Isaac Puente
La Sociedad del Porvenir: El Comunismo Anárquico
La crisis económica mundial, síntoma de muerte de la sociedad capitalista
La consciencia de clase del proletariado, síntoma de vida de la sociedad que nace
La crisis económica mundial, síntoma de muerte de la sociedad capitalista
A las formas sociales, les ocurre lo mismo que a los seres humanos: nacen dificultosamente, pugnando con numerosas trabas y acechanzas; crecen y se desarrollan hasta alcanzar un límite determinado, y, a partir de este límite, empiezan a declinar, envejecen y mueren.
Este límite de desarrollo está determinado en todos los seres vivos por el aprovechamiento del alimento que se asimila, como si dijéramos por la disminución del consumo y la vejez empieza en cuanto comienza a haber incapacidad para aprovechar o para destruir el alimento ingerido.
Esto, precisamente es, lo que le está pasando a la sociedad capitalista. Tuvo su mayor auge y esplendor en industrialismo, en el dominio de la máquina y en el aporte de la técnica. Pudo llegar a producir todos los artículos en cantidades enormes, a precios inverosímiles, y prescindiendo cada vez en mayor medida del trabajo del obrero. Este crecimiento tenía un límite, el que ahora estamos tocando: que se produjeran artículos en mayor cantidad de lo que podía tragar el mercado, y que sobraran los brazos, en tal medida, que los desocupados formaran verdaderos ejércitos de hambrientos en todas las naciones de progreso industrial.
Sobran géneros: hay que quemar 8 millones de sacos de trigo, en Norteamérica, para sostener los precios en el mercado. Se quema el café, en el Brasil, en el hogar de las locomotoras. Se cierran factorías, se paralizan las explotaciones mineras. Y se calculan en 30 millones el número de obreros en paro forzoso, en el mundo. El capitalismo, sin haber llegado a poner en práctica todo el progreso mecánico que hoy permite la técnica, sin haber exprimido, todo el jugo a la racionalización del trabajo, y sin que la Ciencia haya dado de sí el perfeccionamiento que promete dar, el capitalismo, repito, se asfixia; se declara incapaz para seguir incrementando y abaratando la producción, y para continuar permitiendo la vida a la humanidad toda. Si ha de seguir viviendo, ha de ser como un organismo caduco, renunciando al progreso, y condenando al hambre a un ejército de millones de criaturas.
Le condenan a muerte sus contradicciones palmarias: cuanto más abundan los géneros, más hambre existe. Prohíbe en todas las naciones el anticoncepcionismo por miedo a que la población se reduzca, y cierran las fronteras, tienen cada vez más desocupados, y sueñan con una matanza mundial que les libre del exceso de población. Y renuncia al progreso político, a la democratización de los Gobiernos, y a la liberalización de los Estados, después de haber prostituido la democracia y la libertad, echándose en brazos de la Dictadura aumentando la tiranía del Estado y condenando a los pueblos a una esclavitud envilecedora con el fascismo.
La consciencia de clase del proletariado, síntoma de vida de la sociedad que nace
Siempre que un ser o una forma viva empieza a desintegrarse para morir o desaparecer, hay germinación y nacimiento de la nueva forma o del nuevo ser que ha de substituirle, pues, en la naturaleza; nada pierde, ni nada se destruye, todo se transforma y se aprovecha, la materia, como la energía.
Ha sido la filosofía, la primera en decir al obrero: «eres un hombre desposeído de todos los derechos, pues ya al nacer encontraste todo el patrimonio de la Naturaleza repartido; eres un esclavo de la organización del Estado que vela con sus Instituciones para que no te rebeles; eres un ser explotado, exprimido como un limón entre las manos del capitalismo, al que se arroja cuando no da jugo». Pero es la vida, las circunstancias aciagas que hoy vive, y la experiencia histórica porque pasa, las que le dicen con voz más convincente que la de la filosofía, que es un ser maniatado y expoliado que no tiene nada por perder, y que lo tiene todo por conquistar. Que el Estado acapara en sus manos todo el poder arrancado a los individuos y se sustenta sobre la fuerza de los servidores asalariados, hermanos renegados de su clase. Lo mantiene en la ignorancia, con el opio de la religión, o con el de la enseñanza laica. Excita su patriotismo embrutecedor, para lanzarlo a las masacres guerreras. Todo está cimentado sobre su mansurronería de clase, sobre su candidez secular, sobre sus grandes tragaderas de tonto predestinado para todos los engaños. Es así, en este estado de servilismo degradante, en el que el Capitalismo lo toma para enriquecerse con su sudor, y para explotarlo refinadamente.
El movimiento emancipador del proletariado, dirigido por la filosofía, por las concepciones ideológicas de una nueva sociedad, ha nacido en las más hostiles circunstancias y ha debido resistir los más furiosos embates, y sortear las más seductoras desviaciones y engaños. Los políticos con sus programas de oposición, llenos de las más deslumbrantes promesas, han esterilizado múltiples esfuerzos y malgastado el tiempo en torneos de palabrería y en carreras de arribismo, que indefectiblemente terminan en la elevación del charlatán, sobre los hombros del cándido elector. A fuerza de desengaños, de recorrer todos los falsos caminos, va consiguiendo orientarse y acertar con la dirección exacta.
La lucha está planteada
Una sociedad capitalista, que se aferra a formas de Estado dictatoriales, y que se ve cada día más hundida en la crisis económica, en la incapacidad para nivelar la economía. Y un proletariado cada vez más despierto y cada vez más insurgente, que trata de derruir el viejo edificio, para sobre sus ruinas implantar un régimen de mayor justicia y equidad social, más racional, y más humana. Lucha decisiva, entre lo que no resigna a morir y se defiende con toda la crueldad de su violencia organizada, y lo que pugna con venir a la vida desembarazándose de los escombros en que se le quiere ahogar. En la Naturaleza, siempre triunfó lo nuevo sobre lo viejo; lo naciente e inconcreto sobre lo decrépito y de forma acabada. No hay que ser profeta para predecir el porvenir.
El derecho a disfrutar de la riqueza social para unos pocos, a trueque del hambre y de las privaciones de los más, no puede cimentarse más que en la fuerza. El caos económico del Capitalismo, que rinde culto reverencial al oro, sacrificándole la vida y la salud del hombre, sólo puede persistir edificado sobre el cesarismo de la institución estatal. La esclavitud moderna que se hace pesar sobre el proletariado, sólo puede afirmarse en la rigidez de la organización del Estado.
Poniéndonos frente a todos los redentores, disintiendo del concierto de voces halagadoras, el Anarquismo presenta al Estado como la causa fundamental de la explotación del obrero, y como la causa fundamental de la infelicidad humana.
El Estado
Se trata de algo más que del Gobierno de una nación. No importa el apellido con que se le designe. Sea monarquía o república, sea dictadura o democracia, el Estado es una compleja Institución enraizada en la vida de una nación, que tiene puesta la garra sobre todas las actividades humanas, a fin de hacer creer que nada puede hacerse sin su mediación. Tiene una Constitución en la que todos los derechos ciudadanos están condicionados y al arbitrio del que manda. Unos Códigos que tienen una pena para cada clase de extralimitación individual, que castiga todo cuanto puede mermar las atribuciones del Poder. Una magistratura encargada de administrar esa farsa de Justicia. Unas cárceles para encerrar en ellas a los que osen obrar por cuenta propia, o rebelarse contra lo estatuido. Una policía, unos cuerpos armados, pistoleros y fusileros a sueldo que, como los verdugos, matan y maltratan cuando se lo ordenan. Y por último, un ejército que labora por la paz preparándose para la guerra, y que es escuela de embrutecimiento para todos los ciudadanos útiles.
El ciudadano ha de evitar hacer todo lo que el Estado prohíba, y cumplir todo lo que el Estado manda. En esto consiste el orden. No hay actividad que no esté catalogada y cuadriculada. Todos sus derechos están escritos con esta coletilla «salvo en el caso que la autoridad lo considere...», lo que equivale no a afirmar y garantir un derecho, sino a negarlo.
El individuo es esclavo de este armazón. Dentro de él queda sin iniciativa, sin libertad, sin voz y sin razón. El Estado le ampara cuando quiere resignarse a pasar hambre, y cuando quiera explotar legalmente a gente necesitada.
Para cebarle en el juego y acomodarlo a su tiranía, le ofrece de vez en cuando, la Ilusión de elegir a los gobernantes, a los árbitros de esta Institución. Todo ciudadano puede hacerse rico, si le toca la lotería. Todos pueden ser poderosos, si logran ser elegidos para el mando. En esto consiste la democracia. Durante muchos años, los descontentos y desheredados pusieron su ilusión en mejorar de condición cambiando de Gobierno. Aun hay quien la pone en la conquista del Estado, en lo que no se diferencian los comunistas estatales de los fascistas. Un súbdito de Mussolini, vive tan encadenado como un súbdito de Stalin. La doctrina viene a ser la misma: Mussolini, ofrece la máxima rigidez del Estado para encadenar al proletariado matando sus rebeldías. Lenin, usa de la misma dictadura en contra del Capitalismo, pero el proletariado, resulta encadenado también. Lo que triunfa en los dos casos es el Estado. Lo que se ahoga, en los dos casos también, es la libertad individual.
La solución para el proletariado, esclavo del Estado y explotado por el Capital, está en la dirección anarquista: en la supresión del Estado. Tan sólo en esta dirección puede emanciparse y libertarse.
Porque la maldad del Estado no depende de los individuos que lo rigen, ni la maldad del dinero de los hombres que lo poseen. En el Poder, todos los hombres son igualmente odiosos y despóticos En la posesión de las riquezas, todos son voraces e insaciables, todos olvidan los sufrimientos del hambriento. Como el alcohol, son un veneno para el hombre, al que no dan ninguna virtud, ni confieren ninguna excelencia, pero, en cambio le, sorben el seso, haciéndole perder su sencillez y su dignidad de humano.
Lo que une a los hombres, es aquello que tienen de común
La comunidad de vivienda, de alimentos y de cariños es el origen de la unión familiar. La comunidad de residencia y de intereses une entre sí a los vecinos de un pueblo, y a los que profesan un mismo oficio. La comunidad de patria une a los habitantes de un mismo territorio, a los que hablan un mismo idioma o tienen una misma vinculación al clima.
Por el contrario, lo que separa a los hombres, es la propiedad particular, el tuyo y el mío. Entre hermanos, la posesión de un objeto o el reparto del patrimonio. Entre vecinos, las propiedades rivales. Entre nacionales, la distinta costumbre, o el distinto clima. Y la desunión es tanto mayor, y el odio tanto más vivo, cuanto más acusado sea el desnivel, y más injusto el reparto de una cosa. La propiedad privada de los bienes naturales o de los creados por el hombre es, por lo tanto, una causa profunda de animadversión, y de guerra a muerte, cuando alcanza las proporciones de desigualdad irritante que hoy lamentamos. Otro tanto pasa con el reparto de Poder, acumulado en exceso en unos, con quebranto de los que se quedaron indefensos. Y otro tanto también con el reparto del saber, concentrado en unos, en los que tienen un título académico, con mengua y a costa de los que no pudieron recibir nada.
La paz social, la convivencia pacífica y espontánea a la que aspira el hombre, no puede lograrse más que haciendo lo más común posible el disfrute de la riqueza, del Poder y del Saber. Para que este disfrute sea común, es menester que nadie lo posea con quebranto o mengua de otro, sino que todos tengan acceso a la parte que precisen o gusten de aprovechar.
A esto se dirige el Comunismo, el que llamamos libertario o anarquista, para diferenciarlo del socialista o estatal, que en Rusia no ha puesto en común ni el Capital, ni el Poder, ni el Saber, tres cosas de las que el Estado bolchevique ha hecho monopolio, dejando para el obrero la obligación de trabajar, pagar y alimentar a los parásitos.
La fraternidad humana sólo puede basarse sobre la comunidad de intereses y la común posesión de los bienes naturales, y el común soportar de la carga del trabajo.
Las aspiraciones del hombre
El hombre lleva en sí mismo apetencias insaciables de bienestar, de libertad y de Conocer. Es el impulso que lleva a un incesante progreso, y el que le mueve a las más esforzadas acciones.
Bienestar, que estriba en la posibilidad de satisfacer las necesidades de su organismo, librándose de la carga del trabajo, y de las incomodidades de la vida.
Libertad de disponer de sí mismo, en el margen, que la Naturaleza le deja libre, sin encontrar una valla o un capricho de sus semejantes.
Hambre de conocimiento, de penetrar los misterios de la Naturaleza y las conquistas de la Ciencia. Estas tres aspiraciones le son negadas al proletariado, y por este orden, constituyen el incentivo de su emancipación. Primero, el derecho a vivir, a llenar las necesidades más perentorias. Luego el de disponer de su vida, de su iniciativa, y poder ordenar, sin presiones de nadie, sus propios asuntos. Por último completar estas conquistas con el Saber. Para todos los individuos, el orden de preferencia no es el mismo, sino que varía de unos a otros, de acuerdo con su carácter o con su modo de ser. Desde el que, a cambio de comer sacrifica su libertad estando a gusto en el cuartel o en la cárcel o al servicio del Estado, hasta el que prefiere la libertad ante todo, renunciando a las comodidades y al bienestar.
Cultivando las tres, así como el sentimiento de la propia dignidad, que no es otra cosa que el sobreestimarse a sí mismo, es como se acentúa la rebeldía del individuo, y como se le incita a insurgirse contra el Estado y contra la sociedad capitalista que en él se apoya.
Resumiendo
Aumentar el máximum, cuanto de común debe haber entre los hombres es, lo que constituye el COMUNISMO. Es empequeñecerlo, por no decir prostituirlo, querer reducirlo a un pesebre, como ha hecho el bolchevismo. Es un falso camino el de la conquista del Estado, porque representa su negación, y porque en definitiva es el Estado el conquistador, el que pervierte a los hombres bien intencionados, con la seducción del mando, una cosa que emborracha como el alcohol. El poder ha de ser común, para que cada uno pueda amparar en él su propia libertad. El COMUNISMO, para poder llamarse tal, ha de apellidarse ANARQUISTA. Así lo entendieron también los que al implantarlo en Rusia, afirmaron que iban hacia la Anarquía, y disculparon la Dictadura como provisional, cosa que siempre tuvieron cuidado de decir todos los tiranos.
Esbozo de una sociedad comunista-libertaria
Esta se asienta sobre el individuo guardando celosamente su independencia. Tiene todos los derechos, porque ninguna Constitución, ni ningún código se los garantiza. Se asociará con los demás, porque el hombre es por naturaleza un ser sociable y porque encontrará ventajas en la vida colectiva. Aisladamente ningún individuo puede producir cuanto necesita, ni bastarse a sí propio. Robinson lo fue a la fuerza. El hombre quiere libertarse del trabajo, que siempre se ha hecho gravitar sobre el esclavo. El esclavo moderno debe ser la máquina. El trabajo en común es menos desagradable, más llevadero que el trabajo aislado; se acepta mejor, porque nadie se libra de él; produce más porque se completan las aptitudes y se neutralizan las deficiencias.
El hombre se asocia libremente, porque lo hace por estimulo propio, con quienes tiene a bien hacerlo: para producir lo necesario; para deliberar sobre asuntos que son comunes; para desplegar actividades educativas, o culturales; para desarrollar empresas de iniciativa de cualquier orden.
Cuantas más cosas, tengan o disfruten en común, tanta mayor será la unión entre los individuos. Por tener la misma residencia, las mismas tierras y riquezas naturales, y por compartir necesidades idénticas, se asociarán los hombres con la intimidad que da la diaria convivencia, en cada localidad, constituyendo el municipio o la Comuna libre, que tiene su expresión colectiva en la Asamblea, en la reunión general, en la que todos tienen la misma voz y las mismas prerrogativas, donde se exponen las opiniones y se sopesan los pareceres. Es ésta una institución espontánea, y arraigada, común a todos los pueblos, a pesar del desfiguramiento impuesto en ella por la política y por la intromisión del Estado. Así como dentro de la Comuna, cada individuo conserva su independencia y su autonomía para ordenar a su antojo, lo que a él exclusivamente le compete, la localidad se federa con otras, conforme a la misma exigencia vital, y a la misma necesidad sentida, sin necesidad de ninguna coacción que lo imponga, y conserva también, porque ningún poder extraño lo compromete su autonomía y su independencia local. Así se constituyen las provincias o las confederaciones comarcales y regionales, impuestas en primer lugar por imperativos económicos: para la producción de los artículos de primera necesidad y para la distribución de los mismos.
La asociación local neutraliza las desigualdades humanas, compensando al perezoso con el activo, al fuerte con el débil, y al comilón con el sobrio, haciendo posible la generalización de un tipo de bienestar medio dentro de cada localidad. La federación de las localidades repara con el aporte abundante de unas localidades, la escasez o penuria de otras, generalizando en la nación un tipo medio de bienestar, sin las desigualdades impuestas por el terreno o por el clima.
Otro poderoso impulso asociativo es la identidad de trabajo, la comunidad de oficio y de preocupaciones profesionales, que es lo que hoy constituye los Sindicatos. Dentro de las ciudades de nutrida población, la asociación local estará formada por agrupaciones menores de industria, ramo u oficio, que serán importantes en la ordenación colectiva de la economía.
Para que asocie el hombre, y para que se entienda entre sí, y para que labore de modo concertado en un bienestar general, del que el individuo ha de participar ventajosamente no es menester la presión de una autoridad; ni la sanción de un Código. Como no es preciso un Código Internacional, para que todas las naciones cooperaran al salvamento de la expedición de Nobile, perdida en el Polo Norte, ni es preciso que una ley lo imponga para que un ser se arroje al agua exponiendo su vida, para salvar a otro ser al que ni siquiera conoce.
La sociedad humana es posible, porque el hombre es un animal sociable. El Estado no es más que una verruga sobrepuesta que se puede amputar sin que ocurra ningún cataclismo, y produciendo un alivio inimaginable a la sociedad que la padece. Si el hombre es accesible a la persuasión, no hay porqué imponerle la violencia. La violencia sólo es precisa cuando la razón no cuenta, y cuando como ahora, es menester que unos se conformen a trabajar para que otros disfruten y unos renuncien a todo, para que otros no carezcan de nada.
Las leyes —lo reconocen ya hasta los que las gozan—, no hacen costumbres. Es al revés, son las costumbres las que por el reconocimiento tácito cobran fuerza de leyes. Pasa con esto, lo que con la salud del hombre. Hoy, ante un ejemplar de labriego que vive sano a los ochenta años, sin haber necesitado del médico, nadie pretenderá que la Medicina es la garantía de la salud, pero en cuanto con el paso de los años, y a juzgar por el camino que llevamos, la Sanidad se haya inmiscuido en todos nuestros actos, se llegará a decir que los hombres viven sanos gracias a los cuidados solícitos de los médicos.
Una sociedad espontáneamente formada, a partir del individuo libre y dispuesto a defender a tiros su independencia de cualquier acechanza autoritaria, pero dispuesto, también, y en esto no hay contradicción, a posponerla ante la conveniencia colectiva. No hay contradicción, como no la hay entre los instintos más arraigados en el hombre, entre el egoísmo que es el instinto de conservación del individuo, y el altruismo, que es el instinto de conservación de la especie. Es precisamente el egoísmo el que nos hace ser sociables, cuando se ve amparado en la colectividad, y el altruismo el que ahora nos hace insurgirnos contra la sociedad capitalista.
Propasarme a decir cómo será la nueva sociedad sería alardear de una imaginación novelesca que no tengo, o trazar un cauce a la libre organización de la vida, cosa que no puedo pretender como anarquista, respetuoso con la espontaneidad y la libre iniciativa. Como se dice del niño, por los pedagogos respetuosos con su personalidad, la sociedad anárquica será lo que deba ser si cuidamos de evitar que se malogre.
España, que parece ser la nación más preparada para comenzar a vivir el Comunismo libertario, se dispone, a predicar con el ejemplo.