Max Nettlau
¿Comunismo o individualismo?
El anarquismo no está ya en su infancia y tal vez haya llegado el momento de que nos preguntemos por qué a pesar de toda la energía aportada a su propaganda, no se extiende con mayor rapidez. Aun allí donde la actividad local es de las más intensas, los resultados obtenidos son muy limitados. Y hay numerosos ambientes que no han sido alcanzados por la propaganda anarquista. Discutiendo este punto, dejo a un lado la cuestión del sindicalismo; lo cierto es que ha acaparado de tal modo la actividad y la simpatía de los anarquistas, que no se le puede considerar beneficioso al progreso de su causa, dicho sea esto haciendo abstracción de sus demás méritos. Tampoco vengo a reeditar una vez más lo que propuse para acrecentar la actividad de los anarquistas. No habiendo sido seguidos mis consejos, no se puede, en todo caso, reprocharles que han dificultado la marcha de nuestras ideas.
Me atendré, pues, únicamente a las teorías anarquistas. Hace tiempo que me viene llamando la atención el contraste existente entre la amplitud de los objetivos del anarquismo —la mayor realización posible de libertad y de bienestar para todos— y la estrechez del programa económico del anarquismo individualista o comunista. Estoy inclinado a creer que la debilidad de base económica —exclusivamente comunista o individualista, según la escuela—, debilidad de la que se tiene pleno conocimiento, es lo que impide a los hombres que tengan prácticamente confianza en el anarquismo, cuyas inspiraciones generales aparecen a tan gran número de hombres como un ideal magnífico. En lo que me concierne, siento muy bien que si el uno o el otro fuera la única forma económica de una sociedad, ni el comunismo ni el individualismo realizarían la libertad, puesto que para manifestarse ésta exige una elección de medios, una pluralidad de posibilidades. No ignoro que los comunistas, cuando se insiste sobre esto, afirman que ellos no pondrán nunca obstáculos a los individualistas que desean vivir a su modo y que no crearán nuevas autoridades o nuevos monopolios. E igualmente hablan los individualistas. Pero esta afirmación no se hace nunca francamente, amigablemente, pues ambas escuelas están bien persuadidas de que no es posible la libertad sino a condición de que se realice suplan. Admito buenamente que hay comunistas e individualistas a los cuales sus respectivas doctrinas, y únicamente éstas, les procuran una satisfacción absoluta y una solución a todos los problemas, según ellos dicen. Estos, claro está, que no quebrantarán su fidelidad a un ideal económico único. Sería de desear que no consideren los demás ideales como calcados sobre su patrón y dispuestos a secundar sus miras o como irreconciliables adversarios indignos de simpatía. Que echen un vistazo a la vida real, soportable únicamente porque ésta es variada y diferenciada, a pesar de toda la uniformidad oficial.
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Todos podemos ver las supervivencias del comunismo primitivo en los múltiples aspectos de la solidaridad actual, solidaridad de donde es posible que surjan y evolucionen las nuevas formas de un comunismo futuro, y esto aun bajo las garras del individualismo capitalista dominante. Pero este miserable individualismo burgués, si bien crea la aspiración a una solidaridad que nos lleve al comunismo, crea asimismo la aspiración hacia un individualismo verdadero, libre, desinteresado, donde la libertad de acción no servirá ya más para aplastar a los débiles o para la creación de monopolios.
El comunismo y el individualismo no desaparecerán. Si por alguna acción de la masa se establecieran los fundamentos de un comunismo grosero, el individualismo se afirmaría cada vez más para oponerse. Cada vez que prevalezca un sistema uniforme, los anarquistas que amen sus ideas se colocarán al margen de él. Jamás se resignarán al papel de partidarios fosilizados de un régimen, aunque fuera el del más puro comunismo. ¿Pero los anarquistas serán siempre unos descontentos, estarán siempre en lucha, jamás tranquilos? Pueden moverse cómodamente en un ambiente donde todas las posibilidades económicas encuentren plena ocasión de desarrollarse. Su energía podrá entonces consagrarse a una emulación pacífica y no ya a una batalla y a una demolición continuas. Este deseable estado de cosas podría prepararse desde ahora si se admitiera lealmente entre los anarquistas que Individualismo y Comunismo son igualmente importantes y permanentes, y que el exclusivo predominio de uno sería la mayor desgracia que podría caberle a la humanidad.
Cuando nos cansamos del aislamiento, buscamos un refugio en la solidaridad. Hastiados de una sociedad demasiado numerosa, buscamos un refugio en el aislamiento. La solidaridad y el aislamiento nos son, en un momento dado, liberación y reconfortante. Toda vida humana vibra entre estos dos polos en una variedad infinita de oscilaciones.
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Permitan que me suponga en una sociedad libre. Seguramente tendré ocupaciones diversas, manuales o intelectuales, que exigirán fuerza o habilidad. Sería muy monótono si los tres o cuatro grupos a que me asociara libremente (pues espero que para entonces ya no habrá sindicatos) estuvieran organizados exactamente del mismo modo. Yo pienso que el comunismo se manifestará bajos aspectos diferentes. ¿No puede darse el caso de que me canse y que sienta el deseo de un período de aislamiento relativo, de individualismo? En este supuesto me dirigiré hacia uno de las numerosas formas de individualismo basadas en la «igualdad de cambio». Tal vez en la juventud se adopte una forma y en la vejez otra. Los productores medianos podrían continuar trabajando en sus grupos, los más hábiles podrían no tener paciencia y dejar de trabajar en compañía de principiantes, a no ser que un temperamento muy altruista les llevara a ser institutores o consejeros de los más jóvenes. Por mi parte, presumo que, para comenzar, haría comunismo con mis amigos e individualismo con los extraños y regularía mi vida ulterior a tenor de mis experiencias.
Facultad de pasar fácilmente y libremente de una variedad de comunismo a otra, y después a no importa también cuál otra variedad de individualismo; éste sería el rasgo esencial, la característica de una sociedad realmente libre. Y si un grupo de hombres intentara oponerse, procurando imponer el predominio de un sistema particular, sería tan rudamente combatido como lo es el actual régimen por los revolucionarios actuales.
¿Por qué, en este caso, dividir el anarquismo en dos campos hostiles, comunista e individualista? Hago de esto responsable al elemento de imperfección inherente a la naturaleza humana. Es absolutamente natural que el comunismo agrade más a unos y el individualismo a otros. Partiendo de aquí, cada campo ha desarrollado sus hipótesis económicas con mucho ardor y una convicción encarnizada; después, estimulado por la oposición del campo contrario, ha llegado a considerar su hipótesis como solución única y se ha aferrado a ella a despecho de todas las objeciones. De ahí que las teorías individualistas hace un siglo y las teorías comunistas o colectivistas hace medio siglo hayan asumido una fijeza, una certidumbre, una permanencia aparentes que no debían de haber alcanzado, puesto que el estancamiento, y esta es la palabra, es la tumba del progreso. Apenas si se ha intentado un esfuerzo para conciliar las diferencias de escuela. Ambas tendencias han tenido, por consiguiente, tiempo más que suficiente para crecer, florecer y generalizarse.
¿Y todo esto, con qué resultado? Ninguna de ambas tendencias ha podido vencer a su contraria. En todas partes donde se encuentran comunistas, surgen individualistas de su seno, y hasta el presente ninguna oleada individualista ha conseguido sumergir la fortaleza comunista. Y mientras la aversión o la enemistad reinan entre seres de tal modo afines intelectualmente, estamos viendo que el comunismo anarquista se va borrando ante el avance del sindicalismo e incluso se compromete más o menos aceptando la solución sindicalista como un estadio intermedio casi inevitable. Por otra parte, vemos a los individualistas que recaen en los errores burgueses, o poco les falta.
Este estado de cosas se produce en unos momentos en que las fechorías de la autoridad y la acción absorbente del Estado nos darían ocasión más que propicia para desarrollar una acción más que vasta y una propaganda fundamentalmente anarquista exenta de toda mezcolanza.
Las cosas han llegado hasta el extremo de que un Congreso anarquista comunista, celebrado en París en 1913, estigmatizó deliberadamente el individualismo y lo excluyó del anarquismo por medio de una votación formal. Si algún día un Congreso anarquista internacional se efectuara sobre estas bases, adoptando semejante actitud, sería cuestión de despedirse de todas las esperanzas puestas en esta especie de anarquismo sectario.
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No pretendo combatir, entiéndase bien, ni el Comunismo ni el Individualismo. Por mi parte, veo un gran bien en el comunismo, pero el temor de que generalice es lo que me hace protestar. De antemano no quiero atar mi porvenir, y con mayor motivo el provenir ajeno. Por lo que me concierne personalmente, la cuestión está por resolver; la experiencia dirá cuáles han de ser las soluciones extremas y cuáles las intermedias, tan numerosas, que mejor se adapten a cada circunstancia y a cada momento. El anarquismo me es demasiado grato para que yo quiera verlo depender de una hipótesis económica, por plausible que sea actualmente. Jamás podrán satisfacernos las fórmulas únicas, y si cada uno es libre de poseer y de propagar sus ideas predilectas, es a condición de que comprenda que no pueda exponerlas sino a título de hipótesis. Ahora bien, todos sabemos que la literatura anarquista comunista y anarquista individualista están lejos de mantenerse en estos límites. Bajo este aspecto, todos hemos faltado y tenemos una parte de culpa.
En las líneas que preceden me he servido de los términos «comunista» e «individualista» en un sentido general, deseando demostrar la nocividad y la inutilidad de una exclusividad separadora. Si hay individualistas que han dicho y hecho absurdos (¿son impecables los comunistas?), su exposición no sería refutarme. Mi deseo es ver a los que se rebelan contra los manejos de la Autoridad obrar bajo un plan de inteligenciación general en lugar de fraccionarse en pequeñas capillitas, creyendo cada una estar segura de que posee una solución económica exacta del problema social.
Para combatir la autoridad dominante en el sistema capitalista actual o que dominará en un régimen socialista o sindicalista, o en los dos o en los tres asociados, es absolutamente indispensable que se produzca un inmenso movimiento, verdaderamente anarquista, y esto antes de plantear la cuestión de los remedios económicos. Si se reconoce esto se producirá una vasta esfera de solidaridad. El comunismo saldría beneficiado y su brillo sería muy diferente del que tiene actualmente tomándolo prestado de los rayos de la actividad de la masa sindicalista, mientras que su propia luz, como la de una estrella que se apaga, vacila y palidece gradualmente.