Camillo Berneri
Por un programa de acción comunalista
El Sindicato, la Corporación, el Municipio, el Estado son sociedad. Y sociedad son los compañeros de trabajo que sólo ven en el sindicato un organismo para arrancar alguna lira al patrón y en la corporación un organismo que mantiene alejados a los competidores; son los ciudadanos de mi ciudad que votan y votarán a los socialistas porque bajan los impuestos; y son mis compatriotas que piensan en el Estado como en una especie de enorme vaca a la que hay que ordeñar al máximo a través de los diputados. Sociedad es el tendero de enfrente que está contra la revolución porque tiene miedo de que se le lleven los jamones y las botellas de aceite, como en tiempos del motín por la carestía; es mi vecino de casa, más pobre que yo, pero que dice que «los ricos nos dan trabajo»; es mi vecino de taller, que sueña con el día en el que el partido comunista será dueño del gobierno y mandará sobre todo; es mi amigo socialista que dará su voto al diputado porque ha hecho conceder un subsidio gubernamental a las cooperativas.
Frente a mí está la sociedad, con sus ideas fijas, con sus prejuicios, con sus mezquindades, con su brutalidad. Obrero, reconozco que el sindicado es una arma de lucha y de formación, y me organizo. Lucho por algún céntimo más de salario, por una hora menos de trabajo, para contribuir a movilizar a la masa obrera. Sé que muy pocos obreros tienen una clara conciencia de clase. Se hablase de expropiación y de socialización, la mayoría se asustarían y, vacilantes, se retirarían de la lucha. Por lo tanto, hablo de mejoras salariales, de horarios, de disciplina. Veo que el voto por secciones sindicales asegura la mayoría a los socialistas, a los funcionarios apegados a la propia poltrona como el tendero al propio banco, pero si critico el sistema antidemocrático, contemporizo, porque la mayoría no se plantea la cuestión. Minero en una mina de carbón, sé que la minería constituye una pérdida para la economía nacional y que un alto porcentaje de mineros podrían volver a los campos de los que proceden y donde poseen algo, pero no puedo ponerme a pedir despidos, porque me enemistaría con casi todos los mineros, con el diputado socialista que, de acuerdo con los patronos, arranca subsidios al Estado, y con sus satélites. Y sin embargo el problema se volverá a plantear mañana, al no estar necesariamente ligado al capitalismo. Mañana será el sindicato de los mineros del carbón el parásito de un nuevo orden económico.
En el terreno económico, los anarquistas son posibilistas. Son proletarios evolucionados y conscientes, pero proletarios al fin y al cabo. En el terreno político y social en general son intransigentes al cien por cien.
La enorme mayoría de la población de una ciudad dejaría a los socialistas o a los comunistas o a los republicanos formar la propia guardia municipal por medio de la idea «harán falta guardias». ¿Los anarquistas asaltan el municipio? ¿Matan a todos los guardias? ¿Matan a los consejeros municipales? No, porque esta exuberante combatividad, cuando el pueblo no les sigue o no les arrastra, no la han mostrado cuando era necesario mostrarla. Los anarquistas refunfuñarían contra la guardia cívica y la municipalidad autoritaria. Digo yo: los anarquistas deben sostener la formación electiva de la guardia cívica y proponer otros sistemas de control para impedir que se convierta en un organismo de dominación política y de privilegio social. ¡Y muchos anarquistas me tratan de legalista! Pero no dan soluciones diferentes.
El problema de nuestra táctica revolucionaria y postrevolucionaria está mal planteado y peor desarrollado. Socialmente estamos aprisionados en el dualismo proletariado-burguesía, mientras que el proletariado típico es una minoría débil y está desorientado, y hay varios círculos intermedios, mucho más importantes y combativos. Nosotros, los revolucionarios, no les hemos tenido en cuenta, y hemos tenido el fascismo. Si no les tenemos en cuenta, tendremos otros fascismos.
El cálculo de toda estrategia es un cálculo de fuerzas. Es triste que muchos de los nuestros sigan viendo sólo al pueblo sublevarse al ataque de una caja fuerte, del taller, del campo; mientras que la expropiación sólo será una parte pequeña de la revolución italiana. A menos que queramos que los revolucionarios y los trabajadores se busquen otras aún más sólidas.
De paraísos comunistas se hablará dentro de algunos siglos. Ahora es algo que da risa y da pena al mismo tiempo. El anarquismo sólo tiene un terreno, además del sindical, en el que batirse ventajosamente en la revolución italiana: el comunalismo. Terreno: político. Función: liberal democrática. Objetivo: la libertad de los individuos y la solidez de los entes administrativos locales. Medio: la agitación sobre bases realistas, con la formulación de programas de mínimos.
Nuestro comunalismo es autonomista y federalista. Retomando a Proudhon, a Bakunin, y a Pisacane como fuentes, pero actualizando su pensamiento a la luz de las enormes experiencias de estos años de desilusiones y derrotas, podremos adaptarlo a las situaciones sociales y políticas del mañana que podamos considerar posibles, si sabemos dar a la revolución italiana una orientación autonomista, en el terreno sindical y en el comunal. También entre nosotros está el vulgo, al que le resulta difícil oír con orejas nuevas una música nueva, que a la formulación de problemas y soluciones opone vagos esbozos utópicos y groseras invectivas demagógicas. Al que aquellas cuatro ideuchas, espigadas en opusculillos didácticos o en gruesos libros mal comprendidos, se han acostado en su cerebrucho inactivo y siguen ahí, al calorcillo de una fácil retórica que pretende ser fuerza solar de una entera fe, cuando no es más que un fueguecillo humeante. No le tememos a la palabra revisionista, que arroja contra nosotros la encandalizada ortodoxia, que es el verbo de los maestros que hay que conocer y comprender. Pero respetamos demasiado a nuestros mayores para poner ante sus teorías a unos cancerberos huraños, como si fueran arcas de la alianza, como si fueran dogmas. Ese autoritarismo ideológico del ipse dixit sólo lo reconocemos como cañamazo de motivos ideales comunes, no como un esquema que sólo hay que desarrollar en puras y simples vulgarizaciones.
Rechazado por Bakunin el Rousseau arcádico y contractualista, la ideología kropotkiniana nos ha devuelto al optimismo y al evolucionismo solidario. En el terreno del optimismo antropológico, el individualismo ha perpetuado el proceso negativo de la ideología anarquista, conciliando arbitrariamente la libertad del individuo con las necesidades sociales, confundiendo la asociación con la sociedad, romantizando el dualismo libertad y autoridad en un antagonismo estático y absoluto. El solidarismo kropotkiniano, al desarrollarse en el terreno naturalista y etnográfico, confunde la armonía de necesidad biológica de las abejas con aquella discordia discors y aquella concordia concors propia de las agregaciones sociales, y tuvo demasiado presentes formas primitivas de sociedad-asociaciones para entender el ubi societas, ubi jus inscrito en las formas políticas que no sean prehistóricas.
La negación a priori de la autoridad se resuelve en una angelización de los hombres y en un desarrollo desbordante de un genio colectivo, casi inmanente a la revolución, que se llama iniciativa popular. El pueblo, en este sistema, es homogéneo, por naturaleza y por impulsos. Tiende a unificar sus propios esfuerzos en una lineal tendencia comunista. El problema de las representaciones, el problema de las relaciones intercomunales, el problema de la subrogación del Estado: todo esto tiene soluciones o estrechamente parciales o completamente insuficientes por optimistas o anacrónicas. Kropotkin no nos basta. Y los mejores de los nuestros, de Malatesta a Fabbri, no logran resolver las cuestiones que les planteamos, y ofrecer soluciones que sean políticas. La política es cálculo y creación de fuerzas que realicen una aproximación de la realidad al sistema ideal, mediante fórmulas de agitación, de polarización y de sistematización, aptas para ser agitadoras, polarizadoras y sistematizadoras en un determinado momento social y político.
Un anarquismo actualista, consciente de las propias fuerzas de combatividad y de destrucción y de las fuerzas adversas, con el corazón romántico y con el cerebro realista, lleno de entusiasmo y capaz de contemporizar, generoso y hábil al condicionar el propio apoyo, capaz, en definitiva, de una economía de las propias fuerzas: este es mi sueño. Y espero no estar solo.
Si el anarquismo no toma este camino, cerrará los ojos para soñar los jardines en flor del porvenir, se retrasará con la repetición de lugares comunes doctrinales que le aíslan de nuestro tiempo, la juventud se apartará de él como un romántico estéril, como de un doctrinarismo petrificado. La crisis del anarquismo es evidente. O el viejo barril resistirá el vino nuevo, o el vino nuevo buscará un barril nuevo.