Errico Malatesta
Los deberes de la hora presente
La reacción caerá sobre nosotros de todos lados. La burguesía, enfurecida por el temor a perder sus privilegios, usará todos los medios de represión para sofocar no solo a los Anarquistas y Socialistas, sino que a todo movimiento progresivo.
Es bien cierto que no podrá prevenir aquellas atrocidades que sirvieron como pretexto para la reacción presente; por el contrario, las medidas que vetan todo otro despliegue del talante activo de algunos, parecen expresamente calculadas para provocarlas y multiplicarlas.
Pero, desafortunadamente, no es tan cierto que no pueda lograr obstruir nuestra propaganda haciendo que la circulación de nuestra prensa sea muy difícil, encarcelando a un gran número de nuestros compañeros, y dejando ningún otro medio de actividad revolucionaria abierta a nosotros mas que mítines secretos, que pueden ser muy útiles para la ejecución misma de actos determinados, pero que no hacen que la idea entre a las masas del proletariado.
Estaríamos errados al consolarnos con la vieja ilusión de que las persecuciones son siempre útiles para el desarrollo de las ideas que son perseguidas. Eso es incorrecto, como casi todas las generalizaciones lo son. Las persecuciones pueden facilitar u obstruir el triunfo de una causa, de acuerdo a la relación que exista entre el poder de la persecución y el poder de la resistencia de los perseguidos; y la historia pasada contiene ejemplos de persecuciones que detuvieron y destruyeron a un movimiento así como también otras que desencadenaron una revolución.
Por ende debemos enfrentar, sin debilidad ni ilusión, la situación en la que la burguesía nos ha puesto hoy y estudiar los medios para resistir la tormenta y para derivar de ella el mayor provecho para nuestra causa.
Hay compañeros que esperan el triunfo de nuestras ideas desde la multiplicación de actos de violencia individual. Bien, podemos diferir en nuestras opiniones acerca del valor moral y el efecto práctico de los actos individuales en general y de cada acto en particular, y por cierto hay sobre este tema, entre nosotros Anarquistas, varias corrientes de opinión divergentes e incluso directamente opuestas; pero una cosa es cierta, a saber, que con un número de bombas y un número de golpes de cuchillo, una sociedad como la sociedad burguesa no puede ser derrocada, estando ésta basada, como lo está, sobre una enorme masa de intereses y prejuicios privados, y sostenida, más de lo que lo está por la fuerza de las armas, por la inercia de las masas y sus hábitos de sumisión.
Son necesarias otras cosas para llevar a cabo una revolución, y especialmente una revolución Anarquista. Es necesario que las personas sean conscientes de sus derechos y de sus fuerzas; es necesario que estén preparados para luchar y preparados para asumir la conducción de sus asuntos en sus propias manos. La preocupación constante de los revolucionarios, el punto hacia el cual toda su actividad debe apuntar, debe ser ocasionar este estado mental entre las masas. Los brillantes actos de unos cuantos individuos pueden ayudar a esta labor, pero no pueden reemplazarla, y en realidad, estos actos son solo útiles si son el resultado del movimiento colectivo del espíritu de las masas... lográndose bajo tales circunstancias que las masas los comprendan, simpaticen con ellos, y que saquen provecho de ellos...
Quien espera que la emancipación de la humanidad venga, no de la persistente y armoniosa cooperación de todas las personas de progreso, sino de la ocurrencia accidental o providencial de algunos actos de heroísmo, no está mejor informado que quien la espera de la intervención de un ingenioso legislador o de un victorioso general...
¿Qué hemos de hacer en la presente situación?
Antes que todo, en mi opinión, debemos resistir las leyes tanto como sea posible; podría casi decir que debemos ignorarlas.
El grado de libertad, como también el grado de explotación bajo el que vivimos, no es en absoluto, o solo en pequeña medida, dependiente de la carta legal: depende antes que todo de la resistencia ofrecida a las leyes. Uno puede ser relativamente libre, a pesar de la existencia de leyes draconianas, siempre y cuando la convención se oponga a que el gobierno haga uso de ellas; mientras, por otro lado, a pesar de todas las garantías ofrecidas por las leyes, uno puede estar a merced de toda la violencia de la policía, si ellos sienten que pueden, sin ser castigados, ignorar la libertad de los ciudadanos...
Los resultados de las nuevas leyes que se están forjando contra nosotros dependerán, en gran medida, de nuestra propia actitud. Si ofrecemos enérgica resistencia, aparecerán de inmediato a la opinión pública como una violación desvergonzada de todo derecho humano y estarán condenadas a la rápida extinción o a permanecer como letra muerta. Si, por el contrario, nos acomodamos a ellas, estarán a la par de las convenciones políticas contemporáneas, que tendrán, más adelante, el desastroso resultado de darle nueva importancia a la lucha por las libertades políticas (de palabra, escritura, reunión, combinación, asociación) y ser la causa, en mayor o menor medida, de perder de vista la cuestión social.
Quieren prohibirnos expresar nuestras ideas: hagámoslo de todas maneras y más que nunca. Quieren proscribir el mismísimo nombre Anarquista: gritemos fuerte que somos Anarquistas. El derecho a asociación se nos quiere negar: asociémonos como podamos, y proclamemos que estamos asociados, y que es nuestro propósito estarlo. Estos tipos de acción, estoy bien consciente, no carecen de dificultad en el estado en que están las cosas en el presente, y pueden solo ser ejercidos dentro de los límites y en la forma en que el sentido común dicte a todos de acuerdo a las distintas circunstancias en que vivan. Pero recordemos siempre que la opresión de los gobiernos no tiene otros límites que la resistencia que se le ofrece.
Aquellos Socialistas que imaginan que escaparán a la reacción cortando los lazos de su causa de la de los Anarquistas, no solo dan pruebas de una estrechez de perspectiva compatible con los fines de reorganización radical del sistema social, sino que traicionan estúpidamente su propio interés. Si hemos de ser aplastados, su turno vendrá muy pronto.
Pero antes que todo debemos ir entre el pueblo: esta es la vía de salvación para nuestra causa.
Mientras nuestras ideas nos obligan a poner todas nuestras esperanzas en las masas, pues no creemos en la posibilidad de imponer el bien por la fuerza y no queremos ser mandados, hemos despreciado y desatendido todas las manifestaciones de la vida popular; nos contentamos con simplemente predicar teorías abstractas o con actos de revuelta individual, y nos hemos aislado. De ahí el deseo de éxito de lo que llamaré, el primer período del movimiento Anarquista. Luego de más de veinte años de propaganda y lucha, después de tanta devoción y tantos mártires, somos hoy casi extraños para las grandes conmociones populares que agitan a Europa y América, y nos hallamos en una situación que permite a los gobiernos fomentar, sin llanamente parecer absurdos, las esperanzas en reprimirnos mediante algunas medidas policiales.
Reconsideremos nuestra posición.
Hoy, aquello que siempre debió ser nuestro deber, que era el resultado lógico de nuestras ideas, la condición que nuestra concepción de la revolución y la reorganización de la sociedad nos impone, es decir, vivir con el pueblo y ganárnoslo con nuestras ideas tomando parte activa en sus luchas y sufrimientos, se ha vuelto una necesidad absoluta impuesta sobre nosotros por la situación bajo la que tenemos que vivir.