es solo barniz.
Aunque el Estado puede ser visto como un capitalista (en el sentido de que este acumuló poder gracias a la acumulación de riqueza excedente en un proceso dialéctico), el capitalismo como lo conocemos, con sus instituciones económicas “privadas”, es un desarrollo relativamente reciente, cuyos orígenes están en el comienzo de la era moderna. Ciertamente este desarrollo ha producido cambios significativos en las dinámicas del poder, desde que una parte de la clase dominante no es directamente parte del aparato del Estado sino excepto como ciudadanos, como cualquiera esas/os que ellas/os explotan. Pero estos cambios no significan que el Estado haya sido subyugado a las instituciones económicas globales o que este se haya vuelto secundario en el funcionamiento del poder.
Si el Estado es, por sí mismo, un capitalista, con intereses económicos propios por perseguir y mantener, entonces la razón por la cual trabaja para mantener al capitalismo no es que se haya subordinado a otras instituciones capitalistas, sino porque para mantener su poder debe mantener su fuerza económica como un capitalista entre capitalistas. Los Estados débiles terminan siendo subyugados a los intereses económicos globales por la misma razón que las empresas pequeñas, porque no tienen la fuerza para mantener sus propios intereses. Como las grandes corporaciones, los Estados grandes juegan un papel de igual o mayor importancia que las grandes corporaciones en determinar las políticas económicas globales. En realidad, son las armas del propio Estado las que harán cumplir tales políticas.
El poder del Estado tiene sus raíces en su monopolio legal e institucional sobre la violencia. Esto le da al Estado un poder material concreto del cual dependen las instituciones económicas globales. Instituciones tales como el Banco Mundial y el FMI no incluyen solamente delegados de todos los mayores poderes del Estado en el proceso de toma de decisión. Para imponer sus políticas también dependen de la fuerza militar de los Estados más poderosos, la amenaza de la violencia física que siempre debe situarse detrás de la extorsión económica, para que esta funcione. Con el poder real de la violencia en sus manos, los grandes Estados difícilmente funcionarán como simples servidores de las instituciones económicas globales. Por el contrario, de un modo típicamente capitalista, su relación es una de extorsión mutua, en beneficio de toda la clase dominante.
Además del monopolio de la violencia, el Estado también controla muchas de las redes e instituciones necesarias para el comercio y la producción. Autopistas, trenes, puertos, aeropuertos, satélites y sistemas de fibra óptica necesarios para las comunicaciones y redes de información, son generalmente estatales y siempre sujetos al control del Estado. Investigaciones científicas y tecnológicas necesarias para nuevos desarrollos de la producción, están en buena parte dependiendo de complejos estatales como universidades y el ejército.
De este modo, el poder capitalista depende del poder del Estado para mantenerse a sí mismo. No es un asunto de subyugación de una parte del poder sobre otra, sino del desarrollo integral de un sistema de poder que se manifiesta a sí mismo como una hidra de dos cabezas, el Estado y el Capital, un sistema que funciona como un todo para asegurar la dominación y la explotación, las condiciones impuestas por la clase dominante para la continuidad de nuestra existencia. En este contexto, instituciones como el FMI y el Banco Mundial son mejor entendidas como medios por los cuales los Estados y las corporaciones coordinan sus actividades con la intención de mantener la unidad de la dominación sobre las clases explotadas, en medio de la competencia económica e intereses políticos. Por tanto, el Estado no sirve a estas instituciones sino que estas sirven a los intereses de los Estados poderosos y a los capitalistas.
No es posible, por tanto, para aquellas/os de nosotras/os que buscamos la destrucción del orden social, el alinearnos a los «estados nación en contra de los capitalistas» y no ganamos nada con esto. Su más grande interés es el mismo, el mantener el orden actual de las cosas. Por nuestra parte es necesario atacar al Estado y al capitalismo con toda nuestra fuerza, reconociéndoles como una hidra de dos cabezas de dominación y explotación, que debemos destruir si queremos recuperar, algún día, nuestra capacidad para crear las condiciones de nuestra existencia.
El precio de sobrevivir
Todo tiene un precio, que es la medida de su valor determinada en relación con un equivalente general. Nada tiene valor por sí mismo. Todo valor está determinados en relación al mercado, y esto incluye el valor de nuestras vidas, de nosotras/os. Nuestras vidas han sido divididas en unidades de tiempo medido que estamos obligadas/os a vender con el propósito de comprar de vuelta nuestra sobrevivencia, en forma de pedazos de vida robados de otros, los cuales la producción ha transformado en mercancías en venta. Esta es la realidad de la economía.
Esta horrorosa alienación tiene sus bases en el entrelazado de tres de las más importantes instituciones de esta sociedad: la propiedad, el intercambio de productos y el trabajo. La relación integral entre estas tres crea el sistema con el que la clase dominante extrae la riqueza necesaria para mantener su poder. De la economía es de lo que hablo.
El orden social de dominación y explotación tiene sus orígenes en una alineación social fundamental, los cuales son un asunto de especulación fascinante, pero cuya naturaleza está bastante clara. A grandes multitudes de personas les ha sido robada su capacidad para determinar las condiciones de sus propias existencias, de crear sus vidas y las relaciones que ellas/os deseen, de esta forma, la minoría en el poder puede acumular poder y riqueza y convertir la totalidad de la existencia social en su beneficio. Para que esto suceda, a la gente le son robados los recursos con los que ellas/os fueron capaces de satisfacer sus necesidades y sus deseos, sus sueños y sus aspiraciones. Esto solo pudo ocurrir mediante la colocación de barreras alrededor de ciertas áreas y el acaparamiento de ciertas cosas, de tal forma que ya no pudiesen ser accesibles a todas/os. Pero tales barreras y reservas de cosas no tendrían sentido a menos que alguna/o tuviera la manera de prevenirse de ser invadida/o — una fuerza capaz de impedir a las/os otras/os el tomar, sin pedir permiso, lo que ellas/os quieran. En vista de tal acumulación, se hace necesaria la creación de un aparato que la proteja. Una vez que este sistema está establecido, este deja a la mayoría de las personas en una situación de dependencia hacia esos pocos, que llevan a cabo esta apropiación de poder y riqueza. Para tener acceso a alguna de las riquezas acumuladas, las mayorías están forzadas a intercambiar una porción mayor de los bienes que producen. De este modo, una parte de la actividad que llevaban a cabo para sí mismas/os, ahora tiene que ser realizada para sus amos, simplemente con el fin de garantizar su propia supervivencia. A medida que el poder de la minoría se incrementa, ellas/os llegan a controlar más y más de los recursos y los productos del trabajo, hasta que finalmente la actividad de las/os explotadas/os no es nada menos que trabajo para crear productos intercambiables por un salario que luego ellas/os gastarán para comprar de nuevo ese producto. Por supuesto que el desarrollo completo de este proceso es en parte lento, ya que se encuentra con resistencia a cada paso. Aun existen lugares de la Tierra y partes de la vida que no han sido enrejados por el Estado y la economía, pero la mayor parte de nuestra existencia ha sido etiquetada con un precio, cuyo costo ha estado incrementándose exponencialmente desde hace diez mil años.
Por lo tanto, el Estado y la economía surgieron juntos, como aspectos de la alineación social descrita más arriba. Ambos constituyen un monstruo de dos cabezas que sobre nosotras/os impone una existencia empobrecida, en la que nuestras vidas se convierten una lucha por sobrevivir. Esto es real tanto en los países ricos así como en aquellos que han sido empobrecidos por la expropiación capitalista. Lo que vuelve a la vida una de mera supervivencia no es la escasez de bienes ni la falta de dinero para comprar esos productos. En vez de eso, cuando una/o está forzada/o a vender su vida, a entregar sus energías a un proyecto que una/o no eligió, pero que sirve para beneficiar a otro quien te dice qué hacer, a cambio de una pobre compensación que te permite a ti comprar unos cuantos artículos de primera necesidad y algunos placeres, no importa cuántas cosas una/o pueda ser capaz de comprar, esto no es más que sobrevivir. La vida no es una acumulación de cosas, se trata de una relación de calidad con el mundo.
Esta venta obligada de nuestra vida, esta esclavitud asalariada, reduce la vida a una mercancía, a una existencia dividida en piezas medibles que son vendidas cada una a un precio. Es obvio que para el trabajador, que ha sido chantajeado para vender así su vida, el salario nunca será suficiente. ¿Cómo podría serlo, si lo que realmente ha perdido no son un montón de unidades de tiempo sino la calidad de la vida misma? En un mundo en el que las vidas son compradas y vendidas a cambio de la sobrevivencia, donde los seres y las cosas que conforman el mundo natural son simplemente bienes en venta, para ser explotados en la producción de otros bienes a la venta, el valor de las cosas y el valor de la vida se vuelve un número, una medida, y tal medida es siempre en dólares o pesos o euros o yenes. O sea, en dinero. Pero, ninguna cantidad de dinero, y de bienes comprados con dinero, puede compensar el vacío de esta existencia, por el hecho de que esta clase de valoración puede existir solamente al robarle a la vida la calidad, la energía, la maravilla.
La lucha contra el dominio de la economía, que debe ir de la mano con la lucha contra el Estado, debe comenzar con un rechazo de esta cuantificación de la existencia, la que solamente puede ocurrir cuando nuestras vidas nos son robadas. Esta es la lucha por la destrucción de las instituciones de la propiedad, del intercambio de mercancías y del trabajo, no para hacer dependiente a la gente de nuevas instituciones en las que el dominio de la sobrevivencia tome una cara más bondadosa, sino de tal manera que todas/os podamos reapropiarnos de nuestras vidas como queramos y así perseguir nuestras necesidades, deseos, sueños y aspiraciones en toda su inmensa singularidad.
De proletario a individuo: Hacia una comprensión anarquista de la clase[2]
Las relaciones sociales de clase y explotación no son simples. Las concepciones obreristas, que están basadas en la idea de una clase objetivamente revolucionaría definida en cuanto a su relación con los medios de producción, ignoran la multitud de aquellas/os en todo el mundo cuyas vidas les son robadas por el actual orden social, pero que no pueden encontrar sitio dentro de sus aparatos productivos. Por tanto, estas concepciones acaban presentando una comprensión limitada y simplista de la explotación y la transformación revolucionaria. Para poder llevar a cabo una lucha revolucionaria contra la explotación, necesitamos desarrollar una comprensión de las clases tal como existen actualmente en el mundo, sin buscar ninguna garantía.
De una forma básica, la sociedad de clases es aquella en la que están quienes dominan y quienes son dominadas/os, quienes explotan y quienes son explotadas/os. Este orden social solo puede surgir cuando la gente pierde su capacidad para determinar las condiciones de su propia existencia. Por tanto, la característica esencial que comparten las/os explotadas/os es su desposesión, su pérdida de la capacidad para tomar y llevar a cabo las decisiones básicas sobre cómo vivir.
La clase dominante se define en términos de su propio proyecto de acumulación de poder y riqueza. Aunque, por supuesto, hay conflictos significativos dentro de la clase dominante en cuanto a intereses específicos y competencia real por el control de los recursos y el territorio, este proyecto de tan largo alcance que tiene como objetivo el control del poder y la riqueza social, y por tanto de las vidas y relaciones de todo ser vivo, proporciona a esta clase un proyecto positivo unificado. La clase explotada no tiene un proyecto positivo semejante que la defina. En su lugar se define en cuanto a lo que se le hace, lo que se le quita. Habiendo sido despojada de los modos de vida que había conocido y creado con sus semejantes, la única comunidad que le queda a la gente que compone esta clase heterogénea es la provista por el Capital y el Estado; la comunidad del trabajo y el intercambio de mercancías, decorada con cualquier construcción ideológica nacionalista, religiosa, étnica, racial o sub-cultural, a través de la cual el orden dominante crea identidades en las que canalizar la individualidad y la revuelta. El concepto de una identidad proletaria positiva, de un solo proyecto proletario unificado y positivo, no tiene base en la realidad, dado que lo que define a alguien como proletaria/o es precisamente que su vida le ha sido robada, que ha sido transformada/o en un instrumento en los proyectos de las/os dominantes.
La concepción obrerista del proyecto proletario tiene sus orígenes en las teorías revolucionarias de Europa y los Estados Unidos (particularmente ciertas teorías marxistas y sindicalistas). A finales del siglo XIX, tanto Europa occidental como el este de los Estados Unidos, estaban en camino de ser completamente industrializados, y la ideología dominante del progreso igualaba el desarrollo tecnológico con la liberación social. Esta ideología se manifestó en la teoría revolucionaria como la idea de que la clase obrera industrial era objetivamente revolucionaria porque estaba en posición de apoderarse de los medios de producción desarrollados bajo el capitalismo (los cuales, como productos del progreso, se asumía que eran inherentemente liberadores) y ponerlos al servicio de la comunidad humana. Al ignorar a la mayor parte del mundo (junto con una porción significativa de las/os explotadas/os en las áreas industrializadas), las/os teóricos revolucionarias/os eran de esta forma capaces de inventar un proyecto positivo para el proletariado, una misión histórica objetiva. Que esta se fundamentara en la ideología burguesa del progreso, se ignoraba. En mi opinión, las/os ludditas tenían una perspectiva mucho más clara, reconociendo en el industrialismo otro de los instrumentos de los amos para desposeerles. Con buenas razones, atacaron las máquinas de la producción masiva.
El proceso de desposesión hace mucho que se ha consumado en Occidente (aunque, por supuesto, es un proceso que está ocurriendo en todo momento incluso aquí), pero en gran parte del Sur del mundo está aún en sus primeras fases. Sin embargo, desde que el proceso comenzó en Occidente han habido algunos cambios significativos en el funcionamiento del aparato productivo. Las posiciones cualificadas en la fábrica han desaparecido en gran parte, y lo que se necesita en un/a trabajador/a es flexibilidad, la capacidad de adaptarse —en otras palabras, la capacidad de ser una pieza intercambiable en la máquina del Capital. Además, las fábricas tienden a requerir muchas/os menos trabajadoras/os para mantener el proceso productivo, tanto a causa de los desarrollos en la tecnología y las técnicas de gestión, que han permitido un proceso productivo más descentralizado, como porque cada vez más el tipo de trabajo necesario en las fábricas es en gran medida solo supervisar y mantener las máquinas.
A un nivel práctico esto significa que todas/os somos, como individuos, prescindibles para el proceso de producción, porque todas/os somos reemplazables —ese hermoso igualitarismo capitalista en el que todas/os somos iguales a cero. En el primer mundo, esto ha tenido el efecto de empujar a un creciente número de explotadas/os a posiciones cada vez más precarias: trabajo temporal, trabajos en el sector servicios, desempleo crónico, el mercado negro y otras formas de ilegalidad, indigencia y prisión. El trabajo fijo con su garantía de una vida un tanto estable —incluso si esa vida no es propia— está dejando paso a una carencia de garantías donde las ilusiones proporcionadas por un consumismo moderadamente cómodo ya no pueden seguir ocultando que la vida bajo el capitalismo siempre se vive al borde de la catástrofe.
En el Tercer Mundo, gente que ha sido capaz de crear su propia existencia, aun cuando esta haya sido en ocasiones difícil, se está encontrando con que su tierra y otros medios para hacerlo le están siendo arrebatados al invadir (literalmente) las máquinas del capital sus casas y minar cualquier posibilidad de continuar viviendo de su propia actividad. Arrancadas/os de sus vidas y tierras, se ven forzadas/os a trasladarse a las ciudades donde hay poco empleo para ellas/os. Surgen barrios marginales[3] alrededor de las ciudades, a menudo con una población mayor que la de la propia ciudad. Sin ninguna posibilidad de trabajo fijo, las/os habitantes de estos barrios de chabolas están obligadas/os a formar una economía de mercado negro para sobrevivir, pero esto también sirve todavía a los intereses del capital. Otras/os, en su desesperación, eligen la inmigración, arriesgándose al encarcelamiento en campos de refugiados y centros para extranjeras/os indocumentadas/os, con la esperanza de mejorar su condición.
Así, junto con la desposesión, la precariedad y la prescindibilidad son cada vez más los rasgos que comparten quienes componen la clase explotada mundial. Si, por un lado, esto significa que esta civilización de la mercancía está creando en su interior una clase de bárbaros que realmente no tienen nada que perder en derribarla (y no de los modos imaginados por las/os viejas/os ideólogas/os obreristas), por otro lado estos rasgos no proporcionan en sí mismos ninguna base para un proyecto positivo de la transformación de la vida. La rabia provocada por las miserables condiciones de vida que esta sociedad impone puede fácilmente ser canalizada en proyectos que sirven al orden dominante o al menos al interés específico de alguno u otro de las/os dominantes. Los ejemplos de situaciones en las pasadas décadas recientes en los que la rabia de las/os explotadas/os ha sido aprovechada para alimentar proyectos nacionalistas, racistas o religiosos que sirven solo para reforzar la dominación son demasiados para contarlos. La posibilidad del fin del actual orden social es tan grande como nunca antes, pero la fe en su inevitabilidad no puede seguir pretendiendo tener una base objetiva.
Pero para entender realmente el proyecto revolucionario y empezar el proyecto de resolver cómo llevarlo a cabo (y desarrollar un análisis de cómo la clase dominante consigue desviar la rabia de aquellas/os a las/os que explota hacia sus propios proyectos), es necesario darse cuenta que la explotación no tiene lugar solamente en términos de producción de riqueza, sino también en términos de la reproducción de relaciones sociales. Independientemente de la posición de cualquier proletario particular en el aparato productivo, es de interés para la clase dominante que todas/os tengan un rol, una identidad social que sirva en la reproducción de las relaciones sociales. La raza, el género, la etnicidad, la religión, la preferencia sexual, la subcultura — todas estas cosas pueden, efectivamente, reflejar diferencias muy reales y significativas, pero todas son construcciones sociales para canalizar estas diferencias en roles útiles para el mantenimiento del actual orden social. En las áreas más avanzadas de la actual sociedad donde el mercado define la mayoría de las relaciones, las identidades en gran medida llegan a estar definidas en términos de las mercancías que las simbolizan, y la intercambiabilidad está a la orden del día en la reproducción social, al igual que lo está en la producción económica. Y es precisamente porque la identidad es una construcción social y cada vez más una mercancía vendible por lo que las/os revolucionarias/os deben ocuparse seriamente de ella, analizada cuidadosamente en su complejidad con el objetivo preciso de superar estas categorías hasta el punto de que nuestras diferencias (incluyendo aquellas que esta sociedad definiría en términos de raza, género, etnicidad, etc.) sean el reflejo de cada uno de nosotras/os como individuos singulares.
Ya que no hay un proyecto positivo común que se encuentre en nuestra condición como proletarias/os —como explotadas/os y desposeídas/os— nuestro proyecto debe ser la lucha para destruir nuestra condición proletaria, para poner fin a nuestra desposesión. La esencia de lo que hemos perdido no es el control sobre los medios de producción o de la riqueza material; son nuestras vidas mismas, nuestra capacidad para crear nuestra existencia en términos de nuestras propias necesidades y deseos. Por tanto, nuestra lucha encuentra su terreno en todas partes, en todo momento. Nuestro objetivo es destruir todo lo que aleja a nuestras vidas de nosotras/os: el Capital, el Estado, el aparato tecnológico industrial y post-industrial, el Trabajo, el Sacrificio, la Ideología, toda organización que trate de usurpar nuestra lucha, en resumen, todos los sistemas de control.
En el mismo proceso de llevar a cabo esta lucha, en el único modo en que podemos llevarla a cabo —fuera de y contra toda formalidad e institucionalización— empezamos a desarrollar nuevas formas de relacionarnos basadas en la auto-organización, una horizontalidad basada en las diferencias únicas que nos definen a cada una/o de nosotras/os como individuos cuya libertad se expande con la libertad de la/el otra/o. Es aquí, en la revuelta contra nuestra condición proletaria, donde encontramos ese proyecto positivo compartido que es diferente para cada una/o de nosotras/os: la lucha colectiva por la realización individual.
El trabajo: el robo de la vida
el secuestro del industrial,
el ahorcamiento al político, el disparo al policía,
el saqueo a un supermercado,
el incendio de la oficina del jefe,
el apiedramiento al periodista,
el abucheo al intelectual, la golpiza al artista,
frente a la alineación mortal de nuestra existencia,
el sonido del despertador demasiado temprano,
el atochamiento en el tráfico,
los bienes en venta alineados en los estantes?”
La alarma del reloj te despierta otra vez — demasiado temprano, como siempre. Sales del calor de tu cama hacia la ducha en el baño, una afeitada y una cagada, luego corres a la cocina donde te lavas los dientes, o si tienes tiempo, comes algunos huevos con pan tostado y una taza de café. Entonces sales volando para ir a luchar con el atochamiento o con las muchedumbres en el metro, hasta que llegas... al trabajo, donde te pasas el día realizando tareas que no eliges, en asociación obligada con otras/os involucradas/os en tareas parecidas, cuyo objetivo principal es la continua reproducción de las relaciones sociales que te obligan a sobrevivir de esta manera.
Pero esto no es todo. En compensación, recibes un salario, una suma de dinero que (después de pagar el arriendo y las cuentas) tienes que llevar a los centros comerciales para comprar comida, ropa, artículos de primera necesidad y entretenimiento. Aunque esto es considerado tu “tiempo libre” en oposición al “tiempo del trabajo”, esta también es una actividad obligada que garantiza en segundo lugar tu supervivencia, su principal propósito también es reproducir el orden actual existente. Y para la mayor parte de la gente, el tiempo libre de esas restricciones es cada vez menor.
Según la ideología que domina esta sociedad, este tipo de existencia es el producto del contrato social entre iguales — esto es, iguales ante la ley. El trabajador, se dice, acuerda vender su trabajo al jefe a cambio de un salario acordado mutuamente. Sin embargo, ¿cómo puede ser libre e igualitario un contrato, si una de las dos partes tiene todo el poder?
Si miramos desde más cerca el contrato, se hace claro que no es ningún contrato, sino la más violenta y extrema extorsión. Esto es más escandalosamente evidente en los márgenes de la sociedad capitalista, donde la gente que ha vivido por cientos (o miles, en algunos casos) de años a su propia manera, se encuentra con su capacidad para determinar las condiciones de su existencia, arrebatada por las máquinas aplanadoras, las motosierras, los equipos mineros, etc, de los amos del mundo.
Pero, este es un proceso que se ha llevado a cabo por cientos de años, el que involucra un descarado robo de tierra y de vidas a larga escala, aprobado y llevado a cabo por la clase dominante. Privados de los medios para determinar las condiciones de su existencia, no se puede decir, honestamente, que las/os explotadas/os estén haciendo un contrato libre e igualitario con quienes les explotan. Claramente, esto es un caso de chantaje.
¿Y cuáles son las condiciones de este chantaje? Los explotadas/os son forzadas/os a vender el tiempo de sus vidas a sus explotadoras/os, a cambio de su supervivencia. Y esta es la real tragedia del trabajo. El orden social del trabajo se basa en la impuesta oposición entre vida y supervivencia. El problema de cómo una/o se las arreglará suprime el problema de cómo esta persona quiere vivir, y con el tiempo todo parece natural y una/o reduce sus sueños y sus deseos a las cosas que con el dinero puede comprar.
Sin embargo, las condiciones del mundo del trabajo no solo se aplican a aquellas/os que trabajan. Una/o fácilmente puede ver cómo, a partir del miedo de quedarse en la calle o el temor al hambre, la gente desempleada es atrapada por el mundo del trabajo al buscar un empleo. Más o menos lo mismo sucede con aquellas/os que viven de las ayudas del Estado, cuya sobrevivencia depende de la existencia de la burocracia de la asistencia social, incluso para quienes el evadir el trabajo se ha vuelto una prioridad, el centro de las decisiones de una/o giran en torno a estafas, hurtos en tiendas, reciclando de la basura — todas las distintas maneras de arreglárselas sin un empleo. En otras palabras, las actividades que podrían estar bien para sustentar un proyecto de vida se vuelven un fin en sí mismo, haciendo del proyecto personal de vida uno de simple supervivencia. ¿De qué forma se diferencia esto, realmente, de tener un trabajo?
Pero, ¿cuál es la base real del poder detrás de esta extorsión que es el mundo del trabajo? Las leyes y los juzgados, las fuerzas policiales y militares, las multas y las prisiones, el miedo al hambre y a quedarse en la calle, por supuesto — todos esto son aspectos reales e importantes de la dominación. Pero, incluso la fuerza de las armas del Estado solo puede tener éxito al llevar a cabo su tarea debido a la sumisión del pueblo. Y aquí está la base real de toda la dominación — la sumisión de los esclavos, su decisión de aceptar la seguridad de la miseria y de la servidumbre conocida, por sobre el riesgo de la libertad desconocida, su voluntad de aceptar una supervivencia asegurada pero sin color, a cambio de la posibilidad de vivir realmente, lo cual no ofrece ninguna garantía.
Así, para acabar con nuestra esclavitud, para movernos más allá de los límites de la simple sobrevivencia, es necesario tomar la decisión de rechazar la sumisión; es necesario empezar a reapropiarnos de nuestras vidas aquí y ahora. Tal proyecto inevitablemente nos ubica en conflicto con el orden social entero del trabajo; de esta forma, el proyecto de reapropiación de la existencia de una/o debe ser también el proyecto de destrucción del trabajo. Para ser más claro, cuando digo “trabajo” no me refiero a la actividad en la que una persona crea los medios para su propia existencia (la cual idealmente nunca estaría separada de la vida de una/o y del hecho de vivir) sino más bien, a una relación social que transforma esta actividad en una esfera separada de la vida de esa persona y la pone al servicio del orden dominante, de este modo, esta actividad, de hecho, deja de tener relación directa en la creación de su propia existencia, en vez de eso solo se le mantiene en el campo de la simple subsistencia (a cualquier nivel de consumo) por medio de una serie de mediaciones en las que la propiedad, el dinero y el intercambio de mercancías están entre los más importantes. En el proceso de recuperación de nuestras vidas, este es el mundo que debemos destruir, y esta necesidad de destrucción hace de la reapropiación de nuestras vidas junto con la insurrección y revolución social un solo proyecto.
La maquinaria del control: una mirada crítica hacia la tecnología
“Criticar la tecnología (...) significa componer el cuadro general, mirarla no como un simple conjunto de máquinas, sino antes como una relación social, como sistema; significa comprender que un instrumento tecnológico refleja la sociedad que lo ha producido y que su introducción modifica las relaciones entre los individuos. Criticar la tecnología significa rechazar la subordinación de cada actividad humana a los tiempos de la ganancia”. Ai Ferri Corti[4]
La tecnología no se desarrolla en el vacío, independientemente de las relaciones sociales del orden en el que se desarrolla. Es el producto de un contexto, e inevitablemente, refleja este contexto. Por lo tanto, decir que la tecnología es neutral, no tiene fundamento. No puede ser más o menos neutral que los otros sistemas diseñados para garantizar la reproducción del orden social existente —el gobierno, el intercambio de mercancías, el matrimonio y la familia, la propiedad privada...— por lo tanto, un análisis revolucionario serio debe necesariamente incluir una aproximación crítica sobre tecnología.
Por tecnología no me refiero simplemente a herramientas, máquinas, o incluso “un conjunto de máquinas” como entidades individuales, sino más bien a un sistema integrado de técnicas, máquinas, personas y materiales, diseñado para reproducir las relaciones sociales que se prolongan y hacer avanzar su existencia. Para que quede claro desde el principio, no estoy diciendo que la tecnología produzca relaciones sociales, sino más bien que está diseñada para reproducirlas de acuerdo a las necesidades del sistema dominante.
Antes de que el capitalismo llegara a dominar las relaciones sociales, las herramientas, las técnicas e incluso algunas máquinas habían sido creadas y aplicadas a tareas específicas. Hubo incluso algunas aplicaciones sistemáticas de técnicas y de maquinaria que podrían ser consideradas tecnológicas en el completo sentido de la palabra. Es interesante señalar que estas posteriormente fueron aplicadas más completamente en donde el poder necesitaba un estricto orden — en monasterios, en las cámaras de tortura de la Inquisición, en los barcos de esclavos, en la creación de monumentos al poder, en las estructuras burocráticas, militares y policiales de los imperios poderosos como la China dinástica. Pero estas permanecieron en gran parte como elementos aislados a la gran mayoría de la gente común, quienes tendían a utilizar las herramientas y técnicas que ellas/os crearon por sí mismas/os, de forma individual o dentro de su comunidad.
Con el surgimiento del capitalismo, a la necesidad de la extracción y la explotación de recursos a gran escala, le siguió la expropiación sangrienta y despiadada de todo lo que antes fue compartido en comunidad, por la nueva clase dominante capitalista en desarrollo (un proceso que fue extendido internacionalmente a través de la construcción de imperios coloniales) y el desarrollo de un sistema tecnológico cada vez más integrado, que permitió la máxima eficiencia en el uso de los recursos incluyendo la mano de obra. Los objetivos de este sistema fueron el incremento de la eficiencia en la extracción y aprovechamiento de los recursos y el aumento del control sobre las/os explotadas/os.
Las primeras aplicaciones de las técnicas industriales fueron en barcos mercantes y de guerra y en las plantaciones. El último caso fue, de hecho, un nuevo sistema de cultivo a gran escala con fines de lucro, que se pudo desarrollar en el tiempo debido a la expropiación de los campesinos en Europa —especialmente en Gran Bretaña— que proporciona un conjunto de sirvientes y criminales condenados a trabajos forzados, en conjunto con la expansión del comercio de los esclavos africanos, a los cuales se les sacó de sus hogares y se les forzó a la servidumbre. El primer caso, fue también en gran parte basado en la expropiación de las clases explotadas — muchas/os de los cuales se encontraron a sí mismo secuestradas/os y obligadas/os a trabajar en los barcos. El sistema industrial impuesto en estos contextos no se basaba en un ensamblado de máquinas de manufacturación como método para coordinar del trabajo en el que las/os trabajadoras/os eran los engranajes de la máquina y si uno fallaba en su parte, ponía en riesgo a toda la estructura del trabajo.
Pero habían aspectos específicos de este sistema que lo amenazaban. El sistema de plantación, al reunir varios grupos de desposeídos con diferentes conocimientos y experiencias, permitió interacciones que podrían servir de base para asociaciones ilegales y para compartir la revuelta. Los marineros que vivían como esclavos en los barcos también proporcionaban un medio de comunicación entre los diferentes lugares, creando una especie de internacionalismo entre desposeídos. Informes sobre asociaciones ilegales e insurrecciones en las costas del Atlántico Norte en los siglos XVII y XVIII, involucrando a desposeídos de todas las razas y con poca evidencia de racismo, son fuente de inspiración, pero esto también obligó al capitalismo a desarrollar aún más sus técnicas. Una mezcla de ideología racial y de división del trabajo fue usada para crear divisiones entre los esclavos negros y sirvientes de la vieja Europa. Además, aunque el Capital no podría existir sin el transporte de mercancías y recursos, este comenzó a poner énfasis en la transformación de recursos en mercancías para la venta a gran escala, tanto por razones económicas como sociales.
La dependencia de las/os artesanas/os para manufacturar en pequeña escala era de varias formas peligroso para el Capital. Económicamente, era lento e ineficiente, y no dejaba suficientes ganancias en las manos de la clase dominante. Pero más importante, la relativa independencia de los artesanos les hizo ser más difíciles de controlar. Ellas/os determinaban su tiempo, su ritmo de trabajo y así sucesivamente. Por lo tanto, el sistema de fábricas, que ya había demostrado su eficacia en los barcos y en las plantaciones, se aplicó, asimismo, en la producción de bienes.
Así, el sistema industrial no fue desarrollado solo (o al menos primeramente) porque era la manera más eficiente para producir bienes. Los capitalistas no están particularmente interesados en la producción de bienes como tales. Por el contrario, ellas/os producen bienes simplemente como una parte necesaria del proceso de expansión del Capital, generando ganancias y manteniendo su control sobre la riqueza y el poder. Por lo tanto, el sistema fabril —esta integración de técnicas, máquinas, herramientas, personas y recursos, que es la tecnología tal como la conocemos— fue desarrollado como medio de control hacia la parte más impredecible del proceso de producción — el trabajador humano. La fábrica es, de hecho, establecida como una enorme máquina, con cada parte —incluyendo las partes humanas— totalmente interconectada con cada acción de las demás partes. A pesar de que el perfeccionamiento de este proceso tuvo lugar a lo largo del tiempo, a medida que la lucha de clases mostró las debilidades en el sistema, este objetivo central fue desde el principio inherente a la tecnología industrial, porque esta era la razón que estaba detrás de esta tecnología. Los ludditas percibieron esto y esta fue la fuente de su lucha.
Si reconocemos que la tecnología desarrollada en el capitalismo lo fue precisamente para mantener y aumentar el control de la clase dominante capitalista sobre nuestras vidas, no hay nada sorprendente en el hecho de que los avances técnicos, que no fueron respuestas específicas a la lucha de clases en el lugar de trabajo, hayan ocurrido por sobre todo en el campo de la técnica militar y policial. La cibernética y la electrónica proporcionan los medios de acopio y almacenamiento de información, llegando a niveles nunca antes conocidos, permitiendo una vigilancia mucho mayor hacia una población mundial cada vez más empobrecida y potencialmente rebelde. También permiten la descentralización del poder sin ningún tipo de pérdida de control por parte de los amos — el control se encuentra precisamente en los sistemas tecnológicos desarrollados. Obviamente, la extensión de la red de control sobre el cuerpo social completo también significa que es muy frágil. Los puntos débiles están en todas partes, las/os rebeldes son creativos y los encontrarán. Pero la necesidad de un mayor control posible lleva a los líderes a aceptar estos riesgos, esperando ser capaces de corregir los puntos débiles lo más pronto posible.
Así, la tecnología, tal como la conocemos, este sistema industrial de técnicas, maquinaria, personas y recursos integrados, no es neutral. Se trata de una herramienta específica, creada según los intereses de la clase dominante, que nunca fue destinada para satisfacer nuestras necesidades y deseos, sino más bien para mantener y ampliar el control del orden dominante.
La mayoría de los anarquistas reconocen que el Estado, la propiedad privada, el sistema de mercado, la familia patriarcal y la religión organizada son instituciones inherentemente dominantes y sistemas que deben ser destruidos si queremos crear un mundo en el que todos seamos libres de determinar nuestras vidas como se nos plazca. Por tanto, es extraño que el mismo razonamiento no sea aplicado con el sistema tecnológico industrial. Incluso en esta época, cuando las fábricas no dejan lugar a ningún tipo de iniciativa individual, en la que las comunicaciones son dominadas por gigantescos sistemas y redes accesibles de cualquier agencia policial, los cuales determinan cómo se pueden utilizar, en que el sistema tecnológico como un todo necesita de gente con un poco más que manos y ojos, trabajadores de mantenimiento y de inspectores de control de calidad, aun hay anarquistas que quieren “tomar el control sobre los medios de producción”. Pero el sistema tecnológico que conocemos es en sí mismo parte de las estructuras de dominación. Fue creado para controlar con mayor eficacia a las/os explotadas/os por el Capital. Con el fin de recuperar nuestras vidas, al igual que el Estado, como con el Capital mismo, es necesario que este sistema tecnológico sea destruido con el fin de recuperar nuestras vidas. Lo que esto significa, con respecto a las herramientas y técnicas específicas, serán determinadas en el curso de nuestra lucha contra el mundo de la dominación. Pero, precisamente con el objeto de abrir el camino para la posibilidad de crear lo que deseamos en libertad, la maquinaria de control tendrá que ser destruida.
La propiedad: las rejas del capital que encierran
Entre las grandes mentiras que mantienen el dominio del capital se encuentra la idea de que la propiedad es libertad. La naciente burguesía hizo este reclamo a medida que particionaban la tierra con rejas de todo tipo — físicas, legales, morales, sociales, militares... lo que sea que hubieran encontrado necesario para cercar las riquezas asesinadas de la tierra y para excluir a las muchedumbres indeseables, salvo por su fuerza de trabajo.
Como muchas de las mentiras del poder, esta consigue engañar por medio de una maniobra propia de ilusionistas. Las multitudes “desencadenadas” de sus tierras fueron libres de escoger entre morirse de hambre o vender el tiempo de sus vidas a cualquier amo que las comprase. “Trabajadores libres” les llamaron sus amos, ya que a diferencia de las/os esclavas/os, los amos no tenían necesidad de responsabilizarse por sus vidas. Era solamente su fuerza de trabajo lo que los amos compraban. Les dijeron que ellas/os eran dueñas/os de sus vidas, aunque de hecho estas habían sido ya arrebatadas, renunciando a cualquier vestigio de opción real, cuando los amos capitalistas le pusieron cercos a las tierras y expulsó a estos “trabajadores libres” a la búsqueda de su supervivencia. Este proceso de expropiación, que permitió al capitalismo desarrollarse, continúa hoy día hasta sus márgenes, pero otro truco ilusionista mantiene en el centro esta ilusión burguesa.
Se nos dijo que la propiedad es una cosa y que la conseguimos con dinero. Según esta mentira, la libertad se basa en las cosas que podemos comprar y que se incrementa al acumularlas. En la búsqueda de esta libertad que nunca está verdaderamente alcanzada, la gente se encadena a actividades que no son de su elección, renunciando a cualquier opción real, con el propósito de ganar dinero que se supone le comprará libertad. Y mientras sus vidas son consumidas al servicio de proyectos que nunca les han sido propios, ellas/os gastan sus salarios en juguetes y entretenimiento, en terapias y en drogas, los anestésicos que garantizan que no vean a través de la mentira.
De hecho, la propiedad no son las cosas que alguien posee. La propiedad son las rejas — las rejas que nos mantienen dentro, que nos tiene afuera, todos los límites por los cuales nuestra vida se nos es robada. Por lo tanto, la propiedad es, por sobre todo, una restricción, un límite de tal magnitud que garantiza que ningún individuo podrá realizarse completamente mientras estos límites existan.
Para entender completamente esto, debemos ver a la propiedad como una relación social entre las cosas y la gente, mediadas por el Estado y el mercado. La institución de la propiedad no podría existir sin el Estado, el que concentra el poder en las instituciones de dominación. Sin las leyes, las armas, los policías y los tribunales, la propiedad no tendría una base real, ninguna fuerza para sustentarla.
A decir verdad, se podría decir que el Estado es en sí mismo una institución de la propiedad. ¿Qué es el Estado, sino una red de instituciones por las cuales controla cierto territorio, y sus recursos son asegurados y mantenidos mediante la fuerza de las armas? Toda la propiedad es en el fondo perteneciente al Estado, ya que existe solo con el permiso y bajo la protección de aquel. Dependiente de los niveles de poder real, esta protección y este permiso pueden ser quitados en cualquier momento y por cualquier motivo, y la propiedad volverá al Estado. Esto no quiere decir que el Estado sea más poderoso que el Capital, sino más bien que los dos están tan profundamente conectados, que constituyen un único orden social de explotación y dominación. Y la propiedad es la institución a través de la cual hace valer su poder en nuestra cotidianeidad, imponiéndonos el hecho de trabajar y de pagar con el fin de reproducirla.
Por lo tanto, la propiedad es en realidad el alambre de púas, el cartel que dice “no pasar”, la etiqueta con un precio, el policía y la cámara de vigilancia. El mensaje que cada uno de estos trae es el mismo: una/o no puede usar o disfrutar de algo sin permiso, el que debe ser otorgado por el Estado y pagado con dinero en alguna parte del proceso.
No se vuelve entonces una sorpresa que el mundo de la propiedad, dominado por el Estado y el Capital sea un mundo empobrecido donde la carencia, no la satisfacción, llena la existencia. La búsqueda de la realización individual, bloqueada en cada vuelta por una u otra reja, es reemplazada por la competencia (que homogeniza y atomiza) por acumular cosas, ya que en este mundo el “individuo” es medido solo según las cosas que tiene. Y la inhumana comunidad de etiquetas con precios se empeña en enterrar la singularidad por debajo de las identidades que se encuentran en las ventanas de las tiendas.
Atacando las posesiones de las/os dueñas/os de este mundo —rompiendo las ventanas de los bancos, quemando los vehículos policiales, explotando la oficina del empleo o rompiendo máquinas— ciertamente tiene su mérito. Una/o puede conseguir un poco de placer, si acaso algo más, y varias acciones de este tipo pueden incluso obstaculizar proyectos específicos del orden dominante. Pero, al final, debemos atacar a la propiedad como institución, a cada cerco físico, mental, moral o social. Este ataque empieza con el deseo de cada una/o de recuperar nuestra vida y determinarla de la forma que nosotras/os queramos. Cada espacio y cada momento que recuperamos a esta sociedad de consumo y producción nos proporciona un arma para expandir esta lucha. Pero, como un compañero escribió “... esta lucha o se extiende o no es nada. Solo cuando los saqueos sean una práctica a gran escala, cuando el intercambio de regalos se subleve contra el comercio de productos,[5] cuando las relaciones no están ya mediadas por mercancías y los individuos le dan su propio valor a las cosas, solo entonces la destrucción del mercado y del dinero —que es la misma que la demolición del Estado y de cada jerarquía— se vuelve una posibilidad real”, y con esta, la destrucción de la propiedad. La revuelta individual contra el mundo de la propiedad debe expandirse en una revolución social que eche abajo cada reja y abra todos las posibilidades para la realización individual.
La religión: cuando lo sagrado aprisiona a lo maravilloso
Es probable que los seres humanos siempre que hayan tenido encuentros con el mundo a su alrededor y hayan echado a volar su imaginación, han despertado una creciente sensación de asombro, una experiencia con lo maravilloso. Hacer el amor con el océano, devorar el hielo, una luna con sabor a menta, saltar hacia las estrellas en una loca y deliciosa danza. Tales son las perversas imaginaciones que hacen ver tan aburridas a las concepciones mecanicistas del mundo. Pero, en esta era, tristemente, el brillo del industrialismo con su superficial lógica mecanicista, que provienen desde la visión del mundo de los contadores[6] del Capital, ha dañado muchas mentes, quitando la razón de la pasión y la pasión de la capacidad de crear sus propias razones y encontrar sus propios significados en la experiencia y la creación de lo maravilloso.
Así, muchas/os van a lo sagrado en busca de las sensaciones de placer y de maravilla, olvidando que lo sagrado por sí mismo es la prisión de lo maravilloso.
La historia de la religión es en realidad la historia de la propiedad y del Estado. Todas estas instituciones están fundadas en expropiaciones, que juntas componen la alienación social, la alienación de los individuos de su capacidad de crear sus vidas a su propia manera. La propiedad expropia el acceso a los individuos a la abundancia material del mundo, poniéndola en las manos de unas/os cuantas/os que le ponen rejas y le colocan un precio. El Estado les expropia a los individuos la capacidad para vivir sus vidas y sus relaciones a su propia manera, dejando estas en manos de unas/os pocas/os, en forma de poder controlar la vida de las/os demás, transformando su actividad en fuerza de trabajo necesaria para reproducir el orden social. De la misma forma, la religión (y sus actuales paralelos, la ideología y la siquiatría) es la institución que expropia la capacidad de las/os individuas/os para interpretar sus interacciones con el mundo tanto alrededor como al interior suyo, poniéndolas en manos de unas/os cuantas/os especialistas, las/os que crean interpretaciones que sirven a los intereses del poder. El proceso por el cual estas expropiaciones son llevadas a cabo no está realmente separado, más bien completamente interconectados, formando una red integrada de dominación, pero pienso, en este tiempo, cuando muchas/os anarquistas parecen prestar atención a lo sagrado, es útil examinar la religión como una específica institución de dominación.
Si, actualmente, al menos, en las democracias de tipo occidental, la conexión entre la religión y el Estado parece ser relativamente tenue, residiendo en los arrebatos dogmáticos de un Ashcroft[7] o la bendición ocasional del Papa, originalmente el Estado y la religión eran dos caras de la misma entidad. Cuando los amos no eran dioses o los mismos altos sacerdotes, estos aún estuvieron ordenados por un dios por medio del alto sacerdote, especialmente consagrado para representar a dios en la Tierra, así como para gobernar en su nombre. Por tanto, las leyes de los gobernantes eran las leyes de dios; sus palabras eran las palabras de dios. Es cierto que eventualmente las religiones han distinguido las leyes de dios de las del Estado. Generalmente, estas religiones se desarrollaron en medio de la persecución de personas y por consiguiente, sintiendo la necesidad de aparecer como un poder más fuerte que el del Estado. Así, estas religiones apoyaron el concepto de dominio, de una ley que gobernaba sobre las/os individuas/os, así como por sobre los Estados terrenales. Si los antiguos hebreos pudieron distinguir entre líderes “divinos” y “no divinos”, y si los primeros cristianos pudieron decir “Deberíamos obedecer a dios más que a los hombres”, tales declaraciones no eran llamados a la rebelión, sino hacia la obediencia a una autoridad superior. La biblia cristiana hace explícito esto cuando señala “dadle al César lo que es del César” y “sométanse a los poderes que existen, porque ellos son ordenados por dios”. Si algunos extractos de las escrituras judeo-cristianas pudieran inspirar la revuelta, es poco probable que sea la revuelta de los individuos en contra de todo lo que les roba la vida. Más bien, sería una revuelta contra un determinado Estado, con el objetivo de reemplazarlo por un Estado basado en las “leyes de dios”.
Pero la religión es mucho más que la sola tradición judeo-cristiana. Es por eso necesario el examinar el concepto de “sagrado”, por sí solo, la idea que parece estar en el corazón de la religión. En estos días frecuentemente oigo a la gente lamentarse de la pérdida de lo sagrado y no puedo dejar de reír. En este mundo en el que fronteras, límites, rejas, alambres de púas, leyes y restricciones de todo tipo abundan, ¿qué hay allí dentro que no sea sagrado? ¿Qué existe que podamos tocar, interactuar o disfrutar libremente? Pero, por supuesto, yo malentiendo. La gente está lamentándose hoy la pérdida de lo maravilloso, del placer, de ese sentimiento expansivo de consumirse y ser consumido por un vibrante universo viviente. Pero si esto lo lamentan, entonces ¿por qué hablan de la pérdida de lo sagrado, si el concepto de sagrado por sí mismo es lo que separó la maravilla y el placer del mundo y lo puso en un lugar aparte?
Lo sagrado, en realidad, nunca significó lo que es maravilloso, inspirador o alegre. Esta significó aquello que está consagrado. La consagración precisamente es el proceso de separación de algo que es parte de la vida normal, de la libre e igualitaria disponibilidad para que todas/os lo usen como quieran, con el propósito de ser dejado a un lado para una determinada tarea. Este proceso comienza con el surgimiento de especialistas en la interpretación del significado de la realidad. Estas/os especialistas están consagrados por sí mismas/os, separadas/os de las tareas de la vida normal y alimentadas/os por los sacrificios y las ofrendas de aquellas/os para quienes interpretan la realidad. Por supuesto, la idea de que puede haber algunas/os con una conexión especial con el significado de la realidad implica que hay solo un significado que es universal y que por tanto necesita atención y capacidades especiales para ser entendido. Así, primero como chamanes y más tarde como curas, estas personas sagradas expropiaron la capacidad de los individuas/os para crear sus propios significados. Los poéticos encuentros de una/o con el mundo se vuelven insignificantes, y los lugares, las cosas y los seres que son especiales para un individuo son reducidos a simples caprichos, desprovistos de un significado social. Ellos son reemplazados por las instituciones, los lugares y las cosas sagradas determinadas por el sacerdote, el que entonces las mantiene alejadas de las/os profanos mujeres y hombres, solo presentados por medio de la apropiada mediación del ritual, para garantizar que las mentes de los rebaños permanezcan “nubladas” para que así no vean la actual banalidad de “lo sagrado”.
Es precisamente la naturaleza de lo sagrado, como separación, lo que da nacimiento a los dioses. Examinando desde más cerca, ¿qué es un dios, sino el símbolo del extravío de la capacidad humana para ser, para actuar por una/o misma/o, para crear la vida y los significados a la manera que una/o desee? Y la religión, al crear dioses, sirve de hecho a la clase dominante de una forma más esencial. Está ciega a las/os explotadas/os acerca de la verdadera razón por la que ellas/os están separadas/os de su capacidad de determinar su propia existencia. No es un asunto de expropiación y alienación social sino de una separación que es propia de la naturaleza de las cosas. Todo el poder es de los dioses y nosotras/os solo podemos aceptar su voluntad, esforzándonos en servirles lo mejor que podamos. El resto es soberbia. De este modo, la actual expropiación de las capacidades de las personas para crear sus propias vidas, desaparece tras un destino determinado divinamente contra el cual no se puede luchar. En vista de que el Estado representa la voluntad de Dios en la Tierra, este no puede ser combatido, pero sí debe ser soportado. La única conexión que puede ser hecha con este poder sagrado es aquella ofrecida por la mediación del ritual religioso, una “conexión” que, por cierto, asegura la continuidad de la separación en cualquier nivel práctico. El fin de esta separación sería el fin de lo sagrado y de la religión.
Una vez que reconocemos qué es la consagración —esto es, una separación— lo que define lo sagrado, se hace claro el por qué la autoridad, la propiedad y todas las instituciones de dominación son sagradas. Todas ellas son formas sociales de separación, la consagración de las capacidades y de la riqueza que una vez fueron accesibles para todas/os nosotras/os, para un uso especializado al que las personas ahora no podemos tener acceso excepto por medio de los rituales apropiados que mantienen esta separación. Entonces es completamente acertado hablar de la propiedad, en un sentido literal, como sagrado y de las mercancías como fetiches. El capitalismo es profundamente religioso.
La historia de la religión occidental no ha sido de simple aceptación de lo sagrado y de dios (en este punto no tengo suficientes conocimientos como para hablar de las religiones no occidentales). Durante toda la Edad Media, y después, existieron movimientos heréticos que fueron tan lejos hasta el punto de cuestionar la existencia misma de dios y de lo sagrado, expresado en el lenguaje de su tiempo —los Hermanos del Libre Espíritu, los Adamitas, los Ranters y muchos otros— negaron la separación que definió lo sagrado, reclamaron la divinidad a su manera y por tanto, reapropiaron su voluntad y su capacidad para actuar en sus propios términos, para crear sus propias vidas. Esto obviamente los ubicó en contra de la sociedad alrededor de ellas/os, la sociedad del Estado, de la economía y de la religión.
A medida que el capitalismo comenzó a aparecer en el mundo occidental y a expandirse por medio del imperialismo colonial, también surgió un movimiento de revuelta contra este proceso. Lejos de ser un movimiento que pretendía traer de vuelta un idílico pasado imaginario, este llevó dentro de si las semillas de la anarquía y el comunismo verdadero. Esta semilla revolucionaria fue desencadenada gracias a las interacciones de gente de varias culturas diferentes quienes estaban siendo desposeídas/os de diferentes maneras — el pobre de Europa, cuyas tierras fueron “enrejadas”[8] (¿podría yo decir consagradas, lo que extrañamente parece sinónimo de robadas?), forzándolos hacia los caminos y los mares; africanos expulsados de sus tierras, separados de sus familias y culturas y forzados a la esclavitud; y los pueblos indígenas, en las tierras que ya están colonizadas, se encuentran a sí mismos desposeídas/os y muchas veces asesinadas/os. No eran raros los levantamientos a lo largo de la costa atlántica (en Europa, África y América) en el siglo XVII y a comienzos del XVIII, y usualmente involucró cooperación igualitaria entre todos aquellos grupos de explotadas/os y desposeídas/os.
Pero, para mi mente, una de las principales debilidades de este movimiento de revuelta es que nunca pareció liberarse a sí mismo de la visión religiosa del mundo. Mientras la clase capitalista expropiaba cada vez más aspectos del mundo y de las vidas de las manos de los individuos, reservándolos para sus propios intereses, y haciéndoles accesibles solo por medio de la apropiada mediación de los rituales del trabajo asalariado y el intercambio de mercancías, los rebeldes, la mayor parte, no pudieron dar el paso final de rebelarse completamente contra lo sagrado. De esta forma, solo opusieron una concepción de lo sagrado a otra, una moralidad contra otra, dejando, por tanto, lugar para la alienación social. Esto es lo que hizo posible que la democracia y el capitalismo humanitario o el socialismo pudieran recuperar esta revuelta, en la que “el pueblo”, la “sociedad” o “la raza humana” juegan el rol de dios.
La religión, la propiedad, el Estado y todas las otras instituciones de dominación se sostienen sobre separaciones fundamentales que generan la alienación social. Como tales, ellas constituyen lo “sagrado”. Si queremos volver a ser capaces de captar lo maravilloso como propio, para experimentar asombro y placer directamente como queramos, para hacer el amor con los océanos o bailar con la estrellas, sin la intervención de dioses o curas diciéndonos qué debe significar esto, o para hacerlo más simple, si queremos poner nuestras vidas en nuestras manos, creándolas como queramos, entonces, debemos entonces atacar lo sagrado en todas sus formas. Debemos profanar lo sagrado de la propiedad y la autoridad, de las ideologías e instituciones, de todos los dioses, templos y fetiches, cualesquiera que sean sus bases. Solo de esta forma podemos experimentar a nuestra manera de todo lo que hay en el mundo interior y exterior, sobre las bases de la única igualdad que puede interesarnos, el reconocimiento igualitario de lo que es maravilloso en la singularidad de cada una/o de nosotras/os. Solo de esta forma podemos experimentar y crear lo asombroso en toda su belleza y maravilla.
Un asunto de familia
En la lucha por recuperar nuestras vidas es necesario cuestionar a cada institución, incluso aquellas que tocan los aspectos más íntimos de nuestras vidas. De hecho, es particularmente importante desafiar tales instituciones debido a su cercanía con nosotras/os. Su intimidad puede hacerlas aparecer no del todo como instituciones, sino más bien como la más natural de las relaciones. Y así ellas pueden emplear sus engañosas tácticas y hacer aparecer a la dominación como algo natural.
Las relaciones de familia son asumidas, incluso por la mayoría de las/os anarquistas. Es precisamente la intimidad de aquellas relaciones la que las hace aparecer tan naturales. Y aun la familia, tal y como la conocemos —la familia nuclear, la unidad ideal para el consumo de mercancías— tiene tan solo un poco más de 150 años de existencia y se encuentra actualmente en un estado de desintegración. Y las formas más tempranas de relaciones familiares parecen reflejar los requerimientos de las necesidades económicas o de cohesión social más que por alguna inclinación natural.
La institución de la familia va de la mano con la institución del matrimonio. Si el matrimonio en las sociedades sin Estado ha tendido a ser vínculos bastante libres, enfocados en primer lugar en mantener cierta clase de relaciones de parentesco, con el surgimiento del Estado y la propiedad, este se convirtió en una relación mucho más estrecha, una relación de propiedad, de hecho. En concreto, el matrimonio se convirtió en la institución en la que el padre, reconocido como el dueño de su familia, entrega su hija a otro hombre, el que, como su esposo, se convierte luego en su nuevo dueño. De esta manera, la base de la dominación de la mujer está en la familia, la que desde aquí se propaga a la sociedad entera.
En el interior de la familia, sin embargo, hay otra jerarquía. El propósito central de la familia es la reproducción de la sociedad y esta necesita que los seres humanos se reproduzcan. Así, se espera que la esposa dé a luz a las/os niñas/os y estos, aunque en última instancia son propiedad de su padre, se encuentran bajo la autoridad directa de la madre. Este es el porqué muchos de las/os que crecimos en familias, en las que los llamados “tradicionales” roles de género eran aceptados, de hecho, experimentamos a nuestras madres como la primera autoridad que nos dominó.
Papá era un figura lejana, trabajando sus 60 a 70 horas en la semana (independientemente de la supuesta victoria de los trabajadores de las 40 horas de trabajo semanales) para entregarle a su familia de todas las cosas que la sociedad dice que son necesarias para tener una buena vida. Mamá nos regañó, nos susurró, señaló nuestros límites, se esforzó en delimitar nuestras vidas — como el encargado en el puesto de trabajo, que es la cara cotidiana del jefe, mientras el dueño se mantiene invisible la mayor parte del tiempo.
El verdadero propósito social de la familia es de esta manera la reproducción de los humanos, lo que no significa solamente dar a luz a las/os hijas/os, sino también transformar este material humano en bruto en un ser útil a la sociedad — en un sujeto leal, una buena ciudadana, un trabajador esforzado, una ávida consumidora. Por consiguiente, desde el momento del nacimiento, es necesario que la madre y el padre empiecen a entrenar a la/el hija/o. Es en este nivel donde podemos comprender la inmediata exclamación “¡es un niño!”, “¡es una niña!”. El género es un rol social que es evaluado por medio de la biología en el momento de nacer, y así esto es lo primero en ser impuesto por medio de una variedad de símbolos — los colores de las sábanas y paredes de la guardería, vestimenta, juguetes ofrecidos para jugar, el tipo de juego que se le anima a jugar, etc.
Pero esto sucede junto con un énfasis en la niñez como tal. En vez de fomentar la autosuficiencia y la capacidad de tomar sus propias decisiones y actuar en base a estas, a las/os niñas/os se les alienta a actuar de manera inepta e ingenua, careciendo de la capacidad de razonar y actuar sensiblemente. Todo esto es considerado “tierno” y se supone que la “ternura” es la principal característica de las/os niñas/os. A pesar que, de hecho, la mayoría de las/os niñas/os usan la ternura muchas veces de una forma ingeniosa, como una manera de eludir las exigencias de los adultos, el reforzamiento social de este rasgo, no obstante, apoya y extiende la dependencia e impotencia el tiempo suficiente para que se arraigue el condicionamiento social, para que la servidumbre se vuelva un hábito. En este punto la “ternura” empieza a ser desaprobada y objeto de burla como infantilismo.
Ya que la relación normal entre un padre y su hijo es una relación de propiedad y por ende, de dominación y sumisión en el nivel más íntimo, las artimañas a través de la cual los niños sobreviven a esto, termina por convertirse en el método que usan para interactuar con el mundo, una red de mecanismos de defensa a la que Wilheim Reich se refiere como «armadura del carácter». Este puede ser, de hecho, el aspecto más horripilante de la familia — el condicionamiento, y nuestros intentos de defendernos contra esto puede marcarnos de por vida.
De hecho, los miedos, las fobias y las defensas inculcadas en nosotras/os por la autoridad de la familia tienden a reforzar la estructura de la familia. La forma con la que los padres refuerzan y extienden la incapacidad de los niños garantiza que sus deseos permanezcan más allá de su propio alcance y bajo el control los padres — esto es, el control de la autoridad. Esto es cierto incluso con los padres que «consienten» a sus hijas/os, puesto que tal consentimiento generalmente tiende a dirigir los deseos de los niños hacia el consumo de productos. Incapaces de realizar sus propios deseos, los niños rápidamente aprenden a esperar carencia y humillarse con la esperanza de conseguir un poco de lo que ellas/os quieren. Por tanto, la ideología económica del trabajo y del consumo de productos está arraigada dentro nuestro gracias a las forzadas relaciones sobre nosotros en la infancia. Cuando alcanzamos la adolescencia y nuestros impulsos sexuales se vuelven más intensos, la carencia que se nos enseñó a esperar nos provoca ser fácilmente llevados hacia concepciones económicas de amor y el sexo. Cuando empezamos una relación tendemos a ver esta como una de propiedad, a menudo reforzada con algún objeto simbólico. Aquellas/os que no ahorran adecuadamente sus impulsos sexuales son estigmatizadas/os, especialmente si son muchachas. Nos aferramos con desesperación a las relaciones amorosas, lo que refleja la muy real escasez de amor y de placer que hay en el mundo. Y aquellos quienes han sido adiestradas/os tan bien que son incapaces de realizar verdaderamente sus propios deseos, finalmente aceptan que si no pueden poseer, o incluso reconocer verdaderamente, sus propios deseos, al menos pueden definir los límites de los deseos del otro, quienes devuelta definen sus límites. Es seguro. Y es miserable. Esta es la pareja, la precursora de la familia.
El desesperado miedo a la escasez de amor reproduce, por tanto, las condiciones que mantienen esta escasez. El intento de explorar y experimentar con formas de amar que escapan de la institucionalización del amor y el deseo en la pareja, en la familia, en el matrimonio perpetuamente encuentra sus límites en el amor economizado. Esto no debería ser una sorpresa puesto que ciertamente esta es la forma apropiada que el amor toma en una sociedad dominada por la economía.
Aun la utilidad económica de la familia expone también la pobreza de esta. En las sociedades pre-industriales (y en algunas sociedades industriales antes de que surgiera el consumismo), la realidad económica de la familia se sostenía mayoritariamente sobre la utilidad de cada miembro de la familia llevando a cabo tareas esenciales para la sobrevivencia de esta. Por tanto, la unidad de la familia sirvió a un propósito relacionado con las necesidades básicas y tendía a extenderse más allá de la unidad de la familia nuclear. Pero en Occidente, con la aparición del consumismo después de la Segunda Guerra Mundial, el rol económico de la familia cambió. Su propósito ahora fue reproducir consumidores que representaban a los distintos objetivos del mercado.
De este modo, la familia se convirtió en la fábrica que produce amas de casa, adolescentes, escolares, todas/os aquellas/os seres cuyas capacidades para realizar sus deseos han sido destruidas, de tal manera que pueden ser dirigidas hacia el consumo de productos. La familia permanece necesariamente como el medio para reproducir tales roles dentro de los individuos humanos, pero ya que la familia no es capaz de definir los límites de los deseos empobrecidos —ese rol lo juegan ahora las mercancías— no se deja una base real para la cohesión familiar. Como resultado, vemos el horror actual del quiebre de la familia sin su destrucción. Y pocas personas son capaces de concebir una vida completa sin ella, involucrando la intimidad y el amor. Si vamos verdaderamente a recuperar nuestras vidas en su totalidad, si estamos por liberar realmente nuestros deseos de nuestras cadenas de miedo y productos, debemos esforzarnos por comprender todo aquello que nos ha encadenado y debemos pasar a la acción, atacando y destruyendo todo aquello. Por lo tanto, al atacar las instituciones que nos esclavizan, no podemos olvidarnos de atacar a la más íntima fuente de nuestra esclavitud, la familia.
¿Por qué todas/os vivimos en una prisión? La cárcel, las leyes y el control social
En esta sociedad existe un lugar donde una/o se encuentra perpetuamente bajo vigilancia, donde cada movimiento es monitoreado y controlado, donde todas/os están bajo sospecha, a excepción de la policía y sus jefes, donde se asume que todas/os son criminales. Hablo, de la cárcel, por supuesto...
Pero a un ritmo cada vez rápido, esta descripción se está ajustando cada vez más a los espacios públicos. Los centros comerciales y los centros de las principales ciudades están bajo video vigilancia. Guardias armados patrullan escuelas, bibliotecas, hospitales y museos. Una/o es registrada/o en aeropuertos y estaciones de bus. Los helicópteros policiales vuelan sobre las ciudades e incluso sobre los bosques, en busca del crimen. La metodología del encarcelamiento, que junto con la metodología policial son una sola, está siendo impuesta gradualmente en todo el paisaje social.
Este proceso está siendo impuesto por medio de miedo y las autoridades lo justifican sobre nosotras/os en función de nuestra necesidad de protección — de los criminales, de los terroristas, de la vigilancia y las drogas. Pero ¿quiénes son esos criminales y esos terroristas, quiénes son tales monstruos que a cada momento amenazan nuestras vidas llenas de miedo? Solo un momento de cuidadosa atención es suficiente para responder esta pregunta. A los ojos de los amos del mundo, nosotras/os somos los criminales y los terroristas, nosotras/os somos los monstruos — potencialmente, al menos. Después de todo, somos las/os únicas/os a quienes ellas/os controlan y vigilan. Somos las/os únicas/os que son observadas/os por las cámaras de video y registradas/os en las estaciones de bus. Una/o solo puede preguntarse si el hecho que este sea manifiestamente obvio es lo que provocó a la gente cegarse a ello.
El dominio del miedo es tal que el orden social incluso nos pide ayuda en nuestra propia vigilancia. Padres registran los pulgares de sus niñas/os en agencias policiales conectadas con el FBI. Una compañía con sede en Florida llamada «Applied Digital Solutions» ha creado el «Veri-Chip» (conocido también como «Angel Digital») el que puede almacenar información personal, médica y de otros tipos, y se pretende que esté implantado bajo la piel. Su idea es promover en las personas su uso voluntario, para su propia protección, por supuesto. Prontamente puede estar conectado a la red del satélite del Sistema de Posicionamiento Global (GPS) de tal forma que cualquier persona con el implante pueda ser monitoreado constantemente[9]. Además, hay docenas de programas que fomentan la delación — otro factor que es también similar a las prisiones, donde las autoridades buscan y recompensan a las/os soplones. Por supuesto, hay otros presos que tiene una actitud bien diferente hacia esta escoria.
Pero todo esto es puramente descriptivo, una imagen de la sociedad/cárcel que está siendo construida a nuestro alrededor. Una comprensión real de esta situación que nosotras/os podemos usar para combatir este proceso, necesita un análisis más profundo. De hecho, la prisión y la policía se sostienen en la idea de que hay crímenes, y esta idea se sostiene en la ley. La ley es representada como una realidad objetiva mediante la cual las/os ciudadanas/os de un Estado pueden ser juzgadas/os. La ley crea, de hecho, una especie de igualdad. Anatole France expresó irónicamente esto señalando que ante la ley tanto a vagabundos como a reyes se les prohibió robar pan y dormir bajo puentes. Desde este punto, está claro que ante la ley todas/os nos volvemos iguales, porque nos convertimos simplemente en cifras no-seres sin sentimientos, relaciones, deseos y necesidades individuales.
El objetivo de la ley es regular a la sociedad. Esta necesidad implica que la sociedad no está satisfaciendo o llenando los deseos de todos quienes están dentro de ella. Esta existe más bien como una imposición sobre la mayor parte de aquellas/os que la componen. Es obvio que tal situación solamente podría llegar a ocurrir donde el más importante tipo de desigualdad existe — la desigualdad de acceso a los recursos para que cada una pueda crear su vida a su propia manera. Para aquellas/os que tienen la delantera, esta situación de desigualdad social tiene el doble nombre de propiedad y poder. Para las/os que están abajo, sus nombres son pobreza y sometimiento. La ley es la mentira que transforma esta desigualdad en una igualdad que sirve a los amos de la sociedad.
En una situación en la que todas/os tienen total e igual acceso a todo lo que necesario para realizarse a una/o misma/o y para crear su vida en sus propios términos, una riqueza de diferencias individuales florecería. Un vasto conjunto de sueños y deseos se expresarían a sí mismos, creando un aparentemente infinito espectro de pasiones, amores y odios, conflictos y afinidades. Esta igualdad en la que ni la propiedad ni el poder existirían, se expresaría por tanto la aterradora y hermosa desigualdad no jerárquica de individualidades.
Por el contrario, donde la desigualdad de acceso a los medios para crear la propia vida existe —por ejemplo, donde la gran mayoría de la gente ha sido despojada de sus propias vidas— todos se vuelven iguales, porque todos se convierten en nada. Esto es cierto inclusive para aquellas/os con propiedad y poder, porque su estatus en la sociedad no está basado en quiénes son, sino en lo que tienen. La propiedad y el poder (el cual siempre reside en un rol y no en una persona) es todo lo que tienen que vale la pena en esta sociedad. La igualdad ante la ley beneficia a los amos, precisamente porque su meta es preservar el orden que ellas/os gobiernan. La igualdad ante la ley disfraza la desigualdad social precisamente detrás de lo que la mantiene.
Pero, por supuesto, la ley no mantiene al orden social con palabras. La palabra de la ley no tendría sentido sin la fuerza física que se encuentra detrás de ella. Y esta fuerza existe en el sistema de aplicación de la ley y el castigo: la policía, la cárcel y el sistema judicial. La igualdad ante la ley es, en realidad, un delgado barniz que oculta la desigualdad de acceso a las condiciones de existencia, los medios para crear nuestras vidas a nuestro modo. La realidad constantemente rompe con este barniz y su control solo puede mantenerse por la fuerza y mediante el miedo.
Desde la perspectiva de los amos del mundo, todo somos, de hecho, criminales (potencialmente, al menos) todas/os somos monstruos amenazando sus dulces sueños, porque todos somos potencialmente capaces de ver a través del velo de la ley y escoger ignorarla y recuperar los momentos de nuestras vidas a nuestra manera, cada vez que podamos. Por tanto, la ley por sí misma (y el orden social de la propiedad y el poder que la necesitan) nos hace iguales precisamente al criminalizarnos. Esta es, por lo tanto, la lógica resultante de la ley y del orden social que la produce, que el encarcelamiento y la vigilancia se volverían universales, de la mano con el desarrollo del supermercado global.
A la luz de esto, debería estar claro que no vale la pena hacer leyes más justas. No sirve vigilar a la policía. No vale la pena intentar mejorar este sistema porque cada reforma inevitablemente reproducirá el sistema, incrementando el número de leyes, aumentando el nivel de vigilancia y control, haciendo el mundo algo cada vez más parecido a una cárcel. Si deseamos tener nuestras vidas en nuestras manos, hay solo una manera de responder a esta situación. Atacar a esta sociedad con el fin de destruirla.
Palabras finales: ¿Destruir la civilización?
Asumo que todas/os las/os anarquistas coincidirán de que queremos acabar con todas las instituciones, estructuras y sistemas de dominación y explotación. El rechazo de estas cosas es, después de todo, el significado básico del anarquismo. La mayoría también estaría de acuerdo que entre estas instituciones, estructuras y sistemas se encuentran el Estado, la propiedad privada, la religión, la ley, la familia patriarcal, la división de clases...
En los últimos años, algunos anarquistas han empezado a hablar, en lo que pareciera ser en amplios términos, sobre la necesidad de la destrucción de la civilización. Esto, por supuesto, ha provocado una respuesta en defensa de la civilización. Desafortunadamente, este debate ha estado lleno principalmente de resentimiento, consistente en insultos, tergiversación mutua y disputas territoriales sobre la propiedad de la palabra «anarquista», en vez de existir una real argumentación. Uno de los problemas (sin que este sea el más importante) detrás de esta incapacidad para debatir realmente el tema, es que muy pocos individuos, desde cualquiera de los dos lados, han tratado de explicar de manera precisa que entienden ellas/os por «civilización». En vez de eso, este permanece como un término confuso que representa todo lo que es malo para un lado y todo lo que bueno para el otro.
En función del desarrollo de una definición más precisa de la civilización, vale la pena examinar cuándo y dónde se dice que ha surgido y que diferencia existen hoy entre la actualmente definidas como civilizadas y aquellas que no son consideradas como tales. Tal examen muestra que la existencia de la domesticación de animales, la agricultura, una forma de vida sedentaria, un refinamiento en las artes, en los oficios y en las técnicas, o incluso las sencillas formas de fundición de metal, no son suficientes para definir como civilizada a una sociedad (aunque estos constituyen las bases materiales necesarias para el surgimiento de la civilización). Más bien, lo que surgió hace 10.000 años atrás en la «cuna de la civilización» y lo que es compartido por todas las sociedades civilizadas pero lo que carecen todos quienes son definidos como ‘incivilizados’ es una red de instituciones, estructuras y sistemas que imponen relaciones sociales de dominación y explotación.
En otras palabras, una sociedad civilizada es una compuesta por un Estado, la propiedad, la religión (o en las sociedades modernas, las ideologías), las leyes, la familia patriarcal, el intercambio de mercancías, la división de clases — todo lo que, como anarquistas, nos oponemos.
Para decirlo de otra forma, todo lo que tienen en común las sociedades civilizadas es la expropiación sistemática de las vidas de quienes viven dentro de estas sociedades. La crítica a la domesticación (con todo sustento moral removido) provee una valiosa herramienta para comprender esto. ¿Qué es la domesticación sino la expropiación de la vida de un ser por otro, quien entonces explota esa vida para sus propios intereses? La civilización es entonces la domesticación sistemática e institucionalizada de la gran mayoría de las personas en la sociedad llevada a cabo por unas/os cuantas/os que se valen de la red de dominación.
Por lo tanto, el proceso revolucionario de reapropiación de nuestras vidas es un proceso de «descivilización» de nosotras/os mismas/os, de librarnos de nuestra domesticación. Esto no quiere decir que tengamos que ser esclavas/os pasivas/os de nuestros instintos (si es que tales aún existen) o disolvernos en una supuesta «unidad» con la Naturaleza. Significa convertirnos en individuos incontrolables capaces de realizar y llevar a cabo las decisiones que afectan a nuestras vidas en la libre asociación con otros.
En base a esto, debería ser obvio que yo rechazo cualquier modelo de mundo ideal (y desconfío de cualquier visión perfecta — Sospecho que allí el individuo ha desaparecido). Ya que la esencia de la lucha revolucionaria corresponde con las ideas anarquistas, se encuentra la reapropiación de la vida por los individuas/os que han sido explotadas/os, desposeídas/os y dominadas/os, sería en el proceso de esta lucha donde la gente decidiría cómo quieren crear sus vidas, qué es lo que ellas/os sienten que pueden tomar de este mundo para incrementar su libertad, para abrir posibilidades y sumarlas a su goce, y que solamente sería una carga, robada desde el placer de la vida y menoscabando las posibilidades para expandir la libertad. No veo como tal proceso podría crear quizás algún modelo social universal y único. Por el contrario, innumerables experimentos, variando drásticamente de un lugar a otro y cambiando con el correr del tiempo, reflejarían las necesidades, deseos, sueños y aspiraciones singulares de cada uno y de todos los individuas/os.
Así que, destruyamos la civilización, por supuesto, esta red de dominación, pero no en el nombre de algún modelo, de una ascética moralidad del sacrificio o de una desintegración mística en una supuestamente desalienada unicidad con la naturaleza, sino más bien por la reapropiación de nuestras vidas, la recreación colectiva de nosotras/os mismas/os como individuas/os únicos e incontrolables es la destrucción de la civilización —de esta red de dominación de 10.000 años que se ha expandido por todo el planeta— y la iniciación de un aterrorizante y asombroso viaje hacia lo desconocido, que es la libertad.
[1] “El Único y Su Propiedad”. Stirner, Max. 1844 (N. de la Traducción)
[2] Traducido por Palabras de Guerra. Recuperado desde http://flag.blackened.net/pdg/qs.htm (N. de la T.)
[3] Son los barrios de chabolas de España, las favelas de Brasil, las villas miseria de Argentina, los campamentos de Chile (N. de la Traducción).
[4] “Ai Ferri Corti: Contra esta realidad, sus defensores y sus falsos críticos” Anónimo (N. de la T.)
[5] En los Estados Unidos el regalo de objetos es considerado una práctica anti capitalista, opuesto a la compra de productos y por ende, del típico regalo de mercancías que tiene lugar en Navidad (N. de la T.)
[6] El autor se refiere a los contadores o “book-keepers”, quienes se encargan de dejar registro de las acciones financieras relacionadas con negocios (N. de la T.)
[7] El autor se refiere a John Ashcroft, ex Fiscal General de los Estados Unidos, como alguien abiertamente cristiano que ocupa un cargo de suma importancia en un Estado que se vanagloria de ser laico (N. de la T.)
[8] «Enclosing» se denomina al proceso que tuvo lugar entre los siglos XVIII y XIX, y que transformó la tierra común en propiedad privada en Inglaterra, beneficiando obviamente a los grandes terratenientes (N. de la T.)
[9] Existe un aparato tecnológico actualmente de uso masivo que también puede ayudar a la policía para rastrear a alguien. Hablo de los celulares. Aunque en apariencia no puede llevar a la policía directamente a un individuo, con la apropiada tecnología ellas/os pueden descubrir la localización aproximada de alguien. Esto ayudó a la policía a hacer una detención en St. Louis en Noviembre del 2005 (Nota del autor).