Federica Montseny
Definición del anarquismo
Compañeros y amigos: El núcleo inteligente de camaradas organizador de este Ateneo, ha tenido a bien honrarme, designándome para explicar lo que es el ideal anarquista a las buenas voluntades reunidas en esta velada de su inauguración.
La misión no es ciertamente fácil. Lo sería, si quisiera limitarme a una definición somera del anarquismo, a repetir los mil tópicos manoseados y que se ha convenido en considerar síntesis del anarquismo. Pero yo soy ambiciosa. Pretendo, o deseo, por lo menos, decir alguna cosa nueva o que las cosas viejas que diga tengan cierto valor de originalidad.
Además, de un tiempo a esta parte, quizá cuando la opinión pública está mejor preparada para recibir la semilla anarquista, el anarquismo se ha visto desamparado de las voces y de los pensamientos que un día consiguieron ponerlo a la cabeza de toda vanguardia humana. No intento, pues conozco mejor que nadie el alcance de mis modestas fuerzas, ser yo esa voz y ese pensamiento que lleve el verbo y el ideal de la anarquía al corazón de las multitudes y a la razón de las minorías cultas, como nunca atentas a todos los movimientos del alma humana y como nunca susceptibles de recibir en sí la proyección de nuestras ideas.
No está muy lejano el pasado en que la idea anarquista tenía en España exponentes insignes, en que, salvando el marco del sindicato y del mitin, entraba en los Ateneos oficiales de Madrid y Barcelona, flotaba en los debates de los Congresos y, en todo el mundo, iba a la cabeza de la literatura y de la ciencia.
No hemos de hacer, sin embargo, como los viejos creyentes y como decía Mella: llorar ante los ídolos derrumbados y entonar el eterno «Cualquiera tiempo pasado fue mejor».
Cualquiera tiempo pasado no fue mejor. Si hoy la anarquía carece de las inteligencias que le dieron valor científico y filosófico, si hoy no tenemos un Reclus, un Kropotkin, un Tarrida, un Stackelberg, un Dómela Niewenhuis, un Cornelissen, un Mella, si hoy hemos perdido en calidad intrínseca, hemos ganado en cantidad y en esa calidad intima de las conciencias individuales anónimas, de las personalidades propias lentamente construidas. El anarquismo, dejando de ser el patrimonio espiritual de una minoría selecta, empieza a ser la aspiración latente de lo mejor de la Humanidad; el gran sueño, casi informulado, de lo que podemos llamar flor de las multitudes. El credo reducido, el cuerpo cerrado de la doctrina pura, es hoy el ideal de vida de una parte de la humanidad, la aspiración libertadora, fraternitaria y justiciera, de una minoría cada día mayor, cada día más agrandada y mis consciente.
No pretendo ser yo, repito, y volviendo al punto de partida, esa voz y ese pensamiento cuya falta se nota, que habría de ser el verbo de la anarquía penetrando, por igual, en el alma del pueblo y de la intelectualidad. Pero no puedo dejar de esforzarme, en este momento, en dar a mi definición del anarquismo cuanta amplitud, cuanta grandeza. cuanto valor de eternidad entraña la idea ácrata en sí misma, como concepción del hombre y de la sociedad futura.
Existen demasiados equívocos alrededor de nuestras ideas, para que no debamos esforzarnos todos en dar su verdadera fisonomía moral al anarquismo, para que no competa a todos el deber de enaltecerlo en nosotros mismos, igual en nuestras palabras que en nuestras vidas.
Los enemigos tradicionales de las ideas de progreso, hanse aplicado, sin cesar, en desvirtuar el carácter del anarquismo. en tergiversar sus ideas y en presentar constantemente a los anarquistas como antítesis de lo que somos, por nosotros mismos y por nuestras ideas.
Y lo lamentable del caso es que debemos confesar que, en algunas ocasiones y en algunos individuos que se han llamado anarquistas sin serlo, estando moralmente incapacitados para serlo, esa leyenda monstruosa y deshonrosa, tejida alrededor nuestro por los enemigos de la anarquía, ha hallado puntos de apoyo en la realidad. Y esta es una de las muchas cosas que es preciso combatir y evitar.
¿Qué es el anarquismo?
¿Hemos de ir a buscar el origen de la palabra y de la idea en sus comienzos, desde que se formuló la primera base de ella, desde que se pronunciaron, por primera vez, las palabras anarquía y anarquistas?
Antes de que el viejo Proudhon la usara como expresión de una sociedad sin gobierno, en plena Convención sonó ya la palabra Anarquía, dirigida contra los dos grandes grupos que representaban la extrema izquierda en aquel parlamento revolucionario, constituido para dirigir la revolución y que acabó por ser la antesala de la guillotina. Los anarquistas, en la revolución francesa, eran Babeuf y Hebert, los compañeros de la República de los Iguales, y, sobre todo, aquel hombre, solitario y grande, que llena con su nombre puro todo el período revolucionario: Anarchasis Clootz, el Orador del Género Humano, el primer asesinado por la revolución traicionada, la primera víctima del Moloch. del Saturno revolucionario, que devoraba a sus propios hijos. La figura de Clootz, la víctima máxima de Robespierre, simboliza y encarna esa tragedia eterna del hombre avanzado a su época, superior a su época, cuyas ideas sobrepasan las ideas dominantes de su época, cuyo pensamiento deja atrás, a los otros pensamientos y que es vuelto al rango uniforme del rebaño humano, al trote cochinero de la mayoría, por medio de la persecución y de la muerte.
Clootz, Babeuf y Hebert, fueron los anarquistas de la revolución francesa, los que iban demasiado adelante y fueron, por tanto, las primeras víctimas de la revolución, las primeras cabezas que cortó la guillotina. ¡Ley implacable del progreso universal, extraña lógica de ese avance a saltos, que forma la evolución y que constituye el gran drama del destino humano!
Antes aún de que Proudhon pronunciase la palabra anarquía, paralelamente al viejo Godwin, a Coeurderoy y a Dejacques, pioniers del espíritu humano, la palabra anarquistas se pronunció en España, a principios del siglo pasado, en pleno reinado de Fernando VII el siniestro, durante el período constitucionalista, en los días del Ángel Exterminador y del suplicio de Mariana Pineda. Fue en el proceso incoado contra esa infortunada mujer, asesinada por los tribunales del Fernando mil veces maldito, por el gran crimen de haber bordado una bandera para los liberales, donde hemos leído la palabra anarquistas dirigida contra los compañeros de Torrijos, contra los que le apoyaban y algunos de los cuales le siguieron a la tumba.
No es necesario decir que esos anarquistas nada tenían que ver con la anarquía: liberales constitucionalistas. en lucha contra un tirano y contra una monarquía absoluta, sus postulados han sido ya superados por la propia monarquía española. Pero, como los anarquistas de la revolución francesa, representaban también la fuerza de avance y de rebeldía, la idea —balbució aún— de libertad militante; asumían, a los ojos de la sociedad de su tiempo, el carácter revolucionario, amenazante, que han asumido, asumen y asumirán eternamente los anarquistas.
Es sólo con Proudhon y Bakunin que la idea se forma y se consolida, que la idea toma carácter y contorno, que expresa sus enunciados y se convierte en un cuerpo de doctrina, a la vez revolucionaria y constructora. Ataca por igual el Estado político, dominio de unos hombres sobre otros hombres, que la idea de la Autoridad, principio moral creado para basar el hecho consumado de este dominio. Ataca por igual a los poderes de carácter humano, constituidos sobre este hecho y este principio, que a los poderes de carácter divino, creados para legitimar y consolidar el Poder material, por medio de la idea de la divinidad, administrada por los sacerdotes. Escribe Bakunin su «Dios y el Estado», requisitoria aun no superada contra las dos formas de tiranía sobre los hombres: religiosa y política, y pronuncia Proudhon la frase famosa: «La propiedad es un robo», que muestra a los desheredados del mundo la ignominia del despojo perpetrado por los más fuertes y audaces, en detrimento de los débiles y de los tímidos.
Pero antes de llegar a estas dos manifestaciones públicas, a estas dos consolidaciones generales de la anarquía, como protesta social y como ideal humano, ha sido preciso todo un lento proceso filosófico; ha sido precisa toda la epopeya del esfuerzo humano, contra la ignorancia, la tiranía y la injusticia, jalones del cual son, en el final de la antigüedad, Espartaco y sus esclavos rebelados; en el principio de la Era cristiana, Jesús y sus teorías fraternitarias; en plena noche de la Edad media, las especulaciones del Libre-Examen, las utopías sociales de Tomás Moro, Campanella y Savonarola; el martirio de la ciencia, que se enfrentaba con el principio cerrado de la religión y osaba descubrir el dinamismo universal, en Galileo; la circulación de la sangre, en Servet; las contradicciones del Antiguo y del Nuevo Testamento, en Abelardo y en Giordano Bruno; en el despertar de esa noche lóbrega y sangrienta, el Renacimiento, retorno a los principios eternos de la vida y de la belleza; en el comienzo de la época contemporánea, la Enciclopedia, la revolución francesa, proclamando los derechos del hombre; la magnífica eclosión de la joven filosofía alemana, en cuyas fuentes hermanas abrevaron los dos introductores de la idea anarquista en España: Pi y Margall, traductor de Proudhon y discípulo de Herder, y Bakunin, teórico y práctico del anarquismo, que interpretó en sentido libertario las ideas de Hegel.
Para aquel que contemple, con mirada objetiva, de lejos y como espectador, ese lento y majestuoso edificio del progreso humano; para aquel que vaya atisbando, uno a uno y todos en bloque, los detalles grandiosos del grandioso conjunto, ¡qué visión maravillosa ofrece el panorama de la historial ¡Qué lección de tenacidad, de paciencia y de optimismo nos da! ¡Cómo ha sido constante el avance, matemáticamente calculadas las consecuencias, de antemano previsto el fin, tranquilo y continuo el traspaso de un escalón a otro, incesante la trabazón entre una idea, que se iba realizando, y la nueva idea que nacía!
Estamos ya en plena vitalidad moral de la anarquía. El ideal ha sido ya formulado; su proceso propio ha empezado; hemos visto ya su evolución paulatina. De la fórmula colectivista, simple y faltada de generosidad: A cada uno según sus fuerzas, hemos pasado a la fórmula comunista libertaria, más generosa: Cada uno según sus fuerzas y a cada uno según sus necesidades. A la concepción unitaria, rudimentaria casi, de la sociedad futura, concebida como una vuelta a la libertad original de la Naturaleza, pero concibiendo aún al hombre multitudinariamente, como grandes masas, colectivamente, empieza a suceder la concepción individualizada del hombre, la visión de la Humanidad, disuelta en individuos: el Hombre, la Naturaleza tomando conciencia de sí misma, según Reclus; el Hombre, célula de todo el edificio social, dios, soberano, ley, principio y fin de sí mismo, según Pi y Margall; el Hombre, ente filosófico y viviente, enfrentado con la Humanidad, según Ibsen, Nietzsche y Max Stirner, los cinco creadores del individualismo, de un individualismo nuestro, de un individualismo que nada tiene que ver con el individualismo burgués, ni con ese otro individualismo seudoanarquista, basado, no en la exaltación de los valores individuales, no en la afirmación del hombre como hombre, no en la potencialidad humana, individualmente considerada, sino basado en el egoísmo individual, en la ruindad, en la mezquindad de una visión pequeña y cobarde del hombre y de la vida.
Es el anarquismo, tal como es hoy, enriquecido por múltiples pensamientos, por el progreso natural de las ideas, por esa riqueza íntima que a los ideales dan la sangre de los héroes y de los mártires, al que intentaré definir yo.
El anarquismo, ideal sin limite, ideal que abre al hombre las puertas del mañana infinitamente, ideal que no se cierra dentro del círculo de un programa, dentro de una tabla de reivindicaciones, puede definirse así: Es un ideal que dice al hombre: Eres libre. Por el solo hecho de ser hombre, nadie tiene derecho a extender la mano sobre ti. Ninguna fuerza hay por encima de tu fuerza. Eres tú el señor y el dios de ti mismo. Asóciate, únete libremente con tus semejantes, para aquello que no puedas realizar solo; organiza tu vida libre, prescindiendo de dioses y de amos, de dominios y de privilegios creados y sostenidos por los más fuertes en detrimento de los más débiles. Destruye al Estado, causa y efecto de toda tiranía, y arrincona por inútil la idea de Dios, destruida por la ciencia, hija sólo de la ignorancia, del terror humanos ante los fenómenos naturales. Pon la tierra, patrimonio de todos los hombres, en las manos de todos los hombres. La propiedad, robo efectuado por los fuertes y brutales de una época, en perjuicio de los mis. débiles, es una inmoralidad condenada por todas las leyes naturales. Todo es de todos. Todo aquello que necesitas, es tuyo, y tu necesidad y tu libertad de tomar no han de tener más limite que la necesidad y la liberad de tomar de tus semejantes. Has de ser tú mismo, hombre libre y fuerte, respetuoso y generoso en razón misma de tu libertad y de tu fuerza, el que ha de establecer, entre tú y tu vecino, tu hermano, tu semejante, las leyes espontáneas de convivencia, de ayuda mutua, de afinidad y de respeto necesarias para que la sociedad futura, sin leyes ni guardias civiles que hagan respetar esas leyes, sea un conjunto armonioso, basado sobre la paz y el orden del trabajo y de la libertad.
Pero nuestra definición de hoy, el avance constante de la idea, que no se cierra, que avanza a compás de las aspiraciones de los hombres y de las realizaciones de la ciencia, mañana puede ya ser anticuada o pequeña.
Sin embargo, hay en el anarquismo esa base general, ese principio de un fin infinito, que en pocas palabras puede definirse y que he intentado definir someramente. El anarquismo no es, como creen algunos, una idea destructora, patrimonio de tipos patológicos, como quiso demostrar Lombroso, ni de soñadores ilusionados, fuera de la realidad, como dicen ahora no pocos. El anarquismo, como ideal de vida, es una organización social perfectamente realizable hoy. Y como concreción moral, como síntesis y cumbre de las aspiraciones humanas, del progreso espiritual de la Humanidad, como ideal ilimitado y definitivo, por lo mismo que está y estará eternamente abierto a todos los sueños de los hombres, a todos los enriquecimientos, a todos los matices y a todas las innovaciones; como síntesis y cumbre, está al final de todas las ideas, es la meta múltiple de mil caminos.
Los comunistas de Estado, que tanto nos combaten, han dicho y repetido, por boca de todos sus teóricos, que ellos quieren conquistar el Poder, para, después de un puente prudencial de años, destruirlo c ir a la constitución de una sociedad sin gobierno, a la anarquía. La democracia y el socialismo, han sostenido y sostienen, por boca de todos sus teóricos, que, fieles a sus teorías evolucionistas, tienden cada día al menor gobierno, hasta llegar al autogobierno, esto es, al gobierno de cada uno sobre sí mismo, y a la anulación del Poder público. Y aun los mismos reaccionarios, los mismos conservadores, los mismos partidarios del Estado, asumido en la mano de un autócrata, no oponen razones ideales a nuestras concepciones. Las declaran imposibles, en razón de la naturaleza humana, que no podrá prescindir, según ellos, durante mucho tiempo, de leyes humanas y divinas que las dirijan y repriman.
Pero, por esa razón poderosa de los intereses creados por todos los poderes y por todos los partidos, partidos y poderes que necesitan de la ignorancia y de la sumisión de las multitudes para continuar dominando a los hombres y viviendo a sus expensas; por esa ley universal de la ambición, de la tendencia ancestral al dominio, por el fondo grosero del alma de cuantos aspiran a gobernar y de cuantos se prestan a ser pastores de rebaño, caudillos de multitud, el anarquismo, que anula todo esto, que prescinde de todo esto, que necesita espíritu de sacrificio, grandeza de alma, entrega generosa y total de la vida a la idea, que no es compatible con ninguna ambición ni con ningún caudillaje, porque ellos no caben entre hombres conscientes de sí mismos, el anarquismo, repito, es, por todo ello, tergiversado, combatido por cuantos ven en él, en el erguimiento del alma humana sobre sí misma que representa,. una amenaza para sus intereses y para sus ambiciones.
El instinto de conservación de los poderosos, amenazados en sus intereses y en su dominio; el instinto de conservación de los que aspiran asimismo a poseer y a dominar, lo mismo en nombre de la Democracia que de la Autocracia, del comunismo que del socialismo, todo ello se confabula contra nosotros, combatiéndonos con todas las armas, desvirtuando nuestras ideas y nuestros actos, calumniando a nuestros hombres.
Aun aquellos hechos que ha realizado el anarquismo por brazos de sus hombres, asumiendo, en momentos determinados, la expresión de la protesta y de la justicia humana, han sido utilizados, por nuestros enemigos, para presentarnos como destructores, como fuerza negativa ante el pueblo y la Humanidad en general. Pero el instinto humano es tan inteligente, que esa maniobra indigna no ha servido. El mundo supo comprender, sabe comprender de qué manera encarnan el derecho humano y la justicia humana, el heroísmo y la protesta ante la tiranía, los nombres de Angiolillo, vengador de los mártires de Montjuich; de Bresci, justiciero de las víctimas de Milán; de Kurt Wilckens, depositario de los manes de 40,000 proletarios asesinados en la Patagonia argentina por el teniente coronel Várela; de Schirru, Harmodio malogrado del mil veces maldito Mussolini, como sabe cuál ha sido y es la vida de pureza, de abnegación tranquila, el corazón y el pensamiento de los Bakunin, los Kropotkin, los Reclus, los Lorenzo, los Nettlau, los Faure, las Luisa Michel y Teresa Claramunt, de todos cuantos han sido los enriquecedores, los apóstoles, los héroes y los mártires de nuestra causa, de la causa de todos los oprimidos, de todos los hombres de la tierra.
Compañeros y amigos:
Tenemos ante nuestros ojos, ante nuestras almas, ante nuestras vidas, un gran ideal que amar, una gran causa que servir, un gran mañana que forjar.
Porque cada presente es hijo de un pasado y padre de un porvenir. Nosotros, ahora, en nuestra humildad y en nuestra modestia, hemos de ser, debemos ser los forjadores, los engendradores de este mañana de nuestros hijos, el mañana de las generaciones que nos sucederán en el progreso y en el tiempo.
Un paréntesis de relativa libertad se ha abierto en la vida social de España. No nos es negado el derecho de exponer nuestras ideas, ni son ahogadas nuestras voces, cuando explicamos a los hombres lo que es y lo que quiere el anarquismo. Y hemos de aprovechar ese margen de libertad, ese derecho elemental, que no puede negar ninguna democracia, por mucho que reniegue de sí misma, para sembrar en el corazón del pueblo, en la conciencia de los hombres, la semilla de la idea anarquista, ideal de amor, de fraternidad, de independencia, que levanta al hombre sobre sí mismo y le pone en medio de la tierra madre, cuna y patrimonio de todos los hombres, basando en él, síntesis y cumbre de toda la creación, el fin y el principio de la vida social.
Cataluña, cuyos hijos han encarnado, de época en época, el espíritu de la rebeldía y de la protesta en la historia de España; Cataluña, cuyos propios fundamentos raciales cimentan la idea de la libertad, de la individualidad del hombre, dedicado al trabajo, y no a la guerra; nacido para las artes y las ciencias de la paz; Cataluña, que fue ya, en sus orígenes, la expresión de un individualismo instintivo, vital casi, del que es expresión su pasado, su origen, su antigüedad, su constitución geográfica, basada en las masías, en las montañas, campo abierto, y en el mar, horizonte de aventura; Cataluña, de cuyos hijos dijo un poeta insigne, Maragall, que cada uno llevaba dentro un anarquista; Cataluña, repito una vez más, ¡qué espléndida, qué hermosa, qué única tierra es para esta siembra! En España, otra hay tan buena, tan rica como ella: Andalucía, la mártir y generosa, la capaz de todos los entusiasmos románticos, la que no escucha más voz que la del corazón y ama sólo las causas desprovistas de materialidad.
Pero no hemos de localizar, de racializar la universalidad de la anarquía; no hemos de hacerla patrimonio de una región, de una clase, de un grupo de hombres, a ella, porvenir de todos, concreción grandiosa, cima del avance humano; a ella, que proclama la tierra patria de todos los hombres y que de un extremo al otro del mundo, por encima de todas las fronteras, de país en país, de continente en continente, mañana quizá de astro en astro, enlaza las manos fraternas de todas las criaturas.
¡Compañeros y amigos! ¡Con qué gozo, con qué esperanza e ilusión hemos de asistir todos a la inauguración de este Ateneo Libertario, primero de su carácter en Barcelona y cuyo ejemplo ha de ser seguido por todas las localidades de España y por todos los barrios de las grandes capitales!
La labor de divulgación, la obra de enseñanza y de capacitación individual y colectiva que pueden realizar estos Ateneos, que deben realizar estos Ateneos, es grandiosa. Serán ellos la célula de una organización cultural para el pueblo y para todos los hombres, una especie de universidades, de cátedras y tribunas populares, en donde se iniciará la capacitación ideológica de los jóvenes y de las mujeres.
Han de serlo todo esto, debemos esforzamos todos en que lo sean, en que los Ateneos se multipliquen y sean ellos el medio más hermoso, el procedimiento más activo de realizar esa siembra de la semilla ácrata, abonada ya con tanta sangre y con tantas lágrimas, con el martirio de tantas víctimas y con el sacrificio de tantos héroes, y de cuya cosecha próvida, de cuyos frutos, plasmados en realidades, depende el destino de los hombres y la transformación de la sociedad.