Varlaam Cherkesov
Confesión de Karl Kautsky sobre la originalidad del Manifiesto comunista
Por boca de las figuras principales del marxismo ortodoxo, el «socialismo científico» ha confesado finalmente que las ideas básicas del Manifiesto Comunista no son ni grandes ni originales descubrimientos de Carlos Marx y de Federico Engels, como fue hasta ahora sostenido por Kautsky mismo y por Bebel, etc.: que esas ideas han sido conceptos generalmente difundidos por los socialistas franceses anteriores a 1848.
Confesaron también que esas ideas ya estaban en 1843 contenidas en el Manifiesto del famoso fourierista Victor Considerant; sobre ello dice Kautsky:
«Como ideas teóricas fundamentales cita (Labriola) una serie de pasajes del manifiesto de Considerant que se dirigen contra el nuevo feudalismo desarrollado por la evolución de la industria contra los males del orden social existente que nacen de la concurrencia libre y que llevan por una parte al empobrecimiento de las masas y por otra a la concentración de los capitales.
»Ciertamente, todas esas ideas se encuentran ya en el Manifiesto de Considerant».
Como es sabido, la leyenda socialdemócrata del socialismo «científico» se apoya principalmente en los pretendidos descubrimientos de leyes sociales que se supone anunciaron por primera vez en el año 1848 Marx y Engels en el Manifiesto Comunista. Gracias a estos descubrimientos, el partido se sobrepuso a todos los demás partidos, pues tiene una base científica. ¿Cómo se conducirá ahora el partido socialdemócrata después de la anterior confesión, de ningún modo voluntaria de los sucesores y protectores de las ideas y descubrimientos de Marx y Engels?
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El socialismo «científico», o mejor dicho, el socialismo «alemán», no solo rompió con el socialismo de la primera mitad del siglo pasado, sino con el socialismo en general, al que declaró la guerra. Con la Palabra de orden «utopismos» apreciaron los jefessocialdemócratas alemanes del ochenta, y con ellos los marxistas rusos, el influjo general socialista de los owenistas, del saint-simonismo, del fourierismo y del «populismo» ruso, cuyos fundamentos fueron dados justamente bajo el influjo de Chernyshevski por las escuelas del socialismo nombradas.
Las exigencias básicas de todas las direcciones no científicas del socialismo fueron: abolición del trabajo asalariado, de la explotación de los trabajadores por los capitalistas y propietarios de la tierra, la entrega de los medios de producción a las asociaciones libres de los obreros, de la tierra a las comunas y asociaciones libres de los campesinos. De acuerdo a estos principios, el «populismo» ruso, Narodnichesko, al comenzar el año 60 llamó al pueblo y a los trabajadores para la realización de aquellas formas de comunidad (socialismo), dentro de las que el trabajo común y las comunas autónomas debían organizar independientemente el aprovechamiento de la tierra y de los instrumentos de trabajo, los talleres y las fábricas sobre la base de la solidaridad y de la igualdad.
Los socialdemócratas alemanes declararon, con Engels a la cabeza, que todas esas exigencias y aspiraciones eran pensamientos torpes de ignorantes. Como aseguraron, su nueva ciencia, construida sobré los descubrimientos de Marx y de Engels, les enseñó que primeramente —y en bien de la humanidad—, los campesinos deben perder completamente la tierra, y las organizaciones del Mir de los campesinos rusos deben ser destruidas. Y su teoría anunciaba que los cien millones de campesinos rusos deben transformarse en seres sin posesión alguna, en jornaleros sin techo que trabajan, no en asociaciones libres, sino en las fábricas, en los talleres o en los bienes de los capitalistas terratenientes. Y esta clase despreciada de los campesinos debe ejecutar no menos de ocho horas de trabajo diario por un determinado sueldo. De una extirpación del trabajo forzoso para los capitalistas, como el existente hoy, de una organización de asociaciones libres de trabajadores en igualdad de derechos, no pueden hablar más que los utopistas, los ignorantes, los anarquistas y demás enemigos de la «conciencia de clase del proletariado».
Esta doctrina santa de una proletarización necesaria e internacional, en bien de la humanidad, ha sido predicada enérgica y sistemáticamente por Engels, Kautsky, Plejánov y otros ortodoxos de la nueva ciencia llamada marxismo. Hace más de treinta años que se predica todo esto; y las palabras «ciencia» y «científico» turbaron la sencilla y sana razón humana. La tenebrosa y asfixiadora reacción del militarismo alemán, que domina desde 1870; la reacción después de la Comuna en Francia; el sistema opresor de Katkoff-Pobledonoszeff-Plewe en Rusia, todo esto concordaba con el empobrecimiento del pueblo y su sumisión, todos estos fenómenos eran «productos necesarios de la evolución» que lleva de un modo incesante al socialismo. Y Engels y sus discípulos fueron los profetas de esta evolución... «de la utopía a la ciencia».
Los utopistas, los «populistas» —narodniki— y especialmente nosotros, los anarquistas, nos sentíamos injuriados en nuestros sentimientos más sagrados y más íntimos. Y no fue solo una vez que les arrojamos la pregunta: «¿En qué basan las inhumanas exigencias de que el campesino debe abismarse más en la miseria, y de que los trabajadores deben someterse al capitalismo un tiempo infinito?».
—Están fundados en nuestros grandes descubrimientos, contestaba orgullosamente Engels. En los grandiosos descubrimientos de nuestros maestros, proclamaban a coro Bebel, Kautsky, Plejánov y otros jóvenes. Y nos relataban esos descubrimientos.
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Primer descubrimiento: En el año 1878 declaró Engels en el Anti-Dühring, que la plusvalía fue descubierta por Marx.
Pero esto es falso, se contestó a Engels respetuosamente; la plusvalía fue ya establecida por Sismondi en sus Nouveaux Principes d'économie politique, aparecido en 1819, es decir, justamente un año antes del nacimiento de Marx. Después, en 1824, fue elaborada la teoría de la plusvalía por el socialista owenista Thomson en su famoso libro que alcanzó tres ediciones.
El segundo descubrimiento de Marx es la teoría del precio del valor del trabajo.
Os equivocáis enormemente otra vez contestaron los anarquistas y muchos sabios independientes. Esta teoría del precio del valor del trabajo ha sido elaborada y establecida exactamente cien años antes de la aparición de El Capital de Marx, por Adam Smith. Esto se comprueba en las páginas correspondientes de la gran obra de Adam Smith, The Wealth of Nations.
El tercer descubrimiento de Marx es la aclaración económica de la historia, lo que llamó, obscuramente expresado, «interpretación materialista de la historia».
Pero sobre la aclaración económica de la historia, sobre la misión de los factores económicos en ella, escribieron Blanqui, Thierry, David Hume, Guizot, en un tiempo en que Marx y Engels aprendían aún a leer y a escribir. Y entre sus contemporáneos —que fueron ignorados completamente por Marx y Engels— escribieron Godkins, Buckle, Thorold Rogers y otros sobre el papel de los factores económicos en la historia. Rogers publicó todo un libro sobre esto con el título siguiente: La aclaración económica de la historia. Lo que concierne a la consideración revolucionaria de la historia y de la evolución natural de la humanidad, pertenece, sin nombrar a Vico, a los enciclopedistas (Volney), a Herder, a Fourier, a Augusto Comte, a los pensadores Buckle, Spencer, Morgan —en una palabra, toda la ciencia inductiva elaboró aquellos principios de evolución y su aplicación a la historia.
El cuarto descubrimiento fue el de la lucha de clases en la historia de todas las sociedades humanas (véase a Engels, Kautsky, Plejánov y otros).
También sobre esto debe ser contestado que la lucha de clases fue claramente concebida por los pensadores, especialmente por los franceses e ingleses, que hablaron y escribieron sobre ella; partiendo de la gran revolución francesa, Sieyès, Tomás Paine, Godwin hasta Guizot, Luis Blanc, Buret, Blanqui, y otros, han desarrollado teóricamente la lucha de clases.
El quinto descubrimiento. La concentración del capital sostiene la idea de que el número de capitalistas disminuye, pues un capitalista, según Marx, aniquila muchos.
Ante todo —se les contestó— veinte años antes que Marx, escribieron ya numerosos socialistas sobre la concentración del capital, como Buret, Victor Considerant, etc. Y en segundo lugar, la estadística ha demostrado que el número de los capitalistas y de los explotadores del proletariado no disminuye, sino que aumenta considerablemente. Su número, desde 1845, como puede verse en mis estadísticas del trabajo (Freedom, agosto de 1894, luego en 1911 hasta 1912) se ha triplicado.
El sexto descubrimiento es la representación parlamentaria de los obreros, inventada en 1867 por los alemanes y aceptada en 1873 como táctica del socialismo «científico».
Se debió recordar otra vez sobre esto que los proudhonianos franceses Toulain, Limounsier, Fribourg, y otros, presentaron ya en 1862 candidaturas parlamentarias obreras. Que Proudhon mismo comenzó en 1864 un trabajo sobre la Capacidad política de la clase obrera; que John Stuart Mill pedía en una carta al sindicalista e internacionalista Odger en 1870 la presentación de candidatos obreros, para arrancar, según su opinión, a la burguesía concesiones y reformas en beneficio de la clase trabajadora.
El séptimo descubrimiento consiste en la fundación de la Internacional por Marx.
Sin querer juzgar aquí si Marx ejerció un buen o mal influjo en la Internacional, es ciertamente verdad que su influencia —así se le contestó— y su participación en ella fue muy considerable. Pero la Internacional fue propiamente fundada ya en 1862 por los proudhonianos anteriormente mencionados, trabajadores franceses, Toulain, etc., junto con los sindicalistas ingleses, entre los que estaban Odger y Jung a la cabeza. Marx se adhirió a ellos dos años más tarde, en el otoño de 1864, a consecuencia de una invitación epistolar de Jung.
Octavo descubrimiento: Marx se atribuye la frase: «La liberación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos».
Respecto a esto debe ser advertido cortésmente que la completa ruptura entre el proletariado y la burguesía radical ocurrió en las jornadas de junio de 1848, en las barricadas de París, lo cual es testimoniado por todos los historiadores de aquellos días, por el obrero Déjacque y sus contemporáneos, Hugo, Vidal, Proudhon, Herzen y Turguénev. Esta fórmula fue introducida en los estatutos de la Internacional de acuerdo al deseo de los obreros franceses, los que también sostuvieron que en la Internacional solo debían ser admitidos como miembros los obreros manuales.
El noveno descubrimiento —la serie es accesoria— es el llamado método dialéctico.
Sobre esto debe contestarse, sonriendo, que ya Aristóteles (nacido el año 384 antes de Cristo y muerto en el 322) describió este método en su lógica (Órganon) y menciona como descubridor del mismo a Zenón, filósofo griego de la escuela eleática, fundador de la escuela de los sofistas (no confundirlo con Zenón de Citio, el fundador de la escuela estoica). Por consiguiente, ese método no se necesitaba descubrirlo; introducirlo en el socialismo fue un trabajo perjudicial, porque «altera las ideas» (Wundt) y transforma por ello a los marxistas en sofistas.
El décimo descubrimiento: «El método inductivo, que trasladaron a la filosofía Bacon y Locke, originó el curso metafísico de las ideas» (Engels).
Aquí debió contestarse que la metafísica y el curso metafísico de las ideas ya habían sido expuestos por Aristóteles; en tiempos más recientes señaló Marx a Hegel como un «imperator» de la metafísica. Bacon y Locke, al contrario, crearon el método inductivo de la ciencia y del materialismo de las ciencias naturales; otro materialismo —económico o dialéctico— no existe científicamente, sino a lo sumo en las cabezas de los analfabetos científicos, de los ignorantes y de los charlatanes.
El undécimo descubrimiento debe consistir en que Marx y Engels proclamaron los primeros la importancia de la legislación protectora de los trabajadores.
Otra vez falso, se debió contestar. Ya en 1802, es decir, mucho antes del nacimiento de Marx y Engels, introdujo el ministerio Pitt (padre), originadas por la iniciativa de Owen, las primeras leyes de fábricas, y más tarde 1809, 1812, 1819 siguieron numerosas leyes de la misma naturaleza. Ya en 1836 una comisión propuso la instauración legal de la jornada de trabajo de diez horas. Todo esto sucedió en una época en que Marx y Engels estudiaban como muchachos en Alemania, donde los obreros trabajaban 14, 16 y 18 horas por día.
El duodécimo descubrimiento. La ley del salario de trabajo mínimo, ha sido descubierta en 1847 por Engels, según afirmación propia.
Es posible que usted la descubriese, se le contestó, pero la ciencia conocía esa ley como la ley Turgot-Ricardo, sobre la que escribieron extensamente Buret, Mill, Laveley, Lassalle y todos los economistas.
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Así, cortés y modestamente, contestaron todos los eruditos socialistas reales, especialmente los populistas —narodniki— y los anarquistas a las arrogancias de los marxistas. Sin embargo, estos respondieron que los socialistas y los anarquistas eran burgueses, que eran utopistas ignorantes. Las voces de los adversarios fueron ahogadas en el coro de los cantores de alabanzas. La veneración hacia Marx y Engels creció y se fortaleció más y más; especialmente fuertes en su veneración eran los alemanes.
«Alemania fue la guía de la humanidad en su lucha gigantesca... clamó orgullosamente Bebel; no es un accidente fortuito el descubrimiento y la fijación por los alemanes de las leyes seguras de la evolución social y las bases científicas del socialismo. El primer puesto entre esos alemanes corresponde a Marx y Engels» (La mujer y el socialismo).
«El descubrimiento de Marx de las leyes de la evolución de la expresión capitalista de la industria se presenta como un hecho científicamente irrefutable, lo mismo que los descubrimientos de Kepler y de Newton sobre el movimiento de los cuerpos celestes. El Capital de Marx fue llamada la biblia de la clase obrera... Pero este calificativo cuadra más al Manifiesto Comunista... Representa la verdadera quintaesencia del socialismo». (Kautsky en su biografía laudatoria de Engels, compuesta en la época en que este vivía aún y con su consentimiento).
«El día de la aparición del Manifiesto Comunista se abrió una nueva era» (Antonio Labriola).
La fama del autor de esta «grande aunque no voluminosa obra» (palabras de Plejánov) creció y llenó el mundo entero. En todos los países sus teorías fueron glorificadas; de acuerdo a ellas los campesinos y todos los seres humanos, en bien de la humanidad, deben empobrecerse más, perder la tierra y trabajar pesadamente para algunos capitalistas. Los verdaderos amigos del pueblo se sentían enfermos y rechazados por esos lugares comunes sobre la necesidad de la pobreza y del empobrecimiento progresivo; pero la gran masa de los ignorantes se maravilló y entonó himnos a la sabiduría de los autores.
Era especialmente cómico esto: Se alabó de modo particular el Manifiesto Comunista; pero sobre el comunismo propiamente no se encuentra casi ninguna palabra en ese escrito. Ni siquiera la divisa de todos los comunistas: «Igualdad para todos los seres humanos; de cada uno según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades» se halla mencionada una sola vez en el Manifiesto Comunista. Al contrario, se habla allí del monopolio del Estado, de la organización de ejércitos de trabajadores, de obligación del trabajo de cultivo de la tierra según un plan general, bajo el mando de los superiores, de aquellos a los que, según Engels, será entregada por completo la clase campesina «torpe» y empobrecida, mientras que todos los instrumentos de producción deben ser centralizados en manos del Estado.
Pero esto no es comunismo, sino opresión, disciplina y servidumbre, me digo yo.
Los socialistas y comunistas de 1840 usaban un lenguaje muy diferente. Comencé a comparar el Manifiesto Comunista con los escritos del año cuarenta del pasado siglo, y con el mayor asombro reconocí que el Manifiesto, en sus ideas directrices teóricas, está sencillamente copiado del Manifiesto de Victor Considerant, es decir, de la obra de un nocomunista y de un no revolucionario. Y hasta las diez «medidas» prácticas del Manifiesto Comunista con el fin de la monopolización total de la vida social por el Estado, sobre los ejércitos del trabajo, en especial para la labor del campo, aparecieron igualmente tomadas a otro francés que tampoco fue comunista ni revolucionario. Fueron tomadas a Vidal, que las había elaborado articuladamente, en forma de decretos legales, como un sistema completo de reformas estatales y sociales. Lo demás lo encontré en un libro de un reformador pacífico y de un fourierista, Buret: Sobre la miseria de la clase obrera en Inglaterra y en Francia. Este libro lo señaló la Academia Francesa de las Ciencias en el año 1840 por su recepción; y este libro fue traducido al alemán por Engels, que tenía entonces 23 años, y publicado con su propio nombre, como obra suya. También el profesor Andler dice sobre esta obra: «El libro de Engels es solo una redacción un poco diversa de la obra de Buret».
Por consiguiente, para mí se aclaró el origen de las perlas científicas de estos enemigos de los campesinos. Reconocí: Marx y Engels no han descubierto ninguna especie de ley científica para el socialismo. Su teoría del empobrecimiento necesario de los campesinos es el fruto del juego dialéctico y de un salvaje pensamiento inhumano extraño a todo socialismo. En ninguna parte, ni en la naturaleza ni en la historia, ni en la economía ni en el socialismo existieron tales monstruosidades como grados necesarios de evolución para la realización del socialismo. Sostener en nombre de la ciencia el beneficio o la necesidad del empobrecimiento progresivo de los campesinos es una injuria consciente a la ciencia, al socialismo y a la humanidad.
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Lector, confieso: cuando descubrí que el empobrecimiento necesario del pueblo había sido predicado por plagiadores y por sus creyentes, por secuaces deslumbrados y demasiado a menudo ignorantes, como la más alta verdad, mi alegría no tuvo límites. Hice partícipes a los verdaderos amigos del pueblo. Estos me animaron y me apoyaron moralmente en mis trabajos de investigación; y cuando comencé en 1893 a publicarlos en forma de monografía, se les tributó gran atención y fueron traducidos a casi todos los idiomas europeos.
Solo en idioma alemán no apareció nada hasta el año 1905, con excepción de mis investigaciones sobre la concentración del capital. Pero en ese año el camarada austríaco P. Ramus tradujo mis descubrimientos sobre el plagio del Manifiesto de Considerant realizado por Marx y Engels, como también la redacción y apropiación del trabajo de Buret por Engels. A estos trabajos añadió Ramus también un artículo del socialdemócrata italiano Labriola, que aprobó mis precisiones.
Esta circunstancia fue la que impulsó a Kautsky a publicar un artículo en el número 47 deNeue Zeit (18 de agosto de 1906) contra el folleto editado por Ramus, artículo que apareció casi al mismo tiempo en ruso como folletín de un periódico socialdemócrata georgiano. El artículo se dirigía especialmente contra mí, pues Ramus solo discutía mi trabajo y Labriola tuvo el valor de comparar, de acuerdo a mi pedido, el Manifiesto de Considerant con el de Marx-Engels y como consecuencia constató por escrito que Cherkesov había dicho la verdad cuando sostenía que el Manifiesto Comunista representaba solo y principalmente una nueva redacción del Manifiesto de Considerant al que Marx-Engels no añadieron «ni una sílaba» de un descubrimiento propio.
El artículo de Kautsky se dirige principalmente contra mí, pero, como puedo comprobar, no se ha tomado el trabajo de leer el artículo original de Labriola en italiano. Esa es la causa de que tenga el buen gusto de reprobar mi idiotismo, mi ignorancia, mi falta de decoro, mi absoluto desconocimiento de la literatura socialista francesa del 40. Al mismo tiempo cita Kautsky a Luis Blanc y su obra sobre la organización del trabajo que apareció en el año 1839 (Organisation du travail). Y entonces propiamente, ignorante de la literatura socialista del año 40, decía yo en 1893, con las mismas palabras que Kautsky, en el primer capítulo de mi libro Páginas de historia social; doctrinas y actos de la socialdemocracia:
«En su periódico Revue du progrès, que comenzó a editar en 1839, inició Luis Blanc la publicación de su sistema del socialismo de Estado»...
¿No es extraño que Kautsky me suponga desconocedor de la literatura socialista del año cuarenta y siga y se apoye casi con las mismas palabras de mi cita, escrita hace dos lustros?
Dice Kautsky en otra página de Neue Zeit, y quiere demostrar con eso el desconocimiento mío y de Labriola de la literatura socialista de aquella época:
«Se ve, es una pura casualidad que Cherkesov y Labriola vean en el Manifiesto de Considerant las fuentes secretas de las ideas del Manifiesto Comunista. Del mismo modo las habría podido encontrar en el libro de Luis Blanc, o en el de cualquier otro socialista de aquel tiempo».
Si Kautsky hubiera leído mi obra, entonces —supuesta siempre su honradez— no podría escribir la frase anterior. Pues en lugar de refutarme confirma y fortifica mi demostración, ya que digo allí:
«El Manifiesto Comunista no contiene un pensamiento original; todas sus generalizaciones estaban difundidas como verdades, poseían su valor general para los socialistas franceses del treinta y del cuarenta y al mismo tiempo para los emigrantes alemanes, que quedaron siempre en relación con ellos. No solo han sido expresados algunos pensamientos sobre la lucha de clases, sobre la adversidad de intereses entre el proletariado y la burguesía por Pecqueur, Vidal, Proudhon, Blanc, Bouret, Villegardeile y después de ellos por los alemanes Grün, Weitling, Schuster y otros, sino que Marx y Engels recibieron en sus manos una brillante recopilación de todas estas ideas generalmente extendidas en la magnífica obra del fourierista V. Considerant, que fue publicada en 1847 bajo la forma de un manifiesto con el título: Principios del socialismo. Manifiesto de la democracia en el siglo XIX».
¿Podría Kautsky recomendarme el reconocimiento de la literatura socialista de aquella época si hubiese leído mi obra?
Y en el caso de que no haya leído nunca mi libro y solo haya ojeado el mismo, ¿con qué derecho polemiza contra mí, él, que pretende poseer instrucción y escrupulosidad literaria?
Tampoco conoce Kautsky el original italiano del artículo de Labriola. Labriola comienza un nuevo párrafo con estas palabras: «Marx non á detto nemmeno una sillaba di piú», es decir: Marx no ha dicho ni una sílaba más. Ahora bien, Kautsky cita esta frase, no según el original, sino según la traducción de Ramus, que en lugar de «sílaba» dice «ni una palabra más». De esto se deduce que Ramus tomó el artículo de Labriola de mi traducción francesa del mismo, en la que yo escribí justamente «pas un mot». Esta circunstancia, por lo demás insignificante, demuestra que Kautsky no se tomó el trabajo de leer en el original el artículo de Labriola.
¡Qué débil está Kautsky en la defensa de las perlas y descubrimientos de Marx y Engels! Si no supiéramos que en un tiempo comparó el Manifiesto Comunista con la Biblia y a sus autores con Newton y Kepler, se debía creer verdaderamente que quiere burlarse de sus maestros y de sus lectores. Pues a mi demostración, verificada por Labriola, de que todas las ideas fundamentales del Manifiesto de Marx-Engels sobre la lucha de clases, la concentración del capital, las crisis de la producción, la sublevación de los trabajadores contra el capital, —en una palabra, que todas las ideas que forman el Manifiesto Comunistay el marxismo, están tomadas por completo a Considerant, responde Kautsky con la siguiente confesión:
«Ciertamente todas estas ideas se encuentran ya en el Manifiesto de Considerant».
Es decir, Marx y Engels no necesitaron descubrirlas. Yo no sostuve otra cosa nunca. Pero, ¿por qué afirmaba Kautsky durante más de un cuarto de siglo que «todas esas ideas fueron descubiertas por Marx y Engels»? ¿Por qué los comparó con el gran Newton? ¿Por qué dio Bebel a los obreros alemanes la sagrada seguridad de que «todas esas leyes sociales» habían sido descubiertas por Marx-Engels, si tenían ya generalmente su puesto entre los socialistas franceses del año cuarenta, y habían sido expuestas de un modo tan precioso y brillante por Considerant en las páginas de su Manifiesto?
Ante todo esto, Kautsky no sabe más que decir con orgullo que Considerant estaba ya olvidado. Ni los discípulos de este fourierista, miembros de la Internacional como por ejemplo Bürkli señalaron nunca un plagio de Considerant en Marx-Engels. Sin embargo, este argumento es completamente insostenible. ¿Es Considerant el único que fue olvidado por las masas del cincuenta y del sesenta? ¿Se habló desde 1862 hasta 1870 una sola palabra en las sesiones o en la prensa de la Internacional del Manifiesto Comunista de Marx-Engels? No solo Considerant, sino toda la literatura socialista del cuarenta, con inclusión delManifiesto Comunista, fue desconocida para las generaciones obreras del sesenta. La reacción que siguió a la revolución de febrero de 1848 persiguió a los socialistas duramente y exterminó toda su literatura.
«Los socialistas debieron ocultarse y desaparecer de la arena de la vida política. Aleccionados por la revolución de 1848 intensificaron los gobiernos sus medidas contra la propaganda revolucionaria y pareció como si el movimiento hubiera sido completamente extirpado. L. Reybaud, que escribió una historia del socialismo, dice al respecto: “El socialismo ha muerto; hablar aún de él significa pronunciar una oración fúnebre”.»
Así escribe Charles Seignobos en su obra sobre la Historia política de la Europa contemporánea, que apareció en 1897.
Pero también Engels escribió (1888) en su prefacio a la edición inglesa del Manifiesto Comunista, que este había caído en el olvido. Tan solo en 1872, apareció la segunda edición alemana. ¿Es, pues, un milagro que Bürkli y otros no hablasen sobre el olvidado Manifiesto, que se había convertido en una rareza bibliográfica? Los internacionalistas no conocieron elManifiesto Comunista y no se preocuparon de él, por consiguiente; y Kautsky debía saber esto. Hasta el año ochenta no se comenzó a hablar de nuevo del Manifiesto Comunista. Y cuando escritores ignorantes dijeron en sus publicaciones políticas al pueblo que «las ideas básicas del Manifiesto» eran un nuevo descubrimiento de Marx, y cuando se comenzó a comparar a Marx-Engels con Kepler y Newton, debió recordase a los laudadores en su ignorancia que solo gracias a su desconocimiento general de las ideas fundamentales de la literatura socialista del cuarenta podían atribuirlas a sus maestros como descubrimientos.
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En trabajo muy documentado e imparcial demuestra el sabio profesor francés Andler, que los más arriba llamados «descubrimientos» estaban generalmente en circulación en las opiniones de los socialistas de todas las escuelas hasta 1848. El ya mencionado Seignobos recuerda en su Historia general de la Europa de nuestro tiempo:
«Ya antes de 1848 se habló de la explotación del hombre por el hombre, del derecho al trabajo, de la plusvalía, de la anarquía, de la socialdemocracia, de la lucha de clases, del partido político obrero, de la asociación internacional de los trabajadores, de la liberación del proletariado, de la organización del trabajo, de la asociación de los productores. Se presentaron proposiciones de leyes protectoras del trabajo, sobre la socialización de la propiedad, sobre el impuesto progresivo a la renta, la huelga general, las ocho horas, los congresos obreros».
Todas estas ideas han sido ya en el año 1843 explicadas satisfactoriamente por Considerant, al que Marx y Engels tomaron toda la parte teórica de su Manifiesto, que se expresa como marxismo propio especialmente en el primer capítulo del Manifiesto Comunista. Hasta el título del primer capítulo «Burgueses y proletarios» es tomado a Considerant. Este importante capítulo del Manifiesto contiene en total 350 líneas, y en la comparación exacta ambos textos se advierten 36 acuerdos en ideas y en frases. Con otras palabras: a cada idea robada corresponden 9-10 líneas. Ambos Manifiestos comienzan casi textualmente lo mismo con la generalización histórica, y los juicios teóricos de ambos terminan igualmente con la proclamación como un fundamento de una sociedad libre y solidaria.
Para aportar la prueba del plagio realizado por Marx-Engels en Considerant, debí exponer los 36 acuerdos detalladamente y unos frente a otros. Esto no agradó de ningún modo a Kautsky. Y para demostrar la inestabilidad de mis afirmaciones, toma Kautsky una de mis citas y pregunta osadamente: «Se demanda uno en vano ¿dónde se esconde el plagio, dónde están las ideas robadas por Marx-Engels a Considerant?» Esto escribe Kautsky en una página de su artículo; sin embargo, en otra, como hemos visto ya, escribió la siguiente: «Seguramente, todas estas ideas se encuentran ya en el Manifiesto de Considerant».
Nada más que eso se debía demostrar. ¡Gracias por esa confesión! Las ideas son las mismas, el comienzo idéntico, lo mismo que las conclusiones sobre la esclavitud antigua, modificada por el feudalismo; —¿y Kautsky puede aún preguntar irónicamente si la «existencia de la esclavitud en los tiempos antiguos, la servidumbre en la edad media» son ideas descubiertas por Considerant? ¿Dónde está aquí el plagio?
El plagio está en los demás 36 pasajes concordantes sobre «el pensamiento fundamental del Manifiesto», que Kautsky pasa por alto de intento; pero las primeras citas por él mencionadas son ya una prueba de que la construcción teórica, como las conclusiones, en ambos manifiestos son las mismas. ¿Y esto no habría de ser un plagio?
¡No! —grita el científico guardián del general del marxismo ortodoxo, pues solo:
«Si Marx y Engels hubiesen sostenido que con el Manifiesto Comunista comienza el socialismo del siglo XIX, entonces serían ciertamente plagiarios».
De ningún modo, apreciado señor patrón del cientificismo de la socialdemocracia; si Marx y Engels hubiesen sostenido eso, no habrían sido plagiarios sino imbéciles. Pero nadie los calificó de estúpidos. ¡Cómo habrían podido sostener que el socialismo comienza con elManifiesto Comunista si los primeros comunistas, como Babeuf y sus amigos cayeron ya en la gran revolución francesa! Saint-Simon murió en 1825 y dejó tras sí una escuela numerosa de jóvenes extraordinariamente dotados (Augusto Thierry, A. Blanqui, Augusto Comte) y un rico movimiento literario. Fourier murió en 1837 y el fourierismo llenó a Francia con periódicos, libros y manifiestos mucho antes de 1848. Luis Blanc y su «organización del trabajo» poseyó un influjo tal que la segunda república nombró una comisión especial para las reformas sociales, que sesionó bajo la presidencia de Blanc y del mecánico Albert, ambos miembros del gobierno republicano. También en Alemania hubo antes de 1848 socialistas; aparte de Schuster, Weitling y Grün, muchos otros escribieron también sobre socialismo. Lorenzo Stein publicó en 1842 un notable libro sobre el socialismo francés; y en el año 1847 apareció una segunda edición, revisada y aumentada en dos volúmenes.
* * *
Repito: habría sido una colosal estupidez sostener que el socialismo se desarrolló por medio del Manifiesto Comunista, que apareció en algunos centenares de ejemplares en alemán, pero no en Alemania, sino en Londres. Para cometer semejante vulgaridad, Marx y Engels eran demasiado hábiles. Ellos, especialmente el último, procedieron de otro modo; aseguraron —propiamente Engels, pero con la aprobación tácita de Marx— a los trabajadores alemanes del ochenta que el socialismo no poseyó hasta 1848 ninguna base científica, que solo existía como amenazas y generosos deseos. Aseguraron que todas las verdades científicas y las fundamentaciones del socialismo, están contenidas en los descubrimientos más arriba mencionados, que las elaboraron ellos y las publicaron en 1848 en su manifiesto. Así habló y escribió por lo menos más de una vez Engels.
En su segundo prefacio para el Manifiesto Comunista, escribió Engels textualmente:
«El pensamiento fundamental del Manifiesto: 1— que la producción económica y la estructura social consiguiente necesaria de una época de la historia, forma la base de la historia política es intelectual de esa época; 2— que conforme a eso, toda la historia ha sido una historia de las luchas de clases...; 3— pero que esas luchas llegaron ahora a tal punto... que el proletariado no puede... librarse más de la burguesía sin libertar... al mismo tiempo para siempre a toda la sociedad, esta idea básica pertenece única y exclusivamente a Marx. Yo lo he declarado a menudo, pero es preciso que figure al frente del Manifiesto».
En su prólogo para la traducción inglesa del Manifiesto dice aún Engels, refiriéndose a las ideas fundamentales de que se habla más arriba:
«Estas ideas, que según mi punto de vista, están llamadas a fundamentar para la ciencia histórica el mismo progreso que ha fundamentado la teoría de Darwin en las ciencias naturales, estas ideas las habíamos ambos, muchos años antes de 1845, poco a poco anudado. Hasta qué punto me adelanté independientemente en esa dirección, lo señala miSituación de la clase trabajadora en Inglaterra. Pero cuando encontré de nuevo, a principios de 1845, a Marx en Bruselas, las había él completamente elaborado y me las presentó en palabras casi tan claras como las que empleé para resumirlas más arriba.
¿Comprenden los lectores estas palabras? La aclaración de la evolución histórica, la doctrina de la misión de las ciudades, de las comunas y de las clases sociales en la historia europea y finalmente, la forma y el carácter de la emancipación social; todo esto no es más que una idea ¡y esta no corresponde al grandioso movimiento político y espiritual de la Europa occidental en siglo XIX, sino que todo pertenece a Marx y a Engels! Kautsky sostiene que se les podría llamar plagiarios si se hubiesen atribuido el socialismo del siglo XIX. Sin embargo, de acuerdo a las citas anteriores, se apropia Engels y reclama para Marx, no solo el socialismo, sino la concepción metódica de la evolución histórica, la doctrina política de la lucha de clases, es decir, ni más ni menos que toda la ciencia política, social es histórica del siglo pasado.
Por maravillosa que pueda ser una aspiración semejante, no obstante no la podemos llamar plagio. Se nos permite llamarla megalomanía, ilusión de grandezas, pero no plagio. En literatura se llama plagio el retoque de un pensamiento extraño, de una página ajena o de un libro entero y su publicación bajo el nombre del autor. Y un tal retoque, casi una copia, han realizado Marx y Engels, en 1848, sin mencionar el nombre de Considerant, y Engels había hecho ya lo mismo con su propio puño con el libro de Buret Sobre la miseria de las clases trabajadoras en Inglaterra y en Francia. Respecto de la afirmación de Engels de que él ha hecho un descubrimiento, puede uno reírse, pero su apropiación de un trabajo espiritual extraño, debe ser expuesta a la vergüenza pública. En este concepto no desempeña ningún papel especial ni el partido ni la tendencia del crítico.
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Con lo anterior podría terminar mi contestación a Kautsky. Pero en su artículo habla extensamente de que Victor Considerant no era un revolucionario, sino un partidario de las reformas pacíficas. Pero ¿no sabe todo el mundo que los fourieristas eran partidarios de las reformas pacíficas? Considerant llama en su Manifiesto a su partido «de la reforma pacífica», y tal era en realidad. Pero no con eso queda dicho que las concepciones históricas y filosófico-sociales de su tiempo hayan quedado desconocidas al instruido e inteligente escritor fourierista. El que quiera tomarse la molestia de comparar entre sí ambos Manifiestos, reconocerá que el reformador pacífico Considerant sobrepasa a los revolucionarios Marx-Engels en claridad el juzgar las clases y la lucha de clases, la concentración del capital, la victoria de la grande sobre la pequeña industria, el dominio político del gran capital, la superproducción y las crisis, la concurrencia en general y la caza capitalista de los mercados internacionales, la miseria creciente de la clase obrera y su rebelión contra el capitalismo; en pocas palabras, todas aquellas ideas que Engels atribuye a Marx y a sí mismo y que Bebel, Kautsky, Plejánov y otros predicaron al proletariado como posesión «científica» de su partido y en las que basaron toda su táctica política.
Es verdad, Considerant era como socialista un reformador pacífico; pero todos los grandes fundadores del socialismo han sido pacíficos reformadores. Ni Saint-Simon, ni Fourier ni Roberto Owen incitaron al pueblo a las barricadas; no obstante, todas las formar y direcciones del movimiento obrero, de todo el socialismo de nuestro tiempo, todos sus esfuerzos de asociación, sus cooperativas, el movimiento sindical, la huelga general, etc., han sido teórica y prácticamente formuladas por ellos.
¿Qué son, por lo demás, sino reformistas pacífico-legalitarios los social-demócratas de la Europa occidental con sus doctrinas del marxismo, con las fórmulas de la misión autodeterminadora de las condiciones de la producción en la vida social? Las condiciones de la producción son el resultado del desenvolvimiento y del cambio de la producción, pero no de la actividad y de la iniciativa de los revolucionarios; en esta doctrina entera del influjo autodeterminador de las condiciones de la producción en los hombres, no hay espacio alguno existente para los revolucionarios. Como la mejor prueba de ello tenemos a la socialdemocracia misma. En su existencia de cincuenta años no hay un solo acontecimiento revolucionario que haya creado algo para el socialismo. Al contrario, ha condenado todos los sucesos revolucionarios, los movimientos y los hechos en España, en Italia, en Francia, categóricamente. Obedeciendo a Engels, la socialdemocracia ha rechazado la huelga general. Toda su fuerza se dirige a conseguir importantes puestos estatales para sus jefes por el cambio de las elecciones parlamentarias aburguesadas. Desde hace cuarenta años la socialdemocracia no se ocupó de otra cosa.
¿Con qué derecho, pues, Kautsky, el teórico del partido legal del parlamentarismo, el representante de la doctrina de la evolución de las condiciones de la producción y no el revolucionario de acción, hace a Considerant el reproche de ser partidario de las reformas pacíficas? Es claro, se propone con eso comprometer al autor del Manifiesto de la democracia y el Manifiesto mismo. Sin embargo, logrará desacreditar tan poco al notable fourierista Considerant como logró purificar la memoria de sus maestros de la acusación probada de plagiarios.